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Putin ofrece una alternativa al 'choque de las civilizaciones' por Jonathan Tennenbaum y
No importa en qué ocasión, un discurso del presidente de Rusia pronunciado en alemán ante el Parlamento alemán en el Berlín reunificado hubiera sido de por sí un acontecimiento histórico. El discurso que dio ahí Vladimir Putin el 25 de septiembre fue todavía más: la oferta de una oportunidad preciosa, tal vez la última, de eludir la peor catástrofe de los tiempos modernos. Dos semanas después de los bárbaros ataques a Nueva York y Washington que llevaron al mundo a una nueva y aguda fase de crisis, la extraordinaria intervención de Putin cambió los axiomas de la política y le plantea a otros líderes mundiales la obligación de hacer lo mismo. Lo que dijo en Berlín lo ha reforzado también con una intensa diplomacia personal con otros jefes de Estado, así como mediante la declaración formal que le dirigiera el 24 de septiembre al pueblo ruso y a los Estados Unidos. En una situación en que acciones militares precipitadas, anunciadas como represalias por el 11 de septiembre, amenazan con encender el infame "choque de las civilizaciones" desde el Asia Central y el Oriente Medio por toda Eurasia y más allá, el presidente de Rusia, con calma pero con pasión, se presentó ante su atónito auditorio berlinés de funcionarios gubernamentales y parlamentarios para decir, de hecho: Queridos amigos, esto no va a funcionar; Rusia no va a jugar este juego; el mundo ha cambiado. Al mismo tiempo, Putin le hizo un ofrecimiento inequívoco a los Estados Unidos de abandonar los podridos axiomas geopolíticos que en el siglo 20 acorralaron al mundo en dos guerras mundiales y en la Guerra Fría, e instituir un nuevo tipo de cooperación entre las naciones, ejemplificada por la colaboración de Rusia, China y otras naciones de Asia en torno al Puente Terrestre Eurasiático. El tipo de viraje que propuso Putin es equiparable al que representó el ofrecimiento que le hiciera el presidente Ronald Reagan a los dirigentes soviéticos el 23 de marzo de 1983, cuando anunció la Iniciativa de Defensa Estratégica para reemplazar la riesgosísima doctrina militar de las superpotencias: la "destrucción mutua asegurada". La negativa del entonces secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Yuri Andropov, firmó la sentencia de muerte del imperio soviético y le cerró el paso al establecimiento de relaciones económicas y de seguridad saludables entre las naciones. En 1983, lo que Reagan planteó y Andropov rechazó fue la idea de Lyndon LaRouche de cómo evitar la guerra. Hoy día, Putin ofrece un modo de evitar la guerra, el cual los Estados Unidos y otras naciones [todas las que viven bajo el sistema financiero angloamericano, tan endeble ahora como la economía soviética en 1983] correrían grave riesgo en rechazar. Lo expuso en su discurso ante el Bundestag (pasajes del cual acompañan a este artículo), que debe ser leído y releído por toda persona preocupada de la supervivencia de la humanidad en esta coyuntura. El contenido de la política de Putin, como era de esperarse, coincide en tres grandes aspectos, con las perspectivas estratégicas que promueve LaRouche en la actualidad. Primero, Putin rechaza explícitamente el "choque de las civilizaciones". Afirma que no es para nada inevitable que la guerra religiosa y étnica cunda en Eurasia, y que, para avitarla, la comunidad mundial debe elaborar "todo un complejo de medidas políticas, educativas y económicas". Segundo, Putin es partidario de la cooperación entre las naciones eurasiáticas en todos los campos. Mientras Putin hablaba en Berlín, un viceministro ruso de ferrocarriles estaba en Viena para exponer la idea rusa del Corredor de Transporte Eurasiático ante una conferencia internacional de funcionarios ferroviarios. Tercero, Putin expresó con emoción su conocimiento personal del poder de la cultura clásica alemana, ejemplo de lo mejor de la "difundida civilización europea", como lo ha expresado varias veces a últimas fechas. A la vez, Putin fortalece lazos con los grandes vecinos de Rusia al sur y al este [China, India e Irán] y le da vida así a la identidad única de Rusia como nación eurasiática. El marco de la deliberaciónPutin no expresó todo lo que uno hubiera deseado en su discurso del Bundestag. En particular, no abordó explícitamente la crisis financiera mundial, de importancia central. Ni abordó explícitamente la burda manipulación de la opinión pública mundial por parte de los órganos de difusión, que reducen toda acción de guerra irregular al "terrorismo dirigido por Osama bin Laden". Pero la naturaleza y las implicaciones de la cooperación que ofreció Putin queda clara cuando examinamos los aspectos decisivos que no explicó pero que las circunstancias de su discurso ponen agudamente de relieve. A esas circunstancias les ha dado forma, en gran medida, el papel personal de Lyndon LaRouche, en particular su diálogo con instituciones rusas en época reciente. Por lo menos desde fines de 2000, ciertos círculos importantes de Rusia han venido a coincidir en lo esencial con LaRouche en tres puntos decisivos: 1. Que el mundo, sobre todo los propios Estados Unidos, desde antes del 11 de septiembre, habían entrado a la fase final de la peor crisis financiera, monetaria y económica de los tiempos modernos. Ninguna manipulación, ni siquiera el desatar la guerra, pueden salvar de la desintegración al sistema financiero presente. El propio LaRouche lo expuso hace apenas dos meses en un discurso ante la Comisión de Economía de la Duma del Estado Ruso. Importantes instituciones rusas han demostrado su seriedad en el asunto con medidas tendientes a "desdolarizar" la economía, para crear la opción de una nueva moneda rusa basada en el oro y empezar a explorar la posibilidad de sistemas monetarios alternativos con otros países. 2. Que sólo se le puede dar solución a esta crisis por medio de un nuevo tipo de cooperación entre Estados nacionales soberanos, cuyo eje sea el plan de desarrollo en gran escala que LaRouche identifica como el Puente Terrestre Eurasiático. Esto quiere decir cooperar para crear una red de corredores transcontinentales de infraestructura, que combinen ferrocarriles modernos y trenes de levitación magnética, redes hidráulicas y eléctricas que se extiendan desde Europa, por las vastedades de Asia Central y Siberia, hasta los grandes centros de población de Asia Oriental y del Sur. Este fue también uno de los asuntos centrales de las discusiones de LaRouche con importantes instituciones rusas, y es cada vez más una idea común entre los líderes de Rusia, China, India, Malasia, Irán y otros países de Asia, que procuran unirse entre sí y con Europa en esta clase de desarrollo. También hay acuerdo general de que la ejecución del plan del Puente Terrestre Eurasiático es inseparable de la creación de nuevos mecanismos financieros, monetarios y comerciales, opuestos al "libre comercio" y tendientes a la creación de un nuevo sistema monetario mundial. 3. Que una poderosa facción de la oligarquía angloamericana lleva adelante una guerra sistemática y cada vez más intensa en contra del plan del Puente Terrestre Eurasiático, al extremo de fomentar la guerra religiosa y étnica generalizada en Eurasia, con tal de evitar la consolidación de una alternativa a su sistema mundial en quiebra. Los rusos han identificado claramente esto como "la estrategia Brzezinski", y Putin apuntó en la misma dirección con su condena al "choque de las civilizaciones". Estos puntos se comprendieron y reconocieron en importantes círculos rusos desde antes del 11 de septiembre. Luego, se añadió otra dimensión de claridad: un consenso general entre los profesionales de inteligencia de Rusia de que los sucesos del 11 de septiembre no hubieran ocurrido sin la participación activa y deliberada de elementos poderosos dentro de las propias instituciones estadounidenses, y que la caracterización de LaRouche de la iniciación de un proceso de golpe de Estado de facto en los Estados Unidos es muy probablemente correcta. Rusia sigue su propia políticaNo asombra que la prensa angloamericana, que acogió triunfalmente el supuesto respaldo de Putin a la "cruzada" antiterrorista que anunció el presidente Bush, casi no ha dicho nada sobre su discurso del Bundestag. Sospecha, sin duda, y no sin razón, que el presidente ruso, experto en artes marciales japonesas, de hacerle judo a toda la operación. La anulación repentina, apenas 24 horas después del discurso de Putin, de la esperada decisión de activar la cláusula de "defensa común" de la OTAN en preparación de una operación militar en gran escala contra Afganistán, muy probablemente tiene que ver con la intervención de Rusia, que ya cobraba forma desde antes de que Putin tomara la palabra en Berlín. Después de la visita de Estado que hizo a Armenia los días 14 y 15 de septiembre, Putin operó por una semana desde su residencia de descanso a orillas del Mar Negro. Sostuvo conversaciones telefónicas con gobernantes de Europa y Asia. A más tardar para el 22 de septiembre, cuando se reunió por seis horas con gabinete de defensa y seguridad (interrumpido sólo por una conversación de una hora con Bush), Putin tomó una decisión. A todas luces, se determinó que Rusia no tiene poder suficiente para evitar la acción militar estadounidense en Afganistán, aun cuando amenace con consecuencias desastrosas para toda la región. Pero Rusia no podía pasar por alto o meramente asentir a las operaciones militares estadounidenses en Asia Central. Después de todo, ésta es la región del "Gran Juego" desde el siglo 19, la arena de las planes geopolíticos en que se ponía a Rusia de antagonista. Con el plan de cinco puntos que anunció Putin el 24 de septiembre, los dirigentes rusos toman una actitud muy precisa respecto a cualesquier posibles operaciones militares. Rusia se une al nuevo frente antiterrorista, pero en sus propios términos y a cambio de algo. En entrevistas concedidas antes de su visita a Alemania y en el discurso nacional del 24 de septiembre, Putin le ofreció a los Estados Unidos apoyo en la "batalla contra el mal", fijando al mismo tiempo límites claros. Dijo que se deben mantener la razón y los principios del derecho nacional e internacional; en particular, la ley rusa prohíbe despachar tropas al extranjero, salvo bajo los auspicios de la ONU. El ministro de Defensa, Serguei Ivanov, y otros jefes militares rusos han descartado "categóricamente" el despacho de tropas rusas al Asia Central. Se debe mantener el papel institucional de la ONU, dijo Putin, en especial el Consejo de Sweguridad de la ONU. Se debe consultar a sus miembros permanentes, incluidos Rusia y China, respecto a cualesquier acciones. Y la idea entera del "choque de las civilizaciones" se debe descartar por ser "errónea y destructiva". Putin demandó que se aplique el mismo rasero a la insurgencia de años en Chechnia, hizo notar que Londres es un centro de reclutamiento de fuerzas guerrilleras y terroristas, y demandó que los gobiernos occidentales le pongan alto a semejantes actividades. Con ello, Putin y su equipo intentan contener las peores consecuencias de las acciones militares venideras, a la vez que ampliar su espacio de maniobra para grave crisis militar, política y financiera que se avecina. Aun sin poner sobre el tapete el decisivo asunto del crac financiero, Putin se ha ubicado en posición favorable pues, conforme se acelere el crac y fracasen los intentos de ponerle alto, con lo que hará aún más patente la debilidad de los Estados Unidos bajo la política actual, aumentarán como nunca las posibilidades de organizar una alternativa. Es, pues, una maniobra de flanqueo abierta. Gracias a la intervención de Putin, se ha abierto un camino alternativo para alejar al mundo del precipicio y llevarlo a un futuro muy diferente y mucho más brillante. Que la oportunidad se materialice dependerá de cuán rápidamente individuos e instituciones importantes de los Estados Unidos, Europa y otras regiones obren con el coraje y el entendimiento estratégico del mundo que hasta ahora sólo ha manifestado Lyndon LaRouche. Mientras tanto, una cosa es clara. Cuando Putin declaró apasionadamente, en uno de los momentos culminantes de su discurso de Berlín, "la Guerra Fría ha terminado", no habló con el tono de una potencia derrotada, sino con la confianza de una gran nación. Rusia vive, y Putin exigió darle fin a la malvada doctrina geopolítica que fue la que le dio origen a la Guerra Fría.
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