por Jeffrey Steinberg En una inusitada muestra de candor editorial, el Washington Post dedicó su editorial principal del 26 de octubre de 2005 al vicepresidente estadounidense Dick Cheney. Con el encabezado, “El Vicepresidente aboga por la tortura”, el Post escribió: “El vicepresidente Cheney impulsa una agresiva iniciativa quizás sin precedentes para un funcionario por elección del poder Ejecutivo: está proponiendo que el Congreso autorice legalmente a los estadounidenses para abusar de los derechos humanos. Un tratado internacional que negoció el Gobierno de Reagan, y que Estados Unidos ratificó, prohíbe el trato “cruel, inhumano y degradante” a prisioneros. Cada año el Departamento de Estado emite un informe en el que critica a otros gobiernos por violarlo. Ahora el señor Cheney está pidiéndole al Congreso que apruebe el marco legal que le permitiría a la CIA cometer tales abusos contra los prisioneros extranjeros que tiene detenidos en el exterior. En otras palabras, el Vicepresidente se ha convertido en un defensor abierto de la tortura”. Tras revisar las pruebas de que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y los militares torturan a prisioneros en Afganistán e Iraq, con cuatro muertes (que se sepa) como consecuencia, el editorial regresa al tema del Vicepresidente: “No sorprendería que el señor Cheney encabezara una intentona por ratificar y legalizar este historial vergonzoso. El Vicepresidente ha sido un actor principal en la decisión del Gobierno de Bush de violar las convenciones de Ginebra y la Convención Contra la Tortura de la ONU, y de romper las décadas de práctica previa del Ejército estadounidense. Estas decisiones cupulares han generado cientos de casos documentados de abuso, tortura y homicidio en Iraq y Afganistán. Como se informa, el asesor del señor Cheney, David S. Addington, fue uno de los principales autores de un memorando legal que justifica la tortura de sospechosos”.
El editorial informó que Cheney amenazó con hacer que el presidente Bush vetara el presupuesto de defensa si el Congreso hablaba de prohibir la tortura. Pero el Senado aprobó, con una votación bipartidista a prueba de vetos de 91 contra 9, una enmienda que propuso el senador republicano John McCain (por Arizona), que incluye precisamente dicha prohibición. “Así que ahora”, concluye el editorial, “el señor Cheney pretende convencer a miembros de una comisión deliberativa del Senado y la Cámara de Representantes, de adoptar un lenguaje que no sólo anularía la enmienda de McCain, sino que adoptaría formalmente el trato cruel, inhumano y degradante como instrumento legal de la política de EU. La votación previa sugiere que el Senado no permitirá semejante traición de los valores estadounidenses. En cuanto al señor Cheney, será recordado como el vicepresidente que abogó por la tortura”.
Y, ¿cómo respondió el vicepresidente Cheney? Después del encauzamiento federal y renuncia de su jefe de gabinete y máximo asesor de seguridad nacional Lewis “Scooter” Libby el 28 de octubre, por su participación en la filtración de lo del “Plamegate”, Cheney nombró en su lugar al mismísimo David Addington, del infame memorando sobre la tortura. El mensaje de Cheney no pudo ser más directo. Él es el vicepresidente de la guerra y la tortura, y hace alarde de ello. Ahora más que nunca el comportamiento de Cheney hace de su destitución inmediata una condición para que EU limpie su imagen —por desgracia ganada a pulso— como el principal Estado renegado del mundo.
No empezó con el 11-SAlgunos que conocen a Dick Cheney desde hace mucho, dicen que los tiene perplejos cómo abraza abiertamente la guerra perpetua y la tortura desde que tomó a su cargo el Gobierno de Bush desde su silla vicepresidencial en enero de 2001. Algunos dicen que los ataques del 11 de septiembre de 2001 traumatizaron al hombre, y que Cheney sufrió un cambio marcado de personalidad. Otros apologistas suyos dicen que tiene el tiempo prestado, encarando siempre la posibilidad de una muerte súbita por su grave enfermedad cardíaca degenerativa, y que, por tanto, es un hombre al que le apura completar su misión en la vida y no le tiene paciencia a nadie que se atraviese en su camino.
Pero, un examen más minucioso del pasado de Cheney sugiere que nunca sufrió tal cambio radical de personalidad. De hecho, la primera vez que estuvo en un puesto alto de la Casa Blanca movió cielo, mar y tierra para encubrir un viejo programa de tortura de la CIA: crímenes de lesa humanidad, como se definieron en Núremberg, y lo que un observador cercano calificó de “un asesinato de seguridad nacional”.
Siguiendo la investigación de EIR, Dick Cheney aparece como un hombre que lleva más de 30 años obsesionado con la tortura y la guerra, quien ha usado con cuidado el poder de su cargo para pisotear la Constitución de EU, el derecho internacional y los conceptos más básicos de humanidad.
Un encubrimiento de la Casa BlancaEl 11 de julio de 1975 el entonces subjefe de gabinete de la Casa Blanca escribió un memorando para su jefe y padrino, Donald Rumsfeld, jefe de gabinete del presidente Gerald Ford. El memorando era sobre “El asunto Olson, suicidio de la CIA”, y fue escrito en respuesta a la conferencia de prensa que dieron un día antes la esposa y los tres hijos del fallecido doctor Frank Olson, un químico del Ejército estadounidense.
El doctor Olson había muerto en circunstancias misteriosas en noviembre de 1953: saltó desde el piso 13 del hotel Statler de la ciudad de Nueva York, a las 2:30 de la madrugada del 28 de noviembre, estando en compañía de un oficial de la CIA, el doctor Robert V. Lashbrook. En ese momento se le consideró como un suicidio, y no hubo ninguna autopsia cabal. La familia Olson no supo de las verdaderas circunstancias de la muerte del doctor Olson sino hasta el 10 de junio de 1975, cuando la “Comisión sobre las Actividades de la CIA en EU” que presidía el vicepresidente Nelson A. Rockefeller emitió su informe público.
Perdidos en la página 227 del informe de la Comisión Rockefeller, estaban los siguientes tres párrafos, en una sección que describía los experimentos secretos con drogas para el control mental que realizaba la CIA en los que se usó a ciudadanos estadounidenses como conejillos de indias, a veces sin su consentimiento:
“Sin embargo, la Comisión descubrió que en una ocasión, durante las primeras fases de este programa (en 1953), se le administró LSD a un empleado del Departamento del Ejército sin que lo supiera, mientras participaba en una reunión con personal de la CIA que trabajaba en el programa de drogas.
“Antes de recibir el LSD, el sujeto había participado en debates en los que, en principio, se acordó probar estas sustancias en sujetos desprevenidos. No obstante, a este individuo no se le advirtió que le habían administrado LSD sino hasta unos 90 minutos después. Presentó efectos secundarios graves y fue enviado a Nueva York con una escolta de la CIA para recibir tratamiento psiquiátrico. Varios días después saltó por la ventana de su habitación en el piso 13 y murió.
“La Junta General dictaminó que la muerte fue consecuencia de ‘circunstancias derivadas de un experimento que se efectuó mientras cumplía con sus deberes oficiales con el Gobierno de EU’, garantizando así que quienes le sobrevivieron recibieran ciertos beneficios por muerte. El director de la Central de Inteligencia reprendió a dos empleados de la CIA responsables del incidente”.
Al día siguiente, el 11 de junio de 1975, el Washington Post publicó un artículo de Thomas O’toole en su primera plana detallando los hallazgos de la Comisión Rockefeller, y, por primera vez, la familia Olson obtuvo algunos indicios de las verdaderas circunstancias en las que murió el doctor Frank Olson. . . . ¿O no?
Las revelaciones de la Comisión Rockefeller desencadenarían una odisea de 30 años para Eric Olson —entonces de 31—, el hijo mayor del doctor Olson, un psicólogo graduado de Harvard que desde entonces ha dedicado gran parte de su vida a llegar al fondo de las circunstancias que rodearon la muerte de su padre. De forma gradual, en el transcurso de tres décadas, Eric Olson ha pelado más y más capas de la historia de encubrimiento; y ahora, por vez primera, tiene algo cercano a un verdadero cuadro de los sucesos relacionados con la muerte de su padre, acaecida hace más de medio siglo.
El memorando de CheneyEl primer obstáculo que la familia Olson encontró tras las revelaciones de la Comisión Rockefeller, fue Dick Cheney y Donald Rumsfeld. En ese entonces los Olson no tenían idea de esto. De hecho, no fue sino hasta veinticinco años después que supieron de la existencia de un tesoro de documentos de la Casa Blanca archivados en la Biblioteca Presidencial Gerald Ford, que aclaraba lo sucedido en julio de 1975. Para entonces, el acceso a estos documentos fue restringido por una orden presidencial de George W. Bush, que firmó a principios de su primer período de gobierno. Una historiadora, Kathrin S. Olmsted, quien había escrito sobre las investigaciones de mediados de los 1970 acerca de la CIA y el FBI, puso los documentos a disposición de Eric Olson a mediados del 2001.
El 11 de julio de 1975 Cheney le escribió un memorando a Rumsfeld sobre las revelaciones de Olson: “En este momento no tenemos suficiente información como para estar seguros de que conocemos todos los detalles de este incidente. Es más, hay cuestiones legales serias que habrá que resolver en cuanto a la responsabilidad del gobierno, y la posibilidad de una compensación adicional y de que sea necesario revelar información de seguridad nacional altamente clasificada en relación con cualquier demanda en la corte o audiencias legislativas sobre una propuesta particular dirigida a ofrecerle una compensación adicional a la familia”.
Al memorando de Cheney lo acompañaba una cronología del Departamento de Justicia de los sucesos que llevaron al “suicidio” del doctor Olson, y la propuesta de declaración (de un párrafo) para que el presidente Ford la leyera en una conferencia de prensa programada para más tarde ese día, que incluía una invitación a la familia Olson para que visitara la Casa Blanca y recibiera una disculpa oficial del Presidente por la muerte del doctor Olson, y por los 20 años de silencio del gobierno.
La cronología de cuatro páginas sería la base del encubrimiento oficial de las verdaderas circunstancias de la muerte del doctor Frank Olson por casi dos décadas.
En una serie de memorandos posteriores de la Casa Blanca y el Departamento de Justicia, fechados el 16 de julio, septiembre y el 30 de septiembre de 1975, Cheney y otros altos funcionarios del Gobierno de Ford analizaban cómo responder a las amenazas de la familia Olson de demandar al gobierno federal por millones de dólares, y su exigencia de que se ventilaran públicamente las circunstancias que rodearon la muerte de Frank Olson.
En el memorando que el asesor de la Casa Blanca Roderick Hills dirigió por conducto de Dick Cheney al presidente Ford, que sólo tenía como fecha “septiembre de 1975”, el autor admitía sin ambages: “Las extrañas circunstancias de su muerte bien podrían provocar que una corte legal determine como cuestión de principio público que no murió en el cumplimiento de sus obligaciones oficiales. El trabajo del doctor Olson es tan delicado, que es muy improbable que lleguemos a entregarle pruebas pertinentes a la corte sobre el asunto de sus deberes. Esta última circunstancia quizás signifique que, como cuestión práctica, estaríamos indefensos ante la demanda legal de los Olson. En conexión con esto, debe saber que la CIA y la oficina de la Junta recomiendan enérgicamente que las pruebas que conciernen a su empleo no se den a conocer en un juicio civil.
“En pocas palabras —concluye el memorando de Hills a Cheney, y de éste a Ford— existe una posibilidad importante de que una corte, o a) le conceda carta blanca a los abogados de los Olson para descubrir cuáles eran las responsabilidades laborales del doctor Olson, o b) determine como asunto de principio público que un hombre que se suicida a consecuencia de una droga que se le administró de manera criminal, en materia de derecho no puede establecerse que murió ‘en el cumplimiento de sus deberes oficiales’.
“De haber un juicio, es evidente que el abogado de los Olson procurará explorar todos los aspectos del trabajo del doctor Olson, así como los concernientes a su muerte. No está claro para nada si podremos evitar que tales pruebas se vuelvan pertinentes, aun si el gobierno renuncia a la defensa de la ley de Compensación a Empleados Federales. Así, en el juicio puede salir a relucir que estamos ocultando pruebas por razones de seguridad nacional, y cualquier arreglo o fallo alcanzado después podría percibirse como dinero que se pagó para encubrir las actividades de la CIA”.
Poco más de un año después de la renuncia del presidente Richard Nixon por encubrir los crímenes del Watergate, altos funcionarios de la Casa Blanca, entre ellos Dick Cheney, debatían como si nada el encubrimiento del caso Olson, “por seguridad nacional”.
Mientras los memorandos iban y venían entre la Casa Blanca, la CIA y el Departamento de Justicia, preparando una estrategia de soborno y control de daños, el presidente Ford presentó sus disculpas a la familia Olson en la Oficina Oval el 21 de julio de 1975. Dos días después los Olson almorzaron con el entonces director de la CIA, William Colby, quien les entregó más de 150 páginas de documentos de la CIA, todos relacionados con la muerte del doctor Frank Olson. En ese entonces los Olson no tenía idea de que Frank había trabajado para la CIA; creían que trabajó para el Ejército estadounidense como químico civil en el fuerte Detrick, base de los laboratorios de armas químicas y biológicas.
En realidad Olson había trabajado para la CIA, y participó en algunos de los planes más secretos de la agencia para desarrollar “sueros de la verdad” y técnicas de lavado cerebral para interrogatorios. Estas tareas ultrasecretas acarrearon, paso a paso, los acontecimientos que llevaron a lo del hotel Statler y al asesinato del doctor Frank Olson.
Víctimas de robo y estafaSin que los Olson lo supieran al momento de sus reuniones con Ford y Colby, la Comisión de Operaciones Gubernamentales de la Cámara de Representantes, a cargo de la demócrata Bella Abzug (de Nueva York), sostuvo varios días de audiencias a partir del 22 de julio de 1975, en las que interrogaron sin tregua al asesor general de la CIA Lawrence Houston sobre un memorando de entendimiento del 1 de marzo de 1954 entre el Departamento de Justicia y la CIA, que eximía a todo el personal de esta última de cualquier acusación criminal por cosas que hubieran hecho en el interés de la seguridad nacional de EU.
En cierto momento Abzug le preguntó a Houston explícitamente si la exoneración incluía el asesinato del doctor Frank Olson. Décadas después quedaría claro que Abzug estaba mucho más cerca de la verdad de lo que probablemente ella creía.
La transcripción oficial de la Cámara reza:
Señora Abzug: ¿Podría por favor decirme qué decisión se tomó en cuanto al suicidio inducido con LSD del señor Olson en 1953, en Nueva York? ¿Llevó a cabo la CIA alguna investigación interna?
Señor Houston: Hubo una investigación interna que realizó la CIA bajo la dirección del entonces director, el señor Dulles.
Señora Abzug: ¿Se llevó alguna vez este asunto ante el Departamento de Justicia?
Señor Houston: No recuerdo que se haya llevado ante el Departamento de Justicia. Mi única relación con el caso fue con la Oficina de Compensación a Empleados.
Señora Abzug: Bien pudo haberse cometido una ofensa federal si hubo engaño. ¿Se llevó alguna vez ante el Departamento de Policía de Nueva York o las autoridades estatales para su consideración?
Señor Houston: No que yo recuerde.
Señora Abzug: En otras palabras, a juicio suyo, ¿este memorando de entendimiento le dio a la CIA la autoridad de tomar decisiones, de ofrecerle inmunidad a individuos que resulta que trabajaban para la CIA, para cometer toda clase de crímenes, incluso el posible asesinato?
Señor Houston: No se redactó para darle inmunidad a individuos. Fue elaborado para proteger operaciones o información de la agencia que eran [sic] muy delicadas.
Señora Abzug: ¿No fue ése el efecto de la interpretación que hicieron la CIA y sus asesores?
Señor Houston: Pudo tener ese efecto, sí.
Señora Abzug: ¿No tuvo ese efecto?
Señor Houston: En ciertos casos lo tuvo.
Dick Cheney siguió siendo un protagonista de los esfuerzos de la Casa Blanca por darle carpetazo a la historia de Frank Olson. El 4 de agosto de 1975 Roderick Hills le escribió otro memorando a Cheney advirtiéndole que, “los abogados de la familia Olson están presionando mucho para obtener información, y están alegando una falta de cooperación de la CIA y el Departamento de Defensa. No puedo asegurarlo, por supuesto, pero me parece que han estado cada vez más beligerantes. . . Por consiguiente, creo que en la semana próxima o la que sigue debemos tratar de ponernos en contacto con los abogados, con la ayuda del procurador general o quizás por medio de un intermediario (el asesor especial de la CIA Mitch Rogovin tiene un socio en Arnold and Porter que es bastante cercano a los hijos de Olson), para ver si no puede llegarse a algún arreglo”.
Tres días después, el 7 de agosto de 1975, su asesor especial Mitchell Rogovin le escribió al director de la CIA, Colby, informándole de sus intentos por negociar un arreglo: “David Kairys, el abogado de la familia Olson, llamó esta tarde algo preocupado. La familia ha revisado los materiales que facilitamos, y parece creer que Frank Olson fue asesinado por la CIA. Fundan su teoría en el supuesto de que Frank Olson era un riesgo de seguridad. Kairys dice que el archivo parece preocuparse más por la seguridad, que por cómo murió Olson en realidad”. El memorando pormenoriza todas las preguntas que hizo la familia luego de revisar los documentos de la CIA, y señala ominoso: “Kairys insiste que la familia quiere saber qué le pasó a Frank Olson. Para compensar esta falta de información de los archivos, Kairys quiere tomar declaraciones juradas a personal de la CIA, así como a Lashbrook, Abramson y Gottlieb”.
“Abramson” era el doctor Harold Abramson, un alergólogo que trabajaba en secreto para la CIA en sus experimentos con LSD y otras drogas que alteran la mente. Luego de drogar el 19 de noviembre de 1953 a Frank Olson con LSD en Deep Creek Lake, en el oeste de Maryland, el agente de la CIA Lashbrook lo llevó a Nueva York para que recibiera tratamiento “psiquiátrico” con el doctor Abramson, quien no tenía ninguna capacitación ni título de psiquiatría.
“Gottlieb” era el doctor Sydney Gottlieb, el químico principal del Equipo de Servicios Técnicos de la CIA y jefe del proyecto MKULTRA, uno de los proyectos de desarrollo e investigación de guerra psicológica de la CIA para la creación de “técnicas que aplastarían la psique humana, al grado que admitiría lo que sea”. El doctor Gottlieb fue quien le administró de forma disimulada el LSD a Olson.
El 29 de octubre de 1975 Colby le escribió al presidente Ford quejándose de que el Departamento de Justicia estaba obstaculizando un arreglo privado con la familia Olson, en razón de que los abogados creían que el gobierno ganaría una demanda legal: “Dadas las circunstancias, esto no parecería ser en el mejor interés de la nación ni de la familia Olson. Creo, de buena fe, que las circunstancias de este caso requieren una respuesta justa por parte del gobierno”. Colby recomendaba pagarle a la familia 1.250.000 dólares mediante una propuesta particular en el Congreso.
Dos días después de escribirle al presidente Ford, Colby fue despedido, en lo que vino a conocerse como “la masacre de Halloween”. George H.W. Bush tomó su puesto como director de la CIA. En cuanto a Cheney, cuando su mentor y jefe Don Rumsfeld fue nombrado secretario de Defensa, lo ascendieron a jefe de gabinete de la Casa Blanca, desde donde continuaría dirigiendo el encubrimiento de la muerte de Olson.
Le tomaría dos años más al gobierno llegar a un arreglo con la familia Olson. Cuando por fin se presentó una propuesta particular ante el Congreso, el representante republicano John T. Rousselot (por California) objetó, e insistió que se renegociara el acuerdo. Un año después, en el otoño de 1977, la familia Olson aceptó la mitad de la cantidad —750.000 dólares— para ponerle fin a este triste y frustrante capítulo de sus vidas.
Aparte de participar en reducirle la compensación a la familia Olson, Rousselot se ganó otra nota al margen en la saga de los Olson. En una reunión contenciosa con miembros de la familia Olson, el congresista soltó el ex abrupto de que la familia no debía esperar ningún pago especial del gobierno, porque, “cuando alguien trabaja para la CIA, sabe que está tomado riesgos”. Hasta ese momento ningún funcionario del gobierno se había molestado en decirle a los Olson que Frank había sido, en efecto, un agente de la CIA.
Eric Olson busca la verdadEn una entrevista que le concedió el 2 de noviembre de 2005 a este autor, Eric Olson recordó que se sentía tan frustrado por lo sucedido entre 1975 y 1977, que pasó la mayor parte de los siguientes 14 años en Suecia. Sin embargo, la distancia de Frederick, su pueblo natal en Maryland, también le permitió poner las piezas en su lugar y planificar un curso de acción que lo llevaría cada vez más cerca de la verdad sobre la vida y muerte de su padre. En 1984 regresó brevemente a Washington, y convenció a su madre y a su hermano (su hermana había muerto en un trágico accidente aéreo, junto con su esposo y su hijo, en 1978) de emprender su propia investigación sobre lo que pasó en realidad con Frank Olson. Eric y su madre se pusieron en contacto con el doctor Sidney Gottlieb, ahora retirado de la CIA, en Culpeper, Virginia, y con el coronel Vincent Ruwet, el jefe inmediato de Frank en la División de Operaciones Especiales del Ejército de EU en el fuerte Detrick. Exigieron reunirse en persona con ambos, y con otros que tuvieron conocimiento de la muerte de Frank Olson.
Gottlieb aceptó reunirse con los Olson. Eric recuerda que cuando él y su madre, Alice, llegaron al pórtico de la casa del doctor Gottlieb, el ex científico de la CIA los saludó: “Qué alivio que no trajeron un arma y me dispararon a la entrada”. Ése fue el inicio desconcertante de un intercambio frustrante.
La conversación con el coronel Ruwet fue aun más frustrante, porque el químico retirado del Ejército había sido uno de los amigos más íntimos y de más confianza de Frank. Ruwet rehusó darle a la familia ninguna información, a pesar de que los documentos que la CIA les facilitó en 1975 indicaban claramente que había estado presente en todo, menos las últimas 72 horas de la vida de Frank Olson.
En una visita que hizo a California unas cuantas semanas después para reunirse con el hombre que se supone dormía en la misma habitación cuando Frank Olson se lanzó desde el piso 13 del hotel Statler, salió a relucir un dato clave. El doctor Robert Lashbrook admitió nervioso que el doctor Sidney Gottlieb, jefe del MKULTRA, estuvo en Nueva York todo el tiempo que Lashbrook y Olson pasaron ahí, presuntamente procurando la ayuda psiquiátrica del alergólogo y experimentador de LSD de la CIA, el doctor Abramson.
Antes de regresar a Europa, Eric Olson hizo un último viaje con su madre y su hermano a Delaware, a entrevistarse con el gerente del turno de la noche en el hotel Statler, quien fue la primera persona en tratar de salvar a Frank Olson después de que cayera desde la habitación 1018A. Armand Pastore confirmó lo que Olson ya sospechaba: la historia del doctor Lashbrook era “imposible”.
Pastore le dijo a Olson que su padre seguía con vida cuando él salió corriendo al frente del hotel después de escuchar un golpe en la acera. También le dijo algo que aumentó sus sospechas de que a su padre lo habían asesinado. Momentos después de que Frank Olson saltó por la ventana, el doctor Lashbrook llamó por teléfono a Long Island, a la casa del doctor Abramson. Una operadora del Statler escuchó la breve conversación: Lashbrook dijo, “Se fue”; Abramson contestó, “Qué mal”.
Pastore añadió que cuando acompañó a la policía a la habitación 1018A, encontraron a Lashbrook sentado en el inodoro. No había hecho ningún esfuerzo por llamar a la policía, y ni siquiera bajó a ver si Olson estaba vivo o muerto.
La nueva autopsiaEn 1993 Alice Olson falleció. En ese momento Eric Olson regresó a EU, decidido a que dedicaría casi cada momento de su vida a llegar al fondo de lo de la muerte de su padre. Una de las primeras que cosas que hizo, con el apoyo de su hermano menor Nils, fue localizar al doctor James Starrs, un reconocido patólogo forense del Centro Médico de la Universidad George Washington. Los hermanos Olson le pidieron al doctor Starrs, quien era amigo de la familia, que reuniera un equipo para exhumar y realizarle una nueva autopsia a Frank Olson, casi 40 años después de haberlo sepultado. Los Olson esperaban que los avances forenses pudieran arrojar nueva luz sobre las circunstancias en las que murió su padre. Estaban en lo cierto.
El doctor Starrs accedió a reunir un equipo de expertos para llevar a cabo la exhumación y autopsia. El 2 de junio de 1994 el cuerpo de Frank Olson fue exhumado y llevado a un laboratorio universitario cercano. El equipo de 15 personas del doctor Starrs pasó meses realizando investigaciones de laboratorio y de campo. Enviaron investigadores a entrevistar al doctor Gottlieb, al doctor Lashbrook, al coronel Ruwet, a Armand Pastore y a otros que tuvieran información pertinente a la nueva investigación forense. En 2005 el doctor Starrs escribió un libro, A Voice for the Dead (Una voz para los muertos), donde relata la investigación del caso Olson y otros casos impresionantes en los que participó.
Desde el principio era claro para el equipo de Starrs que hubo un encubrimiento de las circunstancias que rodearon la muerte de Frank Olson. Primero, en 1953, los colegas de Olson le insistieron a la familia que lo enterraran en un ataúd sellado, porque el cuerpo lucía “demasiado grotesco” por las heridas que sufrió a consecuencia de la caída. Eso era una vil mentira. Segundo, resultó que al investigador forense de Nueva York, según sus propias palabras, lo “engañó” el doctor Lashbrook, y no realizó una autopsia seria en ese momento, suponiendo que no había duda de lo que había pasado. Esto, según Lashbrook, era un claro caso de suicidio. El doctor Olson había saltado por una ventana cerrada desde el piso 13 del hotel. El doctor Dominic DiMaio, quien luego se convirtió en el investigador forense en jefe de Manhattan, le dijo al equipo de Starrs que había considerado la posibilidad de reabrir el caso Olson luego de ver el informe de la Comisión Rockefeller. Nunca lo hizo.
Por medio de simulaciones de computadora y otras técnicas nuevas, el equipo del doctor Starrs recreó la caída, y concluyó que la afirmación del doctor Lashbrook de que Olson saltó por la ventana cerrada no podía ser cierta. Más importante, el doctor Starrs encontró un hematoma grave arriba del ojo izquierdo de Frank Olson, que lo más probable es que fuera causado por un golpe con un objeto romo. Ciertamente no fue consecuencia de la caída.
El 28 de noviembre de 1994, a 41 años de la muerte de Frank Olson, el doctor Starrs y su equipo ofrecieron una conferencia de prensa en el Club Nacional de Prensa en Washington, D.C., para dar a conocer sus hallazgos. En nombre suyo y de la mayoría de los miembros de su equipo, el doctor Starrs describió la muerte de Olson como “un homicidio hábil, deliberado y diabólico”.
La muerte misteriosa de William ColbyPor la contundencia de las nuevas pruebas forenses, los hermanos Olson contrataron al abogado Harry Huge para que llevara el caso Olson ante el procurador del distrito de Manhattan, Robert Morgenthau. El memorando de Huge del 12 de mayo de 1995 resumía los hallazgos de Starrs y pormenorizaba una serie de anomalías en el caso que sólo podían resolverse con una investigación penal, lo cual permitiría llamar a testigos y revelar documentos. Por fin, el 19 de abril de 1996, el procurador de distrito le informó a Huge que formaría un jurado de acusación para investigar la muerte de Frank Olson. Dos procuradores de distrito adjuntos del equipo de “casos no resueltos” de la procuraduría del distrito de Manhattan, Steve Saracco y Daniel Bidd, fueron asignados para reabrir el caso como un homicidio potencial.
A unos días de reabrirse la investigación, Saracco y Bidd le enviaron una carta a la Agencia Central de Inteligencia solicitándole todos los documentos concernientes a la muerte de Olson, e indicando que querían entrevistar a varios ex funcionarios de la CIA sobre la misma. Entre los ex funcionarios que citaba la solicitud, estaban: el doctor Sidney Gottlieb, el doctor Robert Lashbrook y el ex director William Colby. Los investigadores también procuraron entrevistar al coronel Vincent Ruwet.
La reunión con Colby nunca tuvo lugar. En cosa de días, William Colby estaba muerto, víctima de un extraño “accidente” en canoa que dejó perplejos a muchos, incluyendo a su esposa, Sally Shelton Colby.
Según los informes noticiosos, la tarde del 27 de abril de 1996 William Colby estaba solo en su casa en Rockpoint, Maryland. Salió supuestamente a dar un paseo vespertino en canoa en el cercano río Wiconico. Pero, cosa rara, dejó su cena a medias y un vaso de vino en la mesa, así como su computadora encendida. Cuando encontraron su cuerpo una semana después, el 6 de mayo, no llevaba chaleco salvavidas. Sus amigos y vecinos le informaron a las autoridades que Colby era un remero meticuloso, quien nunca salía en su canoa sin el chaleco salvavidas puesto. El chaleco apareció más tarde, a unos 20 metros de donde encontraron la canoa.
Los examinadores médicos concluyeron, sin tener una pizca de pruebas, que Colby había sufrido un ataque cardíaco o apopléjico mientras remaba, y que se había ahogado. Un primer reportaje de Associated Press informó que Colby había llamado a su esposa, quien estaba de viaje por Texas, y le dijo que no se sentía bien, “pero que de todas maneras iba a ir a remar”. Sally Shelton Colby, molesta, refutó cada detalle de la historia. En efecto, ella habló con su esposo poco antes de que saliera de casa, pero no le dijo nada sobre un paseo nocturno en canoa ni que se sentía enfermo.
Quizás nunca se aclaren las verdaderas circunstancias de la muerte de William Colby, pero no hay duda que esta muerte inoportuna sucedió poco después de que recibió la carta pidiendo entrevistarlo sobre lo que recordaba del caso Olson. Un amigo cercano y ex ayudante de Colby durante la era de Vietnam, John DeCamp, le confirmó a este autor que Colby habló con él en muchas ocasiones sobre los experimentos de control mental del Gobierno de EU, y que lo había animado a emprender sus propias investigaciones, primero como senador por el estado de Nebraska, y después como abogado privado.
Irónicamente, en 1993, por medio de un amigo mutuo, Eric Olson recibió un mensaje misterioso de William Colby. Éste simplemente le decía que si tenía alguna pregunta acerca de las circunstancias en que murió su padre, debía llamarlo. Receloso de que alguien de la CIA le diría alguna vez la verdad, Eric dejó pasar la oportunidad, y Colby se llevó consigo lo que sabía del caso Olson a la tumba.
1997En 1997 surgieron dos grandes revelaciones en la saga de Olson. Eric Olson descubrió que un escritor irlandés, Gordon Thomas, había escrito en 1989 un libro que contenía cierta información asombrosa sobre la reunión en Deep Creek Lake, en la que el doctor Gottlieb le puso LSD al trago de Cointreau de su padre. Según el libro de Thomas, Journey Into Madness—The True Story of Secret CIA Mind Control and Medical Abuse (Viaje a la locura: la verdadera historia del abuso médico y de control mental secreto de la CIA), el tercer funcionario de la CIA presente, junto con los doctores Gottlieb y Lashbrook, era Richard Helms. En ese entonces Helms era jefe de operaciones de la Directiva de Planificación de la CIA, la sección de operaciones encubiertas. Luego lo nombrarían director, y, con esa autoridad, ordenaría la destrucción de todos los archivos de la CIA sobre los experimentos de control mental.
Como Thomas informó en la página 160: “Los primeros tres días del seminario [en Deep Creek Lake] transcurrieron sin incidentes, donde el doctor Olson explicaba y demostraba, y Richard Helms, el doctor Gottlieb y su asistente, el doctor Lashbrook, escuchaban”.
Si, como alega la CIA, la sesión de Cold Creek Lake era una revisión anual de rutina entre funcionarios de la CIA y sus contrapartes de la División de Operaciones Especiales del Cuerpo de Químicos del Ejército estadounidense en el fuerte Detrick, ¿qué estaba haciendo Helms ahí, el jefe de operaciones encubiertas de la CIA?
El 30 de noviembre de 1998, después de intercambiar correspondencia por un año, el escritor Gordon Thomas le envió un memorando a Eric Olson explicándole cómo supo de este fundamental detalle antes desconocido acerca de la reunión en Cold Creek Lake. Thomas identificó a dos hombres, a quienes llegó a conocer muy bien, como sus fuentes confidenciales sobre la presencia de Helms en Cold Creek Lake: el doctor William Sargant, un psiquiatra británico de renombre que trabajó en los experimentos secretos de control mental del MI5/MI6 y la CIA, de los 1940 a los 1970; y William Buckley, el jefe de la CIA en Beirut, quien fue secuestrado y torturado hasta la muerte por terroristas a mediados de los 1980. Antes, como segundo de Helms, Buckley participó directamente en el programa de control mental trabajando de la mano con el doctor Gottlieb y demás.
El memorando de Thomas destapó más que el detalle de la presencia de Helms en la sesión de Cold Creek Lake. Los amplios intercambios de Thomas con el doctor Sargant, cuyo libro de 1957, Battle for the Mind—the Physiology of Conversion and Brainwashing (La batalla por la mente: la fisiología de la conversión y el lavado cerebral), es prácticamente un manual “paso por paso” de ingeniería social y lavado cerebral colectivos, forzaron el caso Olson. Al contarle su historia a Thomas, Sargant también confesó su propia participación medular en el homicidio de Olson.
Por eso vale la pena citar con amplitud el memorando de Thomas (el texto completo aparece en el sitio electrónico del Proyecto del Legado de Frank Olson, en www.frankolsonproject.org):
“En el período de 1950–1960 pertinente a los sucesos relacionados con tu padre, yo era un escritor y alto productor de la BBC que trabajaba para el Departamento de Ciencias. Usé los servicios del doctor Sargant como asesor en varios programas. Se desarrolló entre nosotros una relación que se volvió más estrecha, y así siguió hasta su muerte en 1988. . . Estoy seguro de que, por las circunstancias tan inusitadas de la muerte de tu padre, los detalles han permanecido archivados en varias de las agencias antes mencionadas, específicamente en la Mossad. Las circunstancias que rodearon su muerte se enseñan como un caso de estudio en la Escuela de Capacitación de la Mossad a las afueras de Tel Aviv”.
Abriendo un paréntesis, después de que la procuraduría del distrito de Manhattan reabrió su investigación, uno de los procuradores adjuntos asignados al caso, Steve Saracco, corroboró por su cuenta en el transcurso de la investigación, por fuentes en Israel, que la Mossad sí estudiaba el caso de la muerte de Frank Olson como un ejemplo perfecto de un asesinato que podía negarse.
El memorando de Thomas continúa: “Cuando hablamos de tu padre, el doctor Sargant era director de Medicina Psicológica en el hospital St. Thomas de Londres, Inglaterra. También era asesor del servicio de inteligencia británico (MI5/6), en gran medida por su trabajo en los métodos soviéticos para obtener confesiones. . . Me dijo que había visitado Langley varias veces y que se había reunido con el doctor Sydney Gottlieb, Richard Helms y otros altos funcionarios de la CIA. Durante esas visitas también se reunió con el doctor Ewan Cameron y, en una ocasión, con el doctor Lashbrook y tu padre, Frank Olson.
“A la postre el doctor Gottlieb y Frank Olson visitaron Londres y, según el doctor Sargant, él los acompañó a Parton Down, el principal centro de investigación biológica y química de Gran Bretaña. Lo que le interesaba al doctor Sargant del trabajo que ahí se desarrollaba, era estudiar las implicaciones psicológicas de drogas que alteran la mente como el LSD. Me dijo que desarrolló una empatía con Frank Olson durante las varias visitas subsiguientes que éste hizo a Gran Bretaña. El doctor Sargant recalcó que, ‘él era como cualquier otro espía de la CIA, que usaba nuestros campos de aterrizaje secretos para ir y venir’. Prueba que apoya lo que puede encontrarse en el pasaporte de Frank Olson.
“De vez en cuando mencionaba la muerte de tu padre y, recuerdo con claridad, dijo que su papeleo sobre el caso se lo habían dado a las autoridades competentes en el servicio secreto de inteligencia británico.
“Una y otra vez el doctor Sargant expresó su opinión de que, por todo lo que había aprendido del MI5 y de sus propios contactos en Washington, había un caso lo bastante sólido para decir que a Frank Olson lo habían asesinado. Sargant creía que a Frank Olson también pudieron darle un coctel de drogas que incluía más que LSD. Dijo saber que el doctor Gottlieb había estado investigando depresivos de efecto lento que, al tomarse, podían inducir a una persona al suicidio.
“También, por sus propias reuniones con Frank Olson, creía que cabía la posibilidad bastante real de que tu padre pudiera convertirse en un soplón si creía que lo que estaba sucediendo estaba mal”.
Y aquí viene el meollo del asunto, que reveló la propia participación de Sargant en los sucesos de los últimos meses de la vida de Frank Olson: “En el verano de 1953 Frank Olson viajó a Gran Bretaña, de nuevo para visitar Parton Down. Sargant se reunió con él. Olson dijo que iba a Europa a reunirse con un equipo de la CIA dirigido por el doctor Gottlieb. Para entonces Sargant ya sabía que Frank Olson era el subjefe de OS (Operaciones Especiales) en funciones.
“Sargant vio a Frank Olson tras su breve visita a Noruega y Alemania Occidental, incluyendo a Berlín, en el verano de 1953. Dijo que le preocupaban los cambios psicológicos de Frank Olson. En opinión de Sargant, Olson, básicamente un científico investigador, había presenciado en el campo cómo actuaba su arsenal de drogas, etc., con un efecto letal en los seres humanos (los hombres ‘sacrificables’ de la SS, etc.). Sargant creía que por primera vez Olson había visto cara a cara su propia realidad.
“Sargant me dijo que creía que Frank Olson había presenciado asesinatos cometidos con las diferentes drogas de su hechura. La impresión de lo que vio, creía Sargant, era de lo más difícil de superar, pues Frank Olson era un hombre patriota que creía que EU nunca aprobaría semejantes actos.
“Recuerdo a Sargant diciéndome que habló en varias ocasiones con Frank Olson en 1953, en sus consultorios de la calle Harley en Londres. Éstas no eran consultas formales entre doctor y paciente, sino más bien Sargant pretendía determinar lo que Frank Olson había visto y hecho en Europa.
“Las propias conclusiones de Sargant eran que Frank Olson había atravesado por un marcado cambio de personalidad; muchos de los síntomas de Olson —la búsqueda interior, de solaz, etc.— eran típicas de esto, me dijo Sargant.
“Decidió que, de seguir hablando y comportándose como lo hacía, Frank Olson podía ser un riesgo de seguridad. Les recomendó a sus propios superiores del servicio secreto de inteligencia que Frank Olson ya no debía tener acceso a Parton Down ni a ninguna investigación británica en los diferentes centros secretos a los que había tenido libre acceso antes.
“Sargant me dijo que sus superiores acataron su recomendación. También estaba seguro de que sus superiores, por la naturaleza de sus lazos íntimos con la CIA, le habrían informado a Richard Helms y al doctor Gottlieb de las circunstancias por las que a Frank Olson ya no se le daría acceso a las investigaciones británicas. En efecto, Frank Olson había perdido buena parte de su importancia para la CIA.
“Cuando el doctor Sargant se enteró de la muerte de Frank Olson —lo recuerdo diciéndome que lo supo por un mensaje urgente de la embajada británica en Washington—, llegó a la conclusión inmediata de que sólo pudo ser asesinado. Lo recuerdo diciéndome que, en muchos sentidos, esa muerte planificada era casi clásica”.
Sí, clásica. En mayo de 1997, por las mismas fechas en que Eric Olson comenzó su correspondencia con Gordon Thomas, el New York Times publicó en primera plana un reportaje de Tim Weiner informando de nuevos documentos desclasificados de la CIA sobre el golpe de Estado que ésta organizó en 1954 en Guatemala, contra el Gobierno de Jacobo Arbenz.
Entre los documentos desclasificados que obtuvo el Archivo de Seguridad Nacional, un centro de estudios de Washington, estaba un manual de asesinatos de la CIA de fines de 1953.
Bajo el subtítulo “2. Accidentes”, el manual rezaba: “Para ejecutar un asesinato secreto, ya sea simple o por persecución, el accidente simulado es la técnica más eficaz. Cuando se ejecuta con éxito, provoca poco alboroto y sólo se investiga de manera casual.
“El accidente más eficaz —continúa el manual— en el asesinato simple, es una caída desde 75 pies o más contra una superficie dura. Los pozos de elevador, los cubos de escaleras, las ventanas sin protección y los puentes servirán. . . Si el asesino de inmediato arma un alboroto, haciéndole al ‘testigo aterrorizado’, no se necesita ninguna coartada ni escape furtivo. . . Requiere cuidado asegurarse de que no se distinga ninguna herida o condición no atribuible a la caída después de la muerte.
“Si los hábitos personales del sujeto lo permiten, puede usarse alcohol [se eliminaron dos palabras] a fin de prepararlo para un accidente simulado de cualquier clase”.
Varios párrafos después, bajo el subtítulo “3. Drogas”, el manual señalaba: “En toda clase de asesinato, excepto el terrorista, las drogas pueden ser muy eficaces. Si el asesino está capacitado como doctor o enfermera, y el sujeto está bajo atención médica, éste es un método fácil y excepcional. . . Si el sujeto bebe en exceso, puede inyectársele morfina o un narcótico parecido en la etapa de inconciencia, y por lo general la causa de la muerte se le atribuirá a un alcoholismo crónico”.
Y, por último, bajo el subtítulo “5. Armas sin filo”: “Los golpes deben dirigirse a la sien, la zona justo debajo y por detrás de la oreja, y a la parte baja y posterior del cráneo”.
Entre las aproximadamente 150 páginas de documentos de la CIA que William Colby le había entregado a la familia Olson en su reunión de 1975, estaban los testimonios de dos testigos oculares de los últimos días de Frank Olson, los cuales cobraron un significado especial al confrontarlos con el manual de asesinatos de la CIA de 1953.
El primer documento era del coronel Ruwet. Ruwet había acompañado a Frank Olson a Nueva York el 24 de noviembre de 1953, a una consulta psiquiátrica con el doctor Harold Abramson. La consulta la concertó el doctor Lashbrook de la CIA, quien también viajó a Nueva York con los dos hombres del Cuerpo de Químicos del Ejército. Ruwet escribió: “Llegamos a Nueva York sin novedad, nos dirigimos del aeropuerto LaGuardia al consultorio del doctor Abramson; llegamos ahí a las 5:00 p.m. aproximadamente. Dejamos al doctor Olson con el doctor Abramson, quien nos pidió que regresáramos como en una hora. Una hora después regresamos, y el doctor Abramson sugirió que nos fuéramos a un hotel, y le dijimos que teníamos reservaciones en el hotel Statler. Dijo que iría a nuestra habitación como a las 10:30 con algunos sedantes, y también sugirió que tuviéramos ‘licor’.
“A eso de las 10:30 p.m. llegó el doctor Abramson, y trajo consigo una botella de bourbon y un poco de ‘Nembutal’ para el doctor Olson”.
El recuento del doctor Abramson, escrito el 4 de diciembre de 1953, no mencionó sus instrucciones al doctor Olson de tomar bourbon y Nembutal, dos sustancias que interactúan con un efecto poderoso. Aunque sí escribió lo siguiente: “El señor Olson estaba en un estado sicótico cuando se decidió su hospitalización debido a un delirio de persecución. Hay dos aspectos en cuanto a la relación con el trabajo en el que estaba metido. Es bien sabido que es un riesgo laboral para la estabilidad mental hacer el tipo de trabajo relacionado con sus deberes. Es bien sabido que los sentimientos de culpa surgen en mayor o menor medida. Añádase a estos sentimientos de culpa, que sin duda son un riesgo laboral, su participación en un experimento en el que sintió que muchas de sus emociones se tornaban agobiantes. Es bien sabido que muchas drogas producen este efecto. Por ejemplo, tuve una paciente que intentó suicidarse hace poco, luego de tomar una cápsula de Nembutal. Una cápsula de Nembutal contiene entre un gramo y gramo y medio. Ésa es una dosis terapéutica que miles de personas toman diariamente; sin embargo, la estructura de la personalidad de esta paciente estaba orientada de modo tal, que una dosis de esta sustancia que miles de personas toman a diario bastó para hacerla que se tomara toda la caja como lo hizo. Por fortuna, su esposo estaba presente y la hizo vomitar las cápsulas. Sin duda es concebible y no puede descartarse que, del mismo modo, la participación del señor Olson en un experimento en el que se administraba una droga podría precipitar una crisis que alteraría los procesos mentales, de manera que podría darse desorientación y un funcionamiento mental menguado, con los resultados ya observados”.
ConclusiónA principios de mayo de 2001 Eric Olson recibió una llamada inesperada de uno de los más viejos amigos de su padre, y también uno de sus colaboradores más cercanos en el fuerte Detrick. Norman Cournoyer prestó servicio junto con Frank Olson durante la Segunda Guerra Mundial, cuando ambos “diseñaron el equipo de protección que portaron las tropas estadounidenses en la invasión de Normandía, en caso de que los recibieran con armas biológicas” (esta cita es del memorando contemporáneo de Eric Olson sobre su reunión de tres días con Cournoyer).
Cournoyer acababa de leer un reportaje de Michael Ignatieff del 1 de abril de 2000 en la New York Times Magazine, sobre el caso Olson, y, tras meditarlo mucho, decidió darle a Eric Olson las piezas faltantes de la historia detrás del asesinato de su padre a manos del Gobierno estadounidense.
Olson viajó a Amherst, Massachussets, y se reunió con Cournoyer del 16 al 19 de mayo de 2001.
Entre las cosas que Cournoyer le reveló a Eric estaban, primero, que en algún momento en 1946 o 1947 la carrera de Frank Olson tomó una “nueva dirección”. Pasó a trabajar para la CIA y lo metieron a un programa eufemísticamente llamado “obtención de información”. Con nombres clave exóticos como PÁJARO AZUL, ALCACHOFA y MKULTRA, a Olson, un experto en armamento químico y biológico, lo pusieron a trabajar en métodos de interrogación diseñados para sacarle información aun a los sujetos más reacios a hablar. Las drogas y las técnicas químicas que se usaron en estos programas estuvieron ligadas a las técnicas más radicales de interrogación, que seguido incluían la tortura.
La mayor parte del tiempo que participó en los programas de la CIA, Olson permaneció en el laboratorio del fuerte Detrick. Pero a partir de 1950, según Cournoyer, Olson empezó a viajar al extranjero, tomando parte en los interrogatorios de algunos criminales de guerra nazis “prescindibles”, sospechosos de espionaje soviético y agentes dobles.
Cournoyer le dijo a Eric que, luego de un viaje a Europa en julio y agosto de 1953, Frank Olson se acercó a él en secreto. Cournoyer aún tenía sus privilegios de seguridad ultrasecreta, así que Olson no tuvo reparos en contarle a su amigo que había presenciado más de un asesinato en los interrogatorios. Cournoyer le contó después a dos productores de documentales alemanes: “Frank me dijo, ‘Norm, fueron al extremo. ¿Alguna vez has visto morir a un hombre? Yo sí. Gente a la que interrogaron murió’. Me dijo que iba a renunciar. Estaba saliéndose de la CIA”.
Cournoyer también le dijo a Eric que su padre había dicho que sospechaba que EU había usado armas biológicas contra Corea del Norte, una acusación que luego analizaron dos investigadores canadienses.
El 12 de agosto de 2002 la cadena de televisión alemana ARD transmitió el documental de Egmont Koch y Michael Wech, “Nombre clave ALCACHOFA”. Los cineastas añadieron otra pieza crucial a la historia de Frank Olson, corroborando las versiones de Cournoyer y Sargant sobre el último viaje de Frank a Europa en julio y agosto de 1953.
Koch y Wech revelaron la ubicación de centros de interrogación secretos que la CIA montó en Alemania Occidental durante la Guerra Fría, incluyendo un lugar en Oberursel, al norte de Fráncfort, al que llamaban el “Campo Rey”. Ahí la CIA realizaba experimentos de tortura e interrogación con convictos nazis y espías soviéticos. Entre los “asesores” que trabajaban en el “Campo Rey” estaba el profesor Kurt Blome. Blome fue subdirector de salubridad del Tercer Reich, responsable de todos lo experimentos biológicos realizados en campos de concentración como el de Dachau. A Blome lo habían arrestado al término de la Segunda Guerra Mundial y llevado a juicio en Núremberg; pero, bajo el programa secreto del gobierno estadounidense, “Operación Bote de Basura”, lo habían reclutado para enseñarle a los estadounidenses cómo ejecutar interrogatorios innovadores.
Como indica el pasaporte de Frank Olson (había recibido un pasaporte diplomático en 1950, otro indicio de su nuevo empleo en la CIA), viajó en varias ocasiones a Alemania Occidental —a Fráncfort, Heidelberg y Berlín— entre 1950 y 1953. Un estudio minucioso de las diapositivas y películas familiares de su padre confirmó que había estado en los cuarteles clandestinos de la CIA en Alemania Occidental, en la vieja sede de la I.G. Farben en Fráncfort. En agosto de 1953 estuvo en el cuartel general del Ejército de EU en Berlín, donde los “chicos duros” interrogaban a varios espías soviéticos importantes.
Cada pequeña prueba que recabó a lo largo de los últimos 30 años ha convencido a Eric Olson de que a su padre lo asesinaron para evitar que soltara la sopa sobre lo de la tortura, los experimentos con drogas, el empleo de criminales de guerra nazis, y el posible uso de armas biológicas en la guerra de Corea.
Norman Cournoyer coincidió con Eric Olson. Les dijo a los productores de ARD, en cámara, con Olson sentado en la habitación: “Pero hubo gente que tenía armas biológicas y que las usó. ¿Había motivos para que la CIA matara a tu padre? Yo así lo creo”.
De vuelta a CheneyA Eric Olson le tomó más de 30 años abrirse paso entre la maraña de espejos que montó el Gobierno estadounidense para ocultar los secretos que llevaron a la muerte de Frank Olson. Ahora está seguro de saber lo que pasó. Muchos de los archivos siguen siendo clasificados, muchos los destruyeron, y muchos de los testigos de los sucesos decisivos que ocurrieron el verano de 1953 llevan bastante tiempo muertos, algunos, como William Colby, en circunstancias igual de misteriosas.
Lo que está claro —y que también le quedó claro a Frank Olson en las últimas semanas de su vida— es que se convirtió en blanco de las mismas técnicas de tortura e interrogación que presenció en el “Campo Rey” en Berlín y en otras partes. Cuando regresó del interrogatorio con LSD en Deep Creek Lake, le dijo a su esposa Alice: “Cometí un error terrible”. No dijo más. Es evidente que lo que Frank Olson vivió en Deep Creek Lake, y después en Nueva York, fue sepultado bajo una montaña de mentiras, muchas de ellas codificadas en las versiones falsas de los únicos testigos, cuando el fiscal general de la CIA investigó el caso.
Sólo Cheney sabe hasta dónde conoce la verdadera historia de lo que Eric Olson ahora llama “el asesinato de seguridad nacional” de su padre. Lo que está claro es que Dick Cheney fue un protagonista medular del encubrimiento de lo que tiene toda la traza de ser una ejecución del gobierno, dirigida a proteger algunos de los secretos más negros de la Guerra Fría. Y, si es cierto que el pasado ilumina el futuro, entonces el caso de Frank Olson arroja una luz importante sobre “el Vicepresidente de la tortura”, cuyos crímenes no empezaron con Abu Ghraib, ni siquiera con lo del 11 de septiembre de 2001.
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