La biosfera y la
noosfera
por Vladimir I.
Vernadsky
A
continuación reproducimos extractos de un artículo que
escribió el famoso científico ruso–ucraniano Vladimir I.
Vernadsky en diciembre de 1943. Originalmente lo publicó la revista
American Scientist en inglés en enero de 1945. Esta versión en
español, que es la primera que hay, que sepamos, viene de una
adaptación que publicó en inglés EIR, en Vladimir I.
Vernadsky coordinación con Rachel Douglas, quien comparó la
traducción del doctor George Vernadsky de la Universidad de Yale con la
edición original en ruso del libro de Vernadsky, Biosfera
(Moscú: Mysl Publishing House, 1967). Omitimos los pies de
página.
La
noosfera
. . .
Estamos llegando al clímax de la Segunda Guerra Mundial. En Europa la
guerra reinició en 1939, luego de una pausa de 21 años; en Europa
Occidental ha durado cinco años, y de nuestro lado, en Europa Oriental,
va por su tercer año. En cuanto al Lejano Oriente, la guerra
reinició ahí mucho antes, en 1931, y ya va en su doceavo
año. Una guerra de tal poderío, duración e intensidad es un
fenómeno sin paralelo en la historia de la humanidad y de la biosfera en
general. Es más, le antecedió la Primera Guerra Mundial, la cual,
aunque de menor poderío, tiene un nexo causal con la presente.
En
nuestro país esa Primera Guerra Mundial desembocó en una nueva
forma de Estado que no tiene precedentes en la historia, no sólo en la
esfera de la economía, sino también en la de las aspiraciones de
las nacionalidades. Desde la óptica del naturalista (y de modo parecido,
creo yo, de la del historiador) una fenómeno histórico de
semejante poderío puede y debe examinarse como parte de un solo proceso
geológico terrestre grandioso, y no como un mero proceso
histórico.
La
Primera Guerra Mundial se refleja en mi trabajo científico del modo
más decisivo. Cambió de forma radical mi concepción
geológica del mundo. Es en la atmósfera de esa guerra que he
abordado un concepto de la naturaleza en ese momento olvidado y, así,
nuevo para mí y para otros, un concepto geoquímico y
biogeoquímico que abarca la naturaleza viva y la no viva desde la misma
perspectiva. Pasé los años de la Primera Guerra Mundial en mi
trabajo científico creativo ininterrumpido, el cual he continuado hasta
ahora de manera constante en la misma dirección.
Hace 28
años, en 1915, se formó en la Academia de Ciencias una
“Comisión para el Estudio de las Fuerzas Productivas” de
nuestro país, la llamada KEPS. Esa comisión, de la cual fui
elegido presidente, tuvo una función destacada en el período
decisivo de la Primera Guerra Mundial. Por completo de improviso, en medio de la
guerra, a la Academia de Ciencias le quedó claro que en la Rusia zarista
no había datos precisos en cuanto a las ahora llamadas materias primas
estratégicas, y tuvimos que recabar y digerir datos dispersos con rapidez
a fin de llenar la laguna en nuestro conocimiento. Por desgracia, para cuando
empezó la Segunda Guerra Mundial sólo se conservó a la
parte más burocrática de esa comisión, el llamado Consejo
de las Fuerzas Productivas, y fue necesario restaurar sus otros componentes a
toda prisa.
Al
abordar el estudio de los fenómenos geológicos desde una
perspectiva geoquímica y biogeoquímica, hemos de comprender la
totalidad de la naturaleza circundante en el mismo aspecto atómico. Para
mí, dicho enfoque coincide de modo inconciente con lo que caracteriza a
la ciencia del siglo 20 y la distingue de la de los siglos pasados. El siglo
veinte es el siglo del atomismo científico.
Resulta
que en ese entonces, en 1917–1918, yo estaba, de pura casualidad, en la
Ucrania, y no pude regresar a Petrogrado sino hasta 1921. En todos esos
años, dondequiera que residía mis pensamientos apuntaban a las
manifestaciones geoquímicas y biogeoquímicas de la naturaleza
circundante, la biosfera. Al tiempo que las observaba, de manera
simultánea dirigía mis lecturas y mis reflexiones a este tema de
un modo intenso y sistemático. Expuse de forma gradual las conclusiones a
las que llegaba, en la medida que iban formándose, a través de
conferencias e informes que presentaba en cualquier ciudad en la que estuviera,
en Yalta, Poltava, Kíev, Simferópol, Novorossisk, Rostov, etc.
Además, en casi cada ciudad en la que estuve, solía leer todo lo
que había relacionado con el problema en su sentido más amplio.
Dejé de lado cuanto puede las aspiraciones filosóficas y
traté de apoyarme sólo en hechos empíricos y
científicos con firmeza establecidos y en generalizaciones,
permitiéndome de vez en cuando recurrir a hipótesis
científicas de trabajo. En vez del concepto de “vida”,
introduje el de “materia viva”, el cual ahora parece estar
establecido con firmeza en la ciencia. La “materia viva” es la
totalidad de los organismos vivos. No es sino una generalización
científica empírica de hechos indisputables en términos
empíricos que son de todos conocidos, y observables con facilidad y
precisión. El concepto de “vida” siempre rebasa las fronteras
del concepto de “materia viva”; entra al reino de la
filosofía, el folclore, la religión y las artes. Todo lo que queda
fuera de la noción de “materia viva”.
En lo
más tupido de la vida hoy día, tan intensa y compleja como es, una
persona, y toda la humanidad de la cual es inseparable, prácticamente
olvida que está conectada de un modo indivisible con la biosfera, con esa
parte específica del planeta donde viven. Es común hablar del
Hombre como un individuo que se mueve con libertad por nuestro planeta, y que
con libertad construye su propia historia. Hasta ahora, ni los historiadores ni
los científicos de humanidades, ni hasta cierto grado los biólogos
siquiera, han tomado en consideración de manera conciente las leyes de la
naturaleza de la biosfera, la envoltura de la Tierra que es el único
lugar donde puede existir la vida. El Hombre es elementalmente indivisible de la
biosfera. Y esta inseparabilidad apenas ahora empieza a quedarnos clara con
precisión. En realidad no existe ningún organismo vivo en un
estado libre en la Tierra. Todos estos organismos están conectados de
modo inseparable y continuo —primero y antes que nada por la
alimentación y la respiración— con su ambiente
energético–material.
El
destacado académico de Petersburgo, Caspar Wolf (1733–1794), quien
dedicó toda su vida a Rusia, lo expresó de manera brillante en su
libro, que fue publicado en alemán en San Petersburgo, en 1789, el
año de la Revolución Francesa: Sobre la fuerza peculiar y
eficiente, característica de la sustancia vegetal y animal. A
diferencia de la mayoría de los biólogos de su época,
él se apoyaba en Newton, más que en Descartes.
La
humanidad, en tanto materia viva, está conectada de manera inseparable
con los procesos energético–materiales de una envoltura
geológica específica de la Tierra, su biosfera. La
humanidad no puede ser independiente de la biosfera en lo físico, ni por
un minuto.
El
concepto de la “biosfera”, es decir, del “dominio de la
vida”, lo introdujo en la biología [Jean–Baptiste de Monet,
caballero de] Lamarck (1744–1829) en París, a comienzos del siglo
19; y en la geología, Edward Suess (1831–1914) en Viena, a fines de
ese siglo. En nuestro siglo hay un entendimiento por completo nuevo de la
biosfera. Está surgiendo como un fenómeno planetario de
naturaleza cósmica. En la biogeoquímica tenemos que
considerar que la vida (los organismos vivos) en realidad no sólo existe
en nuestro planeta, no sólo en la biosfera de la Tierra. Me parece que
esto ha quedado establecido más allá de toda duda, hasta ahora,
para todos los llamados planetas terrestres, o sea, Venus, la Tierra y Marte. En
el Laboratorio Biogeoquímico de la Academia de Ciencias de Moscú,
a la que han rebautizado como el Laboratorio de Problemas Geoquímicos, en
colaboración con el Instituto de Microbiología de la Academia de
Ciencias (el director y académico correspondiente B.L. Isachenko), ya
desde 1940 identificamos la vida cósmica como un objeto de estudio
científico. Este trabajo fue suspendido debido a la guerra, y
habrá de reanudarse a la primera oportunidad.
La idea
de la vida en tanto fenómeno cósmico la han hallado en los
archivos científicos, entre ellos los nuestros, desde hace mucho tiempo.
Hace siglos, a fines del siglo 17, el científico holandés
Christiaan Huygens (1629–1695) en su última obra,
Cosmotheoros, que fue publicada de manera póstuma, formulaba esta
cuestión científica. El libro fue publicado en ruso dos veces en
el primer cuarto del siglo 18, a iniciativa de Pedro I. En este libro, Huygens
establece la generalización científica de que “la vida es un
fenómeno cósmico, de algún modo marcadamente distinto a la
materia no viva”. Yo bauticé hace poco esta generalización
como “el principio de Huygens”.
Por su
peso, la materia viva comprende una parte minúscula del planeta. Es
evidente que éste ha sido el caso a lo largo de todo el tiempo
geológico, es decir, que es eterna en términos geológicos.
La materia viva está concentrada en una capa delgada y más o menos
continua de la troposfera en tierra seca —en campos y bosques—, y
penetra el océano entero. En cantidad, no mide más de
décimas de uno por ciento del peso de la biosfera, en el orden de cerca
del 0,25%. En terreno seco, su masa continua alcanza una profundidad
quizás menor a 3 km en promedio. No existe fuera de la
biosfera.
En el
transcurso del tiempo geológico la materia viva cambia su
morfología según las leyes de la naturaleza. La historia de la
materia viva cobra expresión como una modificación lenta de las
formas de los organismos vivos que de forma ininterrumpida están
conectados en términos genéticos entre ellos mismos, de
generación a generación. Esta idea vino surgiendo en la
investigación científica a través de las épocas,
hasta que en 1859 obtuvo una base sólida con los grandes logros de
Charles Darwin (1809–1882) y [Alfred Russell] Wallace (1822–1913).
Fue forjada en la doctrina de la evolución de las especies de plantas y
animales, incluido el Hombre. El proceso evolutivo sólo es
característico de la materia viva. No hay manifestaciones suyas en la
materia no viva de nuestro planeta. En la Era Criptozoica se formaban los mismos
minerales y rocas que se forman ahora. Las únicas excepciones son los
cuerpos naturales bioinertes unidos de un modo u otro con la materia
viva.
El cambio
en la estructura morfológica de la materia viva observado en el proceso
de evolución conduce de forma inevitable a un cambio en su
composición química. Esta cuestión ahora requiere de
verificación experimental. En colaboración del Instituto de
Paleontología de la Academia de Ciencias, incluimos este problema en
nuestro trabajo planificado en 1944.
En tanto
que la cantidad de materia viva es despreciable con relación a la masa no
viva y bioinerte de la biosfera, las rocas biogénicas constituyen gran
parte de su masa y rebasan con mucho las fronteras de la biosfera. Sujetos al
fenómeno de metamorfismo, se convierten, perdiendo toda traza de vida, en
la envoltura granítica, y dejan de ser parte de la biosfera. La envoltura
granítica de la Tierra es la región de las biosferas anteriores.
En el libro de Lamarck, Hidrogeología (1802), que contiene muchas
ideas admirables, la materia viva, del modo que lo entiendo, se reveló
como la creadora de las principales rocas de nuestro planeta. Lamarck nunca
aceptó el descubrimiento de [Antoine Laurent de] Lavoisier
(1743–1794). Pero ese otro gran químico, J.B. Dumas
(1800–1884), el contemporáneo más joven de Lamarck que si
aceptó el descubrimiento de Lavoisier y que estudió con intensidad
la química de la materia viva, también fue un adherente por mucho
tiempo de la noción de la importancia cuantitativa de la materia viva en
la estructura de las rocas de la biosfera.
Los
contemporáneos más jóvenes de Darwin, J.D. Dana
(1813–1895) y J. Le Conte (1823–1901), grandes geólogos
estadounidenses ambos (y Dana, minerólogo y biólogo
también), plantearon, aun antes de 1859, la generalización
empírica de que la evolución de la materia viva procede en una
dirección definida. A este fenómeno Dana lo llamó
“cefalización”, y Le Conte, la “Era Psicozoica”.
Dana, al igual que Darwin, adoptó esta idea durante su viaje alrededor
del mundo, el cual inició en 1838, dos años después del
regreso de Darwin a Londres, y duró hasta 1842.
Cabe
señalar aquí que la expedición en la que Dana sacó
sus conclusiones sobre la cefalización, los bancos de coral, etc., estuvo
asociada en la historia con las investigaciones sobre el océano
Pacífico realizadas en viajes oceánicos de navegantes rusos, en
particular Kruzenshtern (1770–1846). Publicadas en alemán,
inspiraron al abogado estadounidense John Reynolds a organizar el primero de
dichos viajes científicos estadounidenses por mar. Empezó a
trabajar en esto en 1827, cuando salió un relato en alemán de la
expedición de Kruzenshtern. No fue sino hasta 1838, once años
después, que sus esfuerzos tenaces se tradujeron en esta
expedición. Ésta fue la expedición de [Charles] Wilkes, que
de forma concluyente probó la existencia de la
Antártida.
Las
nociones empíricas de una dirección definida del proceso
evolutivo, aunque sin ningún intento por fundamentarlo de forma
teórica, se remontan a ya avanzado el siglo 18. [Georges Louis Leclerc,
conde de] Buffon (1707–1788) habló del “dominio del
Hombre”, por la importancia geológica del Hombre. La idea de la
evolución le era ajena. Así también le era [Jean Louis
Rodolphe] Agassiz (1807–1873), quien introdujo la idea del período
glacial en la ciencia. Agassiz vivió en un período de
florecimiento impetuoso de la geología. Él admitía que, en
lo geológico, había llegado el dominio del Hombre, pero, por sus
principios religiosos, era contrario a la teoría de la evolución.
Le Conte señala que Dana, quien antes tenía una opinión
afín a la de Agassiz, en los últimos años de su vida
aceptó la idea de la evolución en su entonces común
interpretación darwiniana. Desapareció así la diferencia
entre la “Era Psicozoica” de Le Conte y la
“cefalización” de Dana. Es de lamentar que, en especial en
nuestro país, esta importante generalización empírica
aún sigue fuera de la mira de nuestros biólogos.
La
solidez del principio de Dana, que resulta que está fuera de la mira de
nuestros paleontólogos, puede verificarlo con facilidad cualquiera que
esté dispuesto a hacerlo sobre la base de cualquier tratado moderno de
paleontología. El principio no sólo abarca a todo el reino animal,
sino que se revela de igual manera con claridad en especies particulares de
animales. Dana señalaba que en el transcurso del tiempo geológico,
al menos 2.000 millones de años y quizá mucho más, ocurre
un proceso irregular de crecimiento y perfección del sistema nervioso
central, empezando con los crustáceos (cuyo estudio Dana usó para
establecer su principio), los moluscos (cefalópodos), y terminando con el
Hombre. Es este fenómeno al que llamó cefalización. El
cerebro, una vez que alcanza cierto nivel en el proceso de evolución, no
está sujeto a la retrogresión, sino que sólo puede
progresar más.
Partiendo
de la noción de la función geológica del Hombre, el
geólogo A.P. Pávlov (1854–1929) en los últimos
años de su vida solía hablar de la Era Antropogénica
en la que vivimos ahora. Aunque no consideró la posibilidad de la
destrucción de los valores espirituales y materiales que ahora
presenciamos en la bárbara invasión de los alemanes y sus aliados,
poco más de diez años después de su muerte, puso de
relieve, de manera correcta, que el Hombre, ante nuestros propios ojos,
está deviniendo en una fuerza geológica poderosa y siempre
creciente. Esta fuerza geológica cobró forma de manera
imperceptible en un período largo de tiempo. Coincidió con esto un
cambio en la posición del Hombre en nuestro planeta (primero que nada, en
su posición material). En el siglo 20 el Hombre, por primera vez en la
historia de la Tierra, conoció y abarcó toda la biosfera,
completó el mapa geográfico del planeta Tierra, y colonizó
toda su superficie. La humanidad devino en una sola totalidad en la vida de
la Tierra. No hay ningún lugar de la Tierra donde el Hombre no pueda
vivir si así lo quiere. Nuestra gente habitando el hielo flotante del
Polo Norte en 1937–1938 ha probado esto de modo patente. Al mismo tiempo,
debido a las maravillosas técnicas y éxitos del pensamiento
científico, la radio y la televisión, el Hombre puede hablar de
forma instantánea con quienquiera que desee en cualquier lugar de nuestro
planeta. El transporte aéreo ha alcanzado una velocidad de varios cientos
de kilómetros por hora, y no ha llegado a su máximo. Todo esto es
resultado de la “cefalización”, del crecimiento del cerebro
del Hombre y del trabajo que su cerebro dirige.
El
economista L. Brentano ilustró la importancia planetaria de este
fenómeno con los siguientes cálculos asombrosos: si le asignaran a
cada Hombre un metro cuadrado, y si colocaran a cada Hombre hombro con hombro,
no ocuparían ni el área del pequeño lago de Constanza que
está entre las fronteras de Baviera y Suiza. El resto de la superficie de
la Tierra quedaría sin hombres. Así, la totalidad de la humanidad
junta representa una masa insignificante de la materia del planeta. Su fortaleza
no deriva de su materia, sino de su cerebro. Si el Hombre entiende esto, y no
usa su cerebro y su trabajo para la autodestrucción, se abre ante
sí un futuro inmenso en la historia geológica de la
biosfera.
El
proceso geológico evolutivo muestra la unidad biológica y la
igualdad de todos los hombres, Homo sápiens y sus ancestros,
Sinántropos y otros; su progenie en la mezcla de las razas blanca,
roja, amarilla y negra evoluciona sin cesar en incontables generaciones.
Ésta es una ley de la naturaleza. Todas las razas pueden cruzarse
y producir retoños fértiles. En un marco histórico, como
por ejemplo en una guerra de tal magnitud como la actual, termina por ganar
quien sigue esa ley. Uno no puede oponerse impune al principio de la unidad de
todos los hombres como una ley de la naturaleza. Uso aquí la frase
“ley de la naturaleza”, del modo que las ciencias física y
química usan cada vez más este término, en el sentido de
una generalización empírica establecida con
precisión.
El
proceso histórico cambia de forma radical ante nuestros propios ojos. Por
primera vez en la historia de la humanidad los intereses de las masas, por un
lado, y el libre pensamiento de los individuos, por el otro, determinan el curso
de la vida de la humanidad y brindan las pautas para las meras ideas de
justicia. La humanidad en su conjunto está convirtiéndose en una
fuerza geológica poderosa. Ahí surge el problema de la
reconstrucción de la biosfera en el interés de la humanidad
librepensante como una sola totalidad. Este nuevo estado de la biosfera, al
cual nos acercamos sin percatarnos, es la noosfera.
En mi
disertación en la Sorbona de París en 1922–23, acepté
la fenomenología biogeoquímica como la base de la biosfera.
El contenido de parte de estas disertaciones salió publicado en mi libro
Estudios de Geoquímica, que apareció primero en
francés en 1924, y luego en una traducción rusa en 1927. El
matemático francés y filósofo bergsoniano Le Roy
aceptó el fundamento biogeoquímico de la biosfera en tanto punto
de partida, y en sus disertaciones en el Collège de Francia en
París, introdujo en 1927 el concepto de la noosfera como la fase
geológica por la cual atraviesa la biosfera ahora. Él destacaba
que llegó a semejante noción en colaboración de su amigo
Teilhard de Chardin, un gran geólogo y paleontólogo que ahora
trabaja en China.
La
noosfera es un fenómeno geológico nuevo en nuestro planeta. En
él, por primera vez el Hombre deviene en una fuerza geológica a
gran escala. Puede y debe reconstruir la esfera de su vida mediante su
trabajo y pensamiento, reconstruirla de forma radical en comparación con
el pasado. Se abren ante él posibilidades creativas cada vez más
amplias. Puede que la generación de nuestros nietos se acercará a
su florecimiento.
Aquí
se nos presenta un nuevo enigma. El pensamiento no es una forma de
energía. ¿Cómo, entonces, puede cambiar los procesos
materiales? Esa interrogante aún no ha sido contestada. Hasta donde
sé, el primero que la planteó fue un científico
estadounidense nacido en Lvov, el matemático y biofísico Alfred
Lotka. Pero no pudo contestarla. Como [Johann Wolfgang von] Goethe
(1740–1832), quien no sólo era un gran poeta sino un gran
científico también, en una ocasión señaló que
en la ciencia sólo podemos saber cómo ocurre algo, pero no
podemos saber por qué ocurrió.
En cuanto
a la llegada de la noosfera, a cada paso vemos a nuestro alrededor las
consecuencias empíricas de ese proceso “incomprensible”. Esa
rareza mineralógica, el hierro puro, ahora se produce por miles de
millones de toneladas. El aluminio puro, que no nunca antes existió en
nuestro planeta, ahora se produce en cualquier cantidad. Lo mismo es cierto en
cuanto al número incontable de combinaciones químicas artificiales
(minerales biogénicos “culturales”) recién creados en
nuestro planeta. La cantidad de tales minerales artificiales crece todo el
tiempo. Todas las materias primas estratégicas pertenecen
ahí. En términos químicos, el Hombre está cambiando
drásticamente la faz de nuestro planeta, la biosfera, de modo conciente
y, más aún, de forma inconciente. El Hombre cambia la
física y la química de la envoltura aérea de la tierra,
así como de todas sus aguas naturales. En el siglo 20, a resultas del
crecimiento de la civilización humana, los mares y las partes de los
océanos más cercanas a las costas han cambiado de forma cada vez
más marcada. El Hombre tiene que tomar ahora cada vez más medidas
para preservar la riqueza de los mares, que hasta ahora no pertenecían a
nadie, para las generaciones futuras. Además de esto, el Hombre
está creando nuevas especies y razas de animales y plantas. Los
sueños de los cuentos de hadas parecen posibles en el futuro; el Hombre
está esforzándose por salir de las fronteras de su planeta hacia
el espacio cósmico. Y probablemente lo hará.
Al
presente no podemos darnos el lujo de no advertir que en la gran tragedia
histórica que vivimos, hemos elegido elementalmente la vía
correcta que lleva a la noosfera. Digo elementalmente, en tanto que toda la
historia de la humanidad procede en esta dirección. Los historiadores y
los dirigentes políticos apenas empiezan a acercarse a una
comprensión del fenómeno de la naturaleza desde esta perspectiva.
El enfoque de Winston Churchill (1932) al problema, desde el ángulo de un
historiador y dirigente político, es muy interesante.
La
noosfera es la última de muchas fases de la evolución de la
biosfera en la historia geológica. El curso de esta evolución
apenas comienza a quedarnos claro mediante un estudio de algunos de los aspectos
del pasado geológico de la biosfera. Permítaseme mencionar unos
cuantos ejemplos. Hace 500 millones de años, en la era geológica
Cámbrica, aparecieron por primera vez en la biosfera las formaciones
esqueléticas de animales, ricas en calcio; las de las plantas aparecieron
hace unos 2.000 millones de años. Esa función del calcio de la
materia viva, ahora desarrollada con potencia, fue uno de los factores
evolutivos más importantes del cambio geológico de la biosfera. Un
cambio no menos importante en la biosfera ocurrió hace unos 70 a 110
millones de años, en la era del sistema Cretácico, y en especial
durante el Terciario. Fue en esa época que cobraron forma por primera vez
nuestros bosques verdes, que tanto apreciamos. Éste es otro gran estado
evolutivo, análogo a la noosfera. Quizás fue en estos bosques que
apareció el Hombre hace alrededor de 15 o 20 millones de
años.
Vivimos
ahora en el período de un nuevo cambio evolutivo geológico de la
biosfera. Estamos entrando a la noosfera. Este nuevo proceso geológico
elemental ocurre en un momento tempestuoso, en la época de una guerra
mundial destructiva. Pero el hecho importante es que nuestros ideales
democráticos están a tono con los procesos geológicos
elementales, con la ley de la naturaleza, y con la noosfera. Por tanto, podemos
enfrentar el futuro con confianza. Está en nuestras manos. No lo
dejaremos ir.