Editorial
¡Saquen a ese par de vagos!
El columnista Robert Novak presentó el 14 de septiembre su propia versión del papel que tuvo el ex subsecretario de Estado estadounidense Richard Armitage en la filtración de la identidad de la agente encubierta de la CIA, Valerie Plame, al acusarlo de desviarse para “descubrir” a la esposa del embajador Joseph Wilson. Aunque puede que la versión de Novak sobre su intercambio privado con Armitage sea fiel, no dice nada de lo que subyace en la investigación del fiscal especial Patrick Fitzgerald: ¿hubo una decisión políticamente motivada de la Casa Blanca para descubrir a Valerie Plame? Y, de ser así, ¿quién fue responsable?
Como un posible juicio contra el presidente Bush y el vicepresidente Cheney se ha convertido en la comidilla de Washington en las últimas semanas, el caso Plame cobra un nuevo significado.
Algunas cosas están claras, aun sin conocer ninguno de los registros del privilegiado gran jurado y del fiscal especial. Primero, varios altos funcionarios del Gobierno de Bush participaron en la fiebre de filtraciones contra el embajador Wilson y Valerie Plame, entre ellos el oficial mayor del Vicepresidente, Lewis Libby, y el suboficial mayor de la Casa Blanca, Karl Rove.
Segundo, hacia meses que las fuentes de EIR habían informado que la primera reunión del Poder Ejecutivo sobre Joe Wilson se efectuó en marzo de 2003 en la oficina del Vicepresidente, antes de la invasión de Iraq. La ocasión fue el testimonio del doctor Mohamed ElBaradei, director del Organismo Internacional para la Energía Atómica, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, en el que reveló que los supuestos documentos del Gobierno de Níger que “probaban” que Saddam Hussein procuró comprarle grandes cantidades de uranio, eran burdas falsificaciones.
Un día después Joe Wilson salió en CNN y le sugirió a la Casa Blanca revisar sus propios archivos, porque mostrarían que desde hacía un año ellos ya sabían que el cuento del uranio de Níger para Iraq era, en el mejor de los casos, dudoso. La aparición de Wilson en televisión en la víspera de la invasión estadounidense activó la alarma, según fuentes de EIR, y dio inicio a una cacería de brujas al mando de Cheney.
Según un libro que publicaron hace poco Michael Isikoff de Newsweek y David Corn de The Nation, Valerie Plame no era una simple agente de la CIA. Al momento de la invasión de Iraq, era una figura importante en la División de Contraproliferación de la Dirección de Operaciones, estaba a cargo de un grupo especial sobre Iraq que tenía la misión de reclutar agentes con conocimiento de primera mano sobre las armas de gran poder destructivo de ese país. Al momento del testimonio de ElBaradei en la ONU, Plame estaba a cargo de un gran equipo de oficiales de la CIA que habían estado reclutando agentes en Iraq e Irán. En pocas palabras, ella era una de las funcionarias mejor informadas de la comunidad de inteligencia sobre lo que estaba pasando en realidad en Iraq, y los indicios son que la CIA —a pesar de la gran presión de Cheney y Libby— no se comió el cuento de que Iraq rebosaba de armas de gran poder destructivo.
La filtración a Novak sí dañó gravemente la labor de contraproliferación de la comunidad estadounidense de inteligencia, más allá del hecho de que arruinó la carrera de una importante y joven funcionaria de la CIA que tuvo que abandonar la agencia.
En las próximas semanas quizás surja “la carta robada” en todo este escándalo: el ejemplar de Dick Cheney del New York Times del 6 de julio de 2003 con la columna de Joe Wilson, “Lo que no encontré en África”, con todo y la notas que le añadió de su puño y letra el Vicepresidente, entre ellas su comentario acerca de que el viaje de Wilson a Níger fue una “excursión arreglada por su esposa”. Ojalá que el fiscal especial Fitzgerald someta a un severo interrogatorio a Cheney sobre los acontecimientos que rodearon a sus anotaciones en ese artículo.
En las circunstancias que sean, la necesidad de llegar al fondo del caso Wilson–Plame sigue siendo una prioridad. Hemos llegado al grado que el enjuiciamiento de Bush y Cheney es una cuestión vital de seguridad nacional para EU y el mundo. Como dice LaRouche, es hora de que los estadounidenses patriotas exijan: “¡Saquen a ese par de vagos!”
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