Escritos y discursos de Lyndon LaRouche
Informe especial
El sinarquismo en tanto sistema Para lograr un entendimiento eficaz de los mecanismos psicológicos que subyacen esas prácticas bestiales conocidas variamente como martinismo, sinarquismo y fascismo, lo siguiente es esencial. En La república de Platón, Sócrates describe la percepción del hombre del universo que lo rodea como las sombras proyectadas en la pared de una caverna débilmente iluminada. Nuestros sentidos forman parte de nuestro organismo mortal, los cuales, por tanto, no nos muestran el universo que nos rodea, sino más bien nos presentan la reacción de nuestro aparato perceptivo-sensorial biológico al impacto del mundo exterior sobre él. Es sólo mediante lo que Vernadsky identifica como los poderes noéticos de la mente humana, que el individuo humano, y sólo el individuo humano, es capaz de reconocer la existencia de principios físicos universales no percibidos, al resolver esas paradojas de la percepción sensorial que delatan la presencia eficiente de un universo más allá del ámbito de la percepción sensorial como tal. En el lenguaje de la física matemática moderna, la diferencia entre substancia y sombra, entre descubrimientos de principios físicos universales validados por experimento y la mera certeza sensorial, se refleja en lo que Carl Gauss, en oposición a Leonhard Euler y Louis de Lagrange, definió en 1799 como el dominio complejo. En otras palabras, la discrepancia entre el mundo de sombras de la percepción sensorial y los principios que expresa el universo real más allá de la percepción sensorial, es la diferencia entre nuestra efímera mortalidad y ese universo real no visto que actúa para producir esas aparentes discrepancias que Johannes Kepler definió como ejemplificados por las excentricidades elípticas que expresan el impacto físicamente eficiente de los principios físicos universales no vistos, desde más allá de las sombras de una realidad meramente aparente. Tal es la ciencia física presentada por primera vez por el sucesor de Gauss, Bernhard Riemann. En teología, esta división entre la sombra percibida y la substancia no vista, define el principio eficiente de la mente humana como aquél que coloca al individuo humano absolutamente aparte y por encima de las especies inferiores de vida. Así, la teología define la encarnación de esta cualidad noética superior como el alma humana. Antes del Renacimiento europeo del siglo 15, con centro en Italia, la condición general de la humanidad se basaba en el supuesto puesto en práctica de que, aunque puede que exista algo en el universo que esté más allá de los poderes de la percepción sensorial, puede creerse que ese algo existe, no obstante, pero no puede conocerse en realidad. Esta última distinción exótica era típica de esos sofistas antiguos que perpetraron el asesinato judicial de Sócrates precisamente por esta cuestión, y de tales nominalistas modernos como el medieval Guillermo de Ockham, al igual que seguidores suyos tales como los empiristas Paolo Sarpi, Galileo Gailei, Thomas Hobbes, David Hume y Emanuel Kant. Las diversas expresiones de la opinión de que el conocimiento del hombre del universo físico se limita a la certeza sensorial, coinciden con la opinión puesta en práctica de gente tales como los británicos Thomas Huxley y Federico Engels, de que el hombre en esencia es un animal, que se distingue, si acaso, en grado, pero no en principio, de las formas inferiores de vida. En la historia europea, esta diferencia entre los platónicos y los nominalistas respecto a la naturaleza del hombre, es clave para la milenaria lucha por liberar a la humanidad de formas de sociedad en las que relativamente unos cuantos someten a la mayoría a la condición práctica de ya sea ganado salvaje (al que se caza), o pastoreado. El feudalismo practicado bajo el dominio imperial de la Venecia medieval y de los normandos es un ejemplo de esto. El sistema esclavista es un ejemplo de esto; el sistema del peonaje feudalista en los aspectos del pasado de México dominados por la oligarquía es un ejemplo de esto. En tiempos modernos, la defensa de la práctica de mantener a la humanidad en general prácticamente en esa condición casi de ganado, es típica de tales casos como el de John Locke, el fisiócrata doctor François Quesnay, y el Adam Smith que copió (algunos dicen que "plagió") su doctrina del "libre cambio" de la doctrina bestialista de Quesnay del laissez–faire. En la época medieval, la lucha por liberar al hombre de la condición jurídica de ganado humano se expresaba en el esfuerzo de siglos por acabar con esa tradición ultramontana pro bestial de la antigua Roma imperial típica del Código de Diocleciano. Esta lucha la ejemplifica la obra de Dante Alighieri a favor de la especificidad de la lengua italiana, y su defensa del gobierno soberano en su La monarquía. Fue sólo hasta el Renacimiento del siglo 15, que obras tales como Concordancia católica y La docta ignorancia del cardenal Nicolás de Cusa limpiaron lo suficiente el cascajo del ultramontanismo imperial pro bestial, como para dar a luz a los Estados nacionales modernos y científicamente progresistas, tales como el de la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII. Fue en esos Estados que, por primera vez en la historia conocida, se sometió al soberano a esa obligación de la ley natural que consiste no sólo en defender la soberanía de toda la nación, sino en someter su propia voluntad al servicio del bienestar general de toda la población, y de su posteridad. Esa división entre ultramontanismo pro bestial y el humanismo, ha sido el tema de fondo de los conflictos más sangrientos en la civilización europea extendida al orbe, desde el Renacimiento del siglo 15. El martinismo y el sinarquismo son excrecencias de la definición pro bestialista del hombre expresada por la tradición del Partido Veneciano moderno de Sarpi, Galileo, Hobbes, Locke, Quesnay, el Adam Smith de lord Shelburne, y Emanuel Kant. La distinción entre pro bestialistas como éstos es que la secta martinista que lord Shelburne de la Gran Bretaña desató sobre el mundo, lleva el impulso ultramontano (imperialista) pro bestialista a extremos tales como el holocausto que Adolfo Hitler perpetró contra los judíos, e incluso más allá. Los hechos que pesan en las cuestiones antedichas están más que disponibles para los estudiosos calificados y otros individuos pertinentes. Lo que a veces falta, aun entre relativamente muchos especialistas que tienen sus pruebas en orden, es una falta de comprensión del principio sistémico que, por así decirlo, "mueve" a martinistas o sinarquistas tales como Alessandro conde de Cagliostro, Franz Anton Mesmer y el monstruoso Joseph de Maistre. La solución a esa carencia ha de encontrarse en términos del razonamiento que he resumido en los párafos anteriores. Planteemos así la pregunta: ¿cómo es que la secta utópica (ultramontana, "integrista") del martinismo o sinarquismo y el fascismo como la "doctrina de guerra nuclear preventiva" de H.G. Wells y Bertrand Russell, y la secta de la Unificación de las Ciencias deriva de formas antiguas, medievales y modernas de nominalismo, tales como el empirismo y el existencialismo? En principio, el mecanismo usado para conseguir tales resultados puede entenderse con mayor rapidez, poniendo el dedo mental en la llaga de la naturaleza del fraude intrínseco de la geometría euclidiana. El razonamiento pertinente es el siguiente. El modelo cartesianoEl nominalismo niega la existencia experimentalmente conocible de principios físicos universales que pueden descubrirse más allá del ámbito de la percepción sensorial. Sin embargo, deja a sus creyentes en libertad de imaginar qué puede haber "allá afuera, más allá", una creencia que no depende de otra cosa que de la selección arbitraria de alguna doctrina que pueda simular que explica las cuestiones de principio que yacen más allá de los poderes de la percepción sensorial. A estas selecciones arbitrarias a veces se les llama "verdades de suyo evidentes", o "principios a priori", tales como esas doctrinas de una geometría euclidiana que se introdujeron para reemplazar la geometría constructiva previamente establecida de Tales de Mileto, Pitágoras, Platón y demás. A este respecto, el destacado matemático del siglo 18 Abraham Kästner (1719–1800), el más importante de los maestros tanto de Gotthold Lessing como de Carl Gauss, señaló que esas paradojas puestas al descubierrto por el trabajo sucesivo de Kepler, Godofredo Leibniz y Jean Bernouilli, requerían deshacerse de la geometría euclidiana apriorística, en favor de una geometría antieuclidiana, o preeuclidiana, que regresara a la perspectiva de la geometría constructiva de la escuela de Pitágoras y Platón. Ese concepto de una geometría antieuclidiana, que Gauss planteó más o menos de forma explícita en su definición del Teorema fundamental del álgebra de 1799, se estableció de forma implícita en el párrafo inicial de la revolucionaria disertación de habilitación de Bernhard Riemann de 1854, Sobre las hipótesis que subyacen a los fundamentos de la geometría. Kepler había recetado el estudio general de las implicaciones de las funciones elípticas de la astronomía, junto con el desarrollo relacionado del cálculo por Leibniz después, como una tarea a resolver por los futuros matemáticos. Esto había llevado al seguidor de Leibniz, Kästner, a plantear la importancia de desarrollar una geometría antieuclidiana para reemplazar las geometrías neoeuclidianas y cartesianas dominantes entre la Ilustración de los empiristas del siglo 18. Esto había impulsado a Gauss a explorar las implicaciones más profundas de las funciones elípticas, y las nociones relacionadas de los principios generales de curvatura del dominio complejo, que Riemann llevó a un nivel decisivo de fruición. Unas matemáticas basadas en la pura aritmética han de referirse como típicas de una perspectiva radicalmente empirista. Unas matemáticas euclidianas o cartesianas representan la introducción de la creencia arbitraria en puras formas caprichosas de definiciones, axiomas y postulados "de suyo evidentes", en lugar de esos principios físicos universales definidos de modo competente, cuya presencia experimentalmente eficiente la expresan en términos matemáticos las definiciones sucesivas de Gauss y Riemann del dominio complejo. La llave para descubrir el mecanismo del martinismo o sinarquismo y el fascismo y del positivismo radical en general, es ver las implicaciones de extender la aplicación de formas utópicas arbitrarias de definiciones, axiomas y postulados del dominio de las matemáticas, al de la teoría social, el derecho y la fe religiosa. Diseña tu propia sociedad ideal. Defínela en términos de un conjunto arbitrario de "reglas del juego", reglas cuya interconexión se define como "consistencia" nominalista. La doctrina fascista ("trasimaquiana", sinarquista) de "texto", del magistrado estadounidense Antonin Scalia, es ejemplo de algunas de las peores maquinaciones armadas de tales formas. El esfuerzo mentiroso del finado profesor Leo Strauss por inducir a sus tontas víctimas a aceptar a Platón como un admirador de Trasímaco, es emblemático de tales fraudes. Los horrores de la Inquisición española son un ejemplo de semejantes fraudes, además de ser un precedente importante en el diseño de la secta martinista o sinarquista actual. El reclutamiento de la cepa dizque derechista de sinarquistas en América Central y del Sur, bajo la dirección del partido nazi, y aún hoy día, ha descansado en gran medida en un dogma específicamente fascista de hispanidad, que toma de manera apologética tales orgías satánicas como la Inquisición española y el papel de los Habsburgo en las guerras religiosas del período de 1511–1648, como un precedente para el dogma dionisíaco–neocátaro de tales martinistas originales como Joseph de Maistre. El antídoto para tales fraudes como la del martinismo y cosas parecidas, es una distinción racional entre el significado de los verbos "creer" y "saber". La cualidad histérica que permea la versión sinarquista mentirosa de la historia de las Américas, por ejemplo, expresa su necesidad de inventar una interpretación falsificada de la historia como una mera creencia que pueda servir como una ficción utópica para la versión de la historia del fanático sinceramente integrista. Es el mismo axioma del hombre bestia empapado en sangre, de una fe fantasiosa en el martinismo o sinarquismo, lo que constituye la diferencia más significativa entre el martinismo o sinarquismo y otras formas modernas de teoría social nominalista y de teología en general. |
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