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Los Estados Unidos necesitan un verdadero socio alemán
por Helga Zepp-LaRouche La señora Zepp-LaRouche es presidenta del Movimiento de Derechos Civiles Solidaridad De ocurrir el infame "choque de civilizaciones" que será casi inevitable si hay operaciones militares estadounidenses contra Afganistán y posiblemente otros estados islámicos, el mundo se verá en grave peligro de una tercera guerra mundial. Esta horrible posibilidad, el peligro de un abismo para la humanidad, marca la urgencia con deben retomarse y corregirse algunas de las mitologías que quedan de las dos guerras mundiales anteriores. Todo ello es tanto más importante dado que ciertos estadounidenses, como lo hizo el envejecido Don Jordan en un reciente programa de diálogo por televisión, están presionando a los políticos alemanes, diciéndoles que no tienen derecho a considerar las repercusiones y consecuencias de una acción militar en el Oriente Medio, porque "¡Nosotros [los estadounidenses] los liberamos a ustedes de Hitler!" Se supone que ese es el gran garrote que esgrimen para callar a todos los alemanes y obligarlos a ponerse en línea. El problema es que los sucesos recientes en los Estados Unidos efectivamente evocan la memoria de Hitler entre los alemanes, pero en forma muy distinta a la que parece haber conocido el periodista estadounidense Don Jordan, transmitiendo desde Alemania. En este país todo el mundo, o mejor, todos los que tienen permiso de saber historia-conoce muy bien la diferencia entre el mito oficial de la historia del siglo 20 y lo que realmente sucedió. Ningún historiador que se respete podría hoy en día afirmar que Alemania fue la única culpable por la Primera Guerra Mundial. La causa de esa guerra fue principalmente la obsesión geopolítica de las élites británicas, basada en las extrañas ideas de Halford Mackinder sobre la lucha por la hegemonía mundial entre los países del litoral atlántico y los del macizo euroasiático. Ello condujo a que el príncipe Eduardo, primero príncipe de Gales y luego rey de Inglaterra, montase el tablero de la Primera Guerra Mundial organizando primero la Entente Cordiale entre Francia e Inglaterra, y luego volviendo a Rusia y Francia en contra de Alemania. Si bien es cierto que el káiser alemán y el zar ruso, sobrinos del rey Inglés Eduardo VII, eran unos necios, fue su tío, esencialmente, quien los manipuló para que se degollaran entre sí. Como resultado los pueblos alemán ruso y francés, en particular, sufrieron inmenso daño sicológico y material, lo cual desarraigó a toda una generación y preparó el terreno para lo que vendría después. Es de notarse que el ingreso de los Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial, del lado de la Entente Cordiale, fue el golpe más artero a la identidad de los Estados Unidos, a la tradición de los próceres estadounidenses y de Lincoln con ello comenzó la "relación especial" angloamericana de la cual se quejan aún los patriotas franceses hasta la fecha. Los términos del Tratado de Versalles, que arbitraria y fraudulentamente le achacaban a Alemania la culpa por esa guerra, llevaban el propósito de impedir que Alemania pudiese recuperarse por mucho tiempo. El fascismo, respuesta del establishment a la depresiónLos alemanes saben que cuando ocurrió la Gran Depresión intervinieron figuras claves del establishment angloamericano para instalar a Hitler en el poder, especialmente Montagu Norman, ex director del Banco de Inglaterra, su socio y subordinado Averell Arriman, y Prescott Bus, funcionario ejecutivo del anterior y abuelo del actual presidente de los Estados Unidos. Arriman y Bush jugaron papeles destacados en la canalización de apoyo financiero y demás al Partido Nazi de Norman y Hjalmar Schacht. Estos patrocinadores angloamericanos del Partido Nazi trabajaban en base al perfil de los escritos de Hitler y la ideología de las SS; confiaban que Hitler emprendería la guerra contra la Unión Soviética, y que poner a Hitler en el poder, por consiguiente, acabaría de destruir a Alemania. Esos angloamericanos, plenamente conscientes de las lecciones de la derrota de Napoleón en Rusia en 1812, calculaban que una vez que los ejércitos alemanes estuviesen empantanados en Rusia, las fuerzas anglofrancesas atacarían a Alemania por la retaguardia y la aplastarían. Pronto la inteligencia británica descubrió, empero, que Alemania se había valido de los contactos de von Ribbentrop para entrar en negociaciones de détente con el gobierno soviético, lo que dejaba libre a Alemania para atacar primero a Francia y Gran Bretaña. En el momento en que lo reconocieron, la monarquía británica se deshizo de Eduardo VIII, de inclinaciones prohitlerianas, para poder ponerse de acuerdo con los Estados Unidos. A la larga los Estados Unidos se unieron a Francia y Gran Bretaña para atacar a Alemania. El apoyo angloamericano a Hitler está bien documentado, pero es un tema tabú, desde luego. Sin embargo, aun queda el hecho de que cuando Hitler sufrió severas pérdidas en las elecciones de noviembre de 1932, Montagu Norman, Arriman y Prescott Bush intervinieron con sus cómplices alemanes, entre ellos Hjalmar Schacht y von Papen, para rescatar a Hitler y a su partido con apoyo financiero y demás ayuda. Ello se documenta en gran detalle en el libro George Bush: The Unauthorized Biography, por Antón Chaitkin y Webster Tarpley. Von Schleicher era la última posibilidad de que Alemania pudiese superar la depresión, en forma parecida a como lo hizo Franklin Delano Roosevelt. Pero von Schleicher fue derrocado, gracias a la presión de Norman en Gran Bretaña y sus aliados banqueros en Nueva York, el 28 de enero de 1933; el 30 de enero de 1933 Hitler asumió la Cancillería. La Cancillería de Hitler era débil al principio, pero el incendio del Reichstag sirvió de pretexto para darle a su régimen facultades represivas extraordinarias. Ello se consiguió, primero, con el llamado decreto presidencial del 28 de febrero de 1933, por el que se abrogaban los derechos básicos de la Constitución de Weimar. El golpe constitucional quedó completo con la anuencia del Reichstag a adoptar las leyes de emergencia (Ermaechtigungsgesetze) que Hitler quería. El golpe concluyó con los asesinatos posteriores al presunto conato de Roehm, el 30 de junio de 1934. Lo que sucedió tras estos importantes cambios, esencialmente, fue la corrupción y destrucción del orden constitucional. La consigna que se oía entonces, de que "justo es todo aquello que conviene al pueblo alemán; injusto es todo aquello que le perjudica", encuentra eco en la actual, de que "quien no esté con nosotros, está en contra". ¿Qué rumbo para los Estados Unidos? Las facultades de los fiscales se fortalecieron a costillas de los derechos civiles y la autoridad de los tribunales. La tendencia a la desaparición de todo fundamento legal para la acción de éstos aumentó con los años, a medida que el régimen se iba radicalizando. Eso fue lo que hizo posible el sistema de campos de concentración y la matanza de los retardados mentales. Así fue como Hitler, tras la muerte de Hindenburg y el asesinato de von Schleicher, obtuvo el poder absoluto. La consecuencia final fue la Segunda Guerra Mundial. Este es el período histórico del que nos acordamos hoy, si vemos las secuelas y efectos de los ataques a las torres gemelas de Nueva York y al Pentágono, que son el equivalente del incendio del Reichstag en el régimen de Hitler. Inmediatamente después de estos ataques el procurador general de los Estados Unidos ha adelantado propuestas de reformas judiciales que amenazan destruir la Constitución y crear una dictadura en ese país. Esta vez la víctima pretendida son los propios Estados Unidos; se pretende atraerlos, y a Occidente entero, a un choque de civilizaciones que casi seguramente acabaría en una tercera guerra mundial. Todos tienen que entender que esa es la crisis actual de la civilización. Y ¿cuál es la respuesta del típico alemán que lee estas líneas? El típico parlamentario grita: ¿Estás loco? ¿No te das cuenta de que le debo mi puesto y mi pensión al hecho de que nunca me desvío de la línea americana? Y además, si decidiera seguir una política independiente, de acuerdo al interés de Alemania, ¡tendríamos otro Rohwedder, Herrhausen, o un caso como el de Kohl!" (refiriéndose a los asesinatos de Detlev Rohwedder y Alfred Herrhausen, a manos de una presunta tercera generación de la pandilla Baader-Meinhof, de muy dudosa existencia, y el descrédito sufrido por Helmut Kohl a través del presunto escándalo de financiamiento del partido). "No es posible que se me oiga criticar a los Estados Unidos, pase lo que pase allá", dice este necio común. Pero en realidad hay mucha gente en Alemania, especialmente gente vieha, de la que vivió durante la Primera Guerra Mundial, tal vez, o la hiperinflación de 1923, o la Gran Depresión, o el ascenso de los nazis, la Segunda Guerra Mundial y el período de ocupación, que saben que la historia no fue tan sencilla como pretenden presentarla las películas de Hollywood. Y entienden el peligro de que, si llegara a consolidarse el golpe en los Estados Unido, no sólo se tornaría ese país mismo en una pesadilla, sino que el mundo entero estaría en peligro mortal. ¿Qué hacer, entonces? Son rarísimas las veces en que la historia brinda la oportunidad de cambiar completamente de rumbo. Semejante ocasión se presentó en 1983, cuando el presidente Reagan le ofreció a la Unión Soviética colaborar en el desarrollo y emplazamiento de la Iniciativa de Defensa Estratégica, que hubiera puesto fin a la división de mundo en bloques, y puesto fin el régimen de terror de la destrucción nuclear tal como existía en la estrategia de la OTAN y con la política de la Destrucción Mutuamente Asegurada. Cuando el secretario general Andropov rechazó ese ofrecimiento, esa oportunidad se perdió. Otra ocasión semejante existió de nuevo cuando la caída del muro de Berlín y la reunificación de Alemania crearon la posibilidad de una completa redefinición de la política Este-0este, basada en la integración infraestructural e industrial del continente euroasiático. Esa oportunidad se echó a perder cuando Thatcher, Bush y Mitterrand forzaron a Alemania a capitular al Tratado de Maastricht e impusieron la llamada "política de reforma" a los países del antiguo CAME, basada en el propósito geopolítico de reducir a esos países a meros exportadores de materias primas, en condiciones esencialmente tercermundistas. Ahora se presenta nuevamente una oportunidad histórica tal. Dos semanas después de la catástrofe en los Estados el presidente Putin, de Rusia, realizó una visita a Alemania que tenía tiempo de haberse preparado, y pronunció ante el Parlamento alemán un discurso verdaderamente histórico. Señaló que la Guerra Fría por fin se ha acabado, y ofreció una cualidad de cooperación completamente nueva entre las naciones de este planeta. Si vemos la suma total de iniciativas políticas, económicas y culturales emprendidas por el gobierno ruso en el período reciente, está claro que Rusia no sólo está entregada a impulsar el puente continental euroasiático, en tanto política de prevención de guerra y para llevar prosperidad a todos los países de Eurasia, incluidos los del Asia Central, Levante y el Oriente Medio. Destacados medios dirigentes en Rusia también consideran que la paz mundial sólo podrá garantizarse si los Estados Unidos siguen el camino señalado por Lyndon LaRouche; a saber, que los Estados Unidos se integren al puente continental euroasiático en su extensión a las Américas por el Estrecho de Bering. Le corresponde, pues, a los Estados Unidos, sumarse al potencial por una nueva comunidad de principio, tal como la previeron los próceres fundadores de ese país. Los Estados Unidos tienen dos alternativas. Una es convertirse en versión americana y nueva variedad de la dictadura de Hitler, a quien ayudaron a subir al poder Norman Montagu, los Harriman y otros tales, a fin de cuentas. Por ejemplo, la Sociedad Americana de la Eugenesia proclamaba que la política racial de Hitler era la que debían adoptar todas las "sociedades civilizadas". De ocurrir semejante cosa, la perdición de la humanidad quedaría sellada por muy largo tiempo. Por otra parte los Estados Unidos podrían revivir la tradición de ser un "templo de la libertad", en la recia tradicion de Benjamín Franklin, Abraham Lincoln, Franklin Roosevelt, John F. Kennedy y Martín Luther King. Mucho dependerá en estos momentos de cómo puedan los verdaderos amigos de esta nación atribulada ayudarla a encontrar el camino recto. Por esto es urgente que un buen número de parlamentarios y ciudadanos alemanes comunes y corrientes dejen de aparentar que tienen el cerebro lavado -porque temen que si no lo hacen, los angloamericanos los aplastarán-y aprendan la lección de la historia. Si los líderes de otros países no se hubieran puesto a alabar a Hitler cuando tomó el poder, o hubiesen callado o apoyádolo como lo hizo el New York Times hasta 1938, las cosas hubieran resultado distintas. Y que no se jacte tanto Don Jordan. Porque si bien es cierto que los Estados Unidos liberaron a Alemania de Hitler, también es cierto que éste subió al poder con la ayuda de otros americanos de los que evidentemente le caen muy bien a Jordan.
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