Editorial
¿Sabes qué hora es?
En respuesta a la última pregunta que le hicieron durante la
videoconferencia que dio el 7 de marzo (ver pág. 36), que en esencia era
sobre qué hacer ante la crisis, Lyndon LaRouche definió la
cuestión que debe informar todo pensamiento político en los
próximos días y semanas decisivos.
“Lo primero en lo que hay que concentrarse es en siempre preguntar:
¿qué hora es? ¿En qué hora te ubica el calendario?
¿En qué momento de la historia te encuentras? ¿En qué
territorio te mueves?
“Ahora estamos en un momento en el que la realidad es que nada
importa, a menos que atiendas el hecho de que todo el sistema económico,
monetario y financiero internacional está ahora en un estado de desplome,
de desplome de reacción en cadena. ¿Qué vas a hacer al
respecto? Porque, si no vas a hacer algo para resolver eso, cualquier otra cosa
que pienses es inútil; es irrelevante. La crecida se avecina; la plaga de
langostas se ha llevado todo. ¿Cómo paras a la plaga de
langostas?
“La cosa es que la gente tiene que despertar, y la gente
pequeña tiene que convertirse en gente grande”.
Uno de los públicos que escucharon a LaRouche fue, por supuesto, el
Congreso estadounidense, que en muchos sentidos ha estado rascándose el
ombligo, aun desde su victoria del 7 de noviembre de 2006. Demócratas
connotados se han sentado a ver el desmantelamiento del sector automotriz en los
últimos dos años, a pesar de las advertencias y soluciones
que planteó LaRouche desde 2005. Se han rehusado a enfrentar a las
autoridades establecidas de su propio partido, y a encarar las consecuencias, para EU y para el mundo, de no salvar la capacidad de
máquinas–herramienta estadounidense.
Una parálisis parecida ha sentado sus reales en cuanto al quebrado
sistema financiero. ¿Puede algún congresista decir con honestidad
que no se dio cuenta de que el mercado de los bienes raíces era otra
burbuja enorme que sufriría el mismo sino que la de la
informática? ¿Puede alguno negar que sabía del
carácter depredador de los fondos especulativos, que desangran empresa
tras empresa hasta secarla, sin dejar otra cosa que la cáscara y un nuevo
cúmulo de deuda impagable?
Ahora, ya tarde, algunos quieren hablar de los atropellos de estos fondos,
e incluso de regularlos. Pero, dada la hora, estas medidas son demasiado
pequeñas, demasiado tardías como para lograr nada significativo.
La única forma de “controlar” a estos fondos es aboliéndolos, y enfrentar los huecos que esto dejará en el
sistema monetario–financiero mundial con el establecimiento de uno nuevo,
fundado en los principios que Franklin Delano Roosevelt demostró que
funcionan.
La fase actual de desintegración de la economía
también fija un plazo muy inmediato en cuanto a la política
bélica de Cheney y Bush. Hay toda razón para creer que los amos
financieros de dicho Gobierno quieren crear una nueva guerra que “asegure
las escotillas” y establezca un imperio dictatorial. Así, un plan
de meses, si no es que años, de retiro gradual y cambios en el Sudoeste
de Asia, no sirve de nada, pues deja intactos elementos que podrían
detonar una nueva conflagración u ola de terrorismo.
Esto nos lleva al aspecto cronométrico más decisivo: la
destitución del vicepresidente Dick Cheney.
Cada instante que sigue al mando, desde donde puede someter con su
matonería al Presidente y al Congreso, es un desastre para el mundo. No hay modo que un Congreso sin las agallas para enjuiciar a un
Vicepresidente que una y otra vez ha violado de manera flagrante la confianza y
las leyes de EU y su Constitución, pueda aplicar las medidas
económicas y políticas de emergencia que se necesitan.
Y, por supuesto, hay quienes siguen diciendo que podemos aguantar a Cheney
y a Bush hasta la elección de 2008, que no falta mucho. ¿Acaso
quieren mancharse las manos de sangre con la guerra? ¿Quieren cargar con la
culpa de crear millones de desempleados, de quitarle a niños y ancianos
el apoyo del gobierno, de quitarle la comida de la boca al hambriento? No habrá ningún cambio positivo mientras Cheney siga en el
poder.
Es momento de ver la hora, y de preparase para un nuevo sistema
económico más justo.
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