Los diez principios: la opción de la inmortalidad
25 de abril de 2025 (EIRNS) — Este es un momento en el que el velo de la ilusión de los “acontecimientos en curso” se descorre temporalmente para revelar de forma repentina y breve el rostro de la historia. El fallecimiento del Papa Francisco el pasado lunes de Pascua, en un momento de especial turbulencia en el mundo, ha brindado a miles de millones de personas —no solo a los 1400 millones de católicos del mundo, sino también a los habitantes de los países en los que residen y a otros— una oportunidad única para reflexionar sobre la inmortalidad, un tema que suele ser inaccesible para las masas, en gran parte debido a la “cultura popular”.
Es totalmente apropiado y pertinente que aquellos cuya fe se extiende al menos a la convicción de que las grandes ideas, junto con el amor, son la fuerza más poderosa del mundo, aprovechen este momento para iniciar una conversación sobre por qué la vida humana tiene una importancia sagrada para el universo. Los Diez Principios para una Nueva Arquitectura Internacional de Seguridad y Desarrollo, de Helga Zepp-LaRouche, leídos ahora, y antes de la Conferencia del Instituto Schiller del 24 al 25 de mayo, “Una hermosa visión para la humanidad en tiempos de gran turbulencia”, pueden entenderse con algo más de claridad y tomarse de forma más personal, ahora mismo, que en cualquier otro momento. Independientemente de los antecedentes de cada uno, los Diez Principios pueden situar a cualquier persona del mundo que los estudie en este momento al nivel de las deliberaciones, en el centro intelectual del diálogo que debe y tiene que continuar en las próximas semanas, en las instituciones de la Presidencia y el Papado.
En las próximas semanas, durante las cuales los cardenales de la Iglesia de Roma se reunirán en cónclave para elegir un nuevo Papa, los Presidentes de Rusia, China y Estados Unidos, así como los sectores competentes de sus respectivos gobiernos, también deberán entrar en un nivel más elevado de deliberación sobre la guerra y la paz que el que ha caracterizado sus interacciones desde el 20 de enero, cuando Trump asumió nuevamente la presidencia de Estados Unidos. ¿Cómo podemos nosotros, que no estamos directamente involucrados, garantizar que los intereses de los pobres y los desposeídos del mundo, los miles de millones que viven en los márgenes y que representan la mayor fuente de riqueza del planeta, no solo estén representados, sino que también se transformen en estas próximas semanas?
Un pasaje de la encíclica Pacem in terra (Paz en la tierra), del Papa Juan XXIII, de 1963, en su sección 53, “El propósito de la autoridad pública es el logro del bien común”, dice: “Todos los individuos y grupos intermedios tienen el deber de prestar su colaboración personal al bien común. De donde se sigue la conclusión fundamental de que todos ellos han de acomodar sus intereses a las necesidades de los demás, y la de que deben enderezar sus prestaciones en bienes o servicios al fin que los gobernantes han establecido, según normas de justicia… Los gobernantes, por lo tanto, deben dictar aquellas disposiciones que, además de su perfección formal jurídica, se ordenen por entero al bien de la comunidad o puedan conducir a él”. Y continúa diciendo, en el apartado 54: “La razón de ser de cuantos gobiernan radica por completo en el bien común”.
Las ideas del bienestar general, la armonía de intereses y la responsabilidad del gobierno ante el pueblo están todas contenidas en este pasaje. Aunque estas ideas, fundamentales en la intervención del Papa ante el Presidente John F. Kennedy y el Primer ministro soviético Nikita Jruchov para detener la guerra nuclear, puedan parecer ahora muy por encima del “nivel intelectual” de ciertos gobiernos, no debe ser así. El dominio de estas ideas, con el fin de mejorar el mundo en el poco tiempo que nos queda, es una tarea para la que la Organización LaRouche se ha orientado desde sus inicios.
Ya se trate de desempleados beneficiarios de la asistencia social, miembros de bandas, estudiantes universitarios o trabajadores de fábricas, desde los primeros días de su campaña de divulgación masiva en la década de 1970 dirigida a “la gente corriente de la calle”, la Organización LaRouche exigió, en sus publicaciones y acciones, el más alto nivel de compromiso intelectual a todos y cada uno de sus lectores. Sabíamos lo que insistía Frederick Douglass: la educación abolió la esclavitud. Se esperaba que los ciudadanos se enfrentaran y dominaran lo que se les exigía saber, que hicieran lo que deseaban hacer y que, de ese modo, se convirtieran en lo que se les exigía ser para cambiar el mundo con éxito.
Además de ser auspiciada por el Instituto Schiller, la conferencia del 24 y 25 de mayo está copatrocinada por la Junta Internacional de Comités Laborales, la organización “semilla” de la que surgieron todos los demás esfuerzos de LaRouche. El difunto economista y estadista Lyndon LaRouche, en su documento de 1977 titulado “¿Qué son realmente los comités laborales? Las lecciones de Erasmo y Franklin”, explicaba: “Si estás a favor del progreso tecnológico en la expansión de la industria y la agricultura, y defines los intereses vitales de las naciones en esos términos, y si consideras que el poder del hombre para crear y asimilar el conocimiento científico para la perfección de nuestra especie es la distinción inviolable entre el hombre y las bestias inferiores, entonces los Comités Laborales son una ayuda indispensable para la causa que defiendes, sea cual sea tu afiliación política”.
En cuanto al Papa Francisco, a quien muchos criticaron con razón, consideren este pasaje de lo que dijo en Pascua, su último día en la Tierra. “El amor ha vencido al odio, la luz a las tinieblas y la verdad a la mentira. El perdón ha vencido a la venganza. El mal no ha desaparecido de la historia; permanecerá hasta el final, pero ya no tiene el dominio; ya no tiene poder sobre quienes aceptan la gracia de este día... En este día, me gustaría que todos volviéramos a tener esperanza y a renovar nuestra confianza en los demás, incluso en aquellos que son diferentes a nosotros o que vienen de tierras lejanas, con costumbres, formas de vida e ideas desconocidas. ¡Porque todos somos hijos de Dios!”. Fíjense en cómo pasó ese último día, incluyendo su recorrido por la plaza de San Pedro y su saludo a la gente. Hijo de un ferroviario, solía hablar de las personas como “empalmes”: “Un empalme conecta, permite el paso de... un ramal a otro; quienes actúan como empalmes no solo piensan por sí mismos, sino que multiplican las relaciones y los proyectos compartidos, sabiendo que el bien de las personas y de las comunidades, a todos los niveles, pasa por el bien de todos”.
La anomalía de la existencia humana es que un hombre o una mujer, imperfectos y débiles, pueden “en un instante, en un abrir y cerrar de ojos”, tocar el rostro de la inmortalidad. Los fundadores de Estados Unidos lo hicieron en su Declaración de Independencia. Cruzar el empalme entre la mortalidad y la inmortalidad, en la promoción del bienestar general de la humanidad, es la tarea y la “bella visión para la humanidad” que es el tema apropiado de las deliberaciones de la conferencia del 24 al 25 de mayo, y de los demás debates que caracterizarán nuestro mundo en los próximos días, si así lo decidimos.
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