Escritos y discursos de Lyndon LaRouche
La economía: al final de una ilusión
por Lyndon H. LaRouche, Jr.
12 de enero de 2002
Publicamos aquí el prefacio de un informe especial sobre las medidas para la recuperación de la depresión económica en marcha, y sus diferencias decisivas con la Gran Depresión de los años 30. El informe será publicado por el comité de la campaña presidencial de LaRouche, "LaRouche in 2004".
Podemos recuperarnos exitosamente de la depresión económica que actualmente se profundiza, siempre y cuando nos decidamos a hacerlo ahora mismo. De nuevo, es el reto de Hamlet: Ser, o no ser. Aceptar la herencia mortífera de la insensatez acostumbrada recientemente en nuestra nación, o liberarnos de las cadenas mortales de la opinión prevaleciente, de modo que podamos ascender a lo sublime, y triunfar sobre el error fatal de nuestos tiempos recientes.
En la escala del tiempo de la historia, ha llegado el momento final de las recientes necedades de nuestra nación. Ahora bien, si nuestra nación ha de salvarse, debemos reconocer que, las principales tendencias de opinión que han influido en definir las directrices en los últimos treinta y pico de años, han sido cumulativamente desastrosas en sus efectos netos. Esto se ve con especial claridad cuando se contrasta la experiencia estadounidense de 1966–2001, con el efecto de las medidas diferentes que caracterizaron el período anterior, de 1945–1964, de la reconstrucción de la posguerra.
Por lo tanto, tenemos que admitir que, en este respecto, como escribió Shakespeare en otra de sus tragedias, la culpa no yace en nuestras estrellas sino en nosotros mismos. El error está en la terca elección de las medidas, principalmente después de 1964, que en las últimas tres décadas devinieron en los hábitos de creencia y práctica aceptados tanto por los que sientan las normas, como por la población en general.
Desde los años plagados de crisis de 1962 a 1965, aproximadamente desde que los Estados Unidos, luego de Kennedy, se hundieron profundamente en su guerra en Indochina, el mundo ha ido a la deriva, de una serie de cambios radicales en los valores prevalecientes de ese momento,[1] un conjunto de ilusiones utópicas, contrarias a cualquier realidad económica de largo plazo. Empero, dado que esas ilusiones se han convertido en la norma axiomática, casi histérica, de fijar la política económica y afín, este cambio de paradigma cultural ha tomado el carácter del despliege de una ilusión de masas.
El derrumbe económico inducido de ese modo, no es simplemente un derrumbe económico. No es algo que el "mundo exterior" nos ha impuesto. Es producto de la ilusión que opera desde el interior de las mentes de la mayoría de la población de los propios Estados Unidos. Lo que estamos experimentando, no es la impertinencia de acontecimientos no deseados. Es un producto de lo que han venido a ser las creencias generalmente aceptadas de la población. Por lo tanto, de lo que adolecen ustedes es, en su conjunto, la experiencia de vivir en el cabo final de una ilusión popular.
Todavía tenemos, pese a lo tardío de la hora, la oportunidad de sobrevivir. Pero, si ha de ocurrir, tendrán que satisfacerse dos condiciones. Primero, tenemos que hacer los cambios implícitos en los paradigmas culturales que gobiernan la formulación de nuestra política, de forma súbita y radical. Segundo, tenemos que hacerlo rápidamente, sin retrasos plañideros.
Los desastrosos efectos de la ilusión de la llamada "nueva economía" de 1995–2001, son emblemáticos de las más recientes tendencias de terquedad en la opinión oficial y popular, al igual que el daño amplio hecho a la economía, y el enorme y creciente sufrimiento que le han causado a nuestros ciudadanos tales ilusiones como la creencia en el "libre comercio", la "desregulación", el "valor de los accionistas", la "deslocalización", y la "globalización".
Pobre del tozudo que dice que "tenemos que componer el sistema" pero, como Anne Krueger del FMI, insiste en que no nos permitirá actuar contrario a esas ilusiones infecciosas que, por más de treinta años, han sido la causa continua de la crisis actual. Son emblemáticos, aquellos que ahora conceden casi todo lo demás, ¡pero insisten en que no podemos salir de los límites del actual sistema fondomonetarista de los "tipos de cambio flotantes" que ha sido, de hecho, la principal causa constante del desastre monetario, financiero y económico mundial de los últimos treinta años! Si dejásemos intactas tales premisas patológicas todavía generalizadas como esa, nunca sería posible ninguna recuperación económica de la constitución de la presente sociedad.
Yo no propongo que regresemos exactamente a las políticas anteriores, de 1933 a 1945 o las de 1945 a 1964. Ofrezco una propuesta mucho más modesta y realista. Debemos aprender las enseñanzas que se desprenden de comparar un éxito anterior con una catástrofe subsecuente. Debemos aplicar esa enseñanza de tal modo que descartemos lo peor de esas creencias que prevalecen actualmente, que fueron ampliamente popularizadas en los últimos treinticinco años. Debemos construir sobre la base del reconocimiento de los logros de esa recuperación y crecimiento de 1933–1964, que nos sacó de una depresión económica anterior y de los efectos posteriores de una guerra mundial devastadora.
Pero también tenemos que ir más allá de esos precedentes, y añadir algunas mejoras que faltaron en las medidas generales del sistema de 1945 a 1964, o que son especialmente apropiadas para las circunstancias cambiadas que encaramos a resultas de los desarrollos de las últimas décadas.[FIGURE 1]
Lo que contiene este informe
Dada la naturaleza de la presente crisis mundial, este informe debe incluir definiciones programáticas y analíticas de los problemas y los métodos de su solución. Sin embargo, dada la naturaleza del conocimiento competente de economía entre los legisladores, economistas y la ciudadanía en general, la presentación de los elementos esenciales de los materiales analíticos y programáticos, debe suplementarse con materiales educativos que son indispensables si el lector ha de lograr un entendimiento competente de tanto los aspectos trascendentales, como de las soluciones de la catástrofe socioeconómica que arremete.
Si el lector es paciente conmigo cuando me veo obligado a volver por un momento al material educativo pertinente que quizá le fastidie, a veces, podemos esperar que la historia le retribuirá su cortesía hacia mí, con la amabilidad del provecho resultante que él o ella recibirá en los tiempos por venir.
El presente informe considerado en su conjunto, incluye aportes de los especialistas en economía de EIR, Richard Freeman, John Hoefle y otros, especialmente de su estudio de algunos de los aspectos más pertinentes de las medidas exitosas de recuperación económica de una depresión general, adoptadas bajo la conducción del presidente Franklin D. Roosevelt. Estos especialistas aportan un análisis de los aspectos decisivos del enfoque de Franklin Roosevelt para la recuperación.
En mi parte del informe, el foco que tengo asignado es limitado, en lo que cabe, a esos otros temas de método científico más decisivos en el presente, mismos que o no fueron parte del enfoque de ese Presidente, o constituyen cambios que no habían sido tomados en cuenta hasta ahora.
Mi parte destaca ciertas partes decisivas de mis aportes originales a la ciencia de la economía, mismas que no sólo hacen posible explicar los orígenes del éxito de las reformas de Franklin Roosevelt desde un punto de vista científico, sino que también identifica esos aspectos que deben agregársele a nuestras actuales políticas monetarias, financieras, sociales y económicas, si hemos de echar a andar una recuperación económica exitosas, bajo las circunstancias específicas de la crisis actual.
Mientras tanto, es de la mayor importancia para el lector que yo destaque lo que han demostrado los acontecimientos recientes, y ello de la manera más dramática. Mis cualificaciones para hablar en semejante tono de autoridad sobre estas cuestiones, descollan en el mundo hoy en día. Lo que he propuesto son medidas audaces, súbitas, pero indispensables. Por lo tanto, tienen que tender a encontrar una resistencia rígida, a menos que la profundidad y el alcance de mi autoridad en tales materias queden claramente establecidas. Por lo tanto, debo destacar que, mis más de treinta años de hacer pronósticos de largo alcance consistentemente exitosos, han saldado con hechos las cuestiones decisivas de la disputa entre mis adversarios y yo. El experimento se ha llevado a cabo a lo largo de casi dos generaciones, y los resultados son concluyentes a mi favor.
Por motivos afines, mi parte en este informe tiene que incluir un énfasis sobre ciertos elementos notables de método analítico, que corresponden de manera única al fruto de los descubrimientos originales que he hecho en el campo especializado de la ciencia leibniziana de la economía física.[2] La combinación de la actual crisis mundial, con los cambios en las condiciones económicas físicas del planeta en la última media centuria, le presenta al mundo problemas cuya importancia había pasado por alto en épocas anteriores. Mis contribuciones especiales a la ciencia de la economía física son, por tanto, parte integral de las nuevas cuestiones que tienen que incluirse en las deliberaciones de nuestra nación sobre política económica.
Peor que la Gran Depresión de los años 30
Por ejemplo. Por razones que se examinarán en el curso de mi informe, consideren lo siguiente.
En los actuales momentos de una crisis mundial que acelera, la redefinición de los factores interactuantes, aunque distintos, de nuestra política monetaria, financiera y económica nacional, debe ir más allá de lo que se ha hecho al organizar las anteriores recuperaciones de nuestra economía nacional. Emblemático de las causas de la diferencia entre la depresión mundial anterior y la presente, es lo siguiente.
Como he destacado en ocasiones anteriores, cuando golpeó la depresión mundial precedente con fuerza global, de 1929 a 1933, había pasado como doce años (menos que una generación) desde que ocurrió la acumulación a gran escala del crecimiento físico–económico en la productividad, el poderío militar, y otros avances técnicos de la civilización europea, en el intervalo de 1861 a 1917.
Hoy en día, han pasado casi treinticinco años (casi dos generaciones) desde que comenzó la destrucción deliberada de la potencia productiva física per cápita, una destrucción ejemplificada, en el comienzo, por la brutalidad que le infligió a la economía del Reino Unido el primer gobierno de Harold Wilson. El reto hoy en día, por lo tanto, es de una magnitud y complejidad relativa cualitativamente superior al que enfrentó Franklin Roosevelt en los años 30.
Aparte de la ruina casi ludita que le causó Harold Wilson a la economía británica, el otro daño importante inicial a la recuperación económica de los EU y el mundo de 1945–1964, lo introdujo Richard M. Nixon, empezando con el impacto sobre la dirección nacional de su campaña presidencial de 1966–1968. La posterior decisión de Nixon de agosto de 1971, que arruinó al sistema original de Bretton Woods, y que puso al mundo bajo la demencia fatal de la dictadura de los tipos de cambio flotantes, es decisiva. Su implantación del actual sistema monetario de tipo de cambio flotante, incorporó entonces en el actual sistema financiero y monetario mundial los rasgos axiomáticos que predestinaron su derrumbe, a no ser que se le hubiese dado marcha atrás a esos cambios.
El peor daño a la propia economía estadounidense, aun peor que las mismas sandeces de Nixon controladas por Henry A. Kissinger, arrancó de forma acelerada de 1977 a 1981 bajo el gobierno estadounidense de Carter, controlado por Zbigniew Brzezinski. Ese gobierno, siguiendo el guión que había presentado el británico H.G. Wells en su obra de 1928 La conspiración abierta,[3] arruinó deliberadamente la mayor parte de la infraestructura física y financiera de la cual había dependido la recuperación económica estadounidense de la depresión de 1930, así como el crecimiento de la posguerra.
El sistema financiero y monetario mundial está irremediablemente arruinado. No puede reformarse; sólo puede sustituirse, retornando a algo semejante al sistema orginal de Bretton Woods del intervalo de 1945 a 1958. Durante todo el período, especialmente a partir de que el predecesor de Greenspan, Paul Volcker, introdujo las medidas actuales de "desintegración controlada de la economía" al sistema de la Reserva Federal,[4] lo añadido entre 1979 y 2002 a este conjunto de axiomas al sistema monetario y financiero mundial por Volcker, convirtió a la política monetaria y financiera en una máquina para destruir la economía real. Esto cobró velocidad bajo las presidencias de Nixon, George H.W. Bush, y William Clinton, comenzando con dos leyes notables de 1982: la Garn–St Germain, y la Kemp–Roth. La economía real ha venido cuesta abajo a un ritmo creciente desde entonces (gráfica 1a y 1b).[5]
El impacto de esta gran ola de destrucción de la economía física estadounidense posterior a 1964, y la de gran parte del mundo además, no sólo ha introducido problemas de planificación de gran magnitud. También, como lo señalaré, las medidas que tienen que adoptarse, para garantizar una recuperación económica exitosa duradera, llevará al mundo hacia nuevas categorías de actividad, incluyendo nuevos enfoques para el manejo de la biosfera. Estas dos consideraciones, cuantitativa y cualitativa, respectivamente, apuntan a problemas de un tipo que podían pasarse por alto sin mayor riesgo en períodos previos de crecimiento económico exitoso. Es la urgencia de estos nuevos problemas de definición de política económica, lo que define más claramente mis aportes a la práctica de la formulación de política económica, como algo indispensable en este momento.[FIGURE 102]
Vuelvo a plantear está cuestión fundamental que acabo de decir, de la manera siguiente.
Algunos de los problemas nuevos que han de considerarse aquí y ahora, envuelven factores estratégicos, y también oportunidades estratégicas, que surgieron recientemente. Estos no habían existido, al menos no en lo inmediato, en el transcurso previo de la historia del mundo desde 1776–1789. Estas nuevas condiciones, de oportunidades y amenazas combinadas, han llegado funcionalmente a ser algo que no puede pasarse por alto en las circunstancias presentes. Es ahí donde mis descubrimientos originales en el campo, desempeñan un papel esencial.
Hacia las salidas, con calma
La presente fase de la depresión mundial puede compararse a un incendio en un teatro repleto de gente. La economía en la que están sentados, es el teatro. Que no cunda el pánico, sino más bien prepárense a llegar, como yo les indicaré, a las salidas, de manera ordenada, a paso seguro. Primero, como para calmar los nervios del asustado ciudadano que está al lado suyo, debo recordarles a ambos, brevemente, de mi autoridad para lidear con crisis de este tipo específico. "El médico que se especializa en tales enfermedades, esta", por así decirlo, "aquí".
En procura de calmar los nervios de las personas proclives a excitarse, situaré la discusión en el marco de ciertas tendencias pertinentes y fundamentales, en los acontecimientos de la época que va desde la crisis electoral del 7 de noviembre de 2000.
En el intervalo entre el día de la elección estadounidense, el 7 de noviembre de 2000, y el 15 de enero de 2001, hice una serie de pronósticos en los que señalé tanto las cuestiones de esa crisis electoral, como el carácter esperado de ciertos acontecimientos decisivos que se desenvolverían durante los primeros doce meses del gobierno del próximo presidente. En ese período, aparecieron informes que documentaban esos pronósticos económicos y políticos, en sitios de la internet y en otras fuentes fácilmente disponibles. como el semanario Executive Intelligence Review, y publicaciones de mi campaña para la candidatura presidencial del año 2000.
Hoy en día, ninguno de esos pronósticos recientes, ni mis anteriores pronósticos documentados de largo plazo, de hace treinticinco años,[6] ha sido refutado por los acontecimientos subsecuentes.
Un año después, entre noviembre de 2000 y enero de 2001, hasta noviembre 2001 a enero 2002, la mayoría del mismo conjunto de pronosticadores que entonces me adversaban, todavía encuentran eco en la mayoría de la mediocracia informativa establecida, repitiendo hoy día la misma propaganda insensata que emitían un año antes, pero agregando una curiosa cuestión de énfasis. Antes, esa camarilla había prometido un pronto rebote de los mercados financieros y monetarios de una economía revuelta; un año después, aproximadamente la misma camarilla de pronosticadores borbotea sofismas igual de cuestionables. Pero, los frenéticamente histéricos mercenarios de Wall Street le han añadido su non sequitur: han alegado que, como los mercados han recibido tan horrible golpiza a lo largo del año pasado, ahora los mercados no tienen campo de maniobra; no tienen para donde ir, sino hacia arriba. La conclusión de estos encantadores de serpientes es que los mercados seguramente subirán, más o menos espontáneamente. Con una mirada de satisfacción maligna en sus ojos, predicen que el rebote, o tiene que ocurrir más tarde este año, o, quizá, el próximo.
Los que recuerdan los años 30, recordarán la depresión mundial de 1929–1933, cuando, durante la campaña de reelección de Hoover 1932, los republicanos y la mayoría de los sobrevivientes de Wall Street le prometían al electorado que "la recuperación está a la vuelta de la esquina".
Hoy, la "nueva economía" se ha desplomado, Enron es un revoltijo, el papel de la economía estadounidense como el "importador de último recurso" para el grueso del mundo, ya se ha derrumbado y se derrumbará aun más. El desempleo crece en la medida en que aumenta el número de patronos quebrados, o están al borde de irse a la quiebra. Al tratar los gobiernos de emprender otra ronda de recortes presupuestales, quedan pasmados al descubrir que la pérdida de ingresos fiscales ocasionada por los recortes, necesariamente excede el monto del recorte del gasto público. Cunde una sensación de desesperación por las Américas, Europa Occidental, Japón, Corea y otras partes.
En conjunto, esto le parecerá a algunos como una nueva depresión económica mundial, como la de 1929–1933. En realidad, es mucho peor de lo que se experimentó en tales lugares como los EU, Canadá o Europa durante los años treinta. Al presente, si hacemos a un lado por el momento los casos especiales de Rusia, China e India, la mayor parte del mundo claramente ha entrado a la fase inicial de lo que algunos economistas de principios del siglo veinte debatían bajo el rubro académico de una hipotética crisis de desintegración general.
Medidas cuantitativas y cualitativas para la recuperación
Cuando la comparamos con la crisis de hoy, la depresión de los treinta parece relativamente un problema de cantidad de actividad económica disminuida más agudamente. A esos economistas de principios del siglo pasado les parecería que, en el caso de una depresión como la de los treinta, la recuperación podría efectuarse reorientando las tendencias en la generación y flujos de crédito hacia las inversiones en mayores cantidades de producto físico de las categorías existentes. Esas opiniones son demasiado optimistas. La crisis actual es esencialmente cualitativa. En el caso del derrumbe actual del sistema monetario y financiero mundial, la distinción entre "cuantitativo" y "cualitativo" es decisiva.
En el primer caso, más simple, una solución cuantitativa para la economía puede ser más o menos adecuada si, de combinarse la reorganización por bancarrota del sistema monetario–financiero, con la añadición de medidas proteccionistas, puede utilizarse crédito creado por el Estado para subir la economía reorganizada a un nivel de equilibrio, con sólo la reactivación de la capacidad productiva y de la capacidad económica física afín existente.
En el segundo caso, la combinación de una reorganización monetaria–financiera y la expansión del crédito, no eleva a un nivel suficiente la capacidad productiva física, tanto activa como ociosa, como para que el producto real alcance un nivel de equilibrio. No hay solución a la mano dentro de los límites de las categorías existentes de dicha inversión, sin realizar cambios estructurales radicales en la composición de las categorías de inversión y producción.
Una mirada a la diferencia entre la primera fase, antes de la guerra, de las medidas para la recuperación estadounidense de los años treinta, y la fase de movilización para la guerra, ayuda a aclarar el significado de la distinción entre una forma cuantitativa y una forma cualitativa de depresión económica. El examen de esos intervalos sucesivos nos permite un primer enfoque para distinguir entre los casos cuantitativo y cualitativo.
Justo en la fase de movilización bélica, que comenzó en los Estados Unidos aun antes de la invasión nazi a Polonia, la economía estadounidense todavía consumía porciones significativas de inventarios de bienes semiacabados de antes de octubre de 1939. Aún en ese período, los programas de obras públicas a gran scala de importancia más o menos cualitativa, como el programa TVA (Tennessee Valley Authority), sentaron la base sobre la que se sustentó la posterior expansión económica relativamente explosiva que ocurrió durante la guerra. De hecho, la movilización bélica no hubiese sido posible sin tales obras públicas e inversiones relacionadas.
El crecimiento explosivo en el program de recuperación económica fue una característica del viraje de las prioridades estadounidenses en política económica, hacia una orientación de la misión nacional de convertirse en el "arsenal de la democracia". Para quienes éramos adultos en los cuarenta y los cincuenta, el "marcador" más comprensible de esta fase del "arsenal de la democracia", era el hecho de que el gobierno estadounidense produjera y continuara siendo el propietario de un vasto inventario de máquinas herramienta, las cuales, en gran parte, se le arrendaban a contratistas privados como parte del paquete de producción militar y afín. El gran logro inicial de las metas anunciadas por el presidente Roosevelt para los niveles de producción de aeronaves militares, es emblemático de ese fenómeno.
Fue esta combinación de desarrollo de infraestructura, con grandes proporciones de inversión en la producción capital intensiva la que no sólo disminuyó enormemente el desempleo, sino que aceleró una mejoría en las categorías técnicas del empleo, lo que caracterizó la transformación cualitativa superior de la economía estadounidense en el intervalo de 1939–1945, aun en las condiciones de que unos 16 millones de nosotros fuimos retirados de la fuerza laboral para prestar servicio militar.
Volveré a examinar este asunto de las medidas cualitativas para una recuperación, en términos más precisos más adelante, en una parte más apropiada de este informe. Por el momento, mi propósito es ilustrar la diferencia entre las medidas solamente cuantitativas y las cualitativas para la recuperación; y ello, con la alternativa relativamente más accesible de los casos clínicos de la vida real.
Hoy, una crisis de desintegración general, cualitativa, ya oscurece el horizonte. Para ilustrar la naturaleza del reto, enumero aquí una lista de acciones ejemplares que han de tomarse para detener la depresión e iniciar una recuperación autosostenible.
1. Tenemos que: a) someter al sistema monetario y financiero internacional inmediatamente a una reorganización por bancarrota impuesta por los gobiernos; b) restaurar el sistema de tipo de cambio fijo; c) establecer controles de cambios, de capitales, financieros, comerciales, y medidas proteccionistas para el comercio legítimo interno y externo; d) aumentar drásticamente los gravámenes a las ganancias del capital financiero, y sustituir los impuestos a la inversión orientada a la producción y a la tecnología a mediano y largo plazo, con créditos fiscales para los empresarios; e) generar grandes masas de crédito creado por el gobierno a tasas de entre 1 y 2 por ciento para, principalmente, la inversión empresarial en producción y la inversión en infraestructura; y f) poner en práctica un programa de reorganización bancaria general que le permita a los bancos necesarios seguir desempeñando las funciones esenciales para la comunidad, aun en condiciones de una reorganización financiera drástica.
2. Reemplazamos el "libre comercio" con el fomento de la protección del comercio internacional de mercancías, como parte de fomentar el esfuerzo de una recuperación económica mundial de largo aliento.
3. Tenemos que introducir el equivalente económico del programa del "arsenal de la democracia" para la recuperación orientada por la tecnología de punta, tanto en la economía interna como en el comercio mundial, para proporcionar la dimensión cualitativa necesaria a fin de recuperar la pérdida mostruosa de la capacidad y el potencial productivo físico técnicamente progresivo, pérdida que se ha acumulado en el mundo en general durante los últimos treinta años, especialmente en el último cuarto de siglo.
Lo mejor sería que tomáramos dichas medidas para detener ese proceso de derrumbe, antes de que golpee con fuerza irresistible y aplastante.
Con la guía y el respaldo de Henry C. Carey, el principal economista del mundo de esa época, el presidente Abraham Lincoln hizo posible el milagro económico estadounidense del período 1861–1876, del mismo modo en que Franklin Roosevelt, en un período posterior, salvó a los Estados Unidos de América. Bajo el impacto de la intervención de Roosevelt, los Estados Unidos, y el mundo, evitaron el riesgo de caer en una verdadera crisis de desintegración.
No obstante, como ya lo he indicado antes, digo de nuevo que hay ciertos puntos esenciales de diferencia entre el reto de organizar una recuperación económica bajo las condiciones de la crisis de desintegración que nos amenaza hoy día, y el reto de la depresión mundial enfrentado exitosamente por el presidente Franklin Roosevelt. Abordaré el más típico de dichos nuevos retos en mi sección de este informe.
Por estos medios, introduciendo la ciencia en sustitución de las formas de misticismo que han adquirido popularidad entre la mayoría de los economistas académicos estadounidenses y sus víctimas incautas, apuntamos a liberar al pueblo de los Estados Unidos, y de otras naciones, de la garra mortal de esa ilusión que ha llevado a esos incautos, como a los míticos lemmings, al borde de la catástrofe. Ora purgemos del proceso normativo de nuestra nación esas insensateces populares, o la nación se autodestruya por aferrarse a esas insensateces, podemos pronosticar con seguridad el fin de una ilusión, de cualquier modo: liberando a las víctimas de sus fatales creencias insensatas; o, siendo testigos de cómo las instituciones eliminan a los portadores de esas ilusiones.
Ustedes decidan.
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6. El texto de estos pronósticos económicos y políticos se puede ver en las siguientes ediciones del semanario EIR: 1 de diciembre, 15 de diciembre, 22 de diciembre de 2000; 12 de enero, 19 de enero, 26 de enero, 16 de febrero y 23 de febrero de 2001. La dirección del sitio de internet de EIR es http://www.larouchepub.com; la dirección del sitio de internet de la campaña presidencial es www.larouchein2004.org. Lo más pertinente a los tópicos que se presentan son los siguientes artículos de EIR: "LaRouche Addresses Washington, D.C. Conference", (14 de noviembre de 2000) sobre las implicaciones de la crisis de la elección presidencial del 7 de noviembre (difundido también por internet); mi escrito del 1 de diciembre de 2000 "The U.S. Strategic Interest in Russia" (EIR 15 de diciembre de 2002); LaRouche habla en un seminario en Washington, D.C., el 12 de diciembre, "Campaña Presidencial 2000: `La caída de Ozymandias' " (también en la internet), y LaRouche emite su "La defunción del importador de último recurso" (EIR, 23 de diciembre de 2000 y 19 de enero de 2001); LaRouche habla en un seminario de Washington, D.C. el 3 de enero (también en la internet), y el 4 de enero de 2001 anuncia oficialmente su precandidatura presidencial para el año 2004 (EIR, 12 de enero de 2001); "We Told You So: The LaRouche Record of Economic Forecasts, Fall 1999–Election 2000" (EIR, 9 de febrero de 2001); declaración de LaRouche el 4 de febrero "On the California Energy Crisis: As Seen and Said by the Salton Sea", EIR, 16 de febrero de 2001); discurso de LaRouche del 15 de enero, "The New Bretton Woods System: Framework for a New, Just World Economic Order" (EIR 23 de febrero de 2001).
Üec
[1] Ya he esbozado el intervalo 1962–1965 y sus efectos en ocasiones anteriores, como en el "Zbigniew Brzezinski and September 11", en la edición del 11 de enero de 2002 del semanario EIR.
[2] La ciencia de la economía física, la desarrolló originalmente Gottfried Leibniz, a través de una serie de descubrimientos originales de principios físicos universales que él introdujo de 1671 a 1716. Mis intensos estudios adolescentes en la filosofía de los siglos diecisiete y dieciocho, me hizo discípulo de la obra de ese gran hombre, lo que me condujo, más de una década después, hacia mis propias contribuciones originales, adicionales, a ese campo. Notablemente, el Sistema Americano de economía política, inherente a la obra de Benjamin Franklin, Alexander Hamilton, los Carey, y Federico List, fue en gran parte producto de la influencia de la obra de Leibniz sobre esas mentes, cada una en su época. El Sistema Americano de economía política no tiene nada en común con las enseñanzas de John Locke y Adam Smith, sino que se opone directamente a ambos, sobre la base de la oposición fundamental con respecto a principio científico.
[3] H.G. Wells, The Open Conspiracy (Victor Gollancz, Londres, 1928).
[4] Fred Hirsch, ex director de la revista londinense The Economist, en su escrito Alternatives to Monetary Disorder (Consejo de Relaciones Exteriores, Nueva York, 1977), afirmó que "la desintegración controlada de la economía mundial es un objetivo legítimo para los ochenta". En 1978, Paul Volcker dio el discurso en la Cátedra Memorial Fred Hirsch de la Universidad Warwick, en Leeds, Reino Unido, y comenzó su discurso citando lo dicho por Hirsch sobre la desintegración controlada. Durante mi campaña por la candidatura presidencial demócrata en New Hampshire, el 16 de octubre de 1979, critiqué las medidas de Volcker de octubre de 1979 (publicado en las ediciones del 23 y el 29 de octubre de 1979 del semanario EIR). La demolición de la economía estadounidense que hizo el gobierno de Carter, fue planeada de antemano por el Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York en su Project for the 1980s (Magraw–Hill, Nueva York, 1977), un proyecto que se llevó a cabo bajo la supervisión de Zbgniew Brzezinski y Cyrus Vance, respectivamente, asesor de Seguridad Nacional, y secretario de Estado del gobierno de Carter.
[5] En combinación, los gobiernos de Nixon y Carter pusieron en marcha un conjunto de relaciones entre los procesos monetarios, financieros y económicos, que he ilustrado con el cuadro pedagógico 1a: La Triple Curva, o "función típica de desplome". Las ganancias especulativas de los mercados financieros se sostienen desviando flujos monetarios de la economía real, hacia los mercados financieros. Esto se sostiene, crecientemente, saqueando la base económica a través del desgaste a gran escala de la infraestructura económica básica, y bajando el precio de los salarios y la producción de los operativos por debajo de la inflación. De este modo, tenemos una curva "hiperbólica" en ascenso de los agregados financieros; una que asciende más lento, pero también hiperbólica, de los agregados monetarios necesarios para sostener la burbuja financiera; y una curva que acelera hacia abajo, del producto real per cápita neto. Esto refleja el saqueo acelerado de la base (v.g. las leyes Garn–St Germain y Kemp–Roth), para sostener la burbuja financiera.
Para no más tarde que 1970, la cantidad de agregados monetarios alcanzó el punto límite (gráfica 1b) que puso en marcha la explosión hiperinflacionaria de la Alemania de Weimar de junio a noviembre de 1923. Cuado se llega a ese punto límite, el sistema está condenado a un final anticipado, a la amenaza de una crisis de desintegración. En ese punto, el sistema se tiene que recomponer por bancarrota, la mayor parte de los agregados financieros se tienen que eliminar de la contabiliadad y se tiene que proporcionar un nuevo sistema a la economía para comenzar desde el principio.
[6] En mi usanza, un ciclo de "corto plazo" es de un año; "mediano plazo" significa de tres a siete años; "largo plazo" significa un período de aproximadamente ocho a veinticinco años, o más. Todos mis pronósticos básicos, desde 1959–1960, han sido de largo plazo. Mis pronósticos eventuales sobre las condiciones que probablemente surjan de corto a mediano plazo, se han basado siempre sobre un pronóstico de largo plazo. El motivo de estas distinciones y de la práctica del pronóstico se indicará en el cuerpo de este informe.