Evaluación estrtégica
Resumen electrónico de EIR, Vol. III, núm. 07

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Defendamos el principio de Westfalia

Nuestro editorial lo escribió Helga Zepp–LaRouche, quien encabeza la lista de candidatos del BüSo de Alemania al Parlamento Europeo.

En meses recientes Henry Kissinger, Tony Blair, George Shultz y el conde Otto von Lambsdorff han pedido hechar por la borda, por "obsoleto", el principio de derecho internacional desarrollado a partir del Tratado de Westfalia de 1648. Kissinger insiste que el concepto de la paz de Westfalia, que acabó con los 150 años de guerras religiosas "perpetuas" que hubo de 1511 a 1648, no puede aplicarse en lo absoluto a lograr la paz en el Oriente Medio. Shultz, quien fuera clave en la decisión del Gobierno de Richard Nixon de acabar con el sistema de paridades fijas de Bretton Woods en 1971, y es por tanto uno de los principales culpables de la crisis actual del sistema monetario mundial, publicó un artículo en el Wall Street Journal contra el principio de los Estados nacionales soberanos establecido por Westfalia, y más bien a favor de la "intervención preventiva" en los llamados Estados "forajidos".

A principios de marzo Blair no sólo promovió la nueva doctrina de guerra preventiva nuclear de los Estados Unidos, sino que dijo que él había visto la necesidad de dar al traste con Westfalia mucho antes de los ataques terroristas del 11 de septiembre. Von Lambsdorff demandó de manera categórica el abandono de los principios de Westfalia, en un artículo que apareció el 27 de marzo en Neue Zürcher Zeitung, y en el que insistió que eran un estorbo para el libre mercado, los derechos humanos y las "sociedades abiertas". Lo más peligroso, dijo, era el fundamento axiomático de Westfalia: la protección social regulada por gobiernos, sea como "reglas antidumping, o como legislación de pautas sociales".

Estos señores proponen nada menos que regresar al orden de derecho feudal que imperaba antes de Westfalia. Y esto significaría una guerra religiosa de "100 años" como la de 1511 a 1649, y tan sangrienta como la guerra de los 30 años de 1618–1648. Lo mismo el férvido neoconservador y ex jefe de la CIA, James Woolsey, con su guerra de "100 años contra el terrorismo", y los defensores de la doctrina de guerra nuclear preventiva, que dicen que hay 60 países donde es necesario "cambiar de régimen".

Desde que entró en vigencia, el Tratado de Westfalia aportó el fundamento para el desarrollo de todo el derecho internacional, incluyendo la Carta de la ONU y la Convención de Ginebra. Fue un logro histórico de primer orden; sentó las bases para una política exterior fundada en el amor y no en el odio, y una en la que las injurias entre Estados podían perdonarse y echarse al saco del olvido "por el deseo de la paz". Este principio fundamental es la única esperanza que tenemos hoy de encontrar una solución a las crisis de guerra que agobian al planeta, sea en el Oriente Medio, en la región de los Grandes Lagos de África o en otras partes. La alternativa —y eso lo saben Kissinger, Shultz, Blair y Lambsdorff, que no son del todo ignorantes de la historia— es el desangre continuo y las masacres hasta que nadie quede vivo.

Lo que subyace estas propuestas es que la élite bien sabe que su sistema financiero de "libre comercio" (cuyas orgías especulativas empobrecen a las mayorías sin cesar) irremediablemente llega a su fin. Y quieren sustituirlo con el orden que surgió contra la Revolución Americana hace más de 200 años: la "restauración" del Congreso de Viena de 1815. Su mentada "Santa Alianza" fue dominada por las ideas oligárquicas, racistas y antisemitas de gente de la calaña de Joseph de Maistre, y por los designios imperiales de Castlereigh y Metternich. Sus potencias imperiales asumieron responsabilidad por guardar los "valores" de la humanidad y, por tanto, por el orden interno de todos los Estados de Europa. Si un gobierno era un "sistema falso" o sufría una insurrección, se arrogaban el derecho a intervenir. La Doctrina Monroe fue concebida y adoptada en 1823 para parar tales intervenciones, que eran una amenaza a la paz y la seguridad de los Estados que emergían en América.

Quienquiera que proponga eliminar los principios de Westfalia, arriesga a sabiendas una guerra mundial. De allí que Helga Zepp–LaRouche exige que los partidos y parlamentarios, ante todo de Europa, que ha sufrido lo peor de las guerras del siglo 20, se pronuncien contra estas propuestas.