La economía de cocodrilo

Un cocodrilo adulto hambriento y saludable persigue su cena con gran velocidad y eficiencia. Pero por mucho que uno admire sus habilidades, realmente no desearía verlo merodeando por su vecindario. En general, muchos populistas son como los cocodrilos, incluso algunos que a menudo hacen trabajo provechoso con sus manos y sus pies. Yo me topo con algunos de estos en situaciones tales como el correo electrónico que le llega a mi campaña, o entre los que llaman a los programas de radio de micrófono abierto. Estas observaciones mías podrían ayudarles a distinguir a un "cocodrilo" político colado entre su gente, aunque esté hábilmente disfrazado.

Ante todo, deben reconocer que los cocodrilos populistas por lo regular han asumido una forma humana, y pueda que sean capaces, como los pericos y los loros, de simular el habla humana, pero en realidad no aceptan la existencia de lo que consideramos sociedad. Más bien, a menudo irradian una cierta brutalidad, en especial cuando se irritan al enfrentarse con ideas reales. Uno podría decir que, en el fondo, son criaturas ferales como todos los cocodrilos, o como los fascistas en los que su patología los induce a convertirse.

La presencia de un hombre cocodrilo en tu vecindario, no indica que aspire a convertirse en una criatura sociable; lo más probable es que tenga hambre. El cocodrilo que se merienda al niño, pueda que le haga la venia a la afligida madre: "Mala suerte, señora. Acháqueselo al libre comercio". Entre las huellas típicas que pueden revelar la presencia de esos cocodrilos políticos, está la reacción iracunda a cualquier referencia a la memoria del presidente Franklin Roosevelt. La idea de que Franklin Roosevelt quitó a tu vecino del menú, puede llevarlo a bufar como sólo puede hacerlo un cocodrilo así ofendido. Cuando todo se reduce a lo esencial, no le queda más que una palabra en su vocabulario: un resonante, aunque horriblemente discordante, "¡Mío!" hobbesiano. Acorrálenlo, como lo he hecho a menudo de manera experimental, y pronto se verá, con su expresión de rabia, que todo lo que diga puede reducirse a un solo gruñido de cocodrilo mezquino: "¡Mío!"

Hace casi dos generaciones, la mayoría de nuestros ciudadanos habrían despreciado a esas criaturas salvajes, y con razón. "Tipos egoístas", sería la frase que resumiría la opinión general. Pero, luego, con el alejamiento de una sociedad productiva que empezó con el viraje de fines de los sesenta hacia la decadencia de la actual sociedad de consumo, la mayoría de las dos últimas generaciones adultas ha adoptado la noción de una "sociedad consumista". Con esto, quiero decir una "sociedad de cazadores y recolectores", como los que se reúnen en el "Cannibal Enterprise Institute" (Instituto Canibal Empresarial), famoso por su lema: "¡Eres a quien te comes!"

El populismo, junto con la categoría de trastorno moral más amplia que representa, constituye la principal amenaza interna a Estados Unidos, y a la civilización en general. Cierto es que el peligro obvio viene de ese elemento utopista, prácticamente satánico, responsable de esos cambios en las directrices políticas que llegaron a preponderar en América y en Europa Occidental durante los últimos treinta y cinco años y pico. Ese elemento utopista, aunque malvado y peligroso, no podría dominar en EU ni en otras naciones, como lo hace al presente, a menos que la población fuere moralmente corrompida, a gran escala, por la influencia que ejerce el populismo en la ciudadanía en general. La crisis de EU y de Europa Occidental, no se trata, como alegan los cobardes, de que "no se puede pelear contra el poder establecido". El problema es que esos cobardes "no pelean contra el poder establecido" ni aun por esas cuestiones de las que depende la existencia continua de la civilización más o menos en lo inmediato.

Por tanto, fuere urgente que acostáramos a la parodia del cocodrilo populista en el sofá del psicoanalista, y averiguáremos qué resortes hacen saltar a su patética mente. Los siguientes comentarios proporcionan un prefacio para el informe del psicoanalista.

'¿Es realmente humano?'

Para un psicoanalista calificado, la prueba apropiada de cordura en lo que parece ser un espécimen humano, es el grado al cual ese sujeto es o no capaz de esas formas de comportamiento que separan al individuo humano de las especies inferiores. En el caso de muchos sujetos relativamente patéticos, los analistas han descubierto que esa cualidad necesaria, o bien está más o menos muy deteriorada, o hasta virtualmente ausente durante extensos períodos de observación. La obra del finado doctor Lawrence S. Kubie sobre el tema de "la distorción neurótica del proceso creativo", es un ejemplo de este enfoque clínico.

Esta cualidad distintiva del individuo humano sano se llama cognición. Por "cognición", queremos decir esa cualidad de conducta mental que típicamente se expresa en la generación exitosa por parte del individuo, de cualquier hipótesis que pueda mostrarse, de manera experimental, como un principio físico universal. La relativa cordura del sujeto humano individual bajo examen, ha de evaluarse en tanto expresión de la frecuencia evidente con la que el sujeto emplea dichas capacidades cognoscitivas en las condiciones apropiadas.[FIGURE 21]

Un ejemplo típico de un rasgo patológico en ese sujeto clínico, sería que éste huyera una y otra vez de la actividad cognoscitiva, a los métodos simbólicos o deductivos inapropiados de argumentación, o incluso a la fascinación con la idea de usar la "magia" como sustituto de la razón, como hacían François Quesnay, Bernard Mandeville y Adam Smith, al encarar los retos surgidos de la realidad.[1] Esto puede demostrarse en los casos en que el sujeto se enfrenta, por primera vez, con lo que técnicamente se reconoce como una "paradoja ontológica" que surge de la prueba experimental.

En el dominio de las cuestiones de la ciencia física, el diagnóstico del estado clínico mental de un sujeto puede realizarse de la forma más eficaz, aplicando el concepto de una geometría física riemanniana como guía, para trazar los aspectos pertinentes de sus procesos mentales. Penetrar de forma intensiva los métodos desarrollados originalmente por Carl Gauss, y la obra relacionada de Lejeune Dirichlet y Bernhard Riemann, le proporciona al psicoanalista una imagen mental útil del enfoque que ha de aplicarse en la evaluación de la conducta mental del sujeto.[2]

¿Ha de clasificarse al sujeto en lo funcional como verdadero hombre, o como un virtual sociópata tipo "hombre cocodrilo" o algo similar? El populista típico, con su acostumbrada lista de "temas particulares", por desgracia es un ejemplo de éste último estado patológico. Sigue ahora un diagnóstico más o menos preciso de los casos sospechosos, desde la óptica de una perspectiva de geometría física riemanniana de los procesos mentales pertinentes.

El más o menos típico populista que bufa de odio contra la memoria del presidente Franklin Roosevelt, es un sujeto apropiado sobre el cual enfocar el estudio de la patología social pertinente.

Para diseccionar al sujeto con precisión razonable, debemos dividir los aspectos pertinentes de la conducta mental del sujeto en dos tipos definidos de modo general, uno que destaque los métodos de lo que acostumbra denominarse "ciencia física", y el otro, "las pautas de conducta social funcionalmente definidas". Finalmente, debemos juntar las dos áreas temáticas de una manera apropiada. Así, nos habremos situados para evaluar el estado mental característico del sujeto. El estado mental saludable es el estado cognoscitivo; el enfermizo está representado por las personas que recurren a la inferencia simbólica o a métodos reduccionistas, o, en el peor de los casos, como los gnósticos religiosos, a una mezcla de ambas cosas.

En el caso de prueba del primer tipo, el psicoanalista destaca el comportamiento mental del sujeto como humano, en tanto individuo en el universo físico, el individuo que actúa en ese universo como la sociedad actual presenta ese universo, como su reto al individuo en tanto persona. Dado lo que se conoce como una verdadera "paradoja ontológica", ¿es este individuo capaz, hablando en términos funcionales, de adoptar un esfuerzo encaminado de forma competente a encontrar lo que posiblemente sea la hipótesis probable que resuelva la paradoja?[FIGURE 22]

En el segundo caso, el psicoanalista debe descubrir: ¿tiene ese individuo un sentido más o menos eficiente de las formas de cooperación en sociedad de las que depende la utilización socialmente eficaz de los descubrimientos físicos? Eso debe hacerse en ambos casos, tratados ahora en combinación, como la característica de una persona productiva en una sociedad productora en vez de consumidora. Si se hace, entonces tenemos una imagen mental de lo que deberíamos entender como una norma de juicio mental relativa del sujeto humano.

Para el segundo caso, el comportamiento social apropiado se define de la siguiente manera.

La característica de la sociedad humana, a diferencia de la caza y recolección típica de las formas inferiores de vida, es que el crecimiento de la densidad relativa potencial de población de la especie humana ha incrementado a partir de los varios millones que serían los límites superiores de una sociedad "puramente" de cazadores y recolectores, hasta aproximarse a los 10.000 millones de personas hoy día.

Este cambio en la densidad relativa potencial de población refleja la generación y transmisión acumulada de formas cognoscitivas científicas de descubrimientos sociales y afines, a lo largo de muchas generaciones sucesivas. Entre los ejemplos de cómo ocurre esta transmisión tenemos desde antiguos calendarios astronómicos que se remontan a tiempos tan remotos como la última gran era glacial, hasta la construcción de las grandes pirámides de Egipto, y las obras astrofísicas y afines de Platón y su academia, hasta Eratóstenes, así como el conocimiento perdido de la obra científica de la academia de Platón, mismo que se perdió bajo el dominio de la relativamente degenerada cultura de la Roma imperial, y se le restauró a Europa en el Renacimiento del siglo 15.

En una sociedad cuerda, el hombre produce los cambios en la naturaleza que —a través de la mejora en el potencial de nuestra especie, así como de las mejoras en las condiciones de la naturaleza—, aseguran el continuo progreso ascendente de la condición humana mediante la producción de lo que se necesite.

Una noción contraria de la naturaleza del hombre, la visión inherente en la "sociedad consumista", al igual que la cultura decadente del dominio del Imperio Romano cargado de esclavos, define una cultura de parásitos, cuya relación con la sociedad se define, en lo principal, en términos de la elección de preferencias y la posibilidad de consumirlas. La ideología de la "sociedad consumista" tiene como preocupación la adquisición, pero no asume la responsabilidad correspondiente de, ya sea causar realmente el diseño y la producción de lo que se adquiere, o de juzgar la utilidad de ese acto de posesión y consumo para los fines apropiados de la sociedad. La ideología del "libre comercio" y de la "maquila", es emblemática de las peculiaridades patológicas de la "sociedad consumista".

He definido una serie de retos. Estos retos nos mostrarán la diferencia entre el tipo de populista que representa el hombre cocodrilo, y los individuos humanos mentalmente saludables, felices y en verdad cuerdos. La tarea de transformar al menos un número importante de los populistas y extraviados similares de hoy, en gente normal, es el único medio posible para que la civilización mundial escape lo que de otro modo sería el inevitable hundimiento de toda la humanidad en una nueva era de tienieblas por varias generaciones.

Para alcanzar esos objetivos aquí, debemos adoptar ahora un plan de acción un poco diferente al que he delineado en estas páginas iniciales del informe. Los objetivos siguen siendo exactamente los que he descrito inmediatamente antes, pero, como sucede con muchos de los más importantes problemas cotidianos de la sociedad, la manera de atacar un problema de manera exitosa es, a menudo, un ataque de flanqueo.

1. El tercer paso

Todas estas consideraciones, y más, pueden concentrarse en la discusión ampliada de una sóla cuestión: ¿Qué piensa la persona individual sujeto de la muerte? ¿Cree él o ella en lo que se llama "el más allá"? ¿Piensa él o ella en el "más allá" como si fuese el dominio de la fantasía de los cuentos de hadas? ¿O conoce realmente la respuesta mediante métodos científicos, con la precisión de la certeza científica de la comprobación de un principio universal?

Sí es esto último, ¿qué prueba tiene él o ella de calidad científica física, con la cual respaldar la suposición de que existe un "más allá"? La respuesta a esas interrogantes puede enfocarse ahora de un modo algo diferente: Dado el hecho de que todas las personas mueren, ¿cómo define ese individuo su autointerés más fundamental? En otras palabras, ¿cómo debería vivir uno, de momento a momento, para servir mejor a su interés fundamental en el desenlace de la vida mortal? ¿Qué debería hacer esa persona con su vida entera? El significado del "más allá" llegará a ser conocimiento real, en vez de la búsqueda de una ridícula construcción de una anhelada creencia en el poder eterno de alguna fuerza establecida dominante, sólo luego de abordar estas interrogantes de una forma eficaz.

Hay tres clases de respuestas a esas interrogantes que merecen la respuesta correcta, o al menos "calificaciones aprobatorias".

La calificación aprobatoria mínima estaría representada por el niño que responde diciéndonos lo que propone aportarle a la sociedad "cuando yo crezca". Esa respuesta implica que el niño ha adoptado un sentido de misión, y que por lo menos ha comenzado a pensar sobre la importancia de esa misión para la sociedad, y ha comenzado también a pensar en la manera en que el niño y el adolescente se irá preparando para desempeñar esa misión. En todo caso, el niño con una visión sana de la vida expresará esta elección de misión como una manera de "hacer el bien".

Platón y el apóstol Pablo utilizaban el término griego ágape para denominar el concepto apropiado de una orientación de misión de hacer el bien para la humanidad. Esa fue la concepción de Godofredo Leibniz, quien tuvo un profundo impacto, aunque indirecto, en el desarrollo de los más destacados patriotas estadounidenses del siglo 18; Leibniz la definió como "la búsqueda de la felicidad", en un ataque explícito a la malvada propuesta de John Locke, "vida, libertad y propiedad", o la verborrea positivista neolockeana del fascista magistrado de la Corte Suprema de EU, Antonin Scalia, y su dogma gnóstico del "valor de los accionistas". El famoso Cotton Mather, quien tuvo una profunda influencia sobre el joven Benjamín Franklin, utilizaba el término "hacer el bien". Los cristianos que sentaron los fundamentos del Estado nacional moderno en el siglo 15, utilizaban el término traducido al inglés, de promover "el bienestar general", como lo prescribe el preámbulo de nuestra Constitución federal como ley fundamental, o, como lo han hecho líderes religiosos importantes como el papa Juan Pablo II, servir "al bien común".

El concepto de una "comunidad de principio" entre Estados nacionales republicanos, cada uno soberano, que introdujo el entonces secretario de Estado John Quincy Adams al lenguaje de la Doctrina Monroe de 1823, significa un arreglo bajo el cual cada república promueve el bienestar general de toda su población presente y futura, al tiempo que esas repúblicas cooperan para promover el bienestar general entre sí, y también para la humanidad en general. Esta es una concepción de las relaciones en y entre las naciones, directamente opuesta a las nociones propias de los empiristas como Thomas Hobbes, John Locke, ese apóstol declarado de la maldad conocido como el Bernard Mandeville de Friedrich von Hayek, Adam Smith y Jeremy Bentham. Estos conceptos antiempiristas son directamente contrarios a los rasgos característicos de la opinión populista y existencialista.

Por tanto, en este nivel mínimo "aprobatorio", el individuo con una misión personal en la vida que corresponda con el bien común, se le considera una persona moral, porque él o ella ha colocado el autointerés personal de esa vida individual, entre el nacimiento y la muerte, como un autointerés en ser una persona que hace el bien para toda la humanidad, de forma implícita.

Sin embargo, no es una respuesta adecuada a la interrogante.

El siguiente nivel más alto de calificación aprobatoria, implica el concepto de acción cognoscitiva, ya sea en el descubrimiento original de un principio físico universal o su equivalente, o de promover el progreso de la sociedad en su conjunto mediante la aplicación de tales principios. Esto puede replantearse como una orientación a la misión de cambiar a la sociedad para el bien. A este nivel, hemos ascendido, de hacer el bien, a mejorar. El efecto de ese cambio es profundo. Un perro de familia puede hacer el bien defendiendo al niño de un depredador, pero el perro no podría descubrir un principio por el cual pueda mejorarse la sociedad.

A este nivel, de cambiar la sociedad para bien, la idea de progreso científico y formas afines de progreso, se convierte en el concepto necesario, relativamente superior, del bien. A este nivel, el interés del individuo en la vida mortal es la de no sólo contribuir al progreso de la humanidad en general; la misión se convierte en asegurar que las generaciones venideras de la humanidad en su conjunto estén comprometidas de forma eficiente con ese tipo de progreso sin fín para toda la humanidad.

Para replantear esta cuestión, consideren la famosa afirmación de Heráclito y Platón: nada existe excepto el cambio.

Todo lo que conocemos sobre el universo es producto de un cambio. El sistema solar, por ejemplo, es una entidad cuasiautocontenida. No podría existir sin la galaxia y el universo más amplio del cual, como la galaxia misma, es parte funcional. Sin embargo, aún admitiendo que algún material pudiera haberse aventurado en el sistema solar, ese sistema es, en una primera instancia, el resultado de un proceso de cambio generado por el Sol. Fue precisamente ese Sol el que constituyó el eje de un proceso que transformó la materia que, en su giro prolongado del Sol más "jóven", y de giro más rápido, formó el sistema planetario que contiene los elementos químicos de la tradicional tabla periódica de Mendeleyev.

Nuestro planeta Tierra es producto de un cambio constante, representado en el modo en que los procesos vivientes produjeron la biosfera, incluyendo los productos fósiles de acción viviente como los océanos y la atmosfera. Contrario a los chapuceros empiristas, como Euler y Lagrange, cuyas farsas ya fueron desenmascaradas por el joven Carl Gauss, en realidad no hay leyes fijas del tipo que los soñadores de torre de marfil les gustaba dibujar en las pizarras de las aulas de clases de matemáticas. En la medida en que tales leyes aparentemente existen, y sólo existen de modo condicional, en la escala universal cualquier sistema finito no es más que una sombra pasajera de un proceso de cambio sin fín.

Lo que mostró el joven Gauss en su refutación devastadora de Euler y Lagrange, fue que, incluso desde el punto de vista de un examen crítico de la aritmética, existe un registro abierto de potencias "axiomáticas" superiores que corresponde cada una a la noción de una dimensión geométrica. Con su demostración de la necesidad de entender hasta la aritmética simple y el álgebra desde la óptica en que Gauss, como joven defensor de Leibniz, definió el dominio complejo, la ciencia quedó libre implícitamente del universo cerrado de los matemáticos de torre de marfil, para reconocer un universo en expansión que se automejora en lo cualitativo, y al cual se van agregando de forma constante potencias superiores que sustituyen a las dimensiones de torre de marfil. Esta noción, que repondía a la exigencia de una geometría antieuclidiana hecha por el maestro de Gauss, Abraham Kaëstner, lleva, a través de Gauss y Riemann, a la concepción físico-matemática de un universo antientrópicamente en expansión.[3]

El hombre, al usar su facultad de cognición para generar descubrimientos de hipótesis que se prueban de forma experimental como principios físicos universales, desempeña así un papel en el universo que imita, de manera única, el papel del Creador de ese universo.

Tal es también la naturaleza de la criatura de mayor rango en el universo conocido, la humanidad. Nuestra especie transforma la Tierra. Si la humanidad no se destruye a sí misma con los disparates que han predominado en el mundo en los últimos treinta y cinco años y pico de utopía, sin duda alguna haremos mucho para transformar el universo para el bien, a un nivel más amplio, tarde o temprano.

Los cambios considerables en nuestro planeta, y por ende en el universo, que ha efectuado nuestra especie hasta ahora, constituyen, en todos los casos, la obra de ese principio que, una vez más, he definido antes como cognición. Esta cualidad única y magnífica de la humanidad, yace en la naturaleza del individuo humano como ser cognoscitivo. Nunca se produjo un descubrimiento original de un principio físico universal por ningún medio que no fuera la cualidad perfectamente soberana de las facultades mentales creativas señaladas como cognición. De allí que la cognición, representada por el descubrimiento original de una hipótesis que prueba ser un principio físico universal, no sólo es la cualidad que sitúa a la humanidad aparte y por encima de todas las demás criaturas vivientes; esta cualidad reside dentro de los límites de la existencia soberana de la personalidad individual.

Ahí radica la importancia de conocer la segunda reflexión, relativamente superior, sobre el tema de la inmortalidad.

Es por este motivo que le he insistido a mis colaboradores inmediatos en la ciencia, que debemos emprender una campaña política de educación científica de masas sobre la naturaleza y las implicaciones del descubrimiento original de Gauss en su juventud del teorema fundamental del álgebra, en su ataque a los farsantes Euler, Lagrange, etcétera. Paso a explicar esa conexión y su relación con nuestro actual conocimiento científico sobre el tema de la inmortalidad.

Geometría, ciencia y pecado

Para el científico, la única forma científicamente conocida de "pecado original" es una patética cualidad de ignorancia que se expresa en la fe ciega en la certeza sensorial. Todas los otros grandes defectos en el comportamiento humano, incluyendo la forma de enfermedad mental que he identificado con el populismo, son fruto de lo que se reconoce como una representación de la perversidad de una errada concepción "materialista" o "existencialista" de la naturaleza del individuo humano. En las perversiones de torre de marfil de la ciencia física y las matemáticas, la forma ingenua de la geometría euclidiana y los métodos de contar monedas sucias, llamados ideas populares sobre la aritmética, no son más que racionalizaciones de la ilusión de que el universo en el que existimos consiste en el conjunto de objetos que asociamos a las percepciones sensoriales como tales, en vez de lo que son: meras sombras de la realidad, y no la realidad misma. Como decía el apóstol Pablo, esas percepciones sensoriales son nada más algo de la realidad que "vemos por un espejo y oscuramente".

El conocimiento real sólo ocurre mediante las facultades cognoscitivas de nuestra mente, para reconocer que la certeza sensorial es a menudo, y aun de manera habitual, una representación contradictoria de la realidad. En la ciencia física o el trabajo relacionado, estas autocontradicciones se definen estrictamente como paradojas ontológicas. Las soluciones de tales paradojas se llaman hipótesis. Si esas hipótesis son validadas por métodos experimentales apropiados, correctamente llamamos a esas hipótesis principios físicos universales. Cada principio semejante recién descubierto representa una nueva dimensión de la facultad del hombre para intervenir, y controlar, el descubrimiento de una nueva potencia en el dominio complejo general, y el poder de cambiar el universo en el cual existimos.

De este modo, en la medida en que tú te hayas desarrollado, como por el modo de educación humanista clásica enseñado por el maestro de Gauss, y aliado de Benjamin Franklin, Abraham Kaëstner, constituyes una fuerza individual soberana para el cambio en nuestro universo. Tal acción tuya determina el efecto que demuestra, de manera experimental, la naturaleza superior de la especie humana sobre todas las otras, de que el hombre tiene la facultad de cambiar el universo a voluntad, lo cual de otro modo sólo lo expresa el mismo Creador. Así, reconocemos la prueba de la definición de Moisés del hombre y la mujer en tanto hechos igualmente a imagen del Creador.[FIGURE 23]

He subrayado la importancia del estudio generalizado de la refutación original de Gauss contra Euler y Lagrange, de forma implícita, como tarea obligatoria para calificar a los estudiantes de educación media y universitaria, porque es el método más eficiente que yo conozca en la actualidad, mediante el cual el número relativamente más grande de estudiantes pueda llegar a conocer en realidad cierto principio de importancia fundamental con el relativo menor esfuerzo; para liberarlos del muy difundido engaño de la fe ciega en la geometría euclidiana y en los números de contar. El asunto es liberar al aula universitaria y a la opinión popular en general de la creencia de que la ciencia se demuestra con las matemáticas en la pizarra del aula escolar o en la computadora digital. El tema científico profundo que aborda esa obra de Gauss, mostrando la falacia de la creencia del reduccionista Euler en las matemáticas de torre de marfil, es el siguiente.[4]

Si, como lo declara con vigor Riemann —el estudiante de Gauss, Wilhelm Weber, y Lejeune Dirichlet— al principio de su famosa disertación de habilitación de 1854, debemos expulsar de la ciencia los axiomas acostumbrados de la geometría del aula de clases, ¿con qué debemos remplazar el conjunto popularizado de definiciones, axiomas y postulados del aula de clases? Como ya lo he recalcado aquí, Riemann sigue a Gauss, incluso en el origen del escrito original de Gauss sobre el teorema fundamental del álgebra, al remplazar la noción de torre de marfil de "dimensiones" con una concepción de magnitudes ampliadas congruente con la refutación a Euler y Lagrange en la primera declaración juvenil de Gauss sobre su teorema fundamental. Estas magnitudes ampliadas no son sino hipótesis comprobadas de manera experimental, que nos sirven como principios físicos universales. Este concepto es al que me he referido y que Gauss ya había probado en su refutación juvenil a Euler y Lagrange. Riemann amplió la obra de Gauss en estas líneas con su concepto del universo, y de los espacios-fase de ese universo, como multiplicidades multiconexas de dichas magnitudes.

Si el estudiante moderno comprende esta concepción de Gauss y Riemann como acabo de plantearla, estará mejor afianzado en el trabajo científico en general, y mejorará mucho su capacidad de pensar sobre cualquier materia, aventajando la competencia de incluso las más pomposas de las dizque autoridades científicas de hoy en día. De allí que, por esta y otras razones afines, le he propuesto a los adolescentes y a los jóvenes adultos serios de hoy, que adopten este punto de referencia en la ciencia, junto con la exploración de la historia universal desde el punto de vista de la tradición intelectual americana contraria a Hobbes y a Locke, como el centro de ataque a partir del cual obtener la calidad de educación a la cual les niega acceso la corrupta instrucción pública estadounidense hoy día, así como las aulas y textos de la educación superior. La mente en desarrollo requiere un punto de anclaje, un punto en el cual pueda decir, "¡esto yo lo sé!", y luego utilizar esa ancla segura como hito a partir del cual proceder a trazar el más amplio territorio del conocimiento en general. El referido ataque de Gauss a Euler y Lagrange, es un punto de partida maravillosamente bueno, además de delicioso, para ese esfuerzo.

La sensación de que "yo sé cuando sé", es un anclaje maravilloso para el sentido de identidad personal como ser humano, de conocerse a sí mismo, como propone el Sócrates de Platón, en tanto ser cognoscitivo. Proporciona un excelente punto de referencia para conocer el significado de la inmortalidad, en el universo real, en vez de algún fingido mundo mágico de Elmer Gantry [el ficticio predicador farsante creado por el nobel Sinclair Lewis].

Tú, como persona individual viviente, eres. entonces, la encarnación soberana de ese principio de acción universal mediante el cual la humanidad adquiere la capacidad de cambiar al universo, y ello de modo que copia la obra del Creador del proceso continuo de creación. Ya que los verdaderos descubrimientos de principios físicos de verdad universales, por ejemplo, no tienen frontera ni tiempo en sus efectos, hay ya una cualidad de inmortalidad en su descubrimiento y perpetuación en tanto conocimiento. El verse uno mismo como un agente tal del bien inmortal que representan dichos cambios, ya es ese reclamo légitimo a la inmortalidad personal que todo gran descubridor científico, como Gauss, sigue gozando entre nosotros mucho después de su muerte, o Kepler, o Leonardo da Vinci, o los antiguos Eratóstenes, Arquímedes o Platón, de eras anteriores.

Ese es el segundo de los tres niveles de respuesta aprobatoria a la interrogante planteada. Ahora hay que dar un tercer paso.

Tienes que dar el paso adicional de adoptar responsabilidad personal por la existencia de toda la humanidad, pasada, presente y futura, como le enseñó Jesucrito a sus discípulos. Tienes que amar a toda la humanidad, como le enseñó Cristo a sus discípulos. Tienes que hacer lo que sea necesario para cumplir con ese fin, aun al precio de la muerte por horrible tortura, como Juana de Arco, para hacer posible la existencia futura de la Francia moderna. Si puedes tomar ese tipo de decisión, te has elevado a un nivel de existencia individual conocida como lo Sublime, como el historiador y dramaturgo Federico Schiller pinta la realidad histórica de la misión de Juana de Arco como Sublime; estás dispuesto a dedicar la totalidad de tu vida mortal en beneficio de toda la humanidad, pero, sólo si fuese necesario según las normas que acabo de resumir aquí.

Si sabes eso, y lo practicas, sabes lo que es la inmortalidad. De otro modo, tienes, a lo sumo, un vago atizbo de lo que puede ser la inmortalidad. De otro modo, no has llegado al tercer paso.

2.  La conducción y lo Sublime

El concepto de lo Sublime, cuando empleamos el término con el estricto significado técnico que hacemos aquí, es la concepción central de todo lo que razonablemente distinguimos como cultura clásica. Por "clásico", me refiero al término que se ha normalizado desde los tiempos de la antigua Roma, como los métodos de composición y valuación congruentes con las normas superiores del arte griego clásico, representado en lo mejor de Atenas, en especial en Platón. La distinción del uso apropiado del término "clásico", es que significa principios de composición y ejecución artística basados en las definiciones de veracidad congruentes con los diálogos socráticos de Platón.

Como voy a establecer de nuevo, lo que he elaborado en numerosas publicaciones, la función indispensable de la composición y ejecución artística clásica, ya sea en las formas de las artes plásticas o las no plásticas, es la de proporcionarle tanto a la humanidad entera como al individuo en tanto individuo, los medios indispensables para manejar las relaciones sociales, incluso el gobierno como tal, de manera congruente con las funciones cognoscitivas y las metas que implican las funciones cognoscitivas.

El significado del término "clásico", así empleado, es científicamente preciso; no nos está permitido tratar de definir el uso del término procurando un consenso. Los significados contrarios que se le den al término han de tratarse como contentible comida de cerdos.

La cúspide del significado de "clásico", como término técnico tal, es el concepto de lo Sublime. La importancia política de lo Sublime usualmente defínese dentro de las límites de la tradición de las tragedias clásicas griegas y de los diálogos de Platón. Es en ese marco inmediato que la noción de lo Sublime apunta directamente al método para combatir la decadencia que he descrito como el populismo contemporáneo.

La característica general de la tragedia griega clásica es que utiliza las leyendas homéricas y material relacionado como un escenario en el cual mostrar cómo la cultura generalizada de un Estado, o forma equivalente de sociedad, acarrea su propia destrucción, en esencial a consecuencia de la influencia establecida de una condición depravada de la opinión que prevalece sobre el pueblo en general, y sobre las personas que fungen como líderes escogidos de un modo congruente con la opinión prevaleciente, Esta es la definición de tragedia que se desprende de las obras de los dos más grandes dramaturgos modernos: Shakespeare y Federico Schiller.

Platón no estaba satisfecho con dejar la tragedia a ese nivel. En sus diálogos socráticos —que han de interpretarse, de preferencia, en voz alta, por actores capaces y perspicaces— Platón utiliza la figura histórica de Sócrates, como personaje para introducir la concepción funcional de lo Sublime.[FIGURE 24]

El principio esencial de la tragedia es que ninguna cultura cae en una era de tinieblas o en una condición parecida, salvo como resultado de influencias autodestructivas profundamente incrustadas, influencias incrustadas en las costumbres y opiniones populares prevalecientes. La tragedia dramática, así como el relato del historiador romano Tácito sobre el emperador Nerón, expresan esta condición autodestructiva de las costumbres y de la opinión prevaleciente de manera concentrada, del modo en que esas culturas expresan tales defectos generales en la selección de dirigentes cuyos defectos mortales son congruentes con la depravación que permea a la cultura y su pueblo. En la vida real, la traición de un dirigente poderoso nunca ha hundido a ninguna cultura en la ruina trágica; en toda tragedia clásica verdadera, como en el caso del Hamlet de Shakespeare, fue el pueblo, y sus costumbres y opiniones, lo que acarreó la ruina común sobre sí mismo y sobre el líder defectuoso que escogió. Del mismo modo, la gran Guerra Civil estadounidense de 1861 a 1865, fue producto de la popularidad del Partido Demócrata de los "librecambistas", la que meramente tuvo expresión, a su vez, en presidentes tales como Jackson, Van Buren, Polk, Pierce y Buchanan.

Los artistas griegos más grandes de la antigüedad estaban absorbidos por el hecho de que los tiempos relativamente triunfantes de la Grecia homérica habían sido, en verdad, llevados a la ruina. De allí que, la cuestión general de cómo llegó a destruirse a sí mismo un pueblo mediante sus costumbres y opiniones, ocupó a Atenas, en particular, desde la época de la composición del célebre poema de Solón sobre este tema, hasta los famosos dramaturgos. El derrumbe de Atenas, y con ella la mayor parte de Grecia, durante la autoinfligida Guerra del Peloponeso elevó la sensibilidad de los dramaturgos y filósofos, incluyendo a Sócrates y a Platón, en este respecto. Todos los principales pensadores de nuestra propia tradición intelectual estadounidense han reflexionado igualmente sobre las amargas lecciones experimentadas con mucha frecuencia por la conducción de nuestra nación bajo los presidentes John Adams, Jefferson, Madison, Andrew Johnson, Cleveland, T. Roosevelt, Woodrow Wilson, Coolidge, Truman y los que siguieron a Eisenhower, Kennedy, y Lyndon Johnson.

Así que, los pesimistas culturales de Estados Unidos se han vuelto cínicos. Han vitoreado el término del mandato de casi todos los presidentes diciendo algo así como: "¿Cuándo es la elección del próximo idiota?" Los populistas, en especial, siempre culpan al tipo de líder que ha escogido el pueblo de casi todos los sufrimientos reales o supuestos. "Uno nunca puede confiar en el gobierno", insisten esos cínicos, cuando en realidad, la ruina ha sido siempre el resultado del modo en que los cínicos populistas seleccionaron a los funcionarios electos.

En épocas posteriores, la caída del imponente y atroz poder de la Roma imperial, de Bizancio, y de las grandes y pequeñas eras de tinieblas que hicieron presa de Europa desde la época de Diocleciano y Constantino, hasta el derrocamiento de Ricardo III de Inglaterra, planteó la misma interrogante de modo general. En tiempos modernos, el descenso de la civilización europea de los logros del Renacimiento del siglo 15, a la relativa era de tinieblas de la guerra religiosa de 1511–1648, planteó la misma interrogante a los más grandes pensadores de Europa en la época de Maquiavelo, Rabelais, Cervantes, Shakespeare, Leibniz, Jonathan Swift, y Lessing, Mendelssohn, Federico Schiller, y Percy Shelley de Inglaterra.

En toda aplicación de las capacidades especiales de quienes están versados en la ciencia y en los principios artísticos clásicos, el primer objetivo consiste en capacitar a la gente para que reconozca el principio de la tragedia de la vida real. Dado que el objetivo es liberar a la gente del hábito de repetir sus propios errores, es a la gente misma a la que hay que persuadir a liberarse de las costumbres y opiniones populares en cuestión. La forma más efectiva en que pudo lograrse esa elevación de las mentes y las costumbres de la gente, fue a través de una combinación del instrumento de la composición artística clásica y la educación en historia basada en los principos probados de la composición artística clásica.

En lugar de aferrarse a las dizque "crónicas" objetivas, o a las insensateces intrínsecas al método deductivo del reduccionista, el historiador aplica las mismas facultades responsables del descubrimiento de principios físicos universales a la tarea de discernir los principios que subyacen el desenvolvimiento de los procesos sociales. Los diálogos socráticos de Platón proporcionan un mapa de los métodos de investigación que correctamente gobiernan la composición artística clásica y la derivación de una verdadera ciencia política y social por el empleo de esos métodos de investigación. De esta obra de Platón, se generó una noción sistemática del concepto conocido como lo Sublime.

Así como un científico responde a una pertinaz paradoja ontológica, desarrollando e instrumentando una hipótesis comprobada mediante experimento, así también un gran estadista o un dirigente parecido puede inspirar a un pueblo a huir de la ruina inherente a las insensateces de su presente opinión y práctica acostumbrada. Esa es la definición esencial de lo Sublime. Ese fue el papel en la vida real de Juana de Arco en la historia de Francia, así como en la presentación dramática de Schiller sobre esa historia, en la cual ella se presenta como fue en la vida real, un caso clásico de lo Sublime.

Igual a como se genera una hipótesis, a partir de la cual se obtiene una prueba experimental de un cierto principio físico universal, así también el carácter paradójico de las condiciones que conducen hacia una tragedia pueden estudiarse con el propósito de discernir una hipótesis que proporcione la manera de escapar de la tragedia que de cualquier otro modo es inevitable. Así, Juana de Arco, al hacer personalmente lo que nadie más haría, creó la situación en la cual, Francia, no sólo fue rescatada de la situación que había existido desde la época de Enrique II de Inglaterra, sino que una Francia reunificada, bajo el rey Luis XI, surgió como el primer Estado nacional moderno basado en el mismo principio cristiano del bienestar general que se presenta en el preámbulo de nuestra Constitución federal como el eje de toda ley de legitimidad constitucional en Estados Unidos.

La misión de Juana, junto con su porfiada devoción a esa misión, creó la situación en el papado, con la cual las fuerzas gnósticas, malvadas, de la Inquisición inglesa, fueron flanqueadas desde Italia. De ese modo, la solución Sublime de Juana hizo posible el nuevo Estado nacional soberano, de tipo superior, del cual Luis XI fue el primer ejemplo.

Yo soy un conocedor excepcional de esta materia de lo Sublime, porque corresponde al principio guía que ha conformado mi enfoque sobre la formación de la historia estadounidense y del mundo en los más de treinta y cinco años de mi papel como figura relevante en el escenario político del mundo. De hecho, cuando veo una dirección defectuosa de un drama clásico, o una revisión defectuosa de la composición misma, yo reconozco en esas áreas la prueba decisiva de la incompetencia de la concepción de la historia en general, y del liderato en particular que expresa esa dirección o revisión. No es un líder fracasado el que arruina a su nación; el fracaso recae en el pueblo del que él es dirigente. Su fracaso yace, casi de manera invariable, en que le sirve de alcahuete a la corrupción moral de su pueblo, en vez de elevarse por encima de sí mismo para apartarlo de las locuras de su decadencia.

En términos concretos, la tragedia en marcha de la vida real en el mundo en general, y de manera acentuada en los Estados Unidos, es el derrumbe que embiste de la economía física del mundo, como efecto de la ruina autoinflingida del actual sistema monetario-financiero mundial. Concretamente, yo he sido el principal dirigente, desde agosto de 1971, del esfuerzo por introducir un remedio sublime a la tragedia autoinfligida que a la sazón empezaba a descender sobre Estados Unidos y el mundo en general.

Desde entonces, esa solución sublime ha experimentado una cierta evolución interna propia, misma que ahora aparece como mi propuesta para un Nuevo Bretton Woods y la misión económica central complementaria de desarrollar un Puente Terrestre Eurasiático.

Lo que he propuesto, sí representa una considerable sofisticación en la manera en que diseñé esta solución; pero el diseño no expresa nada que contradiga medidas anteriores mediante las cuales hubimos prosperado, al salir de la depresión que hicieron Coolidge y Mellon durante el intervalo de 1933–1965. Los presentes elementos probatorios son concluyentes. Cometimos un error terrible al alejarnos de los exitosos paradigmas económico culturales de la recuperación, de 1933–1965, y adoptar las medidas contrarias que ahora nos han arruinado, en el transcurso del intervalo de 1965–2002.

Podrá necesitarse cierta ciencia para diseñar un caballo, pero cualquier adulto sensato debiera ser capaz de reconocer la diferencia entre un caballo saludable que funcionaba, y uno muerto. Las decisiones sublimes a veces son así de simples en su forma. Estados Unidos, con el presidente George Bush en la silla, cabalga al presente sobre un caballo muerto.

El libre comercio como tragedia

Ciertamente, la tolerancia de un culto al fascismo universal que al presente representa el "choque de civilizaciones" de Brzezinski, Huntington y Bernard Lewis, y los impulsos nazis del gobierno de Sharon en Israel, constituyen la amenaza más directa a la civilización entera en este momento. No obstante, la capacidad de esa camarilla fascista universal para encaminar los acontecimientos mundiales como lo ha hecho, ha dependido en lo absoluto y en lo principal, del viraje de una sociedad de productores a una de consumidores, lo que comenzó a cobrar fuerza como resultado de la crisis de los proyectiles de 1962 y del asesinato del presidente John Kennedy en 1963, hace casi 40 años.

Así, la tragedia de Estados Unidos en particular, hoy en día, radica principalmente en la popularidad continua de esas medidas económicas posindustriales y la visión filosófica que comenzó a generalizarse hace unos treinta y cinco años.[FIGURE 25]

Por ejemplo, al momento de escribir esto, la amenaza de la ruina autoinflingida de Estados Unidos, se centra en la calidad de la actual Presidencia de EU. Ningún gobierno de Estados Unidos, en más de un siglo, hiede al impulso a la tragedia autoinflingida, como el del presidente George W. Bush en la actualidad. Esta nación nuestra, bajo ese conjunto de disposiciones, y la presente combinación de conducción y políticas del ejecutivo, del Congreso y de los principales partidos políticos, no es posible que escape de la ruina que de otro modo se cierne sobre Estados Unidos. A este efecto, cada vez es más claro que el problema del gobierno estadounidense ahora es que sus hábitos y compromisos presentes no sólo le impiden tolerar cualquier cambio de orientación que fuera una vía genuina hacia las soluciones a esta tragedia que se asoma para nuestra nación, sino que lo impulsan, en gran medida por motivo de la cualidad de la actual dirigencia de los partidos y de los supuestos generalizados de la mayoría de nuestra gente, a seguir, hasta con un creciente grado de fanatismo, precisamente esas mismas disposiciones prácticas que garantizarían la ruina de nuestra nación.

La raíz de este problema no es el presidente George W. Bush. Cierto, él es lamentablemente incompetente para las tareas que tiene encomendadas, pero todos sus defectos eran bien conocidos antes de que tomara posesión. Puede decirse de manera objetiva que el principal rival de Bush, el vicepresidente Al Gore, habría sido un presidente peor, en las condiciones mundiales y nacionales presentes, de lo que ha sido el presidente Bush. McCain habría sido una elección peor, debido a su falta de estabilidad mental, y Lieberman, debido a que era, y es todavía, demasiado estable en sus claros compromisos.

¿Quién decidió la exclusión de cualquier candidato calificado para la Presidencia de Estados Unidos en las elecciones generales del año 2000? La respuesta es: muy como en la Roma de Nerón, la culpa reside en la combinación de la dirigencia corrupta de los principales partidos políticos, la extensa corrupción moral de los votantes inscritos, los órganos de entretenimiento de masas, y, la mayoría de la Corte Suprema de Justicia de EU que ha venido destruyendo la Constitución y el sistema de justicia de nuestra nación.

Para resumir este asunto. La nación entera actuó para garantizar que no se le permitiera a ningún candidato calificado para presidente acercase siquiera a la candidatura de alguno de los principales partidos políticos. La nación no escogió a George W. Bush de presidente; lo echaron en ese despacho, no sólo con desprecio temerario, sino apasionado, de lo que le hacían a nuestro gobierno en las condiciones que se vislumbran de la peor crisis en más de un siglo y medio de la existencia de nuestra república.

Alguien, tras bambalinas, no deseaba tener un candidato competente para la elección en las proximidades de las candidaturas presidenciales del 2000. En vez de aprender la lección de los casos pertinentes, la mayoría de la gente no ha aprendido esa simple lección de la experiencia, hasta el momento presente.

¡Cómo se parece al de Nerón, el actual designio imperial de nuestra nación!

Durante las casi cuatro últimas décadas, esta república, que había surgido previamente de una gran guerra como la principal potencia militar política y económica del mundo, se ha destruido a sí misma de forma persistente, destruyendo cada uno de nuestros logros anteriores en política, pedazo a pedazo. Así, en el lapso de casi cuatro décadas de locura popular nacional, casi nos hemos destruido por nuestra propia mano. Nos han transformado de una orgullosa sociedad de productores, en un montón de consumidores. El origen cultural de este desastre que se avizora, se resume en un sólo término: libre comercio.

La base del apoyo popular al libre comercio en los Estados Unidos siempre ha sido, como lo es hoy en día, nada más que pura y llanamente la corrupción moral e intelectual de la mayoría de nuestra gente, depredadores y víctimas por igual. El origen de esa corrupción es el populismo, como lo he definido aquí. Jonathan Swift les llamaba "yahoos"; nosotros les decimos populistas.

Lo explico como conclusión de mi razonamiento.

El asunto sistémico decisivo del gobierno, es la conducción. El buen gobierno se hace del modo en que se desarrolla un gran científico, mediante el desarrollo y el refinamiento de las facultades cognoscitivas en la toma de decisiones. La persona depravada, como el populista, alega que la mejor opción es un mínimo de buen gobierno, algo cercano a la anarquía que prefiere toda bestia salvaje. El populista insiste, con el disimulo de una zorra depredadora observando el corral de gallinas, que la "ingerencia" del gobierno en sus caprichos salvajes, es el principal mal que ha de oponerse. Pura y llanamente su principio esencial es que se opone al gobierno de la razón.

Quizá la ilustración breve más eficiente de esto, sea una reflexión sobre el hecho de que la mayor parte del alegato de Adam Smith de la Compañía de las Indias Orientales británica en su polémica contra el movimiento de independencia norteamericano de esa época, su Riqueza de las Naciones, fue plagiado de la obra de los seguidores fisiócratas del doctor François Quesnay. Quesnay plantea de manera más precisa los verdaderos motivos del término "libre comercio" de Smith. Quesnay le llamaba laissez-faire. El razonamiento de Quesnay era que, dado que los siervos del Estado feudal son simple ganado humano, sería indecente sugerir que produzcan algo más que la comida y el vestido necesario para mantenerlos, ya sea en el campo, o criando tantos de su tipo de ganado como pudiera requerir el regocijo futuro del terrateniente. Por lo tanto, alegaba Quesnay, ya que el terrateniente en realidad no produce nada útil, ¡la ganancia del terreno debe venir únicamente de los poderes mágicos inherentes al título de propiedad del aristócrata a ese terreno!

El mismo alegato se encuentra a veces en el epíteto antisemita de que "los judíos segregan dinero" como las vacas segregan leche. Es el mismo alegato de los cátaros, conocidos en la jerga como los "bujarrones", es decir "los elegidos" a quienes favorecen esos hombrecitos verdes que viven bajo las tablas del piso, los que influyen en los dados para hacer ricos a algunos, y pobres a otros. En el léxico del fascista magistrado estadounidense Antonin Scalia, ese mismo dogma tradicionalmente gnóstico lleva el nombre de "valor del accionista".

Contrario a la lógica de corte "bujarrón" de los sacerdotes gnósticos de la Sociedad Mont Pelerin y del American Enterprise Institute, la efectividad de la empresa privada individual reside en el fomento del progreso científico y tecnológico, en el desarrollo y mantenimiento de la infraestructura económica pública básica, y en la imposición de la racionalidad mediante la regulación del comercio. A esto es a lo que objetan el fisiócrata salvaje y otros fanáticos populistas.

Lo que implican los populistas, es que al negar la existencia de lo bueno, lo mejor y lo óptimo en el comportamiento humano, trátese de individuos o sociedades, no sólo niegan la existencia de lo que distingue al hombre de los simios, sino que insisten en que, de aparecer esas cualidades, han de tomarse precauciones por adelantado para erradicarlas. Por eso es que a menudo parece que son cocodrilos.

Los populistas, en especial, siempre culpan al tipo de líder que ha escogido el pueblo de casi todos los sufrimientos reales o supuestos. "Uno nunca puede confiar en el gobierno", insisten esos cínicos, cuando en realidad, la ruina ha sido siempre el resultado del modo en que los cínicos populistas seleccionaron a los funcionarios electos.


[1] Ejemplo de semejantes actividades degenerantes son los efectos de "Harry Potter" y "Pokémon" sobre los niños, y del Señor de los anillos y los juegos de Nintendo sobre los adolescentes y adultos.

[2] Como señalo más adelante en este informe, he recomendado que los adolescentes y los jóvenes adultos empiecen a enfocar sobre los asuntos planteados por el exitoso ataque devastador que el joven Gauss lanzó contra los timos de Euler y Lagrange, en la presentación inicial del teorema fundamental del álgebra de Gauss. Mi colaborador, Bruce Director, ha venido desarrollando un paquete que sirva de apoyo a esta exploración.

[3] Abraham Kaëstner no sólo fue una de las principales figuras científicas del siglo 18, sino que aportó de forma fundamental al lanzamiento de la cultura clásica alemana por parte de los colaboradores Lessing y Moisés Mendelssohn.

[4] La presentación original del teorema fundamental del álgebra del joven Gauss, pertenece implícitamente a la categoría del Menón y el Teetetes de Platón, y debe enseñarse con esa comparación en mente.