El gran crac: sombras y sustancia
por Lyndon LaRouche
Aunque el desplome financiero de semanas recientes no ha concluido aún sus menesteres, la gran suma de estos acontecimientos representa ya un cambio de fase histórico mundial. La imagen apropiada de la Biblia no es "Harmagedón", sino el ominoso momento en que se detiene la risa triunfal durante el banquete de Baltasar.
Con este cambio de fase mundial y continuo que irrumpió unas semanas atrás, el mundo ha entrado a un momento de giro de la historia moderna. Ahora hemos entrado de lleno a un derrumbe tan ominoso como el que golpeó a los Estados Unidos de 1929 a 1933, durante el gobierno de Herbert Hoover, pero esta vez peor, más profundo y más ominoso para toda la humanidad. De este momento en adelante los esfuerzos que las principales naciones siguen emprendiendo para adaptarse a las doctrinas estratégicas utópicas desatadas por la campaña presidencial de Richard Nixon de 1966 a 1968, precipitarían al mundo al abismo de una catástrofe mundial que le aguarda abajo.
Les pido fijarse en aquellos individuos que ahora creen, desde hace algunos días, que mis pronósticos fueron correctos, y sus dudas equivocadas. Hagamos a un lado por el momento los casos de aquellos individuos que aún se niegan a hacer frente a la realidad de la situación actual, aún después de los sucesos de las últimas tres semanas. ¿Cuál es el problema que usted enfrenta ahora, al tratar con la mayoría de aquellas personas que ahora reconocen que yo tenía razón?
El actual desplome acelerado del sistema monetario y financiero de 1971 a 2002 no es algo que acaba de ocurrir; es algo que está en trance de ocurrir desde la desorbitada demencia monetaria del presidente Nixon del 15 al 16 de agosto de 1971. Mis advertencias sobre el particular circularon en medios escritos y de otra índole, primer en los Estados Unidos, y luego cada vez más por todo el mundo, desde principios de los años setenta.
Ahí está, por ejemplo, mi campaña del año 2000 por la candidatura presidencial del Partido Demócrata. Advertía entonces que ciertos sucesos durante ese período de campaña desatarían sin demora un proceso que desembocaría en el reventón de la burbuja de la "nueva economía" que se había manifestado en la zona económica del aeropuerto Dulles, afuera de Washington, derramándose de ahí al vecino condado de Loudoun, en Virginia. Para marzo del 2001 ya estaba golpeando a esa región con particular fuerza lo que yo ya había pronosticado un año antes. La fantasía de la empresa Winstar es ahora el hazmerreir del año pasado. Y ahora el impacto de la bancarrota de WorldCom en la burbuja de bienes raíces del condado de Loudoun va a ser pasmosa.
El actual desplome acelerado del sistema monetario y financiero mundial no es algo que yo haya "predicho"; era algo que ya estaba pasando cuando hablaba. Lo que yo pronostiqué aludía a una nueva fase de la demencia, adicional a otras fases que ya había advertido anteriormente, como parte de un proceso. En este universo es imposible hacer un pronóstico competente a menos que el suceso que se pronostica ya esté en marcha. Los pronosticadores competentes nunca predicen sucesos salidos de la nada; informan de procesos de desarrollo ya existentes que, si se mantienen por ese rumbo, conducirán a ciertos tipos muy notorios de acontecimientos, entre otras cosas.
En otras palabras, mis pronósticos se han basado siempre tanto en un rechazo de todas las enseñanzas económicas de "torre de marfil". El éxito seguido de mis pronósticos, a diferencia de las opiniones expresadas por todos mis presuntos rivales, está en que los desatinos de aquellos son causados por su dependencia de supuestos doctrinarios de "torre de marfil", mientras que mis pronósticos se derivan del estudio de las características sistémicas existentes de la economía política del caso (por ejemplo, sólo madres adolescentes tienen alguna posibilidad de tener hijas menores que uno de los nietos de esa madre).
Por eso, cuando aquél individuo que hoy hace el papel de tonto decía años atrás, durante el gobierno de Clinton, que el derrumbe de la "nueva economía", que yo pronosticaba, no podía ocurrir, lo que negaba no era el acontecimiento de un futuro derrumbe, sino la realidad de que ese acontecimiento futuro era ya el precio insoslayable de que la sociedad insistiese en seguir adelante con procesos ya en marcha desde entonces (por ejemplo, deja de conducir el auto, si estás volando de la borrachera).
Al fin y al cabo, lo que consta en mis pronósticos es que llevo más de 35 años encaminando a la gente por un mejor rumbo, y ningún otro pronosticador conocido ha podido igualar eso.
Lyndon H. LaRouche, Jr., 22 de julio de 2002