Reportaje especial
La cosmoclimatología, Kepler y
el modelo del núcleo de Moon
por Laurence
Hecht
El investigador danés Henrik Svensmark usó los rayos cósmicos para realizar una prueba de laboratorio de su efecto en la formación de nubes. Nebulosa del Cangrejo.
Doctor Robert J. Moon (1911-1989). (Foto: EIRNS).
En contra de la corriente de plano
aturdidora de los estudios sobre los gases de invernadero que impera en los
órganos científicos, un informe del investigador danés
Henrik Svensmark, que apareció en la edición de febrero de 2007 de
la publicación de la Real Sociedad Astronómica de
Dinamarca,[1] muestra el potencial
para la clase de descubrimientos afortunados que podemos esperar cuando por fin
acaben los más de 40 años de dominio de la histeria verde sobre la
ciencia.
Svensmark y un decidido grupo de
colegas esparcidos por todo el mundo vienen considerando la hipótesis de
que lo que determina en lo principal el cambio climático no son los
acontecimientos en la Tierra, sino los que ocurren en el espacio distante. La
importancia de estos estudios, de conjunto, aparte de su efecto útil
inmediato en ayudar a apartar a una población ilusa de su actual
fascinación suicida con el fraude del efecto invernadero, va mucho mas
allá de lo que hasta la mayoría de sus propios autores empieza a
dilucidar. La relación entre microcosmo y macrocosmo, la existencia de
armonías keplerianas que actúan de manera simultánea de lo
muy pequeño a lo muy grande, en relación con ciertas paradojas
persistentes del dominio subatómico y otros asuntos que pertenecen a la
distinción entre los tres dominios vernadskianos de los procesos vivos,
no vivos y cognoscitivos, todos pertenecen ahora al dominio de los
fenómenos que pueden investigarse mediante experimento, una vez que se
descorren las cortinas de la acausalidad estadística y el reduccionismo
newtoniano–cartesiano del ambiente social que rodea a la
ciencia.
Un breve repaso de este trabajo
ayudará al lector a comprender esto con mayor claridad, tras lo cual
esbozaremos rápidamente algunas de las cuestiones científicas
más profundas que implica.
Los rayos cósmicos y las
nubes
Un experimento en el Centro Espacial
Nacional de Dinamarca ayudó a convencer a Svensmark de que la
radiación cósmica de nuestra galaxia, y quizás de
más lejos, desempeña una función muy importante en la
formación de nubes bajas en nuestra atmósfera. Por su parte, estas
nubes reflejan la luz solar y actúan como el agente de enfriamiento que
produce los episodios alternativos de glaciación y calentamiento que
muestran los registros geológicos del último período de 550
millones de años, conocido como fanerozóico. El grado de nubosidad
está relacionado con la intensidad de la radiación cósmica,
misma que modulan en un ciclo regular dos fenómenos del sistema solar y
otros externos a él.
El "viento solar" y el campo magnético de la Tierra. El grado de nubosidad en la Tierra está relacionado con la intensidad de la radiación cósmica, que a su vez está relacionada con episodios de enfriamiento.
Dentro del
sistema, el viento solar, un flujo de radiación magnética que
emana del Sol, y el propio campo magnético de la Tierra, actúan
para desviar la afluencia de partículas cargadas que forman los rayos
cósmicos. Las reducciones en el viento solar y en el campo
magnético de la Tierra se han correlacionado con aumentos en el flujo de
los rayos cósmicos, que a su vez están relacionados con episodios
de enfriamiento.
De las determinantes
externas, el movimiento de nuestro sistema solar por los cuatro brazos espirales
principales de la galaxia en un ciclo de aproximadamente 143 millones de
años, ha tenido un papel decisivo en definir los períodos de
frío sucesivos de la historia geológica de la Tierra, conocidos
como de “nevera”, según el astrofísico Nir Shaviv de
la Universidad Hebrea de Jerusalén y su colaborador, el geólogo
Jan Veizer de la Universidad del Ruhr y la Universidad de Ottawa. El ritmo de
formación de supernovas, como el acontecimiento relativamente reciente
(circa 1054 d.C.) que produjo la nebulosa del Cangrejo, aumenta en las
concentraciones más densas de masa de los brazos espirales
galácticos, lo que intensifica la radiación cósmica que
recibe la Tierra. Los cambios en el flujo de rayos cósmicos, que se deben
al movimiento de la Tierra por la galaxia, pueden ser hasta 10 veces mayores que
los que causan las variaciones cíclicas de los campos magnéticos
solares y terrestres. Los cambios más pequeños que modulan la
Tierra y el Sol pueden ayudar a explicar las variaciones de corto plazo en el
clima, y quizás demuestren ser el tan buscado amplificador de los ciclos
Milankovitch de las variaciones en la relación orbital entre la Tierra y
el Sol.
El equipo de Svensmark en Copenhague
usó los rayos cósmicos del ambiente, con la adición de
rayos gama, para realizar una prueba de laboratorio de su efecto en la
formación de nubes. Se dirigieron lámparas de luz ultravioleta,
que representaban al Sol, sobre una caja de plástico que contenía
aire puro y trazas de gases que se encuentran sobre los océanos. El
análisis del experimento arrojó que electrones de alta velocidad,
producidos por el impacto de los rayos cósmicos sobre las
moléculas de aire, actúan como catalizadores que aceleran la
formación de gotitas microscópicas, las cuales actúan como
núcleos de condensación para la formación de nubes. Varios
estudios han demostrado la correlación entre la extensión de las
nubes bajas y el aumento en el flujo de los rayos
cósmicos.
Las pruebas
geológicas y biológicas del pasado, que los
paleoclimatólogos conocen como indicadores indirectos, pueden usarse para
calcular la intensidad de los rayos cósmicos y las temperaturas en
períodos históricos largos. La intensidad de los rayos
cósmicos puede calcularse a partir de los indicadores de los
isótopos de berilio 10, carbono 14 y cloro 36 que se encuentran
depositados en varios estratos, isótopos que se cree derivan de la fuente
original de los rayos cósmicos o de colisiones en el espacio
interestelar. Los choques de protones de muy alta velocidad que conforman los
rayos cósmicos también ocurren en nuestra atmósfera, lo que
acarrea toda una variedad de cambios químicos, atómicos y
nucleares. Las temperaturas históricas se infieren a partir de una serie
de indicadores, siendo uno de los más importantes el llamado
∆18O (delta 18–O), que es la medida de la
proporción relativa de 2 isótopos de oxígeno que han
quedado atrapados para la historia en las conchas carbonáceas de
criaturas marinas, en especial de los foraminíferos. Las muestras
extraídas del lecho oceánico proporcionan un registro
cronológico de cuándo se depositaron estas conchas. La
proporción entre el isótopo de oxígeno 18 y el más
abundante oxígeno 16 es inversamente proporcional a la temperatura en el
límite entre la superficie del mar y el aire, de modo que ofrece un
registro de la temperatura al momento en que el oxígeno se
incorporó a la concha. Estudios relacionados de las proporciones de
isótopos de oxígeno permitieron confirmar, en 1983, la
observación que hizo Vernadsky en 1936, de que la masa de la biosfera era
aproximadamente la misma que hoy hace 3.500 millones de
años.[2]
Así,
uno empieza a tener un sentido del amplio alcance de la naturaleza de la
investigación de la ciencia del clima. Las herramientas de la
climatología han evolucionado gracias a avances en otros campos, de los
cuales la revolución en la ciencia nuclear que iniciaron los Curie al
aislar el radio en 1898 es uno de los puntos de inflexión más
decisivos. El fenómeno de la ionización (la transformación
de partículas neutras en partículas cargadas), que causa la
condensación de núcleos de partículas, se observó
por primera vez en las cámaras de niebla que perfeccionó C.T.R.
Wilson en 1911. Como ya se había demostrado que las sustancias
radiactivas pueden ionizar el aire, naturalmente en un principio se supuso que
las nubes de partículas que se formaban de manera espontánea en el
aparato de Wilson eran obra de elementos radiactivos que estaban debajo de la
tierra. Sin embargo, las cámaras de niebla que se elevaron en globos
revelaron que el fenómeno aumentaba con la altitud, en vez de
disminuir.
Por fin una larga serie de
investigaciones llevó a la conclusión, a comienzos de los 1950, de
que el principal ingrediente de los rayos cósmicos eran los protones de
alta velocidad. Un estudio subsiguiente identificó el núcleo de
todos los elementos de la tabla periódica en los rayos cósmicos,
que se dan aproximadamente en la misma proporción en la que se encuentran
en el sistema solar, pero con algunas diferencias en su composición
isotópica. Ahora se piensa que provienen de la explosión de
estrellas muy densas, que crean lo que se conoce como supernovas. La creencia
previa de que los rayos cósmicos eran rayos gama, quedó refutada
cuando se descubrió que estos últimos eran un subproducto de las
transmutaciones que causa el impacto de los rayos cósmicos sobre las
moléculas de gas atmosférico. Sin embargo, también hay
fuentes de rayos gama en el espacio interestelar que envían su
radiación a la Tierra.
De Cusa a De
Broglie
Tales consideraciones nos llevan a
las cuestiones más profundas que siempre están implícitas
en cualquier trabajo científico nuevo. Como lo identificó el
cardenal Nicolás de Cusa cuando dio inicio a la ciencia moderna con su
obra De docta
ignorantia, la cuestión fundamental
de la ciencia es la paradoja de la incognoscibilidad: ¿cómo puede
arribarse a una aproximación veraz de la realidad a partir de las
impresiones demostrablemente falsas de los sentidos? En el uso moderno, el
rechazo a la solución de Cusa a ese problema lo indican de modo
más patente prácticas tales como la “física de
partículas” y el supuesto de que existen componentes elementales de
suyo evidentes que constituyen los llamados “bloques” con los que se
construye la naturaleza, que a su vez se supone interactúan según
procesos estadísticos. La clase de errores en la interpretación de
los datos fundamentales que se originaron en el laboratorio Manchester de Ernest
Rutherford, en especial después de la primera década del siglo 20,
ejemplifica el problema del resto de la física en ese siglo. Un ejemplo
es la insistencia en interpretar la demostración de Moseley de que la
raíz cuadrada de las longitudes de onda de los espectros de rayos x de
los elementos correspondía a singularidades conocidas como el
número atómico, a modo de prueba de la existencia de
pequeñas partículas pesadas, según la hipótesis de
Prout, cuando los datos claramente mostraban que eran fenómenos de
ondas.
La corrección de Louis de
Broglie en 1923, que demostraba que las “masas” de las llamadas
partículas elementales se representan mejor como las frecuencias de
ciertos osciladores de resonancia que no pueden definirse con perfección,
una hipótesis que pronto comprobaron de manera irrefutable los
experimentos de Davison y Germer de la difracción de ondas de electrones,
siempre ha sido la línea de pensamiento favorita de los investigadores
más perspicaces
La contribución
de dos importantes jóvenes protagonistas de la carrera de los 1940 por
construir la bomba atómica es pertinente para ubicar el asunto un poco
más en el presente. El físico Erich Bagge de la Universidad de
Kiel, el otrora principal asistente de Werner Heisenberg en el fracasado
proyecto alemán de fabricar una bomba atómica durante la Segunda
Guerra Mundial, se enteró en una conversación que tuvo cuarenta
años después de estos hechos con su contraparte, el profesor
Robert J. Moon de la Universidad de Chicago, de cómo los estadounidenses
habían resuelto el problema del envenenamiento del moderador de carbono,
un paso necesario en la construcción de la pila atómica de
Chicago. La dependencia obligada de Alemania del moderador de agua pesada fue
uno de varios factores en el afortunado fracaso del proyecto
entonces.
La ocasión de este encuentro
inusitado fue una cena privada que hubo después de un seminario de la
Fundación de Energía de Fusión en 1985, en la que Bagge
presentó su trabajo sobre el fenómeno de la producción de
pares, o sea, la creación y subsiguiente aniquilación de las
“antipartículas”, el electrón y el protón.
Bagge creyó ver en este fenómeno una refutación de la
teoría imperante del neutrino. Bagge estuvo presente en la reunión
de Tubinga de 1930 a la que Wolfang Pauli envió su famosa carta en la que
alegaba la existencia de una partícula fundamental nunca antes observada,
que según él explicaba ciertas paradojas de la
desintegración beta. Entre otras ironías, Bagge se deleitaba en
señalar que Pauli no había asistido a la reunión por la
insistencia de su esposa en que la acompañara a un
baile.
El modelo nuclear de
Moon
El físico Erich Bagge (izq.) de la Universidad de Kiel conversa con el doctor Moon..
Lo que planteó Bagge en el
seminario sobre los misteriosos máximos que alcanzaban los positrones en
los experimentos con colisiones de iones pesados que se realizaron en Darmstadt
en 1985, fue una de las cosas que el doctor Robert Moon aprovechó para su
elaboración de un nuevo concepto de la estructura del núcleo al
año siguiente. De las mediciones que observó en sus propios
experimentos y en los de otros, Bagge postuló que la creación de
pares de positrones y electrones la desencadenaban cuantos de rayos gama, y
señaló que la nebulosa del Cangrejo es una fuente de explosiones
de rayos gama de primer orden. Observaciones posteriores de laboratorios
orbitales sugieren la existencia de fuentes extragalácticas muy poderosas
de esta radiación de alta frecuencia aún
inexplicable.
Con relación a la
estructura nuclear, en un breve informe sobre los experimentos en Darmstadt,
Bagge escribió:
“Si uno concibe
el impacto de un núcleo de uranio (de número atómico 92) de
6 MeV de energía por nucleón sobre otro núcleo de uranio de
la misma clase en reposo como un proceso de producción de pares, como si
los campos de culombio que analizó Fourier de los 92 protones en
colisión fueran campos de cuantos ligeros, entonces éstos
dispararían pares de electrones y positrones en el campo de culombio del
núcleo en
reposo”.[3]
Moon
fue uno de los primeros defensores de la interpretación de De Broglie y,
junto con su profesor, William Draper Harkins, fue un investigador pionero del
análisis de superficies mediante ondas de electrones (1936). La otra
influencia importante en el pensamiento de Moon dentro de las corrientes de la
física, fue la perspectiva antimaxwelliana de la electrodinámica
de Ampère, Gauss y Weber. Esta tradición la mantuvo viva en
Estados Unidos la labor de investigación que llevó a cabo el
Departamento de Ingeniería Eléctrica del Instituto
Tecnológico de Massachusetts (MIT) a mediados de los 1920, bajo la
dirección de Vannevar Bush,[4] quien luego devino en jefe científico del proyecto Manhattan como
director de la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico de
Franklin Delano Roosevelt durante la guerra. Ciertos aspectos singulares de la
electrodinámica de Weber quedaron plasmados en el diseño de Moon
de 1936 del ciclotrón de Chicago, la máquina que alimentó
el estudio de los isótopos en el proyecto Manhattan y su concepto pionero
del sincrotrón.
El aporte posterior de
Moon fue su modelo del núcleo atómico, a principios de 1986, justo
después de leer por primera vez el Mystérium
cosmográphicum de Johannes Kepler,
dirección que tomó por ciertos comentarios provocadores que hizo
Lyndon H. LaRouche en una serie de seminarios de la Fundación de
Energía de Fusión. Moon propuso un ordenamiento de los protones
del núcleo que correspondía a los vértices de los dos pares
dobles de sólidos platónicos, que se ajustan de manera parecida al
sistema solar de Kepler (ver figura
1). Al preparar un informe sobre el
descubrimiento de Moon en 1986, me di cuenta que los vértices de los
sólidos que formaban las semiesferas en el modelo de Moon, o sea, los
sólidos cíclicos de Arquímedes, correspondían a
ciertas relaciones de cierre de las capas de neutrones y
electrones.[5]
El doble dodecaedro y la fisión a) Para pasar del radón, el doble dodecaedro se abre por una de las aristas en común como si fuese una bisagra. b) Para crear el Protactinio 91, la “bisagra” se desprende por uno de sus extremos. Cuanto se desplaza ligeramente la posición en la que dos protones se unen, se crea la inestabilidad que permite la fisión (uranio 92).
Moon
y su amigo, el inmigrante judío alemán y premio Nobel de
química James Frank, quienes colaboraron en el Laboratorio Nacional
Argonne en la posguerra, alentaron a Maria Goeppert–Mayer en su estudio de
ciertas anomalías reconocidas de la tabla periódica relacionadas
con la abundancia y distribución de los isótopos. Por influencia
de Enrico Fermi, Goeppert–Mayer optó por una presentación
matemáticamente más aceptable de su trabajo, al organizarlo en
torno a un concepto reduccionista de acoplamiento de las órbitas de
espín en el núcleo, que derivó del dizque
“espín” de un electrón que no tiene forma de
partícula en su órbita inexistente. Incluso con esa
concesión a la física socialmente aceptable, Eugene Wigner
parodió la implicación de un ordenamiento legítimo en la
distribución de los isótopos en su trabajo con el término
disparatado de “números mágicos”, una etiqueta que
pegó desde entonces. Mis trabajos previos con el modelo de Moon
parecían apuntar en una dirección que resolvería ciertos
problemas obvios que Goeppert–Mayer dejó sin
responder.
Los avances recientes de un grupo
de trabajo del Movimiento de Juventudes Larouchistas en el análisis de La armonía del
mundo de
Kepler,[6] han dejado claro que una
continuación de la hipótesis de Moon en la dirección de las
armonías musicales rendiría frutos. Una aplicación de la
hipótesis de De Broglie de la equivalencia entre la masa y la frecuencia
o longitud de onda posibilitaría considerar las relaciones de masa
atómica de la tabla de los isótopos como un conjunto de relaciones
armónicas musicales. La razón de la distribución plena de
los elementos y los isótopos, así como de las leyes que gobiernan
la combinación tanto nuclear como química, tendría que
partir de algún conjunto necesario de principios que determinen tales
relaciones armónicas, de manera parecida al concepto de Kepler de
consonancia y congruencia. Así, la determinación de los procesos
en la Tierra, entre ellos los procesos vivos, tiene que reflejar una
armonía universal de una variedad kepleriana aún por
descubrirse.
Así, los felices
descubrimientos que se hicieron en un sótano de Copenhague, los cuales
sugieren un nuevo entendimiento de la interacción entre el cosmos, el
clima y las condiciones para la vida en la Tierra, resuenan de muchas formas
nuevas e inesperadas que es improbable que los promotores del fraude de los
gases de invernadero de Al Gore aprecien.
[1]. “Cosmoclimatology:
A New Theory Emerges” (Cosmoclimatología: surge una nueva
teoría), en Astronomy &
Geophysics (febrero de
2007).
[2]. J.M.
Hayes y compañía, como se citan en “Celestial Climate
Driver” (El motor del clima celeste), en Geoscience
Canada, vol. 32, no. 1 (marzo de
2005).
[3]. “Low–energy
Positrons in Pair Production” (Positrones de baja energía en la
producción de pares), por Erich Bagge, en la edición de
otoño de 2004 de 21st
Century Science & Technology, pág.
24.
[4]. “The
Force Between Moving Charges” (La fuerza entre cargas en movimiento), por
V. Bush, en Journal of Mathematics
and Physics, vol. V, no. 3 (marzo
de
1926)
[5]. “Mysterium
Microcosmicum: The Geometric Basis for the Periodicity of the Elements”
(Mystérium microcósmicum: el fundamento geométrico de la
periodicidad de los elementos), por Laurence Hecht, en la edición de
mayo–junio de 1988 de 21st
Century Science &
Technology.
[6]. Ver
wlym.com/~animations.
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