por Paul Gallagher
y Richard Freeman
El
pronóstico que hizo Lyndon LaRouche a fines de febrero —al efecto
de que la burbuja de deuda de la industria automotriz de Estados Unidos
estallaría, cuando los economistas “calificados” anunciaban
un recuperación acelerada de la economía— se cumplió
a principios de mayo, al hacerse evidente que General Motors y Ford, y decenas
de las compañías que abastacen a las dos gigantes
automovilísticas, van a toda velocidad hacia la quiebra y el
desmembramiento de las principales capacidades de
máquinas–herramienta que le quedan a la economía de
EU.
Esto hace
aun más urgente la necesidad de poner en práctica el plan que
LaRouche le propuso al Senado de EU el pasado 13 de abril, de emprender una
recuperación físico–económica imitando las medidas
exitosas que usó Franklin Roosevelt para salir de la Gran
Depresión de los 1930.
El 27 de
febrero LaRouche había señalado que General Motors (GM) y Ford
empeoraban la situación creada por su enorme deuda a corto plazo que
vencía este año, al dar grandes “incentivos” para
atraer clientes, los cuales ya no podían darse el lujo de comprar carros
por la merma de sus ingresos reales. El 3 de marzo LaRouche preguntó:
“¿Cuándo caerán GM y GMAC”, su brazo financiero?
“¿Quién refinanciará esta burbuja, esta estafa de
deuda?”
A todo
esto, los “expertos” decían que no había urgencia, que
el problema se resolvería gradualmente, lo cual era desinformación
para distraer a los incautos, mientras los inversionistas en derivados sacaban
su dinero. Pero el 5 de mayo la empresa calificadora Standard and Poor’s
(S&P) jaló el gatillo al bajar la calificación de los bonos de
General Motors y Ford a la categoría de chatarra, lo que tuvo el efecto
de encender la luz en el cuarto oscuro lleno de cucarachas de los tenedores de
derivados, quienes han quedado al descubierto y se escurren
asustados.
¿Desplome de
los derivados?
La baja
en las calificaciones de GM y Ford bien podría desencadenar el derrumbe
de los derivados. La mayor parte de la deuda de ambas empresas está en la
forma de bonos. De los 301 mil millones de dólares que debe GM, 292 mil
millones son en bonos, mientras que de los 170 mil millones que debe Ford, 161
mil millones son en bonos. La baja en las calificaciones significa que ambas
empresas tendrán que pagar enormes sobretasas de interés para
obtener préstamos.
Pero
también podría detonar una crisis en el mercado de derivados.
Tanto GM como Ford poseen derivados de muchos tipos: derivados del mercado
crediticio, derivados de contratos cambiarios, derivados basados en sus bonos,
etc. Según le dijo Mark Howard, jefe de investigaciones crediticias de
Barclays Capital, al New York Times del 6 de mayo, hay derivados que son
“apuestas [sobre los bonos]. . . apalancados con
préstamos considerables”. Es decir, los especuladores han apostado
a los derivados sobre los bonos subyacentes tomando mucho dinero prestado. Como
dijo Howard, “habrá temblores en el mercado de
derivados”.
Una
crisis provocada por GM y Ford podría causar ondas de choque en el
mercado mundial de derivados de 400 billones de dólares, lo que
podría dar al traste con todo el sistema financiero mundial.
Contrario
a lo que plantea LaRouche, de que hay que salvar las capacidades de GM y Ford, y
las destrezas de sus trabajadores, los banqueros han redoblado sus exigencias de
desmembrar a ambas compañías. “Éste es el principio
del fin de la industria automotriz como ha llegado a conocerla la mayoría
de la gente”, dijo Sean Egan, según MarketWatch.com del 5 de
enero. “Es probable que en un par de años veamos cesantías
sustanciales, la posibilidad de que una o ambas de estas compañías
quiebre, y una enorme reestructuración de la mayoría de los
fabricantes de autos de EU”, dijo Egan, cuya empresa, Egan–Jones, es
la cuarta agencia calificadora después de S&P, Moody’s y Fitch.
Economist, el órgano de la City de Londres, en un artículo
en su edición del 6 de mayo, “¿Dos pilas de chatarra?”,
dijo que ya no era impensable que GM y Ford quebraran, y que la posibilidad de
que emergieran de la bancarrota “como operaciones más
pequeñas y reducidas. . . empieza a verse como una
opción atractiva”.
Las
bolsas de valores de EU se dispararon el 4 de mayo, cuando el buitre financiero
Kirk Kerkorian trató de aumentar sus inversiones al 9% de las acciones de
GM. La mentalidad de comecadáveres que motivó esta maniobra de
Wall Street, quedó de manifiesto ese mismo día, cuando
también subieron las acciones de Arvin Meritor, que abastece a las
grandes del automóvil, luego de que anunció que estaba cerrando 11
plantas y dejando cesantes a 1.830 empleados. Lo que quiere Kerkorian es tomar
control de la unidad de hipotecas de GMAC, la fuente del 50% de las ganancias de
GMAC, aunque sólo representa el 20% de sus operaciones.
Varios
artículos que aparecieron el 5 de mayo en el Wall Street Journal y
otros diarios, dejaron en claro que la ofensiva de Kerkorian tenía como
objetivo imponerle la estrategia de Wall Street a GM.
Ya desde
el 17 de marzo Stephen Girsky, el principal analista del sector automotriz del
banco de inversiones Morgan Stanley, había dicho: “La
participación de mercado de la compañía no justifica su
tamaño. Tiene demasiadas plantas, demasiados trabajadores, demasiados
modelos, demasiados agentes, y las prestaciones de sus empleados son demasiado
altas”. Merrill Lynch y el banco de inversiones de Citigroup, Bear
Stearns, han publicado una sarta de “análisis” que insisten
que GM tiene que botar a entre 25.000 y 30.000 de los 117.000 trabajadores que
le quedan (¡apenas hace una generación eran 500.000!), y cerrar
hasta 20 plantas. La administración de GM ya ha cerrado o desactivado 5
plantas, y ha reducido a sólo uno los turnos en otras cinco.
Wall
Street también demanda recortes drásticos a las prestaciones de
salud y la jubilación de los trabajadores de las empresas de autos, lo
que haría a los empleados cargar con el 25 a 30% de todos los costos, y
eliminaría muchas medicinas. Toyota, Nissan, Mazda, BMW y Volkswagen
también ensamblan autos en EU, pero, a diferencia de GM, Ford y Damlier
Chrysler, no tienen sindicatos, en gran parte porque están en el sur,
donde la ley favorece a los esquiroles. Por tanto, aunque pagan salarios
comparables a las “tres grandes”, las empresas de autos extranjeras
gastan mucho menos en prestaciones.
Otra
exigencia de Wall Street es que GM venda la unidad de hipotecas de GMAC, su
mayor fuente de ganancias. De hacerlo, la compañía
quebraría aun más rápido.
En su
mensaje al Senado y en un folleto que circula en EU, “Recreate Our
Economy” (“Recreemos nuestra economía), LaRouche
detalló cómo el Gobierno debe intervenir para usar esas
capacidades en proyectos de infraestructura económica vitalmente
necesarios, tales como trenes de alta velocidad y de levitación
magnética.
Si bien
es cierto que, como recalca LaRouche, GM y Ford no podrán salir de sus
dificultades vendiendo más autos, especialmente no los todoterreno, que
han sido sus modelos más populares, pero que consumen enormes cantidades
de gasolina, también es cierto que ni lo que propone la
administración de GM, de mover toda su producción fuera de EU, ni
la estrategia de Wall Street de achicar las compañías de autos,
tampoco funcionará.
Es de
notar que S&P y varios analistas competentes citados por el Detroit
News a fines de abril, coincidieron con LaRouche en que achicar a GM no
reducirá su deuda; más bien acelerará su
quiebra.
El
Congreso necesita actuar rápido para contrarrestar el plan fascista de
“resolver” la crisis financiera acabando con la producción y
eliminando las prestaciones de los trabajadores, con el “Súper
TVA” de LaRouche, cuyo modelo es la “Tennessee Valley
Authority”, con la que Roosevelt electrificó y levantó al
valle de Tennessee. Como LaRouche detalla en su mensaje al Senado, “el
interés y objetivo principal del Gobierno de EU ante el pánico que
cunde entre los principales manufactureros automotrices de Norteamérica y
Europa, es garantizar que el empleo continuo de la fuerza laboral de esa
industria siga funcionando, en todos y cada uno de sus lugares actuales de
empleo, al margen de lo que pase con la arquitectura financiera asociada con la
propiedad actual de ese conjunto de empresas. La pérdida de las
capacidades de fabricación de herramientas y otras estrechamente
relacionadas de ese sector de la industria, sería un desastre
estratégico de consecuencias incalculables y de reacción en cadena
en nuestra nación, y también en el mundo en
general”.
Lo que
hay que hacer, dice, es aplicar esas capacidades a “las necesidades de
reparación, expansión a gran escala y mejoramiento de nuestros
sistemas ferroviarios nacionales”, de gestión de aguas, de
producción y distribución de energía, y la
diversificación de fuentes de energía para el uso automotriz,
notablemente combustibles sintéticos de hidrógeno.