Crisis mundial de alimentos
La política alimentaria de México
Qué diferencia hace
una generación
por Dennis Small
Bastante locura se respiró del 3 al 5 de junio en la conferencia de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) en Roma, pero la postura política del Gobierno mexicano de Felipe Calderón —como la dio a conocer el 4 de junio por boca de su sinarquista secretario de Agricultura, Alberto Cárdenas Jiménez— se llevó la palma por su absoluta estupidez suicida. Un comentarista tuvo el tino de señalar que la actual política alimentaria de México tiene tanto mérito científico como la escuela de cardiología de los aztecas. Cárdenas les dijo con orgullo a los jefes de Estado y otros altos representantes de 180 naciones y agencias internacionales, que el Gobierno mexicano respondería al alza disparada de los precios nacionales de los alimentos —el maíz ha aumentado 31%, el arroz 80% y el trigo un desorbitado 140% hasta el momento este año— “reduciendo drásticamente los altos aranceles de maíz blanco y amarillo, frijol, trigo, soya y leche en polvo”. Y explicó que, “en el comercio internacional, somos uno de los países más abiertos y con más acuerdos comerciales firmados, lo que nos ayuda a tener un suministro confiable de aquellos productos agropecuarios que no producimos”.
El discurso de Cárdenas apenas si remedó lo que el propio Calderón anunció en una conferencia de prensa de emergencia el 25 de mayo. En las semanas que siguieron, varias naciones centroamericanas desesperadas se han hecho eco, cual borregos, de la política de Calderón.
El Gobierno de Calderón no pudo haber adoptado peor orientación. Las medidas que anunció tendrán dos consecuencias inmediatas en México: el precio de alimentos básicos como el frijol y el maíz seguirá en ascenso, y con más rapidez conforme el tsunami hiperinflacionario global arrasa el país sin que nada se lo estorbe; y también remacharán el último clavo en el ataúd de su moribundo sector agrícola, devastado por 25 años de globalización y libre comercio.
No todos los Gobiernos mexicanos han seguido políticas tan increíblemente suicidas. Hace una generación, el Gobierno del amigo de Lyndon LaRouche, el presidente José López Portillo (1976–1982), adoptó un enfoque diametralmente opuesto que, aun hoy, destaca como modelo de cordura y de pensamiento físico–económico orientado por la realidad. Su Sistema Alimentario Mexicano (SAM) se esbozó en un documentó que redactó la Oficina de Asesores del Presidente el 1 de marzo de 1980:
“Es imprescindible una política de autosuficiencia en materia de alimentos básicos, sobre todo en cereales y oleaginosas. . . Es, pues, condición fundamental de esta estrategia, romper el círculo vicioso de importar productos agrícolas porque no se producen lo suficiente. . . pero que luego ya no se producen precisamente porque se importan. Esto sucede para evitar que suban los precios internos, aunque sus costos de producción hayan aumentado. Esta dinámica va comprimiendo la oferta interna y justamente propicia costos elevados, menor empleo y, de nuevo, más importaciones. . . Salir de esta trampa sólo es posible a partir de una ambiciosa política de producción de alimentos básicos”.
México sería un lugar mucho más desarrollado y estable hoy, de haber prevalecido el SAM de López Portillo. En cambio, cada gobierno subsiguiente cayó en la lógica mortal de la globalización y el libre comercio que los británicos llevan siglos propagando por todo el orbe, en contra del Sistema Americano de economía política. Como microcosmos de esa batalla mundial, es útil contrastar estos dos métodos de pensamiento económico, y sobre la comida, en particular: el del SAM de López Portillo versus la vía del libre comercio y la globalización británica que México terminó siguiendo, en especial con el TLCAN. El primero ve la economía desde la óptica de la producción física; el otro, desde la del dinero.
El dinero destruye la autosuficiencia
Desde 1981, la producción per cápita de los alimentos básicos más importantes de México, el maíz y el frijol, ha caído de manera impresionante: 15% el maíz y 51% el frijol. Como la producción nacional se fue a pique, la autosuficiencia alimentaria empeoró en general. México era casi autosuficiente en alimentos en 1960 (aunque a un nivel de consumo pobre), pero hoy el país importa cerca de 35% de toda su comida, según el profesor de Economía Carlos Javier Cabrera Adame de la Universidad Autónoma de México (UNAM), con una pobreza y desnutrición incluso peores que las de 1960. Acorde con Cabrera, 47% de los mexicanos (unos 50 millones) viven hoy en la pobreza, y 18% en la pobreza extrema o indigencia.
En el caso del maíz, su importación aumentó, de un mero 2% del consumo nacional en 1960, a 25% en 2005. El arroz es un ejemplo aun más extremo de cómo se destruyó la autosuficiencia con su importación creciente, de 1% del consumo en 1960, a 73% en 2005.
Conforme México fue perdiendo la capacidad de alimentarse solo, a millones de mexicanos se les empujó a salir de su propio país para buscar la supervivencia en Estados Unidos. De hecho, los estados con mayor emigración (Jalisco, Michoacán, Guanajuato, el Estado de México, Veracruz y Guerrero) también constituyen la principal región maicera del país y, por tanto, la más afectada por la caída en la producción.
Pero todo esto es excelente, siguen proclamando los ideólogos librecambistas, conforme los mexicanos padecen más hambre y pobreza. La economía se mide en dinero, mienten, y México puede ahorrárselo importando su comida a un precio más barato de lo que costaría producirla.
Algunos maltusianos librecambistas han ido aun más lejos. El director de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA), José Luis Luege Tamargo —hermano siamés del británico WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza) en México—, ha pugnado explícitamente porque el país reduzca de manera drástica su producción de maíz, porque consume demasiada agua. Vale más ahorrar agua e importar maíz, alega Luege, y producir en cambio “productos de alto valor agregado”, como frutas y hortalizas, que luego pueden exportarse por muy buen dinero.
Compara esta sofistería supersticiosa con cómo piensa el SAM sobre la economía, como lo refleja el resumen siguiente. No es que todos los detalles sean correctos, pero su método —un reflejo del Sistema Americano de economía— es una bocanada de aire fresco del pasado que debiéramos retomar hoy.
El sistema alimentario mexicano
El SAM comenzaba por repasar el marco estratégico de la batalla de México por lograr la autosuficiencia alimentaria. Dados los importantes descubrimientos petroleros recientes, México cuenta “con un favorable balance energético que permite cancelar restricciones al desarrollo y a la soberanía financiera. . . Sólo por la vía de producir y distribuir masivamente alimentos básicos, el país puede organizarse para rescatar su agricultura”.
El documento abordaba de inmediato los parámetros físico–económicos necesarios para que todos los mexicanos alcanzaran la norma nutricional mínima.
El Instituto Nacional de la Nutrición (INN) ha establecido el nivel recomendado de consumo per cápita en 2.750 calorías y 80 gramos de proteína al día, informaba el documento. En las zonas rurales, casi 90% de la población, o 21 millones de personas, no alcanza esta norma. De éstas, 9,5 millones sufren un déficit grave en su ingesta calórica, de entre 25 y 40% por debajo de la norma. “Hemos definido la Población Objetivo como una expresión dinámica que adquiere diferentes modalidades en el tiempo y por regiones”, la cual incluye las que abarcan las pautas del INN. En 1979, comprendía unos 35 millones de mexicanos, de un total de cerca de 65 millones; es decir, 54% de la población.
De éstos, unos 19 millones (29% de la población total) tienen un “muy bajo nivel nutricional” y, por eso, se les clasifica como la Población Objetivo Preferente (POP). De éstos, 13 millones viven en zonas rurales y 6 millones en ciudades.
El estudio del SAM pasaba entonces a analizar la canasta básica de consumo actual y, con los déficit nutricionales en mente, a derivar una Canasta Básica Recomendable (CBR) de productos de consumo, con objetivos de consumo diario per cápita para los principales. Incluso tenía CBR regionales específicas que tomaban en cuenta las preferencias alimentarias culturales: para el norte del país, incluía relativamente más productos de trigo; para el Golfo, más arroz; y para el sureste, más maíz. “Es indispensable complementar el consumo de todos estos cereales con frijol”, indicaba el estudio, para alcanzar la norma nutricional calórica y de proteína.
Sólo entonces entró apenas en el cuadro alguna consideración monetaria. Se definió que la CBR costaba 13 pesos diarios por persona, pero, para ponerla al alcance de la depauperada POP, debía reducirse 30%, a 9 pesos diarios. El SAM instaba al Estado a “subsidiar selectivamente” las compras, al señalar que “los subsidios son un mecanismo esencial para corregir las imperfecciones del sistema de mercado” y que la reducción deseada podía lograrse con un subsidio relativamente modesto de 27 mil millones de pesos, que entonces sólo representaban 6% del subsidio total a la economía.
Tecnología para aumentar la producción
Tras establecer los objetivos de consumo físico, el estudio del SAM pasaba al asunto de cómo lograr ese nivel de producción: “La necesidad de revertir la tendencia y encaminarse hacia la autosuficiencia en la producción de sus principales componentes”, es decir, de la CBR. Para ello, “se estudiaron los resultados de 5.000 investigaciones hechas en los últimos 30 años”, a fin de identificar dónde se encuentra el potencial productivo.
“Se determinó que es factible llegar a la autosuficiencia de maíz y frijol para 1982 y dar pasos firmes abriendo superficies al cultivo, para alcanzarla en los demás productos básicos deficitarios hacia 1985”.
Además de abrir tierras al cultivo, en especial en zonas lluviosas tales como el sureste del Golfo, el informe ponía de relieve la necesidad de aumentar el capital y la tecnología para elevar el rendimiento: “Subsidiar por la vía de insumos, investigación y extensionismo el cambio tecnológico, a nivel de predio, lo que aumentará rápidamente la productividad del factor tierra. . . Son estas áreas donde un subsidio a los insumos (sobre todo fertilizantes) propiciando un cambio tecnológico. . . podrá darnos los mejores resultados tanto productivos como redistributivos”.
Como el Sistema Americano, el SAM también favorecía la paridad de precios, para asegurarse de que el precio de la comida fuera lo bastante alto como para alentar la producción y el avance tecnológico futuros.
“Los precios de garantía juegan un importante papel de estímulo, sobre todo en el corto plazo”, afirmaba, en especial considerando que los precios que se pagaron en realidad calleron 34% desde 1960, en tanto que los costos de producción aumentaron, lo que significa que la mayoría de los agricultores trabajaron con pérdidas. El SAM proponía incrementar 30% el precio de paridad del maíz en tres años, y 50% el del frijol en el mismo plazo.
Además de tales medidas de corto plazo, “contemplamos una estrategia de producción a más largo plazo, que debe contemplar como elemento principal el aumento de la productividad del factor tierra”.
El SAM era muy específico en cuanto a sus objetivos de producción. Para 1982, de seguir las tendencias vigentes, habría un déficit de 2.441.000 toneladas (t) de maíz y 317.000 de frijol. Para 1985, los déficit para los siguientes seis cultivos más importantes serían: arroz, 370.000 t; trigo, 889.000 t; cártamo, 66.000 t; soya, 42.000 t; ajonjolí, 18.000 t; y sorgo, 226.000 t.
Por tanto, el objetivo era aumentar la producción lo suficiente como para eliminar estos déficit esperados para 1982 y 1985, respectivamente. Para esto, la tierra de labranza aumentaría cerca de 2,5% al año, y el capital para elevar el rendimiento, entre 3 y 5% por año. Esto requeriría “obras de infraestructura financiadas por el Estado, [sobre todo] el fertilizante, [que] es la palanca fundamental impulsora del potencial de producción”.
En 1978, sólo una tercera parte de toda la superficie sembrada con maíz se fertilizó, y el SAM pedía doblar esto a dos terceras partes para 1982. Así, se especificaron las cantidades de diferentes fertilizantes para la producción nacional y, cuando fuera necesario, para la importación.
Con estas medidas, concluía el documento, México irá camino a la autosuficiencia alimentaria, a niveles nutricionales congruentes con la dignidad humana básica.
Si México se hubiera apegado a las políticas de López Portillo en los últimos 25 años, sería un país diferente. Como indica la gráfica 1, la producción de maíz pasaría hoy de 34 millones de toneladas, en vez de las 19,5 millones producidas en 2006. El país no sólo sería autosuficiente en maíz, sino que el consumo per cápita estaría 30% por encima del actual. En cuanto al frijol (ver gráfica 2), la producción sería de 3 millones de toneladas, casi el triple de la actual, lo mismo que el consumo per cápita.
El sentido de optimismo cultural de “sí se puede” que exuda el SAM de López Portillo no se ha perdido del todo en México, a pesar de las décadas de lavado cerebral librecambista británico. Por ejemplo, el 13 de mayo, el ex director del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias, Antonio Turrent, habló de la emergencia alimentaria de México razonando que el país puede producir, sin dificultad, cereales suficientes para alimentar a 150 millones de personas (la población actual es de 110 millones). Esto puede hacerse, dijo, irrigando unas 2 millones de hectáreas de tierra fértil en siete estados, y sembrando maíz en 9 millones de hectáreas en el sureste del país que ahora se usan como tierra de pastoreo, tal como el SAM lo especificó en 1980.
Aun más al grano va el poderoso movimiento que se ha levantado en el país para exigir la construcción del Plan Hidráulico del Noroeste (PLHINO), que está en el papel desde los 1960, y es un ejemplo de la clase de obras de infraestructura y otras inversiones de capital que pedía el SAM. Con el fuerte apoyo del economista estadounidense Lyndon LaRouche y de sus colabioradores mexicanos, el Comité Pro PLHINO ha cautivado la imaginación de los obreros, campesinos, empresarios y políticos mexicanos, quienes no están dispuestos a seguir tolerando la locura del libre comercio británico que está matando de hambre a la nación, y, en cambio, quieren retomar un enfoque que de verdad permita alimentar a México y al mundo.