¡El mundo tiene que distanciarse de la belicosidad de Pompeo contra China!
Por Helga Zepp-LaRouche, presidente del Instituto Schiller
1º de agosto — En un espeluznante discurso titulado “Communist China and the Future of the Free World” (La China comunista y el futuro del Mundo Libre) que dio el secretario de Estado de EU, Mike Pompeo, en la Biblioteca Presidencial Richard Nixon de Yorba Linda, California, el 23 de julio, pidió nada menos que la ruptura total con China y la creación de una alianza internacional en contra de China, con la clara intención de provocar un cambio de régimen en Pekín. Si el mundo ha aprendido algo de la prehistoria de las dos guerras mundiales del siglo 20, es la constatación de que esa construcción sistemática de una imagen enemiga es siempre parte de una preparación urgente para la guerra. Todas la fuerzas amantes de la paz, incluido Estados Unidos mismo, tienen que contrarrestar este peligro, antes de que sea demasiado tarde.
El hecho de que Pompeo eligiera este sitio para su discurso, en el que asevero pomposamente que la política de Nixon hacia China, que comenzó en 1971, había fracasado, es una vívida expresión del hábito de Pompeo de intentar luchar contra las verdades históricas, tal y como hace con sus colegas de partido, aliados y oponentes por igual. Afirmó que Nixon tenía razón cuando escribió en 1967 que “el mundo no puede estar a salvo hasta que China cambie”. Chas Freeman, quien acompañó a Nixon en su visita histórica a China como traductor en 1972, corrigió a Pompeo, quien había tergiversado lo que Nixon escribió en Foreign Affairs en 1967, porque Nixon escribió también, “sencillamente, no podemos permitirnos dejar a China fuera de la familia de naciones por siempre”.
De hecho, el objetivo de Nixon no era cambiar el sistema político chino, sino fortalecer la posición internacional de China, ante el deterioro de las relaciones entre la Unión Soviética y China. Cuando Kissinger llegó a China en julio de 1971 (un país que todavía sufría de la agitación política de la Banda de los Cuatro), para preparar el viaje del profundamente anticomunista Nixon al año siguiente, China consideraba todavía a Estados Unidos un “tigre de papel”, y llevaría hasta 1979, tres años después del fin de la Revolución Cultural, para que Estados Unidos y China establecieran relaciones diplomáticas.
Fue solo con la admisión de China en la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001, que hubo una intención explícita de que China adoptara gradualmente también, el sistema político y económico liberal “occidental”, si quería integrarse en el comercio global.
Sin embargo, esta nunca fue la intención de China quien, aunque usó la política de reforma y apertura para colocar la política económica sobre una base de innovación permanente (China es ahora el país con más solicitudes de patentes en el mundo) se mantuvo no obstante, comprometida política y culturalmente con las tradiciones de sus 5,000 años de historia. Los viajeros pueden ver en China, en todas partes, monumentos cuidadosamente restaurados de varias épocas, desde la Gran Muralla hasta las pagodas, estatuas de Confucio y palacios, hasta templos budistas. La de China es una cultura completamente diferente de la de Estados Unidos y de Europa, y su “socialismo con características chinas” no tiene prácticamente nada que ver con el comunismo, como el que se practicó en la Unión Soviética o en la RDA, sino que más bien refleja la continua tradición de 2,000 años de confucionismo.
El Partido Comunista Chino no es, por tanto, un club de élite como el {establishment} transatlántico (que se compone de las salas de juntas de la City de Londres, Wall Street, y de las 500 compañías del DAX, “dentro del círculo del Distrito de Columbia”, o la burocracia de la Unión Europea) sino que el partido tiene 93 millones de miembros y se basa en la meritocracia. Bastante más del 90% de la población confía en el gobierno, no menos gracias al hecho de que más de 850 millones de personas han sido sacadas de la pobreza en las últimas décadas, y que el lema de Xi Jinping, de que proteger la vida es la primera prioridad, acaba de probarse en la lucha contra la pandemia del coronavirus.
En vista de la situación histórica y cultural de China, el “discurso nixoniano” de Pompeo tiene la apariencia del proverbio del “el toro (matón) en la tienda china”. Pompeo pontificó: “Cambiar el comportamiento de PCC no puede ser la misión del pueblo chino solo… Para citar las Sagradas Escrituras, pregunto, ‘¿está nuestro espíritu dispuesto pero nuestra carne es débil?’… Asegurar nuestras libertades ante el Partido Comunista Chino, es la misión de nuestro tiempo”.
Este llamamiento abierto a un cambio de régimen en Beijing y la creación de una alianza internacional contra China, no solo se acerca peligrosamente a una declaración de guerra. Cuando el ministro de relaciones exteriores de la potencia militar más fuerte se refiere a las Sagradas Escrituras como motivación de sus políticas, deben de saltar las alarmas. En un discurso que dio en una reunión llamada “God and Country Rally” (Mitin de Dios y el país) en 2015, Pompeo dijo expresamente que estaba dedicado al ‘arrebato bíblico’. Para este tipo de fundamentalismo bíblico, el supuesto del Armagedón es parte de la estructura de creencias. Es la idea de que en “el fin de los tiempos”, todos los Verdaderos Creyentes serán arrebatados al Cielo, mientras que el resto del mundo perecerá.
Por otra parte, Pompeo admitió, en un debate en la Universidad A&M de Texas, que como director de la CIA defendió la filosofía de “mentimos, engañamos, robamos. Tuvimos cursos completos de entrenamiento. Te recuerda a la gloria del experimento americano”. Así que con Pompeo, nunca puedes estar seguro de si realmente acepta un Armagedón como resultado de su política, o si simplemente está mintiendo de nuevo. Pero en el caso de Elmer Gentry, uno tampoco sabía realmente, hasta el amargo final. Una cosa es clara: Pompeo contribuyó al hecho de que las mentiras sobre el Rusiagate pudieran continuar por tres años, al suprimir la prueba forense que le presentó Bill Binney en 2017, de que no hubo hackeo ruso.
En cualquier caso, las diatribas contra China, de los Pompeos, los Espers, Navarros, y Bannons que rodean al Presidente Trump y los medios de comunicación, tienen un efecto peligroso en las opiniones del pueblo estadounidense. De acuerdo con un estudio realizado por el Pew Research Center, tres cuartas partes de todos los estadounidenses creen ahora que China es responsable de la propagación mundial del coronavirus y más del 60% creen que China ha reaccionado de manera insuficiente a este brote. En contraste, hay un consenso generalizado entre los científicos médicos y doctores a nivel internacional, de que China ha establecido nuevos estándares en el combate a la pandemia.
Si bien el Presidente Trump había expresado a menudo respeto por China, y admiración por la cultura china, y habló de “mi amigo Xi Jinping” al comienzo de su mandato, el tono del establecimiento militar cambió más recientemente con la “Estrategia de Defensa Nacional” de 2018, que considera a China un competidor estratégico y una potencia revisionista.
Ahora se la está representando como un oponente, un enemigo, y como la mayor amenaza. El motivo de esto no fue algo en la política china que lo justificara, sino el rápido crecimiento económico de China, y el atractivo obvio del modelo chino, que China ha ofrecido a los países en desarrollo con su “Iniciativa de la Franja y la Ruta”, la Nueva Ruta de la Seda. El presidente Xi y otros funcionarios del gobierno han destacado en incontables discursos, que su intención no es reemplazar a Estados Unidos como potencia hegemónica, sino que China trata de alcanzar una asociación basada en el respeto a la soberanía y a los sistemas sociales diversos.
Cuando quedó claro desde marzo de este año cuando menos, que China no solo sabía cómo contener la pandemia mucho mejor que Estados Unidos (y que la mayoría de los países occidentales), sino que también fue el único país que fue capaz, una vez más, de lograr crecimiento positivo, se intensificaron los ataques. Comenzando con los ex jefes del MI6, sir Richard Dearlove y John Sawers, y luego con todo el coro neoconservador del gobierno de Trump, se declaró cada vez más ruidosamente a China como responsable de la propagación de la pandemia; la Sociedad Henry Jackson, con sede en Londres, incluso tuvo la presunción de exigir a China $ 9 billones de dólares por los daños. Un documento de estrategia electoral del Partido Republicano recomienda que los candidatos al Senado no defiendan a Trump, sino que responsabilicen a China por la pandemia.
Como era de esperarse, el tono de la reacción de China se ha agudizado drásticamente. Varios artículos advirtieron que no se deberían repetir los errores de los 1910 y 1930, y que China tenía que expandir su arsenal nuclear como el único medio que podría poner límites a la arrogancia estadounidense.
Tiene que quedar claro a toda persona pensante que el futuro de todo el mundo dependerá, en gran medida, de si Estados Unidos responde al inevitable ascenso de China, tratando desesperadamente de parar ese desarrollo, lo cual solo puede llevar a la Tercera Guerra Mundial, o si se unirán la dos mayores economías del mundo, para trabajar juntas con el resto del mundo para enfrentar los desafíos mayores como la pandemia, la crisis económica, el hambre y la pobreza en el mundo. La peligrosa campaña de odio de Pompeo contra China debe ser rechazada.