Iberoamérica
¿Quién
gobernará a México, los banqueros o el pueblo?
por Gretchen Small En México se enfrentan hoy dos proyectos de nación
diametralmente opuestos, cada uno con un presidente elegido. Por un lado
está el que encabeza Andrés Manuel López Obrador, que
declara su legitimidad fundado en la ley natural, el derecho de toda la
población a un gobierno dedicado a proteger la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad. Por el otro, el que encabeza Felipe
Calderón, “elegido” con un fraude urdido por la banca
sinarquista internacional que busca saquear a México hasta el
tuétano.
¿Cuál prevalecerá? Este problema que enfrenta
México es un microcosmos del dilema que encara el planeta
entero.
Una vez que un tembloroso Tribunal Federal Electoral declaró ganador
de la elección presidencial a Calderón el 5 de septiembre, los
intereses financieros internacionales declararon cerrada la etapa electoral y
empezaron a dar órdenes públicas para que Calderón se
alistara a imponer reformas de austeridad en cuanto tome posesión el 1
primero de diciembre.
Pero el que pueda o no hacerlo está por verse. El 16 de septiembre,
Día de la Independencia de México, se reunieron en el
Zócalo de la capital mexicana más de un millón de delegados
de todo el país a la Convención Nacional Democrática, y
proclamaron a López Obrador como el “Presidente
legítimo” de México, le dieron el poder para integrar un
gabinete, y decidieron que tome posesión el 20 de noviembre, Día
de la Revolución Mexicana de 1910, en ese mismo lugar.
La convención aprobó además planes para varios
días de movilización nacional: el 27 de septiembre, aniversario de
la nacionalización de la electricidad de 1960, una movilización
contra la privatización de la energía y por la reducción de
su costo; una movilización contra la privatización de la
educación pública, del 2 al 12 de octubre; y el 1 de diciembre
manifestaciones contra la toma de posesión del “usurpador”
Calderón. Luego, el 21 de marzo de 2007, en el natalicio de Benito
Juárez, la convención volverá a reunirse en el
Zócalo para discutir las siguientes pasos a dar.
Los delegados se comprometieron a mantener el movimiento de resistencia
civil pacífico bajo el liderato de López Obrador, hasta que se
logre que México regrese a una política de desarrollo y
progreso.
Así, apenas empieza una gran lucha de poder sobre los principios que
determinarán el futuro de México, la cual no se limita a sus
fronteras. Los movimientos de resistencia pacífica que al pasado
encabezaron Martin Luther King y Mahatma Gandi, mismos que López Obrador
usa como modelo para sus seguidores, demostraron el poder para cambiar la
historia. Y si bien la batalla en México la siguen muy de cerca las
naciones de Iberoamérica, es su vecino del norte, Estados Unidos, que se
está sumiendo solo en el abismo económico y donde más de 10
millones de mexicanos viven de hecho en el exilio económico, el que
probablemente resienta más el impacto estratégico.
¿Cuántos deben morir?
En medio de la reunión anual del Fondo Monetario Internacional a
mediados de septiembre, el secretario general de la Organización para la
Cooperación Económica y el Desarrollo, el tecnócrata
mexicano José Ángel Gurría declaró que el
próximo Presidente de México debe imponer reformas
económicas en los primeros seis meses de su gobierno y que, de todas,
“la reforma fiscal es la número uno, la número dos y la
número tres”.
Los banqueros han estado gritando a los cuatro vientos durante 12
años que la clave para una reforma fiscal en México es
“ampliar la base impositiva”, es decir, la imposición de un
impuesto al valor agregado a los alimentos y las medicinas, para que las masas
hambrientas de México cumplan su parte en el pago de la deuda.
La demanda no es otra cosa que una orden de matar. Casi una quinta parte de
la población actual no tiene para satisfacer sus necesidades de
alimentación básicas, y aun así la última reforma
fiscal exigida por los banqueros contemplaba la imposición de un IVA de
8% a los alimentos y medicinas, y aumento a otras necesidades básicas
(transporte público, educación, libros, prestaciones sociales,
etc.), y un impuesto de 25% al salario (sean pensiones, beneficios de retiro,
tiempo extra, el aguinaldo, préstamos, etc.), mientras que reduce el impuesto a las empresas, de 34 a 30%, y el impuesto al ingreso de los
más ricos, de 30 a 25%; un programa retrógrado propio del
régimen del Bush y Cheney de George Shultz.
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¿Quién gobernará a México, un Felipe Calderón (der.) de los banqueros o un Andrés Manuel López Obrador (izq.) comprometido con la felicidad del pueblo? (Fotos: página oficial de Andrés Manuel López Obrador; www.felipe-calderon.org).
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Sin embargo, el presidente Vicente Fox no pudo obligar a un Congreso
dividido en lo político a que impusiera semejante programa genocida en
los seis años de su mandato. A un impopular Fox casi puede
considerársele un héroe comparado con el patético
Calderón, a quien ahora los banqueros le ordenan que imponga el mismo
programa en sólo seis meses. Carente ante todo de talento
político, a Calderón apenas si se le ha visto en público
desde que fuera declarado de manera oficial Presidente. Como lo señalan
ya en los medios varios columnistas, Calderón permanece recluido en su
oficina, temeroso de salir a la calle, donde se topa con los seguidores de
López Obrador que lo tachan de “usurpador”.
El derecho a la búsqueda de la
felicidad
“Yo acepto el cargo de Presidente de México”, dijo
López Obrador ante el millón de delegados a la Convención
Nacional Democrática reunida en el Zócalo capitalino el 16 de
septiembre, porque ya no podemos seguir aceptando que nuestros gobiernos sean
dirigidos por un comité en favor de los banqueros, las grandes empresas y
los especuladores que anteponen sus intereses privados por encima del
interés público. Los gobiernos de México han sido dirigidos
por criminales de cuello blanco desde el gobierno de Carlos Salinas de Gortari
(1988–1994), denunció. Vean los 120 mil millones de dólares
del rescate bancario conocido como FOBAPROA, el peor ejemplo de saqueo desde los
días de la Colonia en México. Bajo el FOBAPROA, iniciado en 1995,
el Estado asumió las deudas malas de los bancos privados, emitió
bonos públicos con una tasa de interés a los bancos a cambio de
esa deuda mala, y luego, una vez limpios, entrega los bancos a intereses
extranjeros. Hasta la fecha, los bancos de México, 90% propiedad de
extranjeros, obtienen su ganancia casi en su totalidad de esos bonos del
gobierno, sin prestar un centavo a la economía mexicana.
Estos intereses financieros no escatimaron nada para detenernos, porque nos
temen, afirmó López Obrador, interrumpido por la consigna
“Es un honor estar con Obrador”. Y preguntó:
“¿Creen acaso” que Calderón traerá la
tranquilidad y la normalidad política a México, y “que ahora
sí nada les impedirá quedarse con el gas, la industria
eléctrica y el petróleo? Se equivocan, no
pasarán”.
“Hemos decidido emprender la construcción de una nueva
república. . . [que] tendrá como objetivo superior
promover el bienestar, la felicidad y la cultura de todos los mexicanos”,
dijo, y en la “que se eleve a rango constitucional el estado de
bienestar”.
El movimiento invocó el Artículo 39 de la Constitución
mexicana, que establece el derecho del pueblo a cambiar su gobierno, si
así lo desea, como el fundamento constitucional para sus acciones. Ese
principio se ha conservado en todas las Constituciones de México, pero la
formulación que más le gusta a López Obrador es la que
expresa el Artículo 4 de la primer Constitución, la de 1814,
según dijo en un discurso que dio el 11 de septiembre en el
Zócalo: “Como el gobierno no se instituye por honra o
interés particular de ninguna familia, de ningún hombre ni clase
de hombres, sino para la protección y seguridad de todos los ciudadanos,
unidos voluntariamente en sociedad; éstos, los ciudadanos, el pueblo,
tienen derecho incontestable a establecer el gobierno que más les
convenga, alterarlo, modificarlo y abolirlo totalmente cuando su felicidad lo
requiera.
“Y eso es lo que vamos a hacer nosotros”, afirmó
López Obrador, “cuando la felicidad del pueblo lo requiera. Saben
que se abandonó la palabra, el concepto, el término felicidad en
el discurso político, y nosotros tenemos que rescatar la palabra
felicidad, porque al final de cuentas todo lo que hacemos es para procurar la
felicidad de nuestro pueblo, ésa es la esencia de todo lo que
hacemos”.
Si bien López Obrador no explicó más, muchos en
México conocen el hecho de que el acento de la Constitución de
Apatzingán en la “felicidad” de la población, refleja
de manera directa la influencia de las ideas rectoras de la Declaración
de Independencia y Constitución de Estados Unidos. Fue el desarrollo de
este concepto de “felicidad” de Godofredo Leibniz —en una
polémica abierta contra el aristotélico británico John
Locke y su defensa de la “propiedad”— el que guió a los
Padres Fundadores estadounidenses. Esta histórica continuidad y comunidad
de intereses entre las nacientes repúblicas estadounidense y mexicana fue
el eje de un folleto que publicó el Movimiento de Juventudes Larouchistas
en México (LYM), como una “Propuesta conceptual para la
Convención Nacional Democrática” (ver pág.
12).
Esta y futuras “propuestas conceptuales” del LYM puede que
demuestren el elemento que decida la batalla en México, en cuanto a
quién gobernará el país: los banqueros o el pueblo, o sea,
el bienestar general de la población. Esto es porque el movimiento de
resistencia civil de López Obrador hasta ahora ha movilizado un grupo
limitado pero valioso de jóvenes, por varios motivos históricos y
culturales. No obstante, si el movimiento ha de triunfar, no sólo
tendrá que reclutar a la juventud mexicana a la causa, sino
también convertir a los jóvenes en el corazón del
movimiento, porque solamente ellos representan y hablan por el futuro del
país.
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