Brasil y Argentina tienen a los banqueros con los pelos de punta
por Cynthia R.
Rush
Con la
economía mundial pendiendo de un hilo, cunde el pánico entre los
tiburones financieros internacionales por lo rápido que
Iberoamérica —y en especial Brasil— podría estallar en
una rebelión económica en las condiciones actuales.
Al
presentar su informe anual el 27 de junio en Basilea, Suiza, los ejecutivos del
Banco de Pagos Internacionales (BPI) expresaron su preocupación por el
tamaño de la deuda brasileña y su vulnerabilidad ante
“sacudidas externas”, en tanto que los renovados ataques del Fondo
Monetario Internacional contra Argentina, reflejan el temor de que la
resistencia porfiada del presidente Néstor Kirchner a sus demandas de
austeridad tenga repercusiones regionales e internacionales.
Y el
pánico no es para menos. La burbuja de la deuda brasileña, de 500
mil millones de dólares, se ha vuelto sumamente inestable a consecuencia
de la demente política de austeridad efemeísta impuesta por el
ministro de Economía Antonio Palocci, con la bendición del
presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Brasil ha fijado sus tasas de
interés a un astronómico 19,75% —el más alto del
mundo—, y, a expensas de la economía, el Gobierno ahora presume que
cuenta con un “colchón” financiero que excede por mucho el
4,24% del producto interno bruto que aparta para garantizar el pago de la
deuda.
¿Qué
camino seguirá Brasil?
La crisis
política que ahora remece al Gobierno de Lula, y en la que están
implicados dirigentes de su Partido de los Trabajadores (PT) que supuestamente
sobornaron a congresistas aliados para ganar su apoyo político, tiene
menos que ver con la corrupción que con el problema existencial que
Brasil encara en estos momentos.
Conforme
la economía mundial se haga añicos, ¿repudiará el
Gobierno su cometido suicida de arruinar a la economía y al pueblo
brasileños con las políticas del FMI, como el presidente argentino
Kirchner ha venido instándolo a hacer?
El tiempo
se acaba, y la palabra “enjuiciamiento” ya salió a relucir.
Lula aceptó la renuncia forzada del jefe de su gabinete José
Dirceu, un estruendoso crítico de las políticas de Palocci, pero
el escándalo crece como bola de nieve y el país está muy
polarizado. Lula sufre las presiones de sus bases, que le exigen que baje las
tasas de interés, y que amplíe el gasto social y la
inversión en infraestructura, al tiempo que Palocci y sus banqueros
internacionales aliados maniobran para imponer una austeridad aun
mayor.
En una
reunión el 31 de mayo con dirigentes de partidos políticos
iberoamericanos en Buenos Aires, el presidente argentino Kirchner retó a
su homólogo brasileño a demostrar una verdadera conducción
abandonando su peligroso pragmatismo respecto al FMI.
A
Kirchner lo tiene hastiado el hecho de que el apoyo de Brasil a la lucha brutal
de Argentina contra el FMI no ha sido más que palabras. Pero hay una
cuestión más amplia. Considerando los problemas de la pobreza, el
desempleo y el subdesarrollo que afligen a la región, dijo, tenemos
“que tener un discurso absolutamente claro y para nada temeroso de los
organismos multilaterales de crédito y de aquellos que globalmente
conducen y referencian al mundo”, como Estados Unidos. No hay soluciones
individuales a las actuales crisis regionales y mundiales, afirmó
Kirchner. Pero no puede haber integración ni establecimiento de
organizaciones regionales, a menos que todo el mundo actúe en la misma
perspectiva.
En una
referencia nada soterrada al hecho de que Lula prometió una
política antiefemeísta vigorosa cuando contendía por la
presidencia, pero que cambió de opinión al resultar elegido,
Kirchner dijo: “No hay que desaprovechar los tiempos de la
historia. . . Uno, cuando le toca la responsabilidad histórica
de tener la iniciativa política en la conducción de un
país, tiene que tratar de llevar adelante las cosas que
soñó. . . los convencimientos que lleva adelante, no
tener un discurso cuando se está fuera del gobierno y después
tener una acción totalmente diferente cuando se está dentro de
él”.
El
saludable desprecio que Kirchner muestra por los depredadores financieros, y los
temores de otros de que Argentina “contamine” a otros gobiernos
endeudados, le han ganado a Kirchner el odio del FMI.
En su
reciente evaluación de la economía argentina, el Fondo
emitió un informe que embiste contra Kirchner por su rechazo
“populista” a sus reformas de austeridad, y por su posición
de “línea dura” en las negociaciones recientes para concluir
la reestructuración de 81 mil millones de dólares de su deuda
impaga. El informe del FMI vuelve a exigirle al Gobierno que le pague a esos
bonistas “firmes” que rehusaron participar en la
reestructuración de la deuda, que eleve su superávit presupuestal
primario del 3 al 4,5% del producto interno bruto, y que imponga de inmediato
las “reformas estructurales” en las que ha habido “escaso
progreso”.
El
Gobierno argentino respondió a esta afrenta escribiéndole una
carta de 13 páginas al Fondo. El personal del FMI, reza la carta,
actúa como “si el único objetivo del actual y de los futuros
gobiernos argentinos debiera ser pagarle al Fondo en tiempo y forma y contentar
a los acreedores, posponiendo las políticas para aliviar las necesidades
que padece la mayoría de la población”.
El
ministro de Economía argentino Roberto Lavagna le dijo a Radio Mitre el
23 de junio, que el Gobierno no tiene ningún empacho en firmar un acuerdo
con el FMI, siempre y cuando garantice que habrá “un crecimiento
del empleo”, una “reducción de la pobreza” y
“ninguna medida recesiva”.