El Imperio Brutánico quiere otro Hjalmar Schacht
por John Hoefle
Como hemos advertido de forma reiterada, el imperio liberal angloholandés está aprovechando la muerte del sistema financiero mundial para eliminar el Estado nacional y someter al planeta a una dictadura fascista, corporativista. No es necesario tener acceso a secretos de Estado para percatarse de esto; basta con examinar las políticas que promueve la canalla bancaria internacional para llegar a esta conclusión. El empuje hacia el fascismo es, en palabras de H.G. Wells, una “conspiración abierta”.
Sin embargo, siempre vale la pena confirmar la intención del enemigo de su propia boca. Según fuentes confiables, el tema de conversación del momento en los corredores de la sede de Londres del Hong Kong and Shanghai Bank Coorporation (HSBC), es la necesidad de un nuevo Hjalmar Schacht. HSBC es el principal banco del Imperio Brutánico, y fue la fuerza política impulsora, tras bastidores, del ascenso de Adolfo Hitler al poder en Alemania. Schacht representaba al imperio en Alemania, primero como presidente del Reichsbank, y luego como ministro de Economía de Hitler.
Su función era la de imponer una austeridad aun más brutal sobre un pueblo alemán cuyo nivel de vida ya había sido casi totalmente destruido por la hiperinflación resultante de las salvajes reparaciones de guerra impuestas al país después de la Primera Guerra Mundial. Hitler fue posible por las condiciones creadas con la asistencia de Schacht, quien también ayudó a financiar su ascenso al poder, en estrecha colaboración con el Banco de Inglaterra. Así como los banqueros crearon a Hitler en los 1930, ahora vuelven a impulsar el fascismo, pero esta vez a escala mundial.
El corporativismo
Hitler era apenas uno de los proyectos del Imperio Británico. Otro era Benito Mussolini, el dictador de Italia, quien subió al poder una década antes que Hitler, y luego estableció una alianza con él en la Segunda Guerra Mundial. Mussolini asumió el título de “Duce del fascismo”, cuya traducción podría vertirse como duque o dogo del fascismo, siendo este último el jefe de gobierno en el sistema veneciano. Los carteles financieros y de negocios detrás de Hitler y Mussolini usaron sus Gobiernos para mantener a la gente en cintura. Los carteles alemanes, luego aglutinados en el infame consorcio IG Farben, de hecho eran criaturas del sistema angloholandés. Así como Schacht, éstos ayudaron a financiar a Hitler y a construir su máquina de guerra, con el propósito de que Alemania atacara a Rusia (los británicos son expertos en inducir a rivales a guerrear el uno contra el otro). Los oligarcas se vieron obligados a defenderse del monstruo de su creación sólo cuando Hitler enfiló sus cañones contra el corazón del imperio.
El objetivo de este movimiento corporativista era la eliminación del Estado nacional como una fuerza en los asuntos mundiales, y remplazarlo con un sistema regido por casas financieras y carteles empresariales. En todas las naciones principales de Occidente había partidos fascistas en los años veinte y treinta del siglo pasado, incluso en Estados Unidos, donde los intereses de la casa Morgan y de los Du Pont trataron de organizar un golpe contra Franklin Delano Roosevelt, en un complot develado por el general Smedley Butler en 1934.
Frustrado el golpe, Roosevelt condujo a Estados Unidos y a sus aliados a la victoria contra Alemania e Italia en la Segunda Guerra Mundial. Los instrumentos del fascismo fueron derrotados, pero no así su médula imperial. El corporativismo resurgió en grande en 1968, con la reunión de la Sociedad Bilderberg en Mont Tremblant, Canadá.
Schacht (der.) representaba al imperio liberal angloholandés en Alemania, primero como presidente del Reichsbank, y luego como ministro de Economía de Hitler. |
Allí, George Ball, un banquero importante de Lehman Brothers y personaje encumbrado de la élite angloamericana, pronunció un discurso planteando la necesidad de crear una nueva estructura que remplazara al “anticuado” Estado nacional. Ball denominó esta nueva estructura una “compañía mundial”, una formulación explícitamente corporativista. Dicha “compañía mundial”, según sus proponentes, asumiría el control de las materias primas y otros recursos en el mundo entero, para usarlos a capricho del imperio. Las naciones, decían, eran demasiado egoístas y veían los recursos en su territorio como propios, a emplearse para beneficio de su propio pueblo.
Si nos fijamos en el mundo de hoy y lo vemos desde esa perspectiva, es indudable que el enfoque de la compañía mundial ha sido en general exitoso, bajo el nombre de globalización. En todas partes, las naciones dependen de los mercados del imperio para su financiamiento, y de sus carteles para obtener lo necesario para vivir. Aunque todavía no tenemos las camisas pardas de Hitler y Mussolini, sí tenemos el fascismo corporativista representado por ellos, y ese sistema ahora pasa a primer plano disfrazado como el rescate del sistema financiero.
La sobrecarga de la deuda
Como debiera ser obvio para cualquier persona pensante, no podemos resolver una crisis de endeudamiento incurriendo en más deuda. El rescate tan sólo pasa las pérdidas de los libros de los bancos a los del gobierno, es decir, a los contribuyentes, sin hacer nada para aumentar la capacidad de la sociedad para pagar esa deuda. De hecho, hace precisamente lo opuesto, al verse canibalizada la economía física por las demandas del rescate. Incurrimos en esta deuda por la decisión de desindustrializar y pasar a una economía de servicios y finanzas. Cada año producimos menos y gastamos más, y cubrimos el faltante obteniendo préstamos del extranjero.
Wall Street financió esta expansión del endeudamiento con la creación de instrumentos financieros cada vez más descabellados. Este proceso, en el cual la deuda pasó a ser un activo, y luego ese “activo” fue usado para crear aun más “activos”, ad absúrdum, resultó en una montaña de valores en extremo apalancados y en apuestas de derivados muy en exceso de la capacidad de endeudamiento de la economía. Éste es el caso, en mayor o menor grado, en casi todos los países del mundo.
En suma, estamos con los bolsillos vacíos, sin ninguna posibilidad de recuperación, si no rompemos con el sistema liberal angloholandés y regresamos a las políticas probadas del Sistema Americano.
¿El fascismo o un nuevo Renacimiento?
La intención manifiesta del Imperio Brutánico es la de usar esta crisis para regresar al mundo al estado existente antes de la Revolución Americana, un modelo rentista–financiero acompañado por la tecnología moderna del “Hermano Mayor”. Esto está explícito en el llamado por un nuevo Schacht, pero también está al menos implícito en los esfuerzos por rescatar al sistema que hicieron el Gobierno de George W. Bush, el Congreso de Estados Unidos y la Reserva Federal. Desde la óptica desquiciada de los financieros, la única posibilidad de salvar su sistema yace en la consolidación salvaje del aparato financiero en un pequeño puñado de instituciones mundiales: bancos, aseguradoras y otras cuantas entidades gigantescas más, cuya lealtad se debe al imperio en vez de a cualquier nación. Esto le daría al imperio liberal angloholandés aun más poder sobre la emisión de crédito. Con ello, la capacidad de estrangular a los pueblos del mundo quedaría en manos de un número extremadamente reducido de instituciones financieras y carteles del imperio, eliminando así toda competencia, mientras acelera el descenso hacia una nueva Edad de Tinieblas.
La alternativa, planteada con claridad meridiana por Lyndon LaRouche, consiste en regresar al sistema crediticio establecido por la Constitución de Estados Unidos, según el cual, el Congreso asigna créditos para la construcción de infraestructura y obras de bienestar social relacionadas, y el poder ejecutivo administra la distribución de ese crédito a través de un banco nacional. Este método ofrece la combinación óptima de control gubernamental sobre el circulante y la distribución de ese crédito para su empleo del modo más productivo: el banco nacional emitiría crédito a través de la banca privada, aprovechando el espíritu de emprendimiento y la creatividad de la población. Como es natural, para llevar a cabo esto será necesario educar al Congreso y al pueblo de Estados Unidos sobre el Sistema Americano; enseñarle al Congreso cómo ceñirse a la Constitución. De hacer esto, Estados Unidos podría conducir al mundo a un nuevo Renacimiento.