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En el país de los ciegos, el tuerto es... ¿Trump?

13 de diciembre de 2024 (EIRNS) — El 21 de noviembre, las fuerzas armadas de Rusia lanzaron un mensaje muy fuerte a Washington, D.C., cuando su nuevo misil balístico hipersónico Oreshnik alcanzó un emplazamiento militar-industrial en Dnipró, Ucrania, llegando a velocidades impresionantes, mucho más rápido de lo que cualquier sistema de defensa aérea actual es capaz de hacer frente. Y, lo que es más importante, demostró que pega donde apunta.

En la “mente” (por así decir) de los geopolíticos occidentales, el Presidente de Rusia Vladimir Putin ha estado “fanfarroneando” durante dos décadas y lo sigue haciendo; o sea, según ellos, la estrategia no lineal y asimétricas de Rusia simplemente no podía dar resultado. Así pues, todos los expertos en “teoría del juego” suponían que la siguiente apuesta, el envío de misiles occidentales de largo alcance a Rusia desde Ucrania, a cientos de kilómetros de distancia, tenía que funcionar, para confirmar la fanfarronada de Putin y delimitando aún más a Rusia estratégica y políticamente, según estos “expertos”.

Ahora, cuando la revista Time publicó finalmente la transcripción de su entrevista del 25 de noviembre con el Presidente electo Donald Trump, se vislumbró lo que un dirigente político normal y con sentido común debería haber estado pensando en los días y horas inmediatamente posteriores al mensaje de Rusia. Dijo: “Estoy en total desacuerdo con el envío de misiles a cientos de kilómetros de Rusia. ¿Por qué lo hacemos? Sólo estamos intensificando esta guerra y empeorándola. No se debería haber permitido que se hiciera. Ahora no sólo lo hacen con misiles, sino con otro tipo de armas. Y creo que eso es un gran error, un gran error.... Creo que lo más peligroso en este momento es lo que está sucediendo, donde Zelenski ha decidido, con la aprobación, supongo, del Presidente [Biden], empezar a disparar misiles hacia Rusia. Creo que es una escalada importante. Creo que es una decisión tonta”.

Luego, de no poca importancia, agregó: “Pero me imagino que la gente está esperando a que yo llegue, antes de que ocurra nada. Me lo imagino. Creo que sería muy inteligente hacerlo”. Y, de ahí, la razón de que el periodo que va desde ahora hasta el 20 de enero esté cargado de un peligro tan extremo. ¿Será capaz Moscú de esperar, de conducirse frente a las provocaciones, apostando por que las futuras negociaciones necesarias para un resultado pacífico aborden las preocupaciones comunes de Europa y Asia en materia de seguridad?

Ayer, después de casi dos semanas sin que se hubieran disparado misiles de largo alcance desde Ucrania hacia Rusia, se lanzaron seis misiles estadounidenses ATACMS. Las fuerzas armadas de Rusia, junto con el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, se mostraron implacablemente tranquilos y contundentes: habrá una respuesta. Y nadie debe esperar que sea más “ojo por ojo” que la respuesta del 21 de noviembre. Así que la pregunta es: ¿qué hará falta para que los dirigentes occidentales abran los ojos?

La simple realidad es que Rusia, bajo la tensa situación de la guerra de sanciones, está, por el momento, cualitativamente por delante de Occidente en capacidades militares, pudiendo penetrar libremente las defensas aéreas de cualquier país de Occidente. Eso será así hasta que Estados Unidos desarrolle un arma hipersónica viable o un nuevo sistema de defensa viable contra misiles que viajen a Mach 11. No contengan la respiración. No será mañana. Peor aún, Putin está convencido de que Occidente es igualmente sordo y ciego a su adicción a una deuda estadounidense de entre 36 o 37 billones de dólares, que crece a un ritmo cancerígeno.

El Instituto Schiller, junto con un número creciente de colaboradores y un público cada vez más sereno, lleva décadas convencido de esta decadencia del fin de una era, de esta adicción imperial al juego con productos “derivados financieros” siempre nuevos, de este desprecio temerario por lo que la cultura ofrece a la próxima generación. Sin embargo, su optimismo implacable y su pasión por el “mejor ángel” de la cultura occidental clásica han dado lugar a proyectos de desarrollo económico, en los que se explican los beneficios concretos de poner el ingenio humano a trabajar en proyectos reales de colaboración para que prosperen tanto los paísaes avanzados como los países en desarrollo. Su última conferencia, los días 7 y 8 de diciembre, aborda exactamente lo que se necesita para que los líderes occidentales abran los ojos, o al menos alguno de ellos. El truco está en que la gente honesta intervenga ante sus representantes públicos, como si realmente les representaran.

Si Donald Trump, con sus conocidas limitaciones estratégicas y culturales, puede reconocer la locura de pinchar al oso ruso, especialmente después de que el oso demostrara que, científica y militarmente, no fanfarronea, entonces cualquier ciudadano que cumpla el “estándar Trump” puede tomar el programa del Instituto Schiller y las lecciones del fin de semana pasado, hablar con cualquier adulto a la vista y organizar llamadas y visitas a sus pobres miembros del Congreso para detener el lanzamiento de misiles estadounidenses de largo alcance a Rusia desde Ucrania. ¿Por qué debería ser Trump el único en enviar un mensaje a Moscú de que sería bueno estar vivo el 20 de enero?

El siguiente paquete ya está circulando entre algunos miembros del Congreso de EU:

Volante de una página (en inglés) para despertar a tu congresista y a tus vecinos

- Los cuatro paneles de la conferencia del Instituto Schiller del 7 y 8 de diciembre, “En el espíritu de Schiller y Beethoven, ¡todos los hombres volverán a ser hermanos!”.

- El diálogo semanal de ayer con la fundadora y dirigente del Instituto Schiller, Helga Zepp-LaRouche, titulado “El Instituto Schiller atraviesa la niebla de la guerra”

- Participa en la 80ª  reunión semanal consecutiva de la Coalición Internacional por la Paz este viernes 13 de diciembre.

 

Para mayor información escriba a preguntas@larouchepub.com

 

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