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¿Por qué cedió el FMI?
El FMI cede en Argentina y todos voltean a ver al Brasil



El presidente argentino Eduardo Duhalde (tercero desde la der.) se reúne con líderes de la Confederación General de Trabajadores (CGT). Ni él, ni el próximo presidente, pueden imponer más austeridad al desesperado país, como el FMI lo ha exigido por más de un año. La batalla ahora seráen Brasil.

por Cynthia R. Rush

Después de casi un año de negociaciones con Argentina, el Fondo Monetario Internacional (FMI) anunció el 16 de enero su decisión de conceder un acuerdo "de transición" con ese gobierno, no para que reciba nuevos fondos, sino sólo para refinanciar los 6.600 millones de dólares que vencen de aquí a agosto de este año (más otros 5.000 millones que ya se pagaron en 2002). Las ásperas discusiones de ambos equipos de negociadores llegaron hasta el agotamiento. El gobierno de Eduaro Duhalde debía pagarle al Fondo mil millones de dólares para el 17 de enero, y amenazó con incumplir, tal como lo hizo con los pagos anteriores que adeudaba al Banco Mundial y al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en noviembre y diciembre pasados.

Al respecto, el precandidato presidencial estadounidense Lyndon LaRouche dijo que la desintegración financiera global está tan avanzada, que con o sin acuerdo el FMI pierde de cualquier modo. Si logra imponer sus políticas de austeridad en Argentina y Brasil, dijo, esas naciones de desmoronarán y arrastrarán consigo al FMI. Pero si estas naciones rechazan las políticas del Fondo, eso también acabará con el FMI. Esa es la llana realidad.

En Argentina, el ministro de Finanzas Roberto Lavagna advirtió que su país no tocaría ni un centavo de sus 10 mil millones de dólares en reservas para pagar a sus acreedores multilaterales, a menos que el Fondo anunciara públicamente que se había llegado a un acuerdo para que Argentina pudiera "pagarle" al FMI y demás con dinero que le "prestarían" de inmediato los mismos acreedores. El presidente Duhalde, que no es precisamente el tipo de líder que Argentina necesita en medio de esta crisis, se aprovechó del hecho de que la clasificación crediticia del FMI —y su propia existencia— hubiera peligrado de haberse ido al incumplimiento. Él insistió que usar la reservas lo colocaría en una situación insostenible, privándolo de fondos para atender necesidades más apremiantes.

¿Por qué cedió el FMI? Su ridículo intento por mantener la ficción de que la impagable deuda externa argentina, de 220 mil millones de dólares, puede pagarse —es decir, que representa un activo de los acreedores—, no se debe más que al estado de bancarrota del sistema monetario mundial y, más en lo inmediato, a la gigantesca y muy inestable burbuja de deuda del vecino Brasil, de 500 mil millones de dólares. Lo que se temía era que un incumplimiento del pago de Argentina al FMI, y el daño subsecuente para la precaria situación financiera del Banco Mundial y el BID, hubieran desatado una reacción en cadena incontrolable que echaría abajo al sistema entero.

Si por el director gerente del FMI Horst Köhler fuera, no hubiera hecho tal anuncio. Köhler, junto con su subdirectora Anne Krueger y su director para el Hemisferio Occidental Anoop Singh, fastidiaron inmisericordemente a Argentina exigiéndole un "programa económico sustentable", un "consenso político" para adoptar medidas de austeridad más profundas, una mayor "responsabilidad fiscal" de los gobiernos de las provincias, y un sinnúmero de políticas imposibles de aplicar. Sus exigencias coincidieron con las terribles noticias de niños muriendo de hambre —a causa de las políticas del FMI ya instauradas— en uno de los principales países agrícolas del orbe; tragedia que hasta el momento continúa. Hasta el 13 de enero, cuando los argentinos esperaban el anuncio de un momento a otro, Krueger —la "Dama de Hierro" para los argentinos— lo demoró, exigiendo que se "revisaran" las condiciones monetarias que Lavagna dijo ya se habían resuelto.

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Pero en última instancia, la decisión no recaía en Köhler, Krueger o los funcionarios del FMI, sino en los gobiernos del Grupo de los Siete países más industrializados, cuyos líderes decidieron que las implicaciones de un incumplimiento eran demasiado peligrosas. A Iberoamérica la azota una volatilidad política y financiera cada vez más grande. La turbulencia política de "izquierda vs. derecha" en Venezuela amenaza con propagarse a otros países; en lo inmediato, a Bolivia. Las monedas de México, Venezuela y Chile caen a plomo frente al dólar, que a su vez se hunde en los mercados internacionales. Uruguay y Paraguay encaran posibles incumplimientos. Ya se habla de que México va que vuela para convertirse en "otra Argentina". Así, Köhler, todo taciturno, recomendó el 16 de enero la aprobación del programa de transición para Argentina, aunque advirtió que el programa "representa riesgos excepcionales para el Fondo", cuyas implicaciones "para Argentina, la región y para el Fondo mismo", debían sopesarse "cuidadosamente".

De inmediato, Argentina pagó mil millones de dólares al Fondo —un día antes del vencimiento— y desde entonces le ha pagado al banco Mundial y al BID otros 1.500 millones de dólares. Todo el dinero salió de sus reservas, con la expectativa de que se le rembolzaría en cuanto el consejo del FMI aprobara el programa.

Los acreedores, especuladores y otros tiburones financieros de todos los rincones de Wall Street y Londres recibieron el anuncio con aullidos de rabia, gritando: "chantaje". ¿Cómo puede el FMI llegar a semejante acuerdo sin obtener a cambio el compromiso de imponer un "plan de reforma económica serio?", dijo el Washington Post en su editorial del 20 de enero. Lacey Gallagher, ejecutivo del Credit Suisse First Boston, se quejó de que Argentina no ofreció "un programa sustentable. No creo que le ayude al Fondo o a Argentina un programa sin otro propósito que el de refinanciar los propios créditos del FMI". Mary Anastasia O'Grady del Wall Street Journal dijo en su artículo del 17 de enero, "Después de esta semana, ¿por qué alguien confiaría en Argentina?", echando chispas como de costumbre, que el gobierno de Duhalde ha "engañado" al sistema, ha roto "el imperio de la ley", y se ha "pasado de listo" con el FMI. Hasta que no acate las reglas, rabió, Argentina "está condenada a sufrir la mediocridad de un país subdesarrollado".

Unos cuantos analistas estuvieron más cerca de admitir que la verdadera preocupación era el futuro del sistema financiero global. El Financial Times de Londres señaló el 23 de enero que algunos de los países del G–7 apoyaron el trato argentino, "temiendo por la salud de las instituciones financieras internacionales y el efecto de carambola en otros prestamistas, de incumplir Argentina". El centro de estudios estratégicos de Stratfor en EU, ligado a los militares, informó que tanto el FMI como Argentina se cuidaron "del fantasma de otro incumplimiento. Es algo que el FMI sabe. Una cosa es que los inversionistas privados tengan que hacer una quita de sus activos, y otra muy distinta que el banquero de último recurso del mundo se vea forzado a hacerlo".

Pero nadie se atrevió a coincidir con LaRouche en que, sea cual sea el desenlace de este "estira y afloja", el FMI está acabado.

No hay `estabilidad'

Por otra parte, el acuerdo que el G–7 impuso para Argentina puede ser mucho más "transitorio" de lo que podría pensarse. La esperanza expresa del FMI es que el programa le permita al país llegar a las elecciones presidenciales de abril y a la toma de poder de un nuevo presidente el 25 de mayo. Entonces, supuestamente será posible otro tipo de acuerdo con una Argentina más "estable", en la que puedan aplicarse los dictados de austeridad que el gobierno de Duhalde no puede imponer hoy.

Pero quizá la economía de Argentina no llegue a esas fechas. No hay nada en el acuerdo del FMI que detenga la destrucción de su economía física o la desesperante pobreza de su población, y mucho menos tiene sustento la "recuperación" que el gobierno predice estúpidamente.

En cuanto al Brasil, su "estabilidad" es igual de ficticia. El nuevo presidente Luiz Inácio Lula da Silva pretende hacer lo imposible: mantener las políticas de austeridad del FMI —y mantener su promesa de pagar a tiempo la deuda externa— y al mismo tiempo comprometerse a atender las inmensas necesidades sociales de su país, lo que necesariamente implica repudiar la política del Fondo. Las presiones de ambos lados crecen con rapidez, y llegarán a su apogeo en abril y mayo de este año, cuando Brasil debe hacer enormes pagos del servicio a su deuda y Lula debe rendir resultados positivos ante la gran mayoría de los brasileños que votaron por él.

El ridículo espectáculo del viaje de Lula a Davos, Suiza, para hablar ante la reunión anual de los principales oligarcas financieros, el Foro Económico Mundial, justo después de hablar en la reunión del Foro Social Mundial —el movimiento "antiglobalizador" jacobino que controla la misma oligarquía que se congrega en Davos— en Pôrto Alegre, Brasil, deja al descubierto la locura de este proceder. Lula pronto descubrirá que no puede poner un pie de cada lado y sobrevivir como Presidente de Brasil.

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