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El caso de Brasil: por Dennis Small En la víspera de la ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio, en una reunión que tuvo lugar en Hong Kong del 13 al 18 de diciembre del 2005, el ministro de Relaciones Exteriores brasileño Celso Amorim emitió una declaración política a nombre del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva en las páginas del International Herald Tribune, sobre la globalización y el libre comercio. Dada la función de conducción que ejerce Brasil entre las naciones en vías de desarrollo, y su obstinada —y a veces exitosa— resistencia, por más de una década, a sumarse a la locura del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas o ALCA (y otras urdimbres) que emanan de Washington, la declaración de Amorim cobra un significado más amplio. La declaración de Amorim del 9 de diciembre, “Un negocio pendiente”, en ninguna parte cuestiona los axiomas del libre comercio ni el trillado mantra de que “la globalización llegó para quedarse”. Más bien, dice que el libre comercio simplemente no se ha aplicado de manera equitativa ni cabal por todo el orbe. La reunión de Doha, dice, es la oportunidad para saldar un “negocio pendiente” de la liberalización comercial y corregir sus injusticias. Debe presionarse a las naciones desarrolladas —Estados Unidos, Japón, y Europa— para que reduzcan sus barreras arancelarias a las exportaciones del Tercer Mundo, en especial a los productos agrícolas. “El programa de la reunión de Doha consiste en remediar el déficit de desarrollo que sufre el comercio mundial, permitiéndole a los países en vías de desarrollo beneficiarse de su ventaja comparativa, más que nada en la agricultura”, escribe Amorim. Para cualquiera que conozca la historia del sector agrícola brasileño, la afirmación de Amorim de que más libre comercio llevará al desarrollo, es particularmente absurda. Lo mejor que puede decirse al respecto, es que Amorim —y la mayoría en el Gobierno brasileño— no se traga la mayor parte de lo que él mismo escribió (ver recuadro). Una plataforma agroexportadora gigantesca Carlos Lessa, el ex presidente del BNDES (Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social) de Brasil y uno de los principales economistas y críticos de la globalización en el país, le dio al clavo en un seminario que dio en el Senado a fines de noviembre del 2005. A Brasil lo han convertido en el cuarto productor de granos del mundo, informó Lessa, pero todavía hay 10 millones de granjeros y campesinos —de una población nacional de 185 millones— que viven en la miseria o la pobreza extrema (unos 50 millones de brasileños, alrededor del 25% de la población, vive en la pobreza). Estos brasileños que son los más depauperados, dijo Lessa en el seminario, “siguen viviendo en el siglo 18”, en tanto que la agricultura del país la dominan enormes emporios multinacionales que tiene poco o nada que ver con la economía nacional brasileña. Los comentarios de Lessa apuntan a la realidad que esconde el reciente auge agrícola de Brasil. En los últimos 15 años, se ha transformado al sector agrícola del país en una plataforma gigantesca para la exportación bajo el control de un puñado de carteles multinacionales, tales como Monsanto, Cargill, ADM y otros. El despegue de las exportaciones agrícolas ha sido el cimiento del gran superávit del país, que es como el país ha podido cumplir con las obligaciones de su enorme deuda externa, la más grande del sector en vías de desarrollo, de cerca de 230 mil millones de dólares. Como muestra la gráfica 1, del superávit comercial total del 2004, de 34 mil millones de dólares, 70% (24 mil millones) provinieron del sector agrícola (el superávit del 2005 alcanzó la sorprendente cifra de 44 mil millones de dólares; aunque el desglose por sector aún no está disponible, de seguro la agricultura sigue dominando). La mayor parte de la última década la balanza comercial de todos los sectores fue de hecho negativa, en tanto que el agrícola ha mantenido un estable saldo positivo durante las últimas dos décadas, disparándose casi 300% sólo en los últimos 4 años. Entre 1984 y 2004, el comercio agrícola acumuló un superávit de 197 mil millones de dólares, en tanto que el resto del comercio acumuló un déficit de 6 mil millones en el mismo período. ¿Qué fue de los 197 mil millones del superávit agrícola? Pues se los engulló, dólar por dólar, el pago de 213 mil millones de dólares de los intereses que acumuló la deuda externa de Brasil en el mismo lapso de 1984–2004. La gráfica 2 muestra lo que a menudo llamamos la “aritmética de los banqueros” en relación con la deuda externa de las naciones en vías de desarrollo. En el caso de Brasil, su deuda externa oficial ascendía a 98 mil millones de dólares para fines de 1983. Los intereses pagados en el transcurso de los siguientes 20 años sumaron 213 mil millones de dólares, más del doble de la deuda original. Pero, tras esas dos décadas, la deuda externa de Brasil creció hasta los 230 mil millones, a pesar de haber pagado casi esa misma cantidad en puros intereses. ¡Es la aritmética de los banqueros! Por supuesto, semejante locura no se limita al caso de Brasil. Bajo el sistema del Fondo Monetario Internacional, de globalización y libre comercio, la deuda externa oficial de Iberoamérica siguió una tendencia parecida (ver gráfica 3). La deuda era de 386 mil millones de dólares a fines de 1983; en las dos décadas siguientes se pagaron 789 mil millones en intereses acumulados (en este caso, también más del doble de la deuda original); pero para el 2004, la deuda externa total se había disparado a los 774 mil millones. De nuevo, ésa es la aritmética de los banqueros. Considera ahora los cambios que la globalización le ha impuesto a la estructura y composición de las exportaciones agrícolas de Brasil en las últimas dos décadas. Brasil es famoso en el mundo entero por su café. De hecho, en 1984 un cuarto del valor de sus exportaciones agrícolas provenía del café. Pero, en las siguientes dos décadas la parte correspondiente al café cayó a 6% del total (ver gráfica 4). Los recién llegados al juego de las exportaciones son la soya y la carne; juntos representan 43% de las exportaciones agrícolas de Brasil. El café es ahora cosa del pasado. El aumento marcado en el valor de las exportaciones de soya y carne de Brasil no se debe en lo principal al alza en los precios de estos productos primarios. El volumen físico producido, y exportado, se ha disparado por las nubes. Tomemos el caso del frijol de soya (ver gráficas 5a, 5b y 5c). Aunque Brasil ya era un productor importante de soya en 1990, con 18% del total mundial de 109 millones de toneladas, y exportaba la quinta parte de su propia producción, para el 2004 la producción de Brasil había aumentado 150%, a 49 millones de toneladas. Pero, en el mismo lapso, sus exportaciones se quintuplicaron, subiendo a 39% de la producción nacional. Brasil es ahora el segundo productor mundial de frijol de soya, después de EU. Como muestra la gráfica 5c, la producción mundial de soya aumentó un respetable 88% de 1990 al 2004; pero la producción brasileña saltó casi al 150% en el mismo período, y sus exportaciones al 372%. A fin de cuentas, Brasil produce hoy frijol de soya para la exportación, y lo exporta para pagarle su deuda externa a un sistema financiero internacional en bancarrota. Ésta es la globalización en acción. El caso de la carne y sus derivados es, en cierto sentido, aun más impresionante (ver gráficas 6a, 6b y 6c). En 1990 la producción de Brasil, de 7,7 millones de toneladas, representaba cerca de 4% del total mundial, pero solo una pequeña fracción (400 mil toneladas, o 6% de su producción) se exportaba. Sin embargo, para el 2004 la producción de carne de Brasil había aumentado a 20 millones de toneladas, de las que se exportaba el 22%. En 14 años la producción mundial de carne aumentó 44%, pero la brasileña 158%, ¡y sus exportaciones se dispararon en casi 900%! De modo que la tajada del león en el auge brasileño de la producción de carne no se la llevó el consumo nacional —en un país en el que unos 50 millones de sus 185 millones de habitantes sufren de hambre—, sino la exportación. De nuevo, la globalización. En la categoría de la carne y sus derivados, destaca el pollo. Como muestran las gráficas 7a, 7b y 7c, la tendencia es similar: en la actualidad 28% de la producción nacional —que experimentó un aumento de 730% en términos absolutos desde 1990— se exporta. Cabe señalar que esta transformación de toda una economía en una plataforma gigantesca, a cargo de extranjeros, para la exportación, no es lo mismo que el clásico síndrome colonial del “exportador de monocultivos”, el cual caracterizó a mucho del sector en vías de desarrollo buena parte del siglo 20. El café es un buen ejemplo de esto en Brasil y, como muestran las gráficas 8a, 8b y 8c, el perfil de la producción y las exportaciones no ha cambiado mucho en el transcurso de 1990–2004. En 1990 Brasil exportó 58% de su producción; en el 2004, el 57%. Las relaciones que muestra la gráfica de barras hablan por sí mismas, y difieren bastante de las de la soya, la carne y el pollo. Con la globalización, naciones enteras y sus poblaciones pierden toda soberanía y se convierten, de facto, en enclaves extranjeros para la producción globalizada. Esta producción tiene lugar donde los salarios son los más bajos, la tierra la más fértil, y las poblaciones las más desesperadas; y se exporta a fin de canalizar enormes flujos financieros al cáncer insaciable del quebrado sistema financiero global. El gran perdedor bajo la globalización es la economía física del Estado nacional, empezando por su demografía. Brasil se ha sumado ahora a naciones como Rusia y las de buena parte del sur de África, que sufren una franca disminución en su población total o entre ciertos grupos demográficos. El economista brasileño Carlos Lessa ha informado la estremecedora realidad de que el número de varones entre los 16 y los 30 años de edad está cayendo en cifras absolutas en Brasil. Lessa le atribuye esto a la reducida experanza de vida que tiene el segmento más pobre de la población, el cual, en su desesperación, se mete al crimen organizado, en especial al narcotráfico, y por eso mueren de forma prematura. Este holocausto de las pandillas juveniles también aqueja a Centroamérica y ciertas partes de México. Otro reflejo del desmantelamiento físico–económico de Brasil es lo que ha sucedido con su producción de maquinaria y equipo. Históricamente, Brasil tiene el sector de fabricación de maquinaria más importante de toda Iberoamérica, pero esto está ahora decayendo a consecuencia de la liberalización comercial, combinada con las tasas de intereses más altas del mundo (en la actualidad de 18%), como lo exige la oligarquía financiera nacional e internacional. En una declaración que emitió el 16 de noviembre del 2005, Newton de Mello, presidente de la Asociación Brasileña de Productores de Maquinaria y Equipo (ABIMAQ), informó que en los primeros ocho meses del 2005 las ventas de maquinaria agrícola nacional fueron 35% menores que en el mismo período del 2004, en tanto que la importación de maquinaria han aumentado 26%. De Mello dijo que la producción de otras clases de maquinaria también estaba mermando, y advirtió que, “no podemos simplemente ver cómo se desmantelan prácticamente los sectores productivos, como está ocurriendo con la maquinaria agrícola”. Dijo que, “las tasas básicas de interés tienen que reducirse de manera drástica”, y que tal reducción “es ahora un requisito de emergencia”. Pero De Mello fue más allá de la simple protesta, y atacó algunos de los fundamentos axiomáticos del libre comercio y la globalización. El presidente de la ABIMAQ le dijo a la prensa que le había enviado una carta abierta al presidente Lula exhortándolo a remplazar su equipo económico, formado por el ministro de Finanzas Antonio Palocci y el presidente del Banco Central Henrique Meirelles, porque sus políticas a favor de la globalización han desatado “un proceso de desindustrialización de la planta productiva y el equipo de Brasil. . . Están cancelándose grandes proyectos de inversión. . . [procurando cumplir con] parámetros meramente financieros, como una mejora ficticia en la calificación del riesgo–país, que sólo atrae más y más capital especulativo, el cual no produce nada y sólo transfiere las utilidades al extranjero”. De Mello también atacó la idea de los tipos de cambio flotantes que han caracterizado al sistema financiero internacional desde que Richard Nixon desligó al dólar del oro en agosto de 1971. “La ABIMAQ ha demostrado —dijo— que la inestabilidad de las paridades, con oscilaciones marcadas, hace casi imposible que las compañías que importan y exportan bienes de capital participen en la planificación”. También atacó el plan del gobierno de reducir los aranceles a la importación de maquinaria y equipo, del 14% actual, a un 6%, razonando que “un sector que es estratégico para el desarrollo del país” necesita dichas medidas proteccionistas. Señaló la particular ironía de que la propuesta del gobierno no pide reducir los aranceles a la importación de componentes que se usan para producir maquinaria en Brasil. “Es inaceptable reducir los aranceles para la importación de maquinaria, sin una reducción simultánea de los aranceles de los componentes y los insumos. Semejante distorsión condenaría a la industria brasileña de bienes de capital a la extinción”, advirtió el industrial. Muchas fuerzas nacionalistas de Brasil comparten hoy la perspectiva implícita en las palabras de De Mello, y es totalmente contraria al modelo de la globalización que está acabando con el planeta. Dicha perspectiva también coincide con el concepto del Sistema Americano de la economía física científica que formuló Lyndon LaRouche en apartados tales como su escrito del 11 de octubre del 2001, “El futuro de la agricultura de Brasil” (ver Resumen ejecutivo de noviembre de 2001, vol. XVIII, núms. 15–16), mismo que preparó para presentarlo en una conferencia internacional sobre “Brasil y el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas”, que tuvo lugar a fines de octubre del 2001 en el Senado brasileño.
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