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Mientras que sus padres baby boomers aún albergan alguna ilusión de podérselas arreglar invirtiendo en la bolsa
Arranca la revolución de las juventudes larouchistas


por Muriel Mirak-Weissbach

Ha comenzado en los Estados Unidos una revolución que tendrá repercusiones de alcance mundial. Encabeza esta revolución un grupo de jóvenes excepcionales, quienes, habiendo entendido la naturaleza del período histórico en que vivimos, han decidido dedicar sus vidas a garantizar que el mundo no caiga en una nueva era de tinieblas, sino que entre a un nuevo Renacimiento.

Esta revolución, al igual que todas las anteriores en la historia de la humanidad, es lanzada a iniciativa de un solo individuo dirigente —en este caso Lyndon LaRouche—, quien reunió las fuerzas del nuevo movimiento internacional de juventudes en la reciente conferencia semestral de la Junta Internacional de Comités Laborales y el Instituto Schiller, realizada en Reston, Virginia, los días 31 de agosto y 1 de septiembre de 2002. A la conferencia, titulada "La crisis financiera mundial del 2002", asistieron mil personas, cientos de ellas menores de 25 años.

Como lo señala LaRouche en su discurso de apertura, no son las "causas" las que determinan el curso de la historia, sino las personalidades, aquellos individuos excepcionales que entienden la cohesión de ciertos principios universales que se requieren para sacar de la crisis a una nación, o al mundo entero. Así como cada nueva crisis requiere principios nuevos, cada personaje destacado tal debe ser capaz de descubrir nuevos principios y aplicarlos en la práctica.

Como está reconociéndose por todo el mundo, desde el Asia y el mundo árabe e islámico, hasta América Latina, Lyndon LaRouche es esa clase de líder histórico mundial. A lo largo de la historia, con todos sus altibajos, ha sido siempre la conducción ejercida por unos cuantos —o su ausencia— lo que ha determinado la dirección de progreso o retraso. Uno de tales personajes fue Franklin Delano Roosevelt, quien revivió a la nación en tiempos de crisis; otro fue John F. Kennedy, y otro fue Martin Luther King. Una característica de este último, en particular, fue su compromiso a entregar la vida, si fuere necesario, por la causa de la verdad y la justicia. Como decía el doctor King, si un hombre no tiene nada por lo que valga la pena morir, entonces no tiene nada por lo que valga la pena vivir.

LaRouche destacó que la clave para adquirir el coraje necesario para ejercer liderazgo en tiempos de crisis es un concepto de identidad personal nacido del conocimiento de que, aunque la vida es mortal, uno consigue la inmortalidad haciendo algo "que hacía falta, para honrar a la humanidad pasada, y por el bien del futuro de la humanidad".

En el transcurso de la última generación, conocida en los Estados Unidos como la generación de los baby boomers —los nacidos en el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial—, fueron destruidos todos los logros de Roosevelt. La introducción de la "sociedad de consumo", la contracultura del rock, las drogas y el libertinaje sexual, y la obsesión con las "necesidades personales", como algo contrapuesto al bien común, fueron el golpe de muerte a la cultura de la época de Roosevelt. Esto ha producido una juventud cuyo concepto de sí misma es el de la "generación sin futuro", porque ni la escuela ni la sociedad les ofrecen una misión para el futuro.

Impera entre ellos el pesimismo cultural, y no tienen concepto de verdad ni de compromiso. Algunos ni siquiera llevan relojes, porque hasta el sentido del tiempo han perdido. El predominio de la "contracultura" de sus padres ha eliminado la cultura clásica, sobre todo, privando a los jóvenes de todo sentido de historia, ciencia o progreso.

La gran ventaja que tiene esta generación, señaló Phil Rubenstein, dirigente del movimiento larouchista en el Pacífico de los EU, es que para 1998–1999 ya sabía que no tenía futuro. Mientras que sus padres baby boomers aún albergan alguna ilusión de podérselas arreglar invirtiendo en la bolsa, o en bienes raíces, para tener suficiente dinero para jubilarse (o al menos sufragar los costos de su propio funeral), la generación de entre 18 y 25 años de edad se da cuenta de que el sistema ya estiró la pata, y que su educación es un fraude, puesto que no la ha capacitado para enfrentar lo que viene. Ahora responden al mensaje de LaRouche, de que tienen que crear su propio futuro asumiendo la misión de reconstruir a los EU y al mundo.

Cuando estos jóvenes se ven ante los desafíos morales e intelectuales que les plantea LaRouche, con su increíble capacidad de pronosticar los sucesos económicos y políticos, estos jóvenes responden con asombro y curiosidad, y con el deseo de aprender cómo consiguió él hacer todo eso. La advertencia de LaRouche, en noviembre del año 2000, de que las elecciones de ese año podrían no decidirse el día de la votación, por ejemplo, o su insistencia, poco después, de que Enron, conglomerado aparentemente omnipotente en aquel entonces, se iba a venir abajo, le demostró a muchos jóvenes que LaRouche "sí sabe de qué habla".

Ninguna descripción del fenómeno puede equipararse al testimonio de los jóvenes mismos, quienes hicieron fila ante el micrófono para contar las cosas desde su punto de vista en la quinta sesión plenaria de la conferencia, el 1 de septiembre. Un joven de Los Ángeles, que lleva un año organizando, recordaba que su primer contacto con LaRouche fue algo "fenomenal, increíble", pero luego pensó: "Si lo que dice es cierto, ¿qué requiere eso de mí?" Una muchacha universitaria, cuyo padre le había dicho que la vida no tiene propósito, relató haberse dado cuenta la primera vez que asistió a una escuela de cuadros del Instituto Schiller, que se trataba de un "momento profundo. . . finalmente hallé gente con la que podía hablar de filosofía, y que estaban haciendo algo". Otros recalcaron que sentían haber asumido una gran responsabilidad al unirse a las filas del movimiento de LaRouche en este momento de crisis de desintegración.

Aunque las experiencias de los veintitantos estudiantes eran muy variadas, todos manifestaban el mismo entusiasmo y emoción por las nuevas tareas que habían emprendido. Lo más importante era su conciencia de la "pasión por la verdad" que habían visto en LaRouche. Una joven comentó que uno "ve lo que tiene de bueno el universo, y uno adquiere una pasión por la verdad. El mundo descansa en nuestros hombros. Tenemos que encontrar esta pasión, y despertarla en otros".[FIGURE 1]

De una forma u otra, todos expresaron su comprensión de que, para poder mantener ese compromiso y sostener el movimiento, hará falta trabajo intelectual serio y sostenido, con ideas profundas. Varios dijeron haber pensado, al principio, que sería "fácil" reclutar al movimiento a sus amigos y contemporáneos, pero pronto vieron que no era así. Un estudiante, convencido de que el movimiento nacional larouchista pronto tomaría el mundo, dijo: "Pensé que sería más pronto; pensé que podía hablarle a mis amigos, y todos estarían de acuerdo. Pero no fue tan fácil, porque tuvimos que concentrarnos en comunicar las ideas más profundas del universo". Un dirigente estudiantil de California contó de un enfrentamiento que tuvo durante una manifestación con estudiantes que hacían mofa del movimiento de LaRouche, expresando el profundo pesimismo que aflige a tantos estudiantes. Cuando les preguntó por qué actuaban como necios, uno respondió: "necio es aquel que piensa que puede hacer algo para cambiar el mundo". Pero, como dijo este dirigente en la conferencia: "Piensen en grande. Tal vez me toque ir al Congo–Zaire, o a Brasil, a ayudar a ejecutar la política de LaRouche. Para eso es este movimiento de juventudes: para poner en marcha el nuevo sistema monetario, y evitar una era de tinieblas". Y también para poner a LaRouche en la Casa Blanca en el 2004.

El potencial del movimiento de juventudes larouchistas no tiene límites. Y no es, como LaRouche lo recalcó, un simple movimiento para reclutar jóvenes, sino para revitalizar a la generación de los baby boomers, y revivir en ella el concepto de propósito que ha perdido. Que el momento es oportuno para un cambio revolucionario, quedó claro cuando tomó la palabra Kerry Lowry, demócrata larouchista que acaba de ganar la elección primaria para la Asamblea Legislativa del estado de Michigan. "¡Yo soy prueba fehaciente de que todavía no hay que perder la fe en los baby boomers!, bromeó.

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