Cómo
la mayoría de los economistas se volvió analfabeta
La
ciencia: el poder de prosperar
por Lyndon H. LaRouche
16 de abril
de 2005.
Este
informe es sobre la economía como aquella forma de la ciencia sin la cual
sería imposible recuperarse de la actual embestida del derrumbe
monetario–financiero mundial. Sin embargo, en la ciencia, como para
preparar una comida decente, es necesario limpiar la cocina de desperdicios
nocivos.
No
obstante, la intención de este informe no sólo es tirar la basura.
Considera esa eliminación de elementos nocivos de la opinión hoy
generalizada como un ataque necesario a ciertos grupos de economistas que siguen
haciendo las veces de charlatanes, a expensas del público. Estos tipos
depredadores requieren un ataque en razón del daño que
seguirían haciéndole a Estados Unidos de América y a otras
naciones a través de la influencia extendida de sus engañifas
contra los gobiernos y otros. Incorporo este ataque desde el comienzo de este
informe, aunque sólo como un aspecto secundario del conjunto del mismo;
lo hago así, porque sería una negligencia prácticamente
fatal no atacar esos dogmas por lo que con seguridad serán sus fraudes
cada vez más desesperados esta vez. A menos que reciban un ataque por sus
fraudes, precisamente por las cuestiones que planteo de nuevo aquí, el
daño que ya han causado sus opiniones erróneas no sólo
continuará, sino que empeorará.
A este
respecto, allá en 1971 tildé a muchos de esos profesores de
economía influyentes de “académicos de pacotilla”; en
estas décadas desde entonces ha quedado demostrado en repetidas ocasiones
que no sólo fue la opción de lenguaje correcto, sino la necesaria.
En retrospectiva, ahora está claro que si más gente hubiera
atendido a mis advertencias entonces, EUA y el mundo en general no
estarían hoy en el feo embrollo en que se encuentran.
Sin
embargo, el tema principal que abordo aquí es el hecho de que, al
presente, hasta las personas honestas y de otro modo inteligentes de los
sectores estatal, empresarial y académico, simplemente carecen de cierto
conocimiento de una calidad que es absolutamente fundamental para escoger
medidas competentes en las circunstancias de crisis actuales que enfrentan
nuestro gobierno, empresas y el público en general. El tema principal de
este informe es la necesidad ahora urgente de estudiar y practicar la
economía como una ciencia, en esencia como una rama de la ciencia
física experimental.
En las
circunstancias actuales me veo obligado, por ende, a complementar el memorando
que hace poco dirigí a los miembros del Senado de EU y sus asesores,
proporcionándoles a los profesionales y otras personas pertinentes esta
introducción concisa a lo que ahora son ciertos principios con urgencia
necesarios, aunque por lo general desestimados. En el presente informe, la
necesidad de remediar la carencia general de ese conocimiento que tiene que
mostrarle ahora a nuestra república, y a nuestro mundo, la salida de la
catástrofe que actualmente nos embiste, subsume a todas las cuestiones
abordadas.
Hasta el
momento de escribir esto, es patente que incluso la mayoría de los
economistas destacados hoy a la vista siguen ignorando los errores
sistémicos más elementales de su forma de pensar. Estos son
errores que salen a relucir en su complicidad continua en la marcha de las
últimas tres décadas por el camino equivocado, hacia el pantano de
la embestida de reacción en cadena del derrumbe económico del
presente sistema monetario–financiero mundial. Presento esos principios
necesarios de la economía, como una ciencia que aclara que este derrumbe
presente no habría sido posible si estos profesionales y sus seguidores
no hubieran desatendido, o incluso contravenido, los principios otrora bien
conocidos de ese Sistema Americano de economía política que
definía un diseño duradero exitoso de economía moderna,
comenzando hace más de 200 años.
Por
tanto, dado el riesgo inmediato que corre hoy la economía mundial, la
influencia permanente de la ideología de esos economistas despistados en
la toma de decisiones de los gobiernos, entre ellos el nuestro, tiene que
considerarse como la venenosa droga adictiva que con engaños llevó
al sistema monetario–financiero mundial a una forma de degeneración
que debió preverse o al menos identificarse hace décadas, como una
receta para la suerte de condición de catástrofe general que de
hecho hemos vivido, cada vez más, con los efectos experimentados en el
último cuarto de siglo.
De
ahí que, para superar la presente crisis de nuestra economía
nacional, y de la mundial, tenemos que hacer dos cosas. Primero, deshacernos de
esas enfermizas formas de pensar específicas acerca del tema de la
economía, que han dominado la toma de decisiones del Gobierno de EUA y de
otros, y acarreado la ruina de nuestra economía en las últimas
tres décadas y media. Segundo, circular el verdadero conocimiento perdido
y con urgencia necesario de cómo funciona una economía moderna
exitosa, no sólo entre los profesionales y empresarios, sino para
proporcionar un fundamento eficiente de este conocimiento esencial a
través de nuestras escuelas de educación secundaria y
universitarias. Este segundo propósito es el asunto principal de este
informe.
Para
elaborar esos dos aspectos en este informe, he tomado el ejemplo oportuno de la
necesidad urgente de diagnosticar y remediar el derrumbe actual de la industria
automotriz. ¿Qué estuvo mal? ¿Qué debemos hacer ahora en
vez de eso? ¿Cómo tenemos que pensar en la economía para
llegar a superar este reto? ¿Cómo tenemos que pensar en una
reconstrucción exitosa de la economía de EU y del mundo en los
próximos cincuenta años y después?
En otras
oportunidades he señalado algunas de las suertes esenciales de causas
relacionadas y los remedios del fracaso de la administración de General
Motors y otras hoy día. Aquí, en este informe, me concentró
en los principios científicos que deben aplicarse en lugar de esas
medidas defectuosas que han causado el derrumbe actual de esa industria. A este
último respecto, dirigiré la atención en el cuerpo de este
informe a algunos principios esenciales de la economía que son en extremo
pertinentes. principios que en general le eran desconocidos a los economistas
destacados de las universidades y otras partes, hasta su estudio de este
informe. Brindo ejemplos selectos de esta ignorancia general, ejemplos que
elegí porque son los que el público que he seleccionado para esta
ocasión entiende con mayor facilidad.
También
indico, más adelante, la naturaleza de los principios científicos
aun más profundos que deben gobernar el modo en que transmitimos la
educación en los principios de la economía, desde el nivel
universitario, hasta el programa de educación secundaria y el
público en general.
Para ser
francos, el “lavado cerebral” virtual de los estratos superiores de
la dirigencia empresarial y política partidista gubernamental en cuanto
al asunto de la economía, ha llevado las cosas al extremo de que una
quiebra de empresas tan significativas como toda una industria automotriz,
refleja una cualidad de condicionamiento que obstruye la capacidad del ejecutivo
empresarial o de la figura política para pensar de forma racional sobre
las cuestiones decisivas de la crisis de dicha industria. En los años
recientes hasta la fecha, es típico el caso de que la sensación de
crisis en la economía física incite la fuga del individuo
pertinente de la realidad físico–económica, una fuga que
cobra expresión en formas tales como reprender a su informante:
“Pero, dime cómo está el
mercado. . .”.
Así
que, en tanto que entre los dirigentes sindicales pertinentes de esas
categorías industriales la reacción a la embestida actual del
derrumbe de una industria tiende a ser racional, saludable y realista, la misma
información en manos de una figura política que uno podría
suponer representa los intereses políticos de esos sindicalistas,
demasiado a menudo provoca un cambio de tema, a preguntar sobre “el
mercado”. Ese “mercado” es el mismo fenómeno que sigue
sugiriendo que el sector pertinente de la economía física va
camino a la prosperidad, al mismo tiempo que dicha industria pertinente ha
estado preparándose para el derrumbe. Es esa última clase de
evasión de la realidad física más bien típica de la
hoy llamada “clase empresarial”, la que cobra expresión
cuando rehuyen la realidad hacia el tema de “el mercado” siempre que
ésta los asusta. Ese síndrome entre ellos es la influencia
más probable que podría disparar el defecto moral de los
políticos que prácticamente destruya a nuestra
nación.
Un
estudio del modo en que la industria automotriz, en particular, ha ido
alistándose para la actual arremetida del derrumbe por años
postergado de sus instituciones empresariales pertinentes, es típico de
la necesidad evidente de virar la discusión sobre la toma de decisiones
en nuestra economía, del dominio monetario–financiero de vuelta a
ver la realidad de los procesos monetario–financieros desde la
óptica del acento primario en los procesos que operan en la
economía física como tal.
Dicho
esto hasta aquí, el primer tema que el lector atento debiera querer
abordar ahora, es el de la calidad de mi pericia. Ahora prologo el cuerpo de
este informe, en lo principal, con unos cuantos comentarios necesarios sobre las
partes más pertinentes hoy de mis antecedentes en este campo y,
después de eso, regreso en el cuerpo del documento a la cuestión
decisiva de la ciencia a la que está dedicado este informe.
Algunos
antecedentes personales pertinentes
A menudo
los casos de éxitos notables o de feos fracasos en el comportamiento de
dirigentes adultos de la sociedad en la toma de decisiones, refleja algún
punto de inflexión decisivo en el desarrollo de esa personalidad durante
la infancia o adolescencia.
Viéndola
en retrospectiva desde hoy, es justo decir que mi carrera actual como, de hecho,
un economista connotado, refleja un proceso que empezó en mi
adolescencia, con un incidente que ocurrió el primer día que
asistí a lo que entonces era la primera clase corriente de
Geometría Plana en la escuela secundaria. En esa ocasión, cuando
aquel maestro desafió a los estudiantes a decir por qué
debíamos estudiar geometría, yo planteé un tema que me
había fascinado desde que hice unas visitas antes al cercano astillero de
la Armada en Charlestown, Massachusetts. Yo respondí a su reto planteando
el tema: Para estudiar por qué el dejar esos huecos en las trabes
fortalece la estructura de la cual son una parte de apoyo. Es la clase de
pregunta que un niño en mis circunstancias le hubiera preguntado entonces
a su padre. Yo lo hice, pero nunca quedé satisfecho con la respuesta que
me dio, que fue que debía aprender la respuesta en la escuela cuando
llegara el momento. Había llegado el momento en la escuela, y
pregunté.
A pesar
de algo de mofa tonta espontánea, y ruidosa también, de parte de
algunos compañeros de clase a ese respecto, mis cavilaciones sobre lo que
reconocí como su reacción irracional me mostraron por qué
nunca podría aceptar la idea de una geometría o una física
fundada en definiciones, axiomas y postulados dizque de suyo evidentes de una
mentada doctrina euclidiana o afín en la geometría. Nunca lo
hice.
Ya antes
de ese incidente en el aula, interrogantes parecidas me habían impulsado
a empezar la lectura de los escritos representativos de nombres destacados en la
filosofía inglesa, francesa y alemana de los siglos 16 al 18.
Quedé fascinado por ese estudio de las filosofías en tanto
sistemas, más que como opiniones, desde ese mismo punto de vista, hasta
la fecha. La pauta de esa experiencia en el estudio de la filosofía, al
inicio, durante el resto de mi adolescencia, mostró que el significado de
aquel incidente en la clase de geometría fue que yo estaba ya en
vías de convertirme en un adolescente admirador de Godofredo Leibniz, por
encima de todos los demás autores, en mis incursiones en esas
filosofías europeas modernas. Estas incursiones en la historia de las
ideas viraron gradualmente hacia las traducciones y comentarios discutidos sobre
la obra de los griegos prearistotélicos.
A dos
años de ese incidente en clase, había devenido, en efecto, en un
converso a esa ciencia de la geometría física que llegaría
a reconocer, más de diez años después, como una
geometría riemanniana
antieuclidiana.[1]
La
pertinencia de ese incidente original de mi adolescencia para este breve
informe, no sólo es que la mayoría de la gente con
capacitación profesional que he conocido, de mi generación y
después, desarrolló en su vida adulta una trayectoria intelectual
sistémicamente contraria a la mía. Como resultado de haber
adoptado la clase de nociones sobre la geometría que expresé en
esa clase, he desarrollado los que probarían ser mis métodos
superiores aplicados al tema de la economía.
Así,
desde mi adolescencia, mis enfoque contumaz sobre el tema de la geometría
física, que había manifestado en esa clase de geometría, me
llevaron a seguir la pista en esencia leibniziana y específicamente
americana de la economía propia de la tradición que el secretario
del Tesoro Alexander Hamilton identificó de forma oficial como ese
Sistema Americano de economía política; mientras que la mayor
parte de lo que pasa por una doctrina de aceptación general, aun en las
universidades estadounidenses hoy, tiene como premisa esa escuela liberal
angloholandesa de economía de la Compañía de las Indias
Orientales británica, la doctrina que la guerra de Independencia
estadounidense combatió.
Mi
afinidad con el Sistema Americano, incluso en mi adolescencia, expresa una
coincidencia nada accidental con esos aspectos de mi herencia familiar de la
infancia, como un descendiente de los círculos asociados con los whigs
americanos de principios del siglo 19 y su legado de Abraham Lincoln. El
resultado de la confluencia de esa parte de mi historia familiar con las pruebas
de la ciencia, es que la concordancia entre las dos influencias me ha acomodado
en lo personal hasta la fecha.
Esa
experiencia fue el origen de los que serían mis éxitos repetidos
como pronosticador económico de largo plazo, por décadas, en
tiempos en que las escuelas de pensamiento que representaban mis rivales
putativos en esta esfera del pronóstico por lo general han fallado,
seguido de modo miserable.
Hoy la
suerte de significado de principio más esencial para la ciencia en
general, y con mayor acento para la economía, de esa diferencia
filosófica que manifesté en ese incidente en una clase hace casi
70 años, puede replantearse con provecho como sigue: un mero
matemático, como René Descartes, hace un informe
estadístico, como lo hizo Copérnico, del movimiento observado; un
científico físico, en contraste, sigue precedentes tales como el
de Johannes Kepler. Este último no sólo descubre lo que
movió al objeto observado, sino que basa sus supuestos y demostraciones
de competencia profesional en el descubrimiento del poder
específico[2] —el principio
físico universal específico— que genera la clase de
movimiento observable que no hubiera podido predecirse con los métodos
del simple matemático.[3] Observamos el movimiento del planeta. Galileo dijo que se movía; Kepler
indagó y descubrió qué lo
mueve.[4]
[FIGURE
2]Así, desde el principio de lo que devino en mis éxitos
profesionales como economista, me he visto inclinado a definir la
economía competente, como lo hizo Leibniz, como una ciencia de la
economía física cuya práctica más
característica es el pronóstico de largo alcance. El
estadístico, en su pretendida función de pronosticador, busca
predecir el movimiento de conformidad; el científico que trabaja
siguiendo los pasos de Kepler, Leibniz, Gauss y Riemann indaga, ¿qué es lo que mueve, aun a producir un estado de movimiento antes
desconocido? Esta última suerte de movimiento, pronosticando con
éxito algo que nunca antes había ocurrido —lo cual de forma
inevitable queda excluido en los métodos estadísticos del
reduccionista—, que es el movimiento que expresa todos esos
acontecimientos que corresponden al más importante de todos ellos. Estos
son los acontecimientos que el estadístico, por necesidad, ha de errar en
pronosticar como probable.[5] Ese
descubrimiento de un principio cuya aplicación genera una
categoría de fenómenos nunca antes experimentada, es la
definición que da el experimentador a un principio físico
universal. Ésa es la verdadera definición del método
científico; ése es el poder de progresar. Esta misma
noción de poder es el principio esencial de cualquier ciencia
económica
competente.[6]
El
impulso para dar mi primer paso formal a fin de pasar de ser un joven admirador
del concepto de geometría física, para convertirme en un
economista profesional, vino a comienzos de 1948, cuando me prestaron una copia
del borrador de la edición de París de la Cibernética del profesor Norbert Wiener. Buena parte de ese
libro me pareció divertida, pero no pude tragarme la francamente absurda
doctrina de la “teoría de la información” de Wiener,
que era de un reduccionismo radical. Me decidí de inmediato, a partir de
ese momento, a elaborar mi refutación estricta de la intervención
hábilmente seductora, de “torre de marfil”, de Wiener en la
economía.
Más
adelante, durante mi repetida relectura en 1952–1953 de los
párrafos iniciales de la disertación de habilitación de
Bernhard Riemann, de 1854, con el tema de la economía física en
mente, mi trabajo previo para llegar a una tesis que refutara a Wiener (y de
manera similar, a John von Neumann) en la economía, cobró enfoque.
Durante el ocio que me impuso un proceso de convalecencia de un grave ataque de
hepatitis, experimenté mi “eureka”; adquirí un sentido
firme de mi competencia especial en tanto economista, una competencia que
más tarde quedó demostrada en mi primer pronóstico general
sobre la economía, que hice varios años después, en
1956.
El primer
pronóstico de trabajo que hice en realidad en base a esos estudios, que
tuvo lugar en 1956, cobró forma cuando le insistí a mis más
bien asombrados colegas, y más que nada incrédulos, de esa
ocasión, que nosotros, como consultores de empresas, teníamos que
prever una fuerte recesión en EU que surgiría aproximadamente en
febrero de 1957.[7] Ese pronóstico
de la caída en una recesión fue puntual, y por los motivos que yo
había pronosticado. Los efectos de mi éxito como pronosticador
generaron aversión en esos círculos. Obviamente, mis dudas sobre
la sabiduría de la industria automotriz no causaron esa recesión,
pero no es atípico de los riesgos que corre el pronosticador exitoso que,
no obstante, por algunos asociados y otros, tengo que ser culpado, en lo
emocional, por los efectos que la realidad, y no yo, crearon y llevaron hasta
sus puertas. El típico pobre amigo se aferra a sus ilusiones previas
sobre la economía, acusándome: “Al hablar, ¡él
nos llevó a la recesión!”
El
estudio que me llevó a elaborar este pronóstico nació, en
un principio, cuando presté atención a pautas de una
patología económica en las prácticas de mercadeo de los
principales fabricantes de automóviles. Esta observación
había volcado mi atención a otros factores relacionados más
amplios del fraude virtual de los prestamistas entonces, como ahora, en el mal
uso del crédito al consumidor en la economía estadounidense en ese
momento. De ahí el pronóstico.
Todos los
pronósticos de esa clase que elaboré entonces y después,
han tenido como premisa el descubrimiento de un rasgo característicamente
sistémico del proceso económico. A menudo, como en el caso de mi
pronóstico de 1956 y otros posteriores, este rasgo sistémico
corresponde a algunos intereses dominantes del sistema actual cuando identifican
algunos supuestos influyentes de corte axiomático que por lo general son
falsos. Como el proceso de 1954–1957 que llevó al viraje de febrero
de 1957, los pronósticos más importantes tienen como premisa un
elemento descubierto de engaño sistemático de esa variedad, como
la fiebre del “Club de la Pirámide” de fines de los 1940, o
la del financiamiento del consumo que desembocó en la recesión de
1957, cada una de las cuales, como la “burbuja” de John Law de
principios del siglo 18, fue inducida en el comportamiento pertinente de las
masas.
Entonces,
como en el caso que nos lleva a la crisis actual de General Motors, la tendencia
del paisano bobo del caso es a ver ventajas monetario–financieras
aparentes de corto plazo en “el mercado”, dejando de lado el
interés por los factores físico–económicos de mediano
y largo plazo. Estos últimos son los factores que en última
instancia tomarán venganza, como ahora, contra los buenos deseos
monetario–financieros que de forma temporal han seducido a la
opinión dominante.
Por
ejemplo, el hecho de que hayan transformado a la población de EU, en su
conjunto, de ser una nación de ahorradores en una de deudores
sobregirados hasta el colmo, que sólo ven el dinero que gastan hoy, pero
no la deuda que tendrán que pagar mañana, es peor que
típico del modo en que los engaños de corto plazo de la
opinión pública llevan a catástrofes en el mediano a largo
plazo. Tales son los casos de la burbuja de la “informática”
de los 1990, la de las garantías hipotecarias, la de la venta financiada
de automóviles, la de los fondos especulativos en general, y la deuda
fiscal y el déficit de cuenta corriente de EU hoy día. En toda
burbuja, y en la mayoría de los ciclos de auge y desplome, hay un
elemento sistémico de engaño popular que opera de manera
axiomática en el comportamiento inducido de las masas.
Lo
irónico es que presenciamos la misma suerte de error craso de entonces,
repetido a una escala mayor hoy, como una parte fundamental de la arremetida de
la industria automotriz y de otros sectores claves. Sin embargo, aunque
pronosticar desastres no sólo es importante, sino necesario, lo que toca
el corazón de una cualidad científica de la práctica
profesional en la economía física es pronosticar las vías
para generar una recuperación del desastre que ahora se nos viene encima.
Considera como ilustración de este asunto un aspecto fundamental de mi
informe recién publicado sobre las perspectivas de una
recuperación, el cual acabo de dar a conocer como una proposición
a los miembros del Senado de EU. El presente informe está elaborado como
complemento técnico de dicho informe.
No es
accidental que el error sistémico en la mala administración, cuyos
efectos han explotado a la superficie del interés automotriz del mundo
hoy, fuera la misma clase de error, pero a una escala mayor, hablando de las
clases de errores sistémicos en la industria automotriz que atrajeron mi
atención en 1956. Es obvio que la administración financiera actual
de General Motors ha aprendido menos que nada de los errores de la industria de
hace 50 años.
Como
señalé antes, la elaboración de mi pronóstico de
1956 de que habría una profunda recesión en 1957 tuvo lugar en mi
capacidad profesional en tanto ejecutivo de una firma para la que trabajaba
entonces. Sin embargo, el estudio y su éxito específico
motivó un estudio privado más a fondo, intenso y de mayor alcance
de las tendencias que luego pronostiqué, a principios de 1959–60,
como una tendencia vigente en la ideología de la formulación
política de nuestra nación de mediados de los 1950. Para mí
era claro entonces que, de continuar en efecto esa ideología,
desataría una serie de crisis monetarias internacionales en la segunda
mitad de los 1960 y, más allá de eso, presentaba el peligro
adicional de que, como consecuencia, el sistema monetario mundial ahora vigente
se desintegrara. De hecho sucedió como lo había pronosticado, en
el transcurso de mediados de los 1960, hasta 1971 y después. Ese
pronóstico, que tuvo una difusión más amplia, es el que me
dio renombre mundial desde mediados y fines de los 1960. Este pronóstico
se materializó con las crisis de la libra esterlina y del dólar
estadounidense de 1967–68, y el desplome subsiguiente del sistema
monetario original de Bretton Woods en 971–72.
Mis
declaraciones después de esa medida del Gobierno de Nixon del 16 de
agosto de 1971, que salieron a la luz pública en lo que quedó de
ese año, definieron entonces la base de largo plazo para la serie de
pronósticos implícitos de mediano plazo que publiqué
más tarde en varios momentos de las décadas siguientes, hasta el
que di a conocer a través de los órganos informativos poco antes
de la toma de posesión presidencial de 2001 en EU. Nunca erré en
ninguno de esos pronósticos en ese intervalo.
El
método inherente a ese pronóstico general queda completamente
vindicado en la crisis internacional que hoy hace erupción.
Esto no
implica negar que haya muchos especialistas en diversos aspectos de la
economía, que hablan con la verdadera autoridad de expertos al emitir
declaraciones válidas y en ocasiones también muy valiosas sobre el
significado parcial de los acontecimientos corrientes. A menudo hay una notable
coincidencia de opinión entre mi trabajo y el de ellos, y algunas
consultas entre nosotros con relación a esos asuntos. No obstante, mi
pronóstico tiene un significado de la cualidad singular indicada, pues
aporta la base científica para la toma de decisiones de largo plazo que
expresa mi éxito en la prognosis de largo aliento. Es el fundamento
científico de mis logros distintivos en ese respecto lo que tienen que
terminar por aprender quienes estén calificados para guiar al mundo al
futuro, en especial los dirigentes futuros que surjan de la generación
característica del programa educativo basado en ciertos fundamentos de la
ciencia y la cultura clásica que desarrolla mi Movimiento de Juventudes
Larouchistas.
Yo
trabajo para informar y educar a los dirigentes actuales de las generaciones
mayores, pero también procuro desarrollar un nuevo cuadro de
líderes de naciones que llegarán a conocer mucho mejor que yo lo
que ya conozco. Asimismo, ellos seguirán aquí para dirigir a las
generaciones que habrán de guiar mucho después de que la
mía haya desaparecido.
1. ¿Qué es la economía?
Para
discutir las enfermedades y los remedios de nuestros sistemas económicos
nacionales e internacionales modernos como tales, primero tenemos que definir lo
que debieran querer decir los economistas cuando usan el término
“economía”. El problema ha sido que entre los principales
economistas y libros de texto actuales, muy pocos aportan una definición
válida de cómo emplean el término
“economía”. La mayoría de los debates sobre el tema
mismo se desbaratan desde el principio, por lo común luego de volverse
con rapidez en una Torre de Babel de confusión turbia sobre los
fundamentos. Para evitar esa confusión sobre las definiciones mismas,
empiezo tratando los problemas técnicos que plantea la catástrofe
actual de General Motors, en este capítulo, con la siguiente
definición corregida del término mismo de
economía.
El hecho
histórico fundamental del que deriva cualquier estudio competente de la
práctica económica actual, es que no existía ninguna
ciencia de la economía, en ningún sentido significativo de la
forma en que empleamos ese término hoy, antes del nacimiento del Estado
nacional moderno en el Renacimiento europeo del siglo 15. Las primeras
economías verdaderas, conocidas también como repúblicas, fueron fundadas en la segunda mitad del siglo 15,
primero por el rey Luis XI de Francia, y después por su seguidor, Enrique
VII de Inglaterra. Cualquier discusión de los principios que tienen que
reconocerse si es que hemos de enfrentar de manera competente las causas y los
remedios de la embestida de la crisis de desintegración del actual
sistema monetario mundial de tipos de cambio flotantes, tenemos que empezar
por entender las diferencias de principio científico que existen entre
los varios tipos de sociedad europea que existieron antes, durante y
después del Renacimiento del siglo 15.
Los casos
de la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII son cruciales para
discernir esas pruebas históricas necesarias para ubicar las causas y
remedios de la crisis global que cobra expresión hoy en los casos de
General Motors y otros parecidos. Sería imposible captar lo que
debería significar el término Estado nacional soberano o su
sinónimo, la república, para el economista competente, en
tanto no veamos la historia de la humanidad previa al Renacimiento europeo del
siglo 15 con la cabeza despejada. Hasta que quede aclarada esa cuestión,
será imposible tener un entendimiento competente de ningún
principio pertinente de la economía moderna.
Procedo
de conformidad
Primero
que nada, aunque cualquier definición significativa de la idea de
república constitucional se remonta a la labor de Solón de Atenas,
en la práctica no existía ninguna república verdadera, en
ese sentido, antes de los sucesos decisivos que hubo en el transcurso del
Renacimiento del siglo 15. El sinónimo pertinente de una república
verdadera, como la fundaron Luis XI de Francia y su seguidor Enrique VII de
Inglaterra, es una república, un Estado nacional cuyo derecho
constitucional está basado en el principio triple de la soberanía
perfecta, la defensa de dicha soberanía, y la obligación de la
sociedad de fomentar el bienestar general de todo el pueblo y de su
posteridad. Los ejemplos son todos equivalentes, en lo funcional, al
preámbulo de la Constitución federal de EUA, y a la
noción congruente de principio del derecho natural, que es el
corazón de la Declaración de Independencia estadounidense de 1776,
una formulación tomada del ataque de Leibniz a la necedad de John Locke:
“la búsqueda de la felicidad”.
No
existía ninguna forma de sociedad que cumpliera con la norma de esa
definición en ningún lugar conocido, antes de los sucesos europeos
de esa reforma del siglo 15.[8]
Estos
acontecimientos del siglo 15 no surgieron de forma espontánea.
Evolucionaron como un fruto de un largo proceso enfocado en la
civilización europea y zonas adyacentes, durante un período que
empezó, en lo principal, en la geografía de Europa y cerca de
Asia, en alrededor del año 10000 a.C.
Este es
el período que comenzó con un suceso catastrófico, una gran
inundación, que ocurrió como continuación de un gran
deshielo ya en marcha, el cual marcó el fin de un largo período de
glaciación en el hemisferio norte. En todo el lapso de ese deshielo, un
proceso posglacial que empezó más de 6.000 años antes, hubo
una elevación en los niveles de los océanos del mundo de entre 100
y 135 metros, aproximadamente. Esos niveles aproximados, desde que fueron
alcanzados, han definido los contornos generales de la geografía desde
entonces.
Este
proceso de cambio posglacial se desenvolvió al ritmo de cambios profundos
sucesivos en el clima y otros factores del ambiente, en el período previo
a los acontecimientos asociados con los recuentos históricos que
sobreviven, un período de la historia del territorio de Europa y el
sudoeste de Asia que data de alrededor del año 4000
a.C.[9]
El modo
en que la civilización europea generó el concepto funcional
preciso del Estado nacional soberano, requiere que observemos la forma en que el
monoteísmo definió ese concepto en evolución de la
humanidad y la sociedad, a partir de la cual surgió el Estado nacional
soberano en el siglo 15.
El
desarrollo conocido de las culturas humanas en la región del sudoeste de
Asia, África y Europa en los aproximadamente 4.000 años que
precedieron al nacimiento de Jesucristo, fue la caldera de conflictos en la que
tuvo lugar un suceso específico que constituyó a la
civilización europea, un proceso de desarrollo que llegó a
centrarse en lo que hoy conocemos como la civilización griega
clásica.
El factor
central de ese proceso es el nacimiento del conocimiento conciente de la
humanidad, de un universo y una deidad universal voluntariosa. La noción
de un Dios monoteísta en tanto personalidad concebida como en la imagen
que reverbera en la mente del hombre, es una noción enterrada en
algún lugar profundo de la prehistoria del mundo conocido para el Egipto
del monoteísmo de Moisés. Sin embargo, lo oscuro de los
orígenes del conocimiento del principio monoteísta, no es
sólo un reto factible; el reconocimiento de una noción más
rigurosa y precisa del concepto mismo es necesario en un sentido
científico, para el funcionamiento saludable del mundo moderno. Es
esencial centrar la atención en esas facultades creativas, únicas
de la mente humana entre las especies conocidas, mediante las cuales somos
capaces de dilucidar los indicios que apunten al modo en que la mente humana,
como la conocemos, puede en realidad conocer la existencia probable de un Dios
tal. Esta noción de Dios, como la razona Platón en su
diálogo clásico Timeo, es el fundamento emergente
del que ha dependido el desarrollo de la civilización europea desde sus
inicios.
Es
típico el razonamiento de Filón de Alejandría y los
cristianos a favor de la existencia de un Dios creativo activo. Su razonamiento
tenía la misma forma y grado de precisión que bien
pudiéramos asociar a la certeza científica, más que con una
mezcla anecdótica de leyendas y crónicas. El Timeo de Platón, al ubicarlo en el contexto de la obra sobre la cuestión
de los métodos para conceptualizar los universales —como la de los
pitagóricos— y en sus propios diálogos en general, apunta a
ese conocimiento científicamente preciso de Dios y de la noción de
principio relacionada de sociedad.
De forma
curiosa, pero no por mera coincidencia, la penetración que tiene Riemann
de las implicaciones del principio de Dirichlet, como abordaré esto de
nuevo en el próximo capítulo de este informe, muestra el modo en
que la mente humana puede de veras conocer y definir la noción de una
cualidad ontológica de existencia de semejante Dios monoteísta,
con un sentido sistemático de certeza científica. Como lo
pondré de relieve en el próximo capítulo de este informe, toda noción racional de ciencia y de economía moderna depende
de la capacidad especial de conceptualizar la noción de un principio
universal como un objeto definido y de una eficacia ontológica, de la
conciencia humana. La redefinición rigurosa de Riemann de tales
universales, como la estableció primero en su revolucionaria
disertación de habilitación de 1854, y como elabora esta
noción en la forma del principio de Dirichlet en su Teoría
de las funciones abelianas, nos permite remontarnos hoy, con cierta
idea, a los avances previos de la ciencia física hasta los griegos
clásicos y, también, aun más atrás, no sólo a
la astronomía egipcia, sino a las nociones astrofísicas
implícitas en el informe de Bal Gangadhar Tilak sobre la
astronomía de antes del 4000 a.C. en Asia Central.
Esta
elaboración, como si fuera de Riemann, de la noción del principio
de Dirichlet, es una cualidad decisiva de nuestra capacidad de conceptualizar
esos universales que los antiguos egipcios pertinentes, al igual que los
pitagóricos y Platón, definieron como poderes, es decir,
como dúnamis, o lo que la ciencia y el arte clásico
modernos conocen como principios físicos universales, distintos en
lo absoluto de la cualidad meramente descriptiva de las fórmulas
matemáticas. Es del todo necesario tener un entendimiento claro de este
concepto, visto de esta forma, para definir una noción de la ciencia
económica en tanto ciencia de la economía física. Este concepto también es indispensable para lograr una noción
definitiva, ontológica de la creatividad y de la personalidad de un
Creador. Y también es indispensable para lograr un entendimiento
más cabal de la especificidad cualitativa de la civilización
europea moderna, que hizo su primera aparición en el marco del
Renacimiento europeo del siglo 15.
Lo que
sabemos de las raíces pertinentes de la civilización europea, es
lo central que es esta idea de un Creador para definir esa corriente de
pensamiento que adoptó esos aspectos especiales de la civilización
europea como un todo, aspectos que aplican para comprender la lucha prolongada
librada a lo largo de la Antigüedad y el Medievo por el nacimiento moderno
del Estado nacional soberano republicano. El Timeo de
Platón es el ejemplo clave de las conexiones que aplican. El concepto del
hombre y la mujer en tanto hechos a la imagen del Creador, todo en el marco de
un proceso continuo de creación universal, es la noción que separa
al cristianismo, por ejemplo, de aquellas formas depravadas de sociedad medieval
del dominio veneciano–normando, formas de las que fue liberada en gran
medida la raza humana por la revolucionaria fundación del Estado nacional
soberano republicano
entonces.[10]
Ese
concepto teológico del hombre, del que son representativas obras
originales del cardenal Nicolás de Cusa tales como Concordantia
cathólica y De docta ignorantia, es la base de la
generalización tanto de la clase de ciencia física que luego vino
a representar la obra de Riemann como del concepto del hombre en la sociedad,
que es la premisa de la organización de principio de las relaciones entre
los ciudadanos en una república europea moderna. Fue el mismo Cusa quien,
a partir de la misma base, llevó a organizar lo que vinieron a ser las
grandes exploraciones a través del Atlántico, y del
Atlántico al Índico, de las cuales emergió un concepto
moderno de desarrollar una verdadera civilización
universal.[11]
Contrario
a las doctrinas de los empiristas y reduccionistas afines, estas cuestiones de
la historia del monoteísmo no son sólo formalmente
teológicas. Atañen, y no puede esquivarse, a esos conceptos del
hombre en el universo, del hombre en la imagen del Creador, que también
tienen implicaciones seculares distintivas, implicaciones que también
tienen que ver con la diferencia categórica que existe entre los seres
humanos y las bestias. Sin entender que las raíces de la
civilización europea moderna están ubicadas en la noción
del hombre en tanto imagen del Creador, nada esencial, nada verdadero y
práctico respecto a la existencia humana y la sociedad moderna
podría entenderse.
El concepto
crucial del hombre
Este
concepto del hombre hecho en la imagen de la personalidad de Dios el Creador, es
el fundamento esencial tanto de la ciencia física competente, así
como de cualquier concepto sistemático competente del Estado soberano y
la economía moderna. El aporte adicional más importante del siglo
que acaba de pasar al desarrollo de una visión integrada de la
economía, y del hombre en tanto creador hecho en la imagen del Creador,
fue el desarrollo del concepto de la noosfera por el ruso V.I. Vernadsky
en el siglo 20.
Vernadsky,
el científico nuclear y fundador del ramo de la ciencia conocido como la
biogeoquímica, le presentó al mundo su concepto riemanniano de la
organización física del universo, como una compuesta por tres
espacios–fase múltiplemente conexos: el abiótico, la
biosfera y la noosfera.[12] Esto
se fundamentaba en pruebas experimentales decisivas, que demostraban que los
procesos vivos expresados por la producción de las agregaciones
pertinentes de fósiles acumulados en nuestro planeta eran el producto de
un principio universal no encontrado al definir procesos no vivos, y que las
agregaciones de fósiles producidas por los descubrimientos de principios
físicos universales por parte de la humanidad (la noosfera), resultaban
de un poder no encontrado de otra forma en los procesos vivos. Esta
noción posterior, moderna del término poder, que es el
meollo de una ciencia económica competente, es idéntica a la
designación original griega de ese término, como lo usaron los
pitagóricos y Platón, y más tarde Leibniz.
Lo que
implica esa noción de poderes es que el universo, como la noosfera
de Vernadsky, es un sistema. Eso significa un sistema, en el sentido de que
el funcionamiento del universo no sólo es influido, sino determinado por
un conjunto de principios físicos universales susceptibles a
descubrimiento que provee el Creador. Así, al grado en que
descubrimos esos principios universales (poderes), obtenemos una cantidad
parcial del poder total que representa el universo del
Creador.[13]
Así,
de ese modo, lo que sabemos —o dicho de otro modo, lo que creemos que
sabemos sobre esos principios— también es un sistema, no
exactamente el sistema del Creador, pero sí incluye una parte del mismo.
Eso, por supuesto, nos deja con algunos errores que hemos producido o adoptado,
y, en cuanto a lo que en verdad sabemos, nos deja con mucho todavía por
descubrir.
Como
demuestran los casos del descubrimiento de Kepler de la gravitación, o el
descubrimiento de Leibniz de lo que él llamó vis viva (es
decir, poderes), que él presentó para refutar el error de
Descartes, el universo en el que en realidad vivimos no es un mundo de
percepciones sensoriales simples, sino un universo de principios universales
físicos y afines; un universo que no puede percibirse de modo directo,
pero que, no obstante, podemos probar por experimento, es una imagen del
universo real; mientras que el universo que tendemos a inferir de la mera
certeza sensorial es sólo una sombra que el universo real proyecta sobre
nuestros sentidos. El concepto del dominio complejo como lo desarrollan Gauss,
Riemann y demás, es típico del modo como la ciencia física
moderna competente representa tanto las diferencias como las conexiones entre el
universo real y el mundo de sombras de la percepción
sensorial.
La
distinción físico–científica característica
que hay entre el hombre y la bestia, es este poder que asociamos con los
principios físicos universales descubiertos, principios expresados como
la transmisión de tales descubrimientos de la mente soberana de un
individuo solo a su sociedad y a las generaciones
futuras.[14] Este poder de la mente
individual, expresado de esta forma, es el aspecto inmortal del individuo humano
biológico, la expresión de su participación en el mismo
principio creativo que reside en el Creador del monoteísta.
Es la
noción de que vivimos en un universo ordenado de este modo, por la
voluntad de ese Creador único, lo que constituye la fundación de
la ciencia moderna competente, y también el principio moral del cual
dependen la elaboración y existencia del Estado nacional soberano moderno
y de su economía.
Sin
embargo, los procesos para establecer la república moderna, aun en su
forma presente imperfecta, vienen de una lucha larga, de una lucha entre el
concepto del hombre en tanto hecho a la imagen del Creador, y la noción
contraria del hombre que expresa un fenómeno llamado el modelo
oligárquico de sociedad. Son típicos del modelo oligárquico
los sistemas asociados con la antigua Babilonia, Esparta, la imagen del Zeus
olímpico, el Imperio Romano y el sistema medieval ultramontano que
derivó de la alianza de la oligarquía financiera veneciana con la
caballería normanda. El Estado nacional soberano moderno, la
república como la define la Concordantia cathólica de Cusa, es, al contrario, una realización condicional de la meta de
establecer una forma de sociedad congruente con el concepto del individuo humano
en tanto hecho en la imagen monoteísta del Creador.
Los
principales adversarios de ese concepto del hombre, aun hoy, han sido los
modelos oligárquicos de sociedad que todavía existen como
excrecencias de la tiranía medieval ultramontana establecida bajo la
oligarquía financiera veneciana.
La
característica de la república es la transmisión de esos
descubrimientos de principio universal físico y congruentes, de una
generación a la otra, es lo que constituye la esencia funcional y
espiritual de la diferencia entre el individuo, y la especie humana y las
bestias. Es la participación conciente en el proceso universal,
así definido, lo que constituye la expresión singular y
específicamente humana de la felicidad a la que se refieren
Leibniz y la Declaración de Independencia de EU, en oposición a la
bestialidad específica de la doctrina de “propiedad” de John
Locke y sus seguidores esclavistas.
La
disputa entre los sistemas republicanos y oligárquicos aparece, aun hoy,
en la forma elemental que célebremente presenta Esquilo, el dramaturgo
clásico griego, en su Prometeo encadenado. Prometeo es
presentado ahí como el defensor de la raza humana en tanto una especie
capaz de recibir y emplear esos descubrimientos de principios físicos a
través de los cuales el hombre distingue su sociedad de la de los simios.
Para ese Zeus olímpico, el supuesto crimen de Prometeo fue darle el
conocimiento útil del fuego a la raza
humana.[15] Es el negarle el derecho a
los seres humanos de tener acceso en general al conocimiento de esos principios
físicos universales que representa la noción del poder del fuego
del Prometeo encadenado, lo que representa el modo típico
en que opera el principio de la usura de la oligarquía como el enemigo
dentro de una república moderna, tal como EUA hoy.
El
adversario moderno más influyente del principio prometeico de principios
universales veraces, ha sido la ideología reduccionista del veneciano
Paolo Sarpi y de sus seguidores tales como Galileo Galilei, René
Descartes, sir Francis Bacon, Tomás Hobbes, John Locke y los empiristas
del siglo 18 en general, de los que Emanuel Kant es típico. De
allí la importancia de la disertación doctoral de Carl Gauss de
1799, en la cual Gauss presentó su prueba definitiva contra el empirismo
de D’Alembert, Euler y Lagrange. Por un lado, con el empirismo como
remplazo racional para el reduccionismo aristotélico, tenemos que el
liberalismo moderno utiliza los descubrimientos del progreso científico,
primero a través de la facción de la oligarquía financiera
veneciana encabezada por Sarpi, y más tarde por la oligarquía
angloholandesa. Permiten la utilización de las nuevas tecnologías
descubiertas, al tiempo que le niegan a la sociedad el derecho a gobernarse por
su propia elección de un cometido a la continuación de tales
nociones del progreso como la expresión de la verdad.
El
conflicto entre los intereses del pueblo de EUA y los de los financieros que han
saqueado la industria automotriz, es una expresión del conflicto que
existe entre el bien común y el principio de la oligarquía
financiera, que le viene a la sociedad europea moderna como un legado del
horrible ultramontanismo ateo de la oligarquía financiera medieval
veneciana.
El
propósito moral del trabajo del hombre
El
concepto oligárquico del hombre, del hombre en tanto sujeto del gobierno
que actúa como instrumento del poder oligárquico–financiero,
es la forma en la que el trabajo es tratado como el propósito
asignado a la existencia del hombre. Ésta es una noción de trabajo que seguido se aplica con una diferenciación pobre entre
el trabajo del hombre y el del buey. Para la oligarquía, el trabajo es
para producir utilidades financieras y relacionadas, y placer para los miembros
de la sociedad, y en especial para los dueños, y se hace para asegurar el
ingreso del cual en gran medida depende el sostén y los placeres de la
vida individual y familiar.
Aquéllos
que viven en un nivel superior a ése, definen el trabajo de forma
distinta. Se hacen eco de la parábola del Nuevo Testamento sobre el talento. Ésta es la idea de que el trabajo de alguna forma debe
producir alguna mejora en la condición de vida dentro de la sociedad de
los que sobrevivirán la muerte del que hace el bien, quien acabará
su vida con algo equivalente a una sonrisa dibujada en su rostro. El principio
es que tenemos que hacer que el universo que nos ha “empleado” sea
mejor gracias a que hemos vivido. Aquellos de nosotros dedicados a esa clase de
resultado de nuestra existencia mortal, dedicamos todo el transcurso de nuestras
vidas a un esfuerzo de, como se dice, “mejorarnos” como pueblo, con
un mayor potencial de ser útiles, y eso por ningún otro motivo que
el que la oportunidad de hacerlo ya existe o que podría
descubrirse.
Contrario
a la idea del trabajo asociada con los fisiócratas y los liberales, que
ven al común de la raza humana como ganado humano, el concepto sublime
del propósito del trabajo pertenece a una distinción
específica entre el hombre y la bestia, la opción disponible de la
inmortalidad cognoscible que tiene a su disposición el individuo humano
moral. Somos, en ese sentido, los que “llevamos el fuego” a nuestra
sociedad, o los que fabricamos herramientas en la planta automotriz.
¡Mira
las condiciones miserables que todavía se le imponen a la mayoría
de las personas que viven en este planeta! ¿Quieren decir nuestras vidas
que ellos y sus descendientes deben vivir así, y hasta peor, a lo largo
de generaciones sucesivas por venir? Aun más de inmediato vemos las
miserables condiciones de vida a las que se les circunscribe. Ése es el
nivel de compasión más bajo, casi despreciable, que
podríamos sentir. Mira la miseria interior que fomentan sus
circunstancias. ¿Han de vivir ellos de generación en
generación, por generaciones por venir, en esas condiciones o en otras
comparables? ¿No es la peor traición a la raza humana y al Creador
la voluntad de abandonar a nuestros congéneres a esa condición
empobrecida de conocimiento y espíritu?
Es el
desarrollo de la raza humana, en tanto hecha en la imagen del Creador, el
cometido a hacer el bien de esa forma, lo que es la forma esencial del trabajo
que debía motivarnos.
Empero,
para fomentar el desarrollo de la humanidad, tenemos que pensar en mejorar las
condiciones bajo las cuales viven las naciones. Tenemos que mejorar el planeta,
y también el sistema solar en ese sentido.
Para
contribuir a esos fines, necesitamos condiciones de vida que correspondan, para
nosotros y para otros. Tenemos, por tanto, que producir las condiciones
mejoradas en nuestra sociedad que hagan posible esa mejoría en las
condiciones de la vida familiar y del trabajo mismo.
Esta
definición del concepto del trabajo tiene una implicación
recíproca en la singular civilización europea moderna, la cual es
cualitativamente distinta a todas las formas conocidas de sociedad que la
precedieron. Es el modo en el que se sitúa la noción del trabajo
en tanto característica sistémica en esa nueva forma de sociedad,
lo que nos aporta esa distinción crucial entre la sociedad europea
moderna y todas las formas conocidas anteriores de sociedad. Es en este marco,
en esta definición de la civilización moderna que emergió
del Renacimiento del siglo 15, que venimos a ser capaces, en tanto sociedad, de
conquistar el desafío inmediato que nos presentan casos como el de la
crisis de General Motors hoy.
El
trabajo tiene que concebirse como un verdadero universal. El trabajo se define
como aquello que hace la sociedad para aumentar su poder en y sobre esa
porción del universo en la que habita la sociedad. Es esa cualidad
universal de transformación de la calidad del trabajo de la sociedad lo
que, a su vez, aporta el criterio para definir las implicaciones universales
tanto del trabajo del individuo como de su motivación moral apropiada para llevar a cabo ese trabajo, la motivación asociada con la satisfacción relativa del individuo con la profesión que ha
escogido, y la satisfacción práctica de la sociedad con los
beneficios que aporta la profesión de dicho individuo.
Tal es la
meta de la felicidad, la que Leibniz especificó en su objeción a
la bestialidad intrínseca a esa noción de “propiedad”
(es decir, al “valor del accionista”), que el magistrado Antonin
Scalia y otros admiran.
Esa
noción, arraigada en el concepto de verdaderos universales, es la
diferencia que define el nacimiento del Estado nacional soberano en el siglo 15.
En vez de concebir a la sociedad como en congruencia con el Zeus olímpico
del Prometeo encadenado de Esquilo, como el dominio de una
oligarquía gobernante y sus apéndices sobre una masa de ganado
humano, la emergencia de la nueva forma de sociedad, la república del
Renacimiento del siglo 15, cambió la relación del individuo con la
sociedad y, por tanto, la noción del trabajo, y de un modo fundamental.
Es ese concepto del hombre, como lo reflejan la Declaración de
Independencia de EU y el preámbulo de nuestra Constitución
federal, lo que constituye el rasgo esencial de la intención necesaria de
la civilización europea moderna. La llave para curar la pasmosa crisis
que desciende sobre la civilización mundial en este momento, está en que los ciudadanos individuales y las instituciones de la sociedad tomen
conciencia de esa diferencia, en que adopten esa actitud.
2. El
trabajo y su organización en tanto poder
La simple
contabilidad financiera, o la práctica relacionada de la contabilidad de
costos, emplea la palabra productividad para referirse a un efecto
percibido, aunque pobremente entendido. Contrario a los contadores y a sus
semejantes, la ciencia económica, al igual que las funciones relacionadas
del gobierno, debe definir un aumento en la productividad como el resultado del
descubrimiento y la aplicación apropiada de lo que llamamos poderes en honor a los antiguos pitagóricos y
Platón.
La mejor
forma de introducirle a la experiencia del lego moderno el concepto pertinente
con el aumento de los poderes productivos del trabajo en la sociedad, es
enfocándose en cómo el progreso tecnológico, como
éste se encarna en el desarrollo de la infraestructura económica
básica, determina los niveles de productividad que pueden lograrse y
mantenerse tanto en la agricultura como en la manufactura industrial y
relacionada. Esta conexión puede replantearse e ilustrarse de la manera
más simple, como la interacción entre los principios
físicos universales que encarna la infraestructura económica
básica, y los principios físicos universales que expresa la
producción de bienes tangibles.
La
función de poderes así expresada se define entonces como la
distribución del potencial, definido como Godofredo Leibniz
definió ese término. Las expresiones principales de esta
distribución de potencial son como infraestructura económica
básica y como la aplicación de poderes en la forma de
tecnología aplicada a la producción, o expresada por un producto
producido para el consumo u otro uso.
Este ángulo del potencial, del modo que asociamos el término con
Leibniz, pone en perspectiva de inmediato la forma en que Carl Gauss y Riemann
bregaron de forma respectiva con lo que ya identifiqué antes en este
informe como el principio de Dirichlet.
Toma el
principio de Dirichlet del modo que Gauss lo aborda de forma implícita en
dos ocasiones, que son los ejemplos más notables que nos interesan
aquí. Primero, en su análisis general del magnetismo de la Tierra,
y, segundo y de forma relacionada, en su colaboración con Wilhelm Weber
en definir el principio experimental conocido como el principio de la
electrodinámica de Ampère–Weber. Contrasta estos logros de
la ciencia física del siglo 19 con los disparates de los reduccionistas
de la red de Clausius, Kelvin, Grassman, Helmholtz y Maxwell. Observa ese
principio conceptualizado en un estadio superior, en el análisis de
Riemann de las funciones abelianas.
La única forma descubierta en que podemos bregar de manera racional con la
relación eficiente con un principio físico universal, es
expresando la manifestación experimental pertinente de las conexiones de
causa y efecto en términos de la noción de un campo. La
primera aproximación, y la más simple, de semejante
representación consiste en abordar, como lo hace Gauss, el problema
pedagógico relativamente más sencillo de definir la
distribución del potencial en el interior de un área circular
hipotética, midiendo el potencial que hay a lo largo del perímetro
de dicho círculo.[16] Luego
amplía esa primera aproximación ilustrativa de esa noción a
una superficie riemanniana multiconexa, del modo que el desarrollo de Riemann de
la noción de las funciones abelianas se aplica a tales casos.
Para
rastrear el desarrollo de la noción de un campo en la ciencia
europea moderna, repasa el desarrollo de Kepler del concepto de la
gravitación universal, a partir de su Nueva
astronomía y a través de las implicaciones de su La
armonía del mundo, considerando en esta ocasión el asunto
que Kepler abordó como un pionero desde la perspectiva del trabajo de
gente como Gauss y Riemann. Entonces aplica el mismo enfoque a la
noción de un proceso físico–económico que abarque a
una nación, tal como EUA, o a nuestro planeta entero.
Toda
noción válida descubierta de cualquier principio físico
universal define de forma tácita un campo, un campo que representa
la noción funcional de la extensión de la eficacia de ese
principio en todo el universo. El foco de nuestro interés en todo este
informe es la acción expresa en el impacto del potencial que un campo
manifiesta en el marco en que ocurre la producción.
Por
ejemplo, la aplicación del principio de Dirichlet en cualquier campo de
acción eleva la perspectiva experimental de un cúmulo de
cálculos a un solo acto de conceptualización, un concepto que, al
igual que la noción de Kepler de la gravitación universal,
incorpora con eficacia, de modo implícito, todos los cálculos
detallados pertinentes. Es imposible desarrollar alguna idea competente de la
forma en que funciona una economía moderna, en términos
físicos, si no es echando mano del ángulo que aplica a la forma en
que Riemann trata lo que él denomina el principio de Dirichlet, para ver
un campo.
La
comprensión de este aspecto que estoy desarrollando aquí nos
permite entender por qué la transferencia de la producción de
un producto —aun empleando la misma tecnología de diseño y
producción— de una economía desarrollada a una de menor
desarrollo por lo general ha desembocado, en el último cuarto de siglo,
¡en un desplome neto del nivel del ritmo de generación de la
productividad per cápita del mundo entero! La transferencia de la
producción de una nación con un desarrollo avanzado de su
infraestructura, a una con una población relativamente pobre y con un
desarrollo pobre de la infraestructura general, tiende a acarrear un desplome de
la economía física del planeta entero. Se ha desatendido la
función del campo que representa la infraestructura económica
básica, con lo que en última instancia tiende a convertirse en
consecuencias económicas fatales para todos los involucrados.
Al elegir
un campo de aplicación que de por sí representa una zona de
potencial inferior, la productividad efectiva del trabajo, per cápita y
por kilómetro cuadrado, disminuye en términos relativos. Mediante
la “globalización”, por ejemplo, el ejercicio de la
producción se muda lejos de una zona de potencial superior, tal como la
economía estadounidense, a una economía nacional con un potencial
mucho menor. Aunque la tecnología exportada quizá sea competitiva
en y de por sí, el efecto por lo general es una disminución del
potencial y la productividad del mundo entero, a resultas de transferir la
producción de una zona con un potencial superior a una con un potencial
significativamente inferior.
Hay un
factor adicional a considerar: el orden en que tiene aplicación la
tecnología avanzada en varios niveles de la secuencia del ciclo
productivo de la sociedad en su conjunto. Esto implica considerar, de nuevo, el
efecto que tiene una infraestructura económica básica con una
merma relativa en lo tecnológico, o tan sólo sin mejoras, sobre la
productividad efectiva (per cápita y por kilómetro cuadrado) de la
economía pertinente de conjunto. En general, los avances
tecnológicos rápidos en la infraestructura económica
básica y en el sector de máquinas–herramienta de la
producción tienen el efecto óptimo en la economía en su
conjunto.
Habrá
quien alegue, en un intento por refutar lo que acabo de escribir, que como la
mayoría de la gente que administra y trabaja en la fuerza laboral no
entiende lo que acabo de decir, lo que escribí no puede ser pertinente en
lo absoluto, ni por asomo, para la forma en que la producción funciona en
realidad. Mi respuesta es: “La ignorancia no excusa los resultados atroces
de la administración analfabeta que ahora cobran expresión en el
innegable derrumbe tangible de General Motors y otras empresas afines”. El
campo en que tiene lugar la producción, un campo en el sentido
implícito en la referencias de Riemann al principio de Dirichlet, es la
principal consideración determinante que perfila la productividad y el
crecimiento, o el desplome de la productividad en una economía moderna
tomada de conjunto.
La regla
es: no pongas a personas de un analfabetismo científico relativo
—como las que hay ahora en las administraciones empresariales
típicas— en posiciones de control en la economía, incluidos
los banqueros, como hemos hecho cada vez más en el transcurso de las
últimas décadas de la Europa y las Américas
empresariales.
Abordo
esta cuestión aquí desde dos marcos distintos, pero interactivos:
la forma en que la infraestructura económica básica define
qué tan voluble es la productividad potencial de toda la economía
(la economía física nacional, por ejemplo), y la forma en que el
campo de aplicación del principio determina la productividad en la
agricultura y las manufacturas de manera más directa.
Pero,
también veamos la cuestión del potencial en términos de
referencia más amplios.
Un ejemplo:
Leibniz y Bach
Conociendo,
como conozco, asuntos tales como ése, ordené diseñar el
programa educativo común del Movimiento de Juventudes Larouchistas
tomando como referencia el ataque de Gauss de 1799 contra los fraudes de los
fanáticos empiristas D’Alembert, Euler y Lagrange, y,
también, la misma suerte de implicaciones que son centrales en el
establecimiento de J.S. Bach de los principios de la composición e
interpretación musical clásica.
El primer
eje, las implicaciones de que Gauss desenmascarara el fraude de Euler y
compañía, pertenece a la relación que existe entre la mente
del ser humano individual y el universo que lo rodea. El segundo, la
composición musical clásica, pertenece al campo del proceso social
—como en los modos clásicos de las obras corales— mediante el
cual el individuo actúa para concretar la cooperación de la que
depende que haya descubrimientos de principios físicos.
Por
ejemplo, en el caso de la composición clásica y su
ejecución, el músico descerebrado bien educado piensa en
términos de acordes acomodados en secuencia a modo de cadáveres.
El verdadero seguidor del sistema de Bach del contrapunto bien temperado define
la composición pertinente como un campo en el que el desarrollo de una
unidad de efecto conceptual de la interpretación de toda la
composición individual radica, en lo primordial, en las modalidades
más complejas de las relaciones del entrecruce de voces del contrapunto,
mediante las cuales se alcanza una unidad de efecto
adecuada.[17] El objetivo es el mismo
que en el enfoque de Riemann de la noción del principio de Dirichlet, la
noción de detalle como la incorpora un solo concepto universal, un
concepto, en el caso de una interpretación pertinente de Beethoven tal
como el cuarteto Opus 131 o el 132, a modo de una sola idea en esencia
individual de un principio de composición. La función del mismo
progreso lidio del desarrollo del entrecruce de voces que uno encuentra en el Ave vérum de Mozart, comparado con el Opus 132 de
Beethoven, es un ejemplo de la unidad de un campo expresado mediante un proceso
unificado de desarrollo conforme a un principio.
Como lo
pone de relieve el famoso aforismo de Heráclito, al igual que
Platón después de él: en el universo real, nada existe en
realidad sino el cambio constante. Son los cambios en un campo, del modo que he
indicado las implicaciones del término “campo” hasta ahora
aquí, los que representan la realidad primaria eficazmente
determinante, más que una experiencia derivada, como seguido se asume
por error.
Lo mismo
que ha de decirse de la composición e interpretación de las obras
musicales clásicas que siguieron a la revolución de J.S. Bach es
cierto para toda composición artística clásica, incluso la
poesía y el drama. En vez del uso apto que hace Furtwängler de la
expresión, “tocar entre las notas”, lo que encontramos son
los términos, a menudo en extremo errados, de ironía poética o dramática.
El
estólido, el idiota o el pedante, que por lo general son sólo los
diferentes disfraces del mismo necio redomado, quiere que cada término
del vocabulario tenga un significado neto de diccionario o algo equivalente. Ni
un solo artista, compositor o intérprete competente haría nunca
algo tan repugnante como reducir todo a un ensayo de significados literales,
como lo hace el desgraciado magistrado Antonin Scalia con su dogma, de suyo
satánico, del “texto”. El uso adecuado de las palabras en la
gente culta y de veras pensante, consiste en emplear términos conocidos y
otras imágenes para comunicar un significado que las palabras empleadas
nunca antes han transmitido. Esta realidad de la ironía clásica,
que es demasiado dolorosa para discutirla en el funeral de un gramático,
simboliza la forma en que las facultades creativas de la mente humana cobran
expresión en la comunicación.
Sólo
un pedante medio descerebrado pudo haber soñado con inventar y usar un
seudolenguaje como el esperanto, a modo de remplazo propuesto para los lenguajes
vivos de pueblos reales que viven en culturas verdaderas. Éste fue el
problema del latín que Dante Alighieri denunció y remedió
adrede en el transcurso de definir la vía para desarrollar las culturas
de un Estado nacional republicano soberano. La misma idea, al expresarla en un
lenguaje, puede reproducirse mediante los modos adecuados propios de un lenguaje
diferente; pero esta traducción de ideas no puede efectuarse de un modo
competente a través de un proceso mecánico de traducción
conforme a la gramática y los diccionarios corrientes. El significado no
yace en las palabras como tales, sino en la realidad que pretendemos que las
palabras aludan. La musicalidad de cualquier uso del lenguaje yace, como
subrayaba Furtwängler, “entre las notas”, en otras palabras, en
las ironías del campo, como lo implica la referencia de Riemann al
principio de Dirichlet.
Tomemos el caso de
la ‘energía’, por ejemplo
La
energía, como la definen las redes reduccionistas de Clausius, Grassmann
y Kelvin, en realidad no existe. Es una huella, no lo que deja la huella, el poder que deja la huella. Un esfuerzo importante por aclarar esta
distinción fue la sugerencia de que empleáramos el término
“densidad de flujo energético” como sustituto de la
noción escalar imperfecta de “energía” de los
sospechosos usuales de practicar el reduccionismo. Usamos esto, por ejemplo, en
la labor de la asociación científica internacional conocida como
la Fundación de Energía de Fusión. Lo usamos en nuestra
práctica económica profesional, para impartir un sentido de la
forma en que están organizados los órdenes de magnitud relativa
superior e inferior de las fuentes de equivalencia térmica, conforme
ascendemos o descendemos en la escala del ordenamiento de las tecnologías
de una mayor efectividad relativa. Así, tenemos el ordenamiento de la
combustión de madera, carbón de leña, carbón
mineral, petróleo y gas natural, fisión nuclear, fusión
nuclear, y reacciones materia–antimateria, en tanto órdenes
tecnológicos sucesivos superiores, de una eficacia y efectividad relativa
mayores. Estas reglas empíricas tienen distintos significados
prácticos en las generalidades de la química, y de los dominios
nuclear y subnuclear de la física. Tienen una correspondencia somera,
pero significativa, con la noción de un ordenamiento relativo superior o
inferior de las tecnologías.
De modo
que, en el esfuerzo de comprender, a la larga, la naturaleza de principio del
proceso que gobierna al universo y las tecnologías que pueden
aducírsele, estamos obligados a adentrarnos en el dominio de aquello que
es siempre más pequeño. Para entender lo más diminuto,
tenemos que conceptualizar el proceso en sus aspectos astronómicos
más grandes imaginables, del modo que las paradojas de la nebulosa del
Cangrejo nos importunan para hacerlo. Kepler ya pensaba así.
El peso
relativo de la energía y el potencial relacionado es mayor en el
desarrollo de la infraestructura económica básica, cosa que
debiera representar alrededor de la mitad de la inversión total de
capital en una economía moderna como la estadounidense. La mayor parte de
su desarrollo tiene que ocurrir en el sector público de la
economía, más que entre el empresariado privado, tal como los
logros de la electrificación rural muestran cómo el potencial
ampliado en grandes regiones tendrá un efecto multiplicador relativo
más poderoso sobre la productividad neta y la calidad del producto. La
calidad mejorada de la inversión en la educación pública se
cuenta entre los efectos multiplicadores más poderosos, con grupos
más pequeños (por lo general no mayores a entre 15 y 25 alumnos),
objetivos mejorados en cuanto a tecnología y cultura clásica, y
proporciones mayores de preparación en relación con el tiempo de
enseñanza de los maestros en el sistema. Han de incorporarse las ventajas
del transporte colectivo en relación con los vehículos automotores
de manejo individual, y la organización del territorio para minimizar el
tiempo de tránsito, con acento en una reducción del costo, el
tiempo y el esfuerzo asociados más a menudo con las funciones requeridas
de la economía y la vida personal en dicho territorio.
Estados
Unidos de América, por ejemplo, obtendría un gran beneficio, en
especial a lo largo de períodos que comprendan una generación o
dos, de contar con un desarrollo más denso de regiones terrestres, de
modo que el abasto de alimentos venga de la producción local tanto como
sea posible, y que haya otras medidas que descentralicen tanto como se pueda la
producción y los servicios que requiere cada zona y región locales
de la nación, a diferencia del proceso y la apretada concentración
de la globalización hoy día.
Los
virtuales “idiotas avisados” de la administración empresarial
contemporánea han pretendido eliminar la fabricación real de
herramientas recurriendo a los efectos descerebrados de la linealización
del diseño y las pruebas hechas al producto, con un acento en la
síntesis computarizada de las tecnologías, lo que resulta en una
contracción aguda en el ritmo de desarrollo del poder y la
distribución de potencial per cápita y por kilómetro
cuadrado tanto de la producción como de toda la
economía.
En
general, entre mayor sea el ritmo de productividad producto del progreso
tecnológico, y el acento mayor concomitante en la investigación y
desarrollo impulsados por la ciencia en tanto porcentaje de la
composición del empleo de la fuerza laboral, la productividad
tendrá un efecto relativo óptimo en generar y concretar el
progreso tecnológico. Por lo general, las mayores tasas de beneficio
vienen de concentrarse en el principio del ciclo de la secuencia de
producción, en la infraestructura económica básica, y en el
diseño del producto y de la producción, avanzando siempre adelante
en la escala de lo que son, en efecto, densidades de flujo energético
superiores.
Una vez
que empezamos a aplicar la noción de poderes y potencial a la estructura
de la secuencia de la producción económica nacional, se hace obvio
que EUA está hoy prácticamente quebrado en muchos sentidos. Entre
las causas intrínsecas de este efecto están los siguientes
aspectos de las pautas de empleo e inversión.
La
composición del empleo está bien fregada. Hay muy poco empleo (y
educación) en la ciencia, ingeniería y especialidades de
máquinas–herramienta al inicio de la secuencia de la
producción nacional; una proporción demasiado alta del empleo de
obreros; y una proporción mucho muy reducida del empleo en la
infraestructura económica básica, en especial en las
categorías de inversión en alta tecnología.
La
proporción de la fuerza laboral total empleada en el desarrollo
físico de la infraestructura económica básica es, por
mucho, demasiado pequeña. Tenemos que llevar de regreso el empleo de la
fuerza laboral de la inversión pública y privada combinadas en
toda la infraestructura económica básica, a cerca de la mitad del
empleo total. Tenemos que abandonar el acento en las mentadas tecnologías
“blandas”, para pasar a uno en las tecnologías de uso intenso
de capital al extremo superior de las densidades de flujo
energético.
Dicho de
otro modo, el mismo objetivo general es el siguiente.
El
objetivo general de nuestro programa de reconstrucción nacional tiene que
ser priorizar un aumento del potencial expresado como los poderes concentrados
al “comienzo” del ciclo de la secuencia de la producción
nacional. El asunto es construir el trampolín para nuestro potencial
productivo nacional en los ciclos de inversión de largo plazo asociados
con el punto de partida del ciclo que representa la secuencia de
producción de toda nuestra economía nacional. Es el ritmo de
avance tecnológico (en tanto poder, en tanto potencial) en esta
categoría de partida de la economía, el que tiene que recibir la
mayor prioridad relativa, puesto que afecta el punto de referencia de la
economía entera en el mayor período de tiempo, y en la base
más amplia. Ésta es la categoría en la que son dominantes
los ciclos de inversión de largo plazo en la infraestructura
económica básica. La esfera complementaria de alta prioridad es el
sector de máquinas–herramienta, pues sirve de puente entre la
infraestructura económica básica y el llamado sector
privado.
Esto que
acabo de resumir es un indicio suficiente de lo que tenemos que hacer a modo de
cambios en la inversión y, por otra parte, en las políticas
presupuestarias. Como debiera habernos enseñado la experiencia reciente,
ese cambio es necesario, pero, por sí mismo, no basta. Tenemos que
deshacernos del estado mental que está basado en esos supuestos falsos,
aunque axiomáticos, asociados con las premisas empiristas del liberalismo
angloholandés moderno. Tenemos que pensar en un universo que es, en
esencia, un sistema de principios físicos universales, un universo en el
que cada vez más de nosotros reconozcamos que sólo esos principios
asociados con el potencial de los poderes son una realidad en el sentido
funcional del potencial, un universo en el que tenemos que remplazar la forma
mecánica de pensar acerca de la economía y la realidad
relacionada, haciendo de aumentar nuestro dominio de ese potencial la mayor
prioridad, como lo implica la noción de Riemann del principio de
Dirichlet. Tenemos que cambiar nuestras costumbres para pensar en el potencial
de formas congruentes con la idea de que el hombre está hecho, en su
potencial, a imagen del Creador de nuestro universo.
______________________
*El principio de Dirichlet
__________________________________________________
[1] De
hecho, el término “antieuclidiano”, más que “no
euclidiano”, se remonta a una época previa a los escritos de
Aristóteles o Euclides. En la cultura europea se remonta a la influencia
de la astronomía egipcia conocida como esférica entre los
pitagóricos y Platón. Aunque entre Nicolás de Cusa y sus
principales seguidores hay un regreso implícito a la
“geometría antieuclidiana”, en la ciencia física el
término “antieuclidiano” tiene su origen en uno de los
maestros principales de Carl Gauss, Abraham Kästner. El concepto lo
desarrolla Gauss en las obras que publicó, aunque no con ese nombre,
empezando por su tesis doctoral de 1799 en contra de D’Alembert, Euler y
Lagrange; pero aparece de forma explícita, por derecho propio, en la
disertación de habilitación de Riemann en 1854, y en su Teoría de las funciones abelianas. El concepto de Riemann
tuvo un papel decisivo en conformar el desarrollo de mis propias nociones
antieuclidianas en la economía física. El término implica
el rechazo de todas las nociones de principios “de suyo
evidentes” (es decir, a priori) en las
matemáticas.
[2] El
término poder, como lo empleo aquí, a diferencia de la
noción errónea del reduccionista, de la energía como
algo elemental, es la traducción del término alemán Kraft que Leibniz usa en la ciencia. Esos términos tienen el mismo
significado que el de dúnamis, que es el que emplean los enemigos
de las escuelas reduccionistas, tales como los pitagóricos y
Platón. La forma moderna de este uso griego clásico de la
noción de poder, se remonta a escritos pertinentes tales como
De docta ignorantia del cardenal Nicolás de Cusa, el cual,
junto con escritos posteriores suyos relacionados, dio paso a la ciencia
física experimental moderna en direcciones de desarrollo primordiales
tales como las de los seguidores directos de Cusa, Luca Pacioli, Leonardo da
Vinco, Johannes Kepler y Leibniz. La reafirmación de esta noción
de poderes, en contra de la mentada Ilustración de los empiristas
y de los partidarios de Descartes, tuvo lugar bajo la influencia, en Alemania,
del matemático Abraham Kästner y su alumno Carl Gauss, la
École Polytechnique de Lázaro Carnot, Arago y demás, y los
círculos de Alejandro de Humboldt, quien nos dio la obra de Bernhard
Riemann, y la defensa que Albert Einstein hizo de Kepler y Riemann en la madurez
de su vida.
[3] Por
ejemplo, el descubrimiento de Carl Gauss de la órbita del asteroide
Ceres.
[4] Esta
diferencia cualitativa entre Descartes y Leibniz cobra una expresión
sistémica en la refutación que éste le hace en cuanto al
asunto de la vis viva, donde el razonamiento de Leibniz refleja la
noción de poder (dúnamis) adoptada como el principio
de lo que los pitagóricos y Platón conocían como las esféricas.
[5] Como
he recalcado una y otra vez en otras ocasiones, la conducta típicamente
irracional del individuo y del grupo puede describirse de modo categórico
como un caso del “síndrome de la pecera”. Las reacciones del
individuo afectado están condicionadas por una mezcla de supuestos
individuales de corte axiomático acerca del universo, que circunscriben
su comportamiento a los confines de la clase de universo imaginario al que
corresponden dichos supuestos. Por consiguiente, ese individuo “no puede
ver” el universo más amplio que existe más allá de
tales supuestos de corte axiomático. Así, el descubrimiento de un
principio físico universal u otro parecido libera la mente del individuo
para que vea allende los confines neuróticos de su propio síndrome
como el del “pez en la pecera”.
[6] Este
asunto del poder lo aborda Gauss de forma directa en su ataque de 1799 al
fraude de D’Alembert, Euler, Lagrange, etc., quienes usaron la disparatada
palabra “imaginario” en un intento por encubrir la existencia
física real del dominio complejo. El concepto del dominio complejo, como
evolucionó desde Gauss hasta Riemann, es la forma matemática que
expresa ese principio ontológico de poder, del modo que lo
asociamos con el descubrimiento de principios físicos universales de una
eficacia única. Por ejemplo, el concepto de Riemann del principio de
Dirichlet.
[7] Mi
propuesta relacionada era cambiar con firmeza el acento, para ir a fondo hasta
las bases de lo que ha de considerarse como una importancia creciente a
otorgarle al procesamiento electrónico de datos en la producción,
la distribución y la administración.
[8] La
fundación del Estado nacional moderno por parte de Luis XI y Enrique VII
fue, en lo más inmediato, un fruto del nuevo orden jurídico
establecido en Europa en el siglo 15, en el marco del gran concilio
ecuménico de Florencia, concilio en el que luego el cardenal
Nicolás de Cusa desempeñó una función crucial
indispensable. Dos obras de Cusa, su Concordantia cathólica
y su De docta ignorantia, con la que fundó la ciencia
experimental moderna, además de otras obras científicas y su
intervención en inaugurar la gran política de exploración y
desarrollo transoceánicos de la que fueron típicas la actividades
de Cristóbal Colón, fueron aspectos fundamentales de la forma en
que se crearon las condiciones inmediatas para la fundación de los
Estados nacionales modernos. En Die Geburtsstunde des souveränen
Staates (El nacimiento del Estado soberano. Ratisbona: Druck und Verlag
Josef Habbel, 1952), el profesor Friedrich A. von der Heydte ha documentado la
historia de los esfuerzos medievales por establecer Estados soberanos que
remplazaran el dominio imperial romano y ultramontano, desde la perspectiva del
derecho internacional moderno. Entre los precursores de esta gran reforma
renacentista están, de forma más notable, Solón de Atenas,
Platón, San Agustín, la oposición de Carlomagno al
ultramontanismo, Abelardo y Dante Alighieri.
[9] Los
informes de la existencia de calendarios astronómicos antiguos, del modo
que Bal Gangadhar Tilak de la India y otros pusieron esto de relieve, muestran
que en Asia Central había una astronomía altamente desarrollada
hace más de 6.000 años. Pruebas relacionadas apuntan a la
importancia notable de las culturas marítimas basadas en una
astronavegación sofisticada en las épocas previas al tiempo
histórico conocido. Las pruebas indican que el desarrollo de la
civilización partió de los océanos y mares hacia la
colonización a lo largo de ríos importantes, y no al revés.
Los rastros de asentamientos a lo largo de los litorales actuales, hasta varias
decenas y hasta cientos de metros bajo la superficie del océano hoy, en
particular donde grandes ríos antiguos intersecaban con regiones
idóneas, están ahora sumergidos en las regiones costeras de dichos
tiempos remotos, o cerca de ellas. Por tanto, el estudio de lugares pertinentes
ahora sumergidos mar adentro —en especial cerca de las costas de India,
cuya cultura marítima del período prehistórico sabemos tuvo
una parte importante en la historia de las regiones contiguas— es de gran
importancia para nuestro conocimiento de las condiciones prehistóricas de
la humanidad. Tales estudios nos ayudarían muchísimo a entender el
desarrollo prehistórico de formas de cultura con un avance relativo, que
quizás dejaron una huella de importancia fundamental en las culturas
pertinentes de la historia, tales como las de la baja Mesopotamia.
[10] Filón
es famoso por su ataque a la mentira del silogismo de los gnósticos, de
que si Dios fuera perfecto, entonces su creación hubiera sido perfecta,
tal que ni siquiera Él puede interferir con un guión
melodramático predeterminado una vez hecha la Creación, como lo
enseñan los dogmas mecanicistas de los gnósticos modernos
seguidores de Darby en cuanto al plan divino. Ese dogma gnóstico
también es característico del paganismo sórdido de la secta
del Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo, el
Zeus que le prohíbe al hombre el uso cognoscible del descubrimiento de
principios físicos universales. El argumento de Filón a este
respecto es típico del método general que también expresan
las formas competentes de la ciencia física moderna. La Creación
no fue un suceso, ni un melodrama ya concluido, sino un proceso de
Creación continua sin fin, en el sentido del famoso aforismo de
Heráclito del modo que Platón lo adoptó. La
“historia” de la evolución del sistema solar a partir de un
sol solitario que giraba a toda velocidad, es un ejemplo de cómo el
concepto de V.I. Vernadsky de la noosfera es tanto un concepto fundamental de la
ciencia física, como una afirmación teológica de la
función que desempeña la humanidad en la organización de
nuestro universo.
[11] Algunos
de los escritos de Cusa en los que propone estas exploraciones cayeron en manos
de Cristóbal Colón. Colón continuó estudiando esos
documentos de Cusa a través de su correspondencia con el
científico y colaborador de Cusa, Paolo dal Pozzo Toscanelli, quien en
1480 le dio a Colón el mapa con el que delineó la política
que permitió su viaje posterior al Caribe.
[12] Ver
The Economics of the Noösphere (La economía de la
noosfera. Washington, D.C.: EIR News Service, Inc., 2001), de Lyndon H.
LaRouche.
[13] Éste
es el razonamiento entonces revolucionario de Riemann que aparece al inicio de
su disertación de habilitación de 1854.
[14] Ibíd.
[15] El
mismo desdén por la gente expresaron después de la
emancipación de los esclavos en EUA, aquellos que insistían que no
debía educarse a los hijos de los otrora esclavos por encima del nivel
que les correspondía en la vida, una doctrina que hoy cobra formas como
la de la política educativa de Bush, “no child left behind”
(qué ningún niño quede rezagado).
[16] Nota
que el desafío de proyectar un sistema de relaciones de orden superior en
el perímetro y el interior de un área circular, es el primer paso
de un enfoque pedagógico para aclarar las implicaciones generales de la
noción del principio de Dirichlet, del modo que Riemann lo
define.
[17] Por
ejemplo, lo que el director Wilhelm Furtwängler en ocasiones
identificó como tocar entre las notas. En una obra polifónica
clásica con muchos ejecutantes, a diferencia del caso del cuarteto de
cuerdas consumado, la voz cantante individual no escucha la interacción
funcional de conjunto entre su propia voz y la de toda la serie de voces. Lo que
alcanza a escucharse es el impacto que tiene la polifonía en el volumen
de la región en la que se ejecuta y escucha la obra. Esto no se oye como
un conglomerado de voces, sino como un campo, del modo que he
identificado la noción de un campo en referencia al caso de los
descubrimientos principales de Kepler y el principio de Dirichlet. El director
de capacidad excepcional, como Furtwängler, escucha el todo de un modo que
los ejecutantes no pueden, identificando y configurando así aquellas
sutilezas que crean el efecto del campo de la composición interpretada en
ese marco acústico, como la percepción de un todo
indivisible.