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Cómo México enfrentó a los sicarios económicos
por Gretchen Small
"El descubrimiento -revelado a mediados de la década pasada [de los 1970]- de que las reservas petroleras de México eran mucho mayores de lo que se pensaba... proporciona al país una oportunidad única entre los países del Tercer Mundo para reducir en una década el tiempo que 'normalmente' llevaría... convertirse en una nación industrial moderna... A más tardar para el año 2000, la gran mayoría de los 115 o 120 millones de mexicanos de ese entonces tendrán un nivel de vida comparable al del habitante promedio de la Comunidad Económica Europea de hoy [1980]".
Así comenzaba la introducción de México 2000: Energía y Economía, el programa para el desarrollo acelerado de México que redactaron los colaboradores de Lyndon LaRouche de la Fundación de Energía de Fusión (FEF) de Estados Unidos y de la Asociación Mexicana de Energía de Fusión (AMEF) en 1981. Éste, que no era un programa timorato "al ahí se va", representó una elaboración detallada de cómo México, mediante tratados amplios de intercambio de petróleo por tecnología con países del sector avanzado, podría mantener un ritmo anual de creación de empleo del 6 a 7% en los siguientes 20 años, elevar el nivel educativo de su fuerza laboral, y erigir la gran fuerza de cuadros científicos de la que siempre careció. La construcción de unos diez complejos agroindustriales y puertos -ciudades completamente nuevas fundadas en torno a la generación avanzada de energía, e instalaciones industriales, de irrigación y de producción de fertilizantes integradas- servirían como la banda transportadora del conocimiento y el capital hacia la provincia, para acabar con la maldición de la agricultura de subsistencia, que por siglos sometió a millones de mexicanos a un peonaje feudal. Para el 2000, la energía nuclear impulsaría una parte importante de la economía mexicana.
O cambiamos el sistema económico, o éste "podría ser el principio de un nuevo oscurantismo medioeval", le advirtió el presidente mexicano José López Portillo a la Asamblea General de las Naciones Unidas el 1 de octubre de 1982. El sicario económico George Shultz dio el mensaje completamente contrario un día antes en el mismo recinto: o apoyan a los buitres financieros, o si no...
Éste no era un plan abstracto utópico que se aventuraba para ver a dónde lo llevaba el viento imperante. El programa de desarrollo de la FEF y la AMEF era una elaboración científica de la perspectiva que definió a todo el Gobierno de José López Portillo de 1976-1982. Él mismo replanteó esta política el 1 de septiembre de 1980 en su cuarto informe de gobierno:
"Para el año 2000, si deseamos cumplir las metas del plan global, estaremos obligados a construir, por lo menos, otro México sobre el actual, resultado de toda su historia... Por explicables paradojas ideológicas o deformaciones intelectuales, hay quienes cuestionan y critican el crecimiento económico logrado como si fuera un crimen. Dejémoslos hirviendo en su morbo".
López Portillo prometió a sus compatriotas que México seguiría concentrando sus recursos en las actividades estratégicas más dinámicas y productivas del petróleo, el acero, los químicos, los fertilizantes, los bienes de capital y la electricidad.
Durante su gobierno, López Portillo en persona, y muchos en su gobierno, trabajaron de la mano con el estadista y economista estadounidense Lyndon LaRouche y su movimiento en México y EU. Cuatro funcionarios del gobierno mexicano participaron el 19 y 20 de febrero de 1981 en una concurrida conferencia de la FEF y la AMEF en la Ciudad de México, para dar a conocer el programa de desarrollo. Entre los funcionarios presentes, que fueron quienes elaboraban las ideas del gobierno sobre cómo cumplir con la tarea, estaban el doctor Alfonso Rozenzweig, director de desarrollo de puertos industriales de la Oficina de Desarrollo de Proyectos Especiales de la Presidencia, y Narciso Lozano, subdirector de la Secretaria de Industria.
En ese entonces EIR explicó cómo EU podía esperar exportar, de decidirse a colaborar en el programa acelerado de desarrollo de México, unos 100 mil millones de dólares en bienes de capital, de los 150 mil millones que se calculaba que México necesitaría en la siguiente década, lo cual crearía un millón de nuevos empleos altamente calificados en EU en el proceso.
LaRouche declaró el 9 de marzo de 1981, en una conferencia que dio en el prestigioso Instituto Tecnológico de Monterrey, que la exportación de estos bienes de capital a México "aceleraría la inversión y la evolución del capital en las industrias básicas más privilegiadas de EU, lo que aceleraría el progreso tecnológico de esas industrias, al tiempo que aumentaría el empleo productivo de la nación. Un Gobierno de EU que rechazara la oferta mexicana de sumarse a un programa de petróleo por tecnología, sería uno al que debiera recluirse en una institución mental con una claro caso de demencia galopante".
Un grupo importante del Gobierno de Ronald Reagan, con eje en la camarilla de colaboradores del Presidente, estuvo de acuerdo con LaRouche y se aprestaban a concretar tales acuerdos.
2004: el camino al infierno
México va camino al infierno. Su industria siderúrgica casi desaparece, no existen ferrocarriles, sólo se construyó una planta nuclear, la banca extranjera controla 82% del sistema bancario nacional y la mayor parte de la industria, y ahora también van por la propia industria petrolera estatal. El empleo en las manufacturas en México como porcentaje de toda la fuerza laboral ha caído 58% desde 1982; en cambio, se recicla a más de un millón de trabajadores en las plantas de ensamblaje con mano de obra esclava conocidas como maquiladoras. Más de la mitad de los mexicanos sobrevive vendiendo en las calles más que nada productos baratos importados de otros países. Para el 2002, incluso según las cifras conservadoras del Banco Mundial, 50% de la población vivía en la pobreza y una quinta parte en la pobreza extrema, es decir, con menos de 1 dólar diario. El hambre es generalizada y la tasa de mortandad aumenta.
Diez millones de mexicanos han abandonado el país en busca de trabajo en EU, donde les pagan salarios cada vez menores y sus contrapartes estadounidenses también están perdiendo sus empleos. Hay otros 12 millones de una segunda generación de méxico-estadounidenses en EU, lo que deja a México con sólo 100 millones de habitantes, cuando 120 millones estarían viviendo de manera industriosa de haber prosperado las políticas de LaRouche y López Portillo. Las narcopandillas de jóvenes bestializados a los que se les ha robado su futuro entran a México por las fronteras norte y sur, y, en vez de cooperación, el fascista de Harvard Samuel Huntington y sus correligionarios piden una guerra contra México y sus inmigrantes.
Nota del traductor
Al terminar la traducción de este análisis general de los acontecimientos internacionales que envolvieron el sexenio del presidente José López Portillo, me encontré pensando en un mundo y, en especial, en un México diferente al que crecí. Yo nací el 3 de diciembre de 1982, dos meses después del valiente discurso que diera José López Portillo en la ONU en defensa de la república, y tres meses después de su último informe de gobierno, donde anunciaba las medidas económicas que causaron tanto alboroto y ondas de choque por todo el mundo y a través del tiempo, en defensa del ataque económico de la banca sinarquista internacional. Me encontré frente a la imagen de un verdadero estadista, un hombre que entendía las posibilidades y las limitaciones específicas de una nación en la dinámica internacional y las presentaba de una manera honesta. Una situación totalmente diferente de la que viví mientras crecía, en la que las palabras huecas —democracia, competitividad, globalización, progreso económico, sustentabilidad, rentabilidad... ("¡lotería!", grito en mi mente)— generan un sentido de separación entre el ciudadano y su autogobierno, y, en general, la pérdida de la idea de nación.
Así que, sirva este artículo como parte del esfuerzo por construir la memoria histórica, en especial la de una generación como la mía, sin futuro, que ve desmoronarse toda institución nacional y a la que ya no es posible ocultar la debacle económica, para poder defender a la nación en momentos de desgracia, como lo hizo en su tiempo el presidente López Portillo. Que sea la sola idea de verdad la que guíe el juicio imparcial a este hombre, que se ve bajo ataque de los intereses internacionales, aun después de su muerte. Porque, como dijo Lyndon LaRouche recientemente, "cuando se les induce (a los mexicanos) a escupir a su propio héroe, ¿cómo pueden encontrar el honor y la fortaleza para luchar por sí mismos?"
Que la enseñanza de la derrota que sufrió la pelea política de México de 1976-1982 cobre el lugar que le corresponde en el desarrollo de la civilización, para que jóvenes de todo el mundo la estudien hoy. A México no lo aplastaron por culpa alguna de su dirigencia ni de su gente, ni sus planes ambiciosos, como los de Ícaro, estaban destinados a desvanecerse.
López Portillo advirtió una y otra vez que si el sistema internacional no cambiaba, los cuatro jinetes del Apocalipsis reinarían en la tierra de nuevo y ninguna nación sobreviviría. No procuremos hacerle justicia al campesino mexicano en México, sino en el FMI y su sistema, el cual estamos empeñados en modificar, le dijo enojado a los reporteros en septiembre de 1979, a su regreso de otro intento fallido por conseguir el apoyo del presidente estadounidense Jimmy Carter al desarrollo mexicano.
López Portillo peleó por cambiar ese sistema hasta el día de su muerte, el 17 de febrero de 2004. México fue aplastado porque la mayoría de los líderes del mundo no sumaron sus naciones a la tarea de transformar ese sistema global, como LaRouche demostró, una y otra vez, que podía hacerse. México está hoy en sus postrimerías, porque hasta ahora EU no ha podido reunir la fuerza política suficiente para obligar a sus representantes a hacer uso de los poderes que les confiere la Constitución, para abatir a los intereses financieros al mando de esos autodenominados "sicarios económicos" que John Perkins desenmascara en su libro, Confessions of an Economic Hit Man (Confesiones de un sicario económico).
No rememoramos aquí la historia de la pelea conjunta de LaRouche y López Portillo contra el sistema de "sicarios económicos" de los financieros para lamentarnos, sino para que la generación joven sepa quien le robó su futuro, y cómo recuperarlo. La mejor fuente de información sobre la historia ahora enterrada de las batallas de López Portillo para transformar el mundo, de modo que México y su pueblo pudieran disfrutar del papel que les corresponde en el gran avance de la humanidad, es EIR. Esta publicación escribió, de manera singular, la rica historia de este período de emoción y optimismo en la batalla mundial contra los sicarios económicos. La forma en que los órganos de difusión censuraron cómo se dio esta batalla sigue siendo escandalosa a la vuelta de 25 años. Documentos del Gobierno estadounidense de ese período que se desclasificaron años después, confirman cuánta razón tuvo EIR en sus reportajes sobre la guerra contra del desarrollo, conforme se sucedían los acontecimientos.
La trampa
Para cuando López Portillo llegó el poder en diciembre de 1976, la decisión de agosto de 1971 de imponer el sistema internacional de paridades flotantes, en combinación con el alza en el precio del petróleo que urdieron los "sicarios económicos" en 1973, ya habían causado estragos en la economía mundial y llevado a docenas de naciones del sector en vías desarrollo al borde del incumplimiento.
México no fue la excepción. Apenas tres meses antes de que López Portillo prestara juramento, el 31 de agosto, una guerra monetaria sistemática contra el país había obligado a su predecesor, Luis Echeverría, a devaluar el peso por primera vez en 22 años, en un increíble 50%. A esto le siguió una ola de rumores de que se venía una congelación de los depósitos bancarios y un golpe militar, que se esparcieron de manera deliberada y que llevaron a retiros de pánico de los bancos. México cayó en la trampa de tener que firmar una carta de intención con el FMI, que le impuso límites estrictos al gasto gubernamental.
Los "sicarios económicos" habían logrado, o eso esperaban, atar de manos al presidente mexicano entrante.
Sin embargo, México enfrentaba un peligro más grande, la toma de posesión en enero de 1977 de un Gobierno en EU controlado de arriba a abajo por los "sicarios económicos" de los financieros. El Gobierno de Carter estaba sujeto al férreo dominio del asesor de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski, un miembro prestante del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR) aliado a Londres y director ejecutivo de la Comisión Trilateral de David Rockefeller, además de maltusiano declarado. Sólo unos meses antes de tomar el mando del Gobierno de Carter, Brzezinski firmó un manifiesto del Fondo Ambientista del fanático maltusiano William Paddock (que financiaba la familia Mellon), que exigía más control poblacional para impedir el nacimiento de todos esos odiosos seres humanos. También hay que concederle el crédito debido al secretario de Energía de Carter, James Schlesinger, como uno de los sicarios económicos más inmorales que jamás hayan abusado del Gobierno estadounidense. Muchos en el gabinete de Carter salieron de la Comisión Trilateral y el CFR.
Sin embargo, el "factor LaRouche" también crecía en EU. LaRouche era famoso entonces en todo el orbe por su propuesta de abril de 1975 de establecer un Banco Internacional de Desarrollo, como una alternativa al sistema quebrado del FMI. En 1976 hubo dirigentes valientes del Tercer Mundo que se aglutinaron en torno a sus llamados para emprender un proceso ordenado de moratoria a la deuda y crear una suerte de institución como un banco de desarrollo para canalizar crédito con intereses bajos a proyectos de desarrollo por todo el planeta, lo cual podría asegurar un gran aumento de la producción industrial.
El 1 de noviembre de 1976, en la víspera de la decisiva elección estadounidense de 1976, LaRouche emitió un mensaje en televisión nacional, que por lo menos 20 millones de estadounidenses vieron, en el que advirtió que el compromiso de las redes financieras que patrocinaban la presidencia de Jimmy Carter era con planes que llevarían a una guerra termonuclear con la Unión Soviética y a la muerte para el Tercer Mundo. LaRouche mencionó sus políticas hacia México, como un ejemplo del "genocidio" que acarrearía la austeridad extrema que estos círculos pretendían imponer. Como es típico en él, LaRouche no vaciló en mencionar nombres, al destacar a George Ball de la firma Lehman Brothers de Wall Street como uno de los que pretendían nada menos que reducir la población de México, de 58 millones que eran entonces, ¡a 28 millones! LaRouche le advirtió al pueblo estadounidense que Ball promovía el trabajo de William Paddock, cuya propuesta era reducir la población mexicana "con los métodos que Hitler empleó para eliminar a 6.000.000 de judíos y eslavos, y a otros en Europa Oriental durante la guerra, con un sistema de mano de obra esclava intensivo en el que a los que ya no sean aptos para el mismo, se les permite morir".
"Ésa es la política de Ball, ésa es la orientación que impulsa la política exterior de Kissinger, ésa es la orientación del grupo dominante en EU", señaló.
El papel de LaRouche en erigir un movimiento político de masas en EU para que esta nación retomara la misión anticolonialista para la que fue fundada, de ningún modo era desconocido en México. Un grupo de jóvenes mexicanos, todavía en sus 20, creó una asociación política que se fundaba en las ideas de LaRouche. A través de sus publicaciones y polémicas intervenciones en universidades y actos políticos, LaRouche tuvo una influencia considerable entre los sectores intelectuales nacionalistas de México.
Una de las personalidades importantes que llegó a conocer la labor de LaRouche en reuniones con sus jóvenes colaboradores mexicanos, fue el entonces secretario de Hacienda José López Portillo. Durante su mandato (1977-1982), López Portillo siguió reuniéndose con los jóvenes que encabezaban la organización de LaRouche en México, la cual crecía con rapidez tanto en número como en influencia. LaRouche mismo visitó México en cuatro ocasiones, para reunirse personalmente con el Presidente mexicano en la residencia presidencial de Los Pinos en la tercera de ellas, en mayo de 1982, en medio de la guerra de las Malvinas.
Éstos eran tiempos muy distintos. Aún se reconocía a las naciones en vías de desarrollo como naciones, no se les descartaba simplemente como "emergentes" (o mejor dicho, sumergentes). Y muchos dirigentes de esas naciones aún creían que su trabajo consistía en mejorar las condiciones de vida de su pueblo.
José López Portillo fue un líder excepcional, un intelectual con educación clásica; en febrero de 1978 le dijo a El Universal que sus héroes desde su juventud eran Goethe, Beethoven y el caudillo de la Independencia mexicana José María Morelos y Pavón. Corrió grandes riesgos en su batalla por defender los derechos de México. Tenía una mente excepcional, pero otros compartían su perspectiva. La cultura mexicana, de conjunto, era más optimista; a su gente se le respetaba en el ámbito internacional por su fiera determinación de salvaguardar su soberanía e independencia. Algunos de los integrantes de su equipo, que más tarde cederían al dizque "espíritu de los tiempos" maltusiano posindustrial -algo que él nunca hizo, hasta el día de su muerte-, mostraron un gran patriotismo y creatividad al mando de López Portillo.
1977: comienza la batalla
Una serie de memorandos internos de la era de Carter, que ahora están desclasificados, documenta cómo los sicarios económicos infiltrados en el gobierno empezaron a tramar la guerra económica contra el régimen de López Portillo en cuanto Carter tomó posesión. Algunos funcionarios estadounidenses ya sabían que México tenía mucho más petróleo del que antes se conocía, y no tenían ninguna intención de dejar que lo usara para el desarrollo nacional. En un memorando del 8 de febrero de 1977 que se redactó para el secretario del Tesoro Michael Blumenthal, en preparación para la visita del Presidente mexicano a Washington, el subsecretario del Tesoro para Asuntos Monetarios Tony Salomon informaba que, "cálculos independientes recientes indican que las reservas mexicanas de petróleo quizás se cuenten entre las más grandes del mundo". Salomon advertía que era de esperarse que JLP (como se le identificó) le pidiera ayuda financiera a EU para aumentar su capacidad de producción de petróleo, pero que el bisoño Gobierno de JLP todavía debía definir con claridad su política económica. Como Secretario de Hacienda, JLP declaró en privado que, "México no puede darse el lujo de sufrir una recesión porque no tiene programas de bienestar social para cuidar de los desempleados, un tema que aún repite". Salomon recomendó que Blumenthal presionara al Presidente mexicano sobre "qué políticas están instituyéndose para cumplir los objetivos de desempeño económico del programa de estabilización del FMI".
La reunión de Carter y López Portillo tuvo lugar el 14 y 15 de febrero en Washington. Según el sumario oficial estadounidense de su conversación, el Presidente mexicano llevó el mensaje de que México ilustra "los problemas inherentes a las relaciones entre Estados Unidos y el mundo en vías de desarrollo" y, por tanto, que sugirió 'México podía servir como un 'laboratorio' o 'caja de resonancia' de nuevas propuestas" para este diálogo norte-sur.
Brzezinski fue el tercero en discordia en estas pláticas presidenciales, y fuentes de EIR en Washington informaron entonces que Brzezinski le había exigido a México: 1) derechos de perforación para las petroleras estadounidenses (una violación a la Constitución mexicana); 2) una reducción del gasto público; y 3) medidas de reducción poblacional y del flujo de indocumentados hacia EU. Si lo hacía, EU bondadosamente le ayudaría a México a renegociar su deuda externa. A Solomon lo mandaron de nuevo en abril a la Ciudad de México para que presionara por una mayor austeridad. A su regreso a EU, informó que López Portillo le dijo que, "en el caso de México, el apretón de cinturón ha llegado tan lejos sólo porque no hay nada que apretar o ni siquiera un cinturón para los pobres de México. Dijo que medidas demasiado severas podían acarrear el descontento social y convertir a México en un estado fascista como Brasil o Chile. En relación con esto, habló del precio del maíz y de lo difícil que subirle el precio a la tortilla". La respuesta de Solomon fue que tenían que seguirse las recomendaciones del FMI, sin importar "los riesgos políticos de corto plazo".
En mayo funcionarios del gobierno estadounidense le dijeron de nuevo a México que tenía que cumplir con los parámetros de déficit presupuestal del FMI, aun si eso significaba posponer el gasto para desarrollar su petróleo. No obstante, México prosiguió, y para junio de 1977 el cálculo de sus reservas petroleras probables se había duplicado desde enero, a más de 60 mil millones de barriles, lo que convertía potencialmente a México en uno de los cuatro o cinco productores de petróleo más grandes del mundo. EIR resumió la batalla que estaba dándose entre los sicarios económicos y los nacionalistas mexicanos en su edición del 28 de junio de 1977: México veía el petróleo como su vía hacia la modernización económica y el desarrollo; lo que los financieros veían era el cochinito de donde se cobrarían la deuda de México con los bancos comerciales internacionales, entonces de más de 30 mil millones de dólares, y de la que 5 mil millones vencían tan sólo en 1977. A fin de cuentas, lo que pretendían era quedarse con el petróleo mismo de México.
El 21 de junio David Rockefeller le llevó a México en persona "una oferta que no pueden rechazar": EU aligeraría su exigencia del pago de la deuda si México aceptaba dejar su petróleo a disposición de EU en caso de "emergencia", como parte de su reserva estratégica.
Refinería de Pemex en el estado mexicano de Veracruz. Los planes del Gobierno de López Portillo eran aprovechar las enormes reservas petroleras y gasíferas de México para erigir una economía tecnológicamente avanzada fundada en la energía nuclear. Había un programa para invertir 15.500 millones de dólares en Pemex, la empresa petrolera del Estado, entre 1977 y 1982, que incluía la construcción de 100 nuevas refinerías y plantas petroquímicas.
Pero los mexicanos salieron con un programa de inversión de capital de 15.500 millones de dólares para la empresa petrolera estatal Pemex, para el período de 1977-1982, con o sin la aprobación del FMI. Se redactó un programa para la construcción de 103 refinerías y plantas petroquímicas nuevas, que abarcaba todas las clases de producción petroquímica principales, con atención especial en el amoníaco, un ingrediente clave de los fertilizantes. Luego de reunirse con López Portillo, el secretario de Patrimonio y Fomento Industrial José Andrés de Oteyza contestó a la maniobra de Rockefeller, al señalar que México no estaba dispuesto a comprometer su petróleo con EU a cambio del financiamiento recibido por la buena voluntad de ese país. México usaría su petróleo en una política amplia de desarrollo de toda la economía.
El gobierno empezó a buscar alternativas de financiamiento internacional por fuera del mercado del eurodólar, e intensificó sus deliberaciones con Japón, Italia y la OPEP.
La política Paddock, de la cual LaRouche advirtió en una emisión televisiva preelectoral, se había puesto en marcha. Paddock le dijo a la prensa en 1975-76: "La población mexicana tiene que reducirse a la mitad. Cierren la frontera y véanlos chillar" A la pregunta de cómo reduciría eso la población, respondió con frialdad: "Por los medios acostumbrados: hambre, guerra y peste". Corrió el rumor de que el Gobierno de Carter pretendía tomar medidas enérgicas contra los trabajadores mexicanos indocumentados en EU.
En una entrevista que le concedió el 4 de julio a US News and World Report, López Portillo respondió que, "la migración ilegal a EU terminará cuando resolvamos los problemas económicos de México... Esta gente no son criminales. Son personas ordinarias que buscan trabajo".
Carter prosiguió con sus planes y anunció el 4 de agosto que daría "pasos agresivos y de gran alcance" para reprimir a los indocumentados mexicanos. Y la cosa podría empeorar, amenazó el director del Servicio de Naturalización e Inmigración (INS) Leonel Castillo, en una entrevista con el periódico Excélsior, si EU iniciaba una deportación en masa, pues el regreso de miles de mexicanos desestabilizaría a México y desataría una revolución. Esta amenaza poco disimulada devendría en un tema constante las siguientes tres décadas.
En septiembre Solomon redactó un memorando en el que delineaba la propuesta del Tesoro estadounidense para la creación de un "Fondo de Desarrollo México-Estadounidense", como un ablandador para que los mexicanos no ofrecieran resistencia a su represión de los ilegales. Solomon rechazó la propuesta del Gobierno mexicano de crear un fondo conjunto que financiara la industria privada, a favor de uno fondo que emitiera dos clases de préstamos: para proyectos con uso de mano de obra intensiva en las zonas rurales y semirrurales de las que provenía la mayoría de los inmigrantes, y para apoyar "un programa de planificación familiar de largo plazo".
Como lo veía el Tesoro, los mexicanos tenían que seguir siendo peones, y entre menos fueran mejor. El infame Memorando de Seguridad Nacional 200 de Kissinger, que en 1974 declaró que el crecimiento poblacional del Tercer Mundo era una amenaza al control estadounidense de las materias primas, seguía vigente.
La guerra sobre el derecho de México a industrializarse seguía en pie.
Para desarrollar a una nación, desarrolla a su gente
En su primer informe de gobierno, del 1 de septiembre de 1977, López Portillo contraatacó las directrices retrógradas antihumanas que se le imponían a México: "El régimen no admite ningún crecimiento que se apoye en la injusticia o en la explotación del hombre y su familia" El gasto gubernamental fijará el paso y el curso de la economía, para asegurarnos de cumplir nuestras prioridades nacionales, señaló. Dos semanas después, el 18 de septiembre, Manuel Buendía de El Sol de México filtró el texto de la "carta de intención" del FMI de 1976 que se le había embutido al predecesor de López Portillo, Echeverría, y los documentos clave relacionados. La preocupación principal del FMI era la reducción del gasto público.
Que el documento se filtró a propósito para fortalecer al gobierno en sus planes de contravenir las condiciones del FMI sobre el gasto público, no era ningún secreto. Buendía -quien sería asesinado en los 1980- instó a crear "un movimiento vigoroso de opinión pública" para apoyar al presidente López Portillo en su lucha por romper las cadenas que nos atan a un programa que favorece los designios de los capitalistas nacionales y extranjeros más reaccionarios. Haciéndose eco del llamado de Buendía, congresistas nacionalistas del gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI) encabezaron la campaña. Como le dijo el diputado Julio Zamora Bátiz a El Sol sobre el FMI, que ha tenido un gran éxito en acabar con la estructura económica de muchos países. Bátiz afirmó que debía abrirse un debate en el ámbito nacional, con la participación de todos los sectores de la opinión pública, para presionar al FMI para que reconsiderara su actitud.
Al presentarle sus credenciales como el nuevo embajador de México en Francia al presidente Giscard d'Estaing ese mismo septiembre, el economista nacionalista mexicano Horacio Flores de la Peña condenó al FMI. México y el Tercer Mundo necesitan crecimiento, tecnología e industria, afirmó Flores de la Peña, y México quiere cooperar con Francia.
Pueda que los maltusianos posindustrialistas se hayan apoderado del Gobierno de Carter, pero no todavía de todos los gobiernos de las naciones entonces industrializadas. Giscard d'Estaing respondió que Francia tenía el cometido de darle tecnología al Tercer Mundo, y que las extraordinarias reservas de petróleo de México sin explotar sentaban la base para un intercambio de petróleo por tecnología de lo más ventajoso.
No todos en EU estaban tan locos como Carter y Brzezinski; éstos eran tiempos anteriores a lo de Enron, y los empresarios estadounidenses estaban ansiosos por hacer lo que se suponía que debían hacer: producir. Se reunió un paquete crediticio en agosto para financiar la construcción de un gasoducto de 1.330 km que transportara el gas natural desde los nuevos yacimientos de hidrocarburos en el sudeste de México hasta el pueblo fronterizo de McAllen, Texas, el cual hubiera podido abastecer a EU con 600 millones de metros cúbicos de gas natural diarios para 1981, cerca de 4% del nivel de consumo en ese país en 1977. El Eximbank iba a proporcionar cerca de 600 millones de dólares en financiamiento para el desarrollo simultáneo de Pemex, así como de las exportaciones de EU para el oleoducto mismo. Seis empresas de gas estadounidenses se habían entusiasmado en suscribir el acuerdo, cuando Schlesinger, el secretario de Energía, decidió sabotearlo.
Los ejecutivos de las empresas de gas y a cargo del oleoducto que trabajaban de la mano y reconocían la participación única de EIR como puente entre ambos países para aumentar su cooperación económica, no podían creer lo que estaba pasando. Uno de ellos estalló cuando le dijo a EIR: "No puede ser que estén procurando el bienestar de EU. Vamos a perder trabajos y contratos de producción importantes si no se aprueba el préstamo. México ha dejado claro que está presto a acudir a otros".
En cosa de meses Schlesinger se impuso en EU, pero México rehusó doblegarse a la exigencia de que vendiera barato su gas, y el contrato se vino abajo a fines de 1977, para no revivir... o no todavía. El gasoducto se construyó hasta el norte de México, no así la conexión fronteriza con EU. México aprovechó el gas en la región del norte para el desarrollo nacional y, en cambio, exportó el petróleo que de otro modo hubiera consumido a lo interno.
¿Encontraron petróleo? ¡Pues éntrenle a lo nuclear!
Qué gobierno exclamaría hoy al descubrir reservas de petróleo gigantescas: "¡Maravilloso! ¡Ésta es nuestra puerta para convertirnos en una economía nuclear! Pues ésa fue la respuesta de López Portillo y sus colaboradores. No se veía al petróleo como "dinero"; era el recurso que podía darle a México los medios para por fin industrializarse y lograr la verdadera independencia de su pueblo.
El director de Pemex, Jorge Díaz Serrano, dio inicio a una sesión extraordinaria de dos días en el Congreso el 26 de octubre de 1977, que versaba sobre del gasoducto propuesto, con el anuncio sorprendente de que las reservas nacionales podrían ascender, de hecho, a tanto como 120 mil millones de barriles. El petróleo, dijo, será el centro de un programa de desarrollo económico acelerado con el que la nación avanzará hacia la era atómica, en la que el petróleo no se usará como combustible, sino también como un insumo de la transformación petroquímica. Un estudio del gobierno había llegado a la conclusión de que la nuclear debía ser la fuente energética primordial de la siguiente generación en el país. Podemos ver en el futuro a una gran nación, dijo, no sólo permanentemente próspera, sino rica, en la que el derecho a trabajar sea una realidad y los salarios permitan alcanzar una mejor calidad de vida. En nombre del PRI, el diputado Jesús Puente Leyva respondió que el petróleo sería el puente de México hacia el futuro.
En Noviembre el presidente del Instituto Nacional de Energía Nuclear, Francisco Vizcaíno Murray, dijo en una conferencia con las juventudes priistas que el uranio era el recurso más abundante en el país, y no el petróleo, y que para el año 2000, 70% de la electricidad en México la generarían al menos 20 reactores. México necesita formar a los técnicos e investigadores del futuro que manejarán esta nueva industria, dijo, y para acelerar su programa de capacitación y experimentación, el gobierno pretende construir un reactor de fusión Tokamak.
El presidente López Portillo y su equipo viajaron por todo México durante los primeros meses de 1978, para unir al pueblo mexicano en torno a la tarea de construir un futuro muy diferente del que hubieran previsto en los años anteriores de condiciones de vida cada vez peores. "Tenemos que acostumbrarnos a pensar en grande", le anunció López Portillo a su pueblo, pues es necesario planificar grandes obras de desarrollo con ambición y visión.
El 18 de marzo, en el aniversario de la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas en 1938, el director de Pemex, Díaz Serrano, anunció en un discurso que se transmitió en cadena nacional, que la producción de petróleo había aumentado 23,7% en 1977, a 1,1 millones de barriles de petróleo diarios, y que para fines de año aumentaría a 1,4 millones. México produciría y exportaría petróleo con osadía, porque significaba el camino al desarrollo, le aseguró a los mexicanos. El gobierno esperaba recabar 60 mil millones de dólares de la venta de petróleo durante el período de gobierno de López Portillo (1977-1982), con una ganancia neta de cerca de 11.500 millones de dólares, que se canalizarían al recién creado Fondo Nacional de Empleo para financiar la construcción de grandes proyectos industriales.
El principio que regía los planes del gobierno era el desarrollo de toda la planta laboral del país. El secretario de Educación, Fernando Solana, dijo en una reunión sobre política educativa a mediados de marzo que la capacitación y educación de los estratos más amplios de la población mexicana era la forma más eficiente de transformar la energía potencial que mora al seno mismo de los pueblos, en el motor del progreso. El gobierno le propuso al Congreso una reforma al Artículo 123 de la Constitución mexicana, para hacer del mejoramiento educativo y técnico un derecho constitucional. La discusión partió de la necesidad de elevar el nivel técnico del campesinado mediante la creación de agroindustrias en el campo mismo.
Al mismo tiempo la atención se concentraba en cómo construir una industria pesada en el país. El gobierno formó un equipo especial que coordinara la campaña para erigir una industria de bienes de capital significativa, y otro de carácter público y privado para dirigir la producción nacional de acero. Tres plantas siderúrgicas estatales diferentes -Las Truchas, Altos Hornos y Fundidora Monterrey- se fusionaron en una sola empresa, Sidermex. Se proyectó que la producción nacional total llegaría a los 6,6 millones de toneladas en 1978, lo suficiente para satisfacer la demanda nacional, y se programó una inversión mínima de 1.580 millones de dólares para los tres años siguientes.
La inversión en la petroquímica aumentaría 360%, a 1.400 millones de dólares en el transcurso de ese período de gobierno; se redactó un plan para aumentar la producción nacional de fertilizantes en 5 años, con la meta de llegar a abastecer 80% de las necesidades nacionales en ese tiempo. También se concentró en la industria naviera, con planes para que México construyera buques cisterna de 44.000 toneladas para Pemex para 1982.
El 15 de Marzo de 1978 De Oteyza, como secretario de Patrimonio y Fomento Industrial, dijo en la reunión anual de la Confederación de Cámaras Industriales (CONCAMIN) que la tarea era convertir la abundancia de hidrocarburos en México en una palanca para el desarrollo integral independiente y bien planificado. Oteyza le planteó a los empresarios una visión integral de los siguientes pasos a dar. Tenemos que fomentar en el mediano y largo plazo una industria nacional de bienes de capital, una planta industrial capaz de reproducirse a sí misma, que es el destino apropiado para nuestros recursos petroleros, como también lo es el desarrollo de recursos energéticos alternativos tales como la fuerza nuclear, les dijo. Se necesita un desarrollo regional y una descentralización de la industria, y se construirán grandes puertos en nuestras costas desde los que saldrán nuestras exportaciones. Así que la también debe aumentarse la productividad de la agricultura y la industria alimenticia con la construcción de grandes complejos agroindustriales; "tenemos que convertirnos de nuevo en un país capaz de autoalimentarse", recalcó De Oteyza.
La estrategia de usar el petróleo para industrializarse tenía sus oponentes en México, tanto entre los reaccionarios enemigos del Estado, como entre los izquierdistas radicales antiindustriales, quienes exigían que el petróleo se dejara en el subsuelo. López Portillo abordó el problema filosófico de fondo que estaba en juego directamente con el pueblo, para que los mexicanos tuvieran clara cuál era la batalla inminente contra los sicarios económicos. Un ejemplo de esto fue su discurso del 31 de marzo de 1978 ante una concentración de 25.000 trabajadores petroleros:
"Creo injusto, para quienes ahora no tienen trabajo, y que son muchos, creo injusto para quienes ahora padecen hambre, creo injusto para quienes ahora están enfermos, creo injusto para quienes ahora son ignorantes, creo injusto para los mexicanos que ahora no tienen alegría, el que aplacemos la decisión de construir la grandeza del país. La vamos a construir ahora y nosotros, para nosotros y para nuestros hijos.
"Allí están los recursos petroleros, son recursos que se acaban y se agotan. ¿Quién los va a aprovechar y para qué? Ése es un problema moral.
"Por primera vez, y dentro de dos años, tendremos la posibilidad de no acudir al financiamiento exterior para mantener, incrementar y acelerar nuestro desarrollo. Se preguntó si se utilizarían los recursos petroleros sólo para pagar deudas, y aseguro que 'esta es la grave cuestión que tenemos que enfrentar', acerca de la cual invito a opinar a quienes en nuestro sistema de libertad quieran hacerlo.
"Ha llegado el momento de decir 'hasta aquí' a la miseria ancestral de los mexicanos, y para ello el apoyo fundamental, el pivote básico es el petróleo. Vamos a construir la grandeza del país".
Una pelea a escala mundial
López Portillo entendía que de no transformarse el sistema mundial de cual era parte, México no podría mantener su propia transformación en una nación moderna, en la que por fin se liberaría a toda su población de las condiciones de virtual peonaje feudal. Para desilusión de las hordas de Brzezinski en el Gobierno de Carter, cuyos planes eran que no continuara la activa política exterior de Echeverría, su predecesor, López Portillo y su equipo se propusieron sellar alianzas internacionales para la pelea por erigir el nuevo orden económico mundial que LaRouche había propuesto en 1975 con su Banco de Internacional de Desarrollo, mismo que de ningún modo le era desconocido a López Portillo. El potencial era inmenso, ya que dirigentes clave de las naciones industrializadas, entre ellos el presidente francés Giscard d'Estaing, el canciller alemán Helmut Schmidt, el primer ministro japonés Takeo Fukuda y el primer secretario soviético Leonid Brézhnev, también querían restaurar cierto orden en un mundo inmerso en el caos por la decisión de 1971 de imponer un sistema de tipos de cambio flotantes.
El 8 de abril de 1978 López Portillo dio un discurso sobre política exterior en el que subrayó que las metas de desarrollo nacionales sólo podrían lograrse en el marco de un sistema mundial corregido, en el que a ningún país se le obligara a exportar su calidad de vida para sobrevivir.
Él mismo se encargó de la diplomacia para crear ese sistema mundial corregido. En Mayo de 1978 López Portillo visitó la Unión Soviética, entonces bajo el Gobierno de Leonid Brézhnev. Esto fue menos de dos semanas después de que Brézhnev anunciara a Alemania Occidental la firma de un nuevo "tratado de Rapallo", un acuerdo económico a 25 años entre la Unión Soviética y la Alemania de Helmut Schmidt. En el mismo discurso, Brézhnev dijo que el desarrollo económico mundial necesitaba de la colaboración entre las naciones industrializadas y las del Tercer Mundo.
El centro del debate durante la visita de López Portillo fue cómo llevar adelante semejante colaboración internacional. López Portillo le dijo a los soviéticos el 18 de mayo en un discurso que se televisó a nivel nacional, que "para nosotros los países en vías de desarrollo lo importante no es sólo reducir el riesgo de una guerra, sino ganar la paz. Esto sólo se logra si encontramos el verdadero camino hacia el nuevo orden económico internacional, que resuelva los problemas del financiamiento, la transferencia de tecnología y el comercio básico".
Se habló de acuerdos específicos de intercambio de petróleo por tecnología, y en particular de la cooperación soviética en la construcción de reactores nucleares con fines pacíficos en México durante su gira, en la que visitó las instalaciones de fisión y fusión nuclear del instituto Kurchatov en las afueras de Moscú y la extraordinaria ciudad científica de Novosibirsk. Se firmaron acuerdos bilaterales para que los soviéticos capacitaran a científicos nucleares mexicanos, les transfirieran tecnología nuclear y enriquecieran uranio mexicano.
El concepto que subyacía en los acuerdos fue el que el Presidente mexicano planteó el 19 de mayo en un discurso que dio en la Academia de Ciencias en Novosibirsk: "La tecnología es un patrimonio de la humanidad... Los países poderosos que la han conseguido y aplicado tienen la obligación, para el futuro de la humanidad, de transferir con honestidad sus avances para acabar con el atraso, de modo que el mañana de la humanidad no esté tan dividido".
¡Ésta era precisamente la clase de cooperación que los sicarios económicos estaban empeñados en impedir! El 21 de mayo los periódicos mexicanos informaron de la confirmación del Departamento de Energía de Schlesinger de que EU había embargado dos toneladas de uranio que México le había comprado a Francia y que había enviado a EU para su enriquecimiento, hasta que México aceptara el derecho estadounidense a inspeccionar sus centros de investigación nuclear. El presidente Carter había aprobado la ley de No Proliferación Nuclear en marzo de 1978, y el régimen de Brzezinski y Schlesinger no sólo se proponía sabotear su propio desarrollo nuclear, sino el de cualquiera en el mundo.
Sin embargo, también aumentaba la presión de Europa occidental a favor de un cambio mundial de política económica. En una reunión de jefes de Estado de la Comunidad Europea en Bremen, Alemania en julio de 1978, el presidente francés Giscard d'Estaing y el canciller Schmidt anunciaron la creación de un nuevo sistema monetario europeo (SME) fundado en el oro, para acabar con la inestabilidad monetaria y permitir una recuperación económica plena. El propósito de este sistema monetario, como Schmidt reconoció ante banqueros de Alemania Occidental ese octubre, era sentar "las bases de un nuevo sistema monetario mundial". Schmidt abundó en un discurso que dio en diciembre de 1978 en una reunión de los países de la Mancomunidad en Jamaica, que lo que se necesitaba en los meses siguientes era acordar "un nuevo orden económico mundial más justo, con acceso total al crédito y las tecnologías para el Tercer Mundo, y la industrialización del hemisferio austral.
En septiembre el Gobierno mexicano planteó la urgencia de crear nuevas estructuras financieras internacionales para apoyar el desarrollo en la 15 reunión de los gobernadores del FMI y el Banco Mundial de Iberoamérica, Filipinas y España. Ahí, el secretario de Hacienda mexicano David Ibarra propuso que Iberoamérica se uniera en apoyo a la necesidad de que el Banco Mundial cambiara a fondo sus directrices financieras y de funcionamiento, "para convertirse en un verdadero bando de desarrollo internacional", y para que el FMI deviniera en una institución "de financiamiento de largo plazo para las naciones en vías de desarrollo". En la reunión anual del FMI que tuvo lugar dos semanas después, Ibarra le dijo a EIR en una entrevistas exclusiva que urgía que se hiciera algo para reducir las fluctuaciones extremas del tipo de cambio de los últimos años, y que debía haber un acuerdo general entre los países industrializados para establecer las condiciones de un sistema monetario internacional que tome en cuenta las necesidades de los países en vías de desarrollo.
Brzezinski: ¡No permitiremos un Japón al sur de la frontera!
Como informó EIR el 31 de octubre de 1978, los sicarios económicos tenían otros planes. EIR se enteró de que el director del Consejo de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, había dicho repetidamente en privado que EU no toleraría "otro Japón al sur de la frontera".
La nueva táctica del equipo de los sicarios económicos -entre ellos el Gobierno de Carter, el Banco Mundial y al FMI- fue obligar a México a renunciar a la idea de industrializarse, y que se concentrara en crear empleos poco calificados y de mano de obra intensiva que mantuvieran a su pueblo en el atraso.
Fuentes al interior del Gobierno de Carter revelaron que se preparaba un memorando presidencial secreto, el PRM-41, sobre las relaciones entre México y EU, que tramaba una guerra económica y civil contra México, en el que una de las armas sería la batalla migratoria. EIR informó entonces que el debate en torno al PRM-41, "como lo urdieron el senador Edward Kennedy, la Rand Corporation, y el ala de Brzezinski y Kissinger del Consejo de Seguridad Nacional, se centra más o menos de manera contundente en cómo EU puede asegurarse de que sus 'consideraciones estratégicas' imperarán sobre las de México en el uso del petróleo y su derrama".
Las citas del memorando PRM-41 que se filtraron a periódicos mexicanos y estadounidenses el 15 de diciembre de 1978 revelaron que el documento, que vinculaba la migración y el desarrollo del petróleo, debatía oficialmente la posibilidad de que EU podría "tratar de cerrar la frontera". El Gobierno estadounidense también contemplaba la idea que promovía el Consejo de Relaciones Exteriores como parte de sus propuestas infames de mediados de los 1970 del "Proyecto para los 1980", para acarrear una "desintegración controlada" de la economía mundial, de que la mejor forma de apoderarse de los recursos de México era con la formación subsiguiente de una "comunidad norteamericana" integrada por México, Canadá y EU. Tal fue la política que por fin fraguó en 1994, con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que tanto ha destruido a los tres países.
López Portillo descartó de plano la idea de un TLCAN durante su gobierno. Como le dijo al Parlamento canadiense el 26 de Mayo de 1980, "la creación de semejante entidad inevitablemente obstaculizaría nuestro desarrollo industrial" y condenaría a México a "extraer y exportar a perpetuidad materias primas para que las consuman sociedades más avanzadas". México rechazó la idea de cualquier "asociación económica regional" en Norteamérica, "ya sea general o en el campo de la energía".
México continuó su desarrollo. El reportaje de portada de la edición del 28 de noviembre de 1978 de EIR le hablaba a los estadounidenses de "El gigante petrolero de a lado". Las dos semanas previas EIR informó que México había asombrado al mundo con el hallazgo de dos reservas importantes de petróleo, que ascendían a la cifra asombrosa de 180 mil millones de barriles de petróleo, además del gas natural. EIR puso de relieve la "buena noticia para todos", de que el Gobierno de López Portillo le vendería petróleo a quienquiera que estuviera dispuesto a participar en el desarrollo industrial de México. Al anunciar el hallazgo, De Oteyza invitó a los empresarios internacionales a colaborar con México, conforme a sus leyes, en su plan de duplicar la planta industrial en 6 o 7 años, y de crecer a un ritmo anual de 10%. El director de Pemex, Díaz Serrano, anunció en Chicago en ese entonces que México usaría su riqueza petrolera como el motor de un gran desarrollo industrial nacional.
EIR abundó sobre el aun más audaz "Auge industrial venidero" que México tenía planeado:
* La construcción de 20 reactores nucleares para el 2000. El congreso mexicano acababa de aprobar una ley nuclear integral que creaba una Comisión de Energía Nuclear; un monopolio del Estado de la extracción y refinamiento del uranio, Uramex; y un programa de construcción de reactores, que ordenaba la ampliación del pequeño instituto de investigación y capacitación nuclear, el INEN.
* La demanda de bienes de capital en México llegaría a los 45 mil millones de dólares en los próximos diez años, según cálculos oficiales. Se emprendió el "Programa para el Desarrollo de la Industria de Bienes de Capital" el 15 de noviembre de 1978, con un préstamo para que la industria de bienes de capital mexicana produjera equipo pesado para Pemex y la Comisión Federal de Electricidad. El secretario de Hacienda David Ibarra, quien fue el arquitecto de esta estrategia, también pugnó por la creación de un fondo internacional de 15 mil millones de dólares para promover los bienes de capital en todo el Tercer Mundo.
* La construcción de ciudades fundadas en industrias medianas en todo el país, para "crear una sociedad más próspera, más justa y más humana al despuntar el próximo siglo", en la que el desempleo se eliminaría para los 1990, dijo De Oteyza.
¿Y el Gobierno de Carter? Al concluir el debate de la legislación sobre energía nuclear, la diputada Ifigenia Navarrete atacó a esos países que, "como los dioses que se enfurecieron porque Prometeo le dio el don del fuego a la humanidad, hoy pretenden impedir la propagación de la tecnología nuclear, que ahora está disponible para todos". Todo el mundo sabía que hablaba del Gobierno de Carter. Una semana antes de que México anunciara sus hallazgos petroleros, Brzezinski tuvo una reunión a puerta cerrada con empresarios estadounidenses, a quienes les dijo que EU tenía derecho a intervenir en naciones que "amenazaran la estabilidad económica mundial", y mencionó a México por nombre.
Brzezinski y los suyos tampoco estaban contentos de que Japón mismo buscara activamente el modo de ayudar a México a convertirse en "otro Japón al sur de la frontera", al negociar contratos de intercambio de petróleo por tecnología con este país.
En una reunión en mayo de 1978 con el presidente Carter, en la que Brzezinski participó, el primer ministro japonés Takeo Fukuda le propuso a EU que se uniera a Japón para ayudar a emprender una recuperación económica mundial mediante la cooperación conjunta en el desarrollo de la energía de fusión y la construcción de grandes obras, como un segundo canal de Panamá y un primero que atravesara el istmo de Kra en la península de Malaca. Que Fukuda pretendía revivir el precedente de Roosevelt en la historia estadounidense era algo explícito, pues le propuso a Carter que podían calificar dicha cooperación entre sus dos naciones de "un Nuevo Trato". Carter ignoró descartó la propuesta, y en cambio sugirió que la ayuda exterior la centralizara Banco Mundial y pugnó por la energía solar.
No obstante, López Portillo estaba ansioso por cooperar con Japón en instaurar semejante Nuevo Trato mundial. A fines de octubre viajó a China, Japón y las Filipinas para establecer la cooperación con las grandes naciones asiáticas en cuanto a este proyecto.
A su llegada a China el 25 de octubre de 1978, el Servicio de Inmigración y Naturalización de EU anunciaba la construcción de un "cerco impenetrable" en secciones clave de la frontera méxico-estadounidense. La prensa mexicana lo comparo con "el muro de Berlín".
Schlesinger, que también estaba en China en ese momento, hizo todo lo posible por que el Presidente mexicano se reuniera con él, "oferta" que López Portillo rechazó de manera tajante. López Portillo tenía un mensaje para China: la unidad de los dos gigantes de la cuenca del Pacífico, China y Japón, en torno al desarrollo, debía definir el término del siglo 20.
López Portillo llegó a Japón el 1 de noviembre, con el anuncio de que no iba como vendedor de petróleo, sino en busca de relaciones de largo plazo "que se extiendan hasta el próximo siglo".
"Pensemos en grande juntos... México y Japón pueden escribir, juntos, algunas de las páginas más importantes de la historia", le dijo a un grupo de empresarios japoneses. En otros discursos propuso acuerdos internacionales para compartir la tecnología energética avanzada con el sector en vías de desarrollo, para "garantizar el bienestar de la humanidad" y la "eliminación de la pobreza extrema en la que vive gran parte de la población mundial".
Fukuda estuvo de acuerdo. Con la promesa de que Japón estaba presto a proporcionar "todo lo posible" para el desarrollo de "nuevos sectores industriales en México, así como para los que ya están funcionando", ubico el intercambio de petróleo mexicano por tecnología japonesa en su marco más amplio: "La necesidad de encontrar una solución a la crisis económica mundial, y fundamentalmente al conflicto norte-sur".
El comunicado final de Fukuda y López Portillo informaba: "El Presidente de México expresó la urgencia de establecer un nuevo orden internacional, como lo definen las Naciones Unidas, para lograr que todas las naciones sostengan relaciones económicas equitativas. El Primer Ministro japonés escuchó con atención y respondió con una explicación detallada de la idea que tiene su país de este importante asunto... Ambos concordaron también en que el concepto internacional de su relación va mucho más allá del mero fortalecimiento del intercambio comercial, para comprender un compromiso con las inversiones conjuntas de mutuo interés... Hablaron con interés de la posibilidad de cooperar en obras de desarrollo para México, tales como el mejoramiento de los puertos, el transporte, los buques tanque, el acero, los petroquímicos secundarios y las máquinas-herramienta".
En la última parada de su gira por Asia, en las Filipinas, López Portillo ofreció la tecnología petrolera mexicana a este país igualmente en vías de desarrollo.
Europa no estaba excluida de la lucha
Los esfuerzos de Europa por desarrollar a socios del Tercer Mundo en la lucha por crear un sistema mundial estable, representaban otro problema para el grupo de Brzezinski. Con la visita que el presidente francés Giscard d'Estaing tenía pensado hacer a México para fines de febrero de 1979, Brzezinski presionó a Carter para que fuera antes, y en diciembre se programó a las prisas un viaje a México para principios de febrero. La presión estadounidense fue tanta, que el vocero de Giscard, Pierre Hunt, le dijo a la prensa que Francia "no entiende por qué los acuerdos energéticos franco-mexicanos podían molestarle a EU, a menos que considere a México su predio de caza privado".
EIR intervino organizando a los estadounidenses más cuerdos para que adoptaran el enfoque de petróleo por tecnología que otras naciones industrializadas estaban aplicando con éxito. La perspectiva de LaRouche era, como López Portillo discutido con Carter en su primera reunión, que cooperar en la industrialización de México le brindaba a EU la mejor oportunidad de cambiar de política económica. En nutridas conferencias que EIR organizó en la Ciudad de Nueva York y Washington, D.C. en Enero de 1979, de las que la prensa mexicana informó con amplitud, los representantes de LaRouche plantearon la urgencia de que EU colaborara con el Sistema Monetario Europeo que encabezaban los franceses y los alemanes, en el desarrollo del Tercer Mundo. Haciendo hincapié en el interés de México en el cambio propuesto de la política estadounidense, el agregado comercial de la embajada mexicana habló en el seminario de EIR en Washington sobre "Cómo hacer negocios en 1979: El Sistema Monetario Europeo y el petróleo mexicano".
El 22 de enero, en testimonio que rindió en las audiencias de la Comisión Económica Conjunta, Schlesinger amenazó que México debía aminorar su desarrollo energético, porque "ya hemos visto lo que pasa con un desarrollo demasiado rápido en Irán". Así comenzó otro cuento que los financieros contarían por años, de que la intención misma de desarrollarse crearía una versión mexicana de los radicales fundamentalistas del ayatolá Jomeini y llevaría al derrocamiento del régimen.
El 6 de febrero el periódico Excélsior publicó un documento del Consejo de Seguridad Nacional de Brzezinski, que recomendaba que el petróleo de Alaska se le vendiera a Japón para remplazar el petróleo que México le debía en 1980, y que, en cambio, el petróleo mexicano se le entregara a EU, una idea que nunca se le planteó al Gobierno de México y que los mexicanos inmediatamente rechazaron de tajo.
Lyndon LaRouche visita las pirámides de Teotihuacán en 1979. En sus cuatro viajes a México durante la segunda mitad del sexenio de López Portillo, LaRouche apoyó la "fuerza moral" que este país representaba para el mundo, y se opuso a la "política de genocidio" del Gobierno estadounidense de Carter.
Brzezinski y el secretario de Estado Cyrus Vance, otro sicario económico del CFR, acompañaron a Carter en su visita a México del 14 al 16 de febrero, donde presentaron su ultimátum: EU necesita el petróleo de México para su reserva estratégica, de modo que pueda enfrentar a la OPEP, y México tiene que entrar al Acuerdo General sobre Aranceles de Aduanas y Comercio (GATT), el predecesor del brazo ejecutor de la globalización, la Organización Mundial del Comercio. (El 18 de Marzo de 1980 López Portillo, para gran disgusto de Washington, anunció que México no entraría al GATT, porque "preferimos avanzar con el concepto de un nuevo orden económico más justo").
Carter se fue de México con las manos vacías; no así Giscard. Su viaje a México del 28 de febrero al 3 de marzo, el primero de un jefe de Estado francés desde la histórica visita de Charles De Gaulle en 1964, concluyó con acuerdos que, según el embajador mexicano Flores de la Peña, convertirían a ambos países en "una gran fábrica". Giscard le explicó el funcionamiento del Sistema Monetario Europeo a empresarios y banqueros mexicanos, se reunió con intelectuales, y habló en una sesión especial del Congreso mexicano. Los acuerdos bilaterales que se firmaron iban de la cooperación en la construcción de ferrovías hasta la extracción metalúrgica y la cooperación científica en el desarrollo aeroespacial y nuclear.
El intercambio entre los mandatarios se centró en los cambios internacionales necesarios para lograr lo que ambos llamaron "una paz activa". López Portillo dijo en su discurso en la cena de bienvenida que estos tiempos de peligro exigen que los líderes abandonen la retórica acostumbrada, en la que nadie cree, para plantear en cambio los problemas inminentes "con franqueza y claridad". E identificó la filosofía a la que luego se llamaría "neoliberalismo" como una amenaza para toda la humanidad. Francia y México tienen mucho por explorar y por hacer en materia de materias primas, mercados de capital, coinversión monetaria, tecnología, proyectos y oportunidades en las que tenemos que unirnos, para eliminar el fenómeno de un nuevo mercantilismo monetarista que favorece al capital por encima del trabajo, y que se hace presente dramáticamente entre los países poderosos y los débiles, dijo. Y añadió que tanto para Francia como para México la política y la economía forman parte viva de la cultura, y no son una expresión de las fuerzas naturales.
Nuestras reuniones "deben permitirle a nuestros dos países desempeñar un papel esencial en el establecimiento de un nuevo orden económico mundial", le dijo Giscard a banqueros y empresarios mexicanos. Y en el Congreso mexicano afirmó: "Nuestros dos países tienen opiniones idénticas sobre el futuro inmediato del orbe, y tienen la misma voluntad de paz... Es necesario establecer los cimientos de una política de 'détente' a escala mundial, mediante la cooperación franca y rebasando la visión maniquea simplista que contrapone a algunos pueblos contra otros, según sea que participen o se sometan a una forma dada de gobierno o según su nivel de riqueza o de miseria".
Un 'Bretton Woods energético'
En sus pláticas con el Presidente francés, López Portillo destacó la urgencia de desarrollar "el gran concepto" necesario para ponerle orden al uso y explotación de las fuentes energéticas y sus alternativas en el planeta. Las fuentes energéticas deben considerarse "patrimonio de toda la humanidad", dijo, al tiempo que advertía que la producción, distribución y consumo desordenados de la energía, con todo lo que eso atañía e implicaba, tenía a la humanidad al borde de la destrucción. Congruente con esta política, México nunca vendió petróleo en el mercado internacional de entrega inmediata durante su gobierno.
A Giscard le interesó la propuesta, y su gobierno luego se unió al de México en la organización de una conferencia mundial de energía con esta idea.
Todo ese año López Portillo organizó a otros dirigentes del mundo con esta propuesta, un concepto que planteó como antídoto contra los intentos por apoderarse del petróleo mexicano con el cuento de crear un mercado común regional.
Los presidentes Reagan y López Portillo se reúnen. Tras el ataque brutal de los sicarios maltusianos del Gobierno de Carter contra los planes de México de desarrollarse, el presidente Reagan abrió de nuevo la puerta a la cooperación norte–sur.
En un discurso sobre el tema que dio en la Naciones Unidas el 2 de septiembre de 1979, López Portillo esbozó un plan integral para la adopción de un plan energético mundial que incluyera a todas las naciones, a las que tienen y a las que no, que pudiera imponer parámetros racionales para la regulación mundial de la producción, distribución y desarrollo energéticos. Éste no sería un acuerdo supranacional, sino entre naciones soberanas para restaurar la estabilidad y asegurar el desarrollo de éste que es el más decisivo de los factores económicos: la energía. Si en Bretton Woods pudimos establecer una estructura ordenada para manejar las cuestiones monetarias y de la reconstrucción, hoy podríamos, en este foro ahora cabalmente instituido, establecer una estructura nueva y más ordenada para manejar la energía y los recursos, le dijo a la Asamblea General de la ONU.
Propuso la creación de un grupo de trabajo internacional que representara a países productores de petróleo, a países industrializados y a naciones importadoras de petróleo en vías de desarrollo, para hacer propuestas específicas sobre cómo asegurar la diseminación y transferencia de tecnologías energéticas, el financiamiento a los necesitados, el establecimiento de un instituto internacional de energía y así por el estilo.
LaRouche va a México
Unos meses antes, en Marzo de 1979, LaRouche emprendió, junto con su esposa Helga Zepp, el primero de cuatro viajes que hizo a México durante la segunda mitad del sexenio de López Portillo. Lo habían invitado a participar en los festejos del 50 aniversario del PRI. En una conferencia de prensa que dio en la Ciudad de México el 7 de Marzo, que recibió gran difusión por parte de los medios noticiosos, LaRouche, que habló "como un líder político de Estados Unidos que representa la tradición de la Revolución americana", tachó la política de Carter hacia México de "crimen de lesa humanidad. Es una política de genocidio" que concibieron individuos como Paddock y Ball, quienes creen que 20 millones de mexicanos están de sobra. "A aquellos en EU que atacan ahora a México los acuso de traidores a la Revolución americana", dijo LaRouche. "No había exageración alguna, ninguna retórica diplomática en el acuerdo entre el presidente Giscard de Francia y el presidente López Portillo, de que la alternativa para el mundo hoy está entre el nuevo orden económico mundial o el apocalipsis... Para mí era importante aprovechar esta oportunidad de estar en México en este momento, porque, aunque el gobierno no es una potencia conforme a la norma ordinaria de las potencias mundiales, en este momento es una de las fuerzas morales más importantes del mundo y... una de las principales del nuevo orden económico mundial a favor de las naciones en vías de desarrollo".
La acusación no se olvidaría. Un año después, el 11 de agosto de 1980, en medio de la campaña presidencial estadounidense, el principal periódico de la ciudad de México, El Heraldo, publicó un reportaje de primera plana a ocho columnas: "Brzezinski trata de desestabilizar a México: LaRouche". En el artículo, El Heraldo reprodujo extractos amplios del programa del entonces precandidato presidencial estadounidense LaRouche para el Partido Demócrata, en el que de nuevo documentaba la ofensiva de Brzezinski para aplicarle el "plan Paddock" a México. LaRouche dijo que el propósito final de Brzezinski era mantener a México en el mayor atraso económico posible, inducir un proceso de "iranización" y, con la desestabilización resultante, apoderarse del petróleo mexicano.
El reportaje de El Heraldo, al que le siguieron otras 5 columnas y editoriales más en las dos semanas siguientes, generó ondas de choque entre los círculos políticos mexicanos que se sintieron hasta en EU.
Para entonces el Gobierno de Brzezinski y Carter ya había empezado a encargarse de varios de los socios internacionales potenciales de México. En Japón ahora gobernaba el primer ministro Masayoshi Ohira, quien representaba a la facción de la élite japonesa históricamente aliada a los británicos. Ohira había programado un viaje a México para el 1 de mayo de 1980, para firmar el muy esperado acuerdo de intercambio de petróleo por tecnología que se trató por primera vez en 1978. El Gobierno de Carter presionaba a Japón para que rompiera con Irán, de donde obtenía 10% de su petróleo, mientras que el Gobierno de López Portillo ofrecía triplicar su venta de petróleo a 300.000 barriles diarios, siempre y cuando Japón acordara ayudar a México a satisfacer su necesidad de bienes de capital, que incluía la construcción de nuevos puertos industriales enteros. De Oteyza acababa de estar en Japón para ultimar los detalles de inversiones multimillonarias.
Carter "invitó" a Ohira a que primero hiciera una visita de 24 horas a EU. Las fuentes de EIR en Washington informaron que el mensaje para Japón era que el petróleo mexicano se había convertido en parte vital de las "reservas" estratégicas de la "alianza occidental" y que, por tanto, las relaciones "bilaterales" con México debían sujetarse a consideraciones "estratégicas multilaterales".
Ohira, que iba acompañado de su ministro de Relaciones Exteriores Saburo Okita, un miembro del Club de Roma y de la Comisión Trilateral de Brzezinski, en dos días logró acabar con tres años de negociaciones y dejar México con las manos vacías. Ohira declaró que, "el abasto de petróleo no tiene nada que ver con la inversión japonesa". Elogió el GATT (al que México había rehusado unirse seis semanas antes), instó a ampliar las facultades del FMI ¡y atacó a las naciones en vías de desarrollo que usaban sus materias primas con fines políticos! La consecuencia fue que México no aumentó su venta de petróleo en un solo barril, y Japón ofreció un crédito de 1 millón de dólares, pero para el Fondo de la Amistad México-Japón.
La siguiente pelea: ¿podría ganarse el apoyo de Reagan?
Sin embargo, la salida del Gobierno de Brzezinski y Carter con la elección de noviembre de 1980 abrió una nueva oportunidad para LaRouche y sus aliados en la pelea internacional por restaurar un sistema económico productivo. Es verdad que el gabinete de Ronald Reagan estaba lleno de agentes de los mismos intereses financieros utópicos a los que Brzezinski, Schlesinger y Kissinger servían. El lambebotas de Kissinger, Al Haig, fue el primer secretario de Estado de Reagan, para luego ser remplazado por el sicario económico en jefe, George Shultz, en mayo de 1982; el director ejecutivo de Merrill Lynch se hizo cargo del Departamento del Tesoro; y el camarada de Shultz en Bechtel, Caspar Weinberger, fue su secretario de Defensa. Pero a pesar de las feas manchas políticas de su pasado político, Reagan salió del ala del Partido Republicano contraria a Kissinger y forjó su visión durante el período de Roosevelt. Su encuentro con LaRouche en un debate entre los candidatos presidenciales en Nueva Hampshire en 1979 estableció un contacto que a la larga florecería con el sorprendente rompimiento de Reagan con la doctrina utópica de la destrucción mutua asegurada (conocida como MAD), al anunciar la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) el 23 de marzo de 1983.
La labor organizativa de LaRouche para que EU aceptara la oferta de México de intercambiar petróleo por tecnología causó gran interés entre el bando de Reagan. El 5 de enero de 1981 el presidente Reagan se reunió con López Portillo en la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez, México. Fuentes de EIR a ambos lados de la frontera informaron que las pláticas fueron cordiales y que ambos mandatarios se sintieron satisfechos. Fuentes en México le dijeron a EIR que habían acordado un enfoque de cooperación en las relaciones norte-sur, y que se llegó a un acuerdo en el que México trabajaría con India, Iraq y otras fuerzas moderadas del Tercer Mundo para contener la influencia de la facción conflictiva que giraba alrededor de la Cuba de Fidel Castro.
Ese mismo día, el 5 de enero, el senador Harrison Schmitt (de Nuevo México), que era del círculo de Reagan, sometió una propuesta sobre inmigración al Senado, con el título de "ley del Buen Vecino para México y EU de 1981", que contaba con el apoyo del amigo íntimo de Reagan, el senador de Nevada Paul Laxalt. La propuesta aplastó las premisas de la política genocida de Brzezinski, Ball y Paddock. En su proyecto de ley Schmitt argumentaba que la solución al problema de los trabajadores indocumentados mexicanos en EU debía fundarse en una "cooperación económica y política sólida entre EU y México [que] no sólo beneficiará a la población de estos países, sino que también ayudará a eliminar las tensiones en el Hemisferio Occidental". Y rechazaba explícitamente cualquier "intento por sellar nuestra extensa frontera con México al flujo de inmigrantes", por ser una política "condenada al fracaso".
Dos semanas después López Portillo fue a India, donde sostuvo una semana de reuniones con su compañera de lucha por un nuevo orden económico mundial, la primera ministra Indira Gandhi.
López Portillo presenta una ofrenda en honor de Mahatma Gandhi en enero de 1981, durante una visita a India. Él e Indira Gandhi fueron defensores fieros de un nuevo orden económico mundial, y ambos conocían muy bien a LaRouche y su labor.
Estos dos grandes líderes conocían bien a LaRouche y su labor. EIR había publicado una entrevista exclusiva con Gandhi en 1979, en la que ella hablaba de los obstáculos a su programa para desarrollar a India mediante el avance industrial y científico, y en abril de 1982 recibiría de nuevo a los LaRouche en su país. Por su parte, funcionarios del entorno de López Portillo le entregaron un informe especial que EIR preparó para el viaje, llamado "La India que López Portillo encontrará", al grupo de prensa que acompañaba al presidente, un documento que muchos periodistas mexicanos citaron con amplitud (sin mencionar la fuente).
Ambos líderes quedaron felices con la visita. López Portillo visitó los complejos nucleares y científicos de avanzada de India, los dos países acordaron intercambiar la tecnología petrolera mexicana por la nuclear de India, y Gandhi estaba de acuerdo con la perspectiva de López Portillo de un plan energético mundial. Al expresar sus preocupaciones mutuas sobre la situación mundial en deterioro y la grave crisis por la que pasaba la economía mundial, los dos líderes acordaron, en su comunicado final, que sus países estaban "en una posición muy favorable para desempeñar una nueva y sana función moderadora en el marco de las turbulentas relaciones internacionales de hoy". Reiteraron "la necesidad urgente de llevar a cabo cambios estructurales en el sistema económico internacional actual que garantizarán la aplicación eficaz del nuevo orden económico internacional".
En la misma conferencia de prensa en la que reiteró la necesidad de crear un sistema financiero que permita una verdadera transferencia de recursos y tecnología a los países en vías de desarrollo, López Portillo le dijo a la prensa India que "vemos con mucho optimismo la actitud de amistad y respeto que manifiesta Reagan" hacia México.
Pronto se fijó una reunión cumbre oficial de Reagan y López Portillo para el 27 y 28 de abril en la frontera entre California y Baja California Norte.
En marzo de ese año el Instituto Tecnológico de Monterrey invitó a LaRouche como el orador principal de su "Simposio Internacional de Economía". Esto fue parte de una gira de seis semanas, que lo llevó de Monterrey a la Ciudad de México, y de regreso a Washington, D.C., en la que organizó a políticos, como se señaló al principio de este artículo, para que entendieran el potencial estratégico que representaba el proyecto de industrialización acelerada de México.
"Definir el desenlace de la próxima reunión cumbre de Reagan y López Portillo es precisamente uno de los objetivos de mi venida", dijo LaRouche en la televisión de Monterrey. Un acuerdo de intercambio de petróleo por tecnología entre EU y México "representaría en principio el modelo de un nuevo orden económico en las relaciones norte-sur", dijo. Habría un "cambio en la geometría estratégica mundial, como de reacción en cadena, resultado de establecer semejante relación".
LaRouche regresó de México el 26 de marzo, para hablar en un seminario de EIR en Washington, D.C. sobre "EU, México y Centroamérica: ¿conflicto o cooperación?", en el que participaron más de 100 diplomáticos, funcionarios del Gobierno de Reagan, y miembros de las comunidades de inteligencia y de negocios. "Ahora tenemos una verdadera posibilidad estratégica de cambio", si EU ayuda a que México consiga todos los bienes de alta tecnología de su "lista de mandado", dijo.
Cuatro días después John Hinkley intentó asesinar al presidente Reagan.
La reunión de López Portillo y Reagan se pospuso, pero en cuanto este último se recuperó, la reprogramaron para el 8 y 9 de junio, esta vez en Washington, D.C. Sin embargo, la intentona de asesinato fue un recordatorio de qué tan decididos estaban los financieros a que la república estadounidense no se saliera de su control, como lo había hecho en repetidas ocasiones desde su fundación. Y en el gabinete de Reagan había muchos representantes de esos intereses que estaban empeñados en regresar a la orientación del Mercado Común de Norteamérica y al control genocida de la migración genocida para bregar con México.
Cuando por fin se llevó a cabo la reunión cumbre, ambos mandatarios se mostraron satisfechos, sobre todo López Portillo. Al despedirse de su contraparte mexicana, Reagan habló de lo feliz que lo hacía que la reunión hubiera "estrechado la relación entre nuestros dos países". Hemos llegado a "un acuerdo básico sobre la necesidad de fortalecer las economías de las naciones menos desarrolladas para traerle el progreso económico y social a sus pueblos", dijo.
De inmediato se emprendió una guerra económica total contra México. El 17 de Julio López Portillo le dijo a los mexicanos que había "una conspiración internacional" para destruir la economía nacional, mientras los financieros emprendían una fuga de capitales. Tomándola con estos empleadillos bancarios que le aconsejan a sus clientes comprar dólares, prometió que iba "a defender el peso como un perro", y le recordó a sus compatriotas que aunque a los mercados monetarios los gobierne un orden injusto, "México somos nosotros los mexicanos", los que estamos aquí, los que tenemos a nuestras familias aquí, cuyo destino está aquí y que nos quedaremos aquí, y los que haremos a nuestra nación grande o pequeña, dijo.
EIR informó que la Comisión Trilateral de David Rockefeller encabezaba el asalto contra el país, con el apoyo del Wall Street Journal y Exxon Corporation, empresa que empezó a boicotear al petróleo mexicano.
Para febrero de 1982, la implacable fuga de capitales estalló en una crisis de la deuda, lo que obligó a López Portillo a devaluar el peso 28% y a imponer medidas de austeridad.
Las relaciones de EU con Iberoamérica recibieron un fuerte golpe unos meses después, cuando Gran Bretaña despachó dos terceras partes de su flota naval a una guerra contra Argentina, luego de que este país reocupara sus islas Malvinas el 2 de abril de 1982. LaRouche de inmediato le pidió al Gobierno de Reagan que hiciera valer la Doctrina Monroe y que "evite la intervención militar europea en el Hemisferio"; los británicos no tienen ningún derecho a reclamar las Islas, declaró. Sin embargo, el grupo de Weinberger y Shultz, con la amenaza de que se romperían los tratados de la OTAN, se impusieron a los pocos dentro del bando de Reagan que defendían la neutralidad estadounidense. Así, EU rompió los compromisos que tenía con sus aliados iberoamericanos del tratado de Río y se unió a la guerra británica contra Argentina.
Encima de la crisis de la deuda que enfrentaban todos los países de Iberoamérica, se echaron a la basura décadas de relaciones de EU con el Continente. A mediados de mayo Henry Kissinger alardearía en el Real Instituto de Asuntos Internacionales en Londres que la guerra de las Malvinas había regresado a EU a la retaguardia del colonialismo geopolítico británico.
LaRouche, a quien se consideraba en toda la región como la principal figura política estadounidense que defendía a Iberoamérica, fue invitado a regresar a México en mayo, esta vez para reunirse con López Portillo. LaRouche salió de su reunión privada de 40 minutos en la residencia presidencial de Los Pinos para contestar las preguntas de los 60 periodistas presentes. Allí fue donde hizo su famoso llamado a que las naciones iberoamericanas defendieran a Argentina, y a sí mismas, dejando caer la "bomba de la deuda" sobre Gran Bretaña y forzando así la reestructuración del sistema económico mundial. LaRouche más tarde informaría que le había dicho al Presidente que los banqueros internacionales desmembrarían a México pedazo a pedazo, y que debía esperar que la crisis azotara a no más tardar para septiembre; también resumió cuáles eran las alternativas políticas.
Al llegar a EU después de participar en reuniones privadas con personalidades mexicanas importantes en otro viaje a México que hizo en julio, LaRouche escribió su famosa Operación Juárez, una propuesta que planteaba cómo Iberoamérica podía obligar a los países industrializados, en ese entonces, a sentarse a la mesa de negociación para abordar la muy pospuesta reestructuración del sistema financiero mundial; eso, de unir sus fuerzas, declarar una moratoria conjunta a la deuda y combinar los recursos entonces todavía ricos de la región para su defensa común a través de un Mercado Común Iberoamericano.
La guerra económica contra México no cedió un ápice. Hasta el 1 de septiembre de 1982, cuando López Portillo le anunció a la nación en su último informe de gobierno que acababa de imponer el control de cambios, y de nacionalizar el sistema bancario privado y el Banco Central, para defender el bienestar de la nación. Informó que el gobierno tenía pruebas de que se habían sacado 54 mil millones de dólares del país, y que era probable que esa cifra creciera en lo que los funcionarios escrutaban los registros de los bancos privados para determinar cuál era la real. Acabaremos con "la especulación y el rentismo" de los pocos que no producen nada, pero que despojan a los que producen, dijo. "México vivirá".
Como Reagan era el presidente y López Portillo estaba por dejar el cargo el 1 de diciembre, se contuvieron las amenazas militares que de otro modo hubiera recibido México, y los sicarios económicos concentraron su ofensiva en asegurar que el siguiente Gobierno de México entendiera que había que darle marcha atrás a las medidas de López Portillo, punto. De hecho, así fue, empezando con el presidente De la Madrid.
El 30 de septiembre George Shultz le dijo a la Asamblea General de las Naciones Unidas que los días del financiamiento para el desarrollo habían acabado y que EU no toleraría la oposición al FMI. "Los problemas inmediatos de las deudas pueden manejarse si somos sensatos y evitamos tomar medidas desestabilizadoras, pero la magnitud de la deuda externa siempre reducirá, de manera casi inevitable, los recursos disponibles para el préstamo con fines de desarrollo. El ajuste económico es imperioso, y el Fondo Monetario Internacional puede proporcionar ayuda y orientación vitales", dijo.
López Portillo, que habló ante el mismo organismo el día siguiente, le respondió a Shultz: las naciones del mundo deben enfrentar la realidad, o cambiamos el sistema económico o es posible que el mundo entre a "un nuevo oscurantismo medioeval... No podemos fracasar", le dijo a los dirigentes del mundo. "Está en juego no sólo el legado de la civilización sino la sobrevivencia misma de nuestros hijos, de las futuras generaciones de la especie humana".
Tiempo después los colaboradores de LaRouche se enteraron de que López Portillo, en sus asediados últimos cuatro meses de gobierno, había tratado de convencer a naciones claves de Iberoamérica de seguir la estrategia de la Operación Juárez de LaRouche, al instar al presidente argentino Leopoldo Galtieri y al presidente brasileño João Baptista Figueiredo a unirse a México para declarar una moratoria a la deuda.
Lyndon LaRouche escribió su famoso documento Operación Juárez en 1982, una propuesta que planteaba cómo Iberoamérica podía obligar a los países industrializados, a sentarse a la mesa de negociación para abordar la reestructuración del sistema financiero mundial.
Su negativa a arriesgarse a romper con el sistema imperante, como LaRouche y López Portillo propusieron, aseguró que sus naciones, al igual que el resto del mundo, hoy se encuentren, como México, al borde de la muerte.
Epílogo
La dirigente política alemana Helga Zepp–LaRouche participa junto con López Portillo en una conferencia en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística el 1 de diciembre de 1998. (Foto: EIRNS).
Sin amilanarse por la campaña de los sicarios para asesinar su imagen desde que tomó sus audaces medidas en 1982 con LaRouche, el 1 de diciembre de 1998 López Portillo aceptó gustoso responder al discurso que dio Helga Zepp-LaRouche en un foro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística en la Ciudad de México. No perdió el toque de su sentido de ironía en sus décadas fuera del poder. López Portillo afirmó: "Los organismos internacionales nos entramparon, así que su gobierno se portó mal con ellos, por lo que "nos acusaron de populista, etc. Otros gobiernos se han portado bien, y el resultado ha sido el mismo. Eso es lo dramático. Si por todo, subimos la piedra a la punta del cerro y se nos cae cuando llega hasta arriba. Siempre el sistema, el entorno que tiene cerrazón en comprensión a los valores revolucionarios... y de ahí la necesidad de que éste [orden financiero] se reforme".
"Y ahora es necesario que la sabia palabra de Lyndon LaRouche se escuche en el mundo", dijo José López Portillo.