Ciencia y cultura
¿De veras vale la pena arriesgarse a la exploración espacial?
por Marsha Freeman
Risk and Exploration: Earth, Sea and the Stars (Riesgo y exploración: la tierra, el mar y las estrellas), por Steven J. Dick y Keith L. Cowing (Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio: Washington, D.C., 2005, NASA).
En el transcurso de 44 años de vuelo espacial tripulado, más de dos docenas de estadounidenses, rusos y exploradores espaciales de otras naciones han fallecido en accidentes. Algunos murieron en el adiestramiento; otros, como tres de los astronautas del Apolo, murieron en tierra; y el resto murió en el espacio. ¿Ha valido la pena el riesgo?
En septiembre de 2004 la NASA patrocinó un simposio para ayudar a poner esta pregunta en perspectiva. Reunió a gente que personalmente ha corrido el riesgo de explorar en los ambientes más desafiantes de la tierra y el espacio, y a historiadores que describieron misiones de exploración del pasado. Este libro es la transcripción de esa deliberación.
La convocatoria al simposio nació del debate sobre el peligro y el vuelo espacial, luego del accidente del 1 de febrero de 2003 que destruyó al transbordador espacial Columbia y mató a su tripulación. Una observación, después de leer sobre las hazañas de los exploradores en el tiempo, es que, al considerar las dificultades de abandonar la Tierra, es notable qué tan segura ha sido esta empresa.
La tarea de descubrir como cerrar la brecha entre el riesgo real del vuelo espacial y el percibido por el público, motivó a muchos de los que presentaron ponencias en la reunión.
Los pininos de la exploración
La exploración de la Tierra ha conllevado muchos más accidentes que la del espacio. Jack Stuster es un historiador cuyo libro, Bold Endeavors: Lessons From Polar And Space Exploration (Empresas audaces: Enseñanzas de la exploración polar y espacial), recuerda las proezas de exploradores como Ernest Shackelton, cuya misión antártica describe a detalle en este libro.
En el simposio de la NASA, Stuster recapitula esa expedición, y señala que el anuncio de reclutamiento de Shackelton en un periódico londiense rezaba: “Se solicitan hombres para viaje peligroso. Salario bajo, frío intenso, largos meses de total oscuridad, peligro constante, regreso seguro incierto. Honor y reconocimiento en caso de éxito”. La primera regla de la exploración es estar bien consciente del riesgo.
Stuster afirmó que una de las enseñanzas que resultan de estudiar la historia, es que “uno debe esperar accidentes”. Sin importar que tanta redundancia pueda aplicar la NASA a los sistemas espaciales, aconsejó, “no lo consideren fuera de duda”.
El que muchos no regresarían para contarlo era algo dado por hecho en los primeros tiempos de la exploración. Como contó Laurence Bergreen en el simposio, cuando Fernando de Magallanes dejó el puerto de Sevilla en 1519, lo acompañaban doscientos sesenta marineros en cinco embarcaciones pequeñas. Tres años después, una nave con 18 marineros regresó (una se había amotinado en el estrecho de Magallanes y regresó antes). Más de doscientos marineros y el propio Magallanes murieron en este intento de circunnavegar el orbe.
¿Cómo evalúa uno si el riesgo de estos viajes aventurados de exploración valió o no la pena? ¿Cómo deciden los mismos exploradores si van o no?
El riesgo en la era espacial
En los primeros tiempos de la exploración, a menudo la promesa de grandes riquezas y favores políticos bastaba para motivar a los hombres a arriesgar sus vidas en tales aventuras. Tal vez sólo un pequeño puñado de hombres era el que sentía que tenía una “cita con el destino”, que estaba abriendo una nueva frontera.
En la era de la exploración espacial, donde tales riquezas y favores políticos no son parte de la recompensa, y correr peligros temerarios no abre las puertas al adiestramiento como astronauta, ¿qué motiva a alguien a arriesgarse a ir al espacio?
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La tierra, el mar y las estrellas: bien vale la pena correr los riesgos de la exploración.
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La respuesta a esa pregunta fue abordada por tres generaciones de astronautas en el simposio de la NASA.
El geólogo, ex senador y astronauta del Apolo 17, Harrison Schmitt, el primer científico en el espacio, expresó su opinión de que el “legado científico” del programa Apolo “es simplemente insondable”. El programa “creó nuestro entendimiento moderno del origen y evolución de la Luna”. Schmitt hizo hincapié en que esa base de conocimiento no sólo hace posible pasar ahora a poblar y desarrollar la Luna, sino que también sienta las bases para nuestra futura exploración tripulada de Marte.
Pero, además de la recompensa científica y la tecnología que creó el Apolo, lo cual “aceleró el progreso humano”, hay un “legado cultural y social” que con frecuencia se olvida, dijo Schmitt.
Describió al Apolo como un “tremendo forjador de confianza entre la población estadounidense en esa época”, y, con los viajes de los astronautas como embajadores después de sus misiones, “fue un forjador de confianza para los pueblos de todo el mundo”.
Informó que en sus charlas con inmigrantes soviéticos, el programa lunar estadounidense tuvo “una tremenda influencia en la confianza de la dirigencia soviética en relación con la Iniciativa de Defensa Estratégica del presidente Reagan (1983), en la que creyeron —tal vez mucho más que muchas personas en este país [Estados Unidos]— que tendríamos éxito, porque habíamos tenido éxito con el Apolo donde ellos habían fracasado”.
Para Harrison Schmitt, el “riesgo que algunas personas y la nación y los directivos y las familias corrieron en pos de ese objetivo [del Apolo]”, bien valía la pena.
Shannon Lucid, quien participó en el primer curso para astronautas que incluyó a mujeres en 1978, vivió 188 días en la estación espacial rusa Mir. Al explicar por qué aceptó semejante empresa arriesgada, habló de su experiencia previa como científica que hacía experimentos en un laboratorio, donde uno “encuentra una nueva forma de ver el universo”. Cuando exploras, dijo, “puedes sentir lo que es ser realmente creativo”. Estás comprometido con un proyecto que es “más grande que uno mismo”.
El astronauta Michael Foale, quien se unió al cuerpo de astronautas en 1987, vivió a bordo de la estación espacial Mir y también a bordo de la Estación Espacial Internacional. Tuvo la angustiosa experiencia de estar en la Mir cuando chocó con el vehículo de reabastecimiento no tripulado Progress, que descomprimió parte de la estación y casi obligó a la tripulación a abandonar la nave.
Foale pasó revista al riesgo inherente al vuelo espacial, desde el comienzo del programa Mercurio a principios de los 1960. El riesgo no ha cambiado, dijo, sólo la percepción del público. El mayor miedo de un astronauta, comentó por experiencia personal, no es morir en el espacio, sino fallar en la misión.
“Nadie nunca, nunca debe escandalizarse si. . . llegásemos a titubear y no regresamos a casa”, dijo Michael Foale. “Los estadounidenses pueden soportar molestias, dificultades y vencer las mayores dificultades cuando las metas y peligros se confrontan llanamente frente a frente. Tenemos que emprender éstas que son las aventuras más desafiantes, al tiempo que vemos cara a cara el peligro. De este modo, lograremos algunas cosas increíbles en el espacio”.
—Traducción de Liza Niño, del LYM.
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Portada del libro Riesgo y exploración: la tierra, el mar y las estrellas, que es la transcripción de las deliberaciones de un simposio que organizó la NASA en septiembre de 2004 para abordar los riesgos y peligros de la exploración. |
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