Editorial
Los jóvenes son el margen decisivo de la victoria
Ahora está claro que el margen decisivo de la victoria del Partido
Demócrata en las elecciones intermedias del 7 de noviembre en Estados
Unidos lo aportó un repunte en el sufragio de dos categorías de
estadounidenses: jóvenes entre 18 y 25 años de edad, y
jóvenes “sándwich” entre 25 y 35. La importancia del
voto joven, que aumentó de 8 millones en las elecciones intermedias del
2002 a más de 10 millones este año, como el margen decisivo de la
“victoria arrolladora” de los demócratas, en particular en la
Cámara de Representantes, no ha pasado inadvertida.
En una videoconferencia que dio desde Washington, D.C., el 16 de noviembre
(ver artículo pág. 2), Lyndon LaRouche correctamente se
adjudicó buena parte del crédito —junto con el Movimiento de
Juventudes Larouchistas (o LYM)— de revigorizar a esos millones de
electores jóvenes. Un aspecto crucial de su enorme movilización
política fue el hecho de que el clima de terror que está
alimentándose en la mayoría de las universidades estadounidenses
hoy, se rompió gracias a la acertada intervención del LYM contra
una miríada de grupos de fachada, todos los cuales emanan del
círculo íntimo de Lynne Cheney, la esposa del vicepresidente
estadounidense Dick Cheney.
Primero como presidenta de la Fundación Nacional para las
Humanidades (1986–1993), y luego como cofundadora, junto con el senador
Joe Lieberman, del Consejo Estadounidense de Miembros y Graduados (ACTA), la
Cheney ha dirigido una cacería de brujas contra académicos que se
han atrevido a desafiar el dogma estraussiano y neoconservador. Tras el
11–S, el ACTA de la Cheney le declaró la guerra al profesorado por
no cerrar filas en torno a la “guerra global contra el terrorismo”
de su esposo, en colusión con el anglófilo derechista de Wall
Street John Train y el ex estalinista David Horowitz. Entre los
“carroñeros” de la Cheney está el Instituto Ayn Rand,
a cargo de un ex funcionario de la inteligencia militar israelí llamado
Yaron Brook, quien abiertamente pide el genocidio contra los
musulmanes.
Además de los consabidos perdedores del 7 de noviembre,
también debemos identificar a otro hato de perdedores igual de rabiosos:
los dizque demócratas —como el presidente del Comité
Nacional Demócrata Howard Dean y sus supuestos rivales del Consejo de
Liderato Demócrata— que procuraron limitar la victoria para
preservar el poder de sus “ángeles” de Wall Street como
Félix Rohatyn y George Soros.
Para estos demócratas, la idea de que la política
estadounidense se ha transformado ahora en una verdadera batalla por el futuro
de la nación y de la humanidad, de ningún modo significa buenas
noticias. El electorado joven, que salió a derrotar todo lo que
representan Bush y Cheney, no se ciñe a la política del gran
billete, mucho menos de la variedad que fomentan ladrones de Wall Street como
Rohatyn y Soros. Los jóvenes saben que de no darse un viraje
político de 180 grados, su futuro es basura. Ellos no viven en el mundo
de fantasía del 10% de arriba.
Si aún van a la universidad, saben que saldrán de esos
recintos sagrados con un papel que no les garantizará un empleo
productivo, y con una deuda de decenas de miles de dólares. Si pertenecen
a los “jóvenes sándwich”, la mayoría vive ya el
infierno de un economía decadente, con cada vez menos oportunidades de
trabajo y costos disparados en la vivienda, los alimentos y la salud.
También saben —a diferencia de la generación del 68—
que estarán aquí por un buen tiempo. Todavía les quedan
unos 50 años de vida productiva por delante, y saben que heredan un mundo
de producción menguante, oportunidades reducidas y disparidad creciente
entre el puñado de los “afortunados” y las legiones de los
desposeídos.
Estas elecciones de EU representan un cambio de fase potencial en la
política estadounidense, uno que va mucho más allá de la
transferencia del poder de una mayoría republicana a una demócrata
en el Congreso. Los historiadores describirán —ojalá—
las elecciones del 2006 como el fin de la era de la política del gran
billete, y como el renacer de la política de las masas, en el mejor
sentido republicano de la palabra.
En un diálogo poselectoral con líderes de su movimiento de
juventudes, LaRouche hizo hincapié en que la misión inmediata es
mantener el impulso del electorado joven recién revigorizado para
garantizar el cambio de dirección política en EU.
|