Escritos y discursos de Lyndon LaRouche
¡Dios me ha bendecido!
por Lyndon H. LaRouche, Jr.
Puesto que soy actualmente la única persona a la vista con las calificaciones intelectuales para ser elegido a la Presidencia de los Estados Unidos en noviembre de 2004, es importante que comparta mi estimación de mi situación personal no sólo con los ciudadanos de los Estados Unidos, sino con los otras naciones cuya suerte pueda verse afectada significativamente por la opción probable del próximo presidente estadounidense. La coyuntura histórica en que debe ubicarse cualquier discusión competente del tema en este momento es el desplome, ya en marcha, del sistema monetario y financiero internacional aún imperante, mas ya perdido. Todo ha cambiado ya, y de manera fundamental, en relación a como eran las cosas hace diez años, o aun cinco. Los que pensaron que entendían cómo funciona el mundo, allá en las elecciones estadounidenses de 1992 y 1996, deben aceptar el hecho de que este mundo ya no es el mismo que creía la mayoría de la gente del mundo, durante los ocho años de la presidencia de William Clinton. Los nacidos después de la primavera de 1945 han experimentado tres sistemas mundiales sucesivos. En la primera fase, de 1945 a 1989, el mundo estaba determinado por una combinación del conflicto con armas nucleares y la política de distensión. La segunda fase, de 1989 a 2001, fue el período postsoviético, ahora ya desintegrado, en que los Estados Unidos, la monarquía británica e Israel funcionaban en equipo, dentro del proceso de intentar consolidar un sistema mundial de "imperio de la ley" angloamericano, con nombres como "Tratado de Libre Comercio" y otras expresiones de la "globalización". El tercer período el actual surgido tras las elecciones presidenciales del 7 de noviembre de 2001 en los Estados Unidos, encuentra al sistema monetario y financiero mundial, encabezado por los Estados Unidos, sumido en la mayor crisis financiera en la historia del mundo. Ahora el mundo es presa del torbellino de la transición de ese tercer sistema, el de la llamada "globalización", a quién sabe qué cosa seguirá después. Mis anteriores campañas por la candidatura presidencial estadounidense, del período de 1975 a 2000 y hasta la fecha, se concentraron principalmente en los temas correspondientes de ese período de la historia posterior a la Segunda Guerra Mundial. En 1976 y 1980 hice campaña contra las sandeces que correctamente veía como consecuencias de la presidencia de Carter y Brzezinski. En las campañas de 1984 y 1988 luché contra los peligros inherentes al proceso de desplome de la economía soviética después de 1983. En 1992, 1996 y 2000 hice mi advertencia, ya plenamente confirmada, del inminente desplome del sistema monetario y financiero mundial de 1989 a 2000. Ahora se encuentran en proceso de desintegración todos los anteriores supuestos de los principales partidos políticos y de la opinión popular de todo el período de 1946 a 2000. Así que ha habido un proceso de eliminación de todos los supuestos universalmente aceptados, contra los que advertí desde antes de 1971, e hice campaña a partir de 1971. Si bien por defecto, he resultado ser actualmente el único candidato a la vista, calificado para ser el próximo presidente de los Estados Unidos. No hay ninguna alternativa a la vista, ni es probable que se produzca una en los años que quedan hasta noviembre de 2004. Es cierto que aún hoy, a más de cincuenta años de concluida la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los líderes políticos y ciudadanos discreparían fuertemente de mis percepciones y propuestas. Eso no es prueba de que me falten cualidades como candidato; antes bien, eso acaba de confirmar que no hay rival a la vista para esa elección. El hecho de que siempre me he opuesto a la opinión prevaleciente tanto entre políticos como en la población general, debe contraponerse a las pruebas ya fehacientes de que he tenido razón visionaria en estos temas a cada paso de mi bien documentada carrera de economista y candidato presidencial. En tiempos de crisis, ¿debe nuestra nación elegir a un líder que ha acertado constantemente, o seguir la opinión popular que comparten aquellos anteriores líderes que, según demuestran ahora los hechos, casi siempre se han equivocado? Para los ciudadanos estadounidenses pensantes, y cualquier otro que seriamente piense hablar de política real, de una verdadera estrategia mundial, mi candidatura reviste una singular importancia. ¿Cuáles son mis problemas y cualidades? Recientemente cumplí mi septuagésimo noveno año de vida, y me desempeño en mis funciones actuales ochenta o más horas por semana. No sólo tengo la energía que la actual crisis me exigirá como presidente; en estos momentos me encuentro en lo que podría llamarse el cenit de mis facultades intelectuales. Al igual que cualquier candidato a ese cargo, presento ciertas posibles desventajas que se deben tener en cuenta. La única posible desventaja de mi candidatura es biológica, no intelectual. Afortunadamente, por razones genéticas y otras más, tengo una esperanza de vida de hasta unos quince años más, siempre y cuando maneje exitosamente los riesgos cardiovasculares y demás que hacen parte del proceso de la vejez. Por tanto es razonable suponer que, a falta de asesinato o algún otro trauma biológico, seguiré ejerciendo las facultades necesarias para el desempeño de un presidente de los Estados Unidos otros cinco a diez años. Le aseguro a los ciudadanos que no espero retirarme del servicio activo, a la condición de estadista anciano, hasta tener la misma edad del más famoso jefe de estado mayor militar del siglo 19, el "viejo Moltke". Hecha ya esta observación general, lo que debe ser de importancia mucho mayor para los ciudadanos presentes y futuros es la naturaleza especial de mis cualidades intelectuales. El votante inteligente debe tener en cuenta mi capacidad de seguir empleando esas cualidades; sin embargo, otra consideración mucho más importante es la naturaleza específica y excepcional del tipo de facultades intelectuales que me ponen en condición de ser el candidato más calificado para la elección de 2004. La raíz de mis excepcionales calificaciones personales es de carácter más funcional que genético. Primero, desde muy temprano en mi niñez reconocí que mis padres, maestros, compañeros y autoridades públicas, y casi todos los de esas generaciones, son mentirosos por costumbre, no porque sus mentiras emanen de una reserva de malicia personal y mientan maliciosamente, sino por llevar la contraria para evitarse problemas. "¡O aprendes a llevarte bien, o vas a meter a toda tu familia en problemas! ¡O aprendes a llevarte bien, o nunca te dejarán salir adelante! El mito al que se aferra el típico cobarde intelectual es el engaño de que las instituciones son las que deciden la suerte del individuo. La historia europea nos enseña que muchas veces es un individuo providencial, a la imagen de Jesucristo, tales como los presidentes Abraham Lincoln o Franklin Roosevelt, por ejemplo, quien determina la suerte de las instituciones, y aun la nación y la cultura entera. En ese aspecto está la clave para entender la difundida y gravísima deficiencia moral que hasta ahora ha sido común entre la gran mayoría de mis conciudadanos, tanto los que van a la iglesia como los que no. Mi terca negativa a someterme a "lo que se espera de mí", hasta saber si esa instrucción era correcta, no sólo me acarreaba choques frontales con las instituciones educativas en que me hallaba, sino que me hicieron sufrir muchos abusos personales. Sin embargo, esa terquedad fue recompensada por una creciente capacidad de distinguir entre verdad e ilusión o mentira. Tanto para mis compañeros como para las autoridades pertinentes, yo era el "pollo negro" en lo que a menudo era un corral de gallinas blancas, cluecas y sumisas. Sin embargo, fue precisamente mi insistencia en lo que mis compañeros y autoridades veían como una actitud combativamente socrática hacia la opinión arbitraria, que se convirtió en el terreno fértil indispensable para el florecimiento de todos mis logros intelectuales específicos y otros relacionados. EL mundo general, al igual que mi propia república, ha llegado ahora a momentos de profunda crisis existencial, en que todos los que aprendieron a "llevarse bien" han fracasado, y seguirán fracasando trágicamente. Es importante que por lo menos una mayoría de mis conciudadanos llegue a entender los rasgos más esenciales de mis logros especiales en este sentido. Mis calificaciones científicas, por ejemplo No sólo he amado la ciencia toda mi vida, sino que he aportado varios descubrimientos científicos propios al campo conocido como la ciencia de la economía física. Mi mala fortuna en este respecto ha sido la medida en que mis conciudadanos han sufrido de una mala educación científica en la mayoría de los sistemas educativos, especialmente en los Estados Unidos. Incluso entre aquellos científicos estadounidenses destacados que cuentan con auténticos logros en los campos de la ciencia física experimental, su trabajo, por demás excelente, muchas veces está viciado por un desorden mental inducido, muy prevalente, que se manifiesta cuando la persona se propone demostrar matemáticamente un principio científico, ya sea en el pizarrón o por métodos de cómputo digital. Desde muy temprano rechacé el argumento de que los principios puedan demostrarse por el método deductivo. Por deducción me refiero al método mal enseñado en la mayoría de las clases tradicionales de geometría euclidiana. Siempre he rechazado, casi por instinto, los métodos del empirismo, y desde la mediana adolescencia rechacé la variedad neoempirista de Kant del dogma aristotélico, el positivismo lógico y el existencialismo. Este desdén por dichas mediocridades tan populares en el ámbito académico comúnmente me causaba roces con mis colaboradores de la comunidad científica, pero nunca se demostró que estuviese equivocado en los temas que así surgían. La prueba más importante y definitiva de la importancia de mis trabajos científicos, a diferencia de las convenciones populares, es el éxito rotundo de todos los pronósticos económicos de largo plazo que he publicado a lo largo de tres décadas, incluida mi anticipación de principios de los años sesenta, de que una serie de crisis monetarias acaecidas hacia finales de esa década conducirían a la descompensación monetaria general que efectivamente acaeció a mediados de agosto de 1971. Mis descubrimientos en economía, tomada como ciencia física, a fines de los años cuarenta y principios de los cincuenta, condujeron al resultado por el que soy mejor conocido actualmente en el mundo, entre economistas y demás: el llamado método LaRouche-Riemann, en el que se han basado todos mis pronósticos de largo plazo.@s@1 Los detalles de estos descubrimientos, y su aplicación, se presentan plenamente en otros textos, en los que he identificado tanto las semejanzas como las diferencias entre mis propios descubrimientos y la definición de la llamada "biosfera" del famoso Vladimir Vernadsky.@s@2 Son principalmente dos motivos, directamente relacionados con estos descubrimientos, los que han conducido a mis éxitos en los pronósticos de largo plazo, a diferencia de casi todas las presuntas autoridades en este campo. En los casos más frecuentes, sus deficiencias son resultado de la incompetencia intrínseca de lo que se enseña como economía en las universidades de la actualidad. En otros casos distintos, en que la labor del economista es competente hasta cierto punto, la mayoría de los economistas relativamente competentes no han captado hasta ahora las repercusiones del método LaRouche-Riemann. Mi éxito en estos descubrimientos se debe del todo a la validez de mis conceptos en materia de método científico, que han sido la principal diferencia entre otros científicos y yo. Explicaré a continuación, lo más brevemente posible, el meollo del asunto. La mayoría de la opinión popular, aún hasta la fecha, comparte la creencia errónea de que los órganos sensoriales del ser humano son ventanas virtualmente transparentes de la mente, a través de los cuales conocemos el universo tal como éste existe de nuestra piel para afuera. Ese engaño se conoce como el culto a la "certeza sensorial". En contraste, cualquier avance del conocimiento científico demuestra que la realidad siempre es contraria a tal creencia. Los hechos que distinguen a la especie humana de todos los demás seres vivos, y la ponen por encima de ellos, es algo que Immanuel Kant y otros empiristas niegan que exista: la capacidad humana individual de la cognición, que marca la diferencia entre conocimiento verdadero y mero entendimiento popular. Vernadsky definió experimentalmente esta cualidad, y la denominó "noesis", que significa lo mismo que el término "cognición" correctamente empleado. Otro término que se usa a veces para identificar la noesis es "visión". Este concepto se ha difundido en la civilización europea principalmente por el método socrático de los diálogos platónicos; es el método empleado explícitamente por todos los más grandes pensadores científicos modernos, tales como el cardenal Nicolás de Cusa, fundador de la ciencia física experimental moderna. Es el mismo método que emplearon seguidores de Cusa tales como Pacioli, Leonardo da Vinci, Kepler, Leibniz, Gauss y Riemann, y también es el método mío. Desafortunadamente, debido a los muchos defectos de la educación y la cultura popular, esta importante distinción entre hombre y bestia es desconocida no sólo entre la población en general, sino también entre los adultos contemporáneos con educación universitaria. La mayoría de las víctimas de la educación superior contemporánea y la opinión popular son seguidores de las escuelas de opinión relativamente bestializadas, tales como la "certeza sensorial", el empirismo, el kantianismo, el positivismo lógico, el pragmatismo y el existencialismo, como lo fueron los reduccionistas radicales Galileo, Newton, Euler, Lambert, Lagrange, Laplace, Cauchy, Clausius y demás. Ahora explicaré brevemente este aparte, e identificaré en esos términos la importancia de mis propias cualidades de liderazgo político. El verdadero conocimiento, especialmente el conocimiento en ciencia física, es producto de reconocer la falsedad de la certeza sensorial. El conocimiento de este tipo parte del reconocimiento de las pruebas de que algún rasgo de la opinión pública generalmente aceptada, como por ejemplo el apoyo a la campaña presidencial de Al Gore en 2000, es patentemente absurdo y no puede conducir a nada bueno. Tanto en la lógica como en la ciencia física experimental estos absurdos se llaman a veces "paradojas" o, para mayor precisión terminológica, "paradojas ontológicas". Entre los ejemplos más salientes están el descubrimiento original de Kepler de la gravitación universal, en su Nueva Astronomía, de 1609, y el principio del tiempo relativista, en vez de los conceptos de tiempo de reloj, de la certeza sensorial, sucesivamente descubierto por Fermat, Huyghens, Leibniz y Riemann, entre otros. Vladimir Vernadsky aplicó el mismo principio para mostrar que la vida es un principio no derivado de los procesos no vivos, y que la cognición (noesis) es una cualidad de la mente humana que no puede derivarse de formas inferiores de la vida animal. Tales tipos de descubrimientos, de lo que correctamente pueden llamarse principios físicos universales experimentalmente validados, nacen como soluciones a paradojas ontológicas, paradojas que revelan alguna falsedad de las opiniones basadas en la certeza sensorial ("mi experiencia personal"). Estos descubrimientos ocurren como acción visionaria de una sola mente humana. Tal acción visionaria no puede ser observada por el aparato perceptivo-sensorial de otras personas; otras mentes sí pueden, empero, conocer estas visiones por medios distintos a la percepción de los sentidos. Tales actos de descubrimiento entrañan tres pasos esenciales. Primero, tiene que haber una paradoja ontológica experimentalmente demostrada, como cuando Kepler mostró la importancia de un estudio más exacto de la órbita de Marte. Segundo, tiene que haber un acto de visión cognoscitiva, como cuando Kepler descubrió el principio de la gravitación universal en tanto hipótesis de trabajo. Tercero, tiene que haber prueba experimental de índole crucial, mediante la cual se demuestra que la hipótesis es un principio físico universal válido. Es así como la primera y la última fase del descubrimiento de un principio físico universal sí acarrean el uso de los sentidos. El paso intermedio es el que escapa a la percepción sensorial. Sin embargo, si una segunda persona experimenta el mismo acto visionario que condujo a la generación de la hipótesis exitosa, ambas personas saben entonces que comparten la experiencia de un acto de cognición. Vernadsky, al igual que otros anteriores, reconoció el hecho de la existencia de un principio físico universal de cognición humana, y lo demostró de una manera estrictamente científica, concreta, de especial importancia para nuestros días. Mi propio descubrimiento en este respecto fue algo más allá; ese carácter especial y trascendencia del descubrimiento que efectué inicialmente hace muchas décadas, guarda especial relevancia con mi singular competencia como candidato presidencial en estos tiempos de crisis. El progreso cultural de la especie humana en la civilización europea desde Egipto ha dependido de la transmisión acumulada de actos originales de descubrimiento de principios universales, comunicados de generación en generación. La transmisión cultural de dichos actos cognoscitivos, a través de generaciones suvesivas, es lo que distingue a las verdaderas culturas humanas de los rasgos de conducta de especies y variedades animales. Así que, aunque Vernadsky acierta hasta donde él llega, cuando muestra el impacto de tales descubrimientos individuales de principio (noesis) en la relación entre el hombre y la naturaleza, su argumento se queda corto de un punto adicional indispensable que hay que señalar. Lo que define las culturas humanas no son los descubrimientos individuales como tales, sino el impacto de la transmisión generacional de la experiencia cognoscitiva de descubrimientos de principios. Esas clases de ideas, transmitidas de tal forma entre generaciones y dentro de cada una, tienen un efecto de cualidad análoga al linaje genético de tipos particulares de especie animal; análoga, pero de orden distinto, superior. No es el legado genético de un ser humano individual lo que determina la calidad de esa mente individual; es el desarrollo cognoscitivo de esa mente lo que produce el efecto de elevar intelectualmente al individuo, a la calidad de una espcie relativamente superior a otras personas de mismo linaje genético, sin el mismo desarrollo cognoscitivo. Todas esas distintivas ventajas intelectuales que poseo, como lo refleja mi éxito único como pronosticador económico de largo plazo, son resultado de mi terca insistencia en el principio de la veracidad con que me he comprometido, a diferencia de la mayoría de mis semejantes y los de generaciones posteriores más jóvenes. El caso de Tomás Moro Moro fue un hombre único para su tiempo de crisis. Por su dedicación a la verdad, aun al extremo de convertirse en víctima de un asesinato judicial, como su precursora Juana de Arco, Moro inspiró en la cultura inglesa una corriente de la que William Shakespeare es típico exponente. La inspiración de la más importante colonización inglesa inicial en Norteamérica refleja la influencia que representaban Moro y su seguidor Shakespeare. No obstante el abismo decadente al que condenó la reputación de Shakespeare en sus últimos años el execrable triunfalista sir Francis Bacon, y pese a la horrenda década de la era de Pope y Dryden, el inglés Shakespeare revivió, tanto en Gran Bretaña como en el continente europeo y en Norteamérica, gracias a la influencia de Abraham Kaestner y su discípulo Gotthold Lessing, hasta formar parte crucial de la resurrección de la tradición cultural humanista clásica en la civilización europea y más allá. El impacto de Moro en la obra de Shakespeare, incluida su cobertura de las lecciones de la historia en Inglaterra, desde Enrique II hasta el derrocamiento del terrible Ricardo III, es un ejemplo de la calidad genética de la transmisión cultural de la veracidad, aun a gran riesgo, de una generación a las siguientes. En lo que pasa por tiempos ordinarios, toda suerte de necios pueden llegar a ocupar las más altas posiciones de influencia en los gobiernos y otros lugares, como lo hemos visto en los propios Estados Unidos en gran parte de los últimos 35 años. En tiempos ordinarios pareciera que la nación sobrevive pese a la mala calidad de los necios elegidos para gobernarla. Luego llegan momentos de crisis existencial para una nación, en que el individuo de integridad cognoscitiva y desarrollo de carácter puede servir a la sociedad como hombre o mujer providencial, necesario para la supervivencia de la humanidad en ese momento. Tal es el papel para el que tengo una especial calificación en esta coyuntura de la historia de nuestra nación. Tal es la naturaleza del momento de crisis, de un grande y profundo cambio en los asuntos del mundo, en que nos encontramos actualmente. 1. El término técnico "método LaRouche-Riemann" se refiere a la aplicación de los principios de una geometría física riemanniana, antieuclidiana, a la solución de un problema planteado por mis anteriores descubrimientos en la ciencia de la economía física. 2. La cuestión de método científico como tal que abordaré más adelante en este escrito, es la importancia de mi discrepancia con Vernadsky en la definición de la biosfera. Lo trataremos aquí como algo de crucial pertinencia a la importancia especial de mi desarrollo intelectual en relación con mi idoneidad única para servir como presidente en estos momentos de crisis.
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