— Sobre
el principio noético —
Vernadsky y el principio de
Dirichlet
por Lyndon H. LaRouche
18 de mayo de 2005.
Lo siguiente nace del
examen de una traducción al inglés de suyo acreditada de la obra
de Vladimir I. Vernadsky de 1935, On Some Fundamental
Problems of Biogeochemistry (Sobre
algunos problemas fundamentales de la biogeoquímica), obtenida de los
archivos que el hijo de Vernadsky, el profesor George Vernadsky, de New Haven,
Connecticut, le proporcionó a la Universidad de Columbia.
Es un hecho de seguido demostrado de las recientes
generaciones de la historia europea, que ciertas víctimas de sus estudios
escolares de griego clásico nunca habrían entendido ningún
concepto fundamental de la obra de Platón, ni aun el significado del
término noética en
español adoptado de la definición de noosfera del académico V.I.
Vernadsky. La fuente común de los errores de toda variedad de tales ex estudiantes
fracasados del curso de griego, y de muchos otros, aun hoy, ha sido su
propensión a buscar definiciones en los diccionarios o citando a las
mentadas autoridades, en vez de experimentar
de verdad el concepto pertinente reproduciendo la presentación original
del autor del proceso de generación del descubrimiento en
cuestión, como el propio Vernadsky ilustró este método de
adquirir un conocimiento de los principios físicos fundamentales en el
escrito de 1935 al que aquí me refiero.
Tal ha sido mi experiencia con la mayoría de los
dizque eruditos comentaristas modernos fracasados y otros, con relación
al razonamiento que presenta Vernadsky, y también otros en cuestiones
relacionadas.
En efecto, el origen implícito de la mayoría
de los conceptos fundamentales de la ciencia válida en la
civilización europea extendida al orbe hoy, han de remontarse al griego
clásico prearistotélico, desde Tales y los pitagóricos,
pasando por las obras de Platón. Los conceptos de biosfera y
noosfera que desarrolló el
académico Vernadsky son ejemplos que vienen a colación. Estos
conceptos, que Vernadsky asoció con la tradición griega
clásica, no pueden entenderse de manera adecuada si no es en esos
términos históricos de referencia del verdadero uso no
reduccionista del griego clásico que Platón de hecho
pretendía hacer, para establecer principios de descubrimiento que el
documento de 1935 a consideración aquí ilustra.
Lo que refiere Platón en realidad con tales
términos pertinentes ha de conocerse, no leyendo un glosario, sino
experimentando el verdadero acto de descubrimiento que resuelve el enigma
planteado por el razonamiento de Platón en pasajes tales como su
diálogo Parménides, a
favor de Heráclito; sólo si el lector de ese diálogo
resultara ser un pedante o un necio pomposo como Georg Wilhelm Friedrich Hegel,
un ignorante del abecé de la experiencia creativa, hubiera cuestionado la
autenticidad de la autoría de Platón de ese diálogo.
La misma cuestión la ilustra la pasmosa torpeza de
Lagrange, al pretender hacer una refutación pública de ese ataque
a su insensatez que le propinó Carl F. Gauss con su disertación de
1799. La cuestión la ilustra también la estupidez común del
aula de clases, misma que imitan esas literalmente millones de víctimas
que, en el transcurso de las épocas pasadas, se han tragado el
epistemológicamente pueril “teorema del límite” del
archirreduccionista Agustín Cauchy.
En las décadas transcurridas desde que supe por
primera vez de la existencia de la obra de V.I. Vernadsky, casi a fines de los
1940, yo, como viendo por el rabillo del ojo, poco a poco había llegado a
reconocer que sus contribuciones más célebres tenían una
cierta pertinencia potencial para mis propios descubrimientos independientes en
el campo de una ciencia de la economía física. Ese reconocimiento
gradual comenzó hace más de 50 años, en el transcurso del
desarrollo inicial continuo de mis propias contribuciones de principio.
Así, a lo largo de las décadas, conforme cada vez más de su
obra llamó mi atención de forma gradual, como por probaditas,
empecé a reconocer que él ya había ofrecido una
visión de conjunto que era compatible, en principio, con ciertos
descubrimientos que había experimentado en las fases iniciales del
desarrollo de mi propia noción leibniziana de la economía
física como
tal.
Tal como Vernadsky define las pautas de una
investigación biogeoquímica de los límites que separan de
forma categórica a la biosfera del dominio abiótico, yo
había desarrollado, como explico a continuación, mi propio enfoque
un tanto paralelo de esta idea, en un trabajo en el que, desde mi
posición de admirador de Godofredo Leibniz, abarqué las
distinciones de principio que separan el principio de la creatividad
científica humana de los modos de comportamiento tanto animal como
abiótico. Sin embargo, no fue sino hasta que mi asociación
realizó cierto trabajo a mediados de los 1970, que hice algún
esfuerzo significativo por incorporar el legado de Vernadsky directamente a
nuestra labor sobre los principios de la economía física. Incluso
esos esfuerzos de los 1970 tocaron la obra de Vernadsky de pasada, de manera
periférica, aunque útil.
No fue sino de 1994 en adelante, gracias a mi
colaboración con dos amigos rusos ya fallecidos, el muy notable profesor
Taras Muranivsky y el científico Pobisk Kuznetsov, entre otros, que fui
tomándole confianza a la existencia de afinidades especiales y de una
importancia crucial entre las líneas de trabajo del académico
Vernadsky y las mías, para redefinir una ciencia de la economía
física. Un público científico pertinente de Moscú en
ese período pudo conocer la concordancia, y algunos puntos de desacuerdo,
entre mis conceptos y los de
Pobisk. Con material que tenía que ver con la obra de Vernadsky y que más
tarde me hicieron llegar algunos de mis colaboradores, me convencí de que
tenía pruebas suficientes para hacer esas conexiones entre mi propia obra
y la de Vernadsky, mismas que aparecieron en mi libro de 2001, The Economics of the
Noösphere (La economía de la
noosfera). Las pruebas entonces a mano bastaron para mostrarme que el problema que su
razonamiento, como lo conocía entonces, resolvía de forma
tácita, en gran medida era congruente con mis propios descubrimientos
originales en el campo de una ciencia de la economía física.
No obstante, aun entonces, a fines de los 1990 y
después, aunque estaba seguro de la validez del planteamiento de
Vernadsky que describe los rasgos centrales de su noción de la noosfera,
todavía tenía que descubrir pruebas satisfactorias con respecto a
algunos detalles importantes del enfoque de su descubrimiento original de dicho
concepto.
Hace poco, en la última quincena, un colaborador
mío me mandó unos ejemplares de algunas traducciones de la obra
del académico Vernadsky, obra que está disponible gracias a una
colección que el hijo de Vernadsky, el profesor George Vernadsky,
aportó a la Universidad de Columbia. Uno de estos ejemplares, la obra de
1935 Sobre algunos
problemas fundamentales de biogeoquímica, ofrece un margen
decisivo de comprobación adicional de mis propias conclusiones en cuanto
al método subyacente en el argumento posterior del académico
Vernadsky sobre lo que distingue a la noosfera de la biosfera. Me traje un
ejemplar de ese documento de 1935 para estudiarlo durante mis viajes
internacionales, y he pasado horas felices, mientras me acostumbraba a las
diferencias de horario, haciendo mi tarea de lectura a este respecto.
Aunque el tema de este documento de 1935 es la
distinción que existe entre la química de los procesos vivos y la
de los no vivos, más que el de la noosfera misma, la relevancia presente
de este documento para mí es que, ahí, Vernadsky exhibe con fuerza
y de forma reiterada el mismo principio de investigación que subyace en
lo que después devino en su distinción categórica entre la
noosfera y la biosfera. En ambos casos, el de la biosfera y el de la noosfera,
la distinción común de su método es la que de otro modo
identificamos mejor como el acento que Bernhard Riemann pone en lo que
caracteriza como el principio de
Dirichlet.
Ya he hecho hincapié en este nexo con Riemann en mi
libro de 2001, La
economía de la noosfera, de que el propio Vernadsky identificaba
su idea de la noosfera como sistémicamente riemanniana. Allá en
2001 pude confirmar esto en términos generales, como lo hice entonces;
pero dejé la puerta abierta a cuestiones de refinación pertinentes
aun por descubrir a este respecto. Una lectura al antedicho documento de 1935 de
reciente acceso de Vernadsky sobre biogeoquímica, llenó algunos
vacíos importantes que tenía el material que tomé en
consideración para mi informe de 2001.
Mi adquisición y estudio del documento de 1935, no
sólo me llevó a hacer observaciones adicionales sobre la cualidad
de fondo de la obra de Vernadsky sobre los temas de la biosfera y la noosfera.
Como ese trabajo suyo aborda la aplicación de las perspectivas de
desarrollo de los recursos minerales, en mi trabajo que acaba de publicarse
sobre Los próximos
cincuenta años de la Tierras, todo lo que tenga que ver con una
comprensión más a fondo de las implicaciones de los
descubrimientos referidos de Vernadsky, tiene una importancia estratégica
hoy para toda la
humanidad.
Nueve pasajes considerados como uno solo
Enseguida, he identificado nueve pasajes del antedicho
documento de Vernadsky de 1935, mismos que presento ahora, en secuencia, sin
interrumpir su presentación con mis razonamientos, los cuales he
consignado en la elaboración que desarrollo luego de presentarlos. Mi
propósito con este procedimiento es darle a probar al lector, desde la
obra misma de Vernadsky, el sabor general de la cuestión que vengo
destacando, señalándole también a los especialistas
pertinentes algo que de suyo tiene una importancia más honda que su obra
sobre biogeoquímica como tal.
Añado, a modo de prefacio para presentar esos pasajes
aquí, que la naturaleza del contenido del documento de 1935, vista a la
luz de los escritos posteriores suyos sobre la noosfera que conozco, es tal, que
no queda ningún margen significativo para suponer que haya defecto
pertinente alguno en la traducción al inglés que he consultado
para lo que tengo que decir aquí. Estamos tratando con ideas
científicas que cobran expresión de formas que están por
encima de las ambigüedades que hay en las diferencias de las lenguas
maternas del medio empleado. La validez de las ideas de principio planteadas la
comunica la confianza en la perspectiva experimental que la mente responsable
siempre tiene que tener para describir las pruebas observadas de las propias
demostraciones experimentales decisivas.
Sin embargo, le advierto al lector, en el marco en el que
ubico la obra de Vernadsky aquí, que es mi derecho y mi obligación
ubicar mi concepto de su obra dentro de los márgenes de mi propia
competencia establecida en aspectos pertinentes de la rama de la ciencia
conocida como la economía física. Creo que al final de este
informe habré dejado en claro las líneas pertinentes de la
división del trabajo entre mis conceptos y los suyos.
Primero, considera los dos párrafos interdependientes
siguientes de la sección II de su informe sobre las perspectivas del
trabajo realizado en su
laboratorio:
“Gran parte de nuestro trabajo tiene conexión
con un estudio, no de los átomos mismos, sino de los elementos
químicos, de las combinaciones isotópicas. En los procesos
químicos puros todos los isótopos del mismo elemento tienen una
manifestación similar. Por esto, mientras permanezcamos en el dominio de
los procesos químicos puros, el elemento químico podrá
identificarse con el átomo, como en el caso del sistema periódico
de los elementos. En esto se basa toda la química.
“Partiendo de este planteamiento general, ha sido
posible mostrar mediante el trabajo de nuestro laboratorio, que la composición atómica de los
organismos, plantas y animales constituye un rasgo tan característico
como su forma morfológica o su estructura fisiológica, como
su apariencia y estructuras internas. . . Un organismo no muestra una
actitud pasiva hacia el medio químico; crea de forma activa
composición atómica, tiende a elegir, de un modo conciente o
inconciente, los elementos químicos necesarios para la vida, pero como la
vida presenta un campo de equilibrio dinámico, refleja —tanto en su
composición como en su forma— las diferentes propiedades
físico–químicas del medio. Sin embargo, estas variaciones no
cambian su poco alterable expresión promedio”.
Y luego, en el párrafo inmediato:
“Una especie establecida por los biólogos puede
caracterizarse por su peso o composición atómica con tanta
precisión como por sus rasgos morfológicos; también puede
caracterizar, dentro de un rango definido de variaciones, a una substancia viva
homogénea —la totalidad de los organismos de la misma especie,
raza, jordanons—, como la caracterizan los rasgos morfológicos. En
los números promedio, la cantidad de átomos, de elementos
químicos que componen un organismo vivo, son tan constantes y tan
característicos como su forma, tamaño, peso, etc. Es posible que
en las relaciones numéricas así expresadas de los seres vivos
habrán de encontrarse las mismas combinaciones armónicas, que
tienen una manifestación tan distintiva en la intensidad de la naturaleza
viva. Probablemente deban manifestarse en las relaciones armónicas que
tienen los números en estos cuerpos naturales —en los organismos
vivos, del modo que las relaciones numéricas se manifiestan con
armonía en los cuerpos naturales de la naturaleza inerte—, en
cristales y minerales. La dilucidación de este problema es una tarea para
el futuro más inmediato”.
Luego, para tener un marco y un sabor generales, considera
la totalidad del párrafo final de la sección II del
documento:
“Primero hemos abarcado, con los métodos
precisos, 18 elementos químicos; ahora podemos hacer un estudio
cuantitativamente preciso de más de 60, y tenemos que abarcar a todos los
92, si no es que a
más, pues cada vez queda más claro que es en la biosfera donde la materia viva
abarca y controla a todos, o a casi todos los elementos químicos. Todos son necesarios para la vida, y ninguno
de ellos llega al organismo por casualidad. No
hay elementos especiales peculiares de la vida. Hay elementos
predominantes. Al considerarla de
conjunto, la vida comprende a todo el sistema de los elementos de la Tierra,
dejando quizás de lado a unos pocos, como por ejemplo el torio, pero abarcándolos
probablemente a todos en los diferentes isótopos. La vida es un
fenómeno planetario y determina más que nada la química y
la migración de los elementos químicos de la capa superior de la
Tierra: la biosfera; determina la
migración de todos los elementos químicos. La tarea fundamental
del Laboratorio es realizar una investigación cuantitativa de dicha
migración”.
Enseguida, toma en consideración una serie de
párrafos que he seleccionado de la sección III de su informe para
subrayar, y, después de eso, un par de los párrafos iniciales de
la sección IV.
“1. Para la vida, el campo de la vida —la biosfera— no es una superficie
casual de la Tierra sin estructura; la faz del planeta en la que la vida tuvo su
origen, según E. Seuss, el medio cósmico de la vida según
Cl. Bernard. La biosfera no sólo es la faz de la Tierra y no un medio
cósmico. La envoltura de la Tierra tiene una composición y
estructura estrictamente definidas que determinan y gobiernan todos los
fenómenos que tienen lugar dentro de ella, incluyendo el fenómeno
de la vida; es distinta en lo morfológico, pero está
íntimamente relacionada con la estructura general del planeta.
“Varios de los fenómenos geológicos
más característicos e importantes establecen con certeza semejante
carácter de la biosfera. Su composición química, al igual
que todos los demás aspectos de su estructura, no son casuales y
están relacionados de manera más íntima con la estructura y
el tiempo del planeta, y determinan la forma de la vida observada”.
“La biosfera no constituye una naturaleza amorfa, una
parte sin estructura del espacio–tiempo, en la cual los fenómeno
biológicos son estudiados y establecidos de una forma independiente de
ésta; tiene una estructura definida que cambia con el tiempo conforme a
leyes definidas. Esto tiene que tomarse en consideración en toda
deducción científica, en la lógica de la ciencia natural en
primer lugar; y no se hace. La única ‘naturaleza’ del
naturalista es la biosfera. Es algo muy definido y delimitado”.
“Si a esta estructura se le llama mecanismo,
sería un mecanismo especial, muy peculiar, un mecanismo que cambia de
forma continua —un equilibrio dinámico— que nunca alcanza un
estado estrictamente idéntico en el pasado ni en el futuro. En todo
momento en el pasado y el futuro el equilibrio es diferente pero muy semejante.
Contiene tantos componentes, tantos parámetros, tantas variables
independientes, que no es posible ningún regreso estricto y preciso a
ningún estado de su forma previa. Puede obtenerse una idea de esto
comparándolo con el equilibrio dinámico del propio organismo vivo.
En este sentido es más conveniente hablar del estado organizado, en vez del
mecanismo de la biosfera”.
Y, del primero, segundo y tercer párrafos de la
III.2:
“La vida está conectada de forma continua e
inmutable a la biosfera. Es inseparable de ésta en lo material y lo
energético. Los organismos vivos están conectados a la biosfera
mediante su nutrición, respiración, reproducción y
metabolismo. Este nexo puede expresarse de forma cuantitativa con
precisión y a cabalidad por la migración de átomos desde la
biosfera al organismo vivo y viceversa —la migración biogénica de
átomos. Entre más enérgica sea la migración
biogénica de átomos, más intensa es la vida. Casi se
extingue o apenas parpadea en las últimas fases de la vida, cuya
importancia en el estado organizado todavía está por evaluarse,
pero no debe pasarse por alto.
“La migración biogénica de átomos
abarca la totalidad de la biosfera y constituye el fenómeno natural
fundamental característico de ella.
“En el aspecto del tiempo histórico —en
una decamiríada, o sea cien mil años—, no hay ningún
fenómeno natural en la biosfera com mayor poder geológico que la
vida”.
Y, bajo la III.3, aparece el siguiente par de
párrafos más pertinentes:
“La importancia geológica principal de estas
masas de substancia que abarca la vida, que parecen pequeñas al
compararlas con la masa de la biosfera, está relacionada con su actividad
energética exclusivamente grande.
“A esta propiedad de la substancia viva, que no hay
nada igual a ella en la substancia del planeta, no sólo en el momento
dado, sino también en el aspecto del tiempo geológico, la
distingue por completo de cualquier otra substancia terrestre, y hace la
diferencia bien marcada entre la substancia viva y la inerte del planeta, tanto
más en cuanto a que lo vivo derivase de lo vivo. El nexo entre la
substancia viva y la inerte de la biosfera es indisoluble y material en el
tiempo geológico, en el orden del millardo de años, y la mantiene
exclusivamente la migración biogénica de átomos. La
abiogénesis no se conoce en ninguna forma de su manifestación. En
términos prácticos, el naturalista no puede pasar por alto en su
trabajo esta deducción empíricamente precisa a partir de una
observación científica de la naturaleza, incluso si no concuerda
con ella debido a sus premisas religiosas o filosófico
religiosas”.
Y luego, por último, los primeros cuatro
párrafos de la sección IV:
“Todo el trabajo del Laboratorio se basa en dicha
estructura de la biosfera, en la existencia de una frontera rigurosamente
infranqueable, de material energético, entre la substancias viva e
inerte.
“Es necesario ampliar en esta cuestión, pues a
mí me parece que presenta una vaguedad de pensamiento que entorpece el
trabajo científico.
“Aquí no procedemos fuera de la
observación empírica exacta, de la cual son obligadas las
deducciones para el científico, y en realidad para todos; es sobre esta
observación que no sólo puede sino que
debe basar su trabajo. Estas
deducciones posiblemente puedan explicarse de modo diferente, pero en la forma
de generalizaciones empíricas, han de tomarse en consideración en la ciencia, pues una
generalización empírica no es una teoría científica
ni una hipótesis científica, ni una hipótesis de trabajo.
Esta expresión generalizada de hechos establecidos de modo
científico, lógicamente es tan obligada como los mismos hechos
científicos, si se ha formulado de un modo lógico correcto.
“La marcada distinción en materia
energética de los organismos vivos en la biosfera —de la substancia
viva de la biosfera— de cualquier otra substancia de la biosfera, penetra
todo el campo de fenómenos que estudia la
biogeoquímica”.
De aquí en adelante, Vernadsky lleva la
discusión a la región de un concepto de Pasteur y Curie, un tema
de importancia permanente para tratar el fruto del trabajo de toda la vida de
Vernadsky en su conjunto, pero cuyo debate debe dejarse para otra
ocasión, pues tenemos que tender a limitar la discusión presente a
los confines del alcance de ese tema especial del método que he planteado
como el tema inmediato a mano aquí.
La importancia de esos ejemplos
El conjunto de pasajes seleccionados que acabo de presentar
debe recordarnos las deliberaciones que debieron conocerse de los aspectos
más notables de los momentos conocidos más grandes de la ciencia
antigua hasta la moderna, en especial esos aspectos salientes de la ciencia
moderna que echó a andar el genio del siglo 15, el cardenal
Nicolás de Cusa, y sus fieles seguidores explícitamente declarados
como Luca Pacioli, Leonardo da Vinci y Johannes Kepler. Tenemos que seguirle
prestando atención al principio que expresan esos autores, para incluir a
seguidores de Kepler tales como Pierre de Fermat y Leibniz, y a seguidores de
Leibniz tales como Carl Gauss, Lejeune Dirichlet y Bernhard Riemann. La
cuestión que destaco en este informe, es que el enfoque
metodológico que expresan los antedichos pasajes de Vernadsky debe
recordarnos cómo batalló Gauss con un tema fundamental del
magnetismo terrestre, y también el tema relacionado, que encontramos
arriba en los cuatro párrafos de Vernadsky de su sección IV, el
tema del desarrollo de lo que Riemann subrayó como el principio de
Dirichlet, y también el propio trabajo de Riemann basado con amplitud en
los fundamentos inmediatos que desarrollaron sus maestros principales, Gauss y
Dirichlet.
Cuando tomamos en cuenta el antedicho material de 1935 sobre
la biosfera, inclusive, no hay motivo para dudar que la obra de Vernadsky es,
como lo afirma en escritos posteriores sobre la noosfera, auténticamente
riemanniana.
Como subrayé al comienzo de este informe, la
única forma de conocer un descubrimiento de principio es experimentando
el proceso de su descubrimiento, no mediante recetas de aprendizaje ni por los
métodos deductivos de los reduccionistas. Lo más significativo de mi
señalamiento de los pasajes referidos del informe de Vernadsky de 1935
sobre los métodos de la biogeoquímica, es el modo en que
estructura el proceso de descubrimiento de ese principio que separa a la
biosfera de forma categórica de una parte del universo que sólo
los principios de los procesos no vivos determinan.
El mismo método para definir dicho descubrimiento que
él describe en el informe indicado de 1935, es el que yo
desarrollé, en fuerte oposición a Norbert Wiener y John von
Neumann, a fin de definir el principio antientrópico que subyace en una
ciencia de la economía física. En mi primer lectura reciente del
documento de 1935 a mano, de inmediato reconocí que el método que
plantea en ese documento para definir el dominio de la biogeoquímica nos
brinda las pruebas del método que empleó para el descubrimiento
subsiguiente de su concepto de la noosfera, aportando así algunas pruebas
importantes que yo no había encontrado de forma explícita en una
grado satisfactorio en las traducciones que conocía de sus escritos sobre
la
noosfera.
Subrayo lo que ya he planteado, que el principio
metodológico que expresa Vernadsky en esos pasajes citados corresponde a
lo que Riemann destacó como el principio de Dirichlet, un principio cuya
huella me saltó a la vista en la serie de pasajes del documento de
Vernadsky de 1935 que seleccioné. El uso del mismo método del
documento de 1935, al aplicarlo al tema de las distinciones específicas
entre el comportamiento humano y el de cualquier cosa que encontremos en otros
procesos vivos, define el principio noético de la cognición
humana como algo distinto de todo lo que, por otra parte, uno encuentra en el
dominio de la biosfera.
Te recalco, lector, que escribo esto en un momento en que
algunos de mis colaboradores del Movimiento de Juventudes Larouchistas (MJL) han
revivido el proceso de descubrimiento de la geometría física
riemanniana, al grado que han tenido éxitos notables abordando parte del
contenido esencial de la Teoría de las
funciones abelianas de 1857 de Bernhard Riemann. Ésa es la obra de
Riemann en la que su empleo de lo que él denomina el principio de
Dirichlet tiene una función penetrante. El informe que aquí
presento, tiene el propósito de inducir al lector a desarrollar cierta
penetración complementaria útil de las implicaciones del papel que
tuvo el principio de Dirichlet en la obra avanzada de Riemann. Obviamente, una
vez tomada en cuenta esa parte especial de mi público escogido, lo que
presento aquí es pertinente para un público aun más
amplio.
1. La materia de la esférica
El método de investigación que Vernadsky
expresa en el antedicho documento de 1935, sigue la misma tradición
“arqueológica” que el que los antiguos pitagóricos y
Tales adoptaron como la escuela egipcia de la ciencia astrofísica
conocida a los griegos como geometría
“esférica”.
Por ejemplo, el término
“arqueología” es quizás la mejor elección de
una ironía para señalar la necesidad de considerar el hecho de una
transición turbulenta que ocurrió después de,
quizás, poco menos de 10.000 años de deshielo inicial de los
cientos de miles de años de glaciación de gran parte del
hemisferio septentrional continental, durante un intervalo previo al deshielo
climático que inundó un gran lago de agua dulce conocido ahora
como el mar Negro, con el agua salada que se desbordó del
Atlántico a través del
Mediterráneo.
Ahora destaco un tipo especial de
arqueología, que por lo general no recibe ese trato, en la que la falta
de material disponible sobre el terreno ha de superarse enfocándose en lo
que los sucesos y períodos previos de la existencia humana que,
quizás, al ocurrir en otros lugares, debieron depositarse en tanto ideas,
a modo de huellas, en el sitio arqueológico físico cuyas pruebas
estamos considerando.
Después de todo, la especie humana, como distinta de
la de los simios y demás animales por las facultades cognoscitivas del
ser humano individual, ha vivido en este planeta quizás por un
millón de años, o, incluso, a lo mejor mucho más. La
transmisión de la clase cognoscitiva de ideas que son únicas y en
todo sentido características del comportamiento de la especie humana, ha
de haberse transmitido a los tiempos y lugares históricos, en una parte
significativa, desde fechas muy antiguas y desde lugares diferentes, ciertamente
mucho, mucho antes del 17000 a.C., incluyendo los cientos de miles de
años previos de generaciones, en una época en la que a gran parte
del hemisferio septentrional lo cubrían grandes placas de hielo
glacial.
A pesar de la suerte de grandes catástrofes
“naturales”, y también de las eras de tinieblas relativas
provocadas por el hombre que la humanidad ha soportado en este planeta, nuestra
especie tiene una adaptabilidad maravillosamente pertinaz, tal que de las
cenizas de la catástrofe surge algo especial, a veces transmitido desde
lugares anteriores que los humanos subsiguientemente hayan dejado de
habitar.
Así, ideas como las que expresa el Egipto de la
época de la construcción de las grandes pirámides, tuvieron
que desarrollarse con amplitud en otros lugares, desde una época en la
que los niveles de los océanos estaban unos 120 metros abajo de los
actuales, una época incluso decenas de miles de años previa a los
primeros asentamientos cerca de la desembocadura del Nilo de ese entonces, y
antes de los cambios climatológicos y geográficos que
ocasionó en nuestro planeta el deshielo de la gran glaciación
anterior.
Por tanto, estamos viendo, desde lugares como el antiguo
Egipto, hacia épocas glaciales muy anteriores, en las que las culturas
más avanzadas del mundo eran transoceánicas, y como lo
señalan algunas de las obras pertinentes de Bal Gangadhar
Tilak, el conocimiento más avanzado lo dominaba el papel que tenía la
astronomía en funciones tan prominentes tales como la astrogación.
Los larguísimos ciclos astronómicos que refiere la obra de Tilak y
otros sobre los calendarios antiguos, y el estudio de los métodos que
empleaban Tales, Aristarco de Samos, Eratóstenes y otros, nos muestran
cómo culturas que enfrentaron el desafío de la astrogación
transoceánica desarrollaron semejante conocimiento de la
astronomía y la astrogación mediante los métodos
implícitamente a mano para cualquier civilización antigua, incluso
de las eras
glaciales.
La ciencia previa atribuible a la humanidad, en el sentido
de la ciencia física moderna, forjó el concepto del hombre de lo
que es universal observando arriba, al universo en general. Un conocimiento
definido, es que el nacimiento de la ciencia en la civilización europea,
como el trabajo de Tales y los pitagóricos en lo principal recibió
la influencia de fuentes egipcias que caen en la categoría de la esférica, y no de los
métodos reduccionistas contrarios típicos de Mesopotamia, por
ejemplo. Como debiera recordarnos la obra de Vernadsky en las materias de la
biosfera y la noosfera, la esférica egipcia es la que le
proporcionó a la civilización europea su ciencia original, su
noción original de ciencia como está contenida en esas nociones
puramente físico–geométricas de universalidad que el hombre
reconoce en las profundidades astrofísicas de una astronomía
egipcia que había recurrido, mucho antes de la época de los
pitagóricos, a las ondas largas del desarrollo de la astrofísica
que tuvieron continuación con el trabajo del Eratóstenes cuyos
descubrimientos hicieron posible el mapa que diseñó Toscanelli y
usó Cristóbal Colón como guía en su primer viaje de
descubrimiento trasatlántico.
Los más grandes y antiguos de todos los artefactos
arqueológicos han de encontrarse en los dominios de la astrofísica
y de su aplicación a temas tales como la navegación
transoceánica.
Si podemos calcular de forma razonable la fecha de los
orígenes locales de la cultura egipcia en aproximadamente 8000 a.C.,
¿cómo pueden remontarse las raíces de la cultura que reflejan
las características astrofísicas de las grandes pirámides a
las formas de existencia humana civilizada bajo condiciones de una
glaciación? En un sentido implícito, ésa es la
cuestión de método científico que empapa el plan de
Vernadsky de 1935 para el trabajo científico posterior de su laboratorio
en cuestiones fundamentales de biogeoquímica. Tales fueron los
métodos de la esférica que usaron los pitagóricos y su seguidor Platón.
¿Qué tienen de humano las grandes
pirámides de Egipto, por ejemplo? ¿Son las piedras? O, ¿no
será algo que el hombre moderno seguido estuvo renuente a descubrir, las
ideas que expresa el modo en que fueron acomodadas las piedras, y los
métodos con los que fueron construidas dichas pirámides? Son
decenas de miles de años de astronomía expresados en los
principios físicos que esas piedras manifiestan, como vemos, de modo
parecido, en las implicaciones del ciclo equinoccial que cobran expresión
en los calendarios incorporados en los himnos védicos compuestos en Asia
Central hace más de 6.000 años.
La forma en que la mente humana, al operar en sociedades a
lo largo de intervalos de muchas generaciones, genera ideas válidas con
respecto al conocimiento práctico de la organización de los
procesos de nuestro planeta, es tanto un artefacto arqueológico como
cualquier objeto físico o registro antiguo escrito. Esto es así,
aun si el lugar donde fue desarrollada esta idea ya no existe para darnos un
registro físico de la actividad de esa cultura. Más bien, debido a
la naturaleza del hombre en tanto distinto de las bestias, esas ideas son mucho
más la expresión arqueológica física
característica, el artefacto más veraz de la humanidad, que
cualquier mero artefacto físico en sí mismo.
Una ciencia práctica aplicada del modo en que el
poder noético específico
de la mente humana desarrolla descubrimientos de principios y de sus
aplicaciones, debe adoptarse como el más importante de todos los
principios arqueológicos válidos. Esto lo refleja Vernadsky en
cómo aborda la geología de la biosfera en el documento de 1935, e
implica el reto tácito de desarrollar una arqueología aplicada (es
decir, una epistemología) del dominio cognoscitivo de la existencia
humana.
A este respecto, la notable distinción
característica de la obra de los pitagóricos y Platón en el
dominio de la esférica, es que
pertenece a la categoría de la astrofísica, más que a la
mera astronomía de un aristotélico tal como el célebre
estafador imperial romano Claudio Ptolomeo, o de astrónomos posteriores
más honorables como Copérnico y Tico Brahe. La mejor forma de
presentar hoy esta distinción entre la astrofísica antigua y la
astronomía antigua y moderna como tal, es desde la perspectiva del ataque
crucial de Carl Gauss de 1799 contra los fraudes perpetrados por empiristas
fanáticos tales como Jean Le Rond d’Alembert, Leonhard Euler y
Joseph Louis de Lagrange, fanáticos que luego imitaron el marqués
de Laplace y Cauchy. Como Gauss hizo explícito en sus escritos
posteriores sobre el tema del teorema fundamental del álgebra, la
distinción pertinente entre la mera astronomía y la
astrofísica, del modo aplicado en retrospectiva al caso de los
pitagóricos, tiene expresión en el lenguaje
físico–matemático moderno como la noción de Gauss y
Riemann de una física, en vez de una mera matemática del dominio
complejo. Esta idea físico–matemática, más que
meramente matemático–formal del dominio complejo, es indispensable
para atisbar las poderosas implicaciones de los descubrimientos de
Vernadsky.
La prueba que nos califica para decir que una criatura que
parece simio es humana, y que otra representa en esencia alguna especie de
simio, es esa característica de la mente humana que representa el
manantial de la capacidad de la humanidad para aumentar a voluntad la densidad
relativa potencial de población de nuestra especie. La distinción
no radica, como sabemos, en la “fabricación de herramientas”,
algo para lo cual incluso los chimpancés creados a la imagen que alegaba
Federico Engels han mostrado aptitud. Es el comportamiento creativo de la clase
manifiesta en el descubrimiento y demostración de algún principio
físico universal. Es semejante
comportamiento creativo el que de forma sistémica distingue a la
humanidad, del modo que el concepto de la biosfera que reflejan los pasajes
antes presentados distingue a los procesos vivos de los
abióticos.
Subrayemos esta cuestión. Uno no encuentra esta
cualidad de comportamiento, única de la especie humana, en la
biología; tal como ponía de relieve Vernadsky, el principio de la
vida no ha de hallarse dentro de los confines ontológicos del dominio
abiótico.
De ahí que, en el estudio de las especies vivas, no
definamos la vida como un fenómeno del laboratorio inorgánico,
sino sólo como lo hace Vernadsky, en términos de los efectos que
no pueden producirse con una física abiótica. A la vida sólo la genera la
vida. La cognición se genera, no como una característica de
los procesos vivos, sino como el impacto característico del principio
respectivo superior de la cognición sobre los procesos vivos.
Por ende, el método que usa Vernadsky es el de los
estudios sistémicos de los fósiles. Comparamos los fósiles
de la actividad abiótica en contraste con los de la actividad viviente, y
contrastamos los procesos cognoscitivos con los fósiles de la actividad
viva no humana. Sólo la
cognición puede producir una respuesta cognoscitiva. Son los
artefactos de la cognición los que expresan humanidad. Los fósiles
de la acción cognoscitiva son los que revelan las pruebas de la
existencia y el carácter de la especie humana. Cada clase de
distinción categórica que Vernadsky cita, como en los pasajes de
muestra de su documento de 1935, tiene un paralelo al distinguir el contenido de
la noosfera del de la biosfera.
Así, la diferencia entre la especie humana y otros
entes vivos reside en la diferencia del ordenamiento del cúmulo de sus
fósiles. No podemos ver la vida en la física de los procesos
abióticos. No podemos ver la cognición, la distinción entre
el ser humano individual y la bestia, en la materia viva del individuo humano.
Vemos la cognición en sus artefactos, en los artefactos de esas
facultades creativas de la mente humana individual que no pueden encontrarse
dentro de los linderos de la biología. En la biosfera, vemos manifestarse
el poder de la vida en el ordenamiento en marcha de los fósiles. En la
noosfera, vemos, como la clase pertinente de “fósiles”, los
efectos de las facultades noéticas de la mente del miembro individual de
la especie humana.
En los fósiles de la biosfera, rastreamos la sombra
de la mano de la vida. En los fósiles de la noosfera, rastreamos la
sombra de la mano de la cognición, del principio noético de la
mente soberanamente individual.
Observa a esa luz el principio físico del dominio
complejo, como lo dejó claro con oportunidad la combinación de la
disertación de habilitación de Riemann de 1854 y su Teoría de las
funciones abelianas de 1857.
Geistesmasse
y el principio de Dirichlet
La noción del dominio complejo fue un desarrollo
necesario de las matemáticas, a fin de liberarlas de la perversión
de las matemáticas formales, de su esclavitud al sistema de un conjunto a priori de dizque definiciones,
axiomas y postulados del reduccionista. Fue el uso de Riemann de este trabajo de
Carl Gauss, para liberar a la ciencia del aturdimiento que las definiciones,
axiomas y postulados dizque “autoevidentes” provocan en la mente
humana, como hizo Riemann en su disertación de habilitación de
1854; fue la continuación de Riemann de ese avance, fortalecido por el
legado de la obra de Abel y Dirichlet, lo que hizo posible el desarrollo de una
forma de la ciencia física que no estuviera corrompida por los supuestos
reduccionistas apriorísticos o de otro tipo. En este logro, como el de
Riemann, la obra de Leibniz y Gauss, y la de Cusa, Leonardo y Kepler antes de
Fermat y Leibniz, estuvieron entre los precedentes modernos más
decisivos.
La necia fe ciega del reduccionista en la supuesta
autoevidencia de la experiencia de la percepción sensorial, depende de
desatender el hecho elemental de que la experiencia sensorial no es la realidad per se, sino más bien
sólo el reflejo conciente de los sentidos, del impacto de algunos
aspectos de la realidad física sobre ellos. Dentro de los confines de una
matemática basada estrictamente en nociones reduccionistas orientadas por
la percepción sensorial, como las de la geometría euclidiana del
aula de clases, no queda lugar para la existencia demostrada mediante
experimento de una forma eficiente de principio físico universal. Este
problema de representación quedó resuelto, en gran medida a
través del trabajo de Gauss que sentó las bases para el concepto
físico de un dominio complejo. Sin embargo, el principio así
expresado por Gauss y demás, ya estaba implícito en la idea de la esférica que expresaba el
trabajo de los pitagóricos, y de Platón después de
ellos.
Las percepciones sensoriales demostrables mediante
experimento son reales, pero no son la realidad como tal. La realidad la
expresan, de manera típica, nociones tales como la vida y la
cognición, dos clases de veras
eficientes de estados del universo físico, cuyos efectos cobran
expresión eficaz como la experiencia de nuestros sentidos, pero que por sí mismas no son los
objetos explícitos de la percepción sensorial. Conocemos
estas realidades llamadas trascendentes, tales como la vida y la
cognición, sólo en el modo en que lo refleja la noción del
dominio complejo de Gauss y Riemann. Riemann reconoció el principio de
Dirichlet como el pegamento ontológico necesario que hizo de veras
comprensible el nexo entre los dos aspectos de la función compleja.
Reconocemos estas realidades del único modo en que pueden reconocerse:
mediante la práctica exitosa de los seres vivos en general, como las
conocemos mediante la aplicación de las facultades mentales creativas
únicas de la especie humana.
Al considerar el trabajo principal de Vernadsky desde esta
perspectiva histórica en la ciencia, sus definiciones sucesivas de
biosfera (vida) y noosfera (cognición), las implicaciones experimentales
más hondas de la penetración de Riemann en el principio de
Dirichlet, y las implicaciones relacionadas del acento que Riemann ponía
en el Geistesmasse, quedan más
claras desde una perspectiva
experimental.
Explicaré esto, pero, a fin de hacerlo, primero
permíteme centrar de nuevo mi atención en lo que mostraré
que es la cuestión histórica de la esférica.
Esférica, del modo que los pitagóricos y Platón la aplicaban, significa universalidad. La experiencia muestra
que nosotros moramos en la Tierra dentro de un universo profundo, cuya
manifestación más típica para los sentidos son los
movimientos que a nuestras percepciones sensoriales les parecen ordenados, como
si tuvieran lugar dentro de una experiencia esférica del universo que
observamos desde la superficie del planeta que habitamos. Se percibe como una
forma esférica de espacio–tiempo físico de una profundidad
desconocida, pero gigantesca.
Dentro de ésta hay ciertos movimientos observados
que, al normalizarlos para tomar en cuenta los movimientos de la propia Tierra,
son simplemente circulares o esféricos; el universo según la
doctrina de Aristóteles, por ejemplo, el universo de la mera
astronomía.
Luego, hay movimientos astronómicos al parecer
anómalos que no cuadran con semejantes explicaciones simplistas; hay
formas superiores de regularidad que expresan principios físicos
universales invisibles, pero eficientes, que actúan en y sobre el
universo de apariencia astronómica. Estas formas superiores de
regularidad, que definen a los principios físicos universales,
constituyen el dominio de la astrofísica. Esto define la diferencia
esencial entre Copérnico y Kepler, la superioridad esencial del trabajo
de Kepler sobre el de Copérnico y Brahe, la diferencia entre la mera
astronomía y la astrofísica.
Tal como la aplicación del conocimiento de la
fusión termonuclear nos obliga a ver la organización de Kepler del
sistema solar de conformidad, toda la ciencia física orientada a la
Tierra deviene en un aspecto parte de la astrofísica. Así, la
astrofísica es el marco en el que ha de ubicarse toda prosecución
competente de la ciencia física, y desde la cual han de remontarse sus
aspectos más fundamentales, como los que vienen desde Tales, los
pitagóricos, etc., al antiguo Egipto.
El caso de la construcción del pitagórico
Arquitas para doblar el cubo exclusivamente con métodos
geométricos, es, así, el ejemplo principal del principio de la
astrofísica que fue transmitido de los pitagóricos, a
través del método científico de Platón, al presente.
La pertinencia de la solución exacta de Arquitas para doblar el cubo por
construcción, es la provocación del caso que lleva, a
través del ataque de 1799 de Gauss a los desatinos fanáticos de
D’Alembert, Euler y Lagrange, al nivel de desarrollo de la ciencia
física propio de la obra de la vida de Riemann. Este principio
astrofísico es la clave de ese aspecto de la organización de la
mente de Vernadsky que tiene expresión en su enfoque para definir tanto
la biosfera como la noosfera. El esbozo de las tareas adoptadas que plantea el
ya mencionado documento de 1935, es típico de este método.
En la experiencia que representa el dominio complejo
gaussiano, combinamos la noción del objeto percibido con la del efecto
sobre su movimiento que genera el principio no percibido, pero manifiesto de
forma eficiente. Un componente es, en principio, una noción del
fenómeno pertinente dentro del dominio de un espacio–tiempo
esférico universal de la experiencia sensorial. El otro son los
principios físicos universales invisibles, pero reales, que actúan
sobre el objeto de la percepción. La representación moderna de
esta relación es el razonamiento que subyace en el descubrimiento
único original del seguidor de Cusa, Kepler, de un principio de
gravitación universal, un descubrimiento que marca la
transformación moderna de la mera astronomía en un objeto de la
astrofísica. Luego de eso, ya no puede atribuirse el movimiento dentro
del universo observado a la regularidad repetible del movimiento, como hacen los
defensores modernos del estafador Claudio Ptolomeo, sino que ha de remontarse al
poder que ejerce un principio físico universal invisible, pero eficiente
y conocible.
Cuando remontamos la historia intelectual de la idea del
dominio complejo a la esférica que practicaban los pitagóricos y Platón, procedemos en
construcciones matemáticas a través del proceso geométrico
antieuclidiano de doblar del cuadrado, al de Arquitas para doblar
geométricamente el cubo. Las implicaciones de esto quedan más
claras al reconocer los fraudes perpetrados por los ideólogos empiristas
aborrecedores de Leibniz, D’Alembert, Euler, y el protegido de
éste, Lagrange, con relación a la existencia de esas raíces
cúbicas que, de hecho, pueden ubicarse de manera implícita en la
construcción de Arquitas. La ubicación de las implicaciones, para
el caso de la esférica experimental, de las funciones elípticas y superiores implícitas
en el descubrimiento único original de Kepler de la gravitación, y
del descubrimiento relacionado del ordenamiento armónico de las
órbitas planetarias, define la necesidad de ir más allá del
mero concepto de esférica, en
tanto condición para la conceptualización matemática de la
existencia de cualquier principio físico universal.
De modo que, Kepler resumió éste logro y otros
relacionados en el estudio de conjunto del sistema solar, con dos directivas que
comunicó como tareas para los “matemáticos futuros”.
Primero, el desarrollo de un cálculo de veras infinitesimal, de la clase
única que desarrolló Godofredo Leibniz, incluyendo su principio
físico universal de acción mínima al que dio pie la
catenaria. Segundo, la importancia de la generalización de las
implicaciones de las funciones elípticas que muestra, no sólo la
característica de la órbita de la Tierra, sino la
composición del sistema solar en general. La concreción de esta
última tarea fue producto de las contribuciones de muchos
contemporáneos de Gauss, sobre todo franceses y alemanes, pero en
especial de Gauss y Riemann. Éste fue el marco para el desarrollo general
de las nociones de Gauss del dominio complejo y de la curvatura, y de la
continuación de la labor de Gauss mediante los descubrimientos originales
de Riemann.
Sin embargo, nunca debemos perder de vista el hecho de que
estos logros de la ciencia europea moderna tienen su raíz en el legado
egipcio de la esférica que
desarrollaron los pitagóricos y Platón. El progreso nunca fue
simplemente continuo en la historia. El surgimiento de reduccionistas tales como
los eleáticos, los materialistas, los sofistas, los aristotélicos
y los romanos, implicó graves retrocesos intelectuales y morales al
progreso de la civilización europea. Desde la perspectiva
histórica que presenta esa noción de la historia, a las ideas de
los pitagóricos en realidad no las remplazó el avance de esos
sistemas reduccionistas que repudiaron la base
pitagórico–platónica original. Las cuestiones
axiomáticas esenciales que enfrentaron los pitagóricos siguen
estando entre las más decisivas para el método científico
hoy.
El quid de todo asunto ontológico que plantea
así la historia conocida de la civilización, de la
civilización europea sólo en su modo específico, puede
plantearse como una pregunta: “Puesto que está probado que los
principios físicos universales existen con eficiencia plena, aunque por
sí mismos no son objetos de percepción sensorial,
¿cómo es posible que la mente humana pueda concebir un principio
universal como un objeto de la mente?” Para esto, Riemann tomó
prestado en cierta ocasión del filósofo pedagogo antikantiano
Herbart un concepto para tales objetos del pensamiento: Geistesmasse. Más tarde
expresó esta noción refiriendo lo que él identificó como el principio de Dirichlet, con un acento notable en las implicaciones de su
propia Teoría de las
funciones abelianas de 1857, la teoría de la superficie riemanniana generalizada. La
definición de Vernadsky de los métodos de investigación de
la biosfera y su concepto de la noosfera, son conceptos de esta clase asociada
con la noción de Riemann del principio de Dirichlet.
Cualquier principio físico validable es universal en
su propósito y alcance, aunque pueda parecer que se aplique a situaciones
especiales en el universo en general. Podemos decir que parece que cualquier
principio descubierto estuvo asechando, a la espera de su oportunidad para
saltar. ¿Cómo podemos concebir un principio universal en tanto
objeto definido de la mente? Una respuesta útil a esa pregunta
sería el modo en que Riemann remplazó (pero que sin duda no
descartó) su uso del término Geistesmasse, por su acento en el
principio de Dirichlet. Es poco lo que le volvimos a escuchar de forma
explícita a Riemann sobre el tema del Geistesmasse, porque el término
físico–matemático técnico para ese objeto nombrado
cambió por el del principio de
Dirichlet.
El principio de
Dirichlet define una clase de objetos mentales con una eficiencia
física que nunca percibimos, pero cuya existencia la demuestran con
eficacia los experimentos de naturaleza decisiva. La Vida y la
Cognición son cualidades
superiores de expresión de tales objetos.
Estos objetos no existen como algo real en el vocabulario de
los intelectos relativamente estupidizados de la clase que los teólogos
conocen como gnóstica, como los
reduccionistas, como los materialistas, empiristas, positivistas,
existencialistas, y como los asesinos en el nombre de la religión, del
estilo del gran inquisidor de Dostoyevsky, que puede decir
“mátenlos a todos y que Dios los castigue”.
Dicho esto, procedamos a llevar la mayor discusión de
este tema a mi propio fuerte, el tema de la ciencia de la economía
física.
2. La ciencia de la economía
física
La misma cualidad de reto conceptual que planteó el
caso de 1935 de Vernadsky para el dominio biogeoquímico, surge como el
aspecto central cualitativamente más profundo de organización que
nos presenta el tema de la ciencia económica. Este hecho no debe
sorprender a ninguna persona pensante madura de nuestros tiempos. La
cognición es de un orden superior al de los dominios abiótico y
biótico.
Ya está implícito en lo que va escrito en las
partes previas de este informe, que yo ubico la autoridad de las pruebas de una
ciencia de la economía física en el nivel más alto de las
ramas de la ciencia. La base para hacer este razonamiento está
implícita en los logros de Vernadsky en definir la biosfera y la noosfera
de manera sucesiva. Como replantearé el caso en posteriores instancias
oportunas en este escrito, las características funcionales de la
práctica viva de una ciencia de la economía física bien
definida son la suma de la capacidad del hombre para adquirir y probar cualquier
clase de conocimiento experimental nuevo. Es en las observaciones y experimentos
realizados desde la perspectiva de ese pináculo del lugar del hombre en
el universo, su lugar en la noosfera, que ha de encontrarse el nivel supremo del
conocimiento de la ciencia física accesible al hombre.
El lector debe tener presente este asunto, tanto en las
reflexiones sobre lo que he dicho con respecto a la ciencia, como en lo que voy
añadir adelante.
Después de todo, el hombre es un organismo vivo cuya
existencia depende y forma parte biológicamente de la biosfera. No
obstante, ésa no es la distinción esencial de la especie humana,
ni del miembro individual de esa especie. La distinción esencial es
“intelectual”, es una cualidad a imagen del Creador del universo,
una cualidad de un orden superior a cualquier cosa experimentada por cualquier
otra especie viva. Puesto que, como lo subraya Vernadsky, la noosfera se expande
con relación a la biosfera, entonces, así como la biosfera debe
seguir creciendo con relación al dominio abiótico inmediato de la
Tierra, debemos decir que, tal como Vernadsky destaca que los procesos de la
biosfera usan el material abiótico y lo intercambian dentro del dominio
abiótico, así los aspectos bióticos del individuo humano, y
los individuos tienen un uso acorde a esos principios superiores que expresa la
noosfera.
El paso personal de la humanidad a la exploración del
espacio solar cercano en la historia reciente, implica que la noosfera absorbe
al sistema solar, así como al de la Tierra misma.
Estas consideraciones apenas planteadas no son meras
analogías, sino descripciones adecuadas de cómo están las
cosas ya en marcha.
Por ende, la economía, en tanto que no cobre
expresión en formas de comportamiento humano generalizado que degraden a
los seres humanos al potencial de población de “cero
crecimiento” relativo de una especie de simio, es una expresión del
orden más alto en el universo que conocemos de manera explícita:
la noosfera. Por consiguiente, nadie debe asombrarse de descubrir que cualquier
teoría económica competente debe contar con las
características esencialmente más distintivas que han de
heredarse, por así decirlo, del conocimiento de la función que
tienen los principios que distinguen las características respectivas y
combinadas de la biosfera y la noosfera. En otras palabras, las mismas clases de
calificaciones que la obra de 1935 de Vernadsky especifica para la
distinción entre la biosfera y el dominio abiótico, y de modo
similar, para la distinción entre la noosfera y la biosfera, representan
los fundamentos implícitos de cualquier enfoque competente para definir y
gobernar una economía moderna real.
En la suerte de ejemplo más simple del descubrimiento
de un principio físico universal, el aparato, o el equivalente funcional
que usemos, contiene un aspecto que corresponde a la demostración del
principio que está a prueba. Esto es típico de la
elaboración de diseños de máquinas–herramienta con
propósitos tales como probar un principio experimental hipotético.
Si el experimento de prueba tiene un resultado positivo, el aspecto pertinente
del diseño de la máquina–herramienta experimental u otro
parecido, deviene entonces en el punto de partida para diseñar procesos,
tales como los que pudieran usarse en las manufacturas, procesos que incorporan
la función del principio descubierto en la práctica humana
cotidiana.
A menudo he empleado la imagen de la “pecera”
para ilustrar el significado de esta clase de experiencia. Esta
consideración nos lleva al grado de reflexionar acerca de un problema
fundamental de la economía considerada como un proceso físico,
más que monetario.
Hasta ahora, en las sociedades contemporáneas la
mayor parte de la gente opera sobre la base de un conjunto de supuestos
más o menos concientes del individuo típico, algunas de las cuales
tienen sustento en la práctica, y muchas son francamente absurdas. El
conjunto total de tales supuestos, los útiles y los falsos combinados,
constituye un estado mental que puede compararse con la condición de un
pez cautivo en un recipiente como de pecera. Así, puede que de seguido
nos parezca que al comportamiento de esas personas que observamos moverse lo
confinan paredes virtuales, como las de un recipiente, cuando en realidad no hay
tal “pared” fuera de su propia mente. Esa gente no responde al mundo
real; confinan su proceder a un mundo imaginario especial, cuyas
“paredes” no sólo son una combinación de supuestos
axiomáticos tanto respetables como absurdos por igual, sino que
también refleja una gran ignorancia e indiferencia ante muchos principios
reales y condiciones que existen en el universo.
La ilustración más simple del aula de clases
puede ofrecerse mostrando el carácter patológico del conjunto de
definiciones, axiomas y postulados asociados con la geometría euclidiana
o cartesiana del aula. Esto nos presenta un caso en el que todas estas
variedades de supuestos son falsos. Las construcciones realizadas conforme a los
principios de la esférica que
emplearon los pitagóricos y Platón nos llevan a cálculos
directos y precisos, en tanto que los intentos por abordar el mismo asunto en el
marco de una geometría euclidiana o cartesiana se convierten en la causa
de rituales que incurren en frustraciones innecesarias, y a menudo en errores
embarazosos
también.
Sin embargo, debemos conceder que la mente euclidiana o
cartesiana ideal, aunque es inherentemente patológica por derecho propio,
puede parecer casi una maravilla de orden, hasta de cierta excelencia, al
comparársele con las opiniones diarias hoy predominantes de la
mayoría de la gente sobre el tema de la conducta científica y
social en general. No serían necesarias mayores concesiones a este
respecto, ni permisibles.
En cualquier caso, la eliminación de supuestos falsos
de corte axiomático o la adición de un principio universal
válido descubierto, tiene un efecto que hace que la esfera del
comportamiento se extienda a un dominio fuera de las paredes tácitas del
sistema previo de creencias como de pecera de esa persona. El efecto de tales
cambios es elevar el poder de la actividad humana del caso en algún orden
de magnitud.
Así, por ejemplo, el aumento de la densidad
energética que manifiesta el progreso tecnológico, de la luz solar
a la combustión de madera, al carbón de leña, al
carbón y el coque, a la energía nuclear y termonuclear, representa
una suerte de efecto que podemos interpretar como aumentos deliberados del ser
humano en la intensidad del calor por metro cuadrado del corte transversal del
flujo calorífico de que se trate. Mis colaboradores y yo a menudo hemos
hallado conveniente presentar este hecho en el lenguaje de una “densidad
de flujo energético”. Estos aumentos de densidad y otros
relacionados del equivalente del flujo calorífico los marcan puntos en
los que ocurre un cambio cualitativo en la relación de la sociedad con su
medio ambiente, un cambio que va de un sistema relativamente menos poderoso a
uno más poderoso.
Por lo general, es la intensidad del flujo
calorífico, más que la cantidad total de calor añadido, lo
que define los puntos decisivos en este proceso. De ahí que, proceder a
partir de varias formas de combustión química como fuente de
calor, hasta la fisión nuclear y luego a la fusión termonuclear,
corresponde a cambiar a formas cualitativamente superiores de acción
física. Los valores críticos marcados en la escala de tales
cambios, corresponden a estados físicos sucesivos superiores, de tal que
el poder de la humanidad sobre su medio ambiente, per cápita y por
kilómetro cuadrado, aumenta su calidad en cada punto crítico de
cambio cualitativo.
En general, estas mejoras cualitativas en el poder del
hombre para existir son fruto, ya sea de descartar algunos de los supuestos “de corte axiomático” que prueban ser falsos, o de la
adición del uso de un nuevo principio descubierto, o de una
combinación de ambas clases de acción. Esto implica
“derribar las paredes” de la pecera, o empujar las paredes hacia
afuera, para abarcar más y más del universo real en la
búsqueda de la humanidad de una esfera mayor para la cualidad de
acción que sea pertinente al aumento y la capacidad de supervivencia de
la especie humana. Puede considerarse que categorías diferentes de lo que
podemos medir con la burda vara de la “energía”, nos
presentan con “paredes” que sólo pueden atravesarse
realizando cambios cualitativos en el alcance de la práctica
humana.
De manera notable, los hitos principales de las
implicaciones cualitativas de estos aumentos de intensidad pueden ser
moleculares (distinguiendo lo abiótico y lo biótico),
atómicos, nucleares (por ejemplo, la fisión nuclear) o
subnucleares (termonucleares, de materia–antimateria). La cualidad de
acción posible, y el orden de la naturaleza en el que entran los dominios
de tales cualidades de acción, nos obligan a desechar las ideas
simplistas acerca de la
“energía”, y a considerar las actuales creencias populares sobre la “energía”, no como la expresión de la obra de la
naturaleza, sino como el producto de supersticiones elaboradas al servicio de
ideologías falibles.
El descubrimiento de enfoques prácticos para el uso
controlado de los recursos de estos dominios de orden superior relativo, es una
de las maneras en que han de caer los muros de la pecera ideológica de la
práctica cultural en curso.
Los cambios voluntarios en la conducta, la
organización y el uso del poder, mediante los cuales la humanidad
mantiene y también aumenta la densidad relativa potencial de
población de nuestra especie, expresa una distinción única
entre la especie humana y todas las formas inferiores de vida, entre ellas, por
supuesto, todas y cada una de las variedades de simios superiores. La
distinción resultante entre el hombre y las formas de vida inferior,
define un razonamiento tácito que en esencia ubica la existencia del
hombre por encima de la biosfera en la que participa. Eso es así, para el
documento de Vernadsky de 1935, en el sentido de que el principio de la vida
distingue el concierto de los procesos vivos del dominio abiótico. Esta distinción es un principio
universal esencial de las economías verdaderas.
Lo que es cierto del aumento del nivel de la calidad del
poder aplicado, tiene su paralelo en la adopción de otros principios
válidos adicionales en el repertorio de la acción humana.
Tal como el principio que expresan los procesos vivos define
una frontera que separa a la biosfera del dominio abiótico, así el
efecto del principio de la cognición define una noosfera que es distinta
de la biosfera en lo funcional y de otros modos. Los tres dominios, el
abiótico, la biosfera y la noosfera, interactúan e intercambian
material entre uno y otro, pero, como alega Vernadsky en el mencionado documento
de 1935, la frontera que separa un proceso de los demás es precisa, y
tiene la cualidad de un principio físico universal legítimo. La
noción del principio de Dirichlet es el concepto adecuado para tales
fronteras.
No hay ninguna de las condiciones que he seleccionado de lo
que describe Vernadsky, en el informe de 1935, para esta clase de
distinción entre la biosfera y el dominio abiótico, que no tenga
un correlativo en la distinción entre la noosfera —que es como decir la economía
física—, y lo abiótico y la biosfera, aunque sea el
mismo material abiótico y orgánico del universo en general que
comparten entre ellos. Los tres sistemas, el abiótico, la biosfera y la
noosfera, tienen cada cual un principio de acción universal
característico, distinto del de los otros dos. En cada caso, la
acción dentro de ese dominio está organizada conforme a ese
principio característico del dominio, pero los principios típicos
de cada dominio y, por ende, el resultado, son diferentes.
Sin embargo, aunque sea correcto subrayar la
distinción relativa entre cada dominio y los otros, hay principios
superiores que definen el estado llano de los elementos de ese dominio triple y
que también ordenan las relaciones entre
ellos. Esto nos lleva al reto que representa la idea de la propia cognición
humana. Después de tratar la cognición en tanto creación,
llevaré de nuevo nuestra atención a la cuestión de la
comparación de los modos en que Vernadsky y yo nos hemos obligado, en lo
respectivo, a abordar los temas de principio universal asociados con el
fenómeno respectivo de la vida y la cognición.
¿Qué es y qué no es
creación?
El descubrimiento y el uso
humano de un principio físico universal descubierto, no sólo es
una acción física eficiente. Es una de las expresiones esenciales
de la cualidad más típica de la actividad categóricamente
humana. Para seguir a Vernadsky: define
el modo en que la sociedad (o sea, la noosfera) organiza el flujo de materiales
abióticos y orgánicos que absorbe, usa y despide.
A estas alturas, tengo que ilustrar esa cuestión de
modos que requieran lo que podría denominarse la experiencia
económica práctica de cualquier ciudadano inteligente.
El individuo piensa en una clase de producto típico
de la agricultura o de las manufacturas como un objeto independiente, producido
por la voluntad de un conjunto definido de personas que dan los pasos adecuadas
en algún lugar definido. De manera típica, este objeto producido
ha de transferirse a algún otro lugar donde quizá lo almacenen por
un tiempo, o comprarse y llevarse para su consumo.
Ese individuo piensa en el intercambio del producto o
servicio que produce una persona, por un producto o servicio diferente de otra
persona. Típicamente, a cada una le parece que todo esto puede explicarse
en el lenguaje que usa la práctica de la contabilidad financiera. En
esencia, esa clase de creencia en la contabilidad es una ilusión.
La relación entre el producto particular o el acto de
producción dentro de una economía, y la economía en su
conjunto, tiene un carácter más que sólo análogo a
la relación que hay entre todos los componentes de la biosfera entre
sí, y el dominio abiótico.
Como recalcó Vernadsky en su obra publicada de 1935 a
la que se hace referencia en lo principal aquí, el rasgo
característico del conjunto de la biosfera es su desarrollo total, un
desarrollo de una importancia relativa menor, a una relativamente mayor para
nuestro planeta, y por ende, de modo implícito, para todo el universo.
Este desarrollo, cuando ocurre, es característicamente
antientrópico. Por antientrópico me refiero a un sistema que en
general es de una antientropía característica, que expresa un
principio de acción universal que mueve su universalidad como un proceso,
de estados inferiores a estados superiores de organización. No significa
“entropía negativa”, como un caso de retroceso local temporal
de una entropía universal.
Así que, la vida es característicamente
antientrópica.
En el caso de la sociedad, el proceso de incremento dirigido
de la noosfera también es de una antientropía
característica. Pueden existir estados entrópicos absolutos o
relativos en una parte o en la totalidad de la biosfera, o a veces de la
noosfera, pero tales condiciones son estados de suyo patológicos de esos
espacios–fase.
Para replantear la misma cuestión, digamos que la
humanidad es típicamente prometeica, en el sentido de ese término
que asociamos con el Prometeo encadenado de Esquilo. Recuerda que el perverso Zeus olímpico condenó al
inmortal Prometeo a una tortura casi eterna por impartirle el conocimiento del
uso del fuego a los seres humanos.
En otras palabras, Zeus, como el fisiócrata del
doctor François Quesnay, y Turgot después, degradaba al hombre del
modo que Quesnay basaba su doctrina de laissez–faire en el supuesto de
que los agricultores sólo eran, en lo funcional, una forma de ganado en
la propiedad del terrateniente. Recuerda que todo el dogma económico del
sistema liberal angloholandés de lord Shelburne estaba basado en la
doctrina de “libre cambio”, misma que el lacayo de Shelburne, Adam
Smith, plagió del dogma del laissez–faire de Quesnay y
Turgot. De modo parecido, Bernard Mandeville, el llamado “santo
patrono” de la infernal Sociedad Mont Pelerin de hoy, basaba la ganancia
de la sociedad en la licencia desenfrenada al vicio privado como el de la
Enron.
En realidad, a diferencia del Zeus olímpico, el
hombre y la mujer hechos a imagen del Creador son creativos por naturaleza. El
progreso científico basado en los efectos que cristaliza el
descubrimiento y comando interminables de los principios físicos
universales, constituye la naturaleza esencial de la humanidad, la naturaleza
esencial de la noosfera. De modo que, tal como la evolución de las
especies de vida lleva a la Tierra a estados superiores de existencia, por
encima de lo abiótico, así la forma característica de
intervención exitosa de la sociedad representa el aumento del poder del
hombre sobre el planeta, per cápita y por kilómetro cuadrado de la
superficie del orbe. Esta actividad creativa, que la sociedad moderna ha
reconocido en los beneficios del progreso científico y
tecnológico, es en esencia antientrópica.
Esto nos lleva a una parte decisiva del razonamiento
pertinente. Dado que la actividad característica que define la existencia
y persistencia de la noosfera es la antientropía universal, el rasgo
característico de toda acción dentro de la noosfera es su
antientropía relativa. La parte esencial de lo que se intercambia
en el proceso económico entero es la antientropía relativa que
expresa el modo en que está organizada la generación,
circulación y consumo de los productos.
A este respecto, las características de la biosfera,
del modo que Vernadsky y su laboratorio las definieron, y la noosfera, como yo
defino a las economías físicas en tanto totalidades, son
análogas. Todo lo que he referido, a este respecto, al citar el documento
de Vernadsky de 1935, tiene un paralelo en mis métodos de la ciencia de
la economía física. Las relaciones entre los productos de la
noosfera se hacen eco de las relaciones entre los elementos químicos que
circulan dentro de la biosfera, como en el recuento de Vernadsky de 1935, de
tales clases de relaciones entre la biosfera y el dominio abiótico.
Ambos dominios, la biosfera y la noosfera, son
característicamente antientrópicos, pero las
características difieren en términos cualitativos.
La globalización en tanto forma de maldad
En su expresión
más amplia, la creatividad la expresan los modos clásicos de la
composición artística (a diferencia de la mayoría de las
principales preferencias en el arte popular actual) en las formas de arte
plásticas y no plásticas, y en su aplicación a otros
aspectos de la práctica humana. La creatividad no es algo opcional en las
alternativas del comportamiento humano; es lo único que de veras
distingue a tu elección de candidato político, o de pintor o
músico, de los simios.
Es mediante esa acción de la mente humana individual,
que no sólo se descubre el repertorio de cantidades mayores de principios
físicos universales, sino que se despliega para alterar de modo
cualitativo la relación del hombre con el universo, en una
dirección ascendente. El aumento de la
noosfera, en relación tanto con el dominio abiótico como con la
biosfera, a través de los frutos de la cognición volitiva, no es
sólo como un cambio en la relación de la humanidad con el
universo; es un cambio eficiente en las características de la
acción en ese universo. Tal como la biosfera, incluyendo sus
productos fósiles, toma cada vez más control de la Tierra,
así la acumulación del progreso científico y
tecnológico alcanzado a través de la cognición de almas
individuales está aumentando su dominio del planeta en relación
con la biosfera.
Hace poco tuve la oportunidad de señalar cierto
absurdo que empapa las creencias comunes sobre la mentada
“globalización”. Esa discusión ocupa un lugar
notablemente pertinente a estas alturas de mi informe. Ilustra la
cuestión que acabo de señalar sobre el tema de la
creatividad.
Las mentes sugestionables y con una educación
más deficiente piensan en la economía como lo hacían los
partidarios de Bernard Mandeville, Adam Smith y el Jeremías Bentham del
Ministerio de Relaciones Exteriores británico. En realidad, contrario a
la opinión “monetarista” dominante más o menos
corriente, es una norma de sentido común en la economía moderna,
que cerca de la mitad del costo verdadero del producto total indispensable del
trabajo en la sociedad, tiene expresión en lo que denominamos
infraestructura económica básica. Como vemos en el enorme margen
aún permanente de pobreza en las casi tres cuartas partes de las
poblaciones de las principales naciones con tecnologías agroindustriales
avanzadas, como China e India, la necesidad de tener una elaboración y
distribución suficientes de formas en verdad modernas de infraestructura
que manifiesten la tecnología moderna, muestra como una burla la
búsqueda de los inversionistas fugitivos estadounidenses y europeos de
productos menos costosos, en lo que hoy llaman la
“globalización”.
En semejantes casos, tenemos que ver el precio más
bajo de los productos que producen esas naciones como la causa de la terrible
miseria de hasta el 70% de la población total. La miseria es más
que nada un reflejo de no pagar, y de no poder pagar, el precio necesario de los
productos producidos a precios más baratos, con mano de obra más
barata.
Esto lo refleja el terrible grado de destrucción de
las economías internas de Estados Unidos de América, Europa y
otros bajo el mentado sistema monetario de “tipos de cambio
flotantes” del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial
actuales. En estas tres décadas, desde mediados de los 1970
aproximadamente, hemos abaratado el precio de los productos que se consumen en
EUA y Europa, exportando la producción a regiones del mundo donde la
producción es más
barata. Lo barato es el fruto, no sólo de los bajos salarios que pagan esas otras
naciones, sino, de forma más significativa, de la falta de
inversión en formas modernas de infraestructura económica
básica.
Por tanto, los intereses financieros que controlan este
cambio en la economía mundial, exigen salarios salvajemente menores para
las poblaciones en general de las naciones a donde ha huido la
producción, pero también insisten en suprimir el costo de
proporcionarle infraestructura económica básica moderna a estos
nuevos mercados, al tiempo que destruyen la base productiva de las potencias
otrora industrializadas como las de EUA y Europa.
Entre tanto, en el intento de Europa y EUA por competir con
la producción barata que han engendrado en las naciones con niveles de
ingreso familiar mucho más bajos, los Gobiernos de EUA, Europa y otros,
han consentido —en efecto— en cortarse sus propios cuellos
económicos deprimiendo los precios del trabajo y la inversión en
infraestructura a niveles del “Tercer Mundo”, mientras que, al mismo
tiempo, los precios de los bienes producidos en el exterior bajan más y
más, y más aun, transfiriendo la producción de las naciones
ya de por sí pobres de mercados de mano de obra barata, a naciones con
las peores condiciones de vida nacional imaginables.
Como resultado de esta práctica de la mentada
“globalización”, la densidad potencial de población
del planeta ha caído a niveles muy por debajo del actual de la
población mundial. La globalización es, por ende, la
práctica del genocidio, como en África, pero también a una
creciente escala global.
Podría decirse y escribirse mucho de la mente y la
moral de esos círculos influyentes que han urdido e impuesto esa
política práctica en nuestro planeta. Sin embargo, por ahora,
momento, tratemos esto como un hecho científico, como una cuestión
de necedad manifiesta y generalizada, más que como intenciones
aviesas.
De continuar esta tendencia, llamada “globalización’, alcanzaríamos un momento
crítico, un cambio de fase, de descomposición física
económica en autoaceleración a escala mundial, en el que la
población potencial (digamos, “sustentable”) del planeta
caería a aproximadamente la población actual de China, o mucho
menos, en una generación más o menos. Observa la función de
la inversión en infraestructura económica básica desde esa
perspectiva. La vida humana ya está abaratándose, en la mayor
parte del mundo, incluso en el mismo EUA, a un precio que cae a un ritmo
acelerado. De continuar esto, pronto llegará el momento de un cambio de
fase, en el que el nivel de la población también empezará desplomarse a un ritmo acelerado.
Toda esta caída global se ha concentrado en las
cuatro décadas recientes, desde alrededor de la época en que
Harold Wilson asumió el puesto de primer ministro en el Reino Unido,
más o menos desde que Zbigniew Brzezinski emitió su proyecto de
fines de los 1960 para una “revolución tecnotrónica”,
desde aproximadamente cuando hizo erupción la ultradecadente
“contracultura del rock, las drogas y el sexo” de los
“sesentiocheros” y las modas populares del LSD, la marihuana y
demás de esa cultura
decadente. Este cambio, que se puso en práctica primero, del modo más
notable, en las economías de Europa y las Américas como el
cacareado “cambio de paradigma cultural” de las últimas
cuatro décadas, es clave para entender cómo es que naciones otrora
poderosas y cada vez más prósperas, como las de
Norteamérica y de Europa, también se han destruido adrede a
sí mismas en el transcurso de estas cuatro décadas a la fecha, y
su locura ha llegado al tal extremo que se vanaglorian a sí mismas por
hacer este cambio.
De otro modo, la pauta de la “globalización” que acabo de describir en resumen, puede
estudiarse con provecho a partir de una opera distinta, la del concepto de la
noosfera de Vernadsky.
El nivel de poderes productivos del trabajo obtenido
mediante el progreso tecnológico, no lo determina sólo la cualidad
de tecnología que expresan los procesos agrícolas y
manufactureros. Los poderes productivos del trabajo que expresa el proceso de
producir para el mercado para el mercado, los determina en gran medida, y aun en
lo principal, el papel de la infraestructura económica básica
suministrada como el ambiente para los actos de producción de los objetos
consumibles comprados. Esta infraestructura económica básica se
expresa tanto como el ambiente necesario para la producción misma, como
el ambiente necesario para la población que participa en esa
producción.
Al tomar en cuenta esos factores, la mano de obra más
barata en las llamadas naciones en vías desarrollo en realidad no es un
medio para reducir el costo físico de mantener al mundo a un nivel actual
de densidad relativa potencial de población.
Una fuente de complicaciones que tiende a encubrir las
realidades físicas de la “deslocalización”, es la
diferencia entre el precio en la actualidad, y el precio que tendrían los
mismos bienes de ser producidos y vendidos en condiciones en que las
economías del mundo consideradas como totalidad en realidad estuvieran
empeñadas en el crecimiento neto a largo plazo, como tendía a ser
el caso en las primeras dos décadas de la Europa de la posguerra y en las
Américas, por ejemplo. Esa experiencia previa debe compararse con lo que
ahora se muestra como una onda larga de caída neta en esas regiones, una
caída que persiste en la actualidad, y que comenzó en varios
momentos, según el caso, a lo largo de las últimas cuatro
décadas.
La realidad de las últimas cuatro décadas
comienza forzosamente a demostrarse cuando tomamos en cuenta la pérdida
de instalaciones modernas de producción, el descenso del nivel de vida
físico de las poblaciones de una nación en su conjunto, y la
demanda creciente de que los costos que antes pagaban las naciones, se recorten
más y más, una y otra vez. Es como si los gobiernos, como el de la
segunda gestión del presidente estadounidense George W. Bush hijo, le
dijesen a sus pueblos: “estamos llegando al punto en que ya no podemos
darnos el lujo de mantenerlos con vida”. Los recortes salvajes de las
pensiones y los servicios de saludo en EUA y en Europa Occidental, son
emblemáticos de esta tendencia patológica.
Lo que hemos denominado “infraestructura
económica básica” no sólo es una parte esencial del
costo de producción del producto de mercancías ofertables de una
nación. El nivel de desarrollo tecnológico y de intensidad de
capital físico de la inversión en infraestructura es en sí
mismo un multiplicador de la productividad del trabajo empleado en la
fabricación y distribución de productos agrícolas y
manufacturados.
Da un paso atrás. La reducción del costo
físico de la producción de bienes mediante el progreso
científico y tecnológico ocurre tanto en la forma en que este
progreso se incorpora en la inversión en la infraestructura
económica básica, como en los costos directos de producción
y distribución de los productos manufacturados y agrícolas.
En consecuencia, al cambiar la producción a los
países más pobres, mientras se deja que se eche a perder y se
desecha la infraestructura y la producción en naciones tales como las de
Norteamérica y de Europa, hemos reducido el producto neto per
cápita del mundo en su conjunto, al reducir el nivel neto de
tecnología que expresa tanto la infraestructura económica
básica como la producción de bienes vendibles. Destruimos a las
naciones, tales como a EUA y a las de Europa, que tenían la mayor
concentración de inversión en el mantenimiento y mejoramiento de
la tecnología productiva y la infraestructura económica
básica relacionada, al tiempo que empezamos a depender de la
producción de una pequeña fracción de la población
total en las llamadas economías en vías de desarrollo,
“economías en vías de desarrollo” en las que el nivel
tecnológico de producción y el nivel de vida es por lo general
bajo, y hasta muy bajo. Lo que se ha puesto en boga describir como la
“globalización”, ha sido un proceso que no puede negarse de
hecho ha devenido en el desplome de la productividad del planeta considerado en
su conjunto.
Dado que la vida física útil de la mayor parte
de la infraestructura económica básica de la cual depende la vida
moderna es del orden de entre una y dos generaciones, las casi cuatro
décadas de creciente descuido en remplazar y reparar la infraestructura
económica básica han llevado a gran parte del mundo, y del modo
más notable a Norteamérica y a Europa, a un nivel de potencial
productivo muy inferior al que había en los 1960. Ha llegado el momento
en el que la infraestructura gastada y la inversión perdida en la
agricultura y la industria moderna, debe reemplazarse rápido, a gran
escala, o habrá un derrumbe súbito del potencial productivo a
niveles muy por debajo de lo usual hasta este momento. El acercarnos así
a la fase final de un ciclo de capital de largo plazo en secciones pertinentes
del mundo, define ahora un precipicio para la economía mundial como un
todo en el período inmediatamente a la vista. A menos que haya un viraje
drástico y repentino que lleve de nuevo a la inversión vigorosa en
la infraestructura económica básica, el declive a largo plazo
aparentemente más lento experimentado por la economía en las
décadas recientes, pronto será sacudido por un ritmo relativamente
precipitoso de declinación física, y hasta por un derrumbe.
La economía y la noosfera
Ahora vuelve a tomar en consideración los siguientes
pasajes del documento de 1935 de Vernadsky que cité al principio de este
informe. Vuelve a tomar en consideración la fórmula, ahora
ligeramente modificada: Ésta, la
cognición, define el modo en que la
sociedad (o sea, la noosfera) organiza el flujo de materia abiótica y
orgánica que absorbe, usa y desecha. Compara mis conceptos con los
que plantea Vernadsky para el caso de la biosfera.
A este fin, voy a intercalar aquí algunos
planteamientos, a manera de comentarios, sobre algunas de las cosas que he
planteado antes. Al repetirlos de este modo, podemos esperar hacerle más
claro al lector lo que ya he planteado sobre este asunto arriba.
Por ejemplo, citando y parafraseando ligeramente a
Vernadsky:
“Si a esta estructura se le llama mecanismo,
sería un mecanismo especial, muy peculiar, un mecanismo que cambia de
forma continua —un equilibrio dinámico— que nunca alcanza un
estado estrictamente idéntico en el pasado ni en el futuro. En todo
momento en el pasado y futuro el equilibrio es diferente pero muy semejante.
Contiene tantos componentes, tantos parámetros, tantas variables
independientes, que no es posible ningún regreso estricto y preciso a
ningún estado de su forma previa. Puede obtenerse una idea de esto
comparándolo con el equilibrio dinámico del propio organismo vivo.
En este sentido es más conveniente hablar del estado organizado, en vez del
mecanismo de la biosfera”.
Apliquemos esta imagen a la economía como la he
descrito en las páginas inmediatamente precedentes. En vez de considerar
a una economía como lo han hecho esos charlatanes como Mandeville,
François Quesnay, Adam Smith y Jeremías Bentham, piensa en una
economía como una clase de organismo. Esta vez, vela como un organismo de
la noosfera, no de la biosfera
“La vida”, en este caso el principio de la
razón creativa, “está conectada de forma continua e
inmutable a la” noosfera, y también con la incluida
“biosfera. Es inseparable de ésta en lo material y lo
energético. Los organismos vivos están conectados a la biosfera
mediante su nutrición, respiración, reproducción y
metabolismo. Este nexo puede expresarse de forma cuantitativa con
precisión y a cabalidad por la migración de átomos desde la
biosfera al organismo vivo y viceversa —la migración biogénica de
átomos. Entre más enérgica sea la migración
biogénica de átomos, más intensa es la vida” o, en
este caso, la cognición. “Ella”, en este caso, la
economía, “casi se extingue o apenas parpadea en las últimas
fases de la vida, cuya importancia en el estado organizado todavía
está por evaluarse, pero no debe pasarse por alto”.
“La migración biogénica de
átomos” o en este caso, los materiales producidos y consumidos en
el proceso económico integrado de la sociedad en su conjunto,
“abarca la totalidad de la biosfera, y constituye el fenómeno
natural fundamental característico de ella.
“En el aspecto del tiempo histórico —en
una decamiríada, o sea cien mil años— no hay fenómeno
natural en la biosfera más poderoso en lo geológico que la
vida”, y en este caso, que la “vida” humana.
“La importancia geológica principal de estas
masas de substancia que abarca la vida”, en este caso la economía
física, “que parecen pequeñas al compararse con la masa de
la biosfera, está relacionada con su actividad energética
exclusivamente grande.
“Esta propiedad de la substancia viva”, en este
caso la cognición, “que no hay nada igual a ella en la substancia
del planeta, no sólo en el momento dado, sino también en el
aspecto del tiempo geológico, la distingue por completo de cualquier otra
substancia terrestre, y hace la diferencia bien marcada entre la substancia viva
y la inerte del planeta, tanto más en cuanto a que lo vivo derivase de lo
vivo. El nexo entre la substancia viva y la inerte de la biosfera es indisoluble
y material en el tiempo geológico, en el orden del millardo de
años, y la mantiene exclusivamente la migración biogénica
de átomos. La abiogénesis no se conoce en ninguna forma de su
manifestación. En términos prácticos, el naturalista no
puede pasar por alto en su trabajo esta deducción empíricamente
precisa a partir de una observación científica de la naturaleza,
incluso si no concuerda con ella debido a sus premisas religiosas o
filosófico religiosas”.
“Todo el trabajo del Laboratorio”, en este caso,
mis descubrimientos y su uso en la economía, “se basa en dicha
estructura de la” noosfera, “en la existencia de una frontera
rigurosamente infranqueable, de material energético, entre la
substancia” cognoscitiva “y” la no cognoscitiva.
“Es necesario ampliar en esta cuestión, pues a
mí me parece que presenta una vaguedad de pensamiento, que entorpece el
trabajo científico”. Tal es la situación en la
práctica de la economía de las naciones hoy día.
“Aquí no procedemos fuera de la
observación empírica exacta, de la cual son obligadas las
deducciones para el científico, y en realidad para todos; es sobre esta
observación que no sólo puede sino que
debe basar su trabajo. Estas
deducciones posiblemente puedan explicarse de modo diferente, pero en la forma
de generalizaciones empíricas, han de tomarse en consideración en la ciencia, pues una
generalización empírica no es una teoría científica
ni una hipótesis científica, ni una hipótesis de trabajo.
Esta expresión generalizada de hechos establecidos de modo
científico, lógicamente es tan obligada como los mismos hechos
científicos, si se ha formulado de un modo lógico correcto”.
Es lo mismo para la economía hoy.
“La aguda distinción en materia
energética de los organismos vivos en la biosfera —de la substancia
viva de la biosfera— de cualquier otra substancia de la biosfera, penetra
todo el campo de fenómenos que estudia la biogeoquímica”. Es
lo mismo para la noosfera.
Aquí brilla la aplicación del principio de
Dirichlet a los procesos físicos de la economía. A este
propósito, sustituiremos el uso del término “vida” por
el de “cognición”. Ambos términos son cognados de creación. Uno, en tanto se
aplica al principio que expresan los procesos vivos; el segundo, como un orden
superior de creatividad, la cognición definida por el descubrimiento de
un principio físico universal, o equivalente comprobable de modo
experimental por el hombre. En vez de la “migración
biogénica de átomos” de Vernadsky, tenemos “la
migración cognoscitiva de materiales”.
Si aplicamos esa norma del estado normal, saludable de la
noosfera a los datos de la economía de la Tierra en los últimos
cuarenta años, y en especial a partir de la elección del
presidente Richard Nixon, nos veríamos obligados a caracterizar las
doctrinas de la práctica económico–política de la
economía de EUA, y la de Europa también, desde esa época,
como clínicamente dementes. Los criterios del precio más barato y
de mayor rendimiento de utilidad financiera no sólo han fracasado, sino
que han mostrado ser la peor especie de amenaza imaginable para el futuro de la
especie humana, y han mostrado a los economistas de esa inclinación como
una especie fallida.
Por tanto, tomemos el criterio citado de Vernadsky de 1935
para la biosfera como norma de comparación. Adoptemos la intención
de investigar la naturaleza de estos rasgos patológicos de las
últimas tres décadas y media de la economía de EU desde
esta perspectiva. Proseguimos como sigue.
La dificultad que enfrentamos al tratar el tema de la
creatividad humana, así como el problema de método similar que
enfrentó Vernadsky en su definición de la biosfera, es que,
así como el principio de la vida que expresan los procesos vivientes no
radican en el ámbito de la bioquímica, el poder que ordena las
facultades creativas de la mente humana individual no son procesos
biológicos como tales. En ambos casos encaramos algo que es universal y
físicamente eficiente, pero que le es intangible a los sentidos.
No es accidental que un Euler, Lagrange u otros empiristas
no hayan podido abordar de manera eficaz problemas de este tipo. Cuando estos
caballeros comenzaron a negar la existencia de lo infinitesimal en el
cálculo del principio universal de la acción mínima
física de Leibniz, inspirado en la catenaria, eliminaron la
atención a las discontinuidades que delatan la presencia de un principio
físico universal, principio de un tipo que la ciencia griega
platónica clásica halla en la construcción de Arquitas para
la solución de doblar el cubo. Dicho conocimiento no puede alcanzarse por
ningún método inductivo ordinario, ni tampoco por cierto con los
métodos de las “ciencias” inductivo–deductivas
reduccionistas.
A menudo podemos, de hecho, reconocer la presencia o
ausencia de lo que se denomina apropiadamente la creatividad humana en cuanto
hayamos aprendido a conducir dichas investigaciones, pero nuestro conocimiento
del principio de la creatividad intelectual se limita al tipo de pruebas
similares a la referencia de Vernadsky a la biosfera. La acumulación de
fósiles de la biosfera por cientos de miles de años, se aproxima a
la universalidad de modos tales que permiten la investigación
sistemática cómo un principio de vida manifiesta sus huellas. En
la creatividad humana, los fósiles del progreso científico
físico operan con un efecto similar.
La obra de tales figuras relevantes del Renacimiento como
Brunelleschi y Leonardo da Vinci ha identificado con precisión algunos
elementos de descubrimiento en la composición artística que, por
fortuna, aunque al parecer por coincidencia, pueden verificarse como tales por
métodos físico–científicos. Cuando discernimos la
relación del entrecruce de voces en la composiciones clásicas de
J.S. Bach y tales de sus seguidores como W.A. Mozart y Beethoven al demostrarse
en una ejecución, la creatividad puede definirse con precisión en
el medio de la composición musical. En general, al presentar
correctamente las formas de ambigüedad como ironías para
señalar una verdad verificable que de otro modo no es accesible mediante
el uso convencional del lenguaje, puede discernirse una prueba similar.
En el lenguaje, como en el arte, así como la vida
como tal parece inaccesible a los sentidos, es imposible en general transmitir
descubrimientos importantes mediante el uso literal de una costumbre establecida
en el empleo de un idioma. Sólo un intelecto creativo puede descubrir la
existencia de la creatividad. La creatividad sólo puede comunicarse
provocando la activación de la facultad creativa específica de la
mente humana individual. Sin embargo, hasta la más bruta de las bestias,
o de los Presidentes de EU, puede sentir la fuerza desatada por esa creatividad
humana. Por eso, constituye una excelente pieza de la teología mosaica y
de la teología del Timeo de
Platón, el hecho de que sólo el hombre puede conocer al Dios
invisible, aunque el universo tiene que sentir Sus efectos.
En otras palabras, ¿podemos conocer los principios de
una economía sana mediante la aplicación de los métodos que
aplicó Vernadsky a la biosfera a la economía definida como una
expresión de la noosfera? La interrogante queda planteada así
entonces: ¿estaríamos por tanto usando el modelo de la noosfera como
un truco para entender los procesos económicos? ¿O es el caso
también que, el conocimiento de la economía física,
concebida de este modo, es indispensable para examinar la noosfera con una
precisión de la cual carecen los métodos realmente desarrollados
en cualquier registro de la obra de Vernadsky?
3. La sociedad antigua y moderna hoy
El problema científico más significativo a
encarar en los esfuerzos por definir a la sociedad para estos fines, es que la
sociedad moderna tiene características sistémicas que no existen
en las formas antigua y medieval de la sociedad europea. Más aún,
las prácticas generalizadas de las economías nacionales de hoy
día consisten en una mezcla torpe de economía moderna con una
reliquia superpuesta de la sociedad medieval.
El principal problema común en el estudio
contemporáneo y la aplicación de una costumbre llamada
“economía”, es que el concepto generalizado en el mundo de
esa materia ha sido forjado por esa tradición de la usura
finaciero–aristocrática veneciana cuyo producto se conoce hoy
día como el sistema liberal angloholandés intrínsecamente
imperial. Esta perspectiva está representada en la promesa a lo Enron de
Mandeville, de que los grandes bienes sólo vienen de la
proliferación desembarazada de actos mezquinos de maldad privada.
¿Qué tal, entonces, si dejamos de lado la superstición de que
los intereses ganados al préstamo de dinero son el Adán y Eva que
crían al Caín de la economía? ¿Por qué debemos
tolerar la existencia de una criatura que se ha mostrado como la autora de
acciones tan perniciosas como las que ha hecho a menudo el dinero desenfrenado,
como la pestilencia de la especulación en derivados financieros de hoy
día, a una escala tremenda, una suma absolutamente impagable ahora,
muchas veces mayor que el producto total anual del planeta entero?
Este sistema financiero liberal angloholandés, que
sustenta las doctrinas fanáticas de nuestros monetaristas
contemporáneos, es del modo más explícito una reliquia de
una forma de sociedad medieval conocida como el sistema ultramontano,
establecido como una alianza del sistema financiero–oligárquico
veneciano medieval con la caballería normanda. Como la sociedad antigua,
los sistemas medievales ultramontanos subordinaban a la gran mayoría de
la población a la condición de ganado humano, y definían
las relaciones sociales en un modo semejante al razonamiento a favor del dogma
de laissez–faire del
fisiócrata François Quesnay. El razonamiento de Quesnay, del cual
derivó el Adam Smith de la Compañía de Indias Orientales
británica su dogma del “libre cambio”, era, como ya lo he
destacado antes, un eco de la doctrina del Zeus olímpico del Prometeo
encadenado,, que insiste en que hay que negarle a la humanidad el
conocimiento del uso del “fuego”, es decir, de principios
físicos universales.
En la forma contraria de sociedad, el moderno de Estado
nacional soberano republicano conocido también como república, el principio de
organización se llama el principio de
bienestar general. En esta organización de la sociedad las ideas
que corresponden a principios fundamentales de la ciencia circulan de forma
más o menos libre y abundante por la sociedad. De este modo, en la
típica sociedad antigua y medieval, el principio noético no es el
modo de organización característico de la sociedad en su conjunto,
mientras que, en la república soberana moderna europea, a veces llamada
en inglés commonwealth, el
principio noético es la forma característica de acción en
el proceso social.
Aunque el principio de la república comprometida con
fomentar el bienestar general es conocimiento antiguo, como lo representan los
casos de Solón de Atenas, Sócrates y Platón, la
constitución de Estados nacionales basados en el principio de progreso en
la promoción del bienestar general data del Renacimiento del siglo 15 y
de tales casos ejemplares como la Francia de Luis XI y la aplicación de
los principios de éste por Enrique VII de Inglaterra.
La situación se hizo compleja con el resurgimiento
del poder de la oligarquía financiera veneciana a resultas de la
conquista otomana de Constantinopla. Desde la expulsión de los
judíos de España por la Inquisición en 1492, hasta el
Tratado de Westfalia de 1648, la facción veneciana uso el conflicto y la
persecución religiosa, como los seguidores políticos similares a
los flagelantes de Karl Rove en EUA hoy, como arma para dividir a las naciones
europeas modernas emergentes una contra otras. El debilitamiento del poder de
Venecia en tanto Estado potencia en el siglo 17 condujo a la continuación
del modelo veneciano de gobierno cuasi imperial en los modelos de la
Compañía de Indias holandesa e inglesa, basados en la doctrina
especial llamada empirismo de Paolo Sarpi de Venecia, una doctrina que ha
dominado las finanzas del mundo, y la ideología popular de Europa y otros
lugares, desde el Tratado de París de febrero de 1763, que
estableció por primera vez la supremacía imperial de Londres en
aras de la Compañía de Indias Orientales británica a la
sazón.
La forma modelo del Estado nacional republicano soberano
para hoy lo estableció la Constitución federal de EU de 1789;
pero, los efectos en reacción en cadena de la Revolución Francesa
y el dominio y la ruina napoleónica, junto con la corrupción
liberal angloholandesa, aislaron a el joven EUA por un período extendido,
hasta que emergió como potencia mundial durante el período de 1863
a 1876, y como una potencia mundial descollante bajo el presidente Franklin
Roosevelt.
De allí, que tengamos dos “modelos”
principales de economías al estilo europeo hoy día. El sistema
imperial liberal angloholandés de hegemonía
oligárquico-financiero internacional, al cual EUA mismo se ha asimilado a
un grado significativo, por desgracia, contra el verdadero sistema moderno de
Estado nacional que representan los a menudo maltratados principios sobre los
cuales se fundó el sistema constitucional estadounidense. En éste
sistema, tenemos las bases para lo que podría denominarse un modelo
vernadskiano de república noosférica. El proceso de
“globalización” que amenaza con la extinción de la
civilización hoy día, es producto de la tradición
liberal.
La complicación que surge entre los dos sistemas, el
Sistema Americano y el sistema liberal angloholandés, consiste en el
hecho de que hasta ahora ha persistido el papel del progreso tecnológico
como un factor estratégico determinante en lo económico y
también en lo militar, como demostró EUA en la guerra de 1939 a
1945. Este factor ha sido tal que naciones del modelo liberal
angloholandés, que por naturaleza son más aptas por
ideología y temperamento para una forma de sociedad cuasi feudal, que
para una cultura moderna agroindustrial científicamente progresista, no
han podido hasta ahora librarse de la compulsión estratégica de
mantener a su sociedad en base a un compromiso con la continuación del
progreso científico–tecnológico. El intento por consolidar
la forma de imperialismo llamada “globalización”, es un
esfuerzo por eliminar del mundo, de una vez por todas, todo lo que ha logrado la
civilización europea moderna.
Así que, debemos enfrentar la fea verdad, de que el
surgimiento posterior a 1964 de la “contracultura juvenil del rock, las
drogas y el sexo”, y la insurgencia del “ambientismo”,
representa un esfuerzo del interés liberal angloholandés
neoveneciano por librarse de la amenaza estratégica que el progreso
científico–tecnológico representa para la pretendida
continuación de la hegemonía
oligárquico–financiera.
Desde 1789 la alternativa principal al modelo liberal
angloholandés ha sido lo que se conoce como el Sistema Americano de
economía política, un sistema implícito en la
composición de la república constitucional federal de EU.
De recuperar EU la cordura ahora, y se aparta del terrible
holocausto que han desatado el oligarca estadounidense George Pratt Shultz y los
otros que diseñaron el segundo Gobierno de Bush, tendremos una
última oportunidad de detener el descenso en un infierno global. Si
tenemos éxito en hacer eso en el mismo EUA—con cualquier
cooperación que podamos hallar para esa noble empresa— la
misión de una comunidad de Estados nacionales perfectamente soberanos
será emplear el modelo revolucionario estadounidense de 1789 como punto
de partida para movilizar un sistema de cooperación internacional entre
Estados soberanos, un sistema que pudiésemos haber tenido de no ser por
la inoportuna muerte del presidente Franklin Roosevelt.
Entonces las ideas intrínsecas al concepto de la
biosfera y la noosfera de Vernadsky aportarán una necesaria guía
adicional para las nuevas formas de cooperación mundial entre
repúblicas soberanas. En ese caso las ideas expresadas y reflejadas de
otro modo en lo planteado arriba, devendrán en una realidad posible para
la humanidad como un todo.
FIN
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