Editorial

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXV, núm. 5
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Una sacudida que estremeció al mundo

Todo el plan imperial de forzar el fascista tratado de Lisboa topó con pared en Irlanda el 12 de junio, donde el voto por el “no” ganó el referendo, 53,4% contra 46,6%. Con una votación mayor de la esperada (más del 50%), 35 de los 43 distritos electorales del país se pronunciaron en contra del tratado. Más importante aun, el tratado fue derrotado de manera aplastante entre la clase trabajadora urbana y en las zonas rurales, donde el voto por el “no” llegó al 60 a 65% y más.

Ésta fue una sacudida devastadora para una oligarquía loca de soberbia. El pueblo irlandés del 80% de abajo salió a expresar su rechazo total al plan de imponer una dictadura europea. Y, con dicho rechazo, abrió un nuevo flanco internacional para destruir al Imperio Británico globalizado.

¿Qué significa esto para el mundo? Una enseñanza absolutamente decisiva, así como la caída de la misma oligarquía que pretende destruir y derribar a Estados Unidos en un momento crucial de decisión.

Como plantea Lyndon LaRouche, lo clave del referendo irlandés es el hecho de que el factor decisivo fue el estrato de la población de menores ingresos, el hombre olvidado de la clase trabajadora y campesina pobre. LaRouche no ha dejado de recalcar que el único enfoque competente para darle marcha atrás a la degeneración que el dominio ideológico y financiero británico le ha impuesto a EU, es movilizar al 80% de abajo. Este estrato, por ejemplo, es el que Hillary Clinton despertó al término de su campaña por la candidatura presidencial de su partido, al grado de superar a Barack Obama en la preferencia popular. La historia no se hace con acuerdos de trastienda, sino organizando a las masas, galvanizando y educando a la población para que actúe con el liderato y las ideas correctas.

“Pero a fin de cuentas, Hillary perdió”, replicarás. Ah, pero, luego del voto irlandés —sin mencionar la crisis de desintegración económica y financiera que arremete—, debiéras reconsiderarlo. La campaña electoral estadounidense, incluso el proceso de selección de candidatos, está lejos de haber acabado. El 80% de abajo, si no se desmoraliza por el golpe virtual que perpetró la dirigencia del Partido Demócrata en la nominación —dirigencia que el megaespeculador George Soros tiene en el bolsillo—, aun puede atizar el golpe definitorio.

Sin duda, la oligarquía europea estaba convencida de que también tenía el referendo irlandés en el bolsillo. Casi todas las autoridades establecidas de esa nación habían apoyado el tratado de Lisboa, y hasta la unión de agricultores, que se opone a la Unión Europea, por fin había aceptado un trato a cambio de su apoyo nominal. Pero los partidos que se opusieron a la destrucción de la soberanía de su nación, en particular el Sinn Fein, adoptaron un enfoque organizativo de masas, con la distribución de volantes, carteles y demás. Generaron tanto ruido y conmoción, que la gente no aceptó que la prensa le dijera que era “inevitable” y salió a votar.

También es clave entender el liderato catalítico que ejerció el movimiento larouchista para decirle “no” al imperialismo. A mediados de febrero la fundadora del Instituto Schiller, Helga Zepp–LaRouche, hizo sonar el clarín de la movilización contra el tratado de Lisboa. En ese entonces era claro que prácticamente todo el mundo creía imparable su ratificación, en especial porque Irlanda era la única nación que tendría un referendo.

Pero Zepp–LaRouche se rehusó a aceptar lo que los demás llamaban “una realidad”, puesto que significaba la creación de un Superestado fascista, precursor de una guerra y destrucción globales. Emprendió un intenso proceso organizativo que se extendió por toda Europa a través de la internet y por otros medios, lo que alentó a otros oponentes a dar un paso al frente, y a los descorazonados a pelear. En un sentido muy real, el voto irlandés es su victoria personal, así como de la democracia.

El “no” irlandés debe recordarnos lo que Lyndon LaRouche escribió sobre la derrota temporal de Hillary Clinton: la oligarquía no es todopoderosa; encara su propia crisis existencial, cortesía de la ruina de sus propias políticas y de la oposición que han generado. Armados con las ideas de LaRouche, tenemos un valiosa oportunidad de derrotar a la oligarquía. Como dijo LaRouche, es lo único por lo que vale la pena pelear.