Iberoamérica
Reunión cumbre sudamericana:
La integración de la infraestructura es el nuevo nombre de la paz
Los gobernantes (de izq. a der.) Álvaro Uribe de Colombia, José Luis Rodríguez Zapatero de España, Luiz Inácio Lula da Silva de Brasil y Hugo Chávez de Venezuela, en la reunión cumbre que sostuvieron el 29 de marzo en Ciudad Guayana, Venezuela. (Foto: Ricardo Stuckert/PR). |
por Dennis Small
Era un cuadro que muchos hubieran considerado casi imposible apenas unas semanas antes de que ocurriera; pero ahí estaban: los Presidentes de Brasil, Colombia, Venezuela y del Gobierno de España se reunieron el 29 de marzo en Ciudad Guayana, Venezuela, a fin de abordar los detalles de la construcción de las grandes obras regionales de infraestructura que necesitan para sacar a sus economías de la pobreza, y sentar así las bases para una paz regional duradera.
En una conferencia de prensa conjunta que hubo al final de la reunión cumbre, el presidente colombiano Álvaro Uribe afirmó sin ambages que, “esta reunión ha sido un paso adelante en el proceso de integración, integración en infraestructura, integración de las economías, integración en la cooperación, integración para avanzar en la erradicación de la pobreza”. En la reunión misma, Uribe había subrayado que “esto hay que pensarlo mucho más allá. . . Hay que pensarlo en función del Asia. Nada vale que nos integremos nosotros para estancarnos”. Lo más destacado de la reunión fue cuando Uribe le presentó a sus colegas, con ayuda de un mapa, un informe sobre proyectos específicos de integración (ver los extractos de su exposición en la pág. 38). El presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva también puso de relieve que el objetivo central de la reunión era el de “consolidar una política de infraestructura para consolidar la integración de Sudamérica. . . [y] encontrar mecanismos de financiación de esa infraestructura”. Añadió: “Ahora tenemos un socio nuevo en el escenario mundial, que es China”. Con lo que el anfitrión, el presidente venezolano Hugo Chávez, coincidió: “Diría que es un derecho nuestro y además una necesidad: la integración. No tenemos otro camino”.
Chávez también aludió a la importancia internacional más amplia que tuvo la presencia y participación del presidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero: “Qué interesante esa reunión que acaba de ocurrir en París: Zapatero, [Jacques] Chirac [de Francia], [Gerhard] Schröder [de Alemania] y [Vladimir] Putin [de Rusia]. Y hemos visto a Chirac, el anfitrión, decir que están haciendo un eje: Madrid, París, Berlín, Moscú. Igual acá un eje (que no es el eje del mal): Bogotá, Caracas, Brasilia, Buenos Aires, Asunción, Montevideo, y por el Pacífico, Quito, Lima”.
La conmoción más inmediata que causó la reunión vino del hecho de que dos de las naciones participantes, Venezuela y Colombia, apenas semanas antes habían estado a punto de romper relaciones diplomáticas, e iban camino a un enfrentamiento que podría haber desembocado en una guerra abierta. Al menos ésa era la intención del Gobierno de Bush y Cheney, el cual ha venido impulsando con agresividad un “cambio de régimen” al estilo de Iraq contra Chávez en Venezuela, al tiempo que pone a los países de toda Iberoamérica el uno contra el otro en un conflicto manipulado de derecha contra izquierda. El objetivo estratégico de los intereses financieros a los que Bush y Cheney representan, es tanto asegurar su control de materias primas estratégicas (tales como el petróleo venezolano) como sumir a toda la región en un caos tal, que no pueda organizarse una oposición unificada contra el moribundo sistema del FMI.
A principios de 2005 estos intereses financieros hicieron una movida que pensaron que sería decisiva. Embaucaron a Uribe, el presidente colombiano, para que le diera su respaldo a una operación tomada directamente del manual del secretario de Defensa Donald Rumsfeld para el despliegue de escuadrones de la muerte: contrataron a militares colombianos y venezolanos francos para que secuestraran a Rodrigo Granda, uno de los principales dirigentes de las narcoterroristas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), quien se encontraba en Caracas, Venezuela participando en una reunión política, y lo llevaran al otro lado de la frontera a Colombia, donde fue “arrestado” formalmente. Uribe se prestó para esta violación tonta y peligrosa de la soberanía venezolana, debido al apoyo bien documentado que el presidente Chávez le ha dado en el pasado a las narcoterroristas FARC. Chávez también respondió acorde a su perfil: atacó a Uribe y exigió una disculpa, e intensificó el conflicto al suspender la extensa actividad económica transfronteriza entre los dos países.
Entonces Rumsfeld le echó gasolina al fuego, realizando una gira por Argentina, Brasil y Guatemala del 21 al 24 de marzo, en la que el tema central fue el supuesto “peligro” que representaba el presidente venezolano Hugo Chávez para la región, y exigió que todos actuaran en su contra.
La trampa estaba armada.
Pero cuando el cuadro se despejó a fines de marzo, para la consternación de Washington, Uribe y Chávez no habían caído en la trampa. Habían avanzado en lo político. Con la ayuda de otros mandatarios de la región, habían cambiado el orden del día político de un enfrentamiento amañado entre dos caciques cuyo honor había sido ofendido, a uno de cooperación entre dos estadistas para llevar a cabo grandes obras conjuntas de infraestructura.
El presidente Bush incluso llegó a llamar al presidente argentino Néstor Kirchner el mismo día de la reunión, y pasó 20 minutos presionándolo para que respaldara el plan de los EU para cambiarle el régimen a Venezuela.
El estadista estadounidense Lyndon LaRouche reaccionó de una vez a la noticia de la reunión cumbre cuatripartita, a la que caracterizó como “un cambio dramático, un giro súbito que incluye al factor chino en Iberoamérica”. LaRouche se refería a la visita del presidente chino Hu Jintao a Brasil, Argentina y Chile, durante la cual China firmó acuerdos comerciales y ofreció invertir más de 100 mil millones de dólares en la región a lo largo de diez años para lograr las metas económicas que tienen en común. Un viaje complementario del vicepresidente chino Zeng Qinghong a México, Perú y Venezuela, en enero de 2005, amplió las propuestas de China, al igual que una oferta a Bolivia en febrero de 2005 para un acuerdo de gas natural por 1,5 mil millones de dólares.
“Éste es el suceso más estremecedor que ha habido en la región” en muchos años, dijo LaRouche, quien añadió que el presidente Kirchner forma parte, por mérito propio, del cambio. Kirchner ha librado una guerra contra los intentos del FMI y los acreedores financieros del país, en particular los criminales fondos buitres, por cobrar a la fuerza la deuda pública impagable, aunque esto signifique cometer genocidio contra la población argentina. Hace poco Kirchner se mantuvo firme ante el FMI y los fondos buitre, y negoció una quita grande de los 82 mil millones de dólares de bonos del Gobierno argentino que han estado en mora desde el 2001.
LaRouche también recalcó la importancia de que el presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, participara en la reunión. Su predecesor, José María Aznar, era un títere de bancos españoles como el Santander y el BBVA los que, de hecho, han recolonizado a Iberoamérica en aras de los intereses financieros de Londres y Wall Street. Éstos pretenden imponer sus exigencias de sumisión abyecta a las condiciones del FMI, y la privatización irrestricta de las empresas públicas de la región, en especial las que tienen que ver con el petróleo y otras materias primas, así como de los sistemas bancarios del continente. De hecho, el 42% del sistema bancario iberoamericano está en manos de intereses financieros extranjeros; los más grandes son el Banco Santander de España, que controla 9% de todos los activos bancarios de la región, y el BBVA, con el 8%.
Un buen indicio de la naturaleza de la pandilla de Aznar en España, y de la función que desempeña, es el hecho de que el ministro de Finanzas de Aznar, Rodrigo Rato, pasó a encabezar al FMI justo después de que Zapatero derrotó al partido de Aznar en la elección del 14 de marzo de 2004. Corre el rumor de que Rato es “propiedad” del presidente del Banco Santander, Emilio Botín.
El Santander, en pocas palabras, representa medidas económicas fascistas. La política del banco la determinan sus dos “alianzas estratégicas” con el Royal Bank of Scotland y con la Assigurazione Generali de Italia. Las dos instituciones participaron en llevar al poder, respectivamente, a Hitler y a Mussolini en la primera parte del siglo 20. Su política para Iberoamérica hoy es la de repetir la jugada.[FIGURE 31]
En julio de 2004 el ministro de Relaciones Exteriores de Zapatero, Miguel Moratinos, anunció un cambio de 180 grados en la política exterior de España. Con Aznar, dijo, “hubo una mutación de las bases conceptuales [de la política exterior]. De apoyar un proceso de institucionalización, España pasó a una visión economicista, apoyándose en el esfuerzo de las empresas españolas. Se reemplazó la política del Estado por la de hablar en términos de inversiones”. La referencia a las “empresas españolas” fue inconfundible.
Por tanto, lo que indica la reunión cuatripartita, explicó LaRouche, es que hay una revuelta en marcha contra las medidas económicas y políticas fascistas de los bancos Santander y BBVA, una revuelta que tiene que verse a la luz de su marco estratégico más amplio.
Primero, está el factor económico. Lo que empiezan a olerse los dirigentes de Iberoamérica, es que el sistema financiero mundial va derechito a su autodestrucción, y que se los llevará entre las patas. Los sucesos recientes en torno a la empresa automotriz estadounidense General Motors (GM), son sólo un síntoma del problema financiero mundial (ver artículo en la página 16). La GM tiene una deuda total de más de 300 mil millones de dólares, la que es mayor que la deuda externa oficial de Brasil. Y todas las agencias calificadoras más importantes han rebajado la calificación de sus acciones a poco más que chatarra. De hecho, la “prima de riesgo” de las acciones de la GM —es decir, la sobretasa que tienen que pagar por encima de los bonos del Tesoro de los EU— es ahora mayor que la de Brasil. Y la GM no es más que la punta del témpano de los problemas bursátiles, como lo indica la caída en ciernes del gigante de las aseguradoras, la AIG de Hank Greenberg.
La crisis sistémica que los dirigentes iberoamericanos —al igual que otros en todo el mundo— ya no pueden eludir, también la reflejan el enorme y creciente déficit comercial de los EU; la caída del valor del dólar; la insolvencia de las burbujas de bienes raíces en el Reino Unido, Japón, los EU y otras partes; y la estupidez monumental de la Reserva Federal de Alan Greenspan, que aborda esta crisis hiperinflando aun más la burbuja especulativa.
Segundo, está el factor político. La estrategia de la oligarquía financiera, de desencadenar golpes (“cambios de régimen”) y caos está saliéndoles por la culata. En los EU la comunidad militar y de inteligencia le han hecho saber a Bush y Cheney con toda claridad, que no apoyará otra operación militar como la de Iraq en Irán, ni en ninguna otra parte, porque sería una locura estratégica. En Eurasia la estrategia demente de los banqueros, de copar a Rusia y China con una serie de golpes orquestados —en Georgia y Ucrania, por ejemplo—, fue frustrada en marzo cuando intentaron extenderla a Kirguistán. Ciertos grupos en torno a Putin en Rusia leyeron el mensaje en la pared, y al parecer tomaron medidas de prevención dando su propio contragolpe.
De modo parecido, la reunión cumbre del 29 de marzo le asestó un duro golpe a la versión iberoamericana de esa misma política del caos (que tiene como eje un “cambio de régimen” por la fuerza en Venezuela).
Tercero, está el factor LaRouche. Ya han pasado varios meses desde la presunta reelección de George W. Bush el 2 de noviembre de 2004, misma que la mayoría de los dirigentes políticos de todo el mundo vieron con pesimismo como el augurio de una era de desastres políticos desenfrenados en los EU. Y no obstante, Bush está al borde de perder el proyecto prioritario de su segundo período: la privatización del Seguro Social. El origen de ese resultado puede encontrarse en las intervenciones y políticas de Lyndon LaRouche, quien en gran medida ha logrado aglutinar lo que era un Partido Demócrata desmoralizado en torno a la tradición y las medidas económicas de Franklin Delano Roosevelt. Así, a cada paso Bush ha estado dándose golpes contra la pared política encabezada por el notorio Movimiento de Juventudes Larouchistas.
Este cambio profundo en los EU no ha pasado desapercibido en el exterior. La posibilidad de que LaRouche logre provocar un cambio fundamental en Washington, está empezando a evocar una ola de optimismo —y las maniobras correspondientes— en varias partes del mundo. Un síntoma de esto fue el reciente debate y aprobación de la propuesta del Nuevo Bretton Woods de LaRouche por parte de la Cámara de Diputados del Parlamento de Italia, como la única alternativa viable al sistema en desintegración del FMI (ver artículo en la pág. 18 y el editorial en pág. 40).
Pero el factor LaRouche tiene una relación adicional muy específica con la reunión cuatripartita iberoamericana.
Esa reunión hizo de la integración de la infraestructura el centro de la discusión, de un modo no visto en Iberoamérica en casi cinco años. El 1 de octubre de 2000 hubo una reunión cumbre de los presidentes de Sudamérica en Brasilia, para avanzar precisamente esta política. En base a sus amplias discusiones previas con Brasil, el presidente peruano Alberto Fujimori dio un discurso histórico en el que instó a la formación de “los Estados Unidos de Sudamérica”, fundados en la integración física del continente en torno a la construcción conjunta de grandes obras de infraestructura.
“Visto desde el satélite”, le dijo Fujimori a sus colegas, “el subcontinente sudamericano es enorme, más de 20 millones de kilómetros cuadrados que contienen recursos que nos convierten, unidos, en la primera potencia minera, pesquera, petrolera y forestal del mundo”. Fujimori procedió a sacar a colación la cuestión decisiva de la deuda externa, un asunto que, por cierto, brilló por su ausencia en la reunión cuatripartita de marzo.
“Y por si fuera poco [al problema de la pobreza y las drogas] —y esto no lo detecta el satélite—, hay que añadirle a este ya sombrío panorama una cuantiosa y pesada deuda externa sobre los hombros de nuestros pueblos y cuyo principal, de acuerdo a datos conservadores, se ha pagado varias veces en el curso de estos últimos 25 años”.
Los intereses financieros internacionales consideraron una amenaza tan grande el discurso de Fujimori, que se apresuraron a meterle segunda a los planes que ya tenían dispuestos para derrocar a su Gobierno, obligándolo por fin a renunciar menos de tres meses después, el 20 de noviembre.
¿Derrocaron a Fujimori por ese discurso? Sí; pero hubo algo más. El 31 de agosto, un día antes de que diera su discurso en Brasilia, el Los Angeles Times soltó la sopa: “El régimen de Fujimori ha subido el tono con sus diatribas antiestadounidenses y una extraña afinidad con los desvaríos del movimiento de LaRouche asentado en los EU. . . Su régimen podría convertirse en el modelo para una tendencia”.
El temor de los financieros a semejante “tendencia larouchista” en Iberoamérica no era injustificado. Al tiempo que se escribía el artículo del Los Angeles Times, y que Fujimori daba su discurso en Brasilia, recibía los toques finales un plan para que LaRouche visitara Perú en octubre de ese mismo año. LaRouche iba a reunirse con los principales dirigentes del país —incluyendo los que estaban más activos coordinando con Brasil lo de la integración de la infraestructura— e iba a pronunciar varios discursos de alto perfil, incluso uno que sería transmitido en vivo a todo el país a través del sistema de videoconferencias. La creciente desestabilización del Gobierno de Fujimori obligó a LaRouche a cancelar su viaje.
Las propuestas de LaRouche para la integración económica de Iberoamérica en contra del sistema del FMI, de hecho datan desde hace décadas. Entre sus propuestas más conocidas está Operación Juárez, que es todo un estudio que dio a conocer en agosto de 1982, luego de su histórica reunión del 23 de mayo de 1982 con el presidente mexicano José López Portillo.
Las propuestas programáticas de LaRouche dominaron gran parte del programa político iberoamericano en lo que restó de los 1980. Hubo un momento relevante en 1986, cuando el Instituto Schiller publicó un estudio que LaRouche había encargado, La integración iberoamericana: ¡Cien millones de nuevos empleos para el año 2000!, el cual presentaba un esbozo programático detallado de cómo desarrollar las economías físicas de la región mediante la inversión en la construcción conjunta de grandes obras de infraestructura. Uno de los proyectos más impresionantes era la idea de unir las tres principales cuencas hidrográficas de Sudamérica —las del Orinoco, el Amazonas y Río de la Plata— a través de una serie de canales y esclusas, una idea que originalmente sugirió Alejandro de Humboldt ¡en 1799! Esto crearía una sola hidrovía navegable de 10.000 kilómetros, que conectaría de forma directa a casi todas las naciones sudamericanas.
Desde entonces, la oligarquía financiera ha hecho mucho por asegurarse de que la influencia de LaRouche desaparezca del panorama político iberoamericano; entre otras cosas, orquestar un par de escisiones de su organización en Iberoamérica en años recientes. Así, cuál no sería su sorpresa cuando el presidente Uribe de Colombia—a quien creían tener en el bolsillo— se levantó luego de concluida la reunión, y le presentó a sus colegas un informe, ¡precisamente sobre la necesidad de integrar los tres principales sistemas hidrográficos de Sudamérica!
Por supuesto, las propuestas tratadas en la reunión cuatripartita del 29 de marzo tienen sus yerros e incluso sus defectos axiomáticos. Uno fue que no se abordó la crisis financiera mundial, incluida la burbuja de la deuda iberoamericana, ni cómo resolverla. De no abordar esa cuestión, como lo hace LaRouche con su propuesta del Nuevo Bretton Woods, no hay forma de financiar las obras de infraestructura bajo consideración.
De forma parecida, los presidentes reunidos en Ciudad Guayana mostraron poca comprensión de veras científica sobre lo que son la infraestructura y la productividad; de la necesidad de corredores de desarrollo de alta tecnología en relación con esa infraestructura; o la función central que tienen la ciencia y la creatividad humana en impulsar el avance tecnológico, y en redefinir la base de los recursos a disposición de una economía.
Pero la ayuda viene en camino. Estos conceptos los desarrolla a cabalidad Lyndon LaRouche en su obra más reciente, The Earth’s Next Fifty Years (Los próximos cincuenta años de la Tierra), partes de la cual ya existen traducidas al español y han empezado a circular por Iberoamérica (ver “Más allá de Westfalia” y “El milagro de Franklin Roosevelt” en este mismo número, y “Los próximos cincuenta años de la Tierra” en el Resumen ejecutivo de la 2a quincena de abril de 2005, vol. 22, núm. 8). Con esto, los dirigentes de la región habrán de reconocer que, si quieren determinar lo que pasará en sus respectivas naciones en los próximos cinco meses, primero tienen que partir de lo que serán los próximos cincuenta años de la Tierra.
A pesar de las deficiencias, la cuestión de la integración de la infraestructura ahora está de nuevo sobre el tapete, y el embate de las crisis económica y política de seguro potenciará la urgencia de emprender dicha discusión. Eso, por sí solo, le robará el sueño por muchas noches a Wall Street.