Escritos y discursos de Lyndon LaRouche
El triunfalista imperio angloamericano se hunde rápidamente
por Lyndon H. LaRouche, Jr.
Hace ya veinte años que la primera ministra británica Margaret Thatcher lanzó la guerra contra Argentina, y casi veinte años desde la crisis de México, en agosto del mismo año. Aquellos fueron tiempos atribulados, pero más gratos. Hoy, las naciones de América Central y del Sur, con contadas excepciones, se aferran a poco más que los meros retazos de una antigua soberanía rota y perdida. El triunfalista imperio angloamericano se hunde rápidamente en la fosa que él mismo se ha cavado. Los intereses imperiales se agarran desesperadamente de sus víctimas, mientras amo y esclavo se precipitan juntos, con gran alarde de unidad, hacia la perdición que les espera a ambos. En tales momentos del gran recorrido de la historia momentos como el actual urge muy particularmente forjar la historia en el crisol de nuestro optimismo. Los mejores historiadores y dramaturgos trágicos de la civilización europea han entendido ese principio del optimismo eficiente, como tan estelarmente lo ejemplifica para nuestros días el triunfo de santa Juana de Arco contra su tortura y muerte a manos de los ingleses. El mayor descalabro de las generaciones recientes de la civilización europea ha sido el engaño de que las pautas cotidianas de los gobiernos y la opinión pública son la guía más indicada para gobernar los destinos de nuestros pueblos y naciones. Tal fue la opinión popular, llamada vox populi, de la antigua Roma imperial. Ninguna gran nación puede ser destruida más que por las necedades de su propia opinión popular, aposentada como público espectador en las graderías del coliseo, como cuando el Imperio Romano se puso su propio fin. Cuando las fuerzas de la historia que gobiernan nuestro sistema solar se hartan de la necia opinión pública de una civilización malbaratada, dichas fuerzas se valen del instrumento de la opinión popular para mover a ese pueblo descarriado a retirar del escenario sus infelices costumbres populares. En tales crisis llega un momento que podrá calificarse de última oportunidad de una cultura. Tal es el momento actual. Por decirlo muy llanamente, para casi todos nosotros, los pueblos de las Américas, la toma de posesión del presidente estadounidense Franklin Roosevelt sobrevino como una gran bendición; bendición que duró doce años, legándonos a todos los americanos, así como a Europa occidental, la política económica y monetaria relativamente injustamas en general beneficiosade la primera conferencia de Bretton Woods. Luego, a los 35 años, después de la gran crisis del intervalo 1960-1965, los Estados Unidos y Europa occidental se fueron apartando crecientemente de la razón en su política económica y demás. La sandez de las acciones del gobierno de Nixon, a mediados de agosto de 1971, al hundir el exitoso sistema original de Bretton Woods, precipitó a la mayor parte del mundo a una barrena descendente y acelerada hacia la catástrofe monetaria, financiera y económica de que es presa hoy el mundo. Para América Central y del Sur las crisis de 1982 fueron un parteaguas tras el que viene acelerando el ritmo de su ruina, hasta el momento actual. Y aun así, los gobiernos de las naciones responden a la vertiginosa desintegración del sistema monetario y financiero del mundo como pasajeros del Titanic, histéricamente aferrados al ancla, gritando "¡Tenemos que quedarnos en el barco!" ¿Cómo hemos de rescatar de semejante situación una calidad de optimismo eficiente? Es precisamente en momentos tan borrascosos como estos tiempos actuales, cuando las naciones se han levantado, en lo pasado, de la decadencia a lo sublime. Esos cambios beneficiosos no ocurren como fruto de la opinión popular; son dados de la mano de líderes excepcionales, que inspiran en sus camaradas la visión de una esperanza realizable, que ese pueblo puede forjar con sus propias manos. Es esa voz de liderazgo, para un momento tal, la que debemos juntarnos para ofrecer ante el embate de las fuerzas de la catástrofe. Entre peores los efectos sociales y demás del actual desplome acelerado del sistema del mundo presente, más claro debe quedar que a menos que nuestros pueblos muden sus costumbres, no habrá esperanza para esos pueblos, ni para sus naciones, en el futuro previsible. No olvidemos que la antigua Atenas asesinó a Sócrates, y que según sus acusadores fue para defender la reputación de los dioses; fue así como quienes defendieron de tal manera tales dioses llevaron a Grecia a tal catástrofe que hasta la fecha no ha podido recuperar todavía la gloria perdida que los líderes descarriados de aquella Edad de Oro desde entonces echaron a perder. La misma o peor suerte aguarda a quienes se han puesto al servicio de la política suicida de los intereses oligárquicos financieros angloamericanos actualmente predominantes. Síganlos, y se irán a pique con toda la embarcación que zozobra bajo su mando. Veamos la sandez de esos oligarcas, para que el miedo les inspire esperanza.
¿Puede ser revivida la Roma antigua? Los Estados Unidos están dominados en la actualidad, aunque no del todo, por las creencias y prácticas de un gobierno que en gran medida es una fea parodia del antiguo Imperio Romano, destruido por su propia mano. Me refiero a las doctrinas estratégicas y militares dizque utópicas de criaturas tan aberrantes como los ex asesores de seguridad nacional estadounidenses Henry A. Kissinger y Zbigniew Brzezinski, adepto de H.G. Wells, así como a Samuel Huntington y un confederado de éste, Bernard Lewis, funcionario de inteligencia de la Oficina de Asuntos Arabes de Gran Bretaña. Miren bien la estrategia militar de estos orates. Reconozcan que su política militar es una manifestación de toda su orientación política y económica. La política militar actual de los Estados Unidos, tal como se expresa en el apoyo estadounidense de facto al mismo Ariel Sharon que aplica conscientemente contra los palestinos la política del general de la policía nazi Jurgen Stroop, carnicero del gueto de Varsovia, y en el cometido de propagar la guerra por todo el planeta, por un período indefinido, sin presentar en público una sola prueba válida contra sus objetivos militares. Esta política, tal como la describen sus partidarios, expresa una orientación militar y estratégica de los Estados Unidos en estos momentos, que es copia exacta del modelo en que surgieron las Waffen'SS bajo Hitler, para no hablar de la imitación napoléonica del César, y la maldad pura de la anteriores Legiones Romanas. Muy brevemente, pues, estos oligarcas utópicos y sus legionarios han querido devolver el reloj de la historia a la época de mediados del siglo 14, cuando la población mundial no pasaba de unos centenares de millones en condiciones de vida generalmente misérrimas. Están abocados a erradicar las instituciones del Estado nacional moderno y soberano, así como la economía que les característica, de la que dependieron todas las mejoras demográficas de la condición humana en general hasta el momento triste de la campaña presidencial de Richard Nixon, de 1966 a 1968, en los Estados Unidos. De hecho, tales utopistas podrían rebasar sus objetivos, y regresarnos a un nivel de cultura aún inferior al del oscurantismo europeo del siglo 14; podrían lograr revivir la edad de piedra. Por consiguiente, tomando en cuenta estos y otros hechos afines, debe quedarle claro a cualquier persona culta y racional que sería una gran ventaja para la humanidad regresar al tipo de pautas económicas y de bienestar social que prevalecieron en las Américas y en Europa occidental cuando el presidente de los Estados Unidos era John F. Kennedy, y a la política estratégica y militar de la tradición cualitativa de West Point, que representó el general del ejército Douglas MacArthur hasta el momento de despedirlo el aciago presidente Harry Truman. Hay algunos elementos cruciales que hace falta agregar a los mejores rasgos de la política del presidente Franklin Roosevelt, y de los buenos patriotas de tiempos anteriores en América Central y del Sur. En otros apartes he escrito y hablado sobre esos requisitos adicionales. Por ahora fuera suficiente, empero, que reconozcamos que las medidas emprendidas de 1933 a 1963 para combatir la depresión y luchar por el progreso social y económico son modelo de los cambios generales de orientación política que deben emprenderse hoy para escapar de la perdición inherente a las décadas recientes de retroceso hacia la Edad Media, o más atrás. Finquemos nuestro optimismo por ese cambio sobre la base de experiencias ya conocidas desde antes de 1982, y también antes de 1965.
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