Ciencia y cultura
La guía de un conocedor del universo
por Bruce Director
Aunque todos los seres humanos tienen la
bendición de pasar la eternidad en el universo, algunos desperdician su
parte mortal en la ilusión de que están en alguna otra parte.
Estos presuntos “forasteros” cobran una fe obsesiva en un mundo de
fantasía cuya naturaleza está determinada por los supuestos
axiomáticos a
priori de la predilección del iluso,
y por una insistencia en que cualquier prueba experimental que contradiga esos
axiomas ha de ignorarse o, de tener que reconocerla, determinarse que habita
“fuera” de su mundo. Típico de tales creencias son las
nociones de la geometría euclidiana, el empirismo, el positivismo, el
existencialismo o ésa que es la patología más perniciosa
que aflige hoy a nuestra cultura: el
sesentiocherismo.
Como es inevitable que
quienes padecen esta enfermedad mental experimentarán ocasiones (al menos
una de seguro, aunque es probable que muchas) en las que enfrenten la falsedad
de sus creencias, la disección de sus fantasías les proporciona
pruebas clínicas relevantes a los psicopatólogos. Aunque el
estudio de tales patologías es fundamental para identificar la
enfermedad, su tratamiento y prevención exigen un concepto positivo de
salud. De esta manera, el desarrollo continuo de la condición humana
exige la feliz investigación del mundo real para cuya habitación
se diseñó a los seres humanos. Como la historia del dominio
creciente de la humanidad en y sobre el universo demuestra, ésa es su
inclinación natural. Por suerte, como pusieron de relieve Platón,
Nicolás de Cusa, Godofredo Leibniz y Johannes Kepler, el universo se
creó para esto, porque la cognición es un principio generalizado y
eficiente
en el
universo. Más aun, el universo entero obra en cada parte infinitesimal
que es sujeta del entendimiento y la acción de la mente
humana. El enfoque más avanzado para
tal investigación del universo “desde dentro” lo
estableció Bernhard Riemann en su famosa disertación de
habilitación de 1854. Siendo tan revolucionario como antiguo, Riemann
insistió en recobrar la cordura
preeuclidiana
al exigir que la ciencia dejara de aceptar los sistemas axiomáticos y se
fundara únicamente en las hipótesis que genera la
investigación de principios físicos. El problema que Riemann
encaró fue que, por más de dos mil años, a los
científicos se les había adoctrinado para aceptar seudosistemas
(tales como la geometría euclidiana) como el andamiaje necesario sobre el
que debía erigirse la ciencia, ya fuera como la forma aceptada, pero
considerada falsa, de expresar un descubrimiento verdadero o, como en el caso
del aristotelismo, la forma real del conocimiento humano. Riemann
reconoció, al igual que su auspiciador en este proyecto, Carl F. Gauss, y
el padrino de éste, Abraham G. Kästner, que ya fuera como un medio
de expresión o como la adopción de una creencia en realidad falsa,
los dogmas de corte aristotélico y euclidiano eran obstáculos que
aprisionaban a la mente en un mundo falso, limitándola a sólo
poder asomarse, con impotencia, a lo que la víctima creyera ser un mundo
externo real. Por consiguiente, para que la
ciencia progrese tiene que romperse esta distinción. No
existe
un afuera. Existe un universo autolimitado
cuyo desarrollo progresivo se caracteriza por una tendencia antientrópica
hacia estados de organización y existencia superiores, el cual puede
conocerse desde dentro mediante los poderes cognoscitivos que encarna la mente
humana. Para la ciencia moderna, la forma apropiada de expresión de esta
realidad física se funda en el concepto de
un
tensor
riemanniano.[1] En
ocasión de su disertación de habilitación, Riemann
elaboró el método que debe seguir esta ciencia del conocedor. Al
hacerlo, le dio voz a la forma verdadera de descubrimiento que subyace en cada
avance de la ciencia, desde los antiguos descubrimientos asociados con la
ciencia egipcio–pitagórica de la
esférica,
hasta los logros entonces frescos de Gauss en la astronomía, la geodesia,
el geomagnetismo, la electrodinámica y la epistemología. Pero fue
más allá, al generalizar a un grado nunca antes logrado este
método cuyas implicaciones cabales sólo hasta ahora ven la luz con
los descubrimientos de LaRouche en el dominio de la ciencia de la
economía física, y con la elaboración de dichas ideas a
través del proyecto de investigación de animaciones
económicas que un equipo de jóvenes pensadores del Movimiento de
Juventudes Larouchistas (LYM) está llevando a cabo al presente, bajo la
dirección personal de LaRouche.
|
Bernhard Riemann aportó el enfoque más avanzado para investigar el universo
“desde dentro”. Galaxia M81. (Foto: NASA). |
Sin
embargo, el contraataque siempre persiste. Tan pronto como el sonido de las
palabras de Riemann se apagó, su método estuvo bajo ataque. Al
principio dicho ataque cobró la forma de un silencio frío. Tras la
muerte prematura de Riemann adoptó una forma más sofisticada.
Aunque sus estudiantes y colaboradores siguieron animando sus ideas, sus
enemigos trataron de sofocar su programa con un sistema de formalismo
matemático, del que es típica la presentación del tratado
de Luther Pfahler Eisenhart de 1926,
Geometría
riemanniana.[2]
El problema con tratamientos tales como el de Eisenhart no es el uso de
fórmulas matemáticas como tal (Riemann mismo empleó ciertas
expresiones formales), sino la sustitución de las ideas propias de
Riemann por expresiones formales. Al hacer esto, los enemigos de Riemann
lograron, al menos en parte, imponer una nueva forma de dogma euclidiano bajo la
guisa de un formalismo neoeuclidiano al que con malicia se llamó
“geometría riemanniana”. Como el efecto de esta
sofistería ha llevado ahora a la ciencia y, en un sentido más
amplio, a toda la sociedad a un momento de ruptura, es necesario revivir el
enfoque verdadero de Riemann. El primer paso es ubicar el descubrimiento de
Riemann en el proceso histórico en el cual aún se
desenvuelve.
De Brunelleschi a
Kepler
Para gran desánimo del
sacerdocio babilónico del que manan los dogmas de Euclides y
Aristóteles, la mente humana puede
reconocer y
actuar sobre principios físicos
universales
sin
recurrir al formalismo matemático. Los propios
Elementos
de Euclides dan fe, de mala gana, pero de modo definitivo, de este hecho.
Ninguno de los descubrimientos de los que informan los
Elementos
de Euclides se descubrieron ni pudieron descubrirse con el método
deductivo que empleó. Como se da cuenta pronto cualquiera que haya
intentado recrear en realidad por sí mismo esos descubrimientos, de los
que allí se informa sólo pueden recrearse en un orden inverso,
empezando con la construcción física de los cinco sólidos
regulares en tanto consecuencia de la acción esférica, siguiendo
con el desarrollo de las magnitudes inconmensurables, las proporciones y los
números, y, por último, con la construcción de las figuras
planas. Es más, el defecto devastador de los
Elementos
de Euclides lo encarna la característica que los aristotélicos
consideran su atributo más viable: el método
deductivo. Dicho defecto, como lo pusieron de
relieve Kästner, Gauss y Riemann, queda al descubierto en la dependencia
que tienen los
Elementos
de la validez del postulado de las paralelas, una proposición que no
puede demostrarse dentro del sistema deductivo al que éstos están
sujetos. Como afirmó Gauss, sin el postulado de las paralelas no existen
triángulos similares, y sin triángulos similares todos los
teoremas de la geometría euclidiana fallan. Pero, como también
hizo hincapié Gauss, el postulado de las paralelas supone algo que no se
expresa en ningún lado: que el universo físico se extiende de
manera rectilínea a infinito o, como dirían Gauss y Riemann, que
es plano.[3] Aunque los avances de
la ciencia griega en las generaciones posteriores a Euclides (de manera
más notable los logros de Arquímedes, Eratóstenes y
Aristarco) se derivan del enfoque
preeuclidiano
asociado con la astrofísica que los egipcios y los pitagóricos
denotaron como la
esférica,
el dominio relativo de esta forma más cuerda de ciencia empezó a
desvanecerse con el asesinato de Arquímedes a manos de soldados romanos
en aproximadamente 212 a.C. El dominio relativo de la geometría
euclidiana que siguió (con la decadencia cultural relacionada de Imperio
Romano que en tan alta estima tenía el Edward Gibbon de lord Shelburne)
culminó en 1436, con el éxito de Brunelleschi en completar la
cúpula autoestable, sostenida por sí misma, de la iglesia de Santa
María del Fiore en Florencia. De entonces a la fecha, la cúpula de
Brunelleschi se yergue como un recordatorio desafiante de que el universo real
no es plano, como dirían los euclidianos, sino que lo determinan
principios físicos que Gauss y Riemann más tarde
expresarían como curvatura física (del modo que desarrollaremos a
más cabalidad a
continuación). Como puso de relieve
LaRouche en 1988, para sorpresa de muchos entonces, el principio que
Brunelleschi reconoció y empleó en la construcción exitosa
del domo fue el de la acción mínima que expresa la catenaria; un
principio que no se elaboró del todo hasta que vino Leibniz, más
de doscientos años después. Sin embargo, lo que demuestra el logro
de Brunelleschi es que la mente humana es capaz de reconocer, transformar y
comunicar el conocimiento de principios físicos sin reducirlos nunca a
una construcción matemática formal. Luego, cuando Leibniz
demostró que el principio físico que subyace en la catenaria puede
caracterizarse con una función de funciones logarítmicas, le dio
una forma matemática a esa expresión. Empero, la expresión
matemática del descubrimiento de Leibniz no es el principio; es una
afirmación rigurosamente
irónica de la naturaleza
trascendental del principio de la catenaria, una afirmación precisa de
una ambigüedad matemática a partir de la cual puede recrearse de
nuevo en la mente del científico el principio descubierto por
Leibniz.[4] El principio universal
que ejemplifica la proeza de Brunelleschi, lo elaboró Nicolás de
Cusa a la sombra de su recién construida cúpula. En
De docta
ignorantia, entre otros apartados, Cusa
insistió, con bases
epistemológicas, que la
característica de la acción en el universo físico no es
constante, sino que siempre cambia de manera no uniforme. Esto significó
que, en contraposición a los aristotélicos, la acción
física no se ajustaba a lo que era conveniente en lo matemático:
los círculos perfectos. En cambio, Cusa demostró que la no
uniformidad de la acción física es una característica de la
autoperfectibilidad
del universo, que es una condición más perfecta que la esterilidad
estática invariable de un universo gobernado por los círculos
perfectos de Aristóteles. Más aun, como la creatividad humana es
fundamental para la autoperfectibilidad del universo, la mente es capaz de
descubrir, desde el interior del universo en
desarrollo, los principios subyacentes que
lo rigen. La obra de Cusa reintrodujo en la
ciencia el requisito de identificar y medir un principio físico por la
característica de cambio que expresa su acción en el mundo
físico, una característica a la que Gauss y Riemann luego se
referirían como
curvatura.
La primera aplicación de esto, y quizás la más
impresionante, fue el descubrimiento de Kepler del principio de la
gravitación universal. Al momento, un
equipo de investigadores del LYM lleva a cabo una reelaboración
pedagógica del descubrimiento de Kepler, como lo detalló en su
Nueva
astronomía de 1609, pero es necesario
un breve resumen de los aspectos pertinentes para esta
exposición. Kepler rechazó el
precepto aristotélico de que el conocimiento del mundo físico ha
de confinarse al dominio de la percepción sensorial, y que los principios
que gobiernan el movimiento físico deben relegarse a lo que para ellos
era un dominio metafísico en última instancia inescrutable e
invariable. Para los astrónomos aristotélicos, esto planteó
un problema particularmente irritante, porque los movimientos planetarios
completos se extienden más allá del campo de visión del
observador, y las causas de dicho movimiento rebasan por completo la
comprensión sensual y (para el aristotélico) intelectual del
astrónomo. Por consiguiente, los astrónomos del período
romano repudiaron cualquier conocimiento veraz del movimiento planetario, y
fijaron descripciones matemáticas de sus especulaciones sobre cómo
debían de ser esos movimientos, de poderlos percibir de manera
directa. Esta visión concordaba
perfectamente con la opinión feudal imperante de que el hombre mortal
era, a lo más, una bestia sofisticada cuyos poderes cognoscitivos
yacían fuera y carecían de trascendencia en el universo
“real”, mismo que los aristotélicos imaginaban falsamente
como gobernado por un conjunto fijo de leyes eternas invariables. Como tal, el
hombre mortal, afirmaba la opinión aristotélica, debía
regirse por las leyes en apariencia caóticas del comportamiento animal,
sin recurrir a principios universales eternos que, ellos insistían, no
cambiaban.[5] Pero, siendo un adepto declarado de Cusa, Kepler se
percató de que esta visión del hombre y el universo estaba
equivocada. El hombre, mediante sus poderes cognoscitivos, puede conocer las
normas rectoras del universo en tanto
principios de
cambio, como recalcaron Heráclito y
Cusa. Por ende, Kepler entendió los movimientos de los planetas y la
investigación de los mismos por parte del hombre como parte de una
sola creación en autodesarrollo que
se desenvuelve, y que incluye la
evolución de la vida y la cognición humana. El hombre mortal no
está afuera del universo, ni éste lo está de la esfera de
acción del primero. En cambio, el hombre mortal, dueño del poder
de la cognición, trasciende la mortalidad al desempeñar una
función única e integral en el desarrollo eterno continuo del
universo entero. En consecuencia,
insistía Kepler, el mejor lugar para descubrir los principios del
movimiento planetario no es afuera, sino dentro del universo:
Porque como el Sol en su revolución sobre
su propio eje mueve a todos los planetas por la emanación que de
sí desprende, así también la mente, como nos dicen los
filósofos, al entenderse ella misma y todo lo que contiene, estimula el
uso de la razón, y al tender y desenvolver su simplicidad hace
comprensibles todas las cosas. Y tan estrechamente unidos y enlazados unos a
otros están los movimientos de los planetas alrededor del Sol y los
procesos de la razón, que si la Tierra, nuestro hogar, no recorriera su
circuito anual en medio de las demás esferas, cambiando de un lugar a
otro, de una posición a otra, la razón humana nunca
habríase esforzado por conocer las distancias del todo verdaderas de los
planetas ni las otras cosas que dependen de ellas, y nunca hubiera establecido
la astronomía.[6] En
sí, rechazó los modelos matemáticos del movimiento
planetario que habían postulado Ptolomeo, Copérnico y Tico Brahe.
Aunque cada modelo era radicalmente diferente, los tres pretendían
describir el movimiento de los planetas —que de manera experimental se
había determinado no era uniforme— ajustando las
estadísticas de las observaciones a círculos perfectos definidos
en términos matemáticos. Kepler se esmeró en demostrar en
la introducción de la Nueva
astronomía, que semejantes
métodos estadísticos no podían determinar la verdad, pues
los tres modelos arrojaban prácticamente el mismo resultado
estadístico. A esto los protagonistas, Ptolomeo, Copérnico o
Brahe, no podían objetar nada, ya que los tres aceptaban la creencia
aristotélica de que el formalismo matemático era la única
forma cierta de conocimiento. Pero, para
Kepler, las hipótesis sobre las causas físicas verdaderas son la
única forma de conocimiento. Por tanto, procedió a demostrar que
hay una anomalía inherente a las interpretaciones estadísticas de
Ptolomeo, Copérnico y Brahe, que refleja la existencia de un principio
físico que ninguno de sus tres sistemas considera. Como el postulado de
las paralelas para los
Elementos
de Euclides, la anomalía de Kepler no puede detectarse con los
métodos de Ptolomeo, Copérnico y Brahe, y ninguna
manipulación de sus sistemas matemáticos respectivos puede
eliminarla. Sin embargo, una vez identificada, tiene que rechazarse el sistema
o adoptarse su locura. El supuesto subyacente
de los tres modelos era la insistencia aristotélica en que el movimiento
de un cuerpo material no puede causarlo un principio inmaterial, sino algo
dentro del cuerpo mismo. Por consiguiente, los aristotélicos vieron la
órbita planetaria como el artefacto del planeta. Como el movimiento al
parecer no uniforme del planeta a lo largo del arco de su órbita se
desviaba de la supuesta perfección del movimiento circular uniforme,
Ptolomeo, Copérnico y Brahe buscaron algún punto (ecuante) en
torno al cual el planeta atravesaría arcos iguales en el transcurso de su
órbita. Kepler demostró, de modo exhaustivo, que no existe tal
punto. No importa cuán hábilmente tratara uno de manipular las
estadísticas con respecto a los modelos de Ptolomeo, Copérnico y
Brahe, seguía habiendo una
discrepancia. Kepler concluyó que
dicha discrepancia no era una aberración estadística; era una
cuestión de principio. Para Kepler, la órbita del planeta no es la
estela de su movimiento; más bien, la órbita la determina la
causa
física que hace que el planeta se
mueva. Esa causa, insiste Kepler, es un principio físico (la
gravitación) que impregna el universo. Según este principio,
existe una conexión entre el Sol y los planetas en lo individual
(caracterizada por el recorrido de áreas iguales en tiempos iguales), y
entre el Sol y todos los planetas de forma colectiva (caracterizada por las
relaciones armónicas entre las velocidades mínima y máxima
de los planetas). Las estadísticas de las observaciones eran, para
Kepler, las simples huellas del principio. Una vez identificado el principio,
las huellas podían
explicarse. Así, para Kepler, al
movimiento no uniforme del planeta lo guían las características
armónicas de todo el sistema solar a cada intervalo infinitesimal. Estos
principios armónicos definían la órbita del planeta como lo
que Leibniz luego llamaría una trayectoria de acción mínima
del sistema solar. En otras palabras, los planetas no se mueven en una de muchas
órbitas infinitamente posibles en un espacio de otro modo vacío.
Más bien, se mueven en trayectorias de acción mínima
definidas de manera única por las características armónicas
del sistema solar. Desde la perspectiva del planeta, Kepler recalcó que
dicha trayectoria es una línea recta. Lo “recto”, como Gauss
insistiría después, lo establecen consideraciones físicas,
no matemáticas a
priori. La mente humana juzga estas
consideraciones físicas como las características de cambio de un
principio físico. Gauss y Riemann expresarían después esa
característica de cambio como la noción de
curvatura
física.
La curvatura física; de Leibniz a
Gauss
La astronomía física que
Kepler revolucionó exigía un cambio completo en las
matemáticas imperantes, que está muy lejos del estado actual de la
ciencia. En tanto que Kepler hizo que la física avanzara y demandó
la creación de una nueva matemática congruente con ella, el
sistema de revisión por pares insiste hoy en lo contrario: no se permite
ningún descubrimiento físico en el templo, a menos que se plantee
en términos de la matemática ya
existente. Al demostrar que la acción
física es de veras no uniforme, Kepler tuvo que enfrentar el problema de
cómo medir el movimiento del planeta como una función del efecto
cambiante del principio de la gravitación. Esto requería el
desarrollo de unas nuevas matemáticas que pudieran expresar la
posición como una función del cambio, en vez de denotar
éste como una mera diferencia de posición. Kepler
señaló la dirección que debían tomar las nuevas
matemáticas, y exigió que futuros científicos la
desarrollaran. Especificó que todo el
sistema solar debía considerarse como la unidad de acción, y que,
de conformidad, el movimiento del planeta en cualquier momento había de
medirse como una función de las características armónicas
de todo el sistema solar. Tales características armónicas, como lo
reflejan la función de los cinco sólidos platónicos y las
proporciones que corresponden a los intervalos musicales entre las velocidades
mínima y máxima de los planetas, determinan el número y las
posiciones de las órbitas planetarias. En cada órbita, el
movimiento del planeta se medía con respecto a la órbita entera.
De modo que existe una relación mutuamente inversa entre el efecto
momentáneo de la gravedad sobre el planeta, y el efecto total de lo que
Gauss después llamaría el potencial gravitacional del sistema
solar en su conjunto. Leibniz
generalizó este concepto de Kepler al introducir la noción del
infinitesimal como la expresión del efecto penetrante,
aunque siempre
cambiante, de un principio universal en cada
rincón del espacio–tiempo físico. Él expresó
la relación inversa entre las expresiones infinitesimal y universal de
dicho principio como las respectivas formas diferencial e integral del
cálculo. El cálculo
infinitesimal de Leibniz es el único
cálculo verdadero. Los fraudes de Newton y Cauchy no son más que
sofisterías burdas dirigidas a eliminar el significado metafísico
del concepto físico de Leibniz del infinitesimal. Aunque los formalismos
sin infinitesimal de Newton, Cauchy y su prole quizás le interesen a
matemáticos puros, quienquiera que procure entender algo sobre el
universo físico regresa, de forma consciente o inconsciente, a alguna
forma del concepto de Leibniz. La potencia o debilidad relativa de un
científico la refleja en parte el grado al que es implícita o
explícitamente consciente de la superioridad del método de
Leibniz. En lo primordial, el enfoque de
Leibniz para el cálculo lo detallan sus propios escritos y los de su
colaborador, Johann Bernoulli, y los he abordado antes, en términos
pedagógicos, en apartados de la serie
Riemann a contraprueba de
tontos (visite www.wlym.com). Por motivos
que atañen a esta exposición pedagógica, el cálculo
de Leibniz y Bernoulli se examinará mediante el ejemplo de su
aplicación a la catenaria, desde la óptica de su desarrollo
posterior por Gauss y Riemann. La catenaria
es el ejemplo decisivo de la veracidad metafísica del cálculo de
Leibniz. Ningún intento previo, de manera más notable el de
Galileo, logró explicar la forma de la catenaria a partir de
consideraciones matemáticas. Fue sólo a través de la
aplicación de su cálculo a las características
físicas de la cadena suspendida, que Bernoulli y Leibniz lograron revelar
el principio metafísico subyacente de la
catenaria.[7] Tanto Leibniz como
Bernoulli reconocieron que la forma que cobra una cadena suspendida de grosor
uniforme refleja el efecto físico de aplicar una tensión a lo
largo de un potencial gravitacional. Por tanto, rechazaron cualquier intento de
explicar la catenaria suponiendo que era una “curva” en un espacio
euclidiano de otro modo vacío y plano. En cambio, consideraron la forma
de la curva como expresión de la interacción cambiante no uniforme
entre la gravedad y la tensión. Esto puede confirmarse con los
experimentos que Bernoulli especifica en su texto sobre cálculo integral
o con los que miembros del LYM han usado en presentaciones
pedagógicas.[8] Cualquiera que realice estos experimentos
reconocerá un cambio en la dirección de la cadena, de un punto al
siguiente, como el efecto físicamente determinado de la relación
cambiante entre la gravedad y la tensión. Así, la curvatura de la
cadena no es una desviación arbitraria de la rectitud euclidiana; es la
expresión de una característica física determinada mediante
experimento. Sin embargo, es importante
destacar que la curvatura, en este sentido, no es un objeto matemático,
sino una expresión matemática de una característica
físicamente determinada de la que se derivan las relaciones
métricas de la catenaria. Éstas las expresa la relación
funcional entre la longitud de la cadena en un intervalo dado, y la curvatura
cambiante en el mismo intervalo. En el caso de la catenaria, esta
relación la expresa, en términos matemáticos, la
ecuación diferencial de Bernoulli que representa la longitud de la cadena
como una función del efecto cambiante de la gravedad sobre la
tensión.[9]
Al igual que una
órbita planetaria, la catenaria muestra una curvatura total que cobra
expresión en la forma general de la cadena suspendida.[10]
También como en la órbita planetaria, la curvatura cambia de
manera diferente en cada parte infinitesimal. Esta curvatura infinitesimal
es una expresión de la acción de un principio físico que
actúa de modo tangencial sobre la cadena física, como si lo
hiciera sobre el mundo visible desde afuera; aunque afuera del mundo visible no
significa fuera del universo. Por consiguiente, al determinar esta
expresión infinitesimal, el hombre puede descubrir, desde el interior de
un proceso físico, los principios que lo gobiernan desde fuera del
dominio visible. La curvatura infinitesimal puede medirse, como propuso Leibniz,
por el inverso del radio del círculo osculatriz en ese punto (ver
figura 1.). No
obstante, dicha curvatura también puede medirse desde el interior de la
cadena, por así decirlo, por el efecto cambiante de la interacción
entre la gravedad y la tensión sobre ella, medido por experimento, como
lo especifican las funciones diferenciales de Leibniz y
Bernoulli.
Una investigación
más profunda del universo físico exige, empero, poder descubrir
desde dentro los efectos de muchos principios que actúan juntos en un
solo lugar en el espacio–tiempo físico. Esta noción de
curvatura “intrínseca” queda más clara cuando se
entiende desde la perspectiva desde la cual Gauss la desarrolla en su famoso
tratado sobre superficies curvas.[11] Gauss se había enfrascado
en hondas investigaciones físicas sobre geodesia, geomagnetismo y
astronomía, tales como su determinación de la órbita de
Ceres, y de la forma de la Tierra y de la naturaleza de su campo
magnético. Como la determinación de Kepler de los principios del
movimiento planetario, todas estas investigaciones exigían precisar
principios físicos desde dentro. Para Kepler, esto implicó definir
el movimiento de los planetas desde uno de ellos (la Tierra), que también
se movía según los mismos principios que Kepler trataba de
descubrir. Pero Gauss tenía otro problema. Mientras que la labor de
Kepler se benefició de un gran número de observaciones repartidas
con amplitud, Gauss trabajó con unas pocas mediciones relativamente
infinitesimales. Esto impulsó a Gauss a desarrollar una forma ampliada
del cálculo de Leibniz, en la que investigó la relación
entre las características físicas globales y su
expresión en lo infinitesimalmente pequeño. Desde
entonces, ese enfoque se conoce como geometría
diferencial. Tales superficies
determinadas en términos físicos, insistía Gauss, no han
de considerarse como objetos curvos de otro modo empotrados en un espacio
euclidiano plano tridimensional, sino como lo que Riemann luego llamaría
multiplicidades doblemente extendidas. Este concepto, aunque nuevo para Gauss en
esta forma, se remonta a uno que Kepler menciona en el segundo capítulo
de Mystérium
cosmográphicum. En referencia al
acento que Cusa le da a la importancia epistemológica de la diferencia
entre lo curvo y lo rectilíneo, Kepler distingue entre el globo, que es
una esfera enclavada en un espacio tridimensional, y una esfera, a la que
considera como la simple superficie. El primero, subraya Kepler, es una mezcla
de curvo y recto, en tanto que la segunda es pura
curvatura. En congruencia con esta
visión de Kepler, Gauss también proscribió el supuesto de
lo plano de la geometría euclidiana en su investigación de las
superficies curvas, y consideró que a las superficies las determina su
pura curvatura. Adoptando un método de la astronomía y la
geodesia, Gauss midió la curvatura de la superficie al registrar las
direcciones cambiantes de las normales de la superficie de una esfera (ver
figura
2).[12] Entre más curvas las
áreas correspondientes de las superficies, más grandes las
áreas de los mapas esféricos resultantes (llamados mapas de
Gauss), y viceversa. Gauss llamó al área total del mapa
esférico curvatura total o integral de esa región de la
superficie. Sin embargo, dentro de esa región la curvatura podría
variar mucho de un lugar a otro. Así, fue necesario que Gauss
desarrollara un concepto de medición local o infinitesimal de la
curvatura en cada punto dentro de esa región. Él definió
esto como la proporción entre cada área infinitesimalmente
pequeña de la superficie y el área infinitesimalmente
pequeña correspondiente del mapa de Gauss. Mostró que esta
cantidad también podía medirse por el inverso del producto de
multiplicar los radios de los círculos osculatrices por las curvas de
curvatura mínima y máxima en ese punto (ver
figura 3.). A
partir de estas dos mediciones, las curvaturas integral y local, Gauss
podía cuantificar las características de la superficie en lo
grande y las cambiantes en lo
pequeño.
Para medir así la
curvatura de una superficie, es necesario verla desde el exterior, como si
estuviera empotrada en un espacio dimensional superior.[13] No
obstante, Gauss, al igual que Cusa, Kepler y Leibniz, se percató de que
en la ciencia real uno tiene que ser capaz de medir la curvatura física
desde dentro, como lo hizo al determinar la órbita de Ceres y la forma de
la Tierra o las características de su campo magnético. Esto
implicaba poder determinar desde dentro de la superficie cómo ésta
cambia en lo infinitesimalmente pequeño. Para ello, Gauss se apoyó
en una aplicación del principio de acción mínima de Leibniz
que, en el caso de las superficies, cobra expresión en el comportamiento
de sus líneas más cortas, o sea, las
geodésicas.[14] Las características de estas
líneas geodésicas, al igual que la catenaria o una órbita
planetaria, las define la naturaleza de los principios físicos a partir
de los cuales se genera la superficie. De esta forma, su comportamiento expresa
dichos principios físicos. Para esto,
Gauss primero demostró que si se extiende un conjunto de curvas
geodésicas de igual longitud desde cualquier punto de una superficie,
entonces la curva que conecta los extremos de dichas geodésicas
será perpendicular a todas ellas (ver
figura 4). De
forma más general, demostró que si se dibuja cualquier curva
arbitraria sobre una superficie, y curvas geodésicas de igual longitud
perpendiculares a dicha curva arbitraria, la curva que conecta los extremos de
las geodésicas también será perpendicular a ellas (ver
figura 5). Por
ende, en cualquier superficie existe un conjunto intrínseco de curvas
ortogonales en el que al menos una de ellas es geodésica (ver
figura 6).
Así, Gauss descartó todos los sistemas coordenados
a
priori, tales como el de Descartes, y los
remplazó con un conjunto de parámetros que expresaba la naturaleza
física de la superficie misma.
A
partir de esto, Gauss pudo idear un medio para expresar la longitud de una curva
geodésica como una función de la curvatura de la superficie, y
viceversa. Dicha longitud podía expresarse como una función de las
curvas ortogonales que establecen los parámetros de la superficie
mediante una forma general del teorema de Pitágoras (ver
figura 7). A
diferencia de una superficie euclidiana “plana”, en la que la
relación entre la longitud de la hipotenusa y los catetos del
triángulo rectángulo es independiente de su posición sobre
la superficie, en una superficie curva esa relación cambia dependiendo de
su posición. Ese cambio es una función de la curvatura cambiante
de la superficie. Por tanto, la función pitagórica general de
Gauss, llamada función métrica de Gauss, expresa cómo
cambia
esa relación de un lugar a otro de la superficie, dependiendo de la
curvatura
cambiante
(ver figura 8).
Esto establece una relación funcional determinable entre la longitud
(métrica) y la curvatura.
Desde un
punto de vista físico, esto significó que podía medir la
curvatura cambiante de la superficie a partir de los cambios físicamente
mensurables en la longitud de las geodésicas con respecto a los
parámetros físicos de la superficie. Gauss aplicó este
método en su famosa medición de la línea de longitud que va
de Gotinga a Altona, a partir de la cual, fundado en una discrepancia de
160 en el
arco, ¡formuló un nuevo concepto de la forma entera de la
Tierra!
Sin embargo, la expresión de
esta relación entre la longitud y la curvatura era bastante complicada en
lo matemático. Por tanto, Gauss también halló una
expresión mucho más simple de la relación entre el
comportamiento de la geodésica y la curvatura. Reconoció que en el
mundo
antieuclidiano
real no hay tal cosa como los triángulos similares. Sobre cualquier
superficie curva, la suma de los ángulos de una triángulo formado
por las líneas más cortas siempre es mayor o menor que 180°,
dependiendo de si la superficie sobre la que ese triángulo existe tiene
una curvatura positiva o negativa.[15] Esta diferencia, que Gauss
llamó el exceso o defecto angular, es una función del área
del triángulo. En una superficie de curvatura positiva, entre más
grande sea el área del triángulo, más grande será el
exceso angular, hasta llegar a un máximo. En una superficie de curvatura
negativa, entre menor sea el área del triángulo, más grande
el defecto angular, hasta llegar a un mínimo de cero. La
proporción específica entre el exceso y el defecto angulares, y el
área, es una función de la curvatura. En una porción de la
superficie con más curvatura (por ejemplo, positiva), un triángulo
que abarque un área pequeña tendrá un exceso angular mayor
que uno que abarque un área parecida en una porción con menos
curvatura. Así, la curvatura de una porción de la superficie la
expresa la relación cambiante entre el área de un triángulo
geodésico y el exceso o defecto
angular. Así que Gauss mostró
que la curvatura de una superficie podía medirse por la proporción
entre el exceso (o defecto) esférico y el área del
triángulo geodésico. Esto le permitió al científico
determinar la curvatura característica de la superficie desde la misma,
sin considerar la ficción arbitraria del espacio euclidiano ni
ningún sistema coordenado cartesiano arbitrariamente fijo u
otro. Aunque las fórmulas que expresan
estas relaciones pueden tornarse muy complicadas, Gauss también
ideó el modo de hacer sus cálculos, al volver directamente
aplicables sus conceptos a los problemas físicos que estaba
investigando. De este modo, Gauss dio los
primeros pasos para liberar a la humanidad de la opresión persistente de
la geometría euclidiana. Su protegido, Bernhard Riemann, iría
más allá.
Un breve interludio sobre el
tiempo Antes de pasar directamente a la
contribución de Riemann, es necesario incluir una breve nota sobre el
principio de acción mínima, tanto por la integridad
científica del argumento presentado, como para arrancar al lector de
cualquier dependencia persistente de las nociones
a priori
del tiempo y el espacio. Quizás más porfiado aun que la
adhesión a las relaciones espaciales de la geometría euclidiana,
sea el apego psicológico a una creencia en la existencia de alguna medida
absoluta del tiempo. Como puso de relieve Platón en el
Timeo,
del cual después se hicieron eco, de manera más notable,
Filón, Agustín y Cusa, el tiempo no es una cantidad absoluta que
mide algún gran reloj de péndulo en el cielo. El tiempo es una
relación de cambio. Como lo planteó Platón,
“el tiempo es la imagen móvil
de la eternidad”. Así es
como Kepler entendía el tiempo. En vez de medir el movimiento no uniforme
del planeta con una medida de tiempo uniforme absoluto (el sol medio), Kepler
midió el tiempo con el movimiento mismo del planeta (sol verdadero).
Tomó como unidad de tiempo el intervalo único en el cual el
movimiento del planeta es el mismo al comenzar y al terminar: la órbita
entera. Esas unidades con cantidades iguales de movimiento —es decir, las
áreas orbitales iguales— midieron porciones iguales de tiempo.
Estas áreas orbitales son relativas a la órbita, no absolutas. De
modo que el movimiento del planeta define lo que es el tiempo. Sin movimiento,
no hay tiempo. Algo parecido pasó con
el descubrimiento subsiguiente de Fermat de que la luz sigue la trayectoria de
menor tiempo.[16] Con la reflexión simple, la trayectoria de la
luz es la de la distancia más corta. No obstante, con la
refracción, demostró Fermat, su trayectoria es la del menor
tiempo. La diferencia entre las dos acciones físicas es que con la
reflexión no hay un cambio de medio, en tanto que con la
refracción sí lo hay. El cambio de medio cambia las
características físicas de la multiplicidad de acción.
Dicho cambio físico define un nuevo comportamiento para la trayectoria
más corta, o sea, la geodésica. En la reflexión, esa
geodésica es la trayectoria de menor distancia. En la refracción,
es el menor tiempo. La naturaleza de la luz no cambia, siempre busca la
trayectoria más corta; pero cuando las características de la
multiplicidad en la que actúa esa luz cambian, la trayectoria más
corta pasa de la menor distancia al menor
tiempo. Así, de nuevo, el tiempo no es
una cantidad absoluta, sino una característica de cambio de la
acción física, un cambio en las características del
espacio–tiempo físico. En el
mundo real no existe el tiempo absoluto; existe, como Heráclito,
Platón y Cusa pusieron de relieve, el
cambio,
del cual el tiempo es una medida relativa. El medio más eficiente para
librarse de la creencia incapacitante en el tiempo absoluto, es reconocer lo
obvio: la única unidad de tiempo
absoluto es la eternidad. Todo acto más pequeño sólo forma
parte de la eternidad, cuya medida es relativa a la multiplicidad en la que
ocurre.
Las multiplicidades y los tensores
riemannianos Riemann empezó su
disertación de habilitación del 10 de junio de 1854 en la
tradición del niñito del cuento de Hans Christian Andersen sobre
el emperador desnudo. Afirmó que, aunque los supuestos de la
geometría euclidiana se habían aceptado por más de dos mil
años, nadie se había tomado la molestia de ver si eran ciertos.
Como está determinado por experimento que toda acción
física es
antieuclidiana,
Riemann insistió que la consideración futura de los
supuestos a
priori de la geometría euclidiana
debían abolirse y proscribirse de la
ciencia. Riemann remplazó el supuesto
arbitrario de un espacio euclidiano absoluto con la idea de una multiplicidad
física de acción cuyas “dimensiones”, como los
parámetros de las superficies de Gauss, denotan los principios
físicos que actúan en esa multiplicidad. El número de
dichas dimensiones no es fijo a
priori, como las tres dimensiones lineales
de la geometría euclidiana, sino que lo determina el número de
principios físicos a considerar para expresar a cabalidad la
acción física de la
multiplicidad. De modo que Riemann
extendió la noción de Gauss de una superficie a una multiplicidad
extendida en
n
dimensiones, de la cuál las superficies de Gauss representan el caso
especial de una multiplicidad doblemente extendida. Por ejemplo, la trayectoria
de la luz en la reflexión puede verse como una geodésica en una
multiplicidad simplemente extendida, porque la posición de la luz puede
determinarse del todo a partir de un parámetro físico: el
ángulo de incidencia. Por otra parte, la trayectoria de la luz con la
refracción es una geodésica en una multiplicidad doblemente
extendida, porque la presencia del principio adicional exige determinar la
posición con respecto a dos parámetros: el ángulo de
incidencia y el índice de refracción. De nuevo, no es la luz la
que cambia de la reflexión a la refracción, sino la multiplicidad
en la que actúa. Ese cambio de los principios físicos que
actúan sobre la multiplicidad produce un cambio correspondiente en la
característica de la geodésica, de la trayectoria más corta
a la de menor tiempo. En una nota suelta que
escribió entre 1852 y 1853, antes de presentar su disertación de
habilitación, Riemann ofreció un ejemplo de su concepto de una
multiplicidad determinada por principios
físicos,
no por dimensiones geométricas a
priori.
El concepto de una multiplicidad de
múltiples dimensiones perdura independientemente de nuestra
intuición del espacio. El espacio, el plano y la línea son
sólo los ejemplos más intuitivos de una multiplicidad de tres, dos
o una dimensiones. Aun sin la más mínima intuición,
podríamos desarrollar una geometría entera. Quiero explicar esto
con un ejemplo: Supón que quisiera
realizar un experimento u observación, y que sólo fuera importante
para mí establecer un valor numérico, digamos, el grado de calor.
En este caso, todos los resultados posibles podrían representarse por una
serie continua de valores numéricos, del infinito positivo al negativo.
Pero supón que quisiera determinar dos valores numéricos, digamos,
que quisiera hacer una determinación de temperatura y una de peso,
entonces los resultados tendrían que condicionarlos dos magnitudes
x y
y.
Aquí sólo obtendría el total de casos si le diera a
x y
y todos
los valores entre el infinito negativo y el positivo, al combinar cada valor de
x con
cada valor de
y.
Obtendré un caso único siempre que
x tomado
junto con
y tenga
un valor determinado. Ahora puedo extraer la
totalidad de los casos, un complejo de casos; puedo, por ejemplo, establecer la
ecuación
ax +
by +
c = 0 y
juntar ahora todos esos casos en que
x y
y
satisfagan la ecuación; podría llamar a este complejo de casos
línea
recta. A partir de esta definición de
una línea recta podría derivar todos aquellos teoremas sobre
líneas rectas que ocurren en la geometría. Es claro que uno puede
proceder de esta forma sin depender de la más mínima
intuición sobre el espacio. Con esta
forma de tratar la geometría o la teoría de las multiplicidades de
tres dimensiones, todos los axiomas abordados del modo habitual de tratar las
intuiciones espaciales, como por ejemplo, que sólo una línea recta
es posible entre dos puntos cualquiera, el primer axioma de Euclides,
desaparecen, y sólo los que son válidos para las magnitudes en
general, por ejemplo, que el orden de los sumandos es arbitrario,
permanecen. Uno descubre ahora con facilidad
cómo, del mismo modo, puede obtener una multiplicidad de dos dimensiones
independiente de la existencia de un plano; también cómo puede uno
arribar a una magnitud de arbitrariamente muchas dimensiones. Sólo
tenemos que hacer observaciones que [... conciernan a la
determinación de muchas magnitudes numéricas. La oración la
completó Heinrich Weber].
Pero también es interesante entender la
posibilidad de que este tratamiento de la geometría fuera, no obstante,
en extremo infructuoso, pues no encontraríamos ningún teorema
nuevo, y lo que se logra de manera fácil y simple mediante la
representación del espacio, sólo se convierte en algo complejo y
difícil. En general, uno tiene que optar por tomar la dirección
contraria y donde uno se topa con la geometría de multiplicidades de
más dimensiones, del modo que en el estudio de las integrales definidas
en la teoría de las magnitudes imaginarias uno usa la intuición
del espacio como una ayuda. Es bueno saber cómo, por medio de esto, uno
consigue una panorámica veraz sobre el tema, y sólo por esta
vía pueden plantearse directamente los aspectos
esenciales. De esta manera, con el remplazo
de las dimensiones euclidianas a
priori por principios físicos cuyo
número y características reflejan las características
físicas de una multiplicidad de acción física, le
correspondió a Riemann definir cómo expresar la relación
funcional entre esos principios, sin recurrir a ningún supuesto
a
priori. La dirección preliminar de
esto la dio su disertación de habilitación mediante el desarrollo
de su concepto de “magnitud
múltiplemente extendida”. La
acción en una multiplicidad física extendida en
n
dimensiones, insistía Riemann, debe expresarla la
magnitud extendida en n
dimensiones correspondiente. Semejantes
magnitudes
no
expresan un conjunto fijo de relaciones como en la geometría euclidiana.
Más bien, las magnitudes extendidas en
n
dimensiones de Riemann expresan las relaciones
dinámicas
entre los principios que determinan la acción física en la
multiplicidad. Un ejemplo elemental es la
antigua investigación pitagórica de la línea, el cuadrado y
el cubo. Piensa en una línea, un cuadrado y un cubo cuyos segmento, lado
y arista respectivos tienen la misma longitud. ¿Son todas estas longitudes
la misma magnitud? Desde la perspectiva de la geometría euclidiana o el
álgebra formal, la respuesta sería sí. Pero desde la de la
geometría física de los pitagóricos, Gauss y Riemann, es un
rotundo no. La única magnitud propia del cuadrado es una que exprese la
relación dinámica entre la longitud y el área, que los
pitagóricos demostraron es inconmensurable con una magnitud lineal. De
modo parecido, la única magnitud propia del cubo es una que exprese la
relación dinámica entre la longitud, el área y el volumen.
Toda relación subyacente se redefine de conformidad con esta magnitud
cúbica. Por ejemplo, la relación entre la longitud y el
área en una magnitud cúbica es diferente de la que hay entre la
longitud y el área en la cuadrada. Como demostraron las construcciones de
Platón y Arquitas, a cada objeto lo genera un principio distinto. Cada
uno es producto de una multiplicidad física diferente, con un
número específico de principios y una curvatura
característica
distintiva.[17] Riemann
liberó a la ciencia de los efectos incapacitantes de pretender investigar
el universo físico usando los relojes y varas de medir arbitrarios del
espacio y el tiempo absolutos euclidianos. Una vez liberado, el universo
físico mismo designa las magnitudes apropiadas con las que debe medirse.
Tal como con la demostración de los pitagóricos de las diferencias
entre una línea, un cuadrado y un cubo, la insistencia de Cusa en que lo
recto nunca podría medir lo curvo, o el entendimiento de Kepler de que el
movimiento del planeta definía el significado del tiempo, el concepto de
Riemann de multiplicidades extendidas
en n
dimensiones que se determinan en
términos físicos,
definió una nueva forma de magnitud. Una forma de tales magnitudes
extendidas en
n
dimensiones pertinente al estudio de la economía física, es la
noción moderna de
tensor. Un
tensor es una especie de cantidad en la que las relaciones dinámicamente
conectadas, dentro y entre las multiplicidades extendidas
en n
dimensiones, se expresan como una magnitud
unificada. Aunque existen expresiones
matemáticas formales de un tensor, como las que presentan el texto de
Eisenhart, y a pesar de que en ocasiones esas fórmulas son útiles,
semejantes expresiones en fórmulas no encarnan verazmente la idea de
Riemann. Tiene que conquistarse la idea antes que las fórmulas. Como
Riemann indicó en la nota anterior, la mejor forma de lograr esto es
mediante el uso pedagógico de ejemplos geométricos. En este
respecto, Riemann se hace eco de Platón, Cusa y Gauss, quienes pusieron
el acento en el uso metafórico de la geometría para comunicar
conceptos que yacen fuera del dominio de la percepción sensorial. En
tales casos, advirtieron todos, aunque los ejemplos geométricos son
indispensables para nuestro entendimiento, representan una guía, no un
sustituto, del concepto del cual se generan. En su disertación de
habilitación, Riemann hizo una admonición
parecida:
Dichas relaciones métricas sólo se
pueden investigar mediante conceptos abstractos de magnitud, y en conjunto
sólo se pueden representar mediante fórmulas; con todo, bajo
ciertos supuestos es posible descomponerlas en relaciones que, tomadas
aisladamente, admiten una representación geométrica, y de este
modo será posible expresar geométricamente los resultados del
cálculo. Por tanto, para ganar suelo firme será inevitable una
investigación abstracta en fórmulas, pero los resultados de la
misma podrán presentarse en ropaje geométrico. Los fundamentos
para ambas cosas están contenidos en la famosa memoria del Señor
Consejero Privado Gauss acerca de las superficies
curvas. La noción moderna de tensor
surge directamente de la idea preliminar de Riemann de la naturaleza de una
magnitud extendida en
n
dimensiones. Al desarrollarla, Riemann amplió las nociones de Gauss de
curvatura y relaciones métricas de sus superficies doblemente extendidas,
a sus multiplicidades extendidas en
n
dimensiones. Desde esta óptica, la curvatura expresa la relación
dinámica en interacción de los
n
principios físicos que actúan en la multiplicidad, en tanto que la
métrica expresa el comportamiento de las trayectorias de acción
mínima —o sea, las geodésicas— que se manifiestan en
la multiplicidad. Para captar estos aspectos, uno debe tener en mente la
admonición de Riemann. Usa el ejemplo de los conceptos de Gauss de
curvatura y métrica como un caso especial, e imagina la extensión
de estos conceptos a multiplicidades que no pueden visualizarse de manera
directa. Lo que se pierde por no poder visualizar tales multiplicidades desde
afuera, se gana al vernos obligados a descubrir su naturaleza desde
dentro. Empecemos por ampliar la idea de una
superficie curva a un concepto de curvatura para una magnitud triplemente
extendida: por así decirlo, un volumen curvo. Para esto, uno tiene que
ser despiadado en rechazar las nociones a
priori del espacio euclidiano. Semejante
volumen curvo no es una gran caja cuadrada en la que la acción curva
ocurre, sino una multiplicidad física definida por la acción de
tres principios físicos o por un principio que actúa en tres
direcciones, como, por ejemplo, en el caso del campo magnético de la
Tierra. Si uno se imagina ahora moviéndose alrededor de una multiplicidad
tal (como el movimiento de la aguja de una brújula conforme se mueve por
el campo magnético terrestre), experimentaría el efecto cambiante
de los principios físicos como un cambio de curvatura distintivo en cada
una de las tres direcciones (en este ejemplo). Sin importar la capacidad de
establecer cualquier representación visual (aun una tan inapropiada como
la que acabamos de dar) de esta misma característica en una multiplicidad
mayor que tres, es en vano. No obstante, puede formarse en la mente un concepto
preciso de tal curvatura múltiplemente
extendida. Riemann generalizó este
concepto al mostrar que en cualquier punto en una multiplicidad extendida en
n
dimensiones hay
n(n21)/2
direcciones de superficie distintas que intersecan, cada una con su propia
curvatura única, las cuales, juntas, determinan la curvatura de la
multiplicidad que actúa en ese punto.[18] Estas curvaturas, las
cuales pueden ser completamente diferentes, pueden medirse, como hizo Gauss,
como la proporción entre el exceso o defecto angular de un
triángulo geodésico, y el área que abarca dicho
triángulo.[19] Riemann definió la medida de curvatura
a cada punto de la multiplicidad como la magnitud que expresan las
n(n21)/2
curvaturas de superficie distintivas en ese punto, una magnitud que ahora se
llama tensor de curvatura de
Riemann.
Este tensor no es solo un
número. Es una magnitud que expresa cómo
las
n(n21)/2
curvaturas distintivas van cambiando a cada punto, y cómo este
cambio
cambia de un
lugar a otro en la multiplicidad. Cada
curvatura distintiva mide el cambio dentro de una de las superficies que
intersecan; pero, así como la magnitud cúbica define la
relación entre longitud y área de modo diferente que la cuadrada,
el tensor de curvatura de Riemann define cada curvatura constituyente
inferior desde la perspectiva de la dinámica de la multiplicidad en su
conjunto.
En el caso de las multiplicidades
doblemente extendidas de Gauss,
n(n21)/2
es igual a uno. Por consiguiente, el tensor de curvatura tiene un componente: la
medida de curvatura de Gauss como se definió antes.[20] Para una
multiplicidad triplemente extendida (un “volumen” curvo),
n(n21)/2
es igual a tres. Así, definir la medida de curvatura en un punto de una
multiplicidad triplemente extendida exige un tensor que exprese la
relación funcional entre las tres funciones que la componen, donde cada
una de ellas manifieste la curvatura cambiante de una superficie. El tensor de
curvatura, por tanto, expresa la relación cambiante entre estas tres
medidas de curvatura como un solo tipo de
función abarcadora. De nuevo, la
tridimensionalidad de esta magnitud no puede expresarse simplemente con un
número o con tres medidas individuales de curvatura. Más bien, se
necesita una magnitud extendida en
n
dimensiones o tensor. Para una multiplicidad
cuádruplemente extendida, seis direcciones de superficie
intersecarán en cada punto, estableciendo un tensor de curvatura
riemanniano que expresa una relación funcional entre seis medidas de
curvatura distintas. Aunque semejante
multiplicidad no puede visualizarse de manera directa, con el enfoque de
Riemann, su medida de curvatura puede definirse con
claridad. Además de esta noción
de curvatura de una multiplicidad extendida en
n
dimensiones, Riemann definió el concepto de una métrica extendida
en n
dimensiones. Para esto, amplió la generalización de Gauss de la
métrica pitagórica de la geodésica, de las multiplicidades
doblemente extendidas a las extendidas en
n
dimensiones. Recuerda que Gauss demostró que para una multiplicidad
doblemente extendida, la longitud de la geodésica la expresaban tres
funciones de los dos parámetros que definen la superficie.[21]
Esas tres funciones expresan la relación entre la longitud de una
geodésica y la curvatura cambiante de la
superficie. Para una multiplicidad
triplemente extendida, uno puede imaginar que en vez de que la geodésica
cambie con respecto a dos parámetros (superficie diferencial), lo haga
con respecto a tres, que forman, por así decirlo, un volumen diferencial.
Conforme este volumen diferencial se mueve alrededor de la multiplicidad, la
longitud de la geodésica que contiene cambia. Expresar la relación
entre la longitud de la geodésica y los tres parámetros que
definen el volumen diferencial, exige un tensor que exprese una función
entre seis funciones. De nuevo, con todo lo
inadecuada que es esta visualización para una multiplicidad triplemente
extendida, aun tal visualización indirecta es imposible para
multiplicidades cuya extensión es mayor de tres. Empero, Riemann
formuló un concepto preciso de semejante métrica extendida en
n
dimensiones. Demostró que en una multiplicidad extendida en
n
dimensiones hay, en principio,
n(n+1)/2
funciones de los
n
parámetros físicos de la multiplicidad, que se necesitan para
definir la métrica.[22] Desde entonces, estas
n(n+1)/2
funciones han venido a conocerse como el
tensor métrico de
Riemann. Expresan el efecto cambiante de la
curvatura de la multiplicidad sobre las mediciones de la longitud de las
líneas geodésicas. Los ejemplos anteriores, aunque algo
abstractos, brindan una base para formar un concepto pedagógico (a
diferencia de meramente formal) de los tensores métricos y de curvatura
de Riemann. Definida con amplitud, la
noción de un tensor riemanniano expresa un conjunto definido de
relaciones funcionales entre los n
principios físicos que actúan
juntos para producir el efecto total en una multiplicidad de acción
física extendida en n
direcciones. Es
más, la extensión de Riemann de las nociones de Gauss de curvatura
a las multiplicidades extendidas en
n
dimensiones, proporciona un medio para determinar las características
físicas de dicha multiplicidad a partir de sus expresiones
infinitesimales; o sea, desde dentro de la
multiplicidad. Riemann no sólo
desarrolló la forma de los tensores pertinentes, también
proporcionó un ejemplo experimental y elaboró un método
para su cálculo. En un trabajo que envió a la Academia de Ciencias
de París en 1861, en respuesta a la pregunta de un concurso sobre la
determinación del flujo de calor en un cuerpo sólido
homogéneo en tanto función del tiempo y otras dos variables,
Riemann ideó un ejemplo físico de la curvatura de una
multiplicidad extendida en
n
dimensiones. En dicho trabajo, Riemann escribió:
La expresión
puede considerarse como un elemento lineal en un
espacio general extendido en
n
direcciones que yace fuera de nuestra intuición. Si en este espacio
trazamos todas las líneas más cortas posibles desde el punto
(s1,s2,...,sn),
cuyas direcciones iniciales las caracterizan las relaciones:
ads1+
bs1;
ads2+
bs2;...;
adsn+bsn
(donde a y
b son
cantidades arbitrarias), estas líneas forman cierta superficie que puede
pensarse como ubicada en el espacio acostumbrado de nuestra intuición. En
ese caso, la expresión será una medida de la curvatura de la
superficie en el punto (s1,
s2,...,sn).[23]
El
trompo, del que hablamos en la última entrega de esta serie, ofrece otro
ejemplo pedagógico de una multiplicidad de acción física en
la que necesitamos los tensores para expresar dicha acción.[24]
Como hemos probado antes, el movimiento del trompo es resultado de su
relación cambiante con el potencial gravitatorio y el momento angular que
genera al girar. El efecto de cada uno lo expresa un vector que abarca tres
funciones que lo integran. Así, expresar el movimiento del trompo
requiere un tensor que represente la relación cambiante de ambos
vectores. Este tensor expresa la multiplicidad física en la que gira el
trompo, lo cual, como el propio Félix Klein se vio obligado a admitir,
representa una multiplicidad antieuclidiana. Pero, a diferencia de Klein, quien
con pompa insistía que es puramente matemática y carece de
importancia metafísica, esta multiplicidad antieuclidiana es la
única con una realidad tanto física como
metafísica. Uno de los ejemplos
más famosos de una aplicación de tensores de tipo riemanniano en
la física, es el uso que Albert Einstein hizo de ellos en su
teoría general de la relatividad, en la cual expresó las
relaciones gravitatorias del espacio–tiempo físico mediante un
complejo de tensores. Sin embargo, los
ejemplos citados son apenas un atisbo. Ejemplifican las investigaciones de las
multiplicidades físicas en las que los principios que actúan se
limitan a aquellos asociados con el dominio abiótico. Los principios
físicos de los dominios biótico y cognoscitivo también
actúan en las multiplicidades extendidas en
n
dimensiones que estudia la ciencia de la economía física. Es
más, las relaciones entre estos principios
son dinámicamente
antientrópicos. De modo que se necesita ampliar los tensores de tipo
riemanniano para expresar la relación dinámica entre
multiplicidades de grados cada vez mayores de
extensión. Empero, antes de delinear
estos requisitos es necesario considerar la otra cara del asunto que Riemann
investigaba.
La topología física de las
multiplicidades autolimitadas
En la
explicación anterior de la forma generalizada de la geometría
diferencial, ampliamos la noción de curvatura física a
multiplicidades definidas por
n
principios físicos e investigamos cómo la característica
cobra expresión en lo infinitesimalmente pequeño. Esta clase de
investigación es fundamental para el progreso científico, porque
es en las regiones infinitesimales que se miden las características de
las relaciones métricas y de curvatura, y es a partir de las
anomalías descubiertas por estas mediciones que se descubre la existencia
y naturaleza de principios físicos nuevos. Como puso de relieve Riemann
en su disertación de habilitación, “el conocimiento de la
conexión causal de los fenómenos está fundada esencialmente
en la precisión con la que la seguimos hasta lo infinitesimalmente
pequeño”.
Sin embargo, Riemann
entendía que estas características en lo pequeño no las
determina del todo la acción en las regiones locales de una multiplicidad
física. Tal como hechos singulares que ocurrieron hace miles de
años o una intención de producir un resultado de aquí a dos
generaciones determinan hoy las acciones inmediatas en la sociedad, las
características locales de una multiplicidad física reflejan la
naturaleza global de la multiplicidad. Riemann demostró que estas
características globales las definen factores tales como el número
de singularidades y las condiciones en el límite de la acción. De
hecho, aunque las mediciones locales de relaciones métricas y de
curvatura pueden variar bastante dentro de una multiplicidad, hay ciertas
características globales que ejercen un efecto determinante en su
significado físico. Riemann decía que la investigación de
estas características globales pertenecía al dominio del
“análisis
situs”. Más tarde, otro de los
estudiantes de Gauss, Johann Listing, adoptó el término
“topología” (de la palabra griega
topos,
que significa posición) para este estudio. Como se hará más
patente a continuación, es sólo al tomar en cuenta la
relación entre las características topológicas y locales,
que es posible conocer algo fundamental sobre el proceso físico que se
investiga.
En su disertación de
habilitación y en el extracto arriba citado, Riemann indicó que el
marco para una investigación de esta relación entre las
características locales y topológicas se encuentra en su estudio
de las funciones complejas, en las que expresó la noción de una
multiplicidad multiconexa autolimitada en la forma de lo que desde entonces vino
a conocerse como superficies riemannianas. Riemann fue pionero en este campo,
bajo la dirección de Gauss, en su disertación doctoral de 1851.
Luego, siguiendo su disertación de habilitación, Riemann
profundizó sus investigaciones en sus famosos estudios de las funciones
abelianas, las superficies mínimas y las
hipergeometrías.[25] Aunque
el descubrimiento de Riemann en este campo es un avance único en el
conocimiento, sus raíces se remontan a Platón y los
pitagóricos, quienes insistían que toda investigación del
universo debía partir de un concepto de la naturaleza de todo él.
En el
Timeo,
Platón expresó esta naturaleza como el concepto monoteísta
de que el universo es una sola creación de un Creador único.
Platón afirma que la expresión geométrica de semejante
universo autolimitado cobraría una forma
esférica:
La figura apropiada para el ser vivo que ha de
tener en sí a todos los seres vivos, debería ser la que incluye
todas las figuras. Por tanto, lo construyó esférico, con la misma
distancia del centro a los extremos en todas partes, circular, la más
perfecta y semejante a sí misma de todas las figuras, porque
consideró muchísimo más bello lo semejante que lo
disímil. Por múltiples razones culminó su obra alisando
toda la superficie externa del
universo.[26] Riemann
reafirmó esta noción de un universo finito autolimitado en su
disertación de habilitación, sólo que desde la perspectiva
superior de su noción de una multiplicidad múltiplemente
extendida:
La ilimitación del espacio posee, por
tanto, mayor certeza empírica que cualquier experiencia exterior. Pero de
aquí no sigue en absoluto la infinitud; antes bien, si se presupone
independencia de los cuerpos respecto a la posición, o sea, si se le
adjudica una medida de curvatura constante, el espacio deberá ser
necesariamente finito tan pronto como esa medida de curvatura tenga un valor
positivo, por pequeño que sea. Al prolongar las direcciones iniciales que
yacen en un elemento de superficie hasta obtener líneas mínimas,
obtendríamos una superficie ilimitada con curvatura constante positiva,
es decir, una superficie que, en una variedad plana tridimensional,
tomaría la forma de una superficie esférica y que,
consiguientemente, es finita. Platón
subrayó que la característica topológica de un universo
autolimitado también determina otra que la ciencia moderna
identificaría como “cuantificación”. Desde la
perspectiva de Platón, esto se expresa por la singularidad de los
sólidos regulares platónicos —que son cinco— y los
semirregulares arquimedianos, como las divisiones únicas de la superficie
esférica.[27] Hubo más avances en este campo con las
investigaciones de Luca Pacioli y Leonardo da Vinci, en particular por el acento
que este último le imprimió al significado de estas cuestiones
para la distinción entre los dominios abiótico y biótico.
El descubrimiento de Kepler de una nueva forma de sólido regular
—los llamados sólidos estrellados de Kepler y Poinsot— y el
contemporáneo de Napier del
pentagramma
miríficum, representaron nuevos
avances significativos a esta comprensión. Con los estudios
cristalográficos de los que informa en “El copo de nieve de seis
ángulos”, Kepler amplió esta noción al dominio de las
multiplicidades triplemente extendidas,[28] como indicaría luego
Riemann en la sección antes citada de su disertación de
habilitación. Pero, desde la
construcción de Arquitas para doblar el cubo, hasta la
determinación de Kepler de la naturaleza elíptica de las
órbitas planetarias, las pruebas experimentales indicaban que la
acción física estaba limitada por una forma de acción
superior a la que expresaban estos conceptos de acción
esférica. La solución a esta
paradoja empezó a ver la luz a más cabalidad con descubrimientos
tales como la visión renovada de Gauss de los sólidos regulares y
semirregulares desde la perspectiva de los principios generales de curvatura que
acabamos de ver, su descubrimiento de la conexión entre el
pentagramma
miríficum de Napier y las funciones
elípticas, su trabajo sobre el significado de la media
aritmético–geométrica, y las implicaciones de su
discernimiento de la división del círculo, la elipse y los
residuos bicuadráticos. Estos
descubrimientos presagiaron la penetración de Riemann de la naturaleza
más profunda de los efectos topológicos, misma que
desarrolló durante su estudio de las funciones de las superficies
mínimas, abelianas e hipergeométricas.[29] En estos
estudios, Riemann elaboró el concepto de una noción superior de
autolimitación, la cual se expresaba en la sucesión de
multiplicidades relativamente autolimitadas asociadas con las superficies de
Riemann que se generaban con respecto a la clase extendida de las funciones
trascendentales conocidas como abelianas. Riemann mostró que cada especie
de trascendental está asociada con una densidad creciente de
singularidades, lo cual se expresa en la superficie de Riemann correspondiente
mediante un cambio en sus características topológicas (ver
figura 10).
Ésta es la noción riemanniana de autolimitación que
representa el enfoque pertinente para la ciencia física
moderna. Riemann insistía que la
característica esencial de estas superficies riemannianas es su
expresión de lo que llamó el “principio de
Dirichlet”,[30] un principio físico que adoptó de
su maestro, Lejeune Dirichlet, a cuyas disertaciones sobre la teoría de
potencial de Gauss asistía en la Universidad de Berlín. En esos
estudios, Gauss y Dirichlet generalizaron la obra inicial de Leibniz sobre
dinámica por medio del estudio de la gravedad, el magnetismo y la
electricidad. Al igual que Leibniz, Gauss y Dirichlet pusieron de relieve que
las características específicas de una acción física
son el efecto de las propiedades de acción mínima
“potencial” de los principios físicos que la gobiernan. Gauss
definió como la “función de potencial” aquélla
que expresa la curvatura característica que manifiestan estas propiedades
de acción mínima. En otras palabras, los principios físicos
tales como la gravedad, el magnetismo y la electricidad establecen una
multiplicidad
antieuclidiana
cuya naturaleza puede expresarse en los principios generales de curvatura que
había formulado Gauss. En las disertaciones a las que Riemann
asistía, Dirichlet recalcó que esta función de potencial la
expresaba un conjunto de funciones armónicas —o sea, cuyo ritmo de
cambio de curvatura es igual en magnitud y perpendicular en
dirección—, y que éstas necesariamente expresaban las
propiedades de acción mínima del
potencial. Es más, Gauss y Dirichlet
reconocieron que las características específicas de una
función de potencial las determinaban las condiciones en el límite
de la acción. Por ejemplo, la superficie de un imán o de la
Tierra, en el caso del magnetismo o la gravedad, o las condiciones en el
límite de un cuerpo conductor de calor, como en el ejemplo desarrollado
por Riemann en la cita anterior. A partir de esto, Dirichlet demostró que
las características de la función de potencial en toda la
multiplicidad podían especificarlas las condiciones límite, y
cambiar cuando dichas condiciones variaran (ver
figura
11).
Riemann
fue aun más allá. Reconoció que el principio de Dirichlet
expresa una característica única de las funciones de una variable
compleja. Cuando tales funciones se representan con superficies de Riemann, el
principio de Dirichlet se extiende para incluir multiplicidades físicas
con una densidad de singularidades en ascenso, como lo demostró Riemann
en su obra sobre las funciones abelianas e
hipergeométricas.
Esto implicó
que Riemann pudiera demostrar la relación entre las
características de curvatura en lo infinitesimalmente pequeño y
las globales de la multiplicidad, en particular el número,
características y densidad de las
singularidades. Esto puede ilustrarse de modo
pedagógico con un ejemplo. Primero, toma la esfera, que es la forma de la
superficie de Riemann para las funciones trascendentales simples asociadas con
las circulares, las hiperbólicas y las exponenciales. Cada función
tal define un conjunto diferente de parámetros gaussianos desde los
cuales se determinan las relaciones métricas. Sin embargo, las relaciones
métricas sólo se aplican a situaciones locales. Por ejemplo,
sólo existe una geodésica entre dos puntos cualquiera,
únicamente si dichos puntos están cerca uno del otro. Pero si son
los polos, hay un número infinito de geodésicas que los conectan.
Riemann demostró que sobre una superficie esférica siempre
existen, de manera intrínseca, dos polos tales. Riemann definió
tales superficies como “simplemente conectadas”. Además,
Riemann mostró que ésta es una característica de cualquier
superficie simplemente conectada y, como toda superficie semejante puede
proyectarse sobre la esfera sin alterar sus relaciones armónicas (es
decir, conformemente), esta característica es
“topológica” (o sea, independiente de las relaciones
métricas particulares). No obstante, determina las condiciones en las
cuales existen dichas relaciones
métricas. Observa ahora el caso del
toro, que es la superficie asociada con las trascendentales elípticas.
Aquí ocurre una situación completamente diferente. Como
demostraron Gauss y Riemann, estas especies de trascendentales expresan un poder
superior de acción física que las trascendentales simples. Este
poder superior lo expresa la densidad en aumento de singularidades, que en la
superficie de Riemann se manifiesta como un cambio en las características
topológicas de la multiplicidad. Riemann denotó superficies tales
como el toro como “doblemente conectadas”. Sin embargo, a diferencia
del caso de las multiplicidades simplemente conectadas, las doblemente
conectadas no pueden, en general, proyectarse conformemente una sobre la otra.
Esto significa que la multiplicidad de las doblemente conectadas tiene, en
cierto sentido, un grado mayor de “cuantificación”, del modo
que Gauss exploró este concepto en su investigación de la media
aritmético–geométrica.[31] Pero, como
quedará claro a continuación, este cambio de topología
también está asociado con un cambio fundamental en la naturaleza
global de la curvatura de la
multiplicidad. Este cambio se aclara cuando
el concepto de curvatura de Gauss se combina con la noción de las
superficies de Riemann, tal y como éste lo hizo en su estudio de las
superficies mínimas. Las superficies mínimas, tales como la
catenoide, expresan una característica física de acción
mínima. Esta característica la manifiesta el hecho de que la
curvatura media de una superficie mínima es constante en todas partes.
Riemann mostró que los mapas de Gauss de superficies mínimas son
conformes con la superficie original (ver figura
12). Como sus superficies se generaban de
funciones complejas, reflejando las características armónicas de
las funciones de potencial físico de Gauss y Dirichlet, también
tienen la característica de que implican un mapa de Gauss
correspondiente. Pero una penetración
aun más profunda sale a relucir cuando ahondamos en la conexión
topológica entre las superficies de Riemann y los mapas de Gauss.
Comienza esta investigación echando un vistazo a la curvatura de
superficies simplemente conectadas. Como vimos antes, las partes de estas
superficies que son más curvas generarán áreas más
grandes sobre el mapa de Gauss, y las que son menos curvas, áreas
más pequeñas (ver figura
13). Pero, aunque la curvatura puede variar
mucho de un lugar a otro sobre la superficie, la curvatura total de la
superficie, o sea, el mapa de Gauss de toda la superficie, ¡será la
misma para cada superficie simplemente
conectada!
Esto parecería llevar a una
conclusión devastadora, si nos apegáramos a la idea de que la
forma del universo es simplemente esférica, pues en tal caso la curvatura
total del universo sería fija. Así, la curvatura local
podría cambiar, pero semejantes cambios no podrían afectar la
curvatura general del universo mismo. Esta idea corresponde al dogma
aristotélico de que, aunque el cambio puede ocurrir en lo pequeño,
en el plan general del universo ningún cambio fundamental es posible.
Esta visión. por supuesto, la contradicen las pruebas experimentales de
la ciencia física y la historia del hombre, cuyos descubrimientos y
aplicaciones de principios universales han traído cambios que sólo
pueden expresarse como un cambio en la curvatura total del
universo.
Pero, por fortuna, como
demostró Riemann, nuestra mente no se limita a multiplicidades
simplemente conectadas. Fundados en sus descubrimientos, podemos formar un
concepto más propio de la naturaleza
antientrópica
del universo real: una sucesión de
multiplicidades de conectividad creciente asociada con un cambio en aumento de
la curvatura total de la
multiplicidad. Ahora observa el mapa de
Gauss para el toro como un ejemplo de una multiplicidad doblemente extendida. El
exterior del toro tiene una curvatura positiva, y el interior, negativa. Los
círculos que conforman el límite de las dos regiones tienen
curvatura cero. Así, la curvatura del toro es más compleja que una
superficie simplemente conectada. Esto queda claro con los mapas de Gauss. El
exterior del toro se proyecta como una esfera entera, y el interior
también, sólo que en la dirección contraria (ver
figura 14). Los
círculos límite se proyectan como los polos. De este modo,
¡el mapa de Gauss del toro es en sí mismo una superficie de Riemann
con una curvatura total de cero! Esto nos da
un mejor concepto de curvatura cero que la idea de lo plano. En vez de pensar en
la medición de la curvatura cero como el plano euclidiano, podemos
concebirla como el efecto total de una multiplicidad con cantidades iguales de
curvatura positiva y negativa. La curvatura local en tal multiplicidad puede ser
negativa o positiva, como es posible también para una superficie
simplemente conectada. Pero el significado de la curvatura local en cada
multiplicidad es totalmente diferente. De
esta comparación de una superficie simplemente conectada con una
curvatura total igual a una superficie esférica, y del toro con una
curvatura total de cero, pareciera que no vamos en dirección a un
concepto de un universo con la posibilidad de tener una curvatura siempre
cambiante. Pero esta apariencia se remedia cuando vemos los mapas de Gauss para
una multiplicidad triplemente conectada, asociada con la siguiente especie
superior de trascendental, la hiperelíptica (ver
figura 15).
Semejante multiplicidad tiene una región con curvatura positiva y dos con
negativa. Así, el mapa de Gauss será una superficie
esférica positiva y dos negativas, para una curvatura neta total de
superficie esférica de
21. Si
pensamos ahora en la multiplicidad entera de las superficies de Riemann, vemos
una multiplicidad de multiplicidades de creciente densidad de singularidades, y
con una curvatura total
discontinuamente
más
negativa
cada vez. Tales discontinuidades entre los cambios en la curvatura total
también corresponden a un cambio que resulta de introducir un principio
del todo nuevo que actúa sobre la multiplicidad. Dicho cambio produce
otro correspondiente en la cuantificación de la multiplicidad. Esta idea,
en combinación con la de Riemann de las magnitudes extendidas en
n
dimensiones, los
tensores,
es el concepto básico necesario para abordar una investigación de
la economía física. Sin
embargo, eso requiere desarrollar una forma aun superior de
tensor.
Los tensores riemannianos en la economía: un
enfoque preliminar
Con todo lo antes visto en
mente, puede intentarse un esbozo de un enfoque preliminar para la
construcción de magnitudes como de tensor de corte riemanniano, que sean
adecuados para expresar procesos físico–económicos. Los
principios que fundamentan esto los ha desarrollado LaRouche con amplitud en
diversas instancias, la más pertinente de ellas su “Dinámica
y economía” (Resumen
ejecutivo de la 1a quincena de
septiembre de 2006). Tales magnitudes
múltiplemente extendidas han de expresar la interrelación de los
principios abióticos, bióticos y cognoscitivos como una
dinámica de la interacción social entre seres humanos, que en
sí misma está actuando sobre los dominios abiótico,
biótico y cognoscitivo. Esta dinámica no puede tratarse como una
interacción fija o siquiera alineal, sino como una dinámica que
está, ella misma, cambiando debido a la acción voluntaria de los
poderes creativos del hombre. De este modo, la multiplicidad
físico–económica de acción ha de considerarse como
la multiplicidad del potencial creciente de
producir ideas. En tanto tal, ninguna
forma de una serie o matriz de datos y funciones (incluso las alineales en lo
algebraico), tales como las que indica el tratamiento matemático formal
de los tensores, es adecuada. Más bien, estas cantidades
físico–económicas estilo tensor las expresa mejor la forma
de animaciones que especifica LaRouche. Por
ejemplo, el principio de la gravitación universal no puede expresarse
como una serie de relaciones matemáticas, ni en la forma que los libros
científicos modernos presentan como las “leyes de Kepler”,
ni, con más falsedad, como una consecuencia de la forma degenerada de la
formulación de Newton del inverso del cuadrado. Cualquier
expresión veraz del principio de gravitación universal tiene que
presentarse como un descubrimiento que actúa para cambiar la
dinámica del universo. Lo que debe tomarse en cuenta, es que la
gravitación actuaba como un principio físico en y sobre el
universo desde antes de que Kepler la descubriera y elaborara.
Pero, con el descubrimiento de Kepler y su
propagación a lo largo de generaciones sucesivas,
el
poder del
principio de la gravitación cambió, porque ahora podía
actuar sobre el universo desde el dominio de poder superior de la
interacción cognoscitiva humana que, en retrospectiva, redefine el
principio de la gravitación universal sin descubrirlo como depositario
del potencial no concretado de producir el efecto intencional de su
descubrimiento. Esta clase de cambio debe
expresarse en las nuevas magnitudes como de tensor, al modo de un cambio
discontinuo
en la curvatura característica total de la multiplicidad de la
economía física, de la variedad asociada con el tratamiento que
Riemann le da a semejante cambio de poder con respecto a las trascendentales
abelianas. Dicho cambio en la curvatura total
está asociado con uno en la curvatura infinitesimal o local de la
multiplicidad de los procesos físico–económicos. Establecer
una noción de curvatura local exige un rechazo completo y total de
cualquier noción estilo euclidiano de tiempo absoluto. Hechos muy
separados por una medida de tiempo son, no obstante, simultáneos con
respecto a otra. Por ejemplo, al conflicto de la antigua Atenas entre
Sócrates y los sofistas lo separan de los acontecimientos actuales
más de dos mil revoluciones de la Tierra alrededor del Sol. Sin embargo,
los efectos de esos sucesos actúan hoy en el universo con tanta
eficiencia como entonces. De modo parecido, los actos intencionales aún
por ocurrir, tal como el establecimiento exitoso de una colonia humana en Marte,
tiene un efecto inmediato en el comportamiento de la actividad humana en la
Tierra hoy. Por consiguiente, un concepto de curvatura
físico–económica local debe considerar, de manera
simultánea, que los actos tienen
tanto
una amplia separación como una virtual
instantaneidad.[32] La
función antes señalada de la cognición humana en el
desarrollo del universo la expresa el poder creciente del hombre en y sobre los
dominios abiótico, biótico y cognoscitivo mediante el progreso en
la ciencia y el arte. Así, el desarrollo del universo entero es el efecto
del potencial cada vez mayor de los poderes creativos del hombre. En
consecuencia, el progreso físico–económico puede expresarse
por dicho potencial creciente para generar ideas
creativas. Sin embargo, tales ideas no se
generan en todo el universo, sino por su relación dinámica con los
poderes creativos
voluntarios
soberanos de la mente humana individual. Esta “acción local”
afecta y es afectada por el potencial creativo total de la humanidad y, en
potencia, del universo entero. Desde la perspectiva de la economía
física, esto lo expresa la relación
físico–económica entre el hogar y la economía en su
conjunto. La actividad
físico–económica primordial de un hogar es su capacidad de
producir, el
potencial
para producir ideas creativas entre los miembros de dicho hogar. Ese potencial
es una función de las condiciones físico–económicas;
por ejemplo, la infraestructura física (tal como el agua, la
energía y el transporte), el nivel tecnológico y la
infraestructura social (tal como la educación, la cultura y la salud)
disponibles para los miembros de ese hogar, por la acción de principios
universales que actúan en este momento “local” desde todo el
espacio–tiempo. De esta manera, la
cantidad como de tensor asociada con la medición de la curvatura
físico–económica local ha de expresar la
intersección, en un punto en la multiplicidad
físico–económica, de las curvaturas de los principios
físicos y culturales que interactúan de forma dinámica
desde la totalidad del tiempo, y que afectan y son afectadas por los poderes
creativos de los individuos de ese
hogar. Parecería que esta cantidad
como de tensor contiene tantos componentes que su forma real es
prácticamente imposible de expresar. Sin embargo, esto es verdad
sólo si procuramos una expresión matemática formal. Tanto
Gauss como Riemann demostraron que sus funciones de curvatura podían
cobrar formas en extremo complicadas cuando se expresaban en fórmulas.
Por ende, buscaron y encontraron medios para expresar las características
esenciales en un ropaje físico–geométrico. Los medios
equivalentes para estas cantidades físico–económicas como de
tensor son las animaciones físico–económicas
diseñadas por LaRouche. Además
de la curvatura, las relaciones métricas de la economía
física también pueden expresarse mediante magnitudes como de
tensor. Esto también se ilustra mejor con un
ejemplo. Fíjate en el nivel de
transporte de que disponen los hogares, lo cual define cierta relación
métrica entre los hogares y la economía como un todo, expresado
como una geodésica en el espacio–tiempo
físico–económico. Esto puede expresarse, en principio, por
la relación entre las diferentes formas de transporte acuático,
ferroviario, de caminos, aéreo, pedestre, ciclista, etc., a las que puede
acceder ese hogar, lo cual define una trayectoria de acción mínima
para dicha relación. Pero la importancia económica de estas formas
de transporte es relativa a su relación con la organización de
toda la economía. Para expresar esto,
uno tiene que observar, como sugirió LaRouche en su “Rebuilding the
U.S.A.: Travel Among Cities” (Reconstruyamos a EUA: El tráfico
interurbano) del 15 de diciembre de 2005 (ver
EIR del
30 de diciembre de 2005), el desarrollo del transporte de Norteamérica,
desde principios del siglo 17 en adelante. La geografía física de
Norteamérica a principios del siglo 17 puede caracterizarse por cierto
nivel de conectividad asociado con las bahías, estuarios y sistemas
hídricos de la costa este, la cordillera de los Apalaches, los Grandes
Lagos, y los sistemas hídricos Ohio y
Misisipí–Misurí. Este nivel de conectividad es resultado de
la acción biogeológica, desde comienzos de la última
glaciación.
|
Ver ampliación
Miembros del Movimiento de Juventudes Larouchistas exploran las leyes de Kepler
del movimiento planetario en una escuela de cuadros en Washington, D.C. (Foto:
Adam Sturman/EIRNS). |
Esta geografía
físico–económica entraña una conectividad continental
potencial que sólo puede realizarse por intervención del hombre.
La realización de dicho potencial empezó con la
construcción de sistemas hidráulicos y de caminos en las regiones
orientales, seguida por los primeros intentos por construir los sistemas que
conectaran la región costera con el interior, y todos los sistemas
hídricos de los valles de los ríos Ohio y Misisipí, y con
los Grandes Lagos.
La posibilidad de hacerlo
dependía de la aplicación de los poderes creativos del hombre a la
transformación de la actividad biogeológica, como lo ejemplifica
la construcción de las fundidoras de hierro de Saugus en la Colonia de la
Bahía de Massachussets en el siglo 17. Estas instalaciones
manufactureras integradas usaron el agua y la capacidad biológica de
la región para transformar el mineral de hierro en herramientas, clavos y
otros productos útiles. La creación y aplicación de tales
productos “abióticos” de la acción biológica y
cognoscitiva transformó las características
biogeológicas de la zona. Esta transformación fue resultado y
parte integral del proceso que generó una nueva organización del
hombre: la república estadounidense, que hizo posible y necesario un
aumento de la conectividad físico–económica del
continente. Este incremento de la conectividad, que se efectuó por
medio de esta interacción entre procesos abióticos,
bióticos y cognoscitivos, produjo un aumento correspondiente en el
potencial de elevar la conectividad
físico–económica. La
introducción del ferrocarril alteró este potencial de manera
drástica, no como un sustituto de las hidrovías y caminos, sino
como una transformación de su relación con una forma superior de
conectividad físico–económica. La culminación
subsiguiente del ferrocarril transcontinental y el desarrollo de un sistema
continental de autopistas y transporte aéreo, intensificaron aun
más la actividad físico–económica. Esta conectividad
mayor ha de verse a la luz de los aumentos correspondientes en la
generación de energía, la locomoción,
etc. Más aun, esta conectividad
acrecentada debe verse también con respecto a la intención de la
cual es efecto. Por ejemplo, el desarrollo del sistema de autopistas
interestatales como suplemento de un sistema nacional de transporte ferroviario,
acuático y aéreo, al unir los pequeños, medianos y grandes
centros agroindustriales concentrados que creó la movilización
económica del presidente Franklin D. Roosevelt a mediados del siglo
pasado, define cierto aumento cualitativo de la conectividad económica.
Pero, como elemento auxiliar en un aumento súbito de los valores
inmobiliarios, deviene en lo que se ha convertido: un virtual estacionamiento de
costa a costa, en el que la mayoría de los estadounidenses desperdicia
miles de millones de horas–hombre al día, disminuyendo así
la conectividad físico–económica del
continente. Es más, al considerar este
sistema continental de transporte como parte de una red global cuyo efecto
intencional es aumentar la conectividad físico–económica de
la humanidad para el desarrollo de los continentes de la Tierra, e integrarlo a
la creación de un sistema de transporte que enlace estas partes de la
Tierra con el espacio cercano, la Luna, Marte y más allá, se
concreta una calidad de conectividad físico–económica aun
mayor, con el efecto correspondiente sobre el potencial
físico–económico de los miembros individuales de la sociedad
para producir ideas creativas. Estos cambios
se reflejan como un cambio correspondiente en las relaciones métricas del
espacio y el tiempo físico–económicos, que se manifiesta
mediante un cambio en las geodésicas que expresan las trayectorias de
acción mínima en la economía física. Este cambio
define la clase de características que ha de expresarse con un tensor
métrico del espacio–tiempo
físico–económico. Los
únicos medios apropiados para expresar semejantes relaciones son
magnitudes como de tensor que sustituyen a los tensores de la variedad
riemanniana, cuyo desarrollo, con las implicaciones correspondientes para las
ciencias física y biológica, se ubican a la vanguardia de la
ciencia hoy.
—Traducción de
Manuel Hidalgo Tupia.
[1]. Lyndon H. LaRouche añadió el siguiente aspecto a destacar:
“Lo que necesita subrayarse es la distinción decisiva entre la presentación acostumbrada del tensor, desde un punto de vista matemático formalista, y su definición, en tanto concepto físico, desde la perspectiva de la antientropía física.
“La intención del tensor riemanniano, en tanto concepto físico, es representar un principio de desequilibrio antientrópico: la característica real del universo físico.
“Así, el concepto del tensor riemanniano no parte de la formalidad matemática a la realidad física, sino, más bien, superpone el concepto de antientropía física al mero esquema matemático.
“Piensa, por ejemplo, en la generación del sistema solar de Kepler, en la armonía del mundo, desde un sol solitario que gira a gran velocidad. Al universo lo mueve un concepto ontológico de antientropía universal; eso es lo que muestran las pruebas experimentales. El concepto matemático tiene que supeditarse a la realidad físico–experimental característica.
“¡Desde allí acecha la trampa para osos, esperando atrapar al formalista matemático!”
[2]. Riemannian Geometry (Geometría riemanniana), de Luther Pfahler Eisenhart, (Princeton, Nueva Jersey: Princeton University Press, 1926).
[3]. Ésta, por supuesto, es una característica de toda sofistería. El sofista miente, pero nunca explica de modo explícito sobre qué está mintiendo.
[4]. Una vez establecido de esta forma irónica, puede elaborarse un medio de cálculo. Como indican la formulación de Napier de los logaritmos, el cálculo de Leibniz de π o el desarrollo de Gauss de las series hipergeométricas, tales medios de cálculo han de expresar las ambigüedades intrínsecas de la forma irónica original. Esto difiere de los modernos procesadores digitales, que sustituyen el pensamiento real con rápidas reiteraciones de fuerza bruta.
[5]. Uno ve hoy el restablecimiento de este concepto feudal del universo en creencias populares tales como la llamada interpretación Copenhague de la mecánica cuántica o las formas radicales de la teoría de la información asociadas con Norbert Wiener, John von Neumann y demás, que insisten que, en lo fundamental, el universo es aleatorio y no ofrece ninguna posibilidad de que el hombre comprenda otra cosa que no sean descripciones estadísticas. Este razonamiento era el meollo de la famosa correspondencia entre Einstein y Born. Ver The Born-Einstein Letters (Las cartas de Born y Einstein. Nueva York: Macmillan, 2005) y “On the 375th Anniversary of Kepler’s Passing” (En el 375 aniversario de la muerte de Kepler), por Bruce Director, que es la entrega 65 de la serie Riemann a contraprueba de tontos (www.wlym.com).
[6]. The Harmony of the World (La armonía del mundo), de Johannes Kepler (Filadelfia: Sociedad Filosófica Estadounidense, 1997), pág. 496.
[7]. Ver Die Erste Integralrechnung (1691), de Johann Bernoulli (http://historical.library.cornell.edu/math/index.html); “Two Papers on the Catenary Curve and Logarithmic Curve” (Dos trabajos sobre las curvas catenaria y logarítmica), en el Acta eruditorum (1691) de Godofredo W. Leibniz (revista Fidelio, www.schillerinstitute.org); y “Justice for the Catenary” (Justicia a la catenaria), en la entrega 10 de la serie Riemann a contra-prueba de tontos (www.wlym.com), y “La larga vida de la catenaria, de Brunelleschi a LaRouche” (Resumen ejecutivo de la 1a quincena de julio de 2004), ambos por Bruce Director.
[8]. Ver el recuadro 12 de “El principio del ‘poder’”, por Lyndon H. LaRouche, en Resumen ejecutivo de la 2a quincena de febrero y 1a de marzo de 2006 (vol. XXIII, núms. 4–5) y en www.larouchepub.com/spanish.
[9]. Ver el ejercicio pedagógico del LYM en Boston sobre la catenaria.
[10]. Leibniz, op. cit. Leibniz demostró que esto es la media aritmética entre dos funciones exponenciales, un hecho con implicaciones metafísicas enormes.
[11]. Disquisitiones generales circa superficies curvas (1828), de Carl Gauss, en Werke, vol. IV.
[12]. En astronomía y geodesia, la normal es el perpendículo y la esfera es la esfera celeste.
[13]. La normal, al ser perpendicular a la superficie, se extiende hacia el espacio que está fuera de la superficie.
[14]. La investigación de Gauss de las propiedades de las líneas más cortas se remonta a algunas de sus primeras reflexiones sobre la locura de la geometría euclidiana. Uno de los primeros registros en su diario es una observación sobre la definición euclidiana de un plano. Para Gauss, las características de un plano y una línea no podían darse a priori, sino sólo como consecuencia de las características físicas (la curvatura) de la superficie.
[15]. Una relación similar existe para cualquier polígono.
[16]. Ver el recuadro 5 de “El principio del ‘poder’ ”, por Lyndon H. LaRouche, op. cit.
[17]. Ver “Archytas From the Standpoint of Cusa, Gauss, and Riemann” (Arquitas desde la óptica de Cusa, Gauss y Riemann), en la entrega 42 de Riemann a contraprueba de tontos, por Bruce Director (www.wlym.com).
[18]. Por tanto, en el ejemplo de un multiplicidad triplemente extendida habría tres superficies que intersecan en cada punto.
[19]. Tuillio Levi–Cività, un estudiante de Gregorio Ricci, que a su vez fue alumno del colaborador de Riemann, Enrico Betti, planteó más tarde otra manera aun más simple de encontrar la curvatura de un elemento de superficie midiendo el cambio de dirección de un vector, que resulta cuando dicho vector se transporta alrededor de un área pequeña de la superficie, de modo que siempre sea paralelo a sí mismo. Por intuición, pareciera que semejante acción no alteraría la dirección del vector. Eso es verdad en una superficie plana; pero, si la superficie tiene alguna curvatura en lo absoluto, ésta cambiará la dirección (ver figura 9).
[20]. Es importante notar que ese componente expresa la relación dinámica entre los dos parámetros que definen la superficie.
[21]. Denotados E, F, y G por Gauss.
[22]. Estas funciones son la extensión de las funciones E, F, y G de Gauss a las superficies.
[23]. Mathematische Werke, de Bernhard Riemann (Berlín: 1990), pág. 435. Traducción de Mathematics of the 19th Century (Matemáticas del siglo 19), de Kolmogorov, Yushkevich (Berlín: Birkhauser Verlag, 1996), pág. 85.
[24]. Ver “View from the Top” (Una vista desde arriba del trompo), en la entrega 67 de Riemann a contraprueba de tontos, por Bruce Director (www.wlym.com).
[25]. Ver Beiträge zur Theorie der durch die Gauss’sche Riehe ...; Theorie der Abel’schen Functionen; Über die Flache vom kleinsten Inhalt bei gegebener Begrenzung, en Mathematische Werke, de Bernhard Riemann (Leipzig, 1892).
[26]. Timeo o de la naturaleza, de Platón (edición electrónica de www.philosophia.cl/Escuela de Filosofía Universidad ARCIS).
[27]. Ver “Archimedean Polyhedra and the Boundary: The Missing Link” (Los poliedros arquimedianos y el límite: El eslabón perdido), por Hal Vaughn, en la edición de verano de 2005 de la revista 21st Century, Science & Technology.
[28]. Ver “El copo de nieve de seis ángulos y la geometría pentagonal”, por Ralf Schauerhammer, en Resumen ejecutivo de la 2a quincena de marzo de 2004 (vol. XXI, núm. 6).
[29]. Ver Riemann, op. cit.; Bruce Director, Riemann a contraprueba de tontos, entregas 52, 54, 61 y 64.
[30]. Ver “Vernadsky y el principio de Dirichlet”, por Lyndon H. LaRouche, y “El ‘principio de Dirichlet’ de Bernhard Riemann”, por Bruce Director, en Resumen ejecutivo de la 1a quincena de agosto de 2005 (vol. XXII, núm. 15).
[31]. Ver Nachlass zur Theorie Des Arithmetisch–Geometrischen Mittels und der Modulfunktion, übersetzt und herausgegeben von Dr. Harald Geppert, por Carl Gauss (Leipzig: Ostwaldt’s Klassiker der Exakten Wissenschaften, Akademische Verlagsgesellschaft M.B.H. 1927); y “Gauss’s Arithmetic–Geometric Mean: A Matter of Precise Ambiguity” (La media aritmético–geométrica de Gauss: Una cuestión de ambigüedad exacta), en la entrega 66 de Riemann a contraprueba de tontos, por Bruce Director (www.wlym.com).
[32]. El paradigma para semejante noción de tiempo es la idea de Kepler sobre éste con respecto a las órbitas planetarias. La acción planetaria en cualquier instante sólo se conoce como su relación con la órbita entera. El principio de Kepler de las áreas iguales expresa esta noción de tiempo.
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