El Gobierno de George Bush y la Reserva Federal estadounidense pretenden someter a las gigantescas agencias hipotecarias semiprivadas Fannie Mae y Freddie Mac al control federal, según informes filtrados a la prensa el 5 de septiembre. Ésta es una medida que “equivale a traición”, dijo sin ambages el economista Lyndon LaRouche. El argumento del gobierno de que se hace para proteger la vivienda es un fraude; esto es, pura y llanamente, un rescate del sistema bancario.
El presidente Franklin Delano Roosevelt creó Fannie Mae en 1938 como una agencia estatal que les comprara las hipotecas a los prestamistas, para financiar la compra de viviendas durante la llamada Gran Depresión. En los últimos años, Fannie Mae y su hermano Freddie Mac fueron tomados por quienes Roosevelt tachaba de “realistas económicos”, y convertidos en vehículos de la especulación con derivados financieros. Con esta gran burbuja del entonces presidente de la Reserva Federal estadounidense Alan Greenspan, Fannie y Freddie se convirtieron en maquinitas de dinero para atizar el alza en el valor de los bienes raíces que proporcionaría el capital, como combustible, en la forma de deuda hipotecaria, para los mercados de derivados. Esta artimaña estaba condenada a fracasar, como lo ha hecho de modo tan espectacular, dejando a Fannie y a Freddie, y al sistema bancario estadounidense, en la quiebra total.
No obstante, Fannie y Freddie están en el centro del plan demencial del secretario del Tesoro Henry Paulson y del presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke para rescatar a los bancos botando todas sus hipotecas incobrables en estas dos empresas de patrocinio estatal, transfiriéndole, en efecto, las pérdidas de los bancos al gobierno y, en última instancia, al contribuyente. El gobierno no está rescatando en realidad a Fannie y a Freddie, sino sólo financiando su conversión en el basurero tóxico más grande de la historia. Lejos de que los salven, a Fannie Mae y a Freddie Mac los están destruyendo.
El gobierno ya ha gastado billones de dólares tratando de rescatar a los bancos, con ardides que van desde el plan de estímulo económico, hasta los programas de préstamo que tiene en marcha la Reserva Federal para los bancos, y que aceleran. Nada de esto ha funcionado, ni puede funcionar.
Esta triquiñuela no sólo es descabellada, recalcó LaRouche, sino que “equivale a traición”, pues antepone el intento por salvar el parasítico sistema financiero al bienestar de la nación y de su población. Lo que se necesita, en cambio, es aprobar de inmediato el paquete de defensa económica nacional de LaRouche, empezando por elevar la tasa estadounidense de redescuento al 4%, para parar la fuga de capitales del país y del dólar, para después poner en marcha la ley de Protección a los Bancos y Propietarios de Vivienda, a fin de proteger a la población mientras sometemos al sistema financiero a un proceso de bancarrota y empezamos a reconstruir lo que estos parásitos han destruido. Éste proceso se financiará con un sistema crediticio de dos niveles, en el que el gobierno emite crédito a tasas bajas de interés, de 1 a 2%, para financiar obras específicas de infraestructura prioritaria, en tanto que otras clases de préstamos se dan a una tasa más alta. Una vez dados estos pasos, entonces podríamos colaborar con otras naciones, de modo notable Rusia, China, India y Brasil, para instaurar dicho sistema a escala mundial, derrotando así a los parásitos del sistema liberal y encaminando al mundo a una nueva era de libertad y prosperidad.
No podemos rescatar al sistema muerto, ni deberíamos intentarlo. En cambio, lo que tenemos que hacer es abrirnos paso para salir de este desastre restaurando los principios del Sistema Americano de economía política. Hacer otra cosa no sólo es una locura, sino fatal.