Iberoamérica
¿Va El Salvador camino a una nueva Era de Tinieblas?
por Christine Bierre
Por más de 30 años Lyndon LaRouche y sus colaboradores han advertido que las políticas de desregulación y globalización financiera llevarán a una nueva Era de Tinieblas. ¿Cuántas veces no nos ha acusado la gente de exagerar?
Y, sin embargo, eso es lo que está sucediendo a diario ante nuestros propios ojos. Sólo quedan unos cuantos países estables, si bien extremadamente pobres, en el África negra. Muchos otros, como Somalia, Etiopía, Liberia, Sierra Leona y el centro de África, casi se han desintegrado del todo; otros, tales como la República Democrática del Congo, el Congo–Brazzaville y Costa de Marfil, pugnan por sobrevivir. En los últimos 30 años los Estados africanos, debilitados por las directrices del Fondo Monetario Internacional, han rematado su infraestructura (ferrocarriles, puertos, empresas públicas) y eliminado todo subsidio a la producción básica nacional. Como resultado, cunden las epidemias, la expectativa de vida se redujo a 46 años (comparados con los 80 de Europa); la inseguridad se propaga; las pandillas o grupos de soldados a los que no se les paga viven de asaltar a los ciudadanos o de cobrarles cuotas por cruzar sus “territorios”; los caminos son intransitables; las escuelas ya no funcionan; y la selva va conquistando las ciudades.
Las pandillas operan impunes
Una destrucción parecida de la civilización amenaza ahora a algunos países de Iberoamérica, como El Salvador. Con un desarrollo acelerado en los 1950, cuando un mercado centroamericano creó las condiciones para el rápido crecimiento económico por todo el Istmo, El Salvador pronto cayó cuesta abajo. Primero vino la eliminación del mercado común, seguida de una “guerra del fútbol” —manipulada por United Fruit— entre El Salvador y la vecina Honduras. Luego tuvimos la larga guerra civil que enfrentó a la izquierda contra una reacción derechista, misma que despedazó al país por casi 15 años, entre 1975 y 1990.
Los problemas de ese país para sobrevivir hoy son una secuela de esa guerra que arrasó el campo, mientras que casi un millón de salvadoreños emigraron como indocumentados hacia Estados Unidos. Muchos se fueron a California, donde, al caer en prisión por delitos insignificantes o de otra índole, pronto aprendieron de las pandillas californianas que la vida humana no vale nada, ni siquiera 10 dólares. Al repatriárseles de Estados Unidos a sus países de origen, estas pandillas de extraordinaria violencia, tras haber perdido todo sentido de humanidad, no sólo han invadido a El Salvador, sino a muchas de las demás naciones centroamericanas. Conocidas como la Mara Salvatrucha, estas pandillas juveniles, con su piel tapizada de tatuajes, imponen el terror en sus comunidades. Calculados en más de 100.000 en El Salvador, a los que se suman los que regresan de Estados Unidos a un ritmo de 5 atiborrados aviones al mes, estos jóvenes extorsionan ofreciendo su “protección” a empresarios, maestros, choferes de autobús, estudiantes y ciudadanos, y están dispuestos a matar por 10 dólares o menos.
El estado de San Miguel, en la parte oriental del país, vive una situación casi de revuelta contra el gobierno central, al que acusa de impotencia para bregar con la violencia de las maras. Bajo la presión de empresarios locales a los que la Mara Salvatrucha chantajea, el gobernador del estado y el sector privado amenazan con boicotear el pago de impuestos, de no tomarse medidas firmes para enfrentar el problema. En el pasado, ¡algunos han llegado incluso a financiar escuadrones de la muerte contra la delincuencia! En la ciudad capital de San Salvador, las maras extorcionan a los dueños de farmacias y otros negocios.
En los suburbios, las pandillas juveniles han hecho blanco de los choferes de autobús. En varias ocasiones en las que los choferes se han rehusado a entregar el dinero del pasaje, ¡estas pandillas los han asesinado y quemado sus unidades con todos los pasajeros a bordo! Extorsionan a los maestros, y este año más de 80 de ellos han solicitado que los transfieran a otras ciudades tras recibir amenazas. Las zonas residenciales de San Slavador son uno de los blancos de las maras, que se introducen a las viviendas con falsos pretextos para robar, violar a las mujeres, y matar a quienquiera que se atraviese en su camino y se niegue a pagar.
Dada la incapacidad del gobierno para enfrentar esta crisis existencial, más y más voces de desesperación exigen la adopción de medidas de emergencia —imponer la ley marcial o toques de queda—, con el peligro de que surjan caudillos que usen el pretexto de la delincuencia para imponer de nuevo los regímenes militares. Aunque sí se necesitan medidas policíacas firmes y competentes para frenar la barbarie desbocada que amenaza a toda la sociedad, es necesario tomar otras igual de fuertes en el terreno económico para atacar las causas de este problema: la pobreza, la ignorancia, la pérdida de los valores humanos y la destrucción de los lazos familiares a causa de la guerra, que arrojaron a muchos miembros de las familias al exilio para tratar de ganarse la vida. Tenemos que crear las condiciones para que los integrantes de las maras que quieran dejarlas, puedan borrar sus tatuajes, que es una condición para que puedan conseguir trabajo.
Además, algunos calculan que 40% de los jóvenes salvadoreños crecieron sin uno o ningún padre, por la nececidad de trabajar en el extranjero, informó en abril de 2006 El Diario de Hoy de El Salvador. Ésta es una cifra creíble, pues se calcula que la cuarta parte de la población ha abandonado el país en busca de empleo. Los financieros celebran el aumento continuo de las remesas que envían los expatriados —el Banco Central de El Salvador informó que las remeses aumentaron 13,3% en el primer trimestre de 2006, en relación con el año anterior—, pero, ¿cómo puede sobrevivir una nación en la que casi la mitad de los niños se cría sin ver a sus padres en años?
Mientras que el presidente Tony Saca se rehusa a seguir la vía de las medidas extraordinarias, sus políticas de austeridad y sus llamados recientes a elevar los impuestos no pueden contribuir a la necesaria pacificación del país. También se necesitarán reformas jurídicas para proteger la vida de testigos, jurados y otros involucrados en la lucha contra la delincuencia, que son amenazadas por las maras.
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Joven víctima de la contracultura que, en lugares como El Salvador, cobra expresión en fenómenos como el de la llamada Mara Salvatrucha. |
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“Trippy”, una joven integrante de la Mara Salvatrucha, se hace un nuevo tatuaje. (Foto: Donna De Cesare/Fundación Alicia Patterson). |
Pobreza y enfermedad
Demasiado débil como para enfrentar el crimen, el Estado desregulado tampoco puede enfrentar las epidemias que también acarrea la pobreza y la miseria. A últimas fechas la fiebre del dengue, tanto en sus variedades clásica como hemorrágica, se ha disparado. En la tercera semana de agosto, los hospitales registraron más de 400 casos, la mayoría del dengue clásico, pero los de la altamente mortal variedad hemorrágica aumentan a paso firme.
Cientos de miles de ciudadanos han emigrado del campo empobrecido a las ciudades, para vivir en barracas construidas en lugares que ni siquiera cuentan con agua. En estas condiciones, las lluvias copiosas que caracterizan a este país tropical generan condiciones en las que proliferan las acumulaciones de agua estancada, y los mosquitos portadores de enfermedades se reproducen al por mayor. Uno puede ver a las brigadas del Ejército fumigando estas zonas que son las más asoladas por las enfermedadas, pero no es sino la creación de viviendas dignas y un manejo adecuado del agua lo que acabará con el problema, algo imposible para el gobierno actual con el presupuesto y las políticas económicas actuales.
Es así como el bello El Salvador, con sus cinco volcanes y su exhuberante vegetación, sus playas de arena negra y sus laboriosos 6 millones de habitantes, está convirtiéndose en un infierno para sus ciudadanos, muchos de los cuales están pensando en emigrar a tierras más seguras. El segundo en criminalidad después de Haití, entre los primeros en la lista de epidemias mortales, a menudo azotado por temblores de los que la población no tiene como defenderse, El Salvador es un buen ejemplo de hacia dónde va el mundo entero si no hacemos nada para parar la destrucción de la civilización.
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