Estudios estratégicos
No deja de ser
aguardiente
Los gobiernos apoyan un fraude gigantesco con lo del
etanol
por Laurence Hecht
Las señales de alarma de que se
avecina un fraude gigantesco con la promoción del etanol como sustituto
de la gasolina cobraron relevancia a mediados de enero, cuando EIR
intensificó su investigación de las afirmaciones de agencias del
Gobierno estadounidense sobre la eficiencia de los biocombustibles. Las pruebas
aún no son concluyentes, pero si lo bastante significativas como para que
el Congreso ordene una investigación de lo que podría ser una de
las estafas más grandes y costosas perpetradas por el Gobierno de Cheney
y Bush desde el cuento de lo de la guerra contra Iraq.
Los principales beneficiarios de esta falsa promoción son los
grandes carteles graneleros y controladores de fondos especulativos que se han
metido a esta pérdida de tiempo, y, a un nivel más alto, aquellos
intereses políticos que nos convertirían de nuevo en una sociedad
agrícola con un modelo imperial. El gran perdedor sería el pueblo,
en particular los agricultores y empresarios agrícolas que han mordido el
anzuelo de una de las estafas de inversión más grandes desde la
burbuja agraria de John Law en el Misisipí.
El punto de partida para desenmascarar este fraude fueron las afirmaciones
de funcionarios de los Departamentos de Agricultura (USDA) y Energía
(DOE) de Estados Unidos, de que la producción de etanol de maíz
presenta un saldo energético positivo de 30.528 btu por
galón,[1] o 67% más que
la energía necesaria para su cultivo, transporte y destilación, y
que el etanol de celulosa (que se deriva del pasto varilla u otros insumos)
podría ofrecer un rendimiento energético neto aun superior. Pero
una investigación más profunda arrojó que, aunque algunos
análisis independientes —la mayoría de reciente
cuño— muestran un ligero saldo energético positivo, las
cifras de las agencias del gobierno, en particular las de la oficina del
economista en jefe del USDA, están muy infladas. Los subproductos de la
producción de etanol reciben descuentos enormes por rendimiento
energético, los datos parecen escogerse de manera selectiva para apoyar
esto, y los créditos han venido inflándose con los
años.
Si, como sugieren las pruebas preliminares, los resultados se han
manipulado para “demostrar” esto, el origen de semejante
corrupción probable no está muy lejos. Como le dijo un funcionario
federal versado en energía y contaminación a la revista Scientific American de enero de 2007, en referencia al subsidio fiscal de
51 centavos de dólar por galón para el etanol, “el Congreso
no hizo un análisis del ciclo de vida; lo que hizo es un análisis
ADM”. ADM es Archer Daniels Midland, el más grande de los cinco
gigantes graneleros, que lleva más de 20 años impulsando el etanol
de maíz y cuya influencia en el USDA no es ningún
secreto.
Sin embargo, el fraude va mucho más allá de las afirmaciones
debatibles de un saldo energético neto positivo de la producción
de etanol. No puede hacerse evaluación competente alguna de la eficacia
de los biocombustibles sin considerar la eficiencia termodinámica general
de la economía nacional. A este respecto, las deliberaciones del Congreso
y las agencias de gobierno han sido nulas o en extremo incompetentes. Un
observador de otro sistema solar, que viera las transformaciones de las
últimas décadas en las tendencias industriales y de
explotación del suelo en EU, bien podría concluir que sus
habitantes han estado abusando de los vapores de esa sustancia que estos
extraterrestres inteligentes identificarían en sus espectrocopios de
rotación molecular como C2H5OH o etanol.
|
En una escena salida de una película de H.G. Wells, un
microbiólogo y su ayudante le agregan microorganismos a biorreactores
piloto en los que se cocina el etanol a partir de una mezcla de azúcares
derivada de la fibra del maíz. El sueño es que destilerías
de etanol salpiquen los campos, explotando la mano de obra de campesinos muy
trabajadores en un radio de 40 a 50 km para las plantas que usen maíz
como insumo, y de 95 para las que usen pasto varilla. (Foto: Keith
Weller/USDA). |
La ampliación del desperdicio de los biocombustibles a la celulosa está por hundirnos aun más en los
“números rojos” del saldo negativo neto del producto
físico–económico. Esta última bioidiotez tiene la
añadidura de regresarnos en el tiempo a las condiciones de
producción agrícola y de materias primas que la Revolución
Americana pretendía enmendar. Es imperativo advertirle al lector que
quiera simplificar el asunto, que las mediciones contables habituales de
rentabilidad neta no tienen nada que ver con un análisis competente del
tema.
La debilidad que sobresale entre las víctimas mejor intencionadas de
la manía de los biocombustibles es la presteza exagerada con la cual
aceptan las premisas, definidas de modo muy miope, de un problema que, por su
naturaleza, no puede resolverse sin rebasar los cotos autoimpuestos. Por
ejemplo, el asunto del etanol aborda una parte muy limitada de la eficiencia
general de la economía nacional: la producción de un combustible
para el transporte en vehículos motorizados. En una economía
moderna fundada en la energía nuclear, los mejores candidatos de un
combustible portátil para automotores son la electricidad y el
hidrógeno: el primero para recargar las baterías de
vehículos eléctricos o híbridos; el segundo para alimentar
celdas de combustible o cámaras de combustión de turbinas
cerámicas de alta temperatura capaces de consumir hidrógeno con el
doble de eficiencia o más que la que podemos alcanzar con los mejores
motores a gasolina. Como una medida temporal, pueden generarse hidrocarburos
líquidos sintéticos, entre ellos etanol y metanol, al combinar
hidrógeno generado con energía atómica (por
electrólisis y redestilación catalítica de agua) con
carbono de carbón y otras fuentes, que incluso incluyen una
pequeña cantidad de desperdicios agrícolas.
Lo que establece si el combustible es un buen remplazo de la gasolina (la
cual, como quiera que se calcule, escaseará en el próximo siglo),
es lo barato y la eficiencia general del ciclo del combustible nuclear, y no la
relación de insumo–producto del combustible producido. Desde una
perspectiva estrictamente termodinámica, el costo energético de
cualquier combustible que se produzca de manera sintética siempre es
mayor que su rendimiento. Tal es el caso de la electricidad generada en los
últimos 100 años, así como el del hidrógeno nuclear,
que representará una parte importante de nuestra futura
combinación de combustibles. La eficiencia de la electricidad, que fue el
componente más importante del avance de la productividad
físico–económica en el siglo 20, yace en las nuevas calidades de capacidad productiva que le imprimió a la granja, a
la fábrica y al hogar. Esta paradoja debe ayudarle al lector a ver la
necesidad de redefinir el significado de la eficiencia termodinámica en
la economía física, más que en términos sólo
mecánicos.
La comida y los principios físicos
Como un primer paso, veamos este asunto desde una óptica que a
menudo pone de relieve el economista físico Lyndon LaRouche, quien echa
mano de la terminología del gran fundador ruso–ucraniano de la
biogeoquímica, Vladimir Vernadsky (1863–1945). Concibamos el
universo en el que vivimos como compuesto por tres grandes dominios: lo inerte,
que abarca todo lo que en ocasiones los químicos llaman
inorgánico; la materia viva, que incluye toda la vida y sus productos (la
biosfera); y, por último, ese dominio único y relativamente nuevo
en la escala del tiempo geológico, de los productos tanto materiales como
espirituales de la mente humana (la noosfera). En adelante, tratemos de mantener
presente un concepto en movimiento de la interacción de estos dominios en
el transcurso del tiempo, desde el período de la historia de la Tierra en
el que la vida existía como una potencialidad tácita, pasando por
la evolución y rápida propagación de la vida por toda la
capa de la biosfera, que se apropió del dominio inorgánico para
sus propios propósitos, hasta el surgimiento del tercer dominio ahora
preponderante: la humanidad cognoscitiva.
Desde esta perspectiva, el hallazgo de un saldo energético negativo
en la producción de etanol de maíz es congruente con principios
fundamentales de la ciencia y la economía física. Por tales
razones de principio, aun si se demostrara que el etanol o algún otro
biocombustible arroja un saldo energético neto positivo desde un punto de
vista estrictamente termodinámico, sería muy aventurado convertir
grandes porciones de nuestra economía agrícola a la
producción de biocombustibles, como proponen los beneficiarios
interesados de esta gran farsa. Mucha de la confusión a este respecto
viene de no entender la distinción fundamental entre energía y poder (no potencia como la define la
mecánica, como trabajo entre tiempo, sino en el sentido clásico de
la capacidad tranformadora: dúnamis).
El concepto de energía, como se aplica en la termodinámica,
se funda en la teoría mecánica del calor, el supuesto de que una
cantidad dada de calor puede igualarse a una cantidad definida de movimiento. Su
utilidad radica en el hecho de que puede compararse el trabajo de toda clase de
máquinas; mecánicas, eléctricas, químicas y
termomotoras. Pero la termodinámica fracasa cuando se trata de evaluar
los sistemas de la economía humana o natural. El poder, en el sentido
clásico del término, tal como el que invocó Platón
en el diálogo Teetetes, significa algo muy diferente. Por ejemplo,
¿qué es más poderoso, una bomba atómica o la mente
humana? ¿Cuál —o quién— creó a
cuál?
Al evaluar los llamados biocombustibles, es necesario distinguir entonces
entre energía y poder. El poder útil que contiene un
grano de maíz no ha de medirse por las kilocalorías o Btu de calor
que pueden generarse con la combustión del grano entero o la de su
derivado menos energético, el etanol. Así, topamos con una segunda
paradoja: en cuanto a energía calórica bruta, un gramo de uranio
ligeramente enriquecido tiene varios millones de veces mas energía
útil que un grano de maíz. No obstante, el grano de maíz
tiene más poder, porque representa un grado de organización
de la materia muy superior. Su poder para mantener el metabolismo humano o
animal no sólo es mayor, sino de un modo inconmensurable (sólo
imagina ingerir uno u otro, y de inmediato te caerá el veinte).
Semejante imagen nos ayuda a asentar con más firmeza los pies sobre
la tierra, de modo que captemos con más presteza algunos principios
básicos que, hasta hace unas décadas, eran una propiedad
intelectual común de la mayoría de nuestros conciudadanos. 1) El
propósito de la tierra de cultivo y la infraestructura relacionada es
producir comida. La materia viva asociada con la clorofila en lo verde de las
plantas, permite convertir el flujo energético de muy baja intensidad del
Sol en esta sustancia sin la cual no podemos vivir. Mantener y mejorar la
tierra, su suministro adecuado de agua, energía y transporte, y todos los
productos de la invención humana, nos permiten usar esta superficia
finita para alimentar a una población humana de cerca de 6.500 millones
de habitantes. 2) Los procesos industriales modernos demandan la
aplicación de un poder a altos niveles de densidad de flujo
energético, en formas tales como electricidad, luz y calor de uso
industrial. Para el abasto de este insumo, recurrimos a procesos inertes, en
particular a las regiones atómicas y subatómicas. Aquí, al
aprovechar el trabajo de millones de partículas de masa muy
pequeña y una alta velocidad (o, en el caso alternativo, de haces de
ondas diminutos de muy alta frecuencia), podemos producir trabajo en la forma de
calor o de modo directo como electricidad, a densidades millones de veces
superiores a las de la energía solar recibida.
La fantasía celulósica
La producción nacional de etanol dio un salto de 50% en 2006, a
aproximadamente 5.000 millones de galones. Empero, esto representó menos
de 4% de los 140.000 millones de galones de gasolina consumidos. Casi todo el
etanol es de maíz. En este momento, con ese nivel de producción,
el precio y el abasto de maíz, que representa el grueso del alimento para
aves y ganado, están resintiendo la presión. En un mundo en el que
casi 4.000 millones de personas sufren desnutrición, convertir la
capacidad de producción de maíz y cereales en alcohol para
automóviles es, sin duda, inmoral y demente. La cantidad de tierra
cultivable es finita. Según cálculos del profesor emérito
de física de la Universidad de Connecticut, Howard Hayden, remplazar todo
el consumo de combustible de los automóviles en EU se llevaría 51%
de su territorio.
La última fantasía de los bioidiotas y los simples
inocentones es que el etanol de celulosa, el que se destila de cultivos no
alimenticios tales como el pasto varilla o el pino amarillo del sur, o de
desperdicio de papel, puede llenar el hueco. El USDA y el DOE han hecho estudios
detallados de temas tales como la disposición de la producción de
etanol de maíz e insumos de
celulosa.[2] Uno de ellos compara la
distancia óptima de recolección para la producción de
etanol de maíz para ganado y de pasto
varilla.[2] El sueño es que
destilerías de etanol salpiquen los campos, explotando la mano de obra de
campesinos muy trabajadores en un radio de 40 a 50 km para las plantas que usen
maíz como insumo, y de 95 para las que usen pasto varilla. Es el mundo
agrícola primitivo de ensueño de John Ruskin y sus prerrafaelitas.
Para ver con más claridad por qué esto sólo puede
acercarnos más a la destrucción económica, retrocedamos y
démosle un rápido vistazo a la producción de etanol desde
una perspectiva bioquímico.
|
Mitin “verde” en Washington a favor de vehículos
impulsados con combustibles alternativos. Lo que menos necesita el Congreso de
EU es más caca de gallina. |
El etanol o alcohol etílico, la misma sustancia que se encuentra en
la cerveza, el vino y otros licores, lo produce la fermentación de
azúcares simples por acción de microorganismos diminutos de
levadura. En la producción de vino o cidra de manzana, la levadura que
hay en el aire o que el vinatero agrega actúa sobre los azúcares
de fruta. Para fermentar el maíz u otros granos, primero hay que
descomponer el almidón vegetal —conocido como amilosa, que
representa la mayor parte del valor nutricional de los cereales— en los
azúcares simples que lo integran. El almidón es una suerte de
molécula compleja conocida como polímero, una cadena recta o
parcialmente ramificada de cientos e incluso miles de moléculas de
azúcar. El sistema digestivo humano tiene dos enzimas ligeramente
diferentes, cuyo nombre genérico es amilasa, presentes en la saliva y en
los fluidos intestinales, que actúan sobre el almidón de los
cereales y otros alimentos. Al actuar sobre los enlaces químicos que unen
a las moléculas de almidón, las encimas descomponen el
polímero en los azúcares más simples que lo integran, los
cuales pueden entonces metabolizarse. La amilasa, la cual fue por primera vez
refinada de la malta por Anselme Payen y Jean Persoz en 1835, hace mucho que se
usa en la fermentación industrial de granos. Las dos clases de amilasa
que se emplean en la producción de etanol de maíz elevan su costo
4 o 5 centavos por galón.
La composición de la celulosa, que conforma la mayor parte de la
estructura fibrosa de las plantas y árboles, es muy parecida a la del
almidón, y comparte su misma fórmula empírica,
(C6H10O5n). La celulosa es el compuesto
orgánico más abundante de la biosfera, al contener más de
la mitad de todo el carbono orgánico. Pero descomponer la celulosa en sus
azúcares para que después se fermenten y se conviertan en etanol,
no es tan fácil. Sólo unos cuantos mamíferos, entre ellos
los rumiantes y los castores, pueden digerir la celulosa, y eso no por
mérito propio, sino porque hospedan a una bacteria que hace esa tarea. En
la naturaleza, el trabajo de descomponer la gran masa de fibra de celulosa, de
modo que el carbono que contiene pueda reusarse, le corresponde a ciertas
bacterias y en especial a los hongos.
Como el almidón, la celulosa se clasifica como un
polisacárido, que significa un conjunto de muchos azúcares
simples. Sin embargo, se agrupa de una manera muy diferente. Las unidades
estructurales consisten en dos azúcares unidos, y éstas se enlazan
en cadenas de cientos de azúcares. Los enlaces entre los átomos de
hidrógeno de cadenas separadas le da a la estructura de la celuosa una
cualidad como de cristal. Miles de hebras de polímeros pueden unirse de
esta manera. Para complicar el problema de llegar a los azúcares, la
celulosa está recubierta de hemicelulosa, que es otro
polisacárido, y lignina. La hemicelulosa es un poco más
fácil de descomponer, pero más difícil de fermentar que la
celulosa. A fin de cuentas, la celulosa cumple el trabajo que la naturaleza le
asignó: mantener a las plantas erguidas con riguidez y resistentes a los
ataques externos. Vale la pena considerar que la madera es, palmo a palmo,
estructuralmente más fuerte que el acero. Su fortaleza deriva de la
ingeniosa estructura de celulosa y lignina. La construcción de las
moléculas orgánicas gira en torno a la versatilidad
increíble de los átomos de carbono, que se enlazan de forma
tetrahédrica en cadenas, anillos, espirales y las anatomías
más complejas de las estructuras vivientes. Lo que la vida construye, el
ingenio humano puede descomponerlo. Pero, ¿a qué costo y con
qué buen propósito?
El etanol de maíz sobrevive con su subsidio federal de 51 centavos
de dólar por galón. Para que la producción de etanol de
celulosa califique para este nivel de subsidio público, aun debe
resolverse cantidad de problemas. Se necesitan calor y un tratamiento previo con
ácido para quitarle la lignina a la celulosa. Una vez libre, entonces la
celulosa tiene que tratarse con un ácido fuerte y temperaturas más
altas. El sueño de los proponentes del etanol de celulosa es que se
desarrollen nuevas formas para producir enzimas de celulasa. Hasta ahora, sigue
siendo sólo un sueño. Hace algunos años el Laboratorio
Nacional de Energías Renovables del DOE subcontrató a las dos
compañías especializadas en enzimas más grandes para tratar
de reducir el costo de la producción de celulasa. En la primera fase
logró reducirse de 10 a 12 veces, pero esto dejo el precio de las enzima,
en un cálculo optimista, por el orden de los 30 a 40 centavos por
galón. La meta es reducir el precio a 10 centavos o menos, pero ha
probado ser mucho más difícil. Según Matthew Wald, en un
artículo que escribió en la edición de enero de 2007 de Scientific American, “en un seminario en la Cámara de
Representantes en septiembre pasado, las compañías se quejaron de
que no pudieron convencer a una firma de diseño de garantizarle a un
banco que la planta [de celulosa] ya terminada
funcionaría”.
Entre los principales candidatos a insumo para la producción de
etanol de celulosa están el pasto varilla, la especie nativa de las
praderas de Norteamérica; el pasto elefante, un pasto alto de origen
asiático que ha pasado por muchas pruebas en Europa; y los árboles
de crecimiento rápido como el pino amarillo del sur. Los proponentes
alegan que estas especies no competirán con el cultivo de alimentos, como
sí lo hace el etanol de maíz. Sin embargo, los requisitos de
tierra, infraestrucutra y mano de obra para su cultivo y cosecha no desaparecen.
En la bitácora electrónica R–Squared Energy, Robert Rapier,
quien estudió la producción de etanol de celulosa en la
Universidad A&M de Texas, calcula que una planta mediana con una capacidad
para producir 50 millones de galones de etanol al año, demandaría
860.585 pinos oregón al año para mantenerse en
funcionamiento. Con las mejores cosechas posibles de pasto varilla, calcula que
remplazar 50% del consumo anual de gasolina de EU ocuparía 13% del
territorio del país. Esto suponiendo que alguna vez pudiera crearse una
planta de etanol de celulosa remotamente eficiente. Su cifra se acerca bastante
a la ya citada para el etanol de maíz. Pero sencillamente no se cuenta
con esa cantidad de tierra arable y accesible.
El debate de la energía neta
Por más de 25 años, estudios científicos competentes
han demostrado que, al tomar en cuenta todos los insumos, producir un
galón de etanol exige considerablemente más energía que la
que puede derivarse de él. La producción de etanol de maíz
arrojó un rendimiento energético negativo en dos estudios del DOE
de 1980 y 1981.[3] Estos informes los
revisaron 26 expertos científicos independientes. El hallazgo de que el
saldo energético neto de la conversión de maíz a etanol era
negativo, recibió una aprobación unánime. Muchas
investigaciones de las décadas siguientes han confirmado estos
resultados. El estudio más amplio que llevó a cabo hace poco el
doctor David Pimentel de la Facultad de Agricultura y Ciencias Biológicas
de la Universidad de Cornell, arrojó un saldo negativo de
−29%.[4]
Sin embargo, según Hosein Shapouri, el principal economista que
promueve el etanol en el USDA, esos primeros estudios “son
inútiles, porque en ese entonces no sabíamos cómo producir
etanol”. Se necesitaban 100.000 Btu por galón tan sólo para
procesarlo en las ineficientes plantas de entonces, le dijo hace poco Shapouri a EIR.
Pero los principales adversarios de Shapouri en el gran debate sobre el
saldo energético neto, Pimentel y el profesor Tad Patzek del Departamento
de Ingeniería Ambiental de Berkeley, no usan los datos de 1981. Cuando su
cálculo del vapor y la electricidad que se necesitan para destilar etanol
de maíz se convierte en unidades Btu por
galón,[5] la cifra es de
53.431. Las cifras de Shapouri para la energía que consume la
conversión de etanol son de 52.349 para el beneficio seco, y de 53.431
para el húmedo, lo que arroja una media ponderada de 49.733 Btu por
galón. Es bastante difícil conciliar la enorme discrepancia entre
−29% y +67% en sus respectivos cálculos del saldo energético
neto. Pimentel y Patzek le agregan otros insumos pequeños, que incluyen
el costo energético del acero, el acero inoxidable y el cemento de la
planta, que Shapouri no usa, y un pequeño costo energético para el
tratamiento de aguas residuales. Pero Shapouri añade un factor de 1.487
Btu por galón para la distribución del etanol. A fin de cuentas,
Pimentel y Patzek le atribuyen a la parte de la refinación en la
producción de etanol un costo energético de 56.436 Btu por
galón, y Shapouri de 51.220. De nuevo, la diferencia es
mínima.
La discrepancia es mucho mayor cuando se trata del costo que se le atribuye
a la producción del maíz. Shapouri dice que son 18.713 Btu por
galón, en tanto que los datos de Pimentel y Patzek, tras la
conversión de unidades, admiten 37.884, más del doble que
Shapouri. La diferencia es de 19.171 Btu, o 26,6% del total de 72.052 Btu por
galón necesarios para la producción de etanol de maíz que
calcula Shapouri. Éste alega que su información de años de
cálculos del USDA es la mejor disponible, y que Pimentel desconoce muchos
aspectos de la producción agrícola porque es un entomólogo,
un especialista en insectos. Pero Pimentel dice que Shapouri ha vendido el
cuento. Tomó el rendimiento de los mejores estados productores de
maíz y buscó las cifras de menor valor para cosas tales como el
índice de aplicación de varios fertilizantes. Pimentel
también dice que Shapouri omitió asignarle un valor
energético al trabajo agrícola. Shapouri lo reconoce, pero dice no
ver un modo razonable de hacerlo.
Uno de los consumos energéticos más grandes en el cultivo del
maíz se lo lleva la producción de fertilizantes nitrogenados. Casi
todo el nitrógeno de los fertilizantes se deriva del amoníaco que
se produce por el proceso Haber–Bosch, que toma nitrógeno de la
atmósfera al emplear gas natural como fuente de hidrógeno y calor.
Pimentel le asignó un valor de 11.452 Btu por galón a la
energía calórica que contiene el fertilizante nitrogenado usado
para la producción de etanol en el 2003; puede que haya reducido un poco
el cálculo en los años subsiguientes. La cifra de Shapouri para el
2002 es de 7.344 Btu por galón. La diferencia de 4.108 Btu da cuenta de
22% del costo energético total de 18.713 Btu que Shapouri la asigna a la
producción de maíz. Al pedírsele que explicara por
qué su cifra era mucho menor, Shapouri dijo que el costo
energético de los fertilizantes nitrogenados había caído de
manera considerable en los últimos años, en gran parte por el
cierre de plantas ineficientes en EU. Shapouri dice que buena parte del
amoníaco y otros compuestos nitrogenados se importa ahora de plantas
más modernas en lugares tales como Trinidad y Tobago, donde el gas
natural es barato. Patzek informa que las mejoras en los procesos de
producción han reducido el costo energético del amoníaco en
un tercio en los últimos 60 años, pero la cifra que da Patzek (en
el 2004) para el consumo energético específico del fertilizante
nitrogenado aún es un 26% más alta que la de Shapouri y
demás en el 2002. Este último también usa una cifra un poco
menor que las de otros autores para el índice de aplicación de
nitrógeno por hectárea.
La gran coima
Sin embargo, todavía falta lo de veras sospechoso del
análisis combinado del USDA y el DOA del costo energético del
etanol. Aun después de considerar todas las diferencias hasta ahora
señaladas, el análisis de Shapouri arroja una proporción
energética de 1,06, o sea, un saldo energético neto de +6%.
¿A qué horas se convirtió eso en 67%?
Parte de la respuesta se encuentra en un programa contable llamado ASPEN
Plus, que en términos técnicos se conoce como programa de
simulación de proceso. Un empleado del USDA, de nombre Andrew McAloon, lo
adaptó para aplicarlo al cálculo del etanol de maíz,
según Shapouri. El quid de las mentiras del ajuste estriba en lo que
Shapouri y compañía llaman los créditos del coproducto
energético. La producción de etanol genera ciertos
subproductos, en especial una sustancia conocida como ecoproteína, y
cantidades menores de pienso y harina de gluten de maíz. Los derivados de
la ecoproteína tienen cierto valor en la preparación de alimentos
para rumiantes, aunque más limitado para cerdos y pollos, según
Pimentel y Patzek. En cualquier caso, prepararlos por otros medios, de
producirse, consumiría cierta cantidad de energía. El argumeno es
que, por ello, debe asignárseles un crédito
energético.
Patzek cree que su valor energético es de cero o menos, porque el
costo de producirlo, contando la restauración de la tierra, es mayor que
lo que valen. La soya, que no necesita fertilizantes nitrogenados, es un mejor
alimento para animales, señala. Pimentel le ha asignado un generoso
crédito energético de 6.684 Btu por galón a los derivados
de ecoproteína.
Sin embargo, Shapouri y demás, mediante el ASPEN Plus, le dieron a
los subproductos un crédito energético de 19.167 Btu por
galón, o ¡26,6% de la energía total que calcularon para el
ciclo completo de la producción de etanol!
Pero eso no es todo. La producción y transporte del maíz
reciben un crédito energético de otros 7.804 Btu a los
subproductos. El razonamiento es que el etanol se deriva de la fécula del
maíz, y que ésta sólo representa 66% del peso. Por tanto,
sólo debe asignársele 66% del costo energético de la
producción y transporte del maíz a la producción de etanol.
Eso sería como si el que refina minerales con un contenido de 5% de
algún metal útil dijera que debe descontarse 95% del costo de su
extracción y carga. Al considerar este descuento adicional, Shapouri y
compañía obtienen un crédito energético total de
los subproductos de 26.250 Btu por galón. Así, la
energía total que consume la producción de etanol se reduce como
por milagro a 45.802 Btu por galón. Es de este modo que el valor
energético de la combustión de un galón de etanol se ha
medido como 76.330 Btu por galón, ¡con un valor energético
neto de 30.528 Btu o 67%!
Ya es hora de que el nuevo Congreso de EU ordene una investigación
rigurosa de este fraude gigantesco.
[1]“The
2001 Net Energy Balance of Corn-Ethanol” (El saldo energético neto
del etanol de maíz en el 2001), por Hosein Shapouri y James Duffield, de
la oficina del economista en jefe del Departamento de Agricultura de EU (USDA);
Andrew McAloon, del Servicio de Investigación Agrícola del USDA; y
Michael Wang, del Laboratorio Nacional Argonne de la División de Sistemas
Energéticos del Centro de Investigación de Transporte del
Departamento de Energía de EU
(2004).
[2].“Feasibility
Study for Co-Locating and Integrating Ethanol Production Plants from Corn Starch
and Lignocellulosic Feedstocks” (Estudio de factibilidad para la
ubicación e integración de plantas de producción de etanol
de almidón de maíz e insumos de lignocelulosa), por Robert
Wallace, Kelly Ibsen (Centro Nacional de Bioenergía del Laboratorio
Nacional de Energía renovable), Andrew McAloon, Winnie Yee (Servicio de
Investigación Agrícola del Centro de Investigación Regional
del Este del USDA). Estudio conjunto patrocinado por el USDA y el DOE,
NREL/TP–510–37092, USDA–ARS
1935–41000–055–00D (actualizado en enero de
2005).
[2]“Lignocellulosic
Biomass to Ethanol Process Design and Economics Utilizing Co-Current Dilute Acid
Prehydrolysis and Enzymatic Hydrolysis Current and Futuristic Scenarios”
(Biomasa de lignocelulosa para el diseño y economización del
procesamiento de etanol con el uso de guiones vigentes de prehidrólisis
de ácido diluido, y actuales y futurísticos de hidrólisis
enzimática), por Robert Wooley, Mark Ruth, John Sheehan, Kelly Ibsen
(Laboratorio Nacional de Energía Renovable), Henry Majdeski,
Adrián Gálvez (Delta–T Corporation),
NREL/TP–580–26157 (julio de
1999).
[3]“Gasohol:
Report of the Energy Research Advisory Board” (Gasohol: Informe de la
Junta de Asesoría de Investigación Energética), del DOA,
Washington, D.C., 1980; “Biomass Energy: Report of the Energy Research
Advisory Board Panel on Biomass” (Energía de biomasa: Informe del
Grupo sobre Biomasa de la Junta de Asesoría de Investigación
Energética), de noviembre de
1981.
[4]“Ethanol
Production Using Corn, Switchgrass, and Wood; Biodiesel Production Using Soybean
and Sunflower” (Producción de etanol de maíz, pasto varilla
y madera; producción de biodiésel de soya y girasol), por David
Pimentel y Tad W. Patzek, en la edición de marzo de 2005 de Natural
Resources
Research.
[5]British
Thermal Unit (Btu) es la cantidad de calor necesario para elevar en un grado
farenheit la temperatura de un libra de agua, cuando ésta tiene una
temperatura de 39,1° F, o sea, en su maxima densidad. Una
kilocaloría, la unidad que emplea Pimentel en sus estudios, es la
cantidad de calor necesaria para elevar en un grado centígrado la
temperatura de un kilogramo de agua, cuando la temperatura de ésta es de
15° C. Un Btu tiene 3,97 kilocalorías (la unidad que se usa para
medir el valor nutricional de los alimentos, también conocida como
caloría).
|
|