por Nancy
Spannaus
El hecho de que la quiebra inminente de la General Motors
Corporation (GM), el gigante automotriz que representa uno de los últimos
bastiones de una planta industrial bien equipada y con una fuerza laboral
calificada en los Estados Unidos, no se haya convertido en el centro de la
atención política nacional en el mes de marzo, es un testimonio de
la demencia de los órganos informativos, el Gobierno de Bush y la mayor
parte de la dirigencia política estadounidense. Todo ese mes hubo anuncio
tras anuncio de que la GM estaba a punto de quebrar y, muy probablemente, de
llevarse consigo a buena parte del mercado bursátil y del sistema
financiero mundial.
La
desaparición de esta empresa, una pieza fundamental de la capacidad
manufacturera de los EU, es inaceptable, afirmó el economista y
líder demócrata Lyndon LaRouche. No puede permitirse que decaiga
su capacidad de producción física, así que hay que echar a
andar un plan de supervivencia. LaRouche de inmediato puso a su
organización a diseñar dicho plan, discutiendo a fondo con
dirigentes sindicales, industriales y políticos cómo emprender un
programa de reconstrucción de emergencia para los EU.
Esta
campaña para reemplear a la fuerza laboral calificada de los EU en un
programa urgente de construcción de la infraestructura necesaria, como lo
hizo Roosevelt en los 1930, es el fruto natural de la pelea por el Seguro
social, dijo LaRouche. Es claro que el plan de Bush de robarse el Seguro Social
está en aprietos, pero de no tomar medidas ahora para que el
Partido Demócrata, los trabajadores y los republicanos juiciosos salven
capacidades industriales decisivas como la de la GM, perderemos la capacidad
vital de máquinas–herramienta que necesitamos para salir de la
depresión y estimular el necesario renacimiento económico
mundial.
La
noticia de la crisis de la GM comenzó a punzar en la prensa financiera a
fines de febrero, y ha empeorado casi cada semana. El detonador visible fue la
drástica caída de las ventas de automóviles en los EU en
enero y febrero, lo cual le creó problemas enormes a la empresa de
financiamiento de la GM, la GMAC, que tiene una deuda de 300 mil millones de
dólares, la segunda más grande de cualquier empresa estadounidense
después de la agencia hipotecaria semiprivada Fannie Mae. Sus
perspectivas de seguir a flote tras la caída en las ventas (9% en enero y
13% en febrero) eran sombrías.
De
inmediato las acciones de la GM sufrieron el impacto. Desde principios de marzo
los “mercados” empezaron a ponerse nerviosos y exigieron tasas de
interés 3 o 4% mayores que las de los bonos del Tesoro. Lo que se
veía venir era el hecho de que la GM tendrá que refinanciar o
pagar 44.700 millones de dólares de su deuda en el 2006.
El
principal fabricante de repuestos de la GM, Delphi, también se vio
afectado, dizque por un escándalo contable “a la Enron”. A
principios de marzo la calificación crediticia de Delphi cayó dos
puntos, por debajo de la categoría de “chatarra”, y la
empresa aceleró su reducción de costos cortando el pago del seguro
de salud para los jubilados y adelantando despidos ya programados.
El 16 de
marzo la crisis empeoró, y mucho. Esa mañana la GM declaró
que sus ganancias en el 2005 serían hasta 80% menores que su
pronóstico anterior, y que las “ganancias” del primer
trimestre del 2005 serían negativas. También dijo que esperaba
tener un flujo de caja negativo de 2.000 millones de dólares para
todo el 2005.
Los
mercados de inmediato voltearon a ver a las agencias calificadoras, pues ya se
había rumorado que pensaban considerar las acciones de la GM como
chatarra. La principal agencia calificadora, Standard and Poor’s,
convocó a una rueda de prensa para anunciar que había empezado a
“revisar la calificación de la GM a la baja”. “Ahora
consideramos la calificación [de la GM] como débil”, dijo.
“Podríamos bajar la calificación en cualquier momento si
llegamos a dudar que la GM estuviera en vías de mejorar su
desempeño financiero”.
De
inmediato, los inversionistas empezaron a deshacerse de las acciones de la GM.
Cuando el Financial Times informó el 22 de marzo que la enorme
filial financiero–especulativa de la General Electric, GE Capital, le
retiró un servicio financiero de 2 mil millones de dólares a la
GM, fue visto como un voto de desconfianza, y la cosa empeoró aun
más.
Desmantelar o
reconstruir
Cuando
una empresa o un país sufren una crisis de insolvencia como la de la GM,
tiene dos alternativas diametralmente opuestas. Empezar a parar la
producción para “reducir costos”, una espiral descendente que
casi siempre lleva a la muerte. O emprender un programa que salve y acelere la
capacidad productiva para salir de la crisis. Esto, por supuesto, sólo
puede hacerse asegurando que haya demanda para el producto de la empresa; una
demanda que, en este caso, depende de que Washington tome la decisión
política de iniciar un esfuerzo de reconstrucción que aproveche
las capacidades de la GM.
A nadie
le sorprendió que la GM —a últimas fechas descrita como una
empresa financiera cuyo pasatiempo es producir automóviles— pensara
recortar la producción. Los “expertos” financieros de lugares
como Morgan Stanley, empezaron a decir que la GM tenía “demasiadas
plantas, demasiados obreros, demasiados modelos, demasiados concesionarios, y
que las prestaciones de sus empleados son demasiado buenas”. La propia GM
dijo que pensaba proponerle al sindicato de trabajadores automotrices UAW un
recorte al seguro médico, e insinuó la posibilidad de eliminar
algunos de sus modelos. Delphi pretende cerrar la mitad de las 23 plantas que
tiene en los EU, lo cual sería una gran pérdida de fuerza laboral
calificada y de capacidad productiva.
No
obstante, LaRouche ha decidido emprender una lucha por el segundo enfoque. Desde
el principio, el trato con los sindicalistas de la UAW arrojó un panorama
de la versátil capacidad de máquinas–herramienta de las
plantas automotrices, que podrían reacondicionarse para construir
ferrocarriles de alta velocidad o componentes para muchos otros proyectos de
infraestructura con urgencia necesarios. Muchos trabajadores del UAW, en
especial los de las empresas que producen autopartes como Visteon y Delphi, de
hecho son ingenieros industriales con tremendas capacidades para ajustar el
proceso de producción a lo que la nación necesita.
Al mismo
tiempo, el debate con ingenieros y dirigentes políticos ha desempolvado
una gran cantidad de proyectos que los trabajadores automotrices, entre otros,
podrían empezar a construir de inmediato, siempre y cuando haya
crédito disponible. Los Cuerpos de Ingenieros del Ejército han
preparado ya muchos de estos proyectos, y muchos otros llevan décadas
planeándose.
¿Hoover o
Roosevelt?
El
enfoque de LaRouche parte de la misma perspectiva que el de Franklin D.
Roosevelt, mientras que los planes imperantes en Washington le siguen los pasos
a los fracasos de Herbert Hoover. Como LaRouche seguido ha señalado,
Hoover no creó el crac del mercado de valores, pero sus estúpidas
medidas económicas para enfrentarlo en realidad profundizaron la
depresión y la empeoraron. Y eso es lo que están a punto de hacer
el Gobierno de Bush y quienes piensan en términos monetaristas en
general. Voltean para todos lados y dicen, “no hay dinero”, y a
recortar se ha dicho.
Roosevelt
adoptó el enfoque contrario. Él decidió que tenía
que ponerse a la gente a trabajar de nuevo, a producir, y reorganizó el
sistema bancario a fin de conseguirlo. A la hora de financiar un gran conjunto
de proyectos públicos, estableció la Administración de
Obras en Progreso (WPR) o hizo acuerdos de financiamiento a través de la
Corporación de Financiamiento de la Reconstrucción (RFC). Los
requisitos financieros nunca condicionaron lo que tenía que hacerse, sino
que más bien los medios financieros se adaptaron a las necesidades de la
economía física, al menos en la medida en que Roosevelt
pensó que podía hacer que el Congreso y los banqueros emprendieran
sus programas. Él sabía que el gobierno federal tenía la
facultad de hacer lo necesario por el bienestar del pueblo.