Estudios estratégicos
La coca es la hoja sagrada del imperialismo británico
por Luis E. Vásquez Medina
En Wall Street y la City de Londres las carcajadas debieron ser muy sonoras cuando escucharon las declaraciones de los “revolucionarios” presidentes Hugo Chávez, de Venezuela, y Evo Morales, de Bolivia en la inauguración de la VI Cumbre del ALBA (Alternativa Bolivariana para los Pueblos de América). Allí, Chávez, aclarando que, aunque acostumbra masticar hojas de coca en las mañanas, no era un “narcodependiente”, defendió su consumo masticándola en público y pidiéndole a Evo Morales que explicara sus propiedades. Morales, por su parte, dijo que “después de tanta investigación, Harvard, (la universidad) de Estados Unidos, afirma que la hoja de coca es el mejor alimento del mundo. . . En resumen, la hoja de coca en su estado natural. . . es benéfica. . . tiene proteínas, vitaminas. . . Estados Unidos gana con Coca–Cola. La esencia de la hoja de coca era parte de la Coca–Cola”.
La coca no es alimento
Cosecha de hoja de coca en Perú. El argumento científicamente fraudulento de que la coca es nutritiva salió —¿de dónde más?— de la Universidad de Harvard,en 1975. (Foto: Creative Commons/ www.benettontalk.com). |
Históricamente, el imperialismo angloholandés no sólo ha dependido de las armas y la guerra financiera para imponer su voluntad, sino también de inducir a sus víctimas a aceptar, y hasta a defender su condición de sujeción, mediante guerra psicológica e ideológica. Hoy día ese mismo imperialismo angloholandés, rotulado como globalismo, hace lo mismo con la promoción de la coca por buena parte de la supuesta oposición “antineoliberal”, que se cree y difunde toda la patraña histórica, antropológica y anticientífica según la cual la hoja de coca es poco menos que la esencia del alma nacional de los países andinos, una maravilla alimenticia y otros sinsentidos. Esta gran mentira es, en esencia, el plan estratégico de los imperialistas utópicos británicos como los hermanos Huxley, que presentaron su plan de batalla en Un mundo feliz, donde hablan de cómo puede controlarse a los siervos haciendo que se sientan “felices” con una droga barata, la “soma” —coca—, como explicaremos en lo que sigue.
La promoción a la hoja de coca por el actual imperialismo angloholandés no es gratuita. El 98% de ella va a la producción de cocaína, cuyo tráfico, tal como lo develó a principios de los 1980 Lyndon LaRouche en el famoso libro Narcotráfico, S.A., es el caro negocio de la banca financiera internacional, ya que constituye la fuente de dinero contante y sonante indispensable para sostener su sistema financiero mundial que agoniza de iliquidez galopante.[1]
Hojas de coca se secan a un lado de la carretera en la región del Chapare en Bolivia. (Foto: StoptheDrugWar.org). |
La oligarquía financiera internacional promueve por un lado la legalización de la coca y la cocaína, y por el otro, en su típico juego geopolítico de doble moral, condena su cultivo, lo que le abre espacios para alentar las permanentes operaciones de Bush y Cheney contra el Estado nacional soberano. Cabe recalcar que esta supuesta “guerra a las drogas” de Cheney y sus amigos neoconservadores de ninguna manera pretende realmente eliminar el narcotráfico; es por eso que jamás tocan el lado financiero controlador del tráfico, que está en manos de los amos de Cheney y compañía en Wall Street y la City de Londres.
Así, las campañas para la erradicación del cultivo de la coca le permiten hoy al globalismo intervenir, incluso militarmente, en contra de nuestros países. Bolivia bien pudiera ser la primera víctima de esta estrategia, que a fin de cuentas busca balcanizarnos.
En Iberoamérica, el narcotráfico se ha constituido en un poder incluso superior al de algunos de nuestros gobiernos; controla muchos medios de comunicación importantes, tiene partidos políticos y parlamentarios a su servicio, ha derrocado y puesto presidentes. En la práctica, constituye el poder real en muchas regiones interiores de los países andinos, poder que es reforzado por sus nexos con el terrorismo.
En la actualidad, esta mafia transnacional aliada a la banca sinarquista internacional procura su viejo sueño: la legalización de la hoja de coca, con lo cual la transformación de los países andinos en narcoestados estará a la vuelta de la esquina, y se habrá dado el paso fundamental para lograr la legalización indiscriminada de las drogas a escala mundial.
Gracias a la multimillonaria campaña que, desde hace más de tres décadas, lanzaron la mafia y los intereses financieros internacionales, la legalización del cultivo y la comercialización de la coca es hoy una posibilidad; el objetivo inmediato es lograr que en la reunión de este año de la Convención Única de Estupefacientes de la ONU se saque a la coca de la “lista 1”, es decir, de la clasificación como sustancia prohibida que se le dio en la Convención de Viena en 1961.
En este esfuerzo han coincidido una nube negra de bien financiadas ONG y la totalidad de las furibundas organizaciones cocaleras levantadas con financiamiento de George Soros desde los 1980, a través la Comisión Andina de Juristas.[2]
Pieza clave en la campaña por la despenalización del cultivo y comercio de la coca ha sido la difusión de una serie de tramposos argumentos antropológicos, históricos y económicos en su favor, que van desde presentarla como la base de la identidad nacional y cultural de los países andinos, hasta encontrarle supuestas propiedades alimenticias y aplicaciones industriales. En cuanto a la identidad cultural, se ha llegado al punto que el Instituto Nacional de Cultura del Perú bajo el Gobierno de Alejandro Toledo y la Cancillería boliviana bajo el de Evo Morales han declarado a la hoja de coca “patrimonio cultural” de sus respectivas naciones.
Al margen de sus aplicaciones médicas, los argumentos para “industrializar” la hoja de coca —por ejemplo, en la elaboración de pasta dental—, por ser tan ridículos, no necesitan refutación. El planteamiento de que la coca es alimento sí que la requiere, y contundente, pues éste será el “argumento” clave en la campaña para su legalización ante la comunidad internacional, más aun en momentos en que la crisis alimentaria, producto de la desregulación económica impuesta globalmente, abate sobre todo a los países más pobres de nuestro continente.
El fraude de Harvard
En marzo de 2006, apenas inaugurado el Gobierno de Evo Morales, su flamante ministro de Relaciones Exteriores, David Choquehuanca, propuso que la hoja de coca fuera incluida en el desayuno escolar del país para aprovechar su contenido de calcio y fósforo, e informó que “el uso de esas hojas como un alimento suplementario es parte de las políticas que analiza el nuevo Gobierno boliviano para reivindicar el valor de la planta”.
Estos y otros alegatos, entre los que figuran los de los Humala en el Perú, sobre las “asombrosas” cualidades alimenticias de la hoja de coca ya se han vuelto comunes en nuestros países. En buena medida, el tristemente célebre “informe de Harvard” le ha dado un supuesto fundamento científico a tales contrabandos.
La Universidad de Harvard, conocido nido de sinarquistas, publicó en 1975 un falaz informe en el que se afirma que la hoja de coca tiene propiedades alimenticias. Fue preparado en el Instituto de Botánica de dicha Universidad por James Duke y colaboradores,[3] quienes abiertamente declararon que tenía el objetivo de justificar y alabar el “coqueo” o “chacchado”.[4]
De hecho, esta investigación y otras de la misma calaña no estuvieron guiadas por la loable intención de usar la harina de coca como solución al problema alimentario de nuestras poblaciones; por el contrario, todas fueron y son fraudulentas piezas propagandísticas elaboradas ex profeso para impulsar la legalización de los cultivos de coca en el continente sudamericano. Los mismos argumentos y los tramposos métodos anticientíficos de Harvard se usaron en 1986 por el norteamericano William E. Carter, Mauricio Mamani y otros en un libro que ha tenido gran difusión, La coca en Bolivia,[5] en el que se afirma que ésta es el mejor alimento de Bolivia.
Desde 1975, Harvard se ha convertido en la “autoridad científica” que citan los pro legalizadores de todo el mundo. En el Parlamento peruano existen hasta tres proyectos de ley para legalizar la hoja de coca, que se sustentan explícitamente en su mencionado informe.
¿Cuál es la trampa de Harvard?
El embuste es el siguiente. Violando todas las reglas de una investigación seria, el informe de Harvard presenta los resultados del análisis químico de la hoja de coca en los que se da cuenta de la presencia de numerosas proteínas, vitaminas y minerales, como la prueba absoluta y definitiva de su valor alimenticio.[6] Basados en tales análisis químicos, llegan a afirmar que la coca “supera a las cincuenta y dos especies vegetales que alimentan a toda la América Latina en valor nutricional”. Y añaden que “la ingestión de 100 gramos de hojas de coca supera la dieta diaria de calcio, hierro, fósforo, vitamina A, vitamina B2 y vitamina E recomendada por la OMS [Organización Mundial de la Salud] para una persona”.
TABLA 1
Comparación del contenido nutricional de 100 g de hoja de coca con el promedio del contenido de 50 plantas alimenticias
Constituyentes alimenticios |
Unidad de medida por 100 g |
Hoja de coca |
50 Plantas alimenticias |
Calorías | Caloría | 305,0 | 278,8 |
Agua | g | 8,5 | 40,0 |
Proteína | g | 18,8 | 11,4 |
Grasa | g | 3,3 | 9,9 |
Carbohidratos | g | 44,3 | 37,1 |
Fibra | g | 13,3 | 3,2 |
Calcio | mg | 1.789,0 | 99,0 |
Fósforo | mg | 637,0 | 270,0 |
Hierro | mg | 26,9 | 3,6 |
Vitamina A | IU | 100.000,0 | 135,0 |
Tiamina (B-1) | mg | 0,58 | 0,48 |
Riboflavina (B-2) | mg | 1,73 | 0,16 |
Niacina | mg | 3,73 | 2,25 |
Vitamina C | mg | 1,40 | 12,96 |
Vitamina E | IU | 43,5 | — |
Vitamina B-5 | mg | 0,308 | — |
Ácido fólico | mg | 0,13 | — |
Vitamina B-12 | mg | 1,05 | — |
Biotina | mg | 0,0865 | — |
Ácido pantoténico | mg | 0,684 | — |
Yodo | mg | 5,0 | — |
Magnesio | mg | 213,0 | — |
Zinc | mg | 2,7 | — |
Cobre | mg | 1,21 | — |
Sodio | mg | 40,6 | — |
Fuente:“Nutritional Value of Coca” (Valor nutricional de la coca), por James A. Duke, David Auklik y Timothy Plowman, en Botanic Museum Leaflets (Cambridge, Massachusetts: Harvard University, 1975)
Sin embargo, como todo buen biólogo o nutricionista sabe, el valor alimenticio de las plantas o animales lo da, no sólo su contenido de nutrientes, sino las condiciones y formas cómo se presenta para su adecuada asimilación por el organismo biológico correspondiente.
En el caso de los seres humanos, aunque la presencia de nutrientes en algún producto animal o vegetal —revelada por un simple análisis químico— pudiera llamar a asombro a algún ingenuo, el asunto es que muchos productos vegetales y animales (por ejemplo, el pasto del jardín, el cuero de res, etc.) contienen proteínas, carbohidratos, vitaminas y oligoelementos minerales, pero no pueden ser absorbidos por nuestro organismo y, por lo tanto, no son aptos para nuestra alimentación. En el caso de la hoja de coca, los macronutrientes (proteínas) presentes en ella no pueden ser absorbidos por el organismo humano, y los micronutrientes (minerales y vitaminas) que contiene, por su pequeña cantidad en comparación con otros vegetales, hacen insignificante su aporte para la dieta humana.
Como lo dijo en diciembre de 2006 el Centro de Información y Educación para la Prevención del Abuso de Drogas (CEDRO),[7] “las campañas publicitarias de los últimos 3 meses de los defensores de la harina de coca y la propuesta de alimentación con panes de harina de hoja de coca han basado sus posibles usos nutricionales, entre otros aspectos, en ‘el valor nutritivo de las proteínas de la hoja de coca’, lo que no es respaldado por la literatura científica. Aparentemente no se han leído los estudios científicos publicados en el país en los últimos 50 años sobre nutrición y hoja de coca. Los resultados de estos estudios no avalan la hipótesis del uso nutricional de las proteínas de hoja de coca. Los animales de laboratorio (mamíferos) alimentados con proteína de hoja de coca bajan de peso y a las dosis más altas. . . mueren”.
El informe de Harvard constituye en realidad una composición engañosa, en la que se presenta la información de forma parcial con el deliberado propósito de engañar a los ingenuos, que, como hemos visto, abundan en nuestro continente, en especial entre nuestros presidentes.
El método “científico” de Harvard sólo es superado, en su necedad, por las investigaciones de los llamados miembros de la “antropología participante”, que basan sus investigaciones en encuestas en las que se pregunta al campesino o minero andino por qué consume la hoja de coca. La respuesta predominante y esperada es: “Porque quita el hambre”. Ante ello, estos “científicos” sociales concluyen que la coca es alimento.
Como veremos en la segunda parte de este informe, la propiedad de la hoja de coca de quitar el hambre sin alimentar la ha convertido en uno de los principales instrumentos del imperialismo desde que los Habsburgo colonizaron América.
La prueba científica de que la hoja de coca no es un alimento es en realidad muy sencilla y está al alcance de cualquier estudiante universitario no graduado.[8] Los resultados de alimentar con coca a ratas de laboratorio se pueden resumir así: cuando a los animales de laboratorio se les alimenta exclusivamente con harina de coca, todos mueren al poco tiempo, no sólo por desnutrición, sino porque la cocaína que contiene afecta el hígado del animal; cuando se les alimenta con harina de coca descocainizada, si bien desaparece el efecto nocivo contra el hígado, no demuestra ninguna propiedad nutricional.
Con estos resultados, que se pueden probar cuantas veces uno quiera en el laboratorio, se puede tapar la boca a tanto conferencista que anda por nuestros países andinos alabando las bondades alimenticias de la coca y retarlos: “Si son consecuentes con su prédica, ¡sométanse ustedes mismos a una dieta exclusivamente con la ‘supernutritiva’ hoja de coca por unas cuantas semanas!”
La ciencia peruana vs. Freud
Desde principios del siglo 20, los fundadores de la psiquiatría peruana, encabezados por el doctor Hermilio Valdizán, advirtieron sobre los efectos nocivos del “coqueo” entre los habitantes de los Andes sudamericanos.[9] Se opusieron radicalmente a la corriente favorable a la coca que había inaugurado el psicoanalista nietzcheano Sigmund Freud.
La coca fue llevada a Europa casi inmediatamente después de la conquista, pero se tuvo que esperar hasta el desarrollo de la química para conocer sus componentes activos. Y recién en 1860 el químico Albert Niemann aisló el alcaloide principal de la planta: la cocaína. Freud, quien experimentó con todo tipo de drogas —de hecho murió como producto de un cáncer bucal, producto de su adicción al tabaco—, no escatimó elogios para la cocaína. Escribió que con la cocaína “se siente un aumento del autocontrol, mayor vigor y más capacidad de trabajo. Por otro lado, si uno trabaja, se pierde la volatilidad de las fuerzas mentales a la que inducen el alcohol, el té y el café. Simplemente se es normal y en poco tiempo se vuelve difícil comprender que uno está bajo la influencia de una droga. Se puede desempeñar trabajo físico o mental durante largo tiempo, sin fatiga; es como si se desvaneciera la necesidad de comer o dormir, que de otra manera se hace sentir en ciertas horas del día”.[10]
Por más de 12 años Freud consumió cocaína por vía intravenosa y recetó la droga prácticamente para todo tipo de dolencia de sus pacientes: para la depresión, para trastornos gástricos, para el insomnio, para la caquexia, contra la impotencia sexual, como afrodisíaco, y para curar a morfinómanos y alcohólicos.
Su imprudencia —sumada a la campaña promocional montada por Parke & Davis y otros laboratorios interesados en su distribución mundial, que empleaba lemas como “No pierda tiempo, sea feliz; si se siente pesimista, abatido, solicite cocaína”— produjo una pandemia que se extendió rápidamente entre las clases pudientes de ciertos países europeos.
La situación llegó a tal grado, que el doctor vienés Emil Erlenmeyer acusó a Freud de haber desatado sobre el mundo “el tercer azote de la raza” humana, después del alcohol y la morfina. En Gran Bretaña la popularidad de la cocaína llegó a tal punto, que a fines del siglo 19 se decía que no había escritor en el imperio que no recurriera a la cocaína para su labor. Y esto se reflejó en su literatura. El escritor Robert Louis Stevenson concibió la novela El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde bajo los efectos de la cocaína, que su médico le suministraba para combatir su padecimiento de tuberculosis. Igualmente, Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, fue un asiduo consumidor de cocaína y describió como cocainómanos a destacados personajes de sus novelas.[11]
En Un mundo feliz, Aldous Huxley usó la coca como modelo para la droga aturdidora “soma”. |
Los intereses imperiales británicos vieron de inmediato el uso que podían darle a la coca. De hecho, no tardaron mucho en llevarla a sus colonias con el afán de extender su cultivo. Se sembró en la India —donde todavía se consume comiéndola—, en Ceilán (ahora Sri Lanka) y en Malasia; sin embargo, sus planes se frustraron porque la coca cultivada en esos lugares tenía muy bajo contenido de cocaína. Su visión de un mundo perfecto, en el cual una pequeña manada de parásitos oligarcas servidos por siervos subhumanos, “felices” gracias a una droga barata, fue descrita en la novela Un mundo feliz del escritor británico Aldous Huxley, quien años más tarde reveló que usó la coca como el modelo del “soma”, la droga que mantenía felices a los esclavos subhumanos de su novela.[12]
El reconocido padre de la psiquiatría peruana, el doctor Hermilio Valdizán, publicó en Crónica Médica de Lima su aporte fundamental a la condena moderna de la coca. En su artículo “El cocainismo y la raza indígena”, adjudicó a la coca parte de la responsabilidad en la “degeneración indígena”. Su legado fue recogido por una serie de médicos y científicos peruanos que siguieron con las investigaciones, fundamentalmente en la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Marcos. En la primera parte del siglo 20, Carlos Paz Soldán, Carlos A. Ricketts,[13] Carlos Gutiérrez Noriega, Vicente Zapata Ortiz (1946) y García Giesman (1950) —entre otros— sentaron las bases científicas para la condena de la coca. Estos estudios condujeron a que, en 1961, las Naciones Unidas clasificaran a la coca como una sustancia nociva para el hombre.[14]
Todos los elogios y dizque argumentos sobre el poder nutritivo de la hoja de coca planteados en las épocas colonial y republicana, hasta principios del siglo 20, se fundaron sólo en apreciaciones subjetivas que en buena parte respondían al criterio colonial del encomendero o del gamonal explotador, quienes disfrutaban tener indios semiesclavos, a los cuales no era necesario proveerles alimento y se les mantenía “felices” con la coca. Aún hoy se puede ver esto.
La investigación más importante y seria que demostró que la costumbre de consumir coca era nociva para el habitante de los Andes, la realizaron los doctores peruanos Carlos Gutiérrez Noriega y Vicente Zapata Ortiz. La investigación fue publicada en 1946 con el dinero del premio Fomento a la Cultura de Perú, con el título de Estudios sobre la coca y la cocaína en el Perú.[15] El doctor Gutiérrez fue misteriosamente asesinado en Europa poco tiempo después de la publicación de su trabajo, y Zapata Noriega fue el delegado peruano ante el Consejo Económico y Social de la ONU, donde promovió la adopción de la condena a la hoja de coca por parte de ese organismo.
En la introducción al libro, los editores, el Ministerio de Educación de Perú, decían: “Estudios sobre la coca y la cocaína en el Perú es una verdadera revelación sobre tal aspecto vital de nuestra realidad. Tenemos fundamento para esperar que su presencia destruya los errores que aún predominan y sea un principio para la reconstrucción social de aquellas regiones que sufren los estragos del cocainismo. Pues, librar a un pueblo de la esclavitud de una droga heroica que, por un error inconcebible, ha gozado, durante varias generaciones, de la buena opinión de muchos hombres de ciencia y gobernantes, sería, en nuestro concepto, el mayor premio a que pueden aspirar los autores de este libro, que por la naturaleza de su contenido, la trascendencia del tema tratado y la claridad de la exposición, así como por sus valiosas conclusiones y el prestigio intelectual de sus autores, está llamado a iniciar, no sólo una nueva etapa en la historia del cocaísmo (sic); sino en la historia misma de la medicina peruana y en el bienestar social de la región andina”.
Lamentablemente, a mediados de los 1960 la oligarquía financiera internacional, con un inmenso financiamiento canalizado a través de sus agencias, lanzó la campaña para eliminar la condena a la coca y a la cocaína, condena que era un paradigma cultural en todos nuestros países andinos hasta fines de los 1960. Un paradigma que el libro de Gutiérrez y Zapata había contribuido a edificar. Su trabajo resumía los esfuerzos de investigación experimental que la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Marcos inició en 1936, y se basó en experimentos minuciosamente preparados con animales de laboratorio y en la observación de poblaciones sujetas a la costumbre del coqueo en la sierra y en las prisiones peruanas.
Su conclusión contundente: el coqueo es una toxicomanía, ya que mediante esa práctica se absorbe una cantidad determinada de cocaína. Gutiérrez y Zapata llegaron a determinar que la “ingestión diaria de 100 gramos de hoja de coca supone la ingestión de 0,2 a 0,3 g de alcaloides al día”, cantidad significativa de cocaína.
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Esta comprobación la admiten algunos defensores del “chaccheo” un poco más cínicos. Es el caso de Anthony Henman, un antropólogo inglés que trabaja con el ITN (Instituto Transnacional, una de las ONG pro legalizadoras más poderosas del planeta, financiada por George Soros), quien recientemente lo ha dicho con todas sus palabras: “Usar la coca como alimento sería un desperdicio, ya que la coca vale por su contenido de cocaína, chacchar la hoja de coca da la dosis perfecta de cocaína”. Es decir, admite lo que hace más de 5 décadas estableció el estudio de Gutiérrez y Zapata, pero emplea este conocimiento para promover su perversión. No existe diferencia cualitativa entre la masticación de coca en el mundo andino y el uso de la cocaína en Occidente. La diferencia entre ambas es sólo una cuestión de dosis.
Gutiérrez y Zapata, aparte de señalar que, “desde el punto de vista histórico, es casi seguro que la coca estuvo prohibida en la época de los incas, probablemente por motivos religiosos, y que el coqueo se difundió hasta adquirir sus actuales proporciones después de la Conquista”, concluye afirmando lo siguiente:
1. La cocaína es una de las drogas más peligrosas por la rapidez e intensidad con que produce toxicomanía, lo que ha sido experimentalmente demostrado en animales, en los que origina el hábito más fácilmente que la morfina.
2. Los coqueros habituados a grandes dosis de coca presentan alteraciones agudas, parecidas a las de la cocainomanía. El cocaísmo o cocamanía tienen un curso más lento que la cocainomanía y sus síntomas son menos intensos. No generalizamos este concepto a los coqueros habituados a dosis moderadas.
3. Cuando la droga penetra en el organismo por vía oral, como ocurre en el coqueo, los fenómenos de la habituación son menos intensos que en los casos en los que la droga se administra por otras vías. Por este motivo, las alteraciones fisiológicas y psicológicas que se observan en los coqueros son casi siempre menos graves que las que se presentan en los cocainómanos.
Estas conclusiones, entre otras, del libro de Gutiérrez y Zapata, han sido abundantemente confirmadas posteriormente por varios estudios científicos serios. La coca y la cocaína constituyen el estimulante natural más poderoso que se conoce. A diferencia de las drogas psicotrópicas (opio, heroína, etc.), que inutilizan a sus consumidores para el trabajo físico, la coca y la cocaína “impulsan” la explotacion de la fuerza laboral, sobre todo en faenas forzadas donde el hombre, sin el auxilio de maquinaria y tecnología, es usado como bestia de carga.
Es la droga ideal con la que siempre ha soñado el oligarca explotador. Con la coca y la cocaína se tiene a un ser humano degradado a la condición de un trabajador esclavo feliz, y sin necesidad de alimentarlo adecuadamente. Ésta fue la historia de la esclavitud colonial de los Habsburgo en Sudamérica. Qué ciertas y justas fueron estas palabras del famoso literato peruano Enrique López Albújar —padre de un general de división del ejército peruano asesinado por el narcoterrorista Movimiento Revolucionario Túpac Amaru o MRTA—, escritas a mediados del siglo 20:
“Posiblemente la coca es la que hace que el indio se parezca al asno; pero hace también que ese asno humano labore en silencio nuestras minas; cultive resignado nuestras montañas antropófagas; transporte la carga por allí por donde la máquina y las bestias no han podido pasar todavía. Un asno así es merecedor de pasar a la categoría de hombre y de participar de todas las ventajas de la ciudadanía”.
Estas frases sintetizan la oprobiosa herencia que arrastran nuestros países andinos desde tiempos en que fueron colonias de los Habsburgo, y señalan el gran anhelo republicano que todavía no se ha cumplido.
[1]. En junio de 1999 el entonces presidente de la Bolsa de Valores de Nueva York, Richard Grasso, viajó a reunirse con los líderes de las narcorterroristas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia o FARC en la selva colombiana. Este inusitado episodio evidencia la ya larga vinculación de Wall Street y la City de Londres con el narcotráfico.
[2]. En el Pronunciamiento final de la “Campaña Coca y Soberanía” que, con apoyo de la Comisión Andina de Juristas, llevaron a cabo el 31 de julio de 2006 en La Paz, Bolivia organizaciones cocaleras de la región, se afirma categóricamente: “Con la Convención Única de 1961 (ratificada en 1988), y sobre todo desde 1998, con la aprobación del Plan de Acción de las Naciones Unidas, se legaliza el uso de la fuerza y se impone la erradicación de cocales, con su secuela de muerte y represión, además de graves daños al medio ambiente. . . En este contexto, despenalizar la hoja de coca equivale a sacarla de la Lista 1 de sustancias prohibidas según la Convención de Viena (1961, 1988), y esa meta es la que se ha propuesto la Campaña Coca y Soberanía para la nueva reunión de ese cuerpo en Viena, el año 2008”.
En el mismo sentido, una nota aparecida en el periódico Los Tiempos de Cochabamba, Bolivia, el 17 de octubre de 2006, daba cuenta de cómo el Instituto Transnacional, una multimillonaria ONG europea, abogó ante el Gobierno de Evo Morales a favor de la campaña de despenalización de la coca: “Miembros del Instituto Transnacional (ITN), una organización no gubernamental (ONG) financiada por George Soros, presentaron ayer al gobierno estudios y argumentos para apoyar la solicitud de despenalización de la hoja de coca, planta que actualmente se encuentra en la lista de sustancias peligrosas de las Naciones Unidas”.
[3]. “Nutritional Value of Coca” (Valor nutricional de la coca), por James A. Duke, David Auklik y Timothy Plowman, en Botanic Museum Leaflets (Cambridge, Massachusetts: Harvard University, 1975).
[4]. El coqueo, “chacchado” o “acullico” (masticado) es la forma tradicional como se consume la hoja de coca en los Andes sudamericanos. Consiste en masticar hojas de coca, mezclando el amasijo con saliva y una sustancia alcalina —cenizas o cal, por ejemplo—, manteniendo este bolo durante largo tiempo entre los molares y la cara interna de la mejilla, donde se extrae el jugo de la coca; la cocaína pasa a la sangre a través de las mucosas de la boca, haciendo que la lengua y el carrillo queden adormecidos. Esta forma de consumo de la coca es una de las más rápidas y baratas en que el cuerpo humano absorbe cocaína, si bien la dosis que se obtiene es pequeña. El coqueo es considerado por la Convención de la ONU sobre Estupefacientes de 1961 como drogadicción.
[5]. La coca en Bolivia, por William E. Carter, Mauricio Mamani, José Morales y Philip Parkerson. En el Perú, el psicólogo sicópata Baldomero Cáceres, quien se droga frente a sus alumnos para demostrar que la coca y la cocaína son inocuas, se basa en este libro para llenarse la boca con la supuesta “trascendencia nutricional” de la coca. Cáceres es un investigador de la Comisión Andina de Juristas, fundada por la inteligencia británica y financiada, entre otros, por George Soros, el mayor narcolegalizador de EU.
[6]. Entre los 50 alimentos usados para la comparación figuran 10 cereales, 10 tubérculos y 10 frutas. Es decir, la mayor parte de los alimentos que actualmente se consumen en el área andina (ver tabla 1).
[7]. En 2002, Adriana Cordero publicó su tesis de grado en Farmacia, en la que presenta sus resultados sobre el valor nutritivo de la hoja de coca. El estudio se efectuó en grupos de 6 a 9 ratas macho de 5 semanas, de peso inicial de alrededor de 50 gramos. Las ratas alimentadas sin proteína bajaron de peso, y al ser alimentadas con caseína durante 10 días lo recuperaron (31,22 g). Las que fueron alimentadas con cuatro diferentes tipos de proteína de hoja de coca (sin alcaloides), en el mismo período de 10 días prácticamente no ganaron peso (4,5 g). Además comprueba que el peso de los diferentes órganos fue menor en los grupos que consumieron proteína de coca.
La doctora Cordero refiere en sus conclusiones que la alimentación con diferentes niveles de proteína de hoja de coca, consumidas por ratas en proceso de crecimiento, produjeron un menor desarrollo de sus órganos y menor aumento de peso por consumo de proteína, con respecto a los animales que recibieron dieta de caseína. Todas las ratas alimentadas sólo con proteína de hoja de coca murieron.
Ramos Aliaga y sus colegas han publicado (en 2004) sus hallazgos en un estudio de nutrición en ratas alimentadas con hojas de coca descocainizada (sin alcaloide de cocaína) y libres de colorantes. Se formaron cuatro grupos: uno de control, sólo con caseína (CAS), y tres experimentales, alimentados con diferentes tipos de preparados proteicos, libres de alcaloides, obtenidos a partir de la hoja de coca. Los resultados muestran que las ratas alimentadas con caseína aumentaron significativamente de peso (aproximadamente 60 g), mientras que las suplementadas con proteínas de hoja de coca subieron muy poco (5 g, es decir, sólo 9% de lo que aumentaron las que fueron suplementadas con caseína).
Otro estudio reciente, realizado en la Universidad de San Martín de Porres, ha mostrado que cuando las ratas de laboratorio son alimentadas con suplementos dietéticos basados en hoja de coca, mueren en los primeros 9 días de tratamiento. Así, un suplemento alimenticio de comida que contiene 10% de hoja de coca produce mortalidad en el 37% de los animales. Con 20% de hoja de coca la mortalidad aumenta al 75%, y con 40% se produce la muerte de todos los animales. Todas las ratas que no recibieron hoja de coca sobrevivieron.
Todos los estudios efectuados en forma experimental, utilizando los esquemas reconocidos para demostrar el valor nutritivo de preparados de hoja de coca en animales de laboratorio, han mostrado resultados no satisfactorios y un escaso valor nutricional o la incapacidad de nutrir a mamíferos.
Fuente: La hoja de coca en la alimentación (Lima: CEDRO, 2005).
[8]. Psicoactiva, No. 22, revista de CEDRO (Lima: 2006).
[9]. La alienación mental entre los primitivos peruanos, por Hermilio Valdizán (Lima: 1915). “Acerca de las cualidades nocivas de la coca, acerca del cocainismo peruano, no es sin una cierta amargura que debemos declarar que nuestra invitación al estudio del problema, nuestra recomendación de éste a los poderes públicos, a los hombres de ciencia y de buena voluntad, y aun a aquéllos que desde hace años vienen defendiendo a nuestros indios de los atropellos de tinterillos poco escrupulosos y de funcionarios menos escrupulosos todavía, todo ello ha pasado inadvertido, todo ello ha merecido el más profundo desdén”.
[10]. Guía de drogas, por Antonio Escohotado (España: Ómnibus Mondadori, 1990).
[11]. En El signo de los cuatro, novela publicada en 1890, Conan Doyle hace una descripción minuciosa de los hábitos de un cocainómano. Al final de la novela, un resentido Sherlock Holmes le dice a su compañero Watson: “Para mí. . . queda todavía el frasco de cocaína”. El signo de los cuatro, por sir Arthur Conan Doyle (España: Orbis, 1983).
[12]. “ ‘Pareces triste, Marx’. La palmada en la espalda lo sobresaltó. Levantó los ojos. Era aquel bruto de Henry Foster. ‘Necesitas un gramo de soma. Todas las ventajas del cristianismo y del alcohol, y ninguno de sus inconvenientes’ ”. Aldous Huxley, en Un mundo feliz.
[13]. C.A. Ricketts, padre del doctor Patricio Ricketts, quien fue médico del presidente peruano Augusto B. Leguía, diputado por el departamento de Arequipa y líder de la lucha contra la toxicomanía, que implica el chacchado de la hoja de coca; un gran defensor del indígena peruano. Véase Ensayos de legislación pro indígena (Arequipa, Perú: 1936).
[14]. Recientemente, el órgano de la ONU encargado de velar por el cumplimiento de los tratados internacionales sobre drogas pidió a los Gobiernos de Bolivia y Perú que prohíban masticar hoja de coca, y exigió mayores esfuerzos para erradicar esa práctica. La Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) exhortó “a los Gobiernos de Bolivia y Perú a que adopten medidas sin demora, con miras a abolir los usos de la hoja de coca que sean contrarios a la Convención de 1961, incluida la práctica de masticarla”.
En su Informe anual sobre las drogas 2007, se critica también que en esos dos países se dedique la hoja de coca a fines industriales como la fabricación del mate de coca, que va más allá del uso medicinal que le asignan a esa planta los tratados internacionales. Y pidió que dichas naciones piensen en un cambio legal para “abolir o prohibir” la práctica de masticar hoja de coca, así como “la fabricación de otros productos que contengan alcaloides de la coca con destino al consumo interno y a la exportación”. Efe Philip Emafo, presidente de la JIFE, acaba de declarar que masticar hoja de coca es “dañino o podría ser dañino, y creo que la gente que redactó la Convención (de 1961) estimó que era dañino, que no se debía practicar”.
[15]. Estudios sobre la coca y la cocaína en el Perú, por Carlos Gutiérrez–Noriega y Vicente Zapata Ortiz (Lima: 1946).