Ciencias
Al-Ándalus, el crisol de culturas que creó un renacimiento
por Bonnie James
Prólogo: 1492
Una mañana de 1492, justo antes del amanecer, tres pequeñas carabelas, al mando del almirante genovés Cristóbal Colón, zarparon del puerto de Palos en España. A bordo de una de ellas viajaba un judío arabeparlante de Granada, Luis de Torres. Esa misma mañana del 3 de agosto entró en vigor la orden de expulsión de los judíos de España, que en ese tiempo sumaban 300.000. Hacía sólo unos meses los monarcas católicos de España, Fernando e Isabel, habían “reconquistado” la bella y legendaria ciudad de Granada, con su célebre palacio de la Alhambra —el último bastión de la presencia islámica en España—. Se dice que los monarcas españoles, que estaban empapados de la cultura e historia de al–Ándalus, la centenaria civilización islámica de la península Ibérica, subieron la colina hasta las puertas de la ciudad fortificada de Granada vestidos con sus mejores y más bellas galas moriscas, para recibir en una ceremonia formal la llaves de la ciudad de manos del último rey nazarí Muhammad XI, conocido como Boabdil.
En el prólogo del diario de su viaje, Colón les escribe al Rey y a la Reina de España: “En la muy grande ciudad de Granada, adonde este presente año a 2 días del mes de enero por fuerza de armas vide poner las banderas reales de Vuestras Altezas en las torres de Alfambra (Alhambra—Ndr.), que es la fortaleza de la dicha ciudad, y vide salir al rey moro a las puertas de la ciudad y besar las reales manos de Vuestras Altezas y del Príncipe Mi señor. . . Vuestras Altezas, como católicos cristianos y Príncipes amadores de la santa fe cristiana y acrecentadores de ella y enemigos de la secta de Mahoma y de todas idolatrías y herejías, pensaron de enviarme a mí, Cristóbal Colón. . . y ordenaron que yo no fuese por tierra al Oriente, por donde se costumbra de andar, salvo por el camino de Occidente, por donde hasta hoy no sabemos por cierta fe que haya pasado nadie. Así que, después de haber echado fuera todos los judíos de todos vuestros reinos y señoríos, en el mismo mes de enero mandaron Vuestras Altezas a mí que con armada suficiente me fuese a las dichas partidas de India”.[1]
Colón llevó consigo al judío De Torres en este primer viaje histórico, porque creía que la población de las Indias orientales debía hablar árabe. Que De Torres, siendo judío, hablara árabe, la primera lengua vernácula culta desde la antigüedad, es sólo una de las múltiples ironías de los acontecimientos que convergieron en el año de 1492.
Mucho antes de que Estados Unidos de América —el feliz resultado de los viajes que empezaron en 1492— se estableciera como una nación comprometida con la idea de que toda persona debe participar en lo que el preámbulo de la Constitución estadounidense llama “el bienestar general”, hubo un lugar que en árabe se llamó al–Ándalus (o Andalucía), el cual por siete siglos fue un ejemplo brillante de lo que una civilización “crisol” puede lograr, mientras que la Europa cristiana pasó la mayor parte de ese tiempo sumergida en el abismo de una era de tinieblas. Al–Ándalus reunió lo mejor de las culturas musulmana, judía y cristiana, para crear un renacimiento en la ciencia, las matemáticas, las artes, el lenguaje, la poesía, la arquitectura y la economía.
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Domo de la Gran Mezquita de Córdoba, construida entre el 786 y el 787 d.C. (Foto: Michael Weissbach/EIRNS).
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Detalle del interior de la Gran Mezquita de Córdoba. (Foto: Michael Weissbach/EIRNS).
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Al–Ándalus en España, la cultura ecuménica que se conoció como la “joya del mundo”.
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Desde el 711 d.C. los omeyas, quienes gobernaron al–Ándalus por 300 años, hasta el siglo 11, conquistaron gran parte de lo que hoy es la península Ibérica. Los omeyas, musulmanes del norte de África que estaban aliados con la dinastía Omeya de Damasco, en Siria, derrotaron a los gobernantes cristianos de España, los visigodos, y establecieron lo que devendría en la civilización más avanzada del hemisferio occidental.
Bajo el príncipe omeya Abd al–Rahmán I (quien reinó del 756 al 788 d.C.), al–Ándalus se convirtió en un principado independiente, y para el siglo 10 su capital, Córdoba, pasó a ser la ciudad más avanzada en lo cultural, la más rica y la más poblada de Europa, celebrada y envidiada por sus extraordinarios logros científicos, teológicos, filosóficos, hortícolas, poéticos y artísticos. Fue en esta época que se construyó la Gran Mezquita de Córdoba, una de las maravillas del mundo, con sus hermosos arcos interiores.
Con los omeyas, al–Ándalus experimentó una era dorada. En lo principal, el renacimiento árabe se fundó en el idioma árabe —una lengua vernácula poética y muy culta—, que era el cimiento de la religión islámica. Al–Qur–an (el Corán) significa literalmente “la lectura”, y Mahoma les ordenaba a sus seguidores: “¡Lee! ¡Recita!” En la España islámica de los siglos 9 y 10 también empezaron a desarrollarse otras lenguas vernáculas.
Ya desde el primer gobernante omeya de la España islámica, Abd al–Rahmán, quien arribó como refugiado tras un golpe que derrocó a la dinastía de su familia en Damasco, se estableció una cultura de tolerancia. Bajo la soberanía islámica, los judíos y los cristianos, que se consideraba compartían la tradición religiosa de Abraham, recibían un trato casi de iguales con los musulmanes (excepto que tenían que pagar impuestos, a diferencia de estos últimos). En árabe se les conocía como los dimmíes o “pueblos del libro”. El concepto del dimma o “pacto” con los correligionarios monoteístas del islam, era parte importante de la ley islámica. Pero, para el 1010, un conflicto por la sucesión resquebrajó a la dinastía Omeya, y en el período subsiguiente se crearon varios reinos de taifas o ciudades Estado que devinieron en centros de la cultura islámica, donde las poblaciones judías y cristianas, ya bastante asimiladas, aún tenían una función significativa.
La fama y gloria de al–Ándalus se propagó por toda la Europa cristiana entre la reducida élite intelectual. Para mediados del siglo 10, Córdoba, la ciudad creada por Abd al–Rahmán, vino a conocerse como la “joya del mundo”, un calificativo con el que la describió Hroswitha, una monja y dramaturga alemana. Se dice que Hroswitha, quien nunca visitó España, supo de Córdoba gracias a un arzobispo cristiano de al–Ándalus que había visitado las cortes de Alemania como parte de una delegación diplomática del Califa. Al Arzobispo lo acompañaba en estas misiones un miembro destacado de la comunidad judía, en su calidad de ministro diplomático del Califa.
Ningún análisis de al–Ándalus estaría completo sin mencionar a Alfonso el Sabio, conocido como el “rey de las tres religiones”. Alfonso X rigió como Rey de Castilla y de León por 30 años (1252–1282). Al igual que su tío Federico II, quien reinó en Palermo y como Emperador del Sacro Imperio Romano (1210–1250), los dominios de Alfonso se caracterizaban por un espíritu ecuménico que fomentaba un torrente de producción científica y artística entre sus comunidades cristianas, musulmanas y judías.
Parte del legado que dejó Alfonso es la escuela de traductores de Toledo, con cerca de 12.000 estudiantes, y que tuvo un papel decisivo en el proyecto de instaurar una lengua vernácula, cuya misión incluía desarrollar un castellano vernáculo culto que remplazara al latín, que había degenerado como lengua hablada. Los traductores centrales eran judíos y musulmanes, quienes vertían textos árabes antiguos a las nuevas lenguas vernáculas. Entre los profesores de la escuela de Toledo figuraba el florentino Brunetto Latini, el famoso maestro del Dante Alighieri cuya Comedia daría nacimiento al “ilustre” italiano vernáculo.
Aun esta breve descripción de Andalucía exige preguntarse: ¿por qué sabemos tan poco de este maravilloso lugar y tiempo?
Un centro de aprendizaje
La Córdoba de al–Hakam II de fines del siglo 10 era una ciudad fabulosa, que por cien años fue la más grande de Europa. Ya con Abd al–Rahmán II (822–852) la población de Andalucía, de 30 millones, poblaba cientos de ciudades. Córdoba, la capital, con 130.000 hogares, albergaba numerosas empresas manufactureras y producía exquisitos textiles para la exportación, y la economía disfrutaba de una alta productividad agrícola gracias a un sofisticado sistema de irrigación.
Entre sus muchos logros, al–Hakam construyó 27 escuelas primarias para los niños pobres, entre la asombrosa cantidad de 800 escuelas que había en toda la ciudad; también se construyeron orfanatos para los pobres. La gran biblioteca de Córdoba tenía 400.000 libros, y la ciudad misma producía otros 60.000 cada año; un logro que fue posible gracias a las fabricas de papel (una tecnología importada de China) que había en cada ciudad. Muchas traducciones se produjeron ahí o fueron importadas de Bagdad, otro gran centro islámico de traducción, donde los filósofos y matemáticos griegos se vertían al árabe, para luego traducirlos al latín, así como a las lenguas vernáculas recién creadas.
En los siglos 9 y 10 las escuelas mezquita de Andalucía evolucionaron para convertirse en universidades, atrayendo a académicos y estudiantes judíos, cristianos y musulmanes de todo el mundo. Se establecieron academias (afuera de las mezquitas), entre ellas la Casa de la Sabiduría y la Casa de la Ciencia —según el modelo de las de Bagdad—, que contaban con bibliotecas, centros de traducción y observatorios astronómicos. La mayoría de los musulmanes eran cultos, pues su fe les exigía leer, memorizar y recitar el sagrado Qur–an.
La
figura 1 muestra una caja de marfil o
pyxis, tallada hacia el 996 para la corte omeya de al–Hakam II (961–976) en Madinat al–Zahra (hoy Medina Azara), la hermosa ciudad al sur de Córdoba que se construyó como residencia del califa. Una inscripción poética alrededor del borde superior de la caja describe su función como receptáculo de perfumes muy preciados.
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FIGURA 1
Caja o pyxis de marfil, tallada hacia el 996 para la corte omeya de al–Hakam II. (Foto: Sociedad Hispana, Nueva York).
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FIGURA 2
Astrolabio planisférico que fabricó Muhammad b. alSahili, de Valencia, hacia el 1090. (Foto: National Museum of American History).
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Un niño llamado ‘Astrolabio’
A principios del siglo 12 nació el hijo del gran filósofo y maestro humanista Pedro Abelardo, quien enseñaba en la Universidad de París, y de su amante Eloísa. Llamaron a su hijo “Astrolabio”, en un reflejo de la influencia que la ciencia árabe ejercía sobre élite intelectual de Europa.
El astrolabio es un ejemplo perfecto de las contribuciones de la civilización islámica a Europa. La figura 2 es un astrolabio planisférico que fabricó Muhammad b. alSahili, de Valencia, más o menos en el 1090; uno de los más antiguos que se preservan de al–Ándalus. En un tiempo lo usó un astrónomo y astrólogo judío que limó los nombres de las estrellas y los volvió a grabar en judeoarábigo (árabe escrito en el alfabeto hebreo). Este instrumento se usaba para registrar el tiempo, en la agrimensura, así como para calcular los tiempos correctos de oración, y es uno de los primeros objetos fechados de al–Ándalus; estos instrumentos andalusís sirvieron de modelo para los astrolabios medievales europeos. El instrumento, que tiene grabadas proyecciones estereográficas de la Tierra a diferentes latitudes y un mapa estelar, les permitía a los astrónomos realizar mediciones astronómicas precisas, necesarias para la navegación marítima. También se usó para medir el tiempo y hacer otros cálculos.
Es irónico que, para cuando se fabricó este astrolabio, al–Ándalus ya había caído en manos de fundamentalistas islámicos: los almorávides y los aun más fanáticos almohades —miembros de una tribu berebere del norte de África—, quienes obligaron a muchos de los dimmíes —judíos y cristianos— a huir de las regiones que habían caído bajo su influencia. Los bereberes rechazaron el “crisol” cultural de Andalucía, y optaron por los Estados teocráticos.
Más o menos al mismo tiempo que se fabricaba el astrolabio, Francia organizó la primera cruzada hacia Tierra Santa (1095), y en 1099 Jerusalén, entonces bajo la soberanía árabe, cayo en manos de los cruzados.
Los proyectos de traducción
Como ya se dijo, cientos de miles de libros se tradujeron al árabe y, de ahí, a otros idiomas, entre los que destacaban las nuevas lenguas romances vernáculas, así como el hebreo. Un ejemplo es el Compendio de tratados matemáticos y astronómicos del siglo 13, escrito en una elegante caligrafía árabe, el cual reunió los trabajos de muchas culturas (ver figura 3). El califato de Bagdad envió investigadores al este, a India y China, así como al oeste, a Bizancio y Europa, en busca de obras en todas las esferas del conocimiento para traducirlas al árabe. Luego éstas llegaron a al–Ándalus, para traducirse al latín y a las nuevas lenguas vernáculas.
En los siglos 12 y 13, conforme la conquista cristiana de al–Ándalus progresaba, el conocimiento científico y filosófico empezó a transferirse al cristianismo latino. En este período muchos científicos europeos viajaron a Toledo en busca del “conocimiento de los árabes” en sus preciados manuscritos científicos. Se tradujeron obras de astrología, astronomía, matemáticas, geometría y filosofía, así como textos históricos y religiosos.
El tratado más importante del Compendio —esta antología latina medieval de textos griegos y árabes— es una traducción de un tratado de aritmética que escribió al–Khawarizmi, un matemático y astrónomo de principios del siglo 9 que trabajaba en la real Casa de la Sabiduría de Bagdad. El tratado aborda el uso de los numerales indios, y presenta conceptos como el del sistema decimal y el cero. Se tradujo al latín en el siglo 12 (el manuscrito de la foto es una versión corregida del siglo 13).
También está el Sefer Musré Hafilosofim (Libro de la moral de los filósofos), escrito en hebreo en el siglo 13, en el cual es claro que la caligrafía hebrea adoptó la forma elegante de la escritura árabe (ver figura 4).
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FIGURA 3
Compendio de tratados matemáticos y astronómicos, traducido del árabe en el siglo 13. (Foto: Sociedad Hispana, Nueva York).
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FIGURA 4
Sefer Musré Hafilosofim (Libro de la moral de los filósofos), traducido del árabe al hebreo en el siglo 13. (Foto: Sociedad Hispana, Nueva York).
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El
Sefer es una colección de aforismos de filósofos griegos compilada en Bizancio, que tradujo al árabe el médico cristiano Hunayn b. Ishaq al Ibadi (809–73) en el siglo 9, en Bagdad. A fines del siglo 12 o principios del 13, un autor judío de Toledo, Judah al–Harizi (1170–1235), lo tradujo al hebreo. Por las mismas fechas apareció una traducción anónima del mismo texto al castellano, el
Libro de los buenos proverbios, que influenció los textos políticos, históricos y literarios de la España cristiana del siglo 13. Esta serie de traducciones ilustra la forma en que el conocimiento clásico se transmitió a los diferentes sectores del mundo islámico medieval, por toda España y a la Europa cristiana.
El siglo 12 también fue la época del hijo de un rabino prominente, Mose ibn Maymón, mejor conocido como Moisés Maimónides (1135–1204), quien nació en Córdoba. Obligado a abandonar su amada al–Ándalus cuando los almohades conquistaron Córdoba en 1148, Maimónides, a quien llegó a conocerse como “el segundo Moisés”, acabó en Alejandría, Egipto en 1204, donde vivió muchos años. Escribió muchos libros, entre ellos su famosa Guía de perplejos, todos en árabe, excepto su Mishné Torá o Segunda ley, en hebreo.
La ‘seda de la Alhambra’
Como se dijo, para mediados del siglo 10 al–Ándalus producía y exportaba textiles bellamente elaborados, los cuales, junto con su producción agrícola, representaban buena parte de la prosperidad económica de la región. Un exquisito paño de seda de Granada (circa 1400) ilustra la altísima calidad de las artesanías que se producían (ver
figura 5). Esta gran muestra de seda tejida en rojos, dorados y verdes probablemente se fabricó como cortina o cobertor; las inscripciones árabes, que desean felicidad, prosperidad, buena fortuna y honor eternos, indican que debió ser un regalo de bodas o un tributo. El diseño sorprendente de sus reiteradas bandas geométricas recuerda las tejas del palacio de la Alhambra en Granada. Por eso a esta clase de textil suele llamársele “seda de la Alhambra”.
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FIGURA 5
Paño de “seda de la Alhambra” de Granada (circa 1400). (Foto: Sociedad Hispana, Nueva York).
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FIGURA 6
Antifonario de Belalcázar, Córdoba (circa 1476–1500). (Foto: Sociedad Hispana, Nueva York).
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FIGURA 7
Biblia hebrea, España y Portugal (1450–1496). (Foto: Sociedad Hispana, Nueva York).
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Un libro de música
Con toda probabilidad debió imprimirse en Sevilla el antifonal —un libro de himnos de la Escritura que se cantan como parte de la liturgia— de la figura 6 alrededor del fatídico 1492, y luego llevarse a un convento en Belalcázar, Córdoba. Es el segundo de 10 libros corales que conforman el servicio completo —según su título— de una orden de monjes franciscanos para la Cuaresma. El pentagrama de seis renglones por página muestra el canto llano del servicio litúrgico; esta notación musical ya era anticuada para el siglo 15, y siguió usándose sólo en España. Los iluminadores usaron los estilos tanto gótico como mudéjar (en referencia a los musulmanes que vivían bajo el régimen cristiano). Las rosetas, el arreglo geométrico y la ubicación de las letras iniciales iluminadas en los marcos, muestran la influencia de la iluminación coránica, así como del diseño de textiles. Parte de la ornamentación también se aprece a la de las biblias hebreas del siglo 15.
La Biblia hebrea magníficamente iluminada de la figura 7 se imprimió en España en el mismo período previo a la expulsión de los judíos. Luego fue a dar a Portugal, quizás durante la diáspora que siguió a la expulsión; en Portugal se iluminaron ochocientos entre 1492 y 1497, en un estilo renacentista. Las iluminaciones españolas presentan bordes como de filigrana con tinta dorada y púrpura, diseños intrincados, y rosetas inspiradas en iluminaciones coránicas, así como motivos arquitectónicos, y leones y otros animales. Una de las iluminaciones muestra enseres del templo como el menorá (candelabro) y los escalones que hay que subir para encenderlo, representados de manera abstracta como un triángulo de cabeza. Algunas de las iluminaciones de esta Biblia rememoran las del contemporáneo antifonal de Belalcázar, en una muestra del continuo intercambio cultural entre los escribas cristianos y judíos.
Las secuelas
Treinta y cuatro años después del primer viaje de Colón al Nuevo Mundo, tras la expulsión de los judíos y de que el último bastión de la España islámica, Granada, cayera ante los reyes españoles Fernando e Isabel, el cartógrafo Juan Vespucio dibujó un mapa del mundo en 1526, en Sevilla. El enorme mapa de Vespucio (de 84 × 260 cm) representa el mundo conocido, desde el continente Américano al oeste, hasta China en el este, y refleja el conocimiento que se tenía hasta entonces de la geografía de la Tierra ver figura 8).
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FIGURA 8
Mapa del mundo (planisferio) que dibujó Juan Vespucio en 1526, en Sevilla. (Foto: Sociedad Hispana, Nueva York).
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Juan era sobrino de Américo Vespucio, un florentino connotado que, en el mismo año fatídico de 1492, partió de Florencia hacia Sevilla, donde, en 1495, devino en director de una compañía naviera que fabricaba embarcaciones para viajes largos. El propio Américo visitó varias veces el Nuevo Mundo, que recibiría su nombre en su honor, aun cuando Colón fue el primer europeo que puso pie en sus costas.
Fue en la Casa de Contratación, fundada en 1503 con el propósito de mantener el control real del tráfico, el comercio y la información sobre los descubrimientos en el Nuevo Mundo, que Juan Vespucio hizo su mapa en 1526. Cuando las naves regresaban de sus viajes de exploración, sus capitanes les informaban a los cartógrafos de Sevilla de las regiones recién descubiertas, y les facilitaban la información geográfica de sus viajes. A principios de 1512 la información fue reunida en un mapa oficial secreto, el Padrón Real, del cual se hicieron copias y se distribuyeron entre los capitanes de las flotas españolas. Se cree que el mapa de Vespucio es una de estas copias.
La tarea de crear el Padrón Real se le confió a un piloto mayor (capitán en jefe); el primer capitán que ocupó este cargo fue Américo Vespucio.
El mapa de Juan Vespucio subraya la condición de España como superpotencia: se ve a los barcos españoles navegando los principales océanos del mundo, y en especial, llendo y viniendo a América.
Con los viajes de exploración cerramos el ciclo, de regreso a 1492, cuando la bella cultura poética de al–Ándalus, “la joya del mundo”, desapareció de la faz de la Tierra. La gran ironía histórica es que, al mismo tiempo, el famoso viaje de Colón al Nuevo Mundo desencadenó un proceso imparable, que a fin de cuentas llevó a la creación de las repúblicas de América, destacando EU, cuyos documentos de fundación, su Declaración de Independencia y su Constitución, enarbolaron la idea de que “todos los hombres son creados iguales y son dotados por su Creador de derechos inalienables”, y de que el propósito del gobierno es el fomento del bienestar general. Los principios clásicos que subyacen en el propósito nacional de EU, en gran medida nos los transmitieron los filósofos, poetas, traductores y científicos de al–Ándalus.
También puedes leer:
The Ornament of the World: How Muslims, Jews, and Christians Created a Culture of Tolerance in Medieval Spain (La joya del mundo: cómo los musulmanes, los judíos y los cristianos crearon una cultura de tolerancia en la España medieval) de María Rosa Menocal (Nueva York: Little, Brown & Co., 2002).
“Andalucía, puente al Renacimiento europeo”, por Muriel Mirak Wiessbach, en Resumen ejecutivo de la 1a quincena de junio de 2003 (vol. XX, núm. 11).
—Traducción de Adrián Teyechea.
[1]Los cuatro viajes del almirante y su testamento, de Cristóbal Colón; edición y prólogo de Ignacio B. Anzoátegui (Espasa-Calpe. Madrid, 1991).