EL FASCISMO AMENAZA DE NUEVO

por Lyndon H. LaRouche

Ahora que podríamos albergar la esperanza de que el vicepresidente Dick Cheney y sus neoconservadores por fin van para afuera, la una nueva amenaza estratégica que le queda a los Estados Unidos de América hoy emana de la infame Sociedad Fabiana de la Gran Bretaña liberal. Dicha sociedad es la principal cómplice y ama virtual del vicepresidente Cheney y de su cómplice, el imperialista y liberal primer ministro de la Gran Bretaña, Tony Blair. La nueva amenaza abierta contra los EU tiene su expresión en aquéllos en Europa, que contemplan emplear como su herramienta a una Unión Europea ampliada y en expansión permanente, bajo la influencia del Blair de Londres, de la compinche de Cheney, la baronesa Liz Symons, y del abiertamente fascista técnico imperialista Robert Cooper. Esa es la función imperial asignada a una crecida colección antiamericana de estados cada vez más fracasados, la virtual Torre de Babel que salió a relucir en una reciente elección de la nueva Unión Europea.

En estas circunstancias, el gran desafío que encara la convención nacional demócrata de fines de julio es lanzar una campaña para las elección federal general de noviembre del 2004, que pondrá en el poder, no sólo a un presidente nuevo apropiado, sino también a una combinación ganadora de congresistas elegidos tanto demócratas como republicanos, una combinación que funcionará en cooperación con el nuevo presidente, como pasó con el Congreso en el Gobierno de Franklin Delano Roosevelt.

Hoy, cuando el mundo y los EUA se balancean al borde de la mayor crisis monetario-financiera mundial de la historia moderna, necesitamos una nueva cualidad de Gobierno de los EUA. Necesitamos, absolutamente, un nuevo gobierno que esté calificado tanto en lo intelectual como en su compromiso, para sacar al planeta que esta nueva crisis arruinó, del modo que Roosevelt salvó al mundo de la tiranía mundial fascista que hubiera conquistado el mundo si no fuera por unos EUA dirigidos por Roosevelt en el período de 1932-1945, hasta la muerte prematura de ese presidente.

La razón válida más importante para tener optimismo acerca del futuro del mundo, de tomar posesión un nuevo gobierno semejante en enero de 2005, es que el mundo en la actualidad necesita con desesperación un liderato inspirador de un nuevo gobierno posterior a Bush, que siga el modelo de la memoria y el espíritu de Roosevelt.

De no escogerse un vencedor con estas cualidades en las elecciones de noviembre, la propagación de una nueva tiranía fascista imperialista liberal de Londres en control de la Unión Europea tendría una función de liderato cada vez mayor en los asuntos mundiales, al igual que el el asenso de Mussolini y Hitler al poder ya había prácticamente asegurado esa toma fascista de una Europa Occidental y Central continental que llevó a la Segunda Guerra Mundial al momento de la toma de posesión de Roosevelt. Este peligro ha de reconocerse del modo que sólo es típico del papel influyente que ahora tiene el dogma francamente fascista e imperialista de Robert Cooper y los "eurosocialistas" al seno de la Unión Europea. Es un peligro inherente al desconsolador potencial de un caos electoral en la Unión Europea, bajo los inevitables efectos de corto plazo de cualquier aproximación a las normas actuales de austeridad fiscal neoschachtiana. Las políticas fascistas promovidas en la órbita de la Unión Europea, desde el Londres de Blair, ya están tomando vuelo allí, si no es que representan ya fuerzas consolidadas en el poder.

El peligro todavía no es irreversible, pero la amenaza crece y se difunde, como demuestran las recientes elecciones que la Unión Europea está deviniendo, de hecho, un agregado de "estados fallidos".

El peligro no yace en la cultura europea como tal. Después de todo, la cultura de los propios EU fue entonces, en los tiempos de Roosevelt, y ahora, de manera predominante, una muestra de lo mejor que trajimos a este continente desde Europa. El problema es que, bajo el impacto de esa hegemonía imperial angloholandesa prolongada contra la que peleamos por nuestra propia independencia nacional, Europa sigue aún, hasta la fecha, dominada por sistemas de gobierno que todavía tienen que liberarse del todo de los efectos que irradió ese Tratado de París de 1763, que estableció a la Compañía de las Indias Orientales británica angloholandesa de Lord Shelburne y otros como la potencia financiera oligarca imperial hegemónica en Europa. Esa fue la raíz histórica esencial de las dos guerras mundiales del siglo pasado, y es la raíz de las condiciones que conducen a la inminente ruina económica del del actual sistema financiero-monetario mundial hoy.

En esta convención demócrata, tenemos que regresar el reloj a las políticas anticolonialistas y relacionadas que el presidente Franklin Roosevelt tenía en mente para el mundo de la posguerra, hasta que nos fuera arrebatado al momento de su muerte. Tenemos que decidirnos a convertirnos, una vez más, en lo que, como nación, fuimos creados para ser; un templo de libertad y justicia, y un faro de esperanza para toda la humanidad.

El peligro es terriblemente grande, pero la oportunidad de construir un futuro de paz y prosperidad es grande, y nosotros, de los EUA, tenemos la bendición de contar con la responsabilidad de dar esos primeros pasos que ayudarán a poner a un mundo amenazado de vuelta, una vez más, en el sendero de la paz y el progreso, un mundo mejor a establecer entre una comunidad mundial de pueblos y naciones perfectamente soberanos.

Nuestra tarea no sólo es forjar una coalición de las mejores tradiciones de nuestros dos partidos principales, del modo que expresara esto la coalición de Roosevelt, sino diseñar el tipo de nueva Presidencia y una nueva asociación entre la Presidencia, el Congreso y los estados federales que pueda destapar el poder del genio nacional especial implícito en la creación de nuestra república constitucional federal.

El Partido Demócrata debe aceptar, no importa con qué tanta renuencia, hacer a un lado los miserables acuerdos transitorios de sus actuales hábitos oportunistas de afanarse por el dinero, de la política mezquina, para elevarse a la nobleza de darle un giro a esos hábitos fracasados en la toma de decisiones que, en lo principal, han gobernado y arruinado a nuestra nación a lo largo de los últimos cuarenta años.

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