Lo siguiente es una traducción del artículo en inglés que aparece en el ejemplar de Executive Intelligence Review del 29 de mayo de 2020.
El Plan LaRouche para reabrir la economía de EU
El mundo necesita 1,500 millones de nuevos empleos productivos
El siguiente informe de LaRouche PAC es producto de una investigación de Robert L. Baker, Dave Christie, Richard Freeman, Paul Gallagher, Susan Kokinda, Brian Lantz, Marcia Merry Baker, William F. Roberts, Dennis Small, and Helga Zepp-LaRouche.
Índice de contenido
- Introducción
- Hermano, ¿me puedes dar empleo?
- Cómo crear millones de nuevos empleos productivos para Estados Unidos y para el mundo
- A duplicar la producción de alimentos; millones de granjas familiares de alta tecnología
- Un sistema de salubridad para el futuro
- La misión espacial de Estados Unidos; la próxima frontera de la juventud
- Un sistema de crédito hamiltoniano para el desarrollo
- Llamado de Helga Zepp-LaRouche a los ciudadanos estadounidenses: ¡lo que el mundo necesita de Estados Unidos!
Capítulo 1: Introducción
“El individuo que contribuye a hacer la sociedad Buena, vale miles de veces más que el individuo que se pierde por la vida esparciendo únicamente buenas obras. Por ello, una sociedad mala aplastará lo bueno contribuido por sus miembros individuales… Quien hace la sociedad Buena, preserva por tanto las buenas cosas contribuidas por miles y millones de individuos”
La humanidad vive ahora las terribles consecuencias de tolerar la “mala sociedad”, de la que nos advirtió Lyndon LaRouche. La pandemia del COVID-19 ha expuesto el fracaso criminal del sistema imperial neoliberal que ha resultado en cientos de miles de muertes, en la alteración de la cadena económica y la cadena del suministro de alimentos, en niveles históricos de desempleo, y en incontables millones de vidas amenazadas por otras enfermedades y hambruna. Y por encima de todo este costo en vidas y en medios de subsistencia, se asoma amenazante una burbuja financiera de $1,800 billones de dólares que no puede sobrevivir, a pesar de los intentos hiperinflacionarios de los bancos centrales por salvarla.
No se trata de una serie de crisis individuales. Esta crisis es sistémica, y solo se puede abordar mediante un nuevo sistema, basado en principios fundamentalmente diferentes a los de las estructuras monetaristas globalistas maltusianas actuales. En el núcleo de este mal, de esta “sociedad mala”, está la negación al derecho de miles de millones de personas, incluyendo a cientos de millones de estadounidenses, a contribuir al desarrollo físico y al avance económico de sus economías. Eso es lo que ha dejado a muchas naciones indefensas para hacer frente al virus y al consiguiente derrumbe económico. La crisis de desintegración económica que encaramos hoy no fue creada por la pandemia del coronavirus. Ha estado a plena vista durante 50 años de malas políticas, para cualquiera que quisiera pensar sobre ello detenidamente, y es por lo que Lyndon LaRouche fue capaz de pronosticar que aparecería necesariamente este tipo de pandemia en cualquier momento. Y ahora ha sucedido.
Si el mundo hubiera “escuchado las sabias palabras de Lyndon LaRouche”, como urgió el ex Presidente de México José López Portillo, Estados Unidos y el mundo habrían evitado la catástrofe físico-económica de los últimos 50 años. Es por eso que LaRouche, el hombre y sus ideas, tienen que ser exonerados hoy.
Lyndon LaRouche nos retó para hacer Buena la sociedad. ¿Qué aspecto debe tener? ¿Estás entre los más de 50 millones de estadounidenses que están sin trabajo? ¿Necesitas un empleo productivo? Así están también otras 1,500 millones de personas en este planeta.
El mundo necesita 1.500 millones de empleos productivos que actualmente no existen, y no podrían existir bajo el actual sistema monetario. La economía estadounidense tiene que reconfigurarse por completo, para emplear a la mitad de su fuerza laboral en la producción de bienes reales (no en empleos de servicios de la “economía informal”) con la meta de crear 50 millones de empleos productivos. Esos empleos estarían impulsados con la misión de producir alimentos, atención médica, infraestructura y bienes de capital para reconstruir nuestra nación, y ayudar a transformar a las naciones subdesarrolladas, asegurando que éstas tengan el poder de transformar igualmente sus economías y su fuerza laboral, creando 1.500 millones de empleos productivos a nivel global. Los nuevos 50 millones de empleos en Estados Unidos son solo el 3% del total que se necesitan a nivel mundial. Pero, en realidad, son la clave para el éxito de todo la iniciativa a nivel planetario. He aquí por qué.
Cuando Lyndon LaRouche se presentó por primera vez como candidato a la Presidencia en 1976, su tema de campaña fue: “Este hombre quiere darte un empleo, ¡reconstruyendo el mundo!”
El enfoque económico-físico
Veinte años después, abordando nuevos potenciales para esa misma idea, Lyndon LaRouche declaró:
“¡No hay necesidad de que nadie en este planeta, que esté capacitado para trabajar esté sin trabajo! Es así de simple… Si Estados Unidos, o el Presidente de Estados Unidos, y China, participan en impulsar ese proyecto, a veces llamado proyecto “de la Ruta de la Seda”, a veces proyecto “del Puente Terrestre Mundial”, si se extiende ese proyecto de desarrollar corredores de desarrollo, a través de Eurasia, penetrando en África, en Norteamérica, ese proyecto es trabajo suficiente, para poner a todo el planeta, en un renacimiento o económico…
“De modo que, lo que tenemos aquí, es un conjunto de proyectos, que no son solo proyectos de transporte, como el ferrocarril transcontinental de Estados Unidos, que fue el precedente de esta idea, a fines de los 1860 y en los 1870. Sino que tienes corredores de desarrollo, donde desarrollas una zona, de 50 a 70 kilómetros, en ambos lados del enlace ferroviario, de los oleoductos, y así, desarrollas esta zona con industria, con minería, con todo este tipo de cosas, que es la manera de pagar por el vínculo de transporte. Debido a esta rica actividad económica: a cada pocos kilómetros de distancia a lo largo de este vínculo, sucede algo, alguna actividad económica. Gente trabajando; gente construyendo cosas, para transformar el planeta, en grandes proyectos de construcción de infraestructura, que te darán las grandes industrias, las nuevas industrias, la nueva agricultura, y otras cosas que necesitamos desesperadamente.”
Las Cuatro Leyes de Lyndon LaRouche van a reorganizar la economía de Estados Unidos para que se haga eso. (“Las cuatro leyes nuevas para salvar a EUA, ¡ahora! No es una opción: es una necesidad inmediata”, publicado el 10 de junio de 2014). Su propuesta para que se lleve a cabo una Cumbre de las Cuatro Potencias entre Estados Unidos, Rusia, China e India, para organizar un nuevo sistema financiero internacional, un Nuevo Bretton Woods, debe convocarse de inmediato para abordar las urgentes crisis de la pandemia, del hambre y la financiera que tenemos enfrente; esto es, reemplazar al imperio británico de hoy día con un Nuevo Paradigma basado en la soberanía, el desarrollo y la cultura clásica.
Tenemos que sacar a los estadounidenses de la agenda polarizada y controlada por los medios de comunicación, que sostienen que solo hay dos alternativas: vencer al virus y matar a la economía, o “abrir” la economía incluso si eso supone perder las vidas de los más vulnerables. En realidad, la economía ya estaba muerta, asesinada por el parásito financiero de $1,800 billones de dólares (que los bancos centrales continúan rescatando a un ritmo muchísimo más alto que los fondos de emergencia asignados a la gente, los negocios, y los gobiernos). Esa no es la economía que se debe reabrir. Tampoco puede ser una economía basada en una nueva burbuja “verde” de crecimiento cero, para reemplazar a la actual que se derrumba, como tienen la City de Londres y Wall Street la intención de hacer aparecer.
En las siguientes páginas, les presentamos una misión, y les presentamos un método, fundamentado en el pensamiento de Lyndon LaRouche, para cumplir la misión.
¿Cómo llegamos aquí?
En la década de 1930, la Autoridad del Valle del Tennessee se consideraba como la octava maravilla del mundo, luego de que transformó una de las partes más pobres de Estados Unidos en una fuerza motriz para la producción económica con mayor densidad de flujo energético. En la década de 1940, los estadounidenses crearon un milagro manufacturero y de máquinas herramienta que permitió a los soldados aliados ganar la guerra contra el fascismo. En la década de 1960, el presidente Kennedy nos retó a poner al hombre en la Luna para el final de la década, y lo hicimos, descubriendo nuevos principios físicos y revolucionando nuestra economía.
Dos años después del alunizaje, el 15 de agosto de 1971, los señores financieros de Wall Street y la City de Londres se robaron nuestra soberanía económica, y utilizaron su poder monetario para crear un moderno imperio británico globalizado.
Durante las siguientes cinco décadas, la mayoría de los estadounidenses se amoldaron a ese sistema monetario, protestando a veces contra aspectos de este, pero, básicamente, aprendiendo a cómo sobrevivir dentro de él. Gradualmente, los estadounidenses dejaron de producir, y empezaron a arreglárselas por cuenta propia.
Lyndon LaRouche, en cambio, desafió a ese sistema. Advirtió que fracasaría inevitablemente, en virtud de su fatal y profundamente malvada política de sacrificar las economías físicas, la productividad humana y las vidas, en aras de los torrentes de ingresos financieros especulativos y de las intenciones inhumanas de la élite global. Él desarrolló los principios científicos necesarios para que las naciones soberanas recuperasen sus economías en la tradición del Sistema Americano de Alexander Hamilton, e instó a los pueblos y a las naciones a actuar antes de que sucediera lo inevitable.
Lo inevitable ha sucedido.
La pandemia global solo ha retirado la fachada, y ha dejado al descubierto la trágica transformación de la base agroindustrial de las economías occidentales en vacuas economías de servicios impulsadas por el consumo y el entretenimiento. Arrancó la máscara a la idea igualmente trágica de que los países “subdesarrollados” podrían seguir permanentemente subdesarrollados, sin consecuencias genocidas.
Cincuenta millones de estadounidenses están desempleados o apenas medio empleados, muchos de ellos están descubriendo dolorosamente que sus trabajos no tienen nada que ver con satisfacer las necesidades humanas reales, y no van a regresar.
A lo largo del mundo, pero especialmente en las naciones subdesarrolladas, la gente se enfrenta a la opción imposible de continuar sus actividades informales y contraer o propagar probablemente el COVID-19, o confinarse y someterse junto a sus familiares al hambre, y en el caso de cientos de millones de personas, especialmente en África, a una hambruna absoluta. El jefe del Programa Mundial de Alimentos, David Beasley, advirtió recientemente que 821 millones de personas en todo el mundo padecen de una hambruna crónica; otras 135 millones de personas padecen “una inseguridad de alimentos aguda, es decir, que están al borde de la hambruna”. Añadió que bajo los azotes de las plagas de langostas, el colapso de la cadena de suministro y la pandemia, el número podría duplicarse. Advirtió que podría haber “múltiples hambrunas de proporciones bíblicas” y 300,000 muertes diarias que podrían evitarse.
¿Cómo puede estar pasando esto en un mundo donde los granjeros estadounidenses están sometiendo a la eutanasia a su ganado y a sus pollos y tirando la leche? ¿Cómo pueden faltar las necesidades básicas de supervivencia frente al desempleo y subempleo masivo que precede a la pandemia?
Porque, esa es la intención del imperio británico. Eufemísticamente, se le ha reetiquetado como “globalización”, pero el profesor Niall Fergurson, un descarado promotor del imperialismo británico, lo ha identificado más precisamente como “anglo-globalización”. Los voceros de ese imperio han sido muy explícitos, por siglos, en su preferencia por el maltusianismo genocida, el cual hoy están tratando de empaquetar como “ambientalismo verde”.
Consideren el caso del príncipe Felipe del Reino Unido, quien declaró en 1988:
“Cuanta más gente haya, más recursos consumirán, más contaminarán, más pelearán. No tenemos opción. Si no se controla a voluntad, se controlará involuntariamente mediante el aumento de enfermedades, hambruna, y guerra (…) En el caso de que yo reencarnase, me gustaría volver en forma de un virus mortal, para contribuir en algo para solucionar la sobrepoblación.”
O Bertrand Russell antes que él, a quien Lyndon LaRouche calificó del hombre más malvado del siglo 20, dijo en 1951:
“La guerra ha sido, hasta ahora, decepcionante en este respecto (el control de la población), pero quizás una guerra bacteriológica podría resultar efectiva. Si se pudiera propagar una Peste Negra por todo el mundo una vez en cada generación, los supervivientes podrían procrear libremente sin llenar tanto el mundo”.
O volvamos dos siglo atrás al perverso clérigo Thomas Malthus, quien escribió su Ensayo sobre los principios de la población de 1791:
“Deberíamos facilitar, en lugar de esforzarnos necia y vanamente por impedirlo, las operaciones de la naturaleza para producir esta mortalidad; y si tememos la visita demasiado frecuente de la horrible forma de la hambruna, debemos alentar diligentemente las otras formas de destrucción, que forzamos a que la naturaleza utilice. En nuestros pueblos deberíamos hacer que las calles sean más estrechas, abarrotar a más personas en las casas y cortejar el regreso de la plaga”.
Este tipo de imperialismo u oligarquismo, como lo definió LaRouche, se basa en la idea de que el hombre no es más que una criatura de sus sentidos, un animal que tiene que reaccionar al mundo tal y como es, un hedonista en busca de maximizar el placer y minimizar el dolor, y que puede ser manipulado y sacrificado cuando sea necesario. La idea de la “inmunidad de rebaño”, que alega: “dejemos que la naturaleza siga su curso natural, no tenemos poder sobre ella” es una encarnación recurrente de esta idea.
Por el contrario, Lyndon LaRouche ubicó la esencia de la economía en la capacidad única del hombre para crear nuevas y mejores formas de hacer las cosas, con base en el descubrimiento de nuevos principios físicos universales. El singular concepto original de LaRouche, de la Densidad Relativa Potencial de Población, corresponde al poder de la sociedad de mantener a una población total en aumento, con una longevidad creciente, con niveles de vida en aumento, y con mayor acceso a la cultura clásica, de tal modo que el ritmo de avance del futuro descubrimiento científico y tecnológico pueda superar al crecimiento de la población per se. Esto depende de la capacidad de producir canastas básicas mejoradas de bienes de consumo, bienes de producción, e infraestructura, per cápita, y por kilómetro cuadrado.
Si esa capacidad cae, entonces la sociedad, predeciblemente, involucionará, al punto en el que la Densidad Relativa Potencial de Población caerá por debajo de la población real total, como ha sucedido globalmente en los últimos 50 años, con las consecuencias desastrosas a las que asistimos hoy con la pandemia del coronavirus, y tal como LaRouche advirtió en sus estudios de los 1970 y 1980.
La solución está en dar una drástica marcha atrás en la caída de la densidad relativa potencial de población mundial, mediante un aumento igualmente drástico en las facultades productivas del trabajo, un concepto que es el meollo del Sistema Americano de Alexander Hamilton y de las Cuatro Leyes de Lyndon LaRouche.
Con su capacidad de pronosticar el futuro para cambiarlo, Lyndon LaRouche caracterizó la naturaleza de la crisis actual y su solución en 2007:
“Si Estados Unidos, y esto no es imposible, si Estados Unidos, le extendiera una propuesta a Rusia, a China y a India, para copatrocinar la formación de un nuevo orden financiero monetario internacional, eso podría hacerse… Tenemos ahora una crisis incalculable en marcha a nivel mundial. Esta no es una crisis financiera… Se trata de una crisis para ver quién va a dirigir el mundo. ¿Va a ser un grupo de naciones, o va a ser un resurgimiento del imperio británico, que en realidad no se fue nunca, el que releve a Estados Unidos y establezca su dominio mundial a través de la globalización?”
El presidente Donald Trump llegó a la Presidencia con el mandato y la intención de reconstruir la infraestructura estadounidense, revitalizar la industria, y relanzar el programa espacial; acabar con las guerras perpetuas y normalizar las relaciones con Rusia y China; poner fin al saqueo especulativo de las economías con una vuelta a la ley Glass-Steagall de la era de Franklin Roosevelt. Durante los últimos tres años, el imperio británico y sus piezas en Estados Unidos han estado empeñados en un intento de golpe contra el Presidente para impedir cualquier movimiento en la dirección de esa perspectiva. Ahora es el momento de derrotar ese golpe, e implementar esas políticas de inmediato, junto con el programa completo que presentamos más adelante.
La pandemia, el derrumbe económico, y la amenaza inmediata contra cientos de millones de vidas, ahora plantea la cuestión sobre la lucha entre los dos sistemas, el que se basa en alentar la eliminación, no de millones, sino de miles de millones de vidas; el otro, basado en aumentar el rendimiento creativo y productivo de esas mismas miles de millones de vidas y las futuras miles de millones más.
Lo que sigue es un concepto sobre cómo despertar al pueblo de Estados Unidos para que juegue su papel indispensable en esa lucha, creando 50 millones de nuevos empleos productivos, para reconfigurar la economía estadounidense y la fuerza laboral con inversiones directas en las manufacturas, la agricultura, la exploración espacial, y en los avances en la fusión termonuclear, como parte de un programa global de emergencia para crear 1,500 millones de nuevos empleos productivos a nivel mundial. Estas son las pautas del programa necesario, el cual ha de ser completado en más detalle con el aporte de ingenieros, agricultores y ganaderos, científicos, trabajadores manufactureros y otros.