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AFGANISTÁN EN LA ENCRUCIJADA

¿Cementerio de imperios o comienzo de una nueva era?

Declaración de Helga Zepp LaRouche, presidente del Instituto Schiller Internacional

10 de julio de 2021 

Después de la apresurada retirada de las tropas estadounidenses y de la OTAN de Afganistán (las tropas de Estados Unidos, a excepción de unas pocas fuerzas de seguridad, salieron en la oscuridad de la noche sin informar a los aliados afganos) este país se ha convertido, por el momento pero probablemente no por mucho tiempo, en el teatro de la historia mundial. Las noticias siguen llegando: sobre el terreno, las fuerzas talibanes están logrando rápidos avances territoriales en el norte y noreste del país, lo que ya ha causado tensión y preocupación considerables en Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán, y han capturado la ciudad de la frontera occidental Islam Qala, que maneja importantes flujos comerciales con Irán. Al mismo tiempo, existe una intensa actividad diplomática entre todos los países cuyos intereses de seguridad se ven afectados por los acontecimientos en Afganistán: Irán, Pakistán, India, Rusia, China, por nombrar sólo los más importantes. 

¿Se puede encontrar una solución entre los afganos? ¿Se puede impedir una guerra civil entre el gobierno afgano y los talibanes? ¿Se pueden disolver los grupos terroristas, como Al-Qaeda, o el Estado Islámico de Iraq y Siria (EIIS) que está comenzando a recuperar el control en el norte? ¿O continuará la guerra entre las facciones afganas, y con ella, la expansión creciente de la producción de opio y su exportación, junto con la amenaza global del terrorismo islámico? ¿Se hundirá Afganistán una vez más en la violencia y el caos y se convertirá en una amenaza no solo para Rusia y China, sino incluso para Estados Unidos y Europa? 

Para responder a estas interrogantes en un sentido positivo, es fundamental que Estados Unidos y Europa primero respondan a la pregunta, con una cruda honestidad, de cómo la guerra en Afganistán llegó a ser un fracaso tan catastrófico. Una guerra librada por un total de 20 años por Estados Unidos, la potencia militar más fuerte del mundo, junto con fuerzas militares de otras 50 naciones. Perdieron la vida más de 3.000 soldados de la OTAN y fuerzas aliadas, entre ellos 59 soldados alemanes, y un total de otras 180.000 personas, incluidos 43.000 civiles. Esto tuvo un costo financiero para Estados Unidos de más de $2 billones de dólares y de 47 mil millones de euros para Alemania. Veinte años de horror en los que, como es habitual en la guerra, todos los bandos se vieron envueltos en atrocidades con efectos destructivos a sus propias vidas, como los numerosos soldados que llegaron a casa con trastornos de estrés postraumático y no han podido afrontar la vida desde entonces. La población civil afgana, después de 10 años de guerra con los soviéticos en la década de 1980, seguida de un pequeño descanso, tuvo que sufrir otros 20 años de guerra con una serie de tormentos casi inimaginables. 

Desde un principio estaba claro que esta guerra no se podía ganar. La implementación de la cláusula de defensa mutua de la OTAN en virtud del artículo 5 después de los ataques terroristas del 11 de septiembre se basó en la suposición de que Osama bin Laden y el régimen talibán estaban detrás de esos ataques, lo que justificaría así la guerra en Afganistán. 

Pero como señaló repetidamente en el 2014 el senador estadounidense Bob Graham, presidente de la "Investigación conjunta sobre las actividades de la comunidad de inteligencia antes y después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001", los dos últimos Presidentes de Estados Unidos entonces, Bush y Obama, suprimieron la verdad sobre quién había encargado el 11 de septiembre. Y fue solo debido a esa supresión que se hizo posible la amenaza al mundo del EIIS. 

Graham dijo en una entrevista en el 2014 en Florida: 

“Sigue habiendo algunas historias no contadas, algunas preguntas sin respuesta sobre el 11 de septiembre. Quizás la pregunta más fundamental es: ¿Se llevó a cabo el 11 de septiembre por 19 individuos, operando de forma aislada, quienes, durante un período de 20 meses, pudieron tomar las líneas generales de un plan que había sido desarrollado por Osama bin Laden, y convertirlo en un plan de trabajo detallado; para luego poner en práctica ese plan; y finalmente, ejecutar un conjunto de tareas asignadas extremadamente complejas? Pensemos en esas 19 personas. Muy pocas de ellas sabían hablar inglés. Muy pocas de ellas habían estado antes en Estados Unidos. Los dos presidentes de la Comisión del 11-S, Tom Kean y Lee Hamilton, han dicho que creen que es muy improbable que esas 19 personas pudieran haber hecho lo que hicieron, sin algún apoyo externo, durante el período que estuvieron viviendo en Estados Unidos. Estoy totalmente de acuerdo…. ¿De dónde obtuvieron su apoyo? " 

Esta pregunta aún no ha sido respondida de manera satisfactoria. La aprobación de la Ley JASTA (Justicia contra los Estados patrocinadores del terrorismo) en Estados Unidos, la divulgación de las 28 páginas previamente clasificadas como secreto confidencial en el Informe de Investigación Conjunta del Congreso sobre el 11 de septiembre que se mantuvo en secreto durante tanto tiempo, y la demanda que las familias de las víctimas del 11 de septiembre presentaron contra el gobierno saudí aportaron pruebas suficientes del apoyo financiero real para los ataques. Pero la investigación de todas estas pistas se retrasó con medios burocráticos. 

La única razón por la que se mencionan aquí las inconsistencias en torno al 11 de septiembre es para señalar el hecho de que toda la definición del enemigo en esta guerra fue, en realidad, incorrecta desde el principio. En un libro sobre Afganistán publicado en 2010 por el Movimiento de Derechos Civiles Solidaridad de Alemania (BüSo, por sus siglas en alemán), señalamos que una guerra en la que el objetivo no se ha definido correctamente, difícilmente se puede ganar, y exigimos, en ese momento, la inmediata retirada del ejército alemán. 

Esta guerra debió terminar, a más tardar en 2019, luego de que el Washington Post publicó las 2.000 páginas de los "Documentos de Afganistán", bajo el título "En guerra con la verdad". Ahí revelaron, que esta guerra había sido un desastre absoluto desde el principio y que todas las declaraciones hechas por las fuerzas armadas de Estados Unidos, sobre el supuesto avance logrado, eran mentiras deliberadas. El periodista investigador Craig Whitlock, quien publicó los resultados de sus tres años de investigación, entre ellos los documentos obtenidos en virtud de la Ley de Libertad de Información (FOIA, por sus siglas en inglés) y de declaraciones de 400 personas con acceso a información privilegiada, demostró la absoluta incompetencia con la que se libró esta guerra. 

Luego vinieron las impresionantes declaraciones del teniente general Douglas Lute, el zar de Afganistán bajo las administraciones de Bush y Obama, quien en una audiencia interna ante la "Oficina del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán" en el 2014, dijo: "Nosotros carecíamos de una comprensión fundamental de Afganistán, no sabíamos lo que estábamos haciendo… ¿Qué estamos tratando de hacer aquí? No teníamos la más remota idea de lo que estábamos emprendiendo ... Si el pueblo estadounidense supiera la magnitud de esta disfunción... ¿quién diría que todo fue en vano?". 

Después de la publicación de estos documentos, no pasó nada. La guerra continuó. El Presidente Trump intentó llevar a las tropas a casa, pero su intento fue esencialmente socavado por las fuerzas armadas estadounidenses. Solo ahora que la prioridad se ha desplazado al Indo-Pacífico y a la contención de China y el cerco de Rusia, se puso fin a esta guerra absolutamente inútil, al menos en lo que respecta a la participación de fuerzas extranjeras. 

El 11 de septiembre trajo al mundo no solo la guerra de Afganistán, sino también, unas semanas más tarde, la Ley Patriota, y con ella el pretexto para el estado de vigilancia sobre el que Edward Snowden arrojó luz. Esa ley revocó una parte significativa de los derechos civiles que se encontraban entre los logros más destacados de la Revolución Americana consagrados en la Constitución de Estados Unidos y socavó la naturaleza de Estados Unidos como república. 

Al mismo tiempo, los cinco principios de la coexistencia pacífica, que son la esencia del derecho internacional y de la Carta de la ONU, fueron sustituidos por un énfasis cada vez mayor en el “orden basado en reglas”, que manifiesta los intereses y la defensa de los privilegios de la casta dominante en la región transatlántica. Dos años antes, ya Tony Blair había marcado la pauta para este rechazo de los principios de la Paz de Westfalia y del derecho internacional, en su discurso infame en Chicago, EU, que dio la justificación teórica para las “guerras sin fin”, es decir, las guerras de intervención que se llevaron a cabo con el pretexto de la mentada “responsabilidad de proteger” (R2P, por su acrónimo en inglés), un nuevo tipo de cruzadas, en la que se supone que los “valores occidentales”, la “democracia” y los “derechos humanos”, se transfieren, ya sea por medio de espadas o drones y bombas, a otras culturas y naciones que provienen de civilizaciones con tradiciones completamente diferentes. 

Por consiguiente, el desastroso fracaso de la guerra en Afganistán  —luego del fracaso de las guerras anteriores, la guerra de Vietnam, la guerra en Iraq, la guerra en Libia, la guerra en Siria, la guerra en Yemen— tiene que convertirse urgentemente en el punto de inflexión para dar un giro completo en la dirección de los últimos 20 años. 

Desde que se desató la pandemia de COVID-19, cuando menos, un brote que era absolutamente previsible y que Lyndon LaRouche había pronosticado en principio ya en 1973, se debió haber iniciado un debate fundamental sobre los axiomas equivocados del modelo liberal occidental. La privatización de todos los aspectos de los sistemas de salud ciertamente ha reportado ganancias lucrativas a los inversionistas, pero el daño económico que se causó, y el número de muertes y problemas de salud de largo plazo, han puesto en evidencia de manera brutal los puntos débiles de estos sistemas. 

La turbulencia estratégica causada por la retirada de las tropas de la OTAN de Afganistán, ofrece una oportunidad excelente para reevaluar la situación, para corregir la dirección política y para una nueva política orientada hacia una solución. La larga tradición de manipulación geopolítica en esta región, en la que Afganistán representa en cierto modo la interfaz que va desde el “Gran Juego” del siglo 19 del imperio británico al “arco de crisis” de Bernard Lewis y Zbigniew Brzezinski, es necesario enterrarla de una vez por todas, para nunca revivirla. En su lugar, todos los vecinos de la región, Rusia, China, India, Irán, Pakistán, Arabia Saudita, los Estados del Golfo y Turquía, deben integrarse en una estrategia de desarrollo económico que represente el interés común entre estos países, una estrategia que esté definida por un orden superior, y que sea más atractiva que la continuación de los supuestos intereses nacionales. Este nivel superior representa el desarrollo de una infraestructura transnacional, la industrialización a gran escala y una agricultura moderna para todo el Sudoeste de Asia, como lo presentaron en 1997 la Executive Intelligence Review (EIR) y el Instituto Schiller en varios informes especiales y luego en un estudio titulado “The New Silk Road Becomes the World Land-Bridge” (La Nueva Ruta de la Seda se vuelve el Puente Terrestre Mundial). Además existe un estudio integral ruso del 2014, que Rusia, siendo miembro del G8 tenía la intención de presentar en la cumbre, antes de que el país fuese excluido del grupo. 

En febrero de este año, los ministros de Relaciones Exteriores de Pakistán, Afganistán y Uzbekistán llegaron a un acuerdo para construir una red ferroviaria desde Taskent, la capital de Uzbekistán, pasando por Mazarí Sharif y Kabul, en Afganistán, hasta Peshawar en Pakistán. En abril hicieron una solicitud de financiamiento al Banco Mundial para esto. Al mismo tiempo, Pakistán y Afganistán acordaron la construcción de una autopista, el Corredor Económico del Paso Jáiber, entre Peshawar, Kabul y Dusambé. Esto funcionará como la continuación del Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), un proyecto ejemplar de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR). 

Estas líneas de transporte deben desarrollarse para que sean corredores de desarrollo eficientes y una conexión de este a oeste entre China, Asia Central, Rusia y Europa, así como una red de infraestructura de norte a sur desde Rusia, Kazajstán y China hasta Gwadar, Pakistán, en el Mar Arábigo; se tienen que instrumentar todas. 

Todos estos proyectos presentan desafíos de ingeniería considerables (solo tomen en consideración la totalidad del paisaje escarpado de grandes partes de Afganistán) pero con la visión compartida de eliminar la pobreza y el subdesarrollo, junto con la experiencia y la cooperación de los mejores ingenieros de China, Rusia, Estados Unidos y Europa, realmente se pueden “mover montañas” en un sentido figurado. Con la combinación del Banco Mundial, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), el Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS (Brasil, Rusia, India, China, y Sudáfrica), el Fondo de la Nueva Ruta de la Seda, y prestamistas nacionales se podrían conseguir las necesarias líneas de crédito. 

Una perspectiva de desarrollo como esta, que incluya a la agricultura, también sería una alternativa a la enorme producción de drogas que atormenta a esta región. En este momento, más del 80% de la producción global de opio proviene de Afganistán, y alrededor de un 10% de la población local es adicta actualmente, mientras que Rusia, no hace mucho tiempo definió como su mayor problema de seguridad nacional las exportaciones de drogas desde Afganistán, por lo cual hasta el 2014 morían 40.000 personas al año en Rusia. Hacer posible una alternativa al cultivo del opio es de interés fundamental para todo el mundo. 

La pandemia de COVID-19 y la amenaza de pandemias futuras ha puesto de relieve de manera dramática la necesidad de construir sistemas de salud modernos en cada uno de los países de la Tierra, si es que queremos evitar que las naciones más olvidadas se conviertan en terreno fértil para nuevas mutaciones de los virus, cosa que abatiría todos los esfuerzos que se han hecho hasta ahora. La construcción de hospitales modernos, el entrenamiento del personal médico y los requisitos necesarios de infraestructura son por lo tanto de gran interés para todos los grupos políticos de Afganistán y de todos los países de la región, como también para todos los llamados países en desarrollo.

Por todas esas razones, el desarrollo futuro de Afganistán representa una encrucijada en el camino de toda la humanidad. Al mismo tiempo, es una demostración perfecta de la oportunidad que hay en la aplicación del principio de Nicolás de Cusa de la Coincidentia Oppositorum, la coincidencia de los opuestos. Quedándose en el nivel de las contradicciones de los supuestos intereses de todas las naciones interesadas, India-Pakistán, China-EU, Irán-Arabia Saudita, Turquía-Rusia, no hay soluciones. 

Si, por otro lado, se toma en consideración los intereses comunes de todos —derrotar al terrorismo y la plaga del narcotráfico, una victoria duradera al peligro de las pandemias, acabar con la crisis de refugiados— entonces las soluciones son evidentes. El aspecto más importante, sin embargo, es el aspecto del rumbo que como humanidad decidamos tomar, sea que queramos hundirnos más en una era de tinieblas, y que pongamos en riesgo potencial nuestra vida como especie, o que queramos forjar juntos un verdadero siglo humano. En Afganistán, es más cierto que en cualquier otra parte del mundo: ¡desarrollo, es el nuevo nombre de la paz!

 

Para mayor información escribir a preguntas@larouchepub.com

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