Il trovatore de Verdi,
el amor sublime contra la
venganza
El compositor Giuseppe Verdi
por William F. Wertz
Il trovatore, ópera de Giuseppe Verdi, fue presentada en el
Kennedy Center por la Ópera Nacional de Washington el 11 de noviembre de
2004, más de 151 años después de su primera
presentación en el teatro Apolo de Roma el 19 de enero de 1853. Il
trovatore es parte de la trilogía de óperas compuestas por
Verdi en su período “medio”, trilogía que incluye a Rigoletto (1851) y La Traviata (1853). Como Rigoletto,
Il trovatore demuestra las consecuencias trágicas de una
mentalidad basada en la venganza, y como La Traviata, resalta la calidad
sublime alternativa del amor desinteresado, como describe ésta cualidad
el dramaturgo alemán Federico Schiller.
La ópera está basada en un drama de 1836, sobre la guerra
civil española de 1412, del autor español Antonio García
Gutiérrez, cuyo Simón Bocanegra sirvió de base para
la ópera de Verdi del mismo nombre. Es claro que en Il trovatore Verdi está polemizando contra la mentalidad bestial de la
Inquisición española, aunque la acción de la ópera
transcurre en una época previa al establecimiento de la
Inquisición a fines del siglo 15.
La muerte del rey Martín I de Aragón, el 31 de mayo de 1409,
sin dejar heredero, creó las condiciones para la guerra civil. Entre los
aspirantes al trono estaban el sobrino del rey, Fernando de Antequera, rey de
Castilla, y Jaime de Aragón, conde de Urgel, hijo del primo hermano de
Martín y esposo de su media hermana. Fernando fue elegido rey por el
Parlamento de Aragón el 28 de junio de 1412, y el conde de Urgel
emprendió una rebelión infructuosa en defensa de sus pretensiones
al trono. En la ópera, el caudillo de las fuerzas reales es el conde de
Luna, y Manrico, un trovador gitano de las montañas de Vizcaya,
está entre los comandantes de la rebelión de Urgel.
El deseo de venganza
Guiados por la sed de venganza: Roberto Servile en el papel del conde de Luna
y Elena Manistina en el de Azucena.
En este contexto histórico, la trama de la ópera la define la
sed de venganza de dos de sus personajes: el conde de Luna y la gitana Azucena,
sed que en últimas arrolla a todos los personajes principales.
Muchos años antes la madre de Azucena había sido quemada en
la hoguera, supuestamente por haber embrujado a García, el hermano menor
del conde de Luna. Encargada por su madre de vengar su muerte, Azucena secuestra
a García, pero por error arroja a su propio hijo al fuego. Así que
Manrico, a quien Azucena ha criado como su propio hijo, es de hecho
García, el hermano del conde de Luna, cuya muerte él, a su vez,
había jurado vengar.
Los hermanos que ignoran serlo, Manrico y el conde de Luna, entran en pugna
por el amor de Leonora, la dama de honor de la reina, pero Leonora sólo
ama a Manrico. Al final de la obra, Azucena es capturada e identificada como la
gitana que había secuestrado a García. Ella a su vez revela que es
la madre de Manrico, el caudillo rebelde.
Manrico se entera de que el conde de Luna está a punto de quemar a
Azucena viva, corre a su defensa y es capturado. Su prometida Leonora decide
liberarlo aceptando a De Luna, y entonces suicidarse una vez que Manrico haya
escapado. Pero Manrico rehusa huir porque cree que Leonora lo ha traicionado
“vendiendo” su amor a trueque de la libertad de él. Cuando
ella muere del veneno que ha tomado, Manrico se da cuenta de cuán grande
era el amor que ella le tenía. El Conde llega, entiende que Leonora lo ha
engañado, y ordena que Manrico sea decapitado. Azucena, que ha sido
forzada a verlo todo, le revela la verdad: “Haz matado a tu
hermano”.
El papel de Leonora
Cuando el libretista original, Salvatore Cammarano, murió antes de
terminar el libreto, tomó su lugar Leone Emanuele Bardare, a quien le
tocó, entre otras cosas, expandir el papel de Leonora. Bajo la
supervisión de Verdi, su cantábile “Tacea la notte” y
la cavatina “Di tale amor”, que habían sido suprimidas antes,
fueron restauradas, y se escribieron versos adicionales para ella en el
“Miserere”.
La Leonora de Verdi evoca a la Leonora de Beethoven en la ópera Fidelio (1805). Mientras que la Leonora de Beethoven logra liberar a su
esposo Florestán del malvado Pizarro, la Leonora de Verdi no tiene
éxito, pero comparte la misma calidad de amor sublime que el personaje de
Beethoven. En la segunda escena del tercer acto, Manrico le dice: “Nada
sino el amor, amor sublime (“Amor, sublime amore”) debe hablarle a
tu corazón”. El aria de Leonora “D’amor sull’ali
rosee” en el cuarto acto también evoca el aria
“Abscheulicher! Wo eilst du hin?”, cantada por la Leonora de
Beethoven en la escena 5 del primer acto de Fidelio, en la que dice: “Ven Esperanza. . .ven. . .Yo sigo el impulso interno,
no desfalleceré, el deber del verdadero amor marital me fortalece”.
En Il trovatore Leonora canta: “En las rosadas alas del amor vuela,
suspiro angustiado, y consuela la mente cautelosa del infeliz prisionero. Como
un soplo de esperanza vuela hasta su celda, despiértalo a los recuerdos,
a los sueños de amor”. En la realización de la Ópera
Nacional de Washington, Leonora, cantada por la soprano búlgara
Krassimira Stoyanova, realmente cobra vida con esta aria.
Como escribe Federico Schiller, el sentimiento de lo sublime es una mezcla
de aflicción y alegría que resulta de la decisión de
abrazar un principio moral aun en medio de una gran desdicha, incluso la muerte.
La capacidad de tomar tal decisión establece que el hombre tiene en
sí una capacidad moral independiente de toda emoción sensorial, y
que esta capacidad moral define su verdadera naturaleza en tanto ser
humano.
En esta ópera, donde la dinámica de la venganza que lleva
ineluctablemente a la muerte domina la acción, el amor sublime de Leonora
por Manrico, y el de él por ella, prueba que el libre albedrío del
hombre no es destruido ni frente a la muerte. Tanto Leonora como Manrico dicen
en diferentes momentos que están dispuestos a morir por su amor. En el
primer acto, en “Di tale amor che dirsi”, Leonora canta:
“¡Viviré por él o por él moriré!”,
y en el cuarto acto dice: “En vez de vivir siendo de otro, prefiero morir
como tu amor”.
Manrico (cantado por el tenor estadounidense Carl Tanner), luego de
referirse al “amor sublime”, canta en la segunda escena del tercer
acto: “Ah, si, ben mio”: “¡Ah, sí, mi amor, al ser
tuyo, al saber que eres mía, mi alma ahora será más
valiente, mi brazo más fuerte! Pero si en las páginas del destino
está escrito que debo morir por la espada del enemigo, con mi
último suspiro mis pensamientos serán tuyos; para mí la
muerte sólo significará que te esperaré en el
cielo”.
El hombre–bestia
Sino fuera por esta cualidad de amor sublime reflejada a través del
desarrollo del papel de Leonora, la acción de la ópera
culminaría sólo en la muerte. Urgel y las fuerzas que comanda
Manrico no libran la guerra civil en base a una concepción republicana
explícita. Ni Manrico ni Leonora mueren luchando por la libertad
política. El resorte de la dinámica principal de la ópera
es la creencia supersticiosa de que la vieja gitana madre de Azucena
embrujó a García. Aunque Azucena le dice que él es el
hermano del Conde, Manrico no usa este conocimiento para desbaratar lo que de
otra manera será inevitable.
Azucena, actuada bellamente por la mezzosoprano rusa Elena
Manistina, guiada por el deseo de venganza de su madre y el amor por su hijo
adoptivo Manrico, logra lo primero sólo a través del sacrificio
del segundo. Ella también pudo haberle dicho al conde de Luna que Manrico
era su hermano, y así eliminar el motivo principal de la sed de venganza
del Conde.
El Conde mismo, interpretado por el barítono italiano Roberto
Servile, es un verdadero hombre–bestia dominado por su ego, a quien
consumen el “amor celoso”, el “orgullo herido” y la
“ira ardiente”. En la segunda escena del tercer acto, cuando el
Conde planea raptar a Leonora antes de que esta entre a un convento, él
canta: “Ni siquiera un dios rival se opondría a mi amor. Ni
siquiera un dios, mi señora, podría arrebatarte de
mí”. Cuando en el cuarto acto Leonora le pide piedad para Manrico,
él canta: “Mi único dios es la venganza”. Y cuando
contempla la ejecución de Manrico, como el Gran Inquisidor canta:
“¡Ah, si tan sólo pudiera encontrar una muerte más
cruel para este granuja! Entre mil espantosas agonías, centuplicar su
muerte”.
Pero al final de la ópera, es el mismo Conde quien sufre la
“muerte más cruel” de todas. Como escribe Schiller en sus Cartas filosóficas: “El amor es el ciudadano que cogobierna
en un Estado libre resplandeciente, el egoísmo es un déspota en
una creación devastada”.
|