Estudios estratégicos
Los fosos de la
superstición popular
La danza de los ibiotas
por Lyndon H.
LaRouche
18 de enero de 2007.
Se conocieron y casaron durante una sesión espiritista. Ella era un
espectro. Su mayor atractivo, al parecer de él, pese a lo quejosa que
era, es que no le costaría mucho alimentarla.
(Caricatura: Brian McAndrews)
No importa cómo saques la cuenta,
sólo sería posible defender la actual promoción de lo que
hoy en día llaman “biocombustibles” con un cálculo
fraudulento. Los creyentes de la secta de los “ibiotas” no pueden
culpar a nadie excepto a sí mismos por el resultado inevitable de
aferrarse a semejante política. Esto es lo más relevante de la
situación, aun sin tomar en cuenta el costo de seguro enorme en vidas
asesinadas por el efecto de continuar introduciendo de forma repetida esta
política; el efecto sobre el abasto de alimentos y, por tanto,
también sobre la esperanza de vida de los seres humanos en general.
Recomiendo el uso de ese término de oprobio: “ibiota” o
“biotimado”. No lo hago por crueldad, sino más bien por ser
los menos ofensivos entre los eufemismos veraces disponibles.
La “ibiotez” ahora en boga es la clase de fraude intrínseco,
y con efectos parecidos, que algunos tipos podrían admirar como los
encantos de una prostituta portadora de una enfermedad transmisible y
probablemente fatal. El riesgo debió ser evidente de una vez para
cualquiera con un mínimo de competencia científica, de no haberlo
corrompido el encanto de una oportunidad tentadora. De allí que, entre
los embaucados por la ibiotez, son relativamente pocos los seres humanos adultos
a los que realmente les importe ahora si el concepto del
“pedóleo” tiene sentido o no. En general, entre los motivos
aducidos a favor de este esquema, el principal es como el del apostador
compulsivo: un oportunismo fanático temerario y, casi igual de alocado,
el simple deseo de creer.
Para muchos de estos culpables, la elección especifica de motivo es un
taimado “creo que puedo sacarle ventaja (o un voto en la siguiente
elección) a este fraude”. Para los fanáticos, que comparten
esta misma calidad general de degeneración con los
“neoconservadores”, esto les ofrece otra oportunidad para rebajar la
norma de creencia y conducta popular de la población al nivel moral de
una especie inferior a la noble clorofila; de hecho, al nivel cultural
sistémico del carbón, aproximadamente.
Mis compañeros al presente preparan unas pruebas de primera
aproximación más que adecuadas, que ponen al descubierto aspectos
decisivos del fraude de los biocombustibles, fraude que también ha hecho
presa de las mentes de los mentecatos del caso en el Congreso, y en algunas
legislaturas estatales de Estados
Unidos.[1] En este escrito, me
propongo añadir algo más profundo, que vaya cualitativamente
más allá de las tareas necesarias que llevan a cabo mis
colaboradores. Mi misión es introducir el tema de una cualidad profunda
de inmoralidad pagana, una inmoralidad que el fraude de la ibiotez refleja en la
forma corrupta de pensar, a la que las tendencias culturales actuales han
inducido a muchos tontos de la población mundial en general.
El alquimista (detalle), de Pieter Bruegel el Viejo.
En una lista de causas, el fraude de los “biocombustibles”
también podría clasificarse como “genocidio”. De
hecho, es una forma peculiar de genocidio, que se fomenta por medios tales como
inducir a las víctimas pretendidas a someterse al estilo de los
individuos de una turba, que se ofrecen de voluntarios para ayudar a su propio
linchamiento o degüello.
1. El fraude llamado
‘termodinámica’
Hay dos niveles cualitativamente distintos del fraude llamado
“biocombustibles”. A nivel superficial, lo que se aduce a favor de
la promoción de los biocombustibles es un timo sencillo que le imponen a
la suerte de crédulos hipócritas entre nosotros. En su
expresión supuestamente más sofisticada, y más perversa, el
fraude de los biocombustibles tiene implicaciones morales más profundas,
más ominosas para la existencia de la especie humana en general. A esto
es lo que me refiero aquí. La palabra clave para este fraude más
profundo es “termodinámica”.
Primera aproximación de Kepler a la geometría de las órbitas planetarias, en Mystérium cosmográphicum. Cada sólido platónico está alojado en una esfera, cada cual define el radio de las órbitas. Su descubrimiento posterior de la elipsidad de las órbitas generó un concepto más complejo, mismo que desarrolló en La armonía del mundo.
Lo que hoy se conoce como “termodinámica” lo pusieron en
circulación de manera oficial, a partir de 1850, lord Kelvin, Rudolf
Clausius y el matemático Hermann Grassmann, ente otros autores de lo que
vino a ser el fraude conocido como “la segunda ley de la
termodinámica”.[2] El
pretexto que le sirvió de premisa a este menjurje al principio, fue una
interpretación pervertida de una obra excelente de 1824 del
científico francés relacionado con la Ecole Polytechnique, Sadi
N.F. Carnot: Reflexiones sobre la potencia motriz del
fuego.[3]
Sadi N.F. Carnot (a quien no debe confundirse con el presidente Sadi M.F.
Carnot) presentó un concepto valioso; pero un cuarto de siglo
después Clausius y Kelvin le endilgaron una interpretación
ontológicamente fraudulenta a esa prueba. El fraude fraguado por Kelvin,
Clausius, Grassmann y compañía vino a conocerse como la
“termodinámica”.[4]
Para comprender la naturaleza, y los efectos que tiene hoy día el
fraude de Clausius, Kelvin, Grassmann y demás, es necesario estudiar las
peculiaridades específicas y los conflictos relacionados de la historia
de la ciencia europea, desde las raíces de esa ciencia en la obra de
tales personalidades de la Grecia antigua como Tales, Heráclito, los
pitagóricos y Platón.
Los antecedentes históricos
El más notable de los orígenes “genéticos”
europeos del menjurje patológico de Clausius y Kelvin, es el engendro de
métodos mecanicistas como los de los antiguos sofistas griegos, tales
como el del célebre Euclides de los Elementos.
La ciencia europea competente nació mucho antes de Euclides, en los
confines del desarrollo de la astrofísica y también la
astronavegación, de predecesores entre los que se contaban los
diseñadores de las grandes pirámides del antiguo Egipto. Entre los
principales seguidores de los egipcios se cuentan los pitagóricos y el
entorno de Platón. El método de esos científicos
clásicos griegos era conocido en la antigüedad como la
esférica. La esférica también es el fundamento del
método de Godofredo Leibniz, al que éste llamó
“dinámica”, por el antiguo término griego “dúnamis”, en su refutación al método
mecanicista incompetente de René Descartes. Éste
también fue el método de Bernhard Riemann, como lo expresó
en su famosa disertación de habilitación de 1854, y en su
posterior elaboración del concepto de hipergeometrías
físicas.[5]
La esférica no tenía supuestos axiomáticos
ni otras cualidades formales parecidas, como aquellas afines a las suposiciones
ontológicas que se asocian, aun en épocas más modernas, con
esas nociones ficticias de definiciones apriorísticas, axiomas y
postulados relacionados con el seguidor de la tradición sofista,
Euclides.
Los fundadores antiguos de lo que vino a ser la única corriente
válida de la ciencia europea, remontaron la mirada hacia el firmamento,
tal y como lo habían hecho los grandes navegantes de Egipto y sus
predecesores. Para ellos, el firmamento era como el interior de una gran esfera
en la que las estrellas parecían haber sido pintadas, y que servía
de telón de fondo sobre el que se movían esos objetos que los
griegos llamaban “errantes”: los planetas. [6]
Como lo llegó a reconocer Alberto Einstein, para experimentar
de nuevo lo que los egipcios y otros fundadores del método de la esférica, bastaría con estudiar —dedicándole
algún tiempo provechoso a un telescopio, aun uno modesto— las
páginas de los escritos del caso sobre astronomía de Kepler,
comenzando con su Mystérium
cosmográphicum.
Para los observadores competentes, tales como los antiguos peritos
griegos de la esférica, no era tolerable ningún supuesto a
priori. Ninguna línea podía generarse como una simple
extensión del punto. Ninguna superficie podía generarse como una
simple extensión deductiva implícita de una línea.
Ningún sólido podía generarse como una simple extensión deductiva implícita de una superficie. Cada uno de estos
estadios sucesivos requería alguna forma de principio de acción
física eficaz, el dúnamis que el gran Arquitas y otros del
entorno de Platón habían establecido como el fundamento para todas
las corrientes del desarrollo de la ciencia física desde
entonces.[7]
Como recalcó el gran Eratóstenes de sus propias
reflexiones alrededor del 200 a.C., la construcción de Arquitas para
doblar el cubo le permitió al estudiante la experiencia decisiva de
reproducir el experimento original, y con ello comprender el significado de una geometría física competente, diferente en lo absoluto de
una simple geometría formal semejante a la de aprioristas tales como el
sofista Euclides.
La resurrección de la ciencia en la Europa posterior al
medioevo, que ocurrió como el nacimiento de una ciencia física
moderna competente, y que estaba implícita en la obra de Brunelleschi,
tuvo su inicio formal, en cuanto a especificación de principio, en la
obra del caso de Nicolás de Cusa, comenzando con su De docta
ignorantia. La ciencia física integral sistémica que funda
Johannes Kepler le hace eco explícito a Cusa. El resultado de la
iniciativa de Kepler y otras relacionadas, lo presenta de modo tácito el
singular descubrimiento original del cálculo infinitesimal de Godofredo
Leibniz, quien explícitamente sigue la intención de Kepler a este
respecto específico. Estos sucesos caracterizan el resurgimiento de la
ciencia europea moderna y la extensión de la ciencia de la
esférica relacionada con los colaboradores de Arquitas y
Platón.
La historia de la ciencia moderna en relación con su
fundación ocurre por el trabajo de los adalides del Renacimiento del
siglo 15, tales como Filippo Brunelleschi, quien usó la catenaria como un
principio de construcción, y el fundador del concepto general de la
ciencia moderna, el cardenal Nicolás de Cusa.
Sin embargo, el nacimiento de la civilización moderna en el
siglo 15 de Cusa enfrentó, y aún hoy enfrenta el reto del
resurgimiento de las reliquias de un pasado medieval, de una reacción
neofeudalista en contra de la civilización simbolizada por el gran
inquisidor Tomás de Torquemada. El intento del rabioso antisemita y
antimusulmán Torquemada de reimponer la Era de las Tinieblas,
ánimo que hoy expresa el antimusulmán Samuel P. Huntington,
marcó el inicio de un nuevo intervalo de lo que había sido una
cualidad medieval inquisicional, neofeudalista, de terror genocida que se
extendió desde 1492 hasta el tratado de Westfalia de
1648.[8]
A partir de 1648 Francia, bajo la conducción del protegido del
cardenal Mazarino, Jean–Baptiste Colbert, sentó la pauta para que
hubiera un gran estallido de progreso científico. Sin embargo, aún
entonces, la sandez de Luis XIV de empantanar a Francia en las guerras
holandesas, abrió las puertas para el ascenso neoveneciano de las
compañías de Indias angloholandesas a la posición de
potencia marítima imperial mundial a partir de febrero de 1763,
posición que solamente fue desafiada en serio por el surgimiento de
Estados Unidos de América. Este sistema liberal angloholandés fue
una forma imperial específicamente geopolítica de poder
financiero. Ése es el poder financiero que hoy manifiesta la ofensiva
para inducir a EU a su destrucción por la complicidad en las acciones
bélicas y las políticas monetario–financieras
económicas de los cabritos del ultradecadente Gobierno de Bush y
Cheney.[9]
De Kepler a Riemann
Al remontarse uno a los orígenes de la ciencia moderna, fue Johannes
Kepler, a partir de modo explícito de la perspectiva aportada sobre todo
por Nicolás de Cusa, quien estableció los cimientos para todas las
corrientes competentes de esa manera de proceder universalizante conocida como
la ciencia física moderna; tenemos lo siguiente:
Este conjunto de conexiones fue identificado de la forma más
útil por Alberto Einstein en las postrimerías de su vida, al
recalcar que los cimientos de la ciencia moderna competente deben ubicarse en la
obra de Kepler, y en el perfeccionamiento de lo que éste fundó
como lo expresa la obra de Bernhard Riemann.
No obstante, como atestiguan las experiencias de finales de los 1970 y la
década de los 1980 en las filas de una asociación
científica de primera, la Fundación de Energía de
Fusión, la gran mayoría de hasta los más prestantes
físicos nucleares y profesionales afines de esa época, ¡o
nunca llegó a entender u olvidó algunos elementos decisivos de lo
que significan estos fundamentos históricos más profundos de la
ciencia física europea moderna!
En la mayoría de estos grupos había más chismorreo
superficial que conocimiento real de esos descubrimientos originados por Kepler.
Estos eran descubrimientos de los que aún hoy depende toda ciencia
física moderna competente. Sin embargo, hasta la última
década más o menos, prácticamente no había ninguna
traducción adecuada disponible en inglés de esas obras de Kepler,
las que todavía constituyen el fundamento de todos los futuros avances
competentes de las matemáticas físicas modernas. Peor aun, el plan
de estudios en materia de ciencia moderna de las escuelas públicas y
universidades, había sido diseñado con la mala intención
que campeaba entre la suerte de “sacerdocio babilónico”, que
controlaba de arriba a abajo las normas de la doctrina aceptada de las que
dependían las carreras científicas y relacionadas. Las carreras
dependían menos de las pruebas experimentales de laboratorio, y
más de los dogmas oficiales decretados a lo “Laputa” que
regían la manera de proceder ante el pizarrón.
John Maynard Keynes, quien abrió el arcón secreto de Isaac
Newton que contenía su trabajo sobre alquimia y magia, dijo que,
“Newton no fue el primero de la Era de la Razón. Fue el
último de los magos, el último de los babilonios y sumerios”
(disertación de 1946 sobre “Newton, el
hombre”). (Caricatura: Jen Yuen/EIRNS).
Un reduccionismo crudo y lleno de supersticiones, que se traduce como un
asunto de creencias religiosas, tal como el creer en la obra del especialista en
magia negra Isaac Newton, con frecuencia ha baldado hasta lo que de
otro modo hubieran sido logros genuinos de la mayoría de los principales
científicos del siglo 20. Aún hoy, lo que prácticamente es
un “sacerdocio babilónico” domina las instituciones de
arbitraje científico, lo que paraliza el desarrollo científico y
sus programas educativos, ahora a un grado peor que cuando la Fundación
de Energía de Fusión llevaba a cabo sus
deliberaciones.[10]
Típicamente, el método científico real, como lo han
experimentado por sí mismos equipos del Movimiento de Juventudes
Larouchistas (LYM), es el ejemplo crucial que demostró Johannes Kepler,
del intento problemático por definir las órbitas solares de modo
congruente con la noción de un ecuante. Todas las nociones
abarcadoras de la ciencia física moderna competente están
arraigadas de modo implícito en las implicaciones de la naturaleza
problemática del supuesto del ecuante.[11] Es este
descubrimiento de Kepler el que le aportó a la ciencia moderna una
noción definida de forma rigurosa, de una realidad ontológicamente
eficiente de lo que con propiedad consideramos un principio
físico universal, tal como la gravitación. El que Kepler
reconociera la falacia del ecuante fue lo que, según él, lo
llevó a su concepción del reflejo infinitesimal en lo muy
pequeño, por un principio universal en lo muy grande. Toda ciencia
moderna competente tiene como premisa una noción libre de apriorismos, de
un universo definido por un proceso de desarrollo de un conjunto de principios
físicos que, en sí mismos, son del mismo tipo de cualidad
ontológica, definida mediante experimento, como la noción de
Kepler de la gravitación
universal.[12]
La Conferencia de Solvay de 1927. Einstein (quinto desde la derecha en la
primera hilera) le advirtió a sus fanáticos adversarios
empiristas: Dios no juega a los dados con el universo.
Así tenemos la imagen, como recalcó Alberto Einstein, de un
universo finito, pero ilimitado. La acción de este universo se
caracteriza por principios universales, reunidos dinámicamente bajo el
dominio de un principio universal de acción física
antientrópica que los subsume.
Estudia la obra de Kepler al respecto, como Alberto Einstein llegó a
definir toda la ciencia moderna competente como algo que abarca en esencia todos
los avances desde Kepler hasta Bernhard Riemann.
El descubrimiento de Kepler del principio funcional que gobierna las
alineaciones del Sol, la Tierra y Marte, representa el nacimiento real de la
aplicación de una ciencia física moderna competente, y, por tanto,
también de la ciencia de la economía física. Tratamos el
fraude de la “ibiotez” aquí desde la óptica de las
implicaciones ya arraigadas en la forma en la que Kepler descubrió la
naturaleza física de los principios físicos universales, en las
implicaciones paradójicas con atención al asunto del ecuante.
________________
2. Los principios físicos universales
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Como los estadounidenses de la época debieron haber aprendido, de la
penosa experiencia que sufrió nuestra nación por el golpe de la
calamidad que causó en 1998 la codiciosa “dependencia” de
LTCM en la fórmula Black–Scholes; como Alberto Einstein le
advirtió a los fanáticos en las conferencias de Solvay: el Creador
no juega a los dados con el universo.
A ninguna persona de
veras pensante debiera sorprenderle que, la experiencia conocida de la humanidad
ha demostrado que, el concepto de principios físicos universales
resultó de lo que con razón se denominó astrofísica; que resultó de la aplicación de lo que
de otra forma al parecer era solamente astronomía, pero no obstante
reflejaba su aplicación en tales asuntos prácticos como la
navegación transoceánica y relacionada. La tierra, en la que es
sabido que reside nuestra especie, está bajo el cielo. Estamos situados,
así, en el reino aparente de un gran dominio esférico: nuestro
universo. Esa es la perspectiva a partir de la cual los egipcios y otros
predecesores de la civilización clásica griega de Tales,
Solón, los pitagóricos y Platón concibieron la
noción de principios físicos universales.
La distinción crucial aquí es práctica. ¿Acaso el
universo cambia con respecto a sus principios manifiestos? Si es así:
¿Qué ordena los cambios?
Los empiristas ingenuos engañados de la secta de Isaac Newton, tales
como De Moivre, D’Alambert, Leonard Euler y Joseph Lagrange, argumentaron
de modo implícito, pero enfático, que el universo es fijo, como lo
son todos los sistemas mecánico–estadísticos, incambiables
en lo que toca a principios. En su disertación doctoral de 1799, Carl F.
Gauss no sólo discrepó con los empiristas, sino que en efecto
demolió sus opiniones científicamente. El universo, contrario a
los empiristas y sus semejantes, no es entrópico; es en esencia
dinámico y, por tanto, antientrópico y antieuclidiano en lo que
respecta a su física geométrica característica.
Gráfica 1
La cuadratura del círculo
________________
Fidelio
Nicolás de Cusa
demostró que el intento de Arquímedes de “cuadrar el
círculo” —aproximación al valor de pi— fue
incompetente en lo ontológico. Los tres primeros dibujos muestran el
proceso para calcular el área de un cuadrado aproximadamente igual a la
de un círculo dado, como el área promedio de dos polígonos
regulares. En el último dibujo, aunque el polígono inscrito de de
2 16 lados parezca aproximarse mucho al área del círculo, en
realidad implica una paradoja devastadora. El polígono inscrito tiene
poco más de 182 ángulos a cada grado de arco
circular.
Un principio físico universal es una ley del universo,
que acota la acción observable dentro del universo perceptible de
sucesos, pero que, no obstante, ni es un objeto discreto de los sentidos, ni una
forma mecánico–estadística de interacción
cinemática entre partes en movimiento. Tal es, por ejemplo, la naturaleza
dinámica antimecánica del principio de gravitación
universal, de la forma en que lo descubrió por primera vez Johannes
Kepler.
Esta noción de un principio dinámico de gravitación,
le llegó a Kepler, debe recalcarse, de la influencia que tuvo en
él la obra de Nicolás de Cusa. Por ejemplo, Cusa informó en
uno de sus sermones y en otros escritos, que él había descubierto
una falacia en el argumento de Arquímedes sobre el círculo
(gráfica 1). En lugar de verlo como la convergencia de una serie
de polígonos regulares en un círculo como su límite
implícito, el conjunto bien ordenado de polígonos regulares debe
verse como determinado por un principio universal de acción
mínima, un conjunto que podía expresarse, en las circunstancias
apropiadas, con respecto a su contraste ontológico con la forma de
lo que fundamentalmente sería un perímetro
circular.[13]
Para aquellos de nosotros que, al igual que Cusa, Kepler y Leibniz, estamos
familiarizados con la obra de Platón y demás en la práctica
de la esférica, como representa éste conocimiento el
descubrimiento de Teetetes sobre el completar las series de cinco sólidos
Platónicos, el anuncio de Cusa, de que es necesario corregir el argumento
de Arquímedes sobre el tema del círculo, no es una gran sorpresa.
Sin embargo, para tales seguidores de Cusa como Luca Pacioli, Leonardo da Vinci
y Kepler éste redescubrimiento de Cusa fue crucial. Empero, lo decisivo
para el descubrimiento de Kepler fue la atención que le prestó a
la importancia de los cinco sólidos regulares a los que Platón
hace referencia en el Timeo.[14]
La forma válida de la concepción moderna de los principios
físicos universales se remonta entonces, en esencia, a Platón, y
en especial a su Timeo. Ese concepto también está
arraigado, de forma implícita, en los escritos de Cusa. Sin embargo,
fueron los descubrimientos de Kepler en el campo que, de forma única,
expresa la idea de un universo, el campo llamado astronomía o, mejor
dicho, astrofísica, los que establecieron la idea de un principio
físico universal para la modernidad. [15] El descubrimiento singularmente
original de Kepler de la gravitación, en el caso del Sol, la Tierra y
Marte, primero, y luego en cuanto a la composición armónica del
sistema solar conocido por él, es la fundación de una ciencia
física moderna competente; ésta es una ciencia universal arraigada
de modo riguroso en el dominio de lo que a veces se denomina
“singular” (según Riemann) o, como lo llaman otros,
experimentos físicos “cruciales”.
El asunto de un principio físico universal eficaz, así
planteado para enfoques experimentales, se encuentra en el dominio de lo que
son, respectivamente, tanto los inconmensurables en lo pequeño y en lo
grande. Al encarar tales cuestiones clave de principio físico universal y
sus implicaciones prácticas, como lo es el definir el dominio
experimental de la economía física, falla el enfoque mecanicista
intrínseco a los prejuicios característicos de una
geometría euclidiana o cartesiana, y, por tanto, presenta tales enfoques
como fracasos irremediables en el dominio de la práctica del
caso.
Esta falla conceptual que domina la visión informada de la mayor
parte de los métodos científicos modernos aún hoy, no es un
accidente. La falla ha sido intencional, como he detallado en la historia de
éste problema en escritos anteriores. Lo que tiene que establecerse
al respecto es de tal importancia para tratar el tema a mano, que ahora, en el
contexto presente, debo replantear de nuevo el argumento pertinente sobre las
implicaciones más profundas, al parecer termodinámicas, del fraude
actual de los “biocombustibles”.
Las inclinaciones de Galileo
Para entender y, esperamos, curar la corrupción tan difundida en la
enseñanza científica hoy, es muy útil tomar en cuenta el
papel desempeñado por un hombre avieso, que también fue un
bribón muy influyente en su era: Galileo Galilei. Lo que tenemos que
entender entonces, es la podredumbre de Galileo y algunos de entre sus sucesores
tales como René Descartes y la en gran medida ficticia figura de sir
Isaac Newton, expresada en formas tales como los casos ya mencionados del siglo
18 de Moivre, D’Alambert, Euler y Lagrange, y también Laplace,
Agustín Cauchy y demás.
El acceso de Galileo Galilei a algunas de las obras en curso de
elaboración de Johannes Kepler, vino de la correspondencia sobre la
afinación musical entre Kepler y el padre de Galileo. De adulto Galileo
era un farsante y lacayo doméstico del infame Paolo Sarpi, el fundador de
ese nuevo partido veneciano a partir del cual el liberalismo
angloholandés actual invadió las partes del caso en el norte de
Europa en el intervalo de finales del siglo dieciséis hasta principios y
finales del siglo diecisiete. Sarpi, en lo personal, desempeñó un
papel clave en relegar al todavía fértil William Shakespeare al
proverbial “Coventry” en las postrimerías de su vida. Esto
resultó de instalar a sir Francis Bacon como un poder en la Inglaterra de
Jacobo II. El lacayo de Sarpi, Galileo, personalmente adiestró a
Tomás Hobbes. Por otra parte Galileo desempeñó un procaz
papel paralelo al de Robert Fludd en la campaña de difamación en
curso a la sazón contra la obra de Kepler. La cruda mutilación de
la obra de Kepler que Galileo llevó a cabo, tuvo una función clave
en los fraudulentos reclamos ingleses atribuidos al producto literario de la
secta de los “verdaderos creyentes”, misma que se erigió en
torno a la figura del especialista en magia negra Isaac
Newton.[16]
El logro principal de Galileo, poniendo a un lado sus diversos fraudes en
nombre de la ciencia, fue ser asesor en materia del reduccionismo
matemático en las apuestas, de jugadores empedernidos bien dotados de
recursos financieros. En este sentido hay una línea que se extiende desde
esta empresa de Galileo, entonces, hasta las sandeces del Morton Scholes del
LTCM y Ben Bernanke y sus embaucados hoy día. En el método de
Galileo la mentira es que, o Dios o algún rival de la deidad juega a los
dados con el destino humano. De hecho, hay una conexión esencial que
viene al caso entre estos aspectos de las actividades de Galileo, y las
seudocientíficas apologías de farsantes semejantes tales como
Bernard Mandeville, François Quesnay y el embaucador y plagiario Adam
Smith, respecto a la perspectiva liberal angloholandesa de los procesos
monetario–financieros. Esta ideología específicamente
empirista, de la que apenas son característicos Galileo, Descartes y su
calaña, domina no sólo el pensamiento monetario–financiero
aceptado, sino también los supuestos axiomáticos subyacentes en la
enseñanza formal del método científico hasta el sol de
hoy.
Por tanto, ha llegado el momento de tomar en consideración un asunto
muy pertinente para el futuro, algo que, cabe admitir, he abordado con bastante
frecuencia en escritos previos: las implicaciones sistémicas de la
influencia de Paolo Sarpi en forjar lo que ha venido a ser la experiencia
constante de la Europa moderna con el liberalismo angloholandés, y su
expresión como una forma de imperialismo neomedieval.
Los elementos esenciales de los procesos históricos del caso, que
conducen a la emergencia del liberalismo angloholandés, y a la
evolución de ese liberalismo en la forma que ha dominado al mundo de
forma creciente, durante muchas décadas, desde el triunfo de Londres
sobre Europa continental en la paz de París de febrero de 1763, son, en
suma, los siguientes. Aunque ya he abundado sobre este asunto de la llamada
“geopolítica” en otras ocasiones, es necesario, para que
quede claro el asunto de marras, relatar de nuevo esa historia, por su
pertinencia, precisamente ahora en este informe.
‘El modelo oligárquico’
La historia de lo que hoy es la civilización extendida a todo el
orbe desde la caída de Atenas, lo que ocurrió gracias a su propia
estupidez con la guerra del Peloponeso, es en gran parte una historia del
imperialismo europeo. Por “imperialismo” entendemos aquí el
triunfo de lo que se conoce como el “modelo oligarca” sobre el
republicanismo relacionado con la memoria histórica de Solón de
Atenas.[17] Las expresiones
más notables de esta veta “genética” del imperialismo,
que surgió en las postrimerías tanto de la victoria de Alejandro
Magno en las llanuras de Arbela, como del infortunio que representó su
muerte para la humanidad, son: el Imperio Romano, Bizancio, el sistema ultramontano medieval de las cruzadas, y el surgimiento del intento
liberal angloholandés, al igual que hoy, de imponer en el poder un
sistema descendiente del ultramontano de las cruzadas. Vemos el efecto de
esa historia imperialista hoy en el uso geopolítico de agentes como el
Vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney y compañía. La
“globalización”, de la manera en que avanza, es una
expresión precisa de la forma de gobierno imperial mundial que los
liberales angloholandeses neovenecianos pretenden imponer. Esta es la clave de
la “guerra geopolítica” que emplean el implícitamente
traidor Gobierno estadounidense de Bush y Cheney y la red internacional
neoconservadora, como su principal y más inmediata arma
“globalizadora” para la destrucción deliberada de Estados
Unidos en la actualidad.
La clave para entender la amenaza que representa para Estados Unidos en
particular, y para la civilización en general la actual
geopolítica angloholandesa, la encuentran las personas con competencia en
la historia de la cultura europea en específico, en el concepto del
“modelo persa” o, genéricamente, el “modelo
oligarca” que emergió en el marco del ascenso del poderío de
Macedonia luego de la guerra del Peloponeso. El rey Filipo de Macedonia, a
diferencia de su heredero y principal adversario político Alejandro
Magno, conspiraba con el Imperio Persa. Implicado en el avieso plan estaba
Aristóteles, agente de la facción del rey Filipo y también
de la secta de Apolo en Delfos, y enemigo personal de Alejandro Magno.
Como saben los estudiosos, Alejandro logró una gran victoria contra
los varios aliados del designio de su padre, pero murió, muy
probablemente a causa de una suerte envenenamiento, un acto o de asesinato o de
gran calumnia, a la cual parecen propicias figuras incómodas de entre los
adversarios más capaces de la oligarquía de
hoy.[18]
Los zombis de la laguna negra:
“¡No creo en conspiraciones!”
(Caricatura: Brian McAndrews/EIRNS)
El proyecto de marras, conocido en la época del rey Filipo y del muy
eficaz Alejandro Magno como el proyecto de los enemigos de éste
último para crear un imperio mundial de dos fases, oriente y occidente,
se relacionaba con lo que se denominaba tanto “modelo persa” como,
más genéricamente, “modelo oligarca”. El Imperio Persa
se destruyó pero el modelo sigue hasta la
fecha.[19]
En cuanto al asunto de las formas competentes de conspiraciones reales en
la historia: en las discusiones habituales sobre este conjunto de hechos
históricos se hace un énfasis engañoso en el supuesto de
una conspiración real o presunta, creada por personas que parecieran
estar estrellándose dentro de los límites de una
multiplicidad cartesiana mecánico–estadística, cuando en
realidad las conspiraciones bien organizadas en verdad importantes para la
historia toman forma a causa del conflicto entre ideas de principio, como en el
caso de la diferencia orgánica entre la tradición de la
Declaración de Independencia y la Constitución federal de EU, por
un lado, y la “constitución” oligarca del tipo expresamente
veneciana frecuente entre los liberales angloholandeses. Es el conflicto de
ideas, no de simples complots, lo que determina el potencial de acción en
el que yace el curso principal de la historia.
La fuente más común tanto de los tipos como acusaciones de
conspiración tontas es la falta de competencia epistemológica en
la elaboración de las opiniones expresadas.
Esta cuestión, referente a las características
ontológicas de las conspiraciones reales en la sociedad, es ejemplar de
la diferencia entre los seres humanos y los simios, y de la sociedad en tanto
proceso, y las especies y conjuntos de especies inferiores en general. La
conspiración en tanto expresión funcional de la función de
las ideas de principio en la historia, es el tipo de existencia más
natural de y entre las sociedades humanas. Una noción sana del papel de
la conspiración en la sociedad, comparte las cualidades de desarrollo de
la mente adulta humana individual, que son esenciales tanto para el
funcionamiento de la ciencia física como para la composición
artística clásica. El hombre o mujer que no cree en las
“teorías de conspiración”, por tanto, nos muestra su
propia falta de capacidad para funcionar de forma racional en la
sociedad.
Así que, la verdad sobre la conspiración relacionada con los
acontecimientos en el siglo que siguió a la guerra del Peloponeso yace en
las principales ideas que relacionamos con sucesos de la oligárquica
secta del Apolo pitio en Delfos, por un lado, y lo que representan Solón
de Atenas y Platón y su legado, por el otro.
La idea del principio oligárquico de aquel tiempo se conserva de la
referencia que tenemos en el fragmento de la trilogía Prometeo
encadenado de Esquilo. El Zeus olímpico del Prometeo
encadenado es la imagen de la figura tiránica, tales como las
creaciones de Carl Schmitt de la dictadura de Adolfo Hitler, y la teoría
relacionada del “papel del ejecutivo” adoptada en la práctica
por la presidencia de George W. Bush. Esa tradición, que se remonta al
Zeus olímpico del drama de Esquilo, amenaza con degradar a la
mayoría de la población en lo personal y en general a la
condición del ganado humano con el cerebro decorticado de una
concentración nazi en Nuremburg. La amenaza se expresa del mismo modo en
que Zeus prohibió el uso de formas de energía como el fuego (y la
fisión) por el común de los humanos. Es la noción de que
los pocos privilegiados reinantes, como en el sistema de Bernard Mandeville,
tienen que ser exitosos y el resto de la sociedad debe relegarse a la norma de
“sálvese quien pueda”.
La doctrina existencialista actual es este mismo dogma oligárquico,
la doctrina del sistema de 1933–1945 en el que el nazi Martin Heidegger
desempeñó su papel con su política en Friburgo al
proscribir las ideas reales de toda deliberación social, como
también lo cumplieron Theodor Adorno y Ana Arendt, a su manera, en el
período de la posguerra con La personalidad autoritaria. La
frasecita “yo no creo en las teorías de conspiración”
es el síntoma emblemático de un zombi lavado de cerebro que sale,
chorreando agua, con los brazos extendidos al frente, de la “laguna
negra”.
El poder de elaborar y actuar conforme a ideas del mismo tipo que expresan
los descubrimientos de principios físicos validados por experimento, y
las formas clásicas de ideas de la cultura artística (a diferencia
de la simulación humanoide de las “culturas” de los simios y
de los macacos en una jaula) es lo que distingue a los seres humanos y sus
culturas de las formas de ser habituales de las especies inferiores. En el
reinado del principio oligarca, se divide a la mayoría de los individuos
en la sociedad entre “ganado domesticado”, para arrear y sacrificar
cuando sea debido, y “ganado salvaje” para practicar la caza
deportiva, de la suerte que quiere llevar a cabo en las regiones del suroeste
asiático la alianza de Blair, Bush y Cheney.
La distinción interna entre la civilización europea extendida
al orbe, misma que viene desde el ascenso de la Grecia clásica antigua,
es el conflicto aún vigente entre aquellos que expresan su compromiso
legal en común con Solón de Atenas y el preámbulo de la
Constitución federal de EU, y, por la parte contraria, aquellos cuya idea
de organización social se basa en la supremacía arbitraria de
alguna mezcla de las clases oligarcas reinantes. La
“globalización” es el nuevo nombre del imperialismo, un
imperio cuya sede está en los habitats de la oligarquía financiera
neoveneciana de los liberales angloholandeses.
Templos en Delfos. Los intereses
financieros locales llevaban a cabo una forma de comercio parecida a la de la
posterior oligarquía financiera veneciana.(Foto: archivo Guggenbuhl/EIRNS).
La estrategia de la nueva Venecia de Sarpi
Desde sus primeros vestigios, como una influencia de la cultura
asiática sobre la antigua civilización europea emergente, el
imperialismo fue siempre un nombre específico para lo que
acontecía dentro de una categoría inclusiva más grande,
como la expresada por la “globalización” hoy día. El
sentimentalismo popular romántico pretende definir un imperio como el
producto de un emperador, mientras que en la historia real un emperador, en
tanto institución, podría ser o no un rasgo de un imperio. El
sistema ultramontano de la oligarquía financiera veneciana y su
caballería normanda anexa es un caso típico, como también
lo es el caso de la “globalización” en la actualidad. El
rasgo característico de un imperio estriba en el papel de la
oligarquía del caso, no en las instituciones especiales que esa
oligarquía decida emplear o rechazar.
Por ejemplo, en la antigua Grecia histórica, el
“imperio” fue una expresión de la secta de Apolo en
Delfos.
Una mirada a las ruinas del lugar, aún hoy, capta las
características indicativas. Primero, alrededor del templo mismo hay
pequeñas estructuras que nominalmente representan la riqueza de cada
conjunto de ciudades griegas. Estos lugares fueron, en efecto, tesoros. Luego,
mira hacia la costa cercana desde donde los barcos relacionados con los
intereses financieros de Delfos llevaron a cabo una forma de comercio que evoca
la forma en que la oligarquía financiera veneciana de la Europa medieval
controlaba el corazón marítimo del sistema imperial ultramontano, que abarcaba lo que había sido una colonia
délfica establecida un poco río arriba de la desembocadura del
Tíber, sobre un bastión centrado en las colinas de Roma,
extraído del territorio de los rivales de Delfos en el
Mediterráneo occidental: los etruscos.
Por ejemplo, después de que el emperador romano Diocleciano por
prudencia dividiera el decadente Imperio Romano en sus componentes oriental y
occidental, respectivamente, creando así una parodia del proyecto
oligárquico modelo de los tiempos de Filipo de Macedonia, el emperador
Constantino, protegido de Diocleciano, intentó capturar a los cristianos
como apéndices del panteón imperial romano invocando, como
ocurrió en Nicea, la autoridad de ‘póntifex
máximus”para nombrar y mandar a los obispos. El constante
esfuerzo del emperador bizantino era por obtener el mandato imperial, lo que
incluía el poder exclusivo, negado a los simples reyes, de definir los
principios de ley, y de esa forma usar el intento por controlar las iglesias
cristianas como instrumento de dominio imperial. Dicho sistema llegó a su
fin sólo con la crisis del papado, cuando el sistema ultramontano cayó, a mediados del siglo 14, en la llamada “Nueva Era de
Tinieblas” de esa centuria.
Por ejemplo: aunque el sistema ultramontano, regido por los
venecianos, designó a los Habsburgo como sucesores del remanente
destruido de sistema de Carlomagno en Europa, el régimen Hohenstaufen de
Federico II y sus infortunados herederos, luego de la destitución de los
Anjou en Sicilia, el sistema imperial de Roma nunca pudo restaurarse con
éxito en su forma cesariana, después de que la oligarquía
financiera veneciana medieval emergió como un poder superior al
destrozado sistema bizantino. Desde que Venecia ascendió a una
posición superior a la de Bizancio, a la que derrotó,
saqueó y destruyó, el sistema oligárquico ha continuado en
el modo veneciano de una tiranía financiera liberal angloholandesa. Por
tanto, continúa en la actualidad como un sistema posterior al Estado
nacional llamado “globalización”.
Sin embargo, ha habido dos modelos sucesivos de la función dominante
de Venecia en tanto imperio oligárquico financiero de hecho: el reino, no
del emperador, sino del puñal.
El primero concluyó por las reverberaciones causadas a raíz
de la caída de la casa bancaria lombarda de los Bardi; el primero
renació, en el sentido del Drácula de Bram Stoker, con la
caída de Constantinopla y el surgimiento de la institución moderna
del gran inquisidor con Tomás de Torquemada de España. Pero el
propósito de Torquemada tuvo una expresión más astuta,
cuando el mismo fue reformado por conducción del partido “nueva
Venecia” encabezado por Paolo Sarpi.
Posteriormente, en el transcurso del siglo 17 en Europa, la nueva Venecia
de Sarpi sufrió una metamorfosis para adaptarse, y emergió como un
componente interno de la forma oligárquico–financiera de gobierno
imperial del sistema liberal angloholandés. En 1763, al concluir la
exitosa manipulación de los liberales angloholandeses de lo que vino a
llamarse la guerra de los “Siete Años”, su sistema
oligárquico–financiero, con sede en Londres, se convirtió en
el nuevo imperio mundial, el que ahora recién vuelve a expresarse de
nuevo en lo geopolítico, en la ruina que su influencia ha causado en
nuestro Estados Unidos en la forma de su pretendida
“globalización”.
Paolo Sarpi, el “padrino” de Galileo, dirigió la
metamorfosis del poder veneciano en el liberalismo angloholandés. Su
objetivo era mantener el dominio oligárquico de la ciencia, al tiempo que
destruía a los nacientes Estados nacionales.
En la historia moderna, la destitución del rey Ricardo III
le había traído un eco del sistema republicano de Luis XI de
Francia a la Inglaterra de súbito moderna de Enrique VII. Esta
república inglesa fue minada desde adentro por un partido veneciano
representado a la sazón por el consejero matrimonial del rey Enrique
VIII, Zorzi (alias Giorgi). Sin embargo, la monarquía británica
fue tomada por segunda vez por el rey Jacobo I, bajo la dirección del
Paolo Sarpi del partido nuevo veneciano.
Aunque Venecia hizo mucho por arruinar los esfuerzos de fundar el nuevo
sistema de Estados nacionales soberanos en el intervalo de 1492–1648, [20] los frecuentes y enormes
contratiempos para la civilización que ocurrieron por la influencia de la
Inquisición y los Habsburgo no habían podido vencer la existencia,
y el progreso pertinaz de la economía física del joven sistema del
Estado nacional europeo, ni en Europa ni en las colonias de las Américas.
Desde la perspectiva de Paolo Sarpi, los dogmas
teológico–filosóficos de la antigua Roma, de Bizancio y de
los sistemas medievales no habían podido mostrar su capacidad de
desarraigar al nuevo sistema de construir Estados nacionales soberanos, que
arrancó en torno al gran concilio ecuménico de Florencia de
mediados del siglo 15. Para Sarpi eso significó que el Aristóteles
que había resucitado el Imperio Romano era un instrumento incompetente
para encarar el desafío que representaba el sistema emergente de Estados
nacionales soberanos, en el resurgimiento del pensamiento clásico
artístico y científico físico.
Así, igual a como Paolo Sarpi regresó al irracionalismo
sistémico medieval de Guillermo de Occam, los enemigos británicos
del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y sus cómplices en
EU, a la muerte de éste recurrieron al irracionalismo radical de la
“Escuela de Francfort” y a existencialistas afines.
Estos existencialistas e influencias relacionadas se adoptaron como
instrumentos para diseñar las normas culturales que ahora, con ayuda de
los sesentiocheros, prácticamente han destruido la ciencia y el arte en
EU y Europa, sustituyéndolos con una pretendida codificación
sistémica de rabioso irracionalismo dionisiaco (que algunos de los
internos en la Clínica Tavistock de Londres han adoptado la visión
de la locura como una forma de libertad) de los seguidores de Voltaire, el
marqués De Sade y, como recalcó el dramaturgo, el bruto
lunático francés Marat (agente del “comité
secreto” del Jeremías Bentham de la cancillería
británica). Estas influencias están arraigadas de otro modo en los
dogmas de Friedrich Nietzsche y compañía, de la forma en que se
usaron después de 1945 para imponer el Congreso a Favor de la Libertad
Cultural, creado en EU, sobre la Europa central y occidental golpeadas por la
guerra. La misma suerte de lavado cerebral en masa se le hizo a la nueva
generación de estadounidenses de clase media nacidos entre 1945 y 1956,
aproximadamente.
El precedente de estas políticas estratégicas de
locura colectiva existencialista que se le introdujo a los europeos y
estadounidenses de clase media a partir de 1945, compartió la misma
intención estratégica arraigada que el liberalismo, que vino a
llamarse “empirismo”, entre los seguidores de la orientación
“nueva Venecia” de Paolo Sarpi.
Interludio: El verdadero Imperio
Brutánico
La victoria de Paolo Sarpi nos lleva a un interludio en nuestro relato.
Asómate, desde la perspectiva de finales del siglo 16, al dominio
relativamente futuro de la historia posterior a 1688 del ascenso y
establecimiento de un Imperio Británico, de otro modo conocido como el
sistema imperial liberal angloholandés. Para entender el presente,
primero tenemos que dar un salto adelante a una perspectiva futura
todavía por venir y, desde ésta, remontar la mirada hacia el
presente para ver el futuro que se avecina. El método que se requiere
para semejante ejercicio de prognosis es deponer la perspectiva del
pronóstico mecánico–estadístico del presente, y
centrar la atención en las condiciones límites que yacen en el
futuro por venir, y que contiene las opciones de resultados disponibles para el
presente. Éste es el método de prognosis
físico–económica a largo plazo necesario para la
elaboración de presupuestos competentes de capital, y fue el que
empleó Kepler para descubrir la gravitación, y también
otras cuestiones de principio físico universal.
Éste es, por tanto, el método específicamente dinámico necesario para llevar a cabo cualquier trabajo
científico o pronóstico competente en la historia.
El concepto de la ”geopolítica” surgió bajo el
británico príncipe de Gales Eduardo Alberto en la carrera hacia lo
que vino a conocerse como la “Primera Guerra Mundial”. La
función achacada a ese término vino a reconocerse como una
reacción del Imperio Británico a la derrota que sufrieron los
planes de lord Palmerston contra ambos el Estados Unidos del presidente Lincoln
y el México de Benito Juárez. EU bajo Lincoln emergió en el
transcurso de 1863 a 1865 como una potencia continental desde el
Atlántico hasta el Pacífico, que no podía ser derrotada por
medios militares, sino sólo por la clase de corrupción que
caracteriza, de un modo extremo, al presente Gobierno de Bush y
Cheney.
El asunto estratégico que animó a la Gran Bretaña del
príncipe Eduardo Alberto fue la rápida difusión del modelo
del Sistema Americano de economía política, especialmente
después de la Exposición Centenaria de Filadelfia de 1876, entre
las principales naciones de América Central y del Sur, y muchas de las de
Eurasia, tales como la Alemania de Bismark, la Rusia del zar Alejandro III, el
Japón de la Restauración Meiji, y otras. La reacción
imperial británica a esos sucesos expresaba la tradición de la
facción gobernante, que era la de esos intereses financieros liberales
angloholandés que antes estuvieron relacionados con la
Compañía de las Indias Orientales británica de lord
Shelburne y el banco Barings, y que habían establecido su posición
como una potencia marítima imperial con el tratado de París de
1763.
Cómo puntualizó el malvado Bertrand Russell:
En cuanto a la vida pública, cuando cobré conciencia
política, Gladstone y Disraeli todavía se enfrentaban en medio de
la estabilidad victoriana, el Imperio Británico parecía eterno,
era inconcebible una amenaza a la supremacía naval
británica. . . Para un hombre de edad con tales antecedentes,
es difícil sentirse a gusto en un mundo de. . .
supremacía
estadounidense.[21]
El
sistema liberal angloholandés establecido en Inglaterra bajo el
depredador Guillermo de Orange, obtuvo su posición en tanto potencia
imperial de propiedad privada en febrero de 1763, mediante urdir una serie de
guerras ruinosas en Europa continental, la que culminó con la llamada
guerra de los “Siete Años”. Es de este proceso que deriva la
existencia de la Compañía de las Indias Orientales como potencia
imperial. Pese a la derrota implícita temporal que sufrió el
Imperio Británico en su intento de aplastar la independencia de Estados
Unidos de América, logró recuperarse y triunfar a través de
instigar, con ayuda de ese instrumento de la masonería expresamente
martinista, de lo que vino a conocerse a partir del 14 de julio de 1789 como la
Revolución Francesa y su secuela, que arruinó a todos los rivales
de los británicos en el continente europeo por medio de las guerras
napoleónicas.
Algunos engendros. Jeremías Bentham fue el instrumento de lord
Shelburne. Bentham fue el controlador de la escuela Haileybury, la cual
engendró las doctrinas económicas antiamericanas del sistema
británico, y también engendró la carrera de economista de
Karl Marx. Bentham estaba a cargo del brazo de inteligencia secreta del
Ministerio de Relaciones Exteriores británico, y le pasó la batuta
a un sucesor, lord Palmerston. El blanco de Bentham en las Américas
(aparte de ser prácticamente el propietario del traidor Aaron Burr) era
Sudamérica, donde se sentaron los cimientos para el control férreo
que Palmerston ejercería sobre las redes subversivas de la Joven Europa y
la Joven América a través del mismo Mazini que patrocinaba y
prácticamente era el dueño de Karl Marx. De ese modo Palmerston
creó lo que vino a ser la Confederación sureña, y
haló los hilos de su marioneta Napoleón III de Francia para
imponer a un genocida dictador Habsburgo en México.
La derrota que sufrieron las operaciones de Palmerston, lo que
dependió de forma decisiva de la actuación del presidente Abraham
Lincoln, le volteó la tortilla a las ambiciones imperiales de lo
británicos en todo el mundo.
La reacción a estos sucesos por parte del Londres del
príncipe Eduardo Alberto fue la determinación de aislar y, de ser
posible, destruir el sistema político–económico
estadounidense, por medio de desatar un conflicto intrínsecamente muy
destructivo en el continente Eurasiático. La intención era
erradicar el potencial de las naciones en vías de desarrollo de Eurasia
de seguir el modelo americano como se veía desde el exterior, en
términos del resultado de la victoria que obtuvo el presidente Lincoln.
La ejecución inicial de lo que Londres había pretendido que fuera
la llamada “Segunda Guerra Mundial” había expresado, desde
principios hasta mediados de los 1930, la misma intención subyacente para
la que se diseñó la Primera Guerra Mundial bajo Eduardo VII:
“completar la tarea sin terminar”, por así decirlo.
En realidad, la guerra se ganó por las iniciativas del presidente
estadounidense Franklin Roosevelt. Por tanto, cuando éste murió,
el imperio activó a sus agentes en EU para deshacer la victoria
estadounidense lo más pronto posible. A Londres le tomó más
de dos décadas destruir el sistema de tipos de cambio fijos del Bretton
Woods de Roosevelt.
El giro súbito contra las políticas del presidente
estadounidense Franklin Roosevelt que dio el Gobierno de Truman, puso al
descubierto la mano de los intereses imperiales liberales angloholandeses
basados en la ciudad de Nueva York, y cuyo cometido era imponerse sobre
EU.
Todos estos hechos son ciertos y, no obstante, por sí solos son
demasiado sencillos, demasiado fáciles de malinterpretar desde la
óptica de esas criaturas ingenuas que ven al mundo como un sistema
estadístico–mecanicista de interacciones percutientes entre
individuos y, por tanto, no toman en cuenta el papel eficiente de las verdaderas
ideas, de aquéllas afines en cuanto a calidad con las de la ciencia
física competente. Los seres humanos no son bolas de billar percutientes;
al menos no debieran ser juguetes tan desgraciados como esos.
Estas reflexiones sobre la historia reciente, nos traen nuevamente al
asunto de la revolución empirista de Paolo Sarpi. ¿Cuál fue
el pasado que engendró el futuro de Paolo Sarpi?
La revolución empirista de Sarpi
Allá por el siglo 16 europeo, la nueva situación que
impulsó a la mayoría de la oligarquía financiera centrada
en Venecia a pasarse al partido neoveneciano de Sarpi, fue definida sobre todo
por dos factores decisivos de cambio introducidos en la cultura europea como un
todo por los logros relacionados con el gran concilio ecuménico de
Florencia de mediados del siglo 15. El primer factor fue la creación del
Estado nacional soberano moderno, también conocido como república.
El segundo fue la restauración— después de dos milenios de
hegemonía del modelo oligárquico, y un milenio y medio desde las
muertes del Eratóstenes de la Academia de Platón y su
correspondiente Arquímedes— de la forma de principio en el que se
fundaba el progreso científico en el movimiento pitagórico en
tiempos de Platón.
Sir Tomás Moro, retrato de Hans Holbein. La aventura política
de Moro abarcó la mejor época del rey Enrique VII, hasta que la
cosa se puso fea con Enrique VIII. (Foto: www.arttoday.com).
Mira la nueva situación que hubo en Europa a principios
del siglo 16 como la hubiera visto Nicolás Maquiavelo, según lo
describió en su El príncipe y en su Discurso
sobre la primera década de Tito Livio.
Hasta la caída de Constantinopla en 1453 d.C. Italia había
sido inspirada de un modo que tiene que compararse con el estado mental
relativamente optimista que Percy Shelley expresa en su En defensa de la
poesía de 1821.[22] La creciente influencia de Nicolás de Cusa en la secuela de la
caída de Constantinopla tiene un paralelo importante con la posterior
erupción del movimiento clásico en Alemania y más
allá, lo que inspiraron Abraham Kästner, su protegido Gotthold
Lessing, y el gran amigo de Lessing, Moisés Mendelssohn. Luego, temprano
en el siglo 19, más o menos coincidente con la muerte de la voz
más grande del clasicismo alemán de ese tiempo, Federico Schiller,
y en particular después del Congreso de Viena de 1815, Europa pasó
de la cima del optimismo cultural, que ocurrió a la par de la victoriosa
guerra de Independencia de EU, al estado de pesimismo cultural expresado por el
correspondiente y no muy secreto admirador del príncipe de Metternich, el
protofascista G.W.F. Hegel.
Después, para Heinrich Heine, el enemigo fue la escuela
romántica, que emergió en torno a las victorias de Napoleón
Bonaparte y que ahora había triunfado. Heine vivió y trató
de encontrar un modo de actuar bajo el yugo de los males gemelos del kantianismo
y la escuela romántica, a la que odiaba. Igual Maquiavelo, en una
situación parecida, después de 1512 se vio inmerso— como lo
fue santo Tomás Moro, de ser una mente de, digamos, una era mejor, la del
rey Enrique VII— en los desafíos planteados por la reprensible
situación bajo Enrique VIII. Es con este trasfondo que podría
extraerse el meollo, pertinente a nuestros propósitos, del libro de
Maquiavelo, Discurso sobre la primera década de Tito
Livio.
Velo desde la perspectiva del siglo 16 en Europa, cuando algunos jaeces de
la Venecia de principios de ese siglo llevaron a los seguidores de Sarpi a
adoptar las políticas neovenecianas del abad Antonio Conti, a la
sazón radicado en París, políticas que fueron dominantes al
emerger en su nuevo ropaje liberal angloholandés bajo Guillermo de Orange
a finales del siglo 17. Tomados en cuenta esta serie de hitos, ¿cuál
es la lección que guarda para la Venecia de Paulo Sarpi el Discurso de Maquiavelo? ¿Cuál es la presciencia del
futuro, la condición límite que hay en el futuro, que arroja su
sombra presciente del futuro sobre el Maquiavelo que escribe ese Discurso?
La respuesta a ese conjunto de preguntas que he venido planteando en las
últimas páginas, yace en el dominio de la dinámica, a
diferencia de la cosmovisión del método
mecánico–estadístico de prognosis y análisis del
“luego entonces”. A mediano y largo plazo, el curso de la historia
lo determina las condiciones límite del período de marras al que
se aproxima. Así, desde la perspectiva del pronosticador
mecánico–estadístico: “siempre es el futuro que
determina al presente”. El destino expresado al lograr Sarpi la
supremacía sobre las políticas de la vieja Venecia a lo largo del
siglo 16, ya estaba determinando el curso de ese siglo a partir de 1492 d.C. No
estaba creando lo “inevitable”, pero sí definiendo las
encrucijadas de elección en las que escoger el destino a seguir, del
mismo modo en que lo que ocurra ahora con el principio del presupuesto de capitales a largo plazo determinará si EU y muchos
otros continuarán existiendo o no. Los signos turbulentos de un futuro
desenlace decisivo se expresan en esa interpretación del Discurso de Maquiavelo, que podríamos adoptar al verlo
escribir lo que leemos ahora en las páginas que escribió
entonces.
Nicolás Maquiavelo. La evolución futura de la Venecia de
Paolo Sarpi “arroja su sombra presciente” sobre el Maquiavelo que
escribe el Discurso sobre Tito Livio. Cualquier esfuerzo por continuar el
viejo modelo veneciano, contra la corriente del nacionalismo europeo moderno,
estaba claramente condenado al fracaso.
En otras palabras, ¿cómo descubrió Johannes Kepler la
gravitación?
Ésa, debe recalcarse aquí y ahora, es la forma en la que
debemos prever los cambios cualitativos inminentes dentro de nuestra propia
situación venidera al mirar hacia el futuro, como en la
actualidad.
A pesar de los grandes reveses que sufrió el Renacimiento Dorado,
expresados por la caída de Constantinopla y la orgía a lo nazi que
desató en España el gran inquisidor Tomás de
Torquemada,[23] la
combinación del desplome del sistema medieval normando–veneciano y
los logros del Renacimiento de mediados del siglo 15, causaron cambios
“estructurales” casi irreversibles en la cultura de Europa. Luego
del gran concilio ecuménico de Florencia, los principios relacionados del
republicanismo y del Estado nacional soberano introdujeron efectos
revolucionarios profundos en la cultura, los que resultaron ser irreversibles en
el curso de las generaciones futuras. La reacción de corte fascista, de
la que la Inquisición del gran inquisidor Tomás de Torquemada es
apenas un ejemplo, fue contra el Renacimiento, pero también fue
precisamente una reacción contra el cambio fundamental, axiomático
que se dio en el carácter de la cultura europea.
La facción de la “vieja” Venecia a la que representaba
Torquemada odiaba, pero también subestimó mucho, la profundidad
del cambio efectuado por el concilio de Florencia.
En su Discurso, que refleja la crisis continua del siglo 16
que expresan los sucesos de 1512 d.C., Maquiavelo reflexiona no sólo
sobre la derrota de su causa particular a la sazón, la alianza con la
Francia de Leonardo da Vinci; sino también sobre el seguro fracaso al que
está destinado cualquier esfuerzo por continuar el modelo de la vieja
Venecia contra la marea del nacionalismo europeo moderno desatada por el gran
concilio ecuménico de Florencia. Las fuerzas derrotadas de su
época, de las que Maquiavelo era parte, sufrieron un revés, mas no
fueron eliminadas. El Discurso reflejaba, ahora y entonces, las
realidades estratégicas de la época que los herederos de los
enemigos de Maquiavelo no podían escapar. El papel del pueblo, y en
especial de esos cambios relacionados encarnados en los avances técnicos
y sociales urbanos que emergían, eran hechos reales a los que los
neovenecianos tendrían que adaptarse o fracasar.
La adaptación de Sarpi, su revolución se expresó como
el liberalismo de lo que nosotros justa y llanamente identificamos aquí
como su partido nueva Venecia, engendro que vino a sustituir el poder veneciano
en el liberalismo angloholandés de Walpole y Shelburne en los siglos 17 y
18, y en el de los imperialistas británicos del siglo 19 que los
siguieron. Ese fue el liberalismo monetarista contra el que EU libró su
Guerra de Independencia, y en contra de cuya maldad los defensores de la
civilización adoptaron el preámbulo de su Constitución
federal.
La revolución liberal de Sarpi no fue en contra de Venecia, sino que
más bien significó un cometido para perpetuar a la
oligarquía financiera veneciana en el poder en una forma nueva, con
frecuencia, pero no siempre, de cuño en apariencia protestante. Era, de
hecho, en esencia ni protestante ni católica sino en realidad el culto
pagano a la tiranía del dinero. Ello representaba una revolución
en las pautas de conducta de la oligarquía financiera veneciana, una
revolución que esta oligarquía adoptó como la conducta
necesaria para contender con la nueva clase de amenaza establecida por las
repercusiones del gran concilio ecuménico de Florencia.
El principio del liberalismo
De ser el hombre el simio superior de la definición de T.H. Huxley y
su contemporáneo Federico Engels, el planeta no podría haber
sostenido más que unos pocos millones de representantes vivos de esa
especie en ningún momento de los últimos dos millones de
años. Lo que distingue al hombre del simio es, en esencia, la
distinción que hace V.I. Vernadsky, de la Academia de Ciencias rusa,
entre la biosfera y la noosfera. Este es el quid del asunto que
ocupó la atención de Sarpi.
Ambas partes de la controversia entre la vieja y la nueva facción de
la oligarquía financiera veneciana en el siglo 17, en esencia
coincidían con la deidad pagana maligna del Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo. Ambas estaban de acuerdo en que,
el mantener el poder del modelo oligárquico de sociedad dependía
de la bestialización relativa de la mayoría subordinada de la
población humana. Ambas convinieron en principio con la doctrina
“rompemáquinas” del ludismo de principios del siglo 19, y con
los fanáticos dionisíacos llamados “ambientistas” de
nuestro estrato “sesentiochero”, en que la idea del progreso
científico revolucionario en sí debe contenerse, y hasta
erradicarse y dársele marcha atrás.
Sin embargo, en el Imperio Romano este legado del culto al Zeus
olímpico y a la Esparte de Licurgo se hizo un axioma del sistema romano.
A este fin, la secta de Aristóteles y el sofista Euclides se
convirtió en una doctrina religiosa patrocinada por el Estado.
Esto no significó que no hubiera ningún progreso;
significó que la mayoría de humanidad debía ser condenada a
contentarse pacíficamente con esos estados de relativa servidumbre, tales
como la esclavitud o el vasallaje implícito, en el que a las clases bajas
no se les permitía apartarse de un nivel de relativo estancamiento
tecnológico hereditario digno de los “simios superiores” de
T. H. Huxley y Federico Engels.[24] A este fin, la cultura del Imperio Romano adoptó la
sofistería aristotélica de Euclides, como en el caso del embustero
Claudio Ptolomeo. A través de los canales imperiales de Roma, a partir
del emperador Constantino en adelante este legado doctrinario del Zeus
olímpico de la secta del Apolo délfico se introdujo como un factor
aun en las enseñanzas del cristianismo.
La catedral de Florencia. Las tres doctrinas principales de estadismo,
ciencia y diálogo ecuménico de Nicolás de Cusa surgieron
del concilio de Florencia de mediados del siglo 15, como la liberación de
la humanidad del legado de los imperios.
Estas cuestiones fueron el meollo de las deliberaciones de los concilios de
la Iglesia que llevaron a recrear un papado descarnado en torno a un principio
de humanismo cristiano, en el contexto del concilio de Florencia del siglo 15.
Las tres doctrinas principales de Nicolás de Cusa
—Concordantia cathólica (el establecimiento de un
sistema de Estados nacionales soberanos vinculados eucuménicamente); De docta ignorantia (el renacimiento de una ciencia física
libre de los fosos del dogmatismo ignorante en cuanto a ciencia); y su
diálogo ecuménico De pace fidei—, emergieron
de los elementos más destacados de ese concilio como la liberación
de la humanidad de los legados de los imperios.
La oligarquía financiera veneciana había fundado su esfuerzo
para resurgir en la destrucción de esos tres rasgos, de los que
dependió el gran renacer de la Iglesia cristiana y la dignidad del alma
individual humana en la sociedad del Renacimiento. La trama con la que se
traicionó a Constantinopla estuvo en el centro de la
“contrarrevolución” de Venecia contra el
Renacimiento.
Lo irónico, como atestiguan los casos ejemplares de Luis XI de
Francia y su seguidor Enrique VII de Inglaterra, es que las políticas del
genio egregio del cardenal Nicolás de Cusa habían infectado la
sociedad con un nuevo poder del individuo humano, per cápita y por
kilómetro cuadrado. El derecho de liberarse de los grillos de la
esclavitud de dogmas pervertidos, tales como el del fraude astronómico de
Claudio Ptolomeo, había encendido la chispa de la humanidad verdadera en
las filas de individuos típicos de la sociedad. Esta liberación
del derecho a expresar esos poderes de creatividad que ponen al individuo humano
por encima de las bestias, creó una forma de sociedad físicamente
más poderosa, per capita y por kilómetro cuadrado, que ninguna
vista en Europa desde el ascenso del Imperio Romano a finales de la segunda
guerra Púnica.
Hasta la época de Maquiavelo, ningún seguidor de
Nicolás de Cusa expresó esta liberación de la creatividad
científica y artística innata de la naturaleza humana individual
mejor que el reconocido seguidor de Cusa, Leonardo da Vinci, y nadie
después de Leonardo de forma más completa que el fundador de una
forma sistemática de ciencia práctica, Johannes Kepler. Cuando
leemos el Discurso con lo que he presentado hasta ahora en este
capítulo como telón de fondo en mente, hemos de reconocer las
implicaciones militares y estratégicas relacionadas de lo que Maquiavelo
escribe allí. Sin embargo, tenemos que leerlo en el contexto
de la revolución científica y cultural puesta en marcha por la
insurgencia de la revolución política y social relacionada con el
principio republicano que expresan los casos de Luis XI y Enrique VII.
La ostentosa tumba del especialista en magia negra sir Isaac Newton
se encuentra en Westminster Abbey, Londres.
Por lo tanto, Paolo Sarpi y su lacayo Galileo le prestaron mucha
atención al trabajo de Johannes Kepler. Plagiarían y luego
mutilarían los descubrimientos de Kepler, pero después
actuarían para suprimir el conocimiento de la obra original que
habían plagiado con malicia de este modo.
Lo que el partido nueva Venecia de Sarpi y Galileo reconoció, fue
que sus fuerzas no debían quedarse a la saga de las capacidades
tecnológicas que generaba la ciencia europea moderna porque, de otro
modo, las fuerzas de la civilización los aplastarían por su
descuido. Sin embargo, tenían que mostrar una dedicación
fanática a suprimir el conocimiento de los métodos que en realidad
generaban el progreso científico, si es que iban a impedir que el
progreso arrollara el interés oligárquico representado por la
facción Veneciana.
El resultado abarcó el fenómeno de la educación
“basada en libros de texto”. En otras palabras, el fomento del
“adoctrinamiento” bajo la jerarquía de un conjunto de
sacerdocios “científico” y
“artístico–cultural” al estilo babilónico, para
los cuales el conocimiento es algo que se transmite acorde a
“cánones”, sobre todo por “imposición de
manos”. Esta fue la esencia de la adopción de Paolo Sarpi del
legado del irracionalista medieval Guillermo de Occam: la innovación
está permitida, pero hay que rendirle culto en la forma de un
“misterio religioso”, como lo simbolizan las doctrinas arraigadas en
el irracionalismo de Galileo, sir Francis Bacon, Tomás Hobbes, Descartes,
John Locke, David Hume, François Quesnay, el Adam Smith de Shelburne y
los francamente pro satánicos Bernard Mandeville y Jeremías
Bentham.
De esto despréndense los dogmas irracionalistas del positivismo de
siglo 19, y los arranques más radicales de total depravación moral
del siglo 20 relacionados con Bertrand Russell y las sectas existencialistas de
los seguidores de Husserl y demás. Podrá tolerarse la ciencia
física, pero a condición de que las raíces del poder del
hombre de descubrir principios universales eficientes de ciencia física y
obras artísticas clásicas se encubra con el manto de esas formas
descabelladamente arbitrarias y, en últimas, dionisíacas de
misticismo existencialista que refleja en extremo el lunático misticismo
contemporáneo de un Alan Greenspan o Ben Bernanke, y de esos depredadores
puros, sucesores moderno de la secta de John Law: los “fondos
especulativos” de la actualidad.
Para estas criaturas no hay principios físicos universales,
sólo acumulaciones reduccionistas al extremo de las formulas
matemáticas que emplean, como el dogma Black–Scholes de LTCM, como
substituto para el verdadero pensamiento humano.
En lo afirmativo
Como subrayó el amigo del apóstol Pedro, Filón de
Alejandría, el sustituto aristotélico para “Dios” fue
el arquitecto, y así la víctima de un designio inmutable de Su
propia creación. Los gnósticos presumieron que, ya que
Satanás no había celebrado ningún contrato, el dios
aristotélico estaba en libertad de dar tumbos por el mundo de la
existencia del hombre mortal sin muchos estorbos. Contrario a tales doctrinas
estúpidas, el Creador no le ha fallado la humanidad; más bien, la
humanidad con frecuencia ha traicionado a su Creador. Para algunos de nosotros
esto es claro, pero todavía es un “hueso duro de roer” para
la mayoría de los que viven hoy.
Este fue un trago muy fuerte para aquellos que le daban cuerda al
especialista en magia negra, el mentecato sir Isaac Newton, y le atribuyeron
dichos curiosamente perversos a su marioneta. Incorporaron al libreto que le
dieron la noción de que el Creador le dio cuerda al universo como a un
reloj, y que después se quedó ocioso hasta cuando, como
puntualizó Godofredo Leibniz, hubo que despertarlo para darle cuerda al
reloj de nuevo.
Creencias como ésas insultan tanto al Creador como al hombre; son un
insulto cuanto más congruente con las intenciones de la doctrina
empirista de Paolo Sarpi: la doctrina del Satanás conocido de otra forma
como el Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo,
doctrina que le veda al hombre conocer el acto de descubrimiento de cualquier
principio físico universal. Más bien, es muy revelador lo que el
plagiador pro satánico y empirista Adam Smith dice en su Teoría de los sentimientos morales
. . . la custodia de la felicidad universal de todos los seres
racionales y sensibles, es asunto de Dios y no del hombre.. . . La
naturaleza nos ha conducido a buena parte de ellos por instintos originales e
inmediatos. Hambre, sed, la pasión que une a los dos sexos, el amor al
placer y el temor del dolor, nos impulsan a aplicar esos medios sólo por
lo que son, y sin consideración alguna de si tienden a esos beneficiosos
fines que el Gran Director de la naturaleza intentó producir por medio de
ellos.
Gnósticos paganos tales como René
Descartes, John Locke, Bernard Mandeville, François Quesnay y el
plagiador Adam Smith, niegan que existe esa cualidad que le es única al
Creador y a la mente humana individual, de descubrir y emplear los principios
físicos universales que deben guiarnos a cumplir lo que Génesis 1:26–31 especifica como las obligaciones
mosáicas. Como V.I. Vernadsky demostró de modo riguroso por medio
de la ciencia física experimental, los principios de los procesos
vivientes definen un dominio de espacio–fase físico superior del
trabajo de los procesos vivos: la biosfera. Y los principios de la
cognición humana ponen al individuo humano y a la sociedad por encima del
nivel de simples procesos vivientes: la noosfera, donde yace el descubrimiento
de formas cognoscibles de principios físicos universales. Tal es el caso
para el descubrimiento único, original de Kepler, del efecto infinito
pero infinitesimal de la gravitación universal. El descubrimiento
eficiente de tales principios, y la reproducción de semejante
experiencia, expresa la separación absoluta entre el hombre y las bestias
autoprofesadas, tales como sir Isaac Newton y los perversos asquerosos Bernard
Mandeville y Adam Smith.
Satanás, por tanto, puede echarse una siesta mientras Paolo Sarpi
está de turno en la Casa Blanca y en el despacho de ese presidente del
vicio: Dick Cheney.
Son aquellos poderes creativos inherentes a la mente humana individual los
que, cuando se les nutre para que fructifiquen, definen al individuo humano como
a un ser que cobra expresión en la forma de un cuerpo vivo mortal, pero
cuya distinción esencial es la de un ser cognoscitivo
implícitamente inmortal. Es típico encontrar esta ironía en
la realidad en la inmortalidad del acto de transmitir esas ideas de veracidad
inmortal tocantes al proceso de la Creación sin límites: el
universo en el que existe la humanidad. Estas son ideas que cobran
expresión en la forma de descubrir y aplicar principios físicos
universales y artísticos clásicos. Esta es la belleza y la
pasión que la composición artística clásica le
imparte al acto de descubrimiento, y el reconocimiento del trabajo de propagar
principios físicos universales cognoscibles que, unidos en la
práctica, distinguen la esencia del hombre de la bestia.
No hay nada que no pueda conocerse en el acto de descubrimiento de un
principio físico universal válido, ni en el principio
mismo.
A diferencia de ese bruto devoto del Zeus satánico, Tomás de
Torquemada, el sirviente gracioso de Satanás, tal como el seguidor del
empirista Paolo Sarpi, no objeta a la ciencia; más bien, la adopta y la
sodomiza. A diferencia del aristotélico, que rehúsa aceptar una
realidad contraria a su dogma, que sólo puede defender a fuerza bruta, el
taimado Mefistófeles seguidor de Paolo Sarpi, como el “Uriah
Heep” que nos pinta Charles Dicken o los personajes manipuladores que
aparecen en el Retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde, adopta al
chico y le da a esa víctima su nombre real escogido por Sarpi: empirismo.
Eso, para que acarrease su propia destrucción con que el chico tontamente
adopte ese premiado legado académico o uno semejante.
Es así cómo han inducido a miembros relevantes del Congreso
de EU y a otros a morder el anzuelo de la ilusión de los
“biocombustibles”.
3. El poder intrínseco de las
ideas
Lo prácticamente criminal que Clausius, Grassmann, Kelvin, y
demás le hicieron a la obra de Sadi Carnot, fue tomar una
expresión de la cualidad de la mente humana, el efecto de la
práctica del descubrimiento de principio físico de una misma
calidad que el descubrimiento de la gravitación universal de Kepler, y
tratarla como el lacayo del satánico Sarpi, Galileo, trató de
violar sodómicamente la sustancia de los descubrimientos de Kepler del
principio físico universal del Creador.
En este asunto, como demostraré aquí, los descubrimientos de
V.I. Vernadsky respecto a la biosfera y a la noosfera son de importancia
decisiva para poner en evidencia el fraude que impregna la estafa de los
“biocombustibles”.
Primero, hago algunas observaciones esenciales sobre cómo la
opinión popular crédula tiende a impulsar a los políticos y
a otros ciudadanos hacia un estado de virtual estupefacción, en materia
de los “biocombustibles”.
El propósito de mi planteamiento en este informe es, como lo he
hecho en otros parecidos, ayudar al ciudadano que desea librarse de su
susceptibilidad a caer en la trampa de la clase de estafas que describo
aquí. Al respecto, es justo decir que el peor pecado del ciudadano
común es su acostumbrado orgullo en su propia estrechez mental. Por
ejemplo, piensa en: “Baja las cosas a mi nivel; ¡yo soy una persona
práctica”.
Ese sentimiento común y, francamente corrompedor, ha de reconocerse
como el meollo de la cuestión en el caso clínico planteado y
abordado en el cuento famoso de Daniel Vincent Benet: El diablo y Daniel
Webster. Para mi gusto de la historia verdadera, Benet le da a Webster
demasiado crédito, pero el cuento es bueno, un relato bien narrado por un
artista con oficio.
¿Cómo es que el fraude de los “biocombustibles” ha
seducido a tantos congresistas estadounidenses? El senador John Thune (izq.) y
el representante Jeff Fortenberry se montan al tren del etanol en
2006. (Foto: Ford Motor Co.).
Sobre el particular, es con frecuencia la estrechez mental y,
por tanto, la intrínsecamente errónea noción del
interés propio del individuo infectado con la a veces fatal necedad
llamada el “sentido común”, lo que desespera a aquellos de
nosotros, como yo, que tenemos que mirar una y otra vez con horror compasivo lo
que la mayoría de nuestros conciudadanos se hacen a sí mismos y a
nuestra civilización; lo que con frecuencia se hacen a sí mismos,
y también a sus familias y a nuestra república, con su insistencia
autoembrutecedora, cada vez que se discute cualquier asunto serio de ciencia o
de una cualidad de principio relacionada, de “pon los pies en
tierra”, esa misma tierra en la que el creyente y hasta nuestra
nación pueden ser enterrados, y muy pronto. Nada ilustra esto mejor, y
tarde o temprano del modo más dramático, que la taimada estupidez
que ve un determinado interés propio en fomentar la causa de los
“biocombustibles”.
Así que el taimado yanqui del cuento de Benet, acepta el equivalente
moral del cebo de los “biocombustibles”, como lo representa el
más marrullero “señor Scratch” [raspa] (notable por
“ráspate unos pesos”), y nos deja a aquellos de nosotros
(como yo), que somos menos dados a tragarnos el sentimentalismo popular, la
tarea de rescatar al pobre embaucado del destino que le había deparado el
“señor Scratch” desde un principio. Por tanto, te lo suplico,
no dejes que te conviertan en otro pobre “ibiota”.
La misma necedad populista que manifiesta el tonto con los pies en tierra
embaucado por el “señor Scratch”, la encontramos
también a un nivel relativamente más alto de la vida intelectual,
digamos, en el estudiante de posgrado en una carrera científica que
acepta la propuesta de graduarse con los honores conferidos por una
versión académica del “profesor Scratch”, en vez de
tomar en cuenta las pulsaciones de la historia faccional de las culturas, lo que
lleva a algunos a adoptar ésta o aquella fórmula impartida, y no
otra más o menos igual de disponible. Así que el “deseo de
creer” es la premisa subyacente del dogma falsificado que con frecuencia
pasa por la sabiduría científica aceptada. ¿Cuántas
veces no he oído la premisa del sofista embaucado: “Pero, yo tengo
que creer. . .”?
De lo que debe de haberse reconocido, de lo que yo ya he reiterado de nuevo
en este informe, como ciertas pulsaciones entre epistemologías en
conflicto en el desenvolvimiento de las tradiciones científicas y
artísticas desde la antigüedad hasta la Europa contemporánea,
el pensamiento científico y relacionado competente tiene que encontrar un
nivel de juicio superior a lo que con frecuencia pasa como una premisa
“autoritativa”, pero errónea de un sistema de creencia
particular. En otras palabras, el juicio socrático, del que los
métodos de los pitagóricos y Platón son modelo de esta
pauta superior en la búsqueda de la verdad. La señal moderna
más eficiente de esta precaución esencial, no es otra que la que
expresa de modo explícito el titulo de la disertación de
habilitación de 1854 de Riemann: Sobre las hipótesis en las
que se fundamenta la geometría. Para efectos de precisión,
lo que reza el título lo subrayan los tres primeros párrafos de
esa misma obra.
Para lo que tratamos aquí, tiene una pertinencia política
práctica notable el que yo empecé la segunda fase de la
evolución de lo que se conoce internacionalmente como el
“Movimiento de Juventudes Larouchistas” (LYM), aseverando que, la
educación científica no podría prestarle el servicio
deseado al estadismo, a no ser que el principio de contrapunto relacionado con
el ejemplar Jesu, meine Freude de J.S. Bach, fuera tratado como un
rasgo integral, dinámico de la tarea de reexperimentar lo más
esencial del descubrimiento científico. Es la pasión que incita el
papel de la coma pitagórica en expresiones coherentes de
contrapunto bien temperado, como en el reto de interpretar una expresión
del bel canto florentino en esta obra de Bach, lo que aporta el elemento
apasionado de la veracidad, como hábito, a la tarea de buscar la verdad
científica. El científico que de común se acepta en
nuestros días sueña en blanco y negro; el interprete consumado de
música clásica sueña a colores. Ese donde los dos
coinciden, que la creencia se vuelve realidad, que adquiere la calidad de la
verdad.
Lyndon LaRouche charla con miembros de su Movimiento de Juventudes
Larouchistas (LYM) luego de una videoconferencia que dio en Washington, D.C. El
enfoque doble de LaRouche para educar al LYM consiste en el dominio de los
descubrimientos científicos de Kepler, Gauss y Riemann, por un lado, y de
los principios del contrapunto de J.S. Bach, por el otro, para así
aportar “el elemento apasionado de la veracidad, como hábito, a la
tarea de buscar la verdad científica”. (Foto: Stuart Lewis/EIRNS).
La verdadera ciencia, al igual que la obra artística
clásica que nos legaron Leonardo da Vinci, Rafael Sanzio, Rembrandt, J.S.
Bach, Wolfang Amadeus Mozart, Beethoven y demás, une la vida mental con
referencia a principios comunes subyacentes, que abarcan la gama de todo lo que
en verdad sabemos sobre las experiencias de la evolución de la cultura,
que expresan la ciencia y el arte clásico en el lapso de la historia
conocida de Europa hasta la fecha, y aun más allá. Este principio
es lo que separa la ciencia y la cultura artística verdaderas, de los
trucos de monos que con frecuencia pasan como substitutos de la ciencia, y el
entretenimiento popular hoy día.
Por tanto, mi misión ha consistido en reunir lo esencial de la
historia del progreso político–cultural y científico europeo
de los últimos tres mil años aproximadamente, y algunos elementos
esenciales previo a eso. El reto ha sido ver los sucesos históricos de
marras desde arriba, con la meta de examinar esta historia como una unidad
funcional, en cuanto a su esencia subyacente irreducible.
En esto he contado con la colaboración de mi esposa y otros en
Europa, como en el caso de los notables aportes originales que ella hizo al
entendimiento del gran concilio ecuménico de Florencia y al papel de
Nicolás de Cusa en general, y en lo que toca a la contribución
específica decisiva de Cusa a la puesta en marcha de una
orientación a favor de las exploraciones transatlánticas y
transoceánicas, y de fomentar de forma directa, aunque póstuma, el
primer viaje de Cristóbal Colón. Ello lo ha complementado de modo
similar con sus extensos estudios de la obra de Federico Schiller, que tuvo una
función importante en profundizar nuestra comprensión de las
raíces europeas de la Revolución Americana.
La historia de la civilización europea, y también las
raíces de esa civilización definida en términos más
amplios en milenios previos, ha hecho que mi vida interna sea genuinamente
feliz. Esta felicidad se ha fundado en un sentido de la existencia del hombre en
total, como un proceso que puede entenderse como la lucha por la
superación de la condición humana. La especie humana es una sola,
sin divisiones esenciales, pero únicamente variaciones de acción
recíproca en su experiencia histórico–cultural, una
experiencia que se sustenta, con efectos determinantes, en una convergencia
implícita en una meta futura común, a la que se llega por esas
distintas rutas de viaje que hoy nos encaran con la necesidad de hacer valer el
principio del Estado nacional soberano, en defensa de los diversos intentos
pasados y presentes de arruinar a la humanidad, a través de hacerla
descender al infierno virtual de un nuevo eco “globalizado” de la
Torre de Babel.
En total, para mí la consideración más importante ha
sido la de escapar de esa maldita pequeñez de espíritu y
opinión que hoy pasa por “opinión popular”, de esa
execrable mezquindad que es el argumento, en la unidad de efecto, de la batalla
de Benet contra el demonio del populismo, de principio a fin, en su El
diablo y Daniel Webster. Tal es el reto de salvar las almas de los
“ibiotizados” del infierno, a la que su necedad oportunista amenaza
con acarrarle a ellos, a nuestra nación y a toda la sociedad en su
conjunto también.
Ahora, regresemos a la dinámica
En sus escritos de 1935–1936 y posteriores sobre el asunto de la
biogeoquímica, el fundador de esa rama de la ciencia física, V.I.
Vernadsky, recalcó que, en tanto los procesos vivos al parecer se
componían de los mismos elementos químicos que los no vivos, la
organización de los procesos vivos reflejaba un principio ausente del
dominio de los que por naturaleza eran procesos no
vivos.[25] Esta declaración
de Vernadsky le dio una sustancia científico–experimental decisiva
a la noción de un principio físico universal de la vida, como algo que abarca un espacio–fase universal distinto en calidad al de
los procesos no vivos. Esta era y sigue siendo, la única
definición competente de una biosfera.
Con efecto similar, Vernadsky luego introdujo el concepto de la noosfera como un dominio en el cual un proceso vivo, la especie humana,
difería de un modo cualitativo de los límites de la biosfera, de forma comparable a la diferencia entre el dominio de la
biosfera y los procesos característicamente no vivos (por ejemplo, los
sub bióticos). Este concepto de la noosfera nos dio una
definición física de lo que con propiedad clasificamos como los
procesos noéticos del intelecto humano, esos poderes potenciales
en realidad creativos de la mente humana individual, que apartan a los miembros
de la especie humana de cualquier otro tipo de proceso vivo.
Estas comparaciones llevan nuestra atención al asunto de la
clorofila, a la que representa una placa de moléculas con forma de
renacuajos que transforman la luz solar que absorben a una densidad de flujo
energético baja, por el rasgo “tipo antena” de la
molécula, en una densidad de flujo energético relativamente alta
del pulso emitido desde dentro del átomo central de la
“cabeza” de esa placa; el pulso de una densidad de flujo
energético relativamente más alta que la de la luz solar
incidente; la densidad necesaria para separar el oxígeno y el carbono del
dióxido de carbono.
Por tanto, cuanto mayor sea la cantidad de dióxido de carbono
disponible para esta función de la clorofila, menor la temperatura media
relativa del ambiente, y también mayor el reciclado de la humedad de agua
a través de la ecología. Las hierbas son útiles en este
sentido, pero el desempeño de los árboles es fuente de un efecto
mucho más placentero para los habitantes locales, y mi opinión
sobre las pautas a seguir en lo que toca a los árboles de mango
híbridos, coincidió con la de la primera ministra Indira Gandhi en
su momento. [26] Eso basta en cuanto
a la creencia lunática en el dogma religioso de los “gases de
invernadero”, los cuales las bocas de los llamados ecologistas parecen, de
hecho, suministrar en grandes volúmenes.
En un sentido más amplio, la función de energía no se
ubica en esencia en el número de calorías contabilizadas, sino en
la “densidad relativa del flujo energético” de la fuente que
la provee. La ingeniosa actividad que realiza la humilde clorofila para crear un
ambiente habitable, nutrir y proporcionarle otras comodidades a la vida humana,
sólo ilustran un principio general que abarca el total de cualquier
enseñanza y práctica competente de la ciencia de la
economía física, y el diseño de políticas de
cualquier gobierno moderno relativamente cuerdo.
En general, aparte de los procesos vivos como tales, el poder de la
humanidad de existir, medido per cápita y por kilómetro cuadrado
de las condiciones de la superficie terrestre, siempre ha dependido del progreso
en las formas de energía empleadas, de “densidades de flujo
energético” relativamente bajas a más altas en calidad. Por
ejemplo hoy, la existencia continua de una población humana en el planeta
de un modo comparable con el actual, requiere cambiar en lo inmediato de la
combustión del petróleo y el gas natural, a la energía de
fisión, y a la fusión termonuclear como recurso primario en
más o menos una generación; y para nuestra futura relación
con nuestro sistema solar, de dominar de algún modo las implicaciones de
la densidad mucho más alta que implica la llamada reacción
“materia–antimateria”.
Como el caso de la clorofila apenas lo ilustra, un asunto crucial
relacionado es, que el desarrollo del sistema solar en el que hoy vivimos se
remonta a su evolución a partir de un sol joven, solitario que giraba
rápido (algo de esto puede explorarse como un tema de discusión
posterior). La emergencia de lo que vino a conocerse como la tabla
periódica de los elementos, al igual que la evolución del propio
sistema planetario, refleja el mismo vector antientrópico de desarrollo
que encontramos en lo que le aportó la evolución de la clorofila a
la posibilidad de la vida humana aquí.
De allí que, por ésta y razones relacionadas, debería
quedar implícitamente claro que la llamada “segunda ley de la
termodinámica”, es un fraude total cuando se la presenta como un
supuesto principio general de procesos físicos. Si fuere en realidad un
principio físico, el sistema solar habría comenzado con la
existencia de la humanidad y descendido a partir de entonces hasta bajar al
reino de los gusanos en la actualidad, y, de ahí, a los procesos no vivos
en general, hasta que todo el universo acabe en un estado pasivo
gruñón de “muerte calórica
universal”.
En breve, fue el papel de la llamada “densidad de flujo
energético”, como este concepto se generalizó en las filas
de los científicos nucleares entre los años 70 y 80, lo que vino a
ser la consideración determinante que rige cualquier tratamiento del
asunto de la energía.
Sin embargo, ahí no acaban los temas que presentamos aquí
para su consideración.
Esto lleva nuestra atención de nuevo al asunto de la dinámica.
Como ya he recalcado, el principio de la dinámica aparece en
la historia de la ciencia europea como el principio central, dúnamis, de la obra de los pitagóricos y los grupos
relacionados con Sócrates y
Platón.[27] Leibniz lo
introduce en este sentido en su ataque demoledor contra la perspectiva
incompetente y el método mecanicista de René Descartes y los
seguidores de éste y Newton. Sin embargo, la forma en que lo usó
Leibniz, aparece otra vez de modo explícito cuando Riemann posteriormente
avanza las hipergeometrías de Gauss a la forma de hipergeometría
física, [28] algo que ya
estaba presente de forma implícita en el método que Riemann
empleó en su disertación de habilitación de 1854. Esta
noción de la dinámica en la física (en lugar de una simple
matemática formal) hipergeométrica es el meollo de los
métodos competentes de las formas dinámicas de prognosis
económica hoy.
En esencia, como ya implican los párrafos iniciales de la
disertación de habilitación de Riemann de 1854, la noción
de principios físicos universales, tales como la elaboración de
Kepler de un principio universal de gravitación, corresponden al asunto
de la hipótesis tratada en la presentación de 1854.
Resumiendo ese asunto provisional, cualquier principio físico
universal, tal como el principio de gravitación universal, un
descubrimiento original de Kepler, define un objeto tan grande como el mismo
universo ilimitado (como el de Alberto Einstein), un principio de acción
de grano tan fino como un infinitesimal virtualmente absoluto. El que Kepler
reconociera que la acción eficaz de este principio universal tiene que
ubicarse dentro de los límites de un infinitesimal, fue lo que lo
motivó a encomendarle a los matemáticos del futuro la
elaboración de un cálculo en específico infinitesimal, y lo
que llevó a Leibniz a elaborar precisamente tal solución, a partir
de un informe sobre la materia que le entregó a un editor parisino en
1676, y que culminó cuando introdujo los conceptos de un principio
universal entrelazado con la catenaria de un modo dinámico de
mínima acción física, más o menos a fines del siglo
17 y comienzos del 18.
La perspectiva que resulta ahora en materia de ciencia física,
incluyendo la economía física, es que el mundo real de nuestra
experiencia está circunscrito en lo “externo”, por así
decirlo, por principios físicos universales, comparables a la
gravitación universal descubierta por Kepler. Queda implícito que
el dominio es un universo finito, sin límites externos, pero que a
lo interno lo delimita la extensión del alcance de principios
físicos universales. Por tanto: un universo finito, pero no limitado
externamente.
Los poderes bióticos y cognoscitivos
Hasta aquí en nuestro argumento hemos recurrido a una
aproximación, la de tratar a nuestro universo como si todo fuera un
asunto de espacio–fase abiótico. Ahora tenemos que volcar nuestra
atención a ciertas observaciones pertinentes breves, pero de importancia
decisiva en materia de la biosfera y la noosfera, respectivamente.
El hombre nunca ha podido demostrar que la vida puede generarse de procesos
no vivos, ni que pueden generarse procesos cognoscitivos humanos de cualquier
forma de vida que no sea la de individuos humanos. De allí que, la vida
existe como un principio universal cuyo poder yace fuera del dominio
abiótico, pero tiene la capacidad de organizar dicho dominio. Por tanto,
los poderes cognoscitivos de la mente humana individual que se relacionan con
descubrimientos de principio eficiente validables en forma de ciencia y arte
clásico, están fuera, pero actúan con eficacia sobre los
dominios biótico y abiótico.
De ese modo, la “historia” de nuestro planeta es la
de la transformación continua de su masa total, en la que la biosfera
prevalece. Asimismo, esa historia enseña que la noosfera aumenta a un
ritmo que acelera en general en cuanto a masa, en relación tanto a la
biosfera como al planeta en su totalidad.
La vida y la cognición son principios universales relativamente
distintos, donde la cognición infecta el estrato biológico
apropiado en la biosfera, y el planeta como un todo cada vez más viene a
ser una expresión de un proceso vivo.
En este sentido, el tratar de usar un elemento de la biosfera, los
productos alimenticios, como energía abiótica, no distaría
mucho en los anales de la ciencia o la moralidad, de que uno criara y se comiera
a sus propios hijos como forma práctica de producir comida.
Por tanto, hasta que hayamos tomado en cuenta ese reto, el rasgo más
interesante de esa disposición sigue siendo que, cada descubrimiento
agregado de aun otro principio físico universal define un universo de una
calidad aun finita, pero ilimitada, pero que cambia a voluntad del hombre en la
medida en que éste impone ese principio descubierto en ese universo.
Entonces, en ese sentido específico, tales principios le dan al universo,
cuya existencia es eficaz, un nuevo carácter autolimitado, siempre y
cuando el hombre aplique esos principios, en tanto cambios, al universo como si
hubiera existido eficientemente un momento antes.
La geometría física que supone semejante disposición
define un universo antientrópico por naturaleza; un universo en el que el
sol genera un sistema planetario, cuyo desarrollo proporciona una
fundación para la expresión de procesos vivos, los que, a su vez,
crean las premisas para que entren en juego los poderes creativos del individuo
humano como una fuerza de cambio en últimas cada vez más poderosa
en el sistema solar como un todo.
Esta es la calidad de un universo congruente con la función de la
dinámica de la acción voluntaria de mentes individuales dentro de
los confines de la noosfera de Vernadsky.
Por tanto, la existencia de la sociedad la delimita el poder que los
principios descubiertos en uso le brindan a la humanidad, medido per
cápita y por kilómetro cuadrado de superficie del planeta de
conjunto, y también, por tanto, cualquier región significante de
ese planeta. La posibilidad de que continúe la existencia humana depende,
por tanto, de descubrir y aplicar nuevos principios físicos, principios
ordenados, al menos en su mayoría, acorde a un principio de
antientropía universal en un universo físico
antieuclidiano.
En cualquier momento en este proceso, el principio expreso de acción
necesario tiene la forma que excluyen de modo axiomático los
reduccionistas tales como los cartesianos y la escuela de termodinámica
de Clausius y Kelvin, y sus sucesores radicales positivistas, tales como los
seguidores de los ideólogos rabiosos Ernst Mach (verbigracia: Ludwig
Boltzmann), y de modo enfático, Bertrand Russell (verbigracia: Norbert
Wiener y John von Neumann).
En este orden de asuntos universales, la antientropía es la regla
penetrante de principio.
En este universo, el reduccionista al extremo maltusianismo moderno de la
secta del “calentamiento global”, la de los seguidores de Kelvin, no
expresa nada que no sea comparable con el mismo Satanás.
Cada estadio de la existencia de la sociedad lo delimita de modo
antientrópico la necesidad de desarrollar el poder físico del
hombre per cápita y por kilómetro cuadrado, como aproximaciones
pedagógicas mensurables de “densidad de flujo
energético” per cápita y por kilómetro cuadrado. A
medida que nos acercamos al límite actual, esa condición reacciona
sobre el proceso contenido dentro de tales límites. Esto requiere que la
sociedad cambie de conducta, que tome el rumbo equivalente a aumentar la
“densidad de flujo energético”, per cápita y por
kilómetro cuadrado. Ello significa una nueva categoría de avances
técnicos revolucionarios, y que una proporción creciente de la
población total se dedique a tareas característicamente
antientrópicas de progreso científico y cultural congruentes, a
diferencia de otras funciones.
No sería posible lograr esta ventaja sin la adopción de un
concepto del hombre que fuere congruente con el cuadro que acabamos de resumir,
sobre la característica antientrópica de la autoconcepción
autoconsciente por naturaleza del individuo adulto del tipo con viabilidad
permanente en la sociedad.
Este es el significado práctico de la dinámica para
propósitos de sentar pautas para EU y otras naciones hoy.
Así, en últimas, promover biocombustibles no sólo es
una estupidez; a los ojos del Creador, también es perverso.
—Traducción de Ingrid Torres, Jonás Velazco, Carlos
Cota Moreno, Liza Niño, Abraham Ortega, Mariana Toriz, Fernando
Espósito, Diego Bogomolny, Fernando Barrera, Emiliano Andino y Oscar
Valenzuela del LYM.
[1]Los
efectos monstruosamente destructivos de alentar en general el uso de los
llamados “biocombustibles” se documentan en informes publicados por
mis
colaboradores.
[2]Bernard
Riemann planteó un desafió de principio matemático
implícito contra el menjurje de Rudolf Clausius en su “Ein Beitran
zur Elektrodinamik” de 1858, el cual, a su vez, fue cuestionado en defensa
de Clausius por Hermann Grassmann, quien para ello tuvo el apoyo de Henrich
Weber, el editor de “Riemanns Werke”. La obra de marras de Riemann
se sustentaba en una de las corrientes del avance de la termodinámica
(como subrayó mi colaborador en la Fundación de Energía de
Fusión, el ahora difunto profesor Robert Moon, un discípulo del
profesor William Draper Harkin). Es irónico que el método que
Riemann aplicó a la electrotermodinámica vino del trabajo que el
llevó a cabo con el hermano de Heirich Weber, Wilhelm, con el respaldo de
Carl F. Gauss. El asunto aquí es uno de método: el resultado de la
dinámica de Leibniz en el método científico de Riemann,
versus el método reduccionista (neocartesiano) de Clausius, Grassmann, J.
C. Maxwell, y demás, y de los aun más radicales reduccionistas
seguidores de Ernst Mach, tales como Ludwig Boltzman. Éste es el
método reduccionista en termodinámica, el de tratar un efecto que
tan sólo es frecuente, como sustituto nominalista de un principio
físico del simple matemático. Esta perversión
ontológica es la raíz de la doctrina posterior, y aun peor, de
tales devotos de Bertrand Russell como Norbert Wiener y John von Neumann, una
doctrina en extremo mucho más incompetente que la de los autores de la
llamada “segunda ley”. La falacia metodológica fundamental
del argumento de Clausius y Grassmann la ilustra su ignorancia de lo que todo
estudiante moderno de ciencia física debe estudiar: las implicaciones
decisivas de cómo trata Johannes Kepler la materia del ecuante y, por
tanto, la función de la verdadera dinámica en el avance
singularmente original anticartesiano que realiza Leibniz en el cálculo
del infinitesimal
kepleriano.
[3]Lázaro
Carnot (1753–1823), famoso científico y genio militar, y
oficialmente el “organizador de la victoria” de Francia, estuvo
vinculado con Gaspar Monge en la fundación y evolución de la Ecole
Polytechnique, a la sazón la principal asociación
científica del mundo, y estuvo relacionado del mismo modo con Alejandro
de Humboldt de Alemania. Entre los del entorno de la Ecole Polytechnique estaba
el Sadi Carnot (1796–1832), quien elaboró sus propias
“Reflexiones”. La tradición familiar de Carnot la
continuó Sadi M. F. Carnot. Cabe notar que Carnot fue el Presidente de
Francia asesinado en 1894. El asesinato del presidente Carnot fue el segundo de
tres sucesos, que empezaron con el derrocamiento del canciller Bismarck de
Alemania y culminaron con el caso Dreyfus, el cual puso en marcha el designio
geopolítico del príncipe Eduardo Alberto (luego rey Eduardo VII)
de Inglaterra, designio que más tarde se conoció como la Primera
Guerra
Mundial.
[4]El
que la entropía se le atribuya a la naturaleza como uno de sus
principios, es el quid del fraude que Clausius, Grassmann, Kevin, Helmoltz,
Maxwell y los machianos le achacaron a los que han sido clasificados como
procesos termodinámicos. La introducción de un enfoque
reduccionista, en y de por sí empotra la entropía en lo
implícito en el sistema conceptual; el hacerlo explícito, como la
llamada “segunda ley”, transforma una ofensa nacida de la ignorancia
en una intención criminal. El calor es en esencia un efecto. En primera
aproximación lo importante del “calor” está en la
“densidad del flujo energético” relativo que expresa la
calidad de la acción calórica. Por ejemplo, el “calor”
que expresa la acción de la clorofila, es de un orden superior que el
obtenido de quemar combustibles creados por la acción de la clorofila. De
allí el timo de la
“ibiotez”.
[5]“Üer
die Hypothesen, welche der Geometrie zu Grunde liegen” (Sobre las
hipótesis en las que se fundamenta la geometría), en Bernard
Riemann Gesammelte Mathematische Werke(La obra matemática de
Bernhard Riemann), editada por H. Weber (Dover Publications, Nueva York.
Reimpresión de 1953). También la reimpresión editada por
Hans R. Wohlend (Sändig Verlag, Vaduz,
Liechtenstein).
[6]El
lapso prolongado previo al derretimiento del hielo del más reciente
período de glaciación general (en Europa y Norteamérica,
por ejemplo) nos presenta con una serie de cambios complejos, entre ellos el
descenso de los océanos a unos 400 pies por debajo de los niveles
característicos de los últimos 3.000 a 5.000 años. La
invasión del lago de agua dulce por una ola marina
atlántico–mediterránea, que ahora se conoce como el mar
Negro, puede describirse con razón como un “parteaguas” de
importancia, para que las civilizaciones marítimas se movieran a los
estuarios de los grandes ríos, y para el subsiguiente proceso prolongado
de desarrollo río arriba de formas organizadas de civilización que
se asentaron en el interior. Los calendarios cuyas fechas pueden confirmarse de
modo retroactivo, tales como a los que hace referencia Bal Gangadhar Tilak en su Orión y Arctic Home in the Vedas (El
país ártico de los vedas), demuestran que la influencia de las
culturas marítimas que se desplazaban por los océanos se remonta
hasta ocho mil años o más. Es de notar que, a partir del segundo
milenio antes de Cristo, de los asentamientos en el litoral, las civilizaciones
más avanzadas eran culturas marítimas, como las que hubo en
Cirenaica, las que en Europa tendían a fortificarse contra los habitantes
hostiles del interior. Todavía participamos en una onda larga de
desarrollo de las regiones del litoral y grandes regiones riparias río
arriba, del dominio de una cultura marítima hacia el pleno desarrollo de
una cultura realmente
terrestre.
[7]El
libro de referencia más conveniente al respecto, es Selections
Illustrating The History of Greek Mathematics (Selecciones que ilustran
las matemáticas griegas), traducido por Ivor Thomas, Vols. I y II
(Harvard University Press, Cambridge, Massachusets, 1939–1980). Vale
confrontarlo con los interesantes pero problemáticos comentaristas
neoplatónicos, tales como Pappus y Proclo. Sin embargo, hasta la obra de
Ivor Thomas debe abordarse con mucha cautela, como él mismo le recomienda
de forma reiterada a sus lectores. El único remedio para este problema es
repetir de nuevo uno mismo los descubrimientos a los que alude, cosa de que las
creencias que se extraigan sean, de hecho, de uno
mismo.
[8]El
modo en que el Imperio Británico ha empleado esas guerras que
instigó entre las naciones de Europa y otras partes en el pasado, ha sido
para debilitar la oposición potencial de las fuerzas continentales a un
imperialismo marítimo. De allí que, la geopolítica de hoy,
como fue el caso con las dos “guerras mundiales” del siglo 20, evoca
el espectro de una amenaza que se le achaca a mil millones o más de
musulmanes, del mismo modo en que Bizancio y sus sucesores venecianos emplearon
el antisemitismo y el odio a los musulmanes para mantener su poder imperial
sobre las naciones de Europa
continental.
[9]El
sistema liberal angloholandés evolucionó bajo la influencia del
partido neoveneciano de Paolo Sarpi, en imitación al precedente que
sentó la alianza medieval ultramontana del moho lamoso de la
oligarquía financiera veneciana con su instrumento armado favorito: la
caballería normanda. Por razones estratégicas, la
oligarquía financiera venecianas de finales del siglo 17 engendró
una cubierta angloholandesa como potencia marítima financiera. El
liberalismo angloholandés es el resultado hasta la fecha. La
“globalización” es el nombre actual del imperialismo en la
tradición veneciana y liberal
angloholandesa.
[10]En
una apreciación de los papeles encontrados en el cofre de Isaac Newton,
John Maynard Keynes le dio al mundo un vistazo de quién era Newton de
verdad: un muñeco de paja que prefiguró a Jeremías Bentham,
y a quien se usó como prestanombre para las obras de timadores más
duchos tales como Hooke, el seguidor de Galileo, que en verdad hizo el trabajo
que oficialmente se le atribuye al virtual títere “Mortimer
Snerd” del miembro del Parlamento: Isaac “abre la ventana”
Newton. El “proyecto Newton” fue ideado por el clérigo
veneciano residente en París, Antonio Conti, para meter una
versión apenas disfrazada del cartesianismo francés en
Londres.
[11]Por
ejemplo: The New Astronomy (La nueva astronomía) de
Johannes Kepler, traducción de W.H. Donahue (Cambridge University Press.
Cambridge, Inglaterra, 1992). Véase también el Apéndice que acompaña este artículo y las
animaciones que aparecen en
www.wlym.com/∼animations/.
[12]De
allí la noción de Einstein de que el universo es finito pero sin
límites
externos.
[13]Lo
que sabemos sobre este asunto se lo debemos al difunto padre Haubst de la
Cusanus Gesellschaft. El hecho al que hacemos referencia apareció en lo
que Haubst documentó de los sermones escritos por Cusa. El acceso que
Helga Zepp-LaRouche tuvo a esta información crucial vino de su
asociación de décadas con Haubst, en conexión con los
estudios de ella sobre la obra de Cusa y Federico Schiller. (Helga
también comparte un origen en común en Mosel y afinidades con
ambos Haubst y Mosel). De otra forma, lo que yo conozco de Arquímedes en
materia del círculo y la parábola vino de un estudio penoso de las
porciones del caso de una colección de las obras de Arquímedes
editada en
Francia.
[14]El
proceso completo de descubrir la singularidad de lo que se conoce como los cinco
“sólidos platónicos”, se logró en un caso
célebre, el de Teetetes, pupilo de Sócrates. La primera fase la
lograron los pitagóricos en Siracusa; pero el argumento completo se
remonta a Teetetes, quien fue un célebre matemático de su
época. El nombre “sólidos platónicos” se
refiere a la relevancia que Platón le da a este tema en su diálogo Timeo. En realidad debemos ir más allá, como Kepler lo
hizo, a examinar la función de los sólidos truncados
arquimedianos, para develar algunos rasgos cruciales sobre cómo el
universo físico se organiza en lo
pequeño.
[15]Cusa
ya había hecho referencia al descubrimiento preptoloméico de
Aristarco de Samos, de que los planetas giran alrededor del
Sol.
[16]El
fraude de “Isaac Newton”, que aún hoy contamina la
educación científica, en realidad proviene de Venecia. (cf.
educación científica todavía hoy día, fue
verdaderamente de proveniencia veneciana (cf. Cómo se volvió
malvado Bertrand Russell, por Lyndon H. LaRouche, Executive
Intelligence Review, Washington, D.C., 1998). La operación, cuyo
pivote era la figura de Godofredo Leibniz y que se llevó a cabo desde el
último cuarto del siglo 17 hasta finales del 18, se centró en un
estudio que Leibniz fue obligado a realizar en aras de los reclamos feudalistas
de la casa Hannover, a la que Leibniz sirvió en las postrimerías
de su vida. A este fin se desplegó toda suerte de agentes venecianos a
Italia, Alemania y Francia; pero el que más viene al caso fue un tal abad
Antonio Conti, quien operó desde París durante casi toda su vida
adulta, hasta su muerte en 1749. Conti cobró fama en París como
seguidor asiduo de René Descartes, y, luego, durante la primera mitad del
siglo 18, como el coordinador de una red paneuropea de cenáculos contra
Leibniz en la que figuraban tales cómplices de Conti como Voltaire,
D’Alembert, Leonard Euler, Maupertuis, Joseph Lagrange, etcétera, y
también la operación de Londres que creó la personalidad
sintética del especialista en “magia negra” Isaac Newton. La
función decisiva que desempeñó Conti en este sucio negocio,
fue su autoría de un plan, montado en París, para crear un
“Descartes sintético” en Inglaterra, un timo en el que el
reverendo Samuel Clark desempeñó un papel destacado (ver Loemker op. cit., págs. 675–721). Ya que en Inglaterra predominaba
un antigalicismo fuerte en el período de marras (ver “How the
Nation was Won” —Cómo se ganó la nación—,
por H. Graham Lowry, Executive Intelligence Review, Washington, D.C., 1988), se
creó un Descartes sintético, Newton, con el auxilio de verdaderos
científicos ingleses, tales como Hooke, lo que dependía en gran
parte del legado intelectual del timador Galileo Galilei. Los blancos
explícitos de la disertación doctoral de Carl F. Gauss de 1799
eran típicos de los agentes británicos del
“neocartesianismo” fabricado bajo los auspicios de las redes de los
cenáculos de
Conti.
[17]Véase
la charla que dictó Federico Schiller en Jena sobre los sistemas
encontrados del republicanismo de Solón y el oligárquico de
Licurgo.
[18]A
sus opositores timoratos la oligarquía les dice, en un estilo muy suyo:
“Sé impotente hazte el tonto, y pueda que no te torturemos y
matemos para que le sirva de escarmiento a otros; como hemos asesinado o
arruinado a tantos de nuestros adversarios capaces hasta ahora. ¡Puedes
dártelas de ser nuestro adversario nominal, siempre y cuando no pases de
ser un necio
impotente”.
[19]Es
historia pertinente que, Alejandro era cirenaico por parte de madre, y como
atestigua su visita estratégicamente crucial al templo de Amón en
Cirenaica, compartía la creencia que tenían en común los
seguidores de Platón hasta la muerte de ese famoso egresado de la
Academia platónica, el cirenaico Eratóstenes. Cirenaica
había venido a ser, aún antes de la época de Platón,
un centro de cultura marítima, y de la tecnología de
navegación empleada por Egipto para zarpar flotillas
transoceánicas de grandes naves de madera. Desde aproximadamente el siglo
7 a.C. la cultura marítima egipcia, de la que es representativa la
función de Cirenaica, estuvo aliada con los etruscos y la cultura del mar
de los jónicos en contra de las fuerzas enemigas centradas en Tiro. Fue
el hecho de que el sacerdocio cirenaico se sumara a la causa de Alejandro lo que
desató una serie de sucesos en Egipto y en otras partes, que condujo a la
derrota de Tiro, y a la posterior condena del Imperio
Persa.
[20]Desde
que el gran inquisidor de corte nazi Tomás de Torquemada emprendió
su pogromo contra los judíos en 1492, hasta la paz de
Westfalia.
[21]Citado
de The New Dark Ages Conspiracy (La conspiración de la
nueva edad de las tinieblas), por Carol White, et al. (New Benjamin Franklin
House, Nueva York, 1980), pág.
77.
[22]Escrito
en 1840, y publicado por primera vez en Essays, Letters From Abroad,
Translations and Fragments(Ensayos y cartas desde el exterior;
traducciones y fragmentos), por Mary W. Shelley (Edward Moxon, Londres,
1840).
[23]La
conexión de Torquemada con el modelo de Adolfo Hitler no es forzada.
Torquemada fue usado por el destacado francmasón martinista conde Joseph
de Maistre para diseñar la nueva personalidad que creó y le dio a
Napoleón Bonaparte. Ese modelo de Bonaparte, fundado en el precedente del
asesino antisemita Torquemada, se usó de forma explícita para
elaborar la personalidad sintética del dictador antisemita nazi Adolfo
Hitler. El mismo modelo se extendió a la dictadura de Pinochet en Chile,
y tuvo expresión en las operaciones de los escuadrones de la muerte de
inicios de los 1970 en el Cono Sur de
Sudamérica.
[24]La
absurda doctrina de Engels del “pulgar opuesto”, al igual que su
absurdo Anti–Dühring, ponen de manifiesto un cierto
fanatismo “cuasirreligioso”, tanto como su disposición a un
temerario analfabetismo científico y su empecinamiento contra Gotthold
Lessing, Bismark y Henry C.
Carey.
[25]Vernadsky
incluyó los residuos de procesos vivos en el dominio de la
biogeoquímica de la biosfera. Cf.“Sobre el principio
noético: Vernadsky y el principio de Dirichlet”, por Lyndon H.
LaRouche. Resumen ejecutivo de EIR, 1?? quincena de agosto de
2005, vol. 22, núm.
15.
[26]Durante
una gira por India, fui invitado al instituto de agricultura de Delhi, donde me
mostraron unos árboles de una variedad de mangos híbridos que
parían con eficiencia y, según los informes, todos los
años. Debido a que ciertos cambios previos de política
habían obligado a los agricultores del sur de India a talar
árboles para combustible, allí había ocurrido un aumento
brutal en la temperatura media. Para mi era obvio que esto mostraba, una vez
más, la necesidad imperante de desarrollar la energía nuclear, de
remplazar el empleo del sistema ferroviario para el pernicioso transporte del
carbón y, también, de usar el árbol mejorado de mango, que
ningún agricultor desearía talar como combustible, para ayudar a
darle marcha atrás al aumento nocivo de la temperatura media en esa
región sur. Compartí mi opinión con un colaborador de la
señora Gandhi, quien me deleitó con la noticia de que ella era del
mismo
parecer.
[27]El
decisivo Teetetes, como notamos su papel aquí antes, aparece como un
pupilo de Sócrates, y como una figura típica y de importancia
trascendental para la obra del entorno de Platón y sus
seguidores.
[28]Gauss
Werke, Vol. VIII (La obra de Gauss, vol VIII) págs. 99–117,
en la primera de dos notas por Fricke que aparecen allí.
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