Estudios estratégicos
El aspecto revolucionario
del método de LaRouche
por Lyndon H. LaRouche
27 de abril de 2005.
El mejor ejemplo pedagógico en estudio de este conductismo patológico que está bajo nuestro escrutinio en este informe, son las características inferibles de lo que cobra la forma reconocible del reduccionismo filosófico de los antiguos eleáticos, los materialistas, los sofistas, Aristóteles, los empiristas y positivistas modernos, y los existencialistas. Por el efecto de influencias tales como ésas, la mayoría de nosotros en la cultura europea exhibimos hoy formas de conducta típicas que revelan el hecho de que, ahora, tendemos a considerarnos como bestias, y vivimos como bestias contra bestias en la pesadilla de un mundo de fantasía como el que aluden los escritos del notorio Tomás Hobbes.
A eso es a lo que me refiero con “un problema sistémico de enfermedad mental” enquistado en las culturas actuales de Europa y las Américas.
Por esta razón he escogido esa disertación de Gauss, su ataque de 1799 contra la característica fraudulenta del método reduccionista de los empiristas fanáticos D’Alembert, Euler, Lagrange y demás, y la introduje como la piedra angular del Movimiento de Juventudes Larouchistas (MJL). La intención de mi política en ese sentido, ha sido fomentar el autodesarrollo de la creatividad en el movimiento de jóvenes, empezando con un ejemplo que al mismo tiempo es el más simple relativamente y, no obstante, una demostración apropiada del desorden mental sistémico pertinente que colma la educación y las costumbres relacionadas de la sociedad hoy.
En su efecto neto, ese programa del MJL ha tenido éxito, hasta donde ha llegado. Una proporción significativa de esa asociación ha tenido éxito, al grado de contribuir con piezas significativas de trabajo original propio. Aunque no todos han alcanzado todavía esos objetivos autodidactas preliminares, el resultado neto ha sido que entre ellos han desarrollado un programa autodidacta que no sólo cobra impulso por sí mismo, sino que traza una trayectoria de mejoras exitosas de las políticas de la práctica educativa actual a ese nivel académico hoy.
Entre tanto, el trabajo del MJL en este sentido ya ha rebasado por mucho los primeros pininos de años anteriores. Ellos han explorado con provecho el trabajo de los pitagóricos, con métodos experimentales, al trazar los fundamentos de la ciencia moderna, mientras que algunos líderes de la joven organización han continuado un trabajo independiente en el dominio de las funciones abelianas riemannianas, e incluso más allá de esos inicios.
Mis propias iniciativas en esta materia, en gran medida han sido subproductos de mis descubrimientos originales y logros en el campo de la ciencia aplicada de la economía física. Desde esta perspectiva, el reconocimiento de las implicaciones ontológicas más profundas del modo en que seguidores de Kepler y Leibniz, como Gauss y Riemann, abordan con éxito el tema del dominio complejo, brinda los ejemplos disponibles más claros de lo que son mentes saludables cuya obra se debe ver a contraluz de los estados mentales problemáticos, de una patología más o menos grave, a través de los cuales el desorden mental conocido como reduccionismo filosófico de seguido arruina la labor de hasta científicos notables que de otro modo serían considerados con justicia como aptos e importantes.
El desarrollo de una idea clara de ese problema específico de las matemáticas que siguen empleándose en la mayor parte de lo que se enseña como ciencia física hoy día, ofrece la demostración relativa más simple de la forma que el conjunto de la cultura europea moderna ha pasado por el lavado cerebral general de esos ideólogos, tales como el fundador del empirismo Paolo Sarpi de Venecia, cuyo programa ha sido el eje del lavado cerebral colectivo de las poblaciones de la actual civilización europea moderna extendida al orbe, desde esa época.
Nuestro enfoque preliminar en este capítulo del informe, aborda este problema de las mentadas “ciencias exactas”. Este escrutinio sirve luego como la piedra angular para abordar las implicaciones más amplias del mismo género de psicopatologías que encontramos en las formas artísticas y en la política económica. Lo que encontramos en tanto implicaciones ontológicas del avance leibniziano de Gauss y Riemann del concepto de las funciones del dominio complejo, ofrece el contraste terapéutico necesario.
Para ilustrar el asunto, empieza con la astronomía egipcia que adoptó la ciencia griega clásica de Tales, los pitagóricos y Platón. Este método adoptado de la ciencia física que encontramos en el trabajo de esos modelos ejemplares, los pitagóricos y otros lo conocían como la geometría de las esféricas. La base de este método consistía en concebir el universo de los planetas, las lunas, las estrellas y demás como un gran espacio esférico finito, pero de suyo acotado, un espacio que iba más allá de cualquier límite exacto imaginado.[8] Así, la normalización de las observaciones de ese plan celestial hechas desde la Tierra generó la astronomía esférica que sentó la base experimental de lo que devino en la geometría física clásica de los pitagóricos y Platón.
A primera vista, casi todo lo observado, con ciertas excepciones dificultosas, parecía indicar así una simple repetición regular en una suerte de movimiento congruente con un universo puramente esférico. Sin embargo, se observaron ciertas excepciones problemáticas, casos en que, como mostró Kepler, la astronomía esférica no bastaba.
Estos casos paradójicos, al examinarlos desde la óptica de las esféricas, llamaron la atención de los pitagóricos y otros a las agencias invisibles existentes, pero que pueden probarse mediante experimento, que los antiguos griegos pertinentes conocían como poderes que actúan de modo eficiente sobre el reino de la astronomía, como desde fuera del mundo de los objetos considerados con ingenuidad como percepciones autoevidentes de los sentidos. Estos casos presentaron las pruebas de lo que un razonamiento estricto llamaría hoy astrofísica, en vez de meramente astronomía. El resultado fue la física de los poderes (en griego, dúnamis), del modo que fuentes como Tales, los pitagóricos y Platón han traducido esa noción de la Grecia antigua a términos modernos. El producto moderno de este legado de la ciencia física, lo ha representado el modo en que cobró expresión la multiplicidad universal de la ciencia física de Godofredo Leibniz[9] en el desarrollo del concepto ontológico de lo que más tarde vino a conocerse como el dominio complejo, del modo que lo expresa la disertación de Gauss de 1799 sobre lo que hoy conocemos como “el teorema fundamental del álgebra”. Este concepto de Gauss disfrutó de un desarrollo continuo, pasando por la representación de Riemann de las funciones abelianas.
En última instancia, esta noción de poderes, ubicada con respecto al caso más simple de los movimientos esféricos, indicaba un orden de autoridad en el universo superior al que implicaba la propia astronomía. Esta autoridad de orden superior —esta geometría de órdenes superiores— es lo que llamaríamos hoy un universo riemanniano acorde a los principios generales de una universalidad de la astrofísica que, repito, Riemann presentó en su Teoría de las funciones abelianas de 1857.
Percepción o conceptualización
En la ciencia física, la definición práctica de cordura y también, por ende, de demencia, la planteamos como la pregunta: “¿Qué es real?” En otras palabras: “¿Qué es real y que es ilusorio en esas impresiones que asociamos con la experiencia de la percepción sensorial?” En otras palabras: “¿Qué es verdadero?”
Decir que hasta ahora alguien conoce la verdad absoluta, sería peor que una exageración. Hay tanto que nos queda por conocer todavía, y que, por consiguiente, no debemos alegar conocer. Lo mejor que podemos hacer, en la ciencia física o en otros casos, es dedicarnos a ser veraces en cuanto a lo que conocemos y en cuanto a lo que aún no conocemos.
Ser veraz acerca de los mentados “hechos” no es tan fácil como la gente necia cree. Lo que en realidad podemos conocer con relativa certeza no son los llamados “hechos”, sino los principios, tales como los principios que expresa el método de Johannes Kepler del descubrimiento original de la noción de la gravitación universal, y su desarrollo subsiguiente. De modo parecido, podemos conocer el principio que implica la antigua solución de Arquitas, mediante el método de las esféricas, al problema de doblar un cubo mediante una construcción geométrica perfecta.[10]
Como cuestión de principio, en el transcurso de la experiencia general, por lo general, podríamos suponer que conocemos los mentados “hechos”, sólo en la medida en que dichos dizque hechos satisfacen la norma de las pruebas decisivas que exigen los principios físicos universales pertinentes conocidos y verificables mediante experimento, u otros íntimamente relacionados. Sin embargo, en el caso menos común, pero decisivo, hay una clase de hechos a los califico de “decisivos”, o clases únicas de hechos experimentales, hechos que simplemente desafían un principio establecido, o que apuntan a la necesidad de descubrir la existencia de algún principio universal que no conocíamos, o que conocíamos o podríamos haber conocido, pero que simplemente pasamos por alto en esta ocasión. Esta salvedad que acabo de hacer aquí, constituye la implicación más profunda del razonamiento principal de Riemann en su disertación de habilitación de 1854.
Como indica el razonamiento de la disertación de habilitación de Riemann, en nuestro universo en realidad no existe ninguna suerte de norma a priori honesta —como las definiciones, axiomas y postulados euclidianos— en tanto principio eficiente. No hay “hecho” de la experiencia sensorial real o supuesta que pueda tratarse como de suyo evidente. El universo se define como un agregado de principios físicos universales, principios que abarcan todo lo demás. No existe nada que no concuerde con los principios del universo así definidos. Sólo existe el hecho de los principios pertinentes aún por descubrirse. De ahí que la verdad existente de la experiencia no sea más que lo que coincide con dicho agregado de principios universales.[11]
Por consiguiente, puesto que al conocimiento verdadero lo define la norma de las pruebas de principios físicos universales, el caso es que en la historia de la ciencia desde Tales, los pitagóricos y Platón, la realidad en esencia se define en términos astrofísicos, más que meramente astronómicos. ¿Qué es real en nuestra experiencia normalizada de un vistazo claro del cielo nocturno? No podemos responder a esta pregunta de forma competente tratando de armar una imagen del universo sobre la base de percepciones sensoriales locales particulares tomadas como bloques de construcción. Al igual que Kepler, tenemos que descubrir los principios físicos universales pertinentes. La astronomía sólo describe; la astrofísica constituye el descubrimiento de la verdad, el principio físico universal que hay detrás de lo que un astrónomo pueda observar.
Resumo lo que acabo de escribir hasta aquí en este capítulo, en los términos siguientes:
Empezando con el modesto panorama del cielo nocturno, un panorama que no contradice el supuesto de que el universo observado es el enorme espacio esférico que represen nuestras observaciones, tenemos el conflicto perturbador entre dos clases de hechos, un conflicto a considerar al tratar de definir la realidad que representa ese panorama nocturno de una suerte de espacio–tiempo físico universal esférico. Primero, están las experiencias más simples, que pueden suponerse, con precisión razonable, como el movimiento regular simple dentro de los confines del espacio–tiempo esférico. Ésa es la astronomía ordinaria. Segundo, están los movimientos de una terca persistencia que no corresponden al movimiento regular simple. El ejemplo clásico de este último caso es el descubrimiento único original de Johannes Kepler de la gravitación universal, o el de Gauss de la órbita del asteroide Ceres. Esta última perspectiva corresponde a un universo definido por la astrofísica, más que por la mera astronomía.[12]
Ésa es la diferencia entre la mera percepción (por ejemplo, en la astronomía) y la conceptualización (por ejemplo, en la astrofísica).
El nuestro no es un universo simplemente repetitivo, sino uno que atraviesa por transformaciones definidas, según se reconoce, como lo que llamamos principios físicos universales, de los que es típico el descubrimiento y desarrollo de Kepler de la noción de gravitación universal: de ahí lo de la astrofísica.
Aquí, en esta distinción que acabo de subrayar entre la astrofísica y la astronomía, y entre la percepción y la conceptualización, yace la vieja llave del verdadero conocimiento moderno de la expresión práctica verificable mediante experimento, de la diferencia de principio entre el hombre y la bestia.
El efecto de una cultura enferma
Esto nos lleva al umbral del concepto central de nuestro tema de la cordura en la ciencia. El asunto es que, como las percepciones sensoriales son la reacción de nuestro aparato sensorial biológico a cualquier cosa de “allá fuera” que pueda haber estimulado esa reacción, no podemos suponer que nuestras percepciones sensoriales sean un conocimiento del universo real que hay más allá de nuestra piel. Por ende, para descubrir el universo real que es la causa de esas reacciones de la percepción sensorial, estamos obligados a desarrollar métodos experimentales confiables comprobables para definir los poderes que no vemos de manera directa con nuestros sentidos, pero que podemos probar, con experimentos, que existen.
Como lo plantea la cuestión del “fuego” en el Prometeo encadenado de Esquilo, es la capacidad de la mente humana para descubrir esos poderes la que define la diferencia esencial entre el hombre y la bestia. Es mediante el descubrimiento y la aplicación exitosa de dichos poderes, en tanto conceptos de principio, que la humanidad ha podido aumentar la densidad relativa potencial de población de la especie humana, como no ha ocurrido, ni podría ocurrir, en el caso de cualquier mera especie animal.
De ahí que, la negación del derecho de la humanidad a descubrir y usar tales poderes implicaría la bestialización de aquellas partes de la humanidad victimizadas del modo ordenado por los dioses paganos del Olimpo de Zeus, con la excepción contraria de la Atenea de la Odisea y ciertos otros pasajes de fábula.
Este panorama de la enseñanza que deja el Prometeo encadenado de Esquilo, nos sirve de punto de referencia fundamental para entender la conducta patológica mostrada por la población estadounidense y otras, en un intervalo de más de 35 años a la fecha. El desuso inducido de la facultad de conceptualización, como por influencia de ideologías reduccionistas o formas afines de efectos inducidos, constituye una pérdida relativa de esas potencialidades mentales que distinguen al miembro individual de la especie humana de las bestias.
En un caso típico, como en el de la práctica de la esclavitud o la afín del Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo, bajo el sistema de la esclavitud prendaria, o en el modelo neofeudal de la servidumbre en el que el doctor François Quesnay de Francia fundó la secta fisiócrata, se le niega a la persona sometida el derecho a practicar la facultad humana de razonar en el transcurso ordinario de su vida, más que nada con ayuda de la aplicación de una fuerza externa para lograrlo. También se le niega, bajo semejantes sistemas sociales, mediante el condicionamiento de la víctima a que acepte esta restricción como un concepto propio habituado de práctica regular. De manera parecida, se induce por medios de degradación del individuo, tales como los sistemas y las prácticas educativas encaminadas a acostumbrar a la víctima a que acepte el destino de una condición de vida servil.
También es el resultado de una calidad de vida familiar y comunitaria degradada que induce a la víctima a considerarse bestial, y de la costumbre de seguir una conducta bestial hacia otras personas, del modo que esto por lo general cobra expresión en las tradiciones de transmisión cultural de los abusos en la vida familiar y comunitaria, transmitidos a modo de síndromes bipolares que pasan del padre golpeador al hijo golpeado, a menudo “por tu propio bien”, o mediante modalidades alternas de prácticas sádicas en la familia, con resultados similares.
Esta clase de prácticas abusivas, o la inducción de efectos parecidos al moldear la personalidad del individuo o de culturas y subculturas particulares, es típica de las formas en que el potencial natural de desarrollo de la función cognoscitiva se atrofia, hasta que casi parece destruido. Por ejemplo, un descenso súbito a un clima social de temor generalizado tenderá a inducir una degradación de gran parte de la población a un estado mental de relativa deshumanización y salvajismo, como pasó bajo las condiciones que indujo la orquestación de Hermann Göring del incendio del Reichstag (el parlamento alemán—Ndr.) en febrero de 1933, o lo sucedido el 11 de septiembre de 2001 en los EUA. La sensibilidad de un pueblo a tales experiencias y condiciones degradantes aumenta con la exposición prolongada a las mismas, como en la Alemania prehitleriana de Weimar, en especial en el período de los ministerios de Brüning y Von Papen, o la sensación creciente de desesperación experimentada conforme empeoraban las condiciones de vida del 80 por ciento de la población estadounidense de menores ingresos en el intervalo de 1971–2001. El irracionalismo derechista que reina entre las diversas sectas religiosas en tanto un efecto correlacionado de los cambios cada vez más irracionales de las condiciones en ese período, es un ejemplo del deterioro mental que ha de remontarse a los efectos de las formas cada vez más graves e irracionales de la imposición de condiciones aversas en la vida diaria, desperdigados por las secuelas del irracionalismo contracultural desenfrenado que cobró expresión en el fenómeno de los “sesentiocheros”, el cual se nutrió de las experiencias infantiles de la niñez de esa generación, bajo la influencia del Congreso a Favor de la Libertad Cultural, en los 1950.
No obstante, para entender cuándo un proceso está enfermo, primero tenemos que ubicar su condición de buena salud. Para este propósito, tenemos que conocer esa condición saludable de un modo que sea independiente y que esté por fuera de los confines de la enfermedad. Tenemos que entender al hombre en tanto una especie superior, de un modo que sea independiente de la existencia de las enfermedades del hombre.
[8]Por ejemplo, conforme al uso que hace Riemann del principio de Dirichlet.
[9]De una geometría de acción mínima física universal interrelacionada con la catenaria.
[10]Esto es, no por los métodos de la geometría euclidiana.
[11]Esto difiere, pero es congruente con la noción cristiana (por ejemplo) de la existencia de Dios. Parecería que Dios es la asíntota de todo principio descubrible. Sin embargo, al poner en funcionamiento los barruntos fortalecidos por reflexionar en la comprensión que Riemann tenía del principio de Dirichlet, el concepto de Dios está por encima de todos los demás principios de otro modo conocibles que comprende Su existencia, en tanto Creador universal.
[12]La necedad común de decir que la civilización europea moderna encarna una “revolución copernicana”, no es sino un absurdo y una noción sistémicamente contraproductiva. El descubrimiento de la órbita solar gracias a los métodos experimentales de la ciencia, se remonta a Aristarco de Samos, y fue adoptado por el cardenal Nicolás de Cusa, quien fundó la ciencia física experimental moderna, y seguidores autodeclarados suyos tales como Luca Pacioli, Leonardo da Vinci y Kepler. La característica de la práctica científica de la civilización europea moderna se remonta, en lo principal, a la física —el descubrimiento de principios físicos universales— de Cusa, Pacioli, Leonardo y Kepler, más que a la astronomía de Brahe y Copérnico.