Estudios estratégicos
Documentation: Apéndice
El sofisma del ecuante
por Jason Ross, miembro del LYM
Es más, no es menos falso que el centro del mundo esté al interior
de la Tierra a que lo esté fuera de ella; ni la Tierra ni ningún
otro orbe tiene siquiera un centro. Puesto que el centro es un punto
equidistante de la circunferencia, y como no puede haber una esfera o un
círculo tan completamente verdadero que no pueda darse por cierto uno que
lo sea más, es obvio que no puede afirmarse un centro [que sea tan
verdadero y preciso] que no pueda afirmarse uno aun más verdadero y
más preciso. La equidistancia precisa de cosas diferentes no puede
encontrarse sino en el caso de Dios, porque sólo Dios es Igualdad
Infinita. Por tanto, Él que es el centro del mundo, a saber, el Dios
Bendito, es también el centro de la Tierra, de todos los orbes y de todas
las cosas del mundo. De igual manera, Él es la circunferencia infinita de
todas las cosas.
—Nicolás de Cusa, De docta
ignorantia.
En la segunda parte de su Nueva
astronomía, Johannes Kepler aborda el movimiento de Marte, tras
identificar dos supuestos axiomáticos a priori que habían
acotado las investigaciones astronómicas hasta entonces: que los planetas
se mueven en círculos perfectos, y que puede encontrarse un punto ecuante
para la órbita —un punto desde el cual pueda observarse que el
planeta se mueve a una velocidad constante, recorriendo ángulos iguales
en tiempos iguales—, un punto de uniformidad. En vez de seguir este
enfoque de investigar el movimiento al parecer irregular de Marte, Kepler, con
una mente más sana, planteó la pregunta: ¿Cuáles son
las características de cambio del movimiento aparente de
Marte?[1]
Los planetas que zurcan los cielos sufren una desigualdad de movimiento a
causa de la posición cambiante de nuestra Tierra desde donde los
observamos. Esta desigualdad puede eliminarse seleccionando ciertas
observaciones de los planetas: las que están en oposición, donde
su posición es la misma ya sea que se les observe desde el Sol o desde la
Tierra (de izq. a der.: Sol, Posiciones de Marte, Sol)
Kepler elimina el efecto que surte la Tierra sobre la posición
percibida de Marte al usar observaciones en oposición. De este modo,
Kepler puede “observar” a Marte desde un punto fijo, el Sol. Y aun
en este movimiento de Marte observado desde el Sol subsiste una desigualdad:
Marte tiene una posición en relación con el Zodíaco en la
que alcanza la mayor velocidad, y otra en la que dismimnuye a la
menor.
Esta figura muestra dos métodos para explicar este movimiento
iirregular, el excéntrico y el ecuante.
En el modelo excéntrico (izq.), donde el punto de movimiento
uniforme es el centro de la órbita, el observador fuera del centro
percibe una velocidad cambiante en el planeta. El modelo ecuante (der.) tiene
dos “centros”, uno de movimiento (el ecuante, de arriba) alrededor
del cual el planeta recorre ángulos iguales en tiempos iguales, y uno de
órbita (al centro), desde el cual el planeta mantiene una distancia
constante mientras lo ve el observador (desde el Sol para Copérnico y
desde la Tierra para Ptolomeo). Ambos modelos causan un cambio aparente en la
velocidad del planeta, como se percibiría desde el Sol, pero a ritmos
diferentes. Ptolomeo echa mano del ecuante porque encontró que representa
mejor el movimiento de los planetas
superiores.[2]
Desde Ptolomeo hasta Kepler, la comunidad científica no se
atrevió a cuestionar la idea del movimiento uniforme, el supuesto
axiomático a priori de que hay una característica de
uniformidad inherente al universo, tanto como tampoco la actual fe casi
religiosa en la segunda ley de la termodinámica.
El modelo de Kepler
Kepler, a quien Tico Brahe le encomendó calcular el movimiento del
planeta Marte, tenía a su disposición 12 observaciones de
oposición cuando escribió la Nueva
astronomía. Al seleccionar 4 de estas observaciones, pudo sacar a
relucir una ironía.
La distancia aparente en el cielo entre la ubicación de Marte en dos
oposiciones diferentes indica el ángulo entre esas dos posiciones reales
de Marte vistas desde el Sol. El tiempo entre las oposiciones indica el
ángulo entre las posiciones de Marte vistas desde el ecuante. Con cuatro
de tales observaciones, Kepler siguió un proceso difícil que
exigió mucho tiempo, para componer el modelo más preciso
jamás creado para predecir la ubicación de Marte en el
Zodíaco; él la llamó su hipótesis
sustituta.
Los tres puntos sobre la línea de los ápsides (la
línea que conecta las ubicaciones del movimiento más rápido
y el más lento) son, empezando desde arriba, el ecuante, el centro y el
Sol. La excentricidad —la distancia del Sol al centro— representa
11,3% del radio de la órbita.
Al trazar líneas desde el ecuante que corresponden a los tiempos de
las 12 oposiciones, y comparar la ubicación hipotetizada de Marte con la
que observó en realidad, Kepler encontró que el margen de error de
su modelo estaba dentro de los límites de lo
observable.[3] Si cualquier error
posible es demasiado pequeño como para percibirlo, ¿significa que ha
encontrado la verdad?
Otra manera de determinar la excentricidad
Entonces Kepler decidió verificar esta excentricidad, al usar
mediciones, no de longitud a lo largo del Zodíaco, sino de latitud al
norte o el sur del mismo (de izq. de der.: Marte, Tierra, Sol, Centro de la
órbita de Marte, Tierra, Marte)
Al observar la latitud de Marte al norte y al sur del plano de la
Eclíptica —el plano del movimiento de la Tierra alrededor del
Sol—, y usar algo de trigonometría, Kepler pudo determinar
qué tan alejado está Marte del Sol en sus límites. La media
de estas dos distancias le permitió determinar la ubicación del
centro de la órbita de Marte y su distancia del Sol, su excentricidad.
Pero esta excentricidad (que se determinó que era entre 8,0 y 9,9% del
tamaño de la órbita) no cuadraba con la excentricidad determinada
mediante la hipótesis sustituta (11,3%). Pero, ¿cómo puede
Marte tener una excentricidad al investigarla según la longitud, y otra
según la latitud?
Un hueco
En un intento por conciliar estas dos excentricidades, Kepler ajustó
su hipótesis sustituta para ubicar el centro de la órbita a medio
camino entre el ecuante y el Sol (a esto se le conoce como bisecar la
excentricidad). Así, aplicó la excentricidad que determinan las
latitudes al modelo funcionalmente perfecto de la hipótesis
sustituta.
En este diagrama con una excentricidad muy exagerada, la posición
percibida de Marte vista desde el Sol cambia al bisecar la excentricidad
(hipótesis sustituta original izq., excentricidad bisecada, der.). El
ángulo entre Marte y la línea de los ápsides es mayor que
90° en la hipótesis sustituta sin bisecar, y menor que 90° en
la versión bisecada.
La perfección de la hipótesis sustituta se pierde al
introducirse la excentricidad que determinan las latitudes. Al trazar
líneas desde el ecuante a ángulos determinados por los tiempos de
oposición, Kepler topa con una brecha: este modelo se desvía 8
minutos de arco para la oposición de 1582, un hueco que los sentidos no
pueden ver con pasividad, sino que la mente experimenta de un modo activo,
creativo. Kepler
escribió:[4]
Por tanto, algo de entre esas cosas que hemos supuesto tiene que ser falso.
Pero lo que se supuso era que la órbita sobre la que se mueve el planeta
es un círculo perfecto, y que existe algún punto único
sobre la línea de los ápsides a una distancia fija y constante del
centro de la excéntrica alrededor del cual Marte describe ángulos
iguales en tiempos iguales [el ecuante]. Por consiguiente, de éstas, una
o la otra, o quizás ambas, son falsas, puesto que las observaciones
empleadas no los son.
Pero como no puede ignorárseles, esos ocho minutos conducen a una
reforma de toda la astronomía.
¿Cuál es
la implicación práctica de esta nueva categoría de
experiencia para el dominio del hombre sobre la naturaleza? Kepler, en ese
momento, pudo demostrar la existencia necesaria de un principio físico
(no geométrico) universal de gravitación. Las implicaciones
paradójicas ineludibles del uso del ecuante le impone a la mente una
nueva surete de prodigio. Pretender presentar el descubrimiento de Kepler de la
gravitación universal sin un análisis cabal de la paradoja del
ecuante, equivaldría a darle una respuesta a un público incapaz de
formular la pregunta correcta.
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