El 15 de mayo Lyndon LaRouche reiteró su llamado de 1993 para gravar todas transacciones de derivados financieros. En ese entonces, un año antes de que el sistema financiero mundial empezara a reventar a consecuencia de las pérdidas enormes que sufrieron los derivados, el economista de talla mundial propuso gravar el valor nominal de todas las transacciones de derivados con un impuesto de apenas 0,1%.
Aun entonces esto tenía un doble propósito. Por un lado, semejante "IVA" sobre este enorme y boyante mercado especulativo generaría un ingreso substancial, al menos al principio. Y por el otro, aun un impuesto tan pequeño con seguridad desincentivaría el negocio, y contribuiría a la causa de parar lo que es una sangría parasítica de la economía mundial.
En 1993 EIR calculaba (y había que calcularlo, ya la mayoría de estos tratos son extracontables) que el volumen total de las transacciones de derivados era de entre 80 y 100 billones de dólares anuales. Aun las cifras proporcionadas por las propias casas financieras hacían parecer minúsculos los activos de los grandes bancos estadounidenses en comparación con el comercio de derivados, el cual crecía a un ritmo prodigioso. En el 2000 J.P. Morgan Chase tenía 24 billones de dólares en derivados, contra 660 mil millones en activos y apenas 36 mil millones de patrimonio neto.
En los últimos años el auge de los derivados, tanto en cantidad como en variedad, ha continuado a un ritmo astronómico. El cálculo más reciente es de un volumen extracontable de derivados de 248 billones de dólares al año. Esto ubica el volumen total en el órden de los miles de billones de dólares.
Dicho gravamen no redituará los fondos necesarios para rescatar a un sistema financiero mundial quebrado sin remedio. Más bien obligará a aquellas entidades que realizan transacciones con derivados a revelarlas, y traerá una nueva transparencia al sistema. Dicha transparencia representa un paso importante hacia la rerregulación del sistema, condición sine qua non para regresar la cordura al mundo financiero. Una vez alcanzada, demostrará que lo que ha habido es un robadero a lo bruto. Las dizque ganancias que reclaman estas cuentas especulativas desaparecerán pronto.
De modo que, no hay que ver este gravamen como fuente de ingresos, sino como un medio para imponer la rerregulación y desecar el sistema. En cualquier caso, la burbuja de deuda impaga estallará. ¿Por qué no lograr ese fin con medidas que activen el proceso de rerregular los mercados financieros?
Acabar con los mercados especulativos sólo es el primer paso. Es necesario restablecer una correspondencia directa entre la emisión de dinero y la producción de riqueza real. Hay que poner de nuevo el dinero al servicio de la economía física, usando el poder soberano del gobierno para apoyar el crecimiento económico real y no el derecho a robar.
Así que, empecemos por gravar las transacciones especulativas, y procedamos desde ahí.