Estudios estratégicos
Documentation: ¡Los candidatos están en
Babia!
El camarote presidencial del Titanic
por Lyndon H. LaRouche
2 de febrero de 2007.
A principios de los 1930 el aclamado director cinematográfico
francés René Clair produjo una película fascinantemente
bien hecha, A Nous la Liberté. Charlie Chaplin parodió esta
película en el famoso eco que se hizo de René Clair en 1936, pero
omitiendo entonces el toque de elegancia poética de su producción,
en Tiempos modernos.[1] De
manera notable, una película de la Alemania de la posguerra titulada, en
una traducción aproximada, Somos maravillosos, retomó el
mismo tema en una tercera ocasión, en la cual los productores de plano
eliminaron tanto el predicamento artístico autoinfligido de su trama,
como también al picaresco personaje principal del drama, al arrojarlos
por el pozo vacío de lo que se conocía como un ascensor
“paternóster” del Hamburgo de mis oportunas remembranzas.
Así, la sucesión de estas tres películas nos muestra ya una
tendencia de degradación artística en las circunstancias
históricas, culturales y novelísticas de ese
período.
¡Ah! Pero lo malo es que no acaba ahí la cosa; ahora parece
que se han trasgredido los derechos de autor en los tres casos anteriores, en un
cuarto, que de ese modo recrea una vieja broma que se le gasta a un
público más joven. Hoy, en este cuarto caso, tenemos el
espectáculo vergonzoso de la actual puesta en escena del elenco de
precandidatos a la Presidencia de Estados Unidos para la elección general
de 2008. Por eso, la historia de las formas artísticas ha pasado de los
teatros cinematográficos, a las sucias ficciones existencialistas que
saturan el ambiente político actual.
Sin embargo, como da fe de ello la nueva política que hizo
erupción durante las elecciones intermedias de noviembre en EU, la verdad
que hoy excluye el campo de la ficción política y otros se
preserva, vibra y aguarda en la tradición clásica.
Según recuerdo, en un incidente que ocurrió hace poco
menos de diez años, visité un conocido pueblo no lejos de la
frontera alemana con Suiza, donde, de repente, me vi caminando cerca de la casa
del famoso doctor Fausto de la vida real del siglo 16. En ese instante, que aun
hoy resuena dentro de mí, me vinieron a la mente fuertes imágenes
de El doctor Fausto de Kit Marlowe y del Mefistófeles del Fausto de Goethe recitando la fábula de la pulga en la famosa
taberna de Auerbach en Leipzig.[2] Al
momento de ese encuentro con un recuerdo de veras encarnado de la historia, en
mi imaginación resonó, como un eco, la Canción de la
pulga de Beethoven y la voz del bajo Alexander Kipnis cantando la
versión en realidad rusa de Mussorgsky.
Pero ahora, hoy, la reciente manifestación escandalosa del
desfile de aspirantes a la candidatura presidencial estadounidense para 2008 me
recuerda más que nada la descripción que hace Beethoven, no del
rey, ni siquiera de la actuación actual del presidente George W. Bush
como la pulga, sino de la pesadilla recurrente que pinta el espectáculo
del elenco actual de precandidatos presidenciales estadounidenses, como seres
moldeados a imagen de esos cortesanos estúpidos que el lied de
Beethoven retrata de modo tan vivo, como es de esperarse.
A pesar de todo, la perspectiva clásica tiene la última
palabra en materia de las ficciones de la vida política actual. En la
política, como en el arte dramático, flota un aroma distintivo de
algo desagradablemente bertol–brechtiano, como la “Canción de
Alabama” de Mahagonny, en el presente desfile como de pasarela
de los no tan espigados, sino más bien rechonchos precandidatos
presidenciales estadounidenses putativos. Los apetitos que ahora manifiestan
como candidatos son, como los gustos de la “Condi” Rice, tan
liberales como banales. Pero el elenco escogido, en particular sus bioidiotas,
representará un desastre inminente para nuestra nación, así
como para los propios candidatos.
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En el caso de algunos en el desfile de los candidatos, escribe LaRouche,
“el yerro moral radica menos en su potencial como personalidades, que en
su inclinación a representar un papel inapropiado de condescendencia en
esa farsa que se exhibió en la forma de sus apariciones de los
últimos días ante los órganos de difusión. A algunos
de ellos podría de otro modo considerárseles inteligentes, hasta
de la talla de un estadista e incluso, quizás, morales, pese a la
corrupción de la bioimbecilidad. Por tanto, cabe la esperanza de que a al
menos algunos de ellos pueda inducírseles a abandonar el comportamiento
trágico que han elegido al presente”. |
En el caso de algunos en esa procesión de candidatos, el yerro moral
radica menos en su potencial como personalidades, que en su inclinación a
representar un papel inapropiado de condescendencia en esa farsa que se
exhibió en la forma de sus apariciones de los últimos días
ante los órganos de difusión. A algunos de ellos podría de
otro modo considerárseles inteligentes, hasta de la talla de un estadista
e incluso, quizás, morales, pese a la corrupción de la
bioimbecilidad. Por tanto, cabe la esperanza de que a al menos algunos de ellos
pueda inducírseles a abandonar el comportamiento trágico que han
elegido al presente. Si no, somos testigos, así, de una farsa que
será trágica, no tanto para los actores como para las verdaderas
víctimas, como tú, que formas parte del público
crédulo para la presentación de esta obra.
* * *
Si los candidatos presidenciales estadounidenses que las respectivas
convenciones del Partido Demócrata y del Partido Republicano han de
adoptar se escogieran de entre los presuntos candidatos dizque principales, con
sus plataformas actuales, ya habríamos llegado al grado que sería
justo a tiempo para entrar a la habitación del enfermo donde los
plañideros —que son de esperarse— se reúnen para darle
el beso de despedida a nuestro EU. Si sigues a estos ahora posibles candidatos
por el sendero del modelo que han escogido para sí, hasta el momento,
tanto tú en lo personal, junto con nuestra nación, están
perdidos. Nada ilustra esto de modo más sencillo, más vivo,
más indeleble, que la cantidad de “bioidiotas” hoy connotados
de entre esos candidatos principales y también otros personajes de
marras.
Ojalá que esto cambie para bien en las próximas semanas y
meses. Sin embargo, lo que termine por seleccionarse como los candidatos
definitivos de ambos partidos, o representará un cambio radical de las
posturas de los candidatos actuales, o será momento de que llores por
nuestra república, mientras aún se te permita hacerlo sin que un
eco contemporáneo de la Gestapo te mande a campos de tortura y
muerte.
En el ambiente político de Estados Unidos de América,
así como de Europa Occidental y Central, impera al presente la siguiente
selección del conjunto pertinente, aunque sólo típico, de
ciertas ilusiones importantes.
1. La ilusión es que el actual sistema monetario–financiero
mundial todavía no enfrenta la amenaza inmediata de hundirse en una
“nueva Era de Tinieblas” planetaria para toda la humanidad. La
ilusión es que no se necesitaría una reforma drástica
inmediata de ese sistema ya condenado a la destrucción, sino sólo
“pequeños pasos”, como ha propuesto la Kanzlerin de
Alemania, Ángela Merkel.
2. La ilusión es que la postura actual de los precandidatos principales
representa, en su efecto combinado, algo mejor que una catástrofe moral,
tanto como económica y estratégica, una catástrofe para
nuestra nación y para el mundo en general.
3. La ilusión es que podemos pasar por alto la necesidad de emprender un
despliegue de energía de fisión nuclear a gran escala y un
programa de emergencia de tecnologías termonucleares. La ilusión
es que tales tecnologías representan una perspectiva que “no es
políticamente realista” para el futuro previsible. Esa
ilusión es, por ejemplo, que la raza humana y la visión
neomaltusiana irracional de un ridículo ex vicepresidente Al Gore pueden
cohabitar sin problema en el mismo sistema solar.
4. La ilusión de muchos demócratas influyentes es que retomar el
paradigma cultural de liderato mundial que mostró el presidente Franklin
Delano Roosevelt no es ahora la condición práctica absoluta para
la continuación de la vida civilizada en este rinconcito del sistema
solar.
5. La ilusión relativamente difundida que hoy afecta la
formulación de la política nacional, es que podríamos pasar
por alto, sin problema, el hecho histórico de que el actual engaño
personal inmoral del existencialista es un reflejo contemporáneo de esa
misma enfermedad moral que compartieron, en una generación previa, el
nazi Martin Heidegger y sus copensadores sin carné del partido nazi,
Horkheimer, Adorno y Hannah Arendt. Ése es el engaño que comparten
hoy con los aliados de ese estrato entre los seguidores aún influyentes
de los conspiradores más notables, como el finado brigadier John Rawling
Rees y el Eric Trist de las víctimas de la Clínica Tavistock de
Londres, a ambos lados del Atlántico. Suya es la mentira que nuestros
seguidores fabianos contemporáneos del supersuperficial Matthew Arnold,
tales como la señora Lynne Cheney del ultraconspiratorio Consejo
Estadounidense de Fiduciarios y Ex Alumnos (ACTA), le enseñan a quienes
corrompen para convertirlos en virtuales “zombis lavados del
cerebro”, el dogma conspiratorio que le enseñan a esos pobres
infelices que insisten: “No creo en (la existencia de)
conspiraciones”. En cambio, es el modo en que el estrato dominante de
hecho sí conspira, el que ejerce una enorme influencia en la forma en que
las decisiones políticas actuales afectan el futuro de las naciones.
6. Casi la peor de todas, es la ilusión general que manifiestan los
típicos sesentiocheros de corbata de entre los presuntos candidatos
presidenciales de hoy: “Pero, la experiencia nos ha demostrado una y otra
vez. . .”; el engaño del político o la
política de edad madura que, al echar un vistazo sobre su hombro al
espejo de pared, admira el reflejo de su propio pretérito.
“Empero”, debemos preguntarnos: “¿Por qué estos
adoradores del trasero de la historia piensan diferente?” Son
típicos de una generación influyente de cierta clase de damas y
caballeros con algunos antecedentes que son propensos a admirar, pero que tienen
poco o incluso ningún sentido de responsabilidad —de rendir
cuentas— por las consecuencias a menudo crueles de su influencia en las
condiciones de vida de las generaciones de hecho futuras de la nación y,
también, de la humanidad, aun de las generaciones más
jóvenes de entre los vivos e incluso, con frecuencia, de sus propios
hijos y nietos.
7. La peor de todas es una tolerancia a esa propuesta de una nueva torre de
Babel que hoy se expresa como la política de la
“globalización”.
Para todo propósito
práctico, éstos han de considerarse como los siete pecados
capitales de los tiempos políticos corrientes. Las secuelas de estos
conceptos ilusos han de ilustrarse de modos como el siguiente.
Por ejemplo, al momento, mientras el vicepresidente Cheney siga en el
poder, será prácticamente inevitable una guerra, desastrosa para
el mundo, contra Irán. El efecto de un ataque semejante contra
Irán, para el que el “aumento de tropas” en Iraq no es
más que un pretendido paso preparatorio, sería comparable en sus
consecuencias a la farsa que Hitler montó en la frontera polaca, el
incidente que usó como detonador de la Segunda Guerra Mundial.
Entre muchos de los que ahora se autoproclaman opositores de Cheney, la
respuesta psicosexual impotente a esa posibilidad inminente es: “Si eso
pasa, entonces actuaremos para enjuiciar a Cheney”. Cheney ya ha
cometido crímenes punibles con implicaciones amplísimas;
enjuiciémoslo hoy, o mañana será un Hitler desbocado en
guerra contra Irán y, además, mucho, mucho más. Entonces,
nuestros tímidos adversarios de Cheney explicarán:
“¿Qué no ves? ¡Ahora es demasiado peligroso hacer algo al
respecto!”
Lo mismo pasó con los Neville Chamberlain de la historia entonces
—en particular el que le dio mala reputación a las
sombrillas—, el de Adolfo Hitler, luego de principios de septiembre de
1939. Gran Bretaña y Francia se tambalearon, impotentes, hacia la guerra,
hasta que el presidente Franklin Roosevelt intervino para salvar a la
civilización.
Más importante que eso, es el hecho de que mientras George W. Bush y
Dick Cheney encabecen la Presidencia, no hay posibilidad de evitar cierta clase
de guerra mundial; de igual modo, algo mucho peor que una mera depresión
económica general está en ciernes; una crisis de
desintegración físico–económica general del sistema
mundial actual. ¿Qué dicen los ahora probables y denodados
candidatos presidenciales sobre este conjunto inmediato de
posibilidades?
La amenaza de la guerra contra Irán probablemente esté a unas
semanas de distancia, a menos que botemos a Cheney en el tiempo que nos queda;
la amenaza de una crisis de desintegración de los actuales sistemas
económico y monetario–financiero del mundo quizás se cumpla
en cosa de meses o incluso tan pronto como
semanas.[3] ¿Qué dicen
ahora los probables candidatos presidenciales?
|
Un helicóptero recoge a un soldado herido en Iraq en 2006. Ahora el
“aumento de tropas” va dirigido contra Irán. “Mientras
el vicepresidente Cheney siga en el poder, será prácticamente
inevitable una guerra, desastrosa para el mundo, contra Irán”. (Foto: sargento de segunda clase Aaron Allmon/Fuerza Aérea de
EU). |
El apoyo a la “bioimbecilidad” es pura demencia clínica
colectiva, que elevará el costo de los combustibles a una escala
desastrosa y también paralizará el abasto de alimentos a una
escala mundial genocida. ¿Qué dicen los presuntos candidatos
presidenciales?
El principal factor que determina la temperatura media de la superficie del
planeta Tierra es la combinación de los cambios en su trayectoria orbital
y las fluctuaciones de la radiación solar. La actual tendencia de
calentamiento relativo de corto plazo que causan las fluctuaciones de la
radiación solar, ocurre dentro de la tendencia de más largo plazo,
ya en ciernes, de una nueva era de hielo general. ¿Cuánto tiempo
tolerará la clase política la locura ahora imperante en el tema
del calentamiento global?
Estos posibles candidatos y otros individuos pertinentes admitirán
la posibilidad de sufrir crisis graves en algún momento por el camino,
pero agregarán: “Mientras tanto. . .” Y mientras
tanto por lo general significa errores terribles, aun una catástrofe
mundial como la erupción actual de “bioidiotez” que, no
obstante, podría ganarse el apoyo político temporal de este o
aquel electorado particular y, de hecho, engañado.
A este último respecto, debemos recordar una anécdota de
estos o aquellos tiempos de revuelta en la historia de Francia. La
versión “genérica” aceptada de este cuento dice
más o menos así:
Los dirigentes de diversos grupos revolucionarios gustaban refrigerios y
opiniones encontradas en un café cuya vista da a la calle. Una turba
vociferante pasa corriendo afuera. Uno de los personajes a la mesa se levanta y
dice: “Allá va mi revolución; tengo que salir a
encabezarla”.
En julio de 1789 su temor a la constitución francesa que
proponían Bailly y Lafayette, instigó al llamado
“comité secreto” del Ministerio de Relaciones Exteriores
británico, a cargo del Jeremías Bentham de lord Shelburne, a
emplear a agentes descarados de Londres tales como el adversario de
Benjamín Franklin, Philippe Égalité, para armar, organizar
y escenificar el sitio de la Bastilla el 14 de julio de 1789, el cual fue de
hecho un truco electoral para favorecer a otro viejo agente de Londres de las
redes de lord Shelburne, Jackes Necker. La consecuente Revolución
Francesa estuvo dominada por una jauría de la misma francmasonería
martinista enemiga de Franklin en Francia, que creó el Terror jacobino y
la personalidad de ese dictador y emperador sumamente depredador que Hitler
imitó con afición, obra del de veras satánico Joseph conde
de Maistre, Napoleón Bonaparte.
Las pasiones en la Francia de 1789–1815 fueron reales, pero los
“pastores” británicos canalizaron su energía en
detrimento de toda Europa continental, a tal grado que, con la sucesión
del Terror jacobino y los desmanes depredadores de Bonaparte, estuvo bajo el
poder imperial de la facción liberal angloholandesa con eje en Londres,
hasta y después de la serie de sucesos militares y relacionados que
empezaron con el asesinato del presidente francés Sadi Carnot y la serie
de guerras sinojaponesas del período de 1894–1895 que
dirigió Londres. Como en este caso, lo que a menudo se describe como
liderato revolucionario, valdría más calificarlo de
perversión repugnante. Así, en semejantes épocas, la “vox populi” suele ser la “pox
populi”.
Las aptitudes del presidente
A diferencia de las componendas que se acostumbran en Europa desde ese
entonces, EUA tiene una Constitución federal definida por el principio
jurídico superior que expresa su preámbulo. Es esta
Constitución así definida por su preámbulo la que estipula
el Sistema Americano de economía política, más que lo que
la historia nos muestra que han sido los sistemas parlamentarios relativamente
impotentes de Europa Occidental y Central continental. La intención de
nuestros fundadores nunca fue que nuestro presidente constitucional deviniera en
un mero funcionario auxiliar, como suelen serlo los jefes de Estado europeos; la
Presidencia estadounidense es muy real, cuando se ejerce bien y recibe el apoyo
correspondiente. En este sentido, nuestra primera preocupación es que
tenemos que escoger a nuestros presidentes con mucho más cuidado que lo
que el actual espectáculo de crisis indica. Este requisito más
estricto se torna decisivo en la historia con toda y cada condición que
amenaza con una crisis existencial, como ahora.
|
(Caricatura: Claudio Celani/EIRNS). |
Como he contendido por la Presidencia de EU más de una vez, tengo la
competencia para contrastarme tanto en lo emocional como en lo intelectual, de
manera bastante favorable, con la actuación moral decepcionante de la
camada actual de precandidatos presidenciales, quienes solitos se dan cuerda. La
imagen de George W. Bush con su “sombrerito de hélice”, al
tiempo que pedalea frenéticamente su triciclo dentro de la Oficina Oval,
debiera ruborizar a muchos de la camada actual de “aspirantes”.
Nunca busqué la presidencia por ambición personal, sino para
llenar un vacío decisivo; en cada ocasión, contendí para
cumplir una misión importante que sabía que estaba, primero, en el
profundo interés de la nación, y, segundo, fundado en la
acción crítica necesaria para la que no había otro portavoz
calificado y declarado en ese
momento.[4] En retrospectiva, al
observar el transcurso de las tendencias y acontecimientos decisivos de los
últimos treinta años, en realidad nunca erré en mi juicio a
ese respecto.
La misma cuestión la ilustra la loable intervención de
ciertos ex presidentes, tales como Dwight Eisenhower, antes, y Jimmy Carter y
Bill Clinton hoy; en uno o dos respectos, la misma calidad de función
desinteresada la aportaron el hace poco difunto Gerald Ford e incluso George
H.W. Bush, en al menos una o dos ocasiones.
Fue típico de mis candidaturas que me aprestara, aun corriendo un
riesgo personal serio, al igual que el presidente Ronald Reagan, a formular y
trabajar para lo que éste bautizó como una “Iniciativa de
Defensa Estratégica (IDE)”. Me encarcelaron por la sencilla
razón de que mis adversarios principales en cuanto al tema de la IDE me
consideraron tan capaz que, desde la secuela inmediata del 23 de marzo de 1983
en adelante, debatieron si lo más prudente fuese asesinarme o
encarcelarme y difamarme. Unas semanas después, los mentideros de John
Train indicaron el acopio concerniente de maldad que hacían quienes en
tiempos de la OSS (Oficina de Servicios Estratégicos) eran conocidos como
“los muchachos de zapatos blancos” de nuestra anglofilia
permanente.
Los que no hubieran hecho lo mismo que yo a ese respecto o en situaciones
comparables desde 1976 hasta 2004, representan la clase de presuntos candidatos
que en realidad no están calificados para contender con seriedad por la
Presidencia de EUA en la suerte y gravedad de condiciones de crisis que nos
embisten hoy. Una persona que busca la presidencia por un impulso de
ambición personal narcisista (de “espejito, espejito,
¿quién es el más bonito?”), de manera automática
está descalificada en lo moral en cualquier situación de crisis
nacional grave; tendrá lo que son los motivos moralmente equivocados y,
por ende, ¡el programa equivocado!
Sin duda, una conmoción internacional creciente tanto con respecto
al satélite estadounidense de importancia estratégica que China
iluminó con un láser antes, como con la prueba de
demostración en la que destruyó uno de los suyos, ha reenfocado
por completo hoy las cuestiones de mi propuesta de 1979–1983 de lo que el
presidente Reagan bautizó como la “IDE”, como
ilustraré mi idea subrayando sus nexos afines al pasado y al
presente.
Por ejemplo, si el motivo para buscar la presidencia de EUA no es un
respeto admirable por la responsabilidad del bienestar pasado y futuro de la
posteridad, sería una inmoralidad obscena postularse como candidato a ese
cargo, en especial en tiempos de grave crisis nacional y mundial, tales como el
actual. “Ganarse un premio” en el tiovivo presidencial no es un
motivo moral tolerable para aspirar a la presidencia. Como muestra una
reflexión sobre la muerte del presidente Franklin Delano Roosevelt al
servicio de toda la humanidad, debe permitírsele a la responsabilidad
increíble de la Presidencia de EU, más que a la de cualquier otra
suerte de jefe de Estado en el mundo, aun hoy, someter cualquier mera
ambición personal, en especial en un momento de crisis existencial
planetaria de toda la humanidad como el actual.
|
El infame llamado de Bertrand Russell a una guerra contra la Unión
Soviética se publicó el 1 de octubre de 1946 en The Bulletin of
the Atomic Scientists. De estallar pronto la guerra, antes de que Rusia tenga
armas nucleares, escribió, Estados Unidos de seguro ganaría,
“y la victoria estadounidense sin duda llevaría a un gobierno
mundial bajo la hegemonía de Estados Unidos, un desenlace que, por mi
parte, recibiría con entusiasmo”. En cuanto a un acuerdo de la ONU
para establecer un gobierno mundial, “si Rusia consintiera de buena gana,
todo marcharía bien. Si no, fuese necesario ejercer presión,
incluso al grado de arriesgarse a una guerra, pues en tal caso es bastante
seguro que Rusia accedería. Si Rusia no accede a unirse a la
formación de un gobierno internacional, tarde o temprano habrá
guerra; por tanto, es prudente usar cualquier grado de presión que pueda
resultar necesaria”. (Foto: Biblioteca del Congreso de
EU). |
En mi caso, varias consideraciones de importancia me llevaron, en cada
ocasión, a postular mi candidatura. Cada vez que planteaba esa
preocupación, cada ocasión, acontecimientos subsiguientes probaron
que tuve razón en tal evaluación. Cualquier aspirante presidencial
debiera ponerse ahora a la altura de la norma que motivó mi
empeño, o sentirse muy avergonzado.
¿Una guerra de EU contra China y Rusia?
Aparte del propio EUA, los únicos entes que aún califican
como grandes potencias en el planeta hoy son Rusia, China e India. Todas le han
hecho grandes concesiones al plan imperial liberal angloholandés, la
propuesta nueva “torre de Babel” llamada
“globalización”. Sin embargo, a diferencia de las naciones de
Europa Central y Occidental, el involucramiento individual o combinado de estos
“tres grandes rivales” de EUA en el poderío imperial liberal
angloholandés tiene una dedicación orgánica, tanto como
opcional, de hondas raíces, a la preservación de los aspectos
esenciales de la soberanía nacional. Esto hace de todas y cada una de las
“Tres Grandes” de Eurasia el viejo blanco pretendido de
destrucción de las fuerzas al servicio del estandarte del liberalismo
imperial angloholandés que ha regido las tendencias globales desde que el
admirador de Bertrand Russell, Nikita Jruschov, desbarató la propuesta de
reunirse con los presidentes Charles de Gaulle y
Eisenhower.[5]
El aspecto de este problema que de modo más directo atañe a
los actuales asuntos estratégicos de la elección general venidera
de noviembre de 2008, es el conflicto intrínseco entre los intereses
existenciales de nuestra república y aquel aspecto de la cultura
británica que representa la influencia y políticas de largo
aliento de Bertrand Russell, en especial en lo que se refiere a las relaciones
de EU con Europa, incluyendo a Rusia hoy, por un lado, y a Asia en general por
el otro, con acento en las piedras angulares del Sudoeste de Asia, China e
India, de manera más notable. La esencia de este conflicto
estratégico es exactamente la misma, en principio, que el enfrentamiento
existencial entre el presidente Franklin D. Roosevelt y el primer ministro
británico Winston Churchill en cuanto al destino del mundo después
de la Segunda Guerra Mundial.
La decepción generalizada respecto a este conflicto continuo, aun
entre muchas de nuestras personalidades políticas prestantes, es el
desconocimiento de los rasgos característicos del adversario imperial
británico tradicional de nuestra república.
Aunque lord Shelburne admiraba mucho la obra de su lacayo Gibbon, el
verdadero Imperio Británico, en sus diferentes disfraces a lo largo de
los siglos y aun hoy, no toma como modelo a la Roma imperial ni a Bizancio, sino
al sistema ultramontano medieval que define la relación entre la
suerte de moho lamoso de la oligarquía financiera veneciana y la
caballería normanda cruzada. El único cambio decisivo en ese
paradigma oligárquico–financiero veneciano desde el Renacimiento
europeo del siglo 15, es la introducción del modelo del nuevo partido
veneciano, a veces llamado empirismo, de Paolo Sarpi y sus seguidores. El
sistema liberal angloholandés lo gobierna en esencia una
oligarquía financiera de corte veneciano, cuyo objetivo utópico de
crear un imperio mundial es lo que se difunde hoy con la etiqueta de
“globalización”.
El supuesto de la camarilla financiera imperialista de los liberales
angloholandeses hoy es que, a condición de que se quiebre a EUA, y se
aplaste a Rusia, China e India, no hay otra fuerza eficaz de resistencia al
establecimiento de un imperio mundial “permanente” de la clase que
Shelburne y su lacayo Jeremías Bentham procuraron en las
postrimerías del siglo 18.
El meollo de este asunto se ubica en el pasado histórico
relativamente inmediato de las relaciones trasatlánticas que datan de la
Paz de París de febrero de 1763, ocasión en que la
Compañía de las Indias Orientales británica de lord
Shelburne y compañía emergió como un imperio privado de
suyo global bajo la bandera británica, y luego como el Imperio
Británico propiamente dicho y su excrescencia, la Mancomunidad
Británica moderna. Los cambios de la política británica
hacia las colonias inglesas de Norteamérica, los cambios que incitaron un
proceso que devino en la guerra de Independencia de EU y la promulgación
de su Constitución federal, crearon una situación mundial nueva en
la que la oposición del Sistema Americano de economía
política de EU y valores culturales estadounidenses relacionados ha
chocado siempre, hasta la fecha, con la forma liberal angloholandesa de sistema
monetario–financiero de suyo imperial.
|
El rey Eduardo VII de Gran Bretaña urdió, al servicio de la
política imperial que dirigían los financieros liberales
angloholandeses, los acontecimientos que desembocaron en la Primera Guerra
Mundial. Él manipuló a sus estúpidos sobrinos Guillermo II
y Nicolás II, el necio idiota austrohúngaro, y a los revanchistas
de Francia, a enfrentarse unos contra otros. |
La amenaza más grande a esta trama del principal adversario de
nuestra república hoy sería un acuerdo de cooperación en
defensa del principio del Estado nacional soberano, como debiera configurarse
entre los elementos clave de EUA, Rusia, China e India. Esto no excluye a Europa
Occidental y Central continental, pero, por sí misma, ahora es impotente,
de un modo característico, en tanto factor estratégico
independiente en el plano mundial, como ya lo fue durante la Segunda Guerra
Mundial que Franklin Roosevelt encabezó en contra de Hitler.
Este parecido entre la situación estratégica actual y la
pelea de la Segunda Guerra Mundial contra Hitler está arraigado en la
alianza de 1763–1783 entre la nueva república estadounidense y las
fuerzas tan diversas de la Liga de la Neutralidad Armada y otros elementos
europeos continentales importantes. Desde otro ángulo apropiado, es una
alianza geopolítica entre EUA y fuerzas prestantes de las Américas
y de los intereses eurasiáticos a los que amenaza el imperialismo liberal
angloholandés. El enemigo común a derrotar es la ideología
y las instituciones de lo que llaman
“globalización”.
La importancia de que presente este caso aquí, es que sé, con
certeza, que todos los precandidatos principales anunciados hasta ahora carecen
de una comprensión efectiva de esta cuestión estratégica,
la cuestión de la que depende ahora por completo el futuro de nuestra
república.
La manera más eficaz de reclutar patriotas estadounidenses en apoyo
de la nueva visión estratégica que nuestra nación necesita
con urgencia es, sencillamente, recalcar la necesidad de replicar el rescate
exitoso de toda la civilización gracias al liderato del presidente
Franklin Roosevelt. Hay poco en esa campaña del presidente Roosevelt de
1932 y en su labor de 1933 a 1945 que no implique la clase de visión y de
medidas de recuperación económica únicas que se necesitan
para salvar a nuestra república de la caída al borde de la
destrucción autoinfligida en el transcurso de los últimos treinta
y cinco años y pico. Ninguna imagen de la orientación previa de
nuestra república corresponde a las relaciones que debemos entablar ahora
con las repúblicas americanas a nuestro sur, y con Eurasia y más
allá.
Las armas que hoy necesitamos para la defensa de nuestra república
son, en lo principal, medidas diplomáticas en el sentido en el que John
Quincy Adams diseñó el sistema en el que se fundó el mejor
desempeño de nuestro Departamento de Estado hasta los últimos
tiempos. Las principales potencias de Eurasia continental no quieren guerra. Es
notable cómo Rusia, China e India se alegrarían de que
botáramos todo lo que huela al Gobierno de George W. Bush, y de que
ofreciéramos una cooperación mundial entre Estados nacionales
perfectamente soberanos, como una continuación del legado de Franklin D.
Roosevelt expresado en términos modernos. Si ninguna de estas naciones
nos adversara, no habría potencia alguna qué temer.
Si fuera presidente, ésa sería nuestra política. Y
prosperaríamos, con la profunda bendición de nuestra posteridad a
este respecto. Aunque tengo la fortuna de llevarle una ventaja marginal en
cuanto a salud a la mayoría de mi generación, la idea de procurar
gobernar por dos períodos como presidente sería darle demasiado
vuelo a la imaginación. De ser necesario, cumpliría con el
trabajo, y muy bien. Sin embargo, a menos que surja alguna emergencia
extraordinaria, para próximo Presidente de EU, el o la cual podría
tener la ventaja de todo con lo que yo pudiera ayudarle, lo que necesitamos para
la seguridad del futuro de nuestra república es un candidato que devenga
en una vínculo eficiente con nuestro futuro, una persona más
joven, aunque madura, que pueda gobernar por dos o incluso tres períodos
(si es que decidimos hacer esa reforma), y entonces desempeñarse con
eficacia como ex presidente, del modo que lo han hecho Eisenhower, Carter y
Clinton. Necesitamos una Presidencia restaurada en la tradición de
Roosevelt, cuya influencia se extienda a la vida adulta activa de dos
generaciones por venir, el período de vida laboral de los adultos
jóvenes hoy.
|
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Los dos príncipes de la camarilla de Bilderberg, Felipe de Gran
Bretaña (izq.) y Bernardo de los Países Bajos, encarnan el legado
de los intereses financieros que pusieron a Hitler en el poder. (Foto del
príncipe Bernardo: Sander Lamme). |
Una vez que hayamos establecido que estamos recurriendo al legado del
presidente Franklin Roosevelt, después de largas décadas de
castigo en desolado, para toda noción decisiva de interés y
política nacionales, hay dos temas específicos a los que tenemos
que prestarles atención aquí. Éstos son el resurgimiento
reciente de las implicaciones de lo que el presidente Ronald Reagan propuso como
una IDE, y el tema de la adopción con urgencia necesaria de medidas
económicas mundiales del todo nuevas, que abarquen un lapso no menor de
dos generaciones, de los próximos cincuenta años.
El regreso de la IDE
Las políticas relacionadas con la mascota de la señora Lynne
Cheney, Dick, desde que era secretario de Defensa del Gobierno de George H.W.
Bush, han creado ahora una situación en la que China, de modo bastante
legítimo, ha demostrado su sentido de interés urgente en la
tecnología láser y las directrices relacionadas que antes se
asociaban con la IDE. Los antedichos acontecimientos, el satélite
espía estadounidense que los chinos iluminaron y el suyo propio que
destruyeron después con ayuda de un láser, han soltado a la
proverbial “zorra en el gallinero”. De hecho, ¡la IDE
está de regreso! En realidad nunca nos dejó, sino que esperaba
emboscar a la historia en una ocasión posterior apropiada; la
actual.
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El presidente Reagan anuncia su Iniciativa de Defensa Estratégica el
23 de marzo de 1983. “Debemos replantearle ahora la oferta del presidente
Reagan a Rusia, China, India y otros. Para ello, tenemos que redefinir las
reglas del combate en un sentido que se ajuste a la dirección que debe
cobrar el progreso científico y tecnológico”. (Foto:
Archivo Nacional de EU). |
Lo que hay que recalcar, para ser claros en cuanto a estos sucesos
recientes y otros relacionados, es que la estrategia nunca es cuestión de
fuerza como tal. Más bien, como Federico el Grande mostró con su
célebre brillantez en la batalla de Leuthen, todo principio general
respecto a los asuntos humanos pertenece a la distinción absoluta entre
la mente humana y la de los simios superiores y otras formas inferiores de vida.
Es una afirmación fuerte, pero no errada, insistir que la estrategia
militar ha de concebirse como una extensión del ejercicio de la
diplomacia.
Así, los enfrentamientos armados del período de las guerras
de 1894–1945 que instigaron los británicos en 1894–1895 entre
Japón y China (y también en otros lugares relacionados), y toda la
gama de conflictos bélicos y afines del intervalo que va de 1892 a 1946,
desde el asesinato del presidente francés Sadi Carnot, hasta la muerte
del presidente Franklin Roosevelt, son una expresión de la
política exterior imperial dirigida por los financieros liberales
angloholandeses. En estas guerras, no fue el conflicto de intereses real de las
naciones respectivas lo que llevó a la conflagración. La Primera
Guerra Mundial, por ejemplo, se urdió con los preparativos que hizo el
príncipe de Gales y luego rey Eduardo Alberto, quien manipuló a
sus estúpidos sobrinos Guillermo II y Nicolás II, el necio idiota
austrohúngaro, y a la facción revanchista de Francia, a
enfrentarse unos contra otros, con un gran derramamiento de sangre inglesa y de
otros para garantizar el terrible desenlace. Una de las grandes mentiras de la
historia fue la que dijo en Versalles un secretario de Estado moralmente
corrupto del presidente estadounidense Woodrow Wilson, Robert Lansing, al
afirmar que Alemania era la única culpable de la Primera Guerra Mundial.
La guerra fue consecuencia de la pericia geopolítica en los juegos
imperiales que tramaron, en lo principal, los intereses
oligárquico–financieros liberales angloholandeses, que
también fueron los verdaderos autores de la dictadura de Hitler (y de
todas sus consecuencias), del modo que los dos príncipes de la camarilla
de Bilderberg encarnaron ese legado con cierta idoneidad
irónica.
La guerra en gran medida ha sido un ejercicio recreativo parecido,
así, a un juego de mesa sociológico, como “el que un
niño jugaría”. Luego, hay hombres que cambian las reglas
para que otros las obedezcan. Entonces, también, ocurren situaciones en
las que no se puede jugar con las reglas aceptadas, porque la realidad, que se
manifiesta de cierta manera política o de otra índole, se
rehúsa a aceptar esa orden. Tal es la historia de la IDE, del modo que
ideé semejante cambio propuesto a las reglas del conflicto entre 1979 y
1983, y la irrupción relativamente inevitable de la realidad de la IDE en
el caso de los preparativos que realiza EUA hoy para atacar a China y otros
objetivos.
Lo que sigue siendo cierto desde la Paz de París de febrero de 1763,
desde la victoria estadounidense contra la Confederación títere de
lord Palmerston en 1865, y desde que la monarquía británica del
rey Eduardo VII y sus sucesores dirigió las dos Guerras Mundiales, es el
concepto de la conveniencia geopolítica de los intereses financieros
imperialistas liberales angloholandeses y, por ello, de su intención de
arruinar y subyugar a EUA con subterfugios y corrupción, si no es que la
conquista.
La serie de guerras geopolíticas imperiales que emprendieron el rey
Eduardo Alberto y sus sucesores en el transcurso de 1894 a 1945, llevó a
la creación de las armas nucleares y, luego, termonucleares. Esto
cambió las reglas de la guerra de manera irreversible. Como los
conflictos no nucleares entre las principales potencias llevarían a un
grado de frustración en el que entrarían en juego las armas
nucleares o incluso termonucleares, la guerra general en el sentido de los
sucesos que llevaron hasta lo que echó a andar la muerte de Franklin
Roosevelt, tarde o temprano haría realidad un guión virtual o
hasta real del día del juicio final. El empeño de amplificar ahora
el radio de acción de las tecnologías armamentistas, incluyendo la
amplia explotación de medios potenciales de guerra asimétrica, ha
llevado al mundo entero al umbral del holocausto.
Así, la guerra y sus otras correlaciones políticas han
caído bajo la influencia de condiciones límite sucesivas. La
acción militar de contención sigue estando muy presente sobre el
tapete. Gracias al Paul Bremer del señor George Shultz, Iraq ha
demostrado con creces la necedad de rebasar la guerra objetiva limitada y,
también, del despliegue de un cerco de fuerzas navales para crear,
así, una suerte de pesadilla flamable de las reglas de combate en la
vecindad de los golfos Pérsico y de Omán. No hay razón para
continuar ni repetir la sandez de la virtual desintegración de una
nación que la locura de Bremer ha desencadenado.
Sin embargo, con todo, presiona lo suficiente a fuerzas capaces con
instintos de soberanía, y tarde o temprano responderán a las
directrices lunáticas que profiere el sucio Dick Cheney del Gobierno
actual de Bush. Que China explore al menos un asomo de algo como la IDE, es
típico del resultado más bien inevitable.
Enfrentamos el uso de fuerzas militares dizque convencionales con la
intención de reducir a toda una región del mundo a un estado
tormentoso de guerra asimétrica. La intención eficiente
implícita de semejante uso impropio de las capacidades militares
convencionales es embrutecer a una región del mundo, como ha logrado
hacerlo el presidente Bush en esta empresa en una situación irremediable
en Afganistán y en la inminente proliferación general de una
situación parecida por toda la región del Sudoeste de Asia y
partes adyacentes de África, por el Nilo, hasta el lago Victora, donde
los herederos de lord Kitchener han logrado producir ya un horror que se propaga
por todo el centro de ese continente. Ésta es la amenaza que toca a las
puertas de India y Asia Central, y contra el flanco sur y occidental de Rusia.
Esto lo interpretan, aun algunos notables del Partido Demócrata, como una
amenaza creciente contra China.
Este conjunto de tendencias también ha acarreado un desplome de los
potenciales militar y económico convencionales de EUA, así como de
otras partes del mundo. Las fuerzas castrenses estadounidenses ya están
al borde de la destrucción; la ruina de las fuerzas terrestres
permanentes y afines, que sería consecuente con los últimos
desmanes del vicepresidente Cheney, será irreparable en menos de una
generación, aun en condiciones favorables. Así, estamos llegando a
una situación militar que coincide con la más lunática de
las fantasías de ciencia ficción de corte occamita de fines de los
1940 y principios de los 1950. El panorama que plantea ahora nuestra
planificación militar es el de una superficie terrestre reducida a una
condición inferior a la de una idiotez bucólica, al tiempo que
complejos de superarmas espaciales controlan, desde arriba, la vida sobre la
Tierra; algo parecido al cuadro que pinta el final de Una historia de los
tiempos venideros de H.G. Wells.
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Al Gore rebuzna en su “documental” sobre el calentamiento
global. “Hay que abandonar locuras tales como los biocombustibles y los
argumentos seudocientíficos fraudulentos respecto a los
‘gases’ como un factor del ‘calentamiento global’, en el
interés de mantener un ambiente apto para la habitación
humana”. (Foto: Una verdad incómoda). |
De manera inherente, los sistemas automáticos son de suyo
frágiles, en especial cuando mentes humanas ingeniosas están
decididas a flanquearlos siendo más listas que ellos. El desarrollo de un
sistema de “comando espacial” de los asuntos del planeta es de suyo
vulnerable, precisamente porque no es humano. La mente humana, si está
calificada para semejante tarea, siempre ideará un método para
flanquear cualquier supersistema automático de defensa y castigo. Los
incidentes de marras que involucran las contramedidas con las que China
experimenta, son un eco del aspecto de la IDE que aterró a los
fanáticos de la Fundación Heritage de los 1980. Apuntan con tino
humano a lo que de forma inherente es el aspecto más vulnerable de
cualquier sistema de comando espacial cuasiautomatizado: su sistema de control.
Así, la IDE acaba de anunciar el hecho de que nunca se fue; todo este
tiempo ha estado esperando el llamado del deber.
Recuerda que lo que propuse entre 1979 y 1983, lo que le presenté al
Gobierno soviético a nombre del Consejo de Seguridad Nacional del
Gobierno de Reagan, y lo que el Presidente le ofreció públicamente
al secretario general soviético Yuri Andrópov, no era en esencia
un programa guerrerista, sino para que el mundo se apartara de las tramas
bélicas imperialistas, hacia la cooperación en la mejor
realización de los intereses comunes e independientes de las principales
potencias estratégicas del planeta. Consistía en crear un marco en
el que una estrategia militar viable sirviera a los intereses comunes e
independientes de las potencias en cooperación.
Eso hubiera funcionado. Los enlaces soviéticos pertinentes estaban
de acuerdo con eso. Su objeción explícita en sus negociaciones
conmigo era que nosotros, EUA, éramos mejores que ellos en tales
programas de desarrollo económico. Ningún ruso influyente en sus
cabales podría negar con honestidad y cordura que la de Andrópov
fue la madre de todas las grandes equivocaciones, al rechazar de plano la oferta
pública que se le hizo, ante el mundo entero, el 23 de marzo de
1983.
Debemos replantearle ahora la oferta del presidente Reagan a Rusia, China,
India y otros. Para ello, tenemos que redefinir las reglas de combate en un
sentido que se ajuste a la dirección que ha de cobrar el progreso
científico y tecnológico.
Entre tanto, el mundo sigue su marcha
Hace poco, en dos conferencias ahora históricas que di vía
internet desde Berlín, establecí, en breve, el concepto de la
posible colaboración estadounidense en un sistema de cooperación
eurasiática en los cerca de 50 años de las próximas dos
generaciones. El eje de esa cooperación, que irradia desde un
Berlín reindustrializado hacia Rusia, China, India, y regiones inmediatas
e intermedias, se fundaría en el reconocimiento de dos conjuntos de
factores importantes decisivos que se necesitan para que la civilización
misma continúe en este período venidero. Esto exigirá la
extensa construcción de una gama de obras de infraestructura necesarias,
en lo específico, para sustentar un viraje económico muy
enérgico hacia modalidades de energía de fisión nuclear con
una alta densidad de flujo energético, fundadas en el uso moderno
más avanzado del uranio, el plutonio y el torio, a emplearse para
propósitos adicionales tales como la desalación de agua a gran
escala, la generación de fuentes y cantidades superiores de
energía, y el desarrollo acelerado de tecnologías de fusión
termonuclear, y su pertinencia para la producción transuránica y
el manejo de isótopos.
No hemos llegado al límite de los recursos, pero sí a una
condición límite con respecto a las modalidades económicas
del abasto de minerales esenciales y otros recursos.
Las tecnologías que exige semejante orientación dependen de
inversiones con un uso intensivo de capital en la infraestructura básica
necesaria para sustentar dicha política, la cual, en combinación
con una inversión en las capacidades productivas, representa un ciclo de
inversiones de capital físico en un lapso de aproximadamente cincuenta
años o dos generaciones.
Esto demandará una reforma integral de lo que al presente es una
modalidad de suyo quebrada sin remedio del sistema monetario, financiero y
bancario; una reforma rooseveltiana y la creación relacionada de diversos
mecanismos, entre ellos tratados de largo aliento, necesarios para generar el
crédito de largo plazo que exige el progreso colectivo del continente
eurasiático y de sus vecinos.
No podemos ser irresponsables. Se necesitan medidas sanas para mejorar el
“ambiente”, pero hay que abandonar locuras tales como los
biocombustibles y los argumentos seudocientíficos fraudulentos respecto a
los “gases” como factor del “calentamiento global”, en
el interés de mantener un ambiente apto para la habitación
humana.
Las políticas que se introdujeron desde el primer período de
gobierno del presidente Richard Nixon, y que sus sucesores continuaron de manera
más o menos vigorosa, han arruinado lo que fue la economía
más poderosa y productiva que el mundo jamás haya conocido. Desde
Nixon, y de modo más patente desde más o menos mediados de los
1970, se ha transformado a la economía de EU, de ser la envidia del
mundo, a un montón de chatarra repugnante de granjas, industrias y
esperanzas perdidas. Hay que acabar con esas tendencias decadentes que se
activaron en 1968, y darles marcha atrás. Para ello, necesitamos adoptar
los programas pertinentes de reconstrucción de la economía de
nuestro Estado nacional, y de cooperación, con fines paralelos, con otras
regiones del mundo.
Tal es nuestra misión, una misión relativamente única
de servir al fomento de los intereses de toda la humanidad, incorporada como el
propósito de aquellos europeos que vinieron aquí a traer los
mejores frutos de la cultura de la civilización europea a un nuevo
territorio, a una distancia necesaria de la decadencia oligárquica que
gobernaba a la “Vieja Europa”. Ésa era nuestra misión,
y ésa es la naturaleza de nuestra obligación con el “Viejo
Mundo”. Ha llegado la hora de hacer del mundo entero, por fin, un
territorio habitado exclusivamente por Estados nacionales perfectamente
soberanos, todos y cada uno en cooperación, como de conformidad con el
preámbulo de nuestra Constitución federal, al servicio del
interés común de toda la humanidad.
[1]Tiempos
modernos, de Chaplin, no sólo era un reflejo de A Nous la
Liberté, sino también de la Metrópolis de Fritz
Lang.
[2]La
misma taberna donde alguna vez cené alegremente antes, en ocasión
de un ensayo memorable del Jesu, meine Freude de J.S. Bach, ese
mismo día. Fue el recuerdo de ese ensayo, que resonaba con viveza, el que
unos años después me convenció de proponer esa misma
composición como el fundamento de un plan educativo que integraba a
Kepler, Leibniz, Gauss y Riemann con J.S. Bach, para proporcionar la plataforma
de un programa básico competente de educación superior en ese
enfoque que integra tanto la ciencia como el arte clásicos, y que ahora
se refleja en el contenido del sitio electrónico del LYM
internacional.
[3]Como
lo he explicado en repetidas ocasiones, nuestros pronosticadores
económicos típicos sufren hoy de una incompetencia
sistémica tan grande como la de los economistas del crac del LTCM de
agosto–septiembre de 1998. Prácticamente todos los pronosticadores
económicos conocidos emplearon métodos que derivaron de las
modalidades cartesianas de lo que la finada señora Joan Robinson dijo del
trabajo de los métodos estadísticos del post hoc ergo propter
hoc del patéticamente inepto profesor Milton Friedman. En la vida
real, lo mejor que puede hacerse en materia de pronóstico
económico es lo que hago yo, al usar métodos dinámicos
congruentes con los descubrimientos de Bernhard Riemann; a lo más,
podemos pronosticar la proximidad de una condición límite en un
proceso físico–económico. En semejante límite, tiene
que ocurrir un cambio de fase en el proceso, o el sistema pasará por una
etapa de desplome de una forma especificable. No reconocer tal condición
límite creará, entre los verdaderos creyentes modernos en
“Wall Street”, un espectáculo psicopatológico digno de
los momentos más angustiantes del “Pato Lucas” en
caricaturilandia o, tal vez, mejor dicho, del presidente George W.
Bush.
[4]Ver
el capítulo XXV, “La pobreza de Cincinato. . .”, de Discourses on The First Ten Books of Titus Livius (Discurso sobre
la primera década de Tito Livio), de Nicolás Maquiavelo (Nueva
York: Random House, 1940). Fue a este respecto, como lo presentó
Maquiavelo, que los oficiales de la Revolución Americana crearon la
Sociedad de Cincinato, cuyas reuniones de la época en Filadelfia
coincidieron y se empalmaron con la Convención Constitucional. Ésa
es la visión apropiada de las cualidades y la misión de un
Presidente de EU, tal como George Washington, John Quincy Adams, Abraham Lincoln
y Franklin Delano Roosevelt. Ésa es la imagen de la presidencia que
enarboló Alexander
Hamilton.
[5]Fue
Bertrand Russell quien propuso el plan original, que se publicó en la
edición de octubre de 1946 del Bulletin of the Atomic
Scientists, de emprender un ataque nuclear “preventivo”
contra la Unión Soviética, como una medida para establecer un
sistema de “gobierno mundial” regido por los angloamericanos.
Russell continuaba así la intención que había expresado
H.G. Wells cuando propuso las “armas de radio” en 1913, y
también la que ambos llegaron a compartir en torno a La
conspiración abierta del segundo (1928) y, de forma
implícita, su proyecto de Una historia de los tiempos
venideros. A este respecto, la prensa soviética, con José
Stalin, tuvo algunas cosas muy desagradables, pero apropiadas, qué decir
sobre la persona del señor Bertrand Russell. Esto cambió con
Jruschov, quien envió a cuatro representantes a la reunión de
Parlamentarios del Mundo a Favor el Gobierno Mundial —o sea, la
“globalización”— que organizó Russell en
Londres, en la que se presentaron públicamente como emisarios oficiales
de Jruschov y comunicaron su profundo amor por Russell. Aun considerando el caso
de Hitler, Bertrand Russell fue, sin objeción razonable de los
círculos informados, la persona más perversa del siglo 20. Hitler
está muerto, pero la maldad de Russell sigue viva hoy. El ataque del
aventurero Jruschov en París fue planeado, como da fe de ello su
insufrible ataque a la persona del presidente John F. Kennedy en Viena,
así como sus verdaderos motivos y relaciones con Russell en cuanto a la
emboscada y negociación de la crisis de los proyectiles en 1962. La
participación de Fidel Castro en esto suele subestimarse en el chismorreo
acostumbrado sobre el tema de qué fue lo que llevó a la crisis de
1962.
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