Internacional
Bush entona el canto del cisne
por Lyndon H. LaRouche
El connotado demócrata y estadista norteamericano Lyndon H.
LaRouche emitió la siguiente declaración el 9 de noviembre,
según informó su Comité de Acción Política
Lyndon LaRouche (o LPAC).
Ayer el presidente George W. Bush lució algo sumiso, pero, no
obstante, desaforadamente loco, durante su conferencia con los periodistas en el
Salón Este de la Casa Blanca, misma que se televisó a nivel
internacional. La impresionante participación del electorado en la
elección tuvo mucho que ver con infligir lo que fue, de hecho, la derrota
electoral a la presidencia de Bush; pero, la mayor parte del crédito por
esto le corresponde a la combinación de una enérgica
facción minoritaria entre los adversarios demócratas y no
partidistas de Bush, con jóvenes asociados con LPAC. También fue
producto, de modo significativo, de los efectos de una revuelta de los patriotas
en las instituciones permanentes del gobierno federal, como dieron a entender de
manera conspicua y clara prestantes figuras militares estadounidenses.
La derrota ya en cierto modo impresionante de Bush hubiera cobrado la forma
de una victoria arrolladora aplastante para los demócratas, a no ser por
la desidia de esos dirigentes oportunistas del Partido Demócrata que a lo
largo de la mayor parte del 2006 se preocuparon más por las
contribuciones de campaña de las redes financieras derechistas, tales
como el extremista de derecha Félix Rohatyn, que por el bienestar de la
nación y su pueblo. En algunos casos, los candidatos demócratas se
ganaron sus victorias; en otros, ganaron a pesar de su falta de respuesta
oportunista a precisamente esos temas que, ahora como entonces, siguen siendo de
la importancia más decisiva para la nación y su pueblo.
Vale más que los candidatos demócratas aprendan ahora que, a
fin de cuentas, especialmente en las condiciones de crisis de
desintegración económica global como las de hoy, responder a los
problemas reales de una crisis mundial terrible será más
importante que una cara bonita o un guardarropa apantallador. Semejantes
artilugios no causan una impresión favorable entre aquellos pobres
misérrimos de importancia fundamental que el Julio César de
Shakespeare condenado a autodestruirse consideraría que presentan una
“apariencia enjuta y famélica”.
De resultas de esta combinación de tendencias y acontecimientos, la
situación que encara al mundo en general, y a Estados Unidos de
América en particular, es mucho más mortífera tras las
victorias del Partido Demócrata que antes.
Es decir, el presidente Bush se exhibe como un estúpido o un demente
cuando afirma que EU vive un estado de prosperidad. La prosperidad ficticia que
proclama de modo tan desorbitado está al borde del desplome
físico–económico, así como financiero, más
grande y profundo de la historia europea moderna, desde el fin de la guerra de
los Treinta Años. A saber, como advierten veteranos destacados de los
servicios militares y de inteligencia, al presente en Iraq no hay derrotero
militar estadounidense al cual seguir. Con la pandilla de Bush, Cheney y
Rumsfeld, EU ha sometido a nuestra república a una humillación
autoinfligida y a la embestida actual de un peligro aun peor, en sus
implicaciones, que la necedad de la guerra estadounidense en
Indochina.
El problema inmediato ahora es que todas las medidas asociadas con el
Gobierno de George W. Bush hijo, por casi seis años, han sido un desastre
neto. Éste es un desastre general que amenaza el bienestar de las
generaciones venideras, a menos que actuemos pronto para darle marcha
atrás a las políticas descarriadas que nuestro electorado ha
tolerado ya por demasiado tiempo.
La crisis que enfrentamos ahora
El rasgo medular del conflicto mundial que ahora significa la
destrucción de EU, de continuar bajo un Gobierno de George W. Bush, es la
crisis de desintegración general que ahora arremete contra todo el
sistema monetario–financiero mundial actual. Como puse de relieve, una vez
más, desde Berlín, en el discurso y los comentarios de mi
videoconferencia internacional del 31 de octubre de 2006, no hay reforma eficaz
que pueda emprenderse con éxito en el marco del presente sistema
monetario–financiero mundial.
El actual sistema monetario–financiero mundial está denominado
en dólares, y depende en su mayor parte del endeudamiento impago de todo
el mundo. Ese dólar no es simplemente de EU; desde 1971–72 ha
representado una moneda cuya denominación tiene como premisa la capacidad
de EU de defender lo que al presente es la capacidad insostenible de su Gobierno
de apuntalar el valor nominal de dicha moneda mundial. En cuanto ocurra alguna
reducción súbita del valor atribuido al dólar, habrá
un derrumbe inmediato de reacción en cadena de todo el sistema
monetario–financiero mundial, un desplome comparable al que azotó a
Europa al caer la casa bancaria lombarda de Bardi en el siglo 14.
Sólo si sometemos a todo el sistema mundial a una
reorganización por bancarrota por parte de un concierto de gobiernos de
mayor o menor influencia, y si extirpamos los derivados financieros y
obligaciones relacionadas de las cuentas mediante la reorganización por
bancarrota de los sistemas nacionales actuales, podrían lograrse a tiempo
los acuerdos pertinentes sobre las medidas de recuperación.
Por ejemplo, en el caso del propio EUA, sería necesario un
“feriado bancario” para evitar la suerte de interrupción
especulativa de reacción en cadena de elementos bancarios funcionales
esenciales. Esto significaría someter al sistema actual de la Reserva
Federal a una reorganización por bancarrota dirigida por el gobierno. Las
primeras medidas estarían encaminadas a mantener la estabilidad de los
hogares y las funciones empresariales y profesionales esenciales. Las medidas de
reorganización por bancarrota abrirían paso a la creación
federal de volúmenes de crédito para emergencias e inversiones de
capital de largo plazo en infraestructura económica básica nueva
en el sector público, y una expansión equivalente relacionada de
las modalidades tecnológicamente avanzadas en la agricultura y las
manufacturas.
Esto requeriría abandonar todas las medidas
“librecambistas” introducidas durante y desde 1971–1981, y
restaurar el proteccionismo, la política del “comercio
justo”, en remplazo de la ruinosa orientación
“librecambista” del período posterior a los 1960.
La purga del sistema monetario–financiero de las obligaciones a
cuenta de apuestas y especulación pura relacionada, tales como los
“derivados financieros”, permitiría establecer nuevos
acuerdos internacionales entre un número significativo de naciones,
obligando al mundo a recurrir a los principios de un sistema de tipos de cambio
fijos. Sin un sistema de tipos de cambio fijos tal, sería imposible
recuperación alguna del colapso general que ahora arremete contra el
sistema mundial. No sería un sistema fundado en EU, sino uno denominado
en dólares estadounidenses en base a tratados de largo plazo entre
naciones importantes de Eurasia y las Américas, en lo principal, pero que
también abarcaría la necesidad urgente de desarrollo en
África.
Esto significa enjuiciar tanto al Presidente como al Vicepresidente, pero
ya. El crac monetario–financiero más grande de la historia moderna
embiste ahora. Las reformas drásticas llevadas a cabo ahora, en gran
medida en concierto con las naciones más importantes que estén
dispuestas, determinará el futuro de EUA y de toda la humanidad por una
generación o más por venir. No podemos posponer esa
decisión —a no ser que nuestros dirigentes políticos fueran
idiotas— hasta enero de 2009.
Uno preferiría que tanto el Presidente como el Vicepresidente se
fueran sin hacer ruido. Eso inspiraría una reacción benevolente de
nuestra parte: “Vayan con Dios, ¡pero
váyanse!”
¿Dónde están los líderes políticos con las
agallas que yo tengo para emprender semejante empresa de interés urgente
tanto para nuestra república como para la civilización en general?
Quienes carecen de la disposición de esa expresión
específica de agallas no son dirigentes, y no debe apoyárseles
como aspirantes a dirigentes.
¿Quién es nuestro enemigo?
Como he puesto de relieve en repetidas ocasiones, el comportamiento de
Europa sería muy estúpido si pretendiera culpar a EUA de todos los
problemas del mundo. Todos saben que el Gobierno de George W. Bush ha sido un
desastre global, pero la política que representa no se originó en
EUA. Las directrices de su Gobierno se importaron de esas redes liberales
angloholandesas y sus retoños neoconservadores en Europa, que han
procurado inducir a EUA al descrédito, la quiebra y la
autodestrucción; a destruirse a sí mismo a través de medios
tales como la orientación que representan estilos liberales
angloholandeses de los intereses financieros internacionales. Están los
intereses que usan su influencia sobre conductos estadounidenses de los que son
típicos círculos tales como los del arquitecto tanto del Gobierno
de Pinochet en Chile como de este Gobierno de Bush, George P. Shultz. Estos
últimos son, en términos históricos, los mismos conductos
asentados entre intereses financieros liberales europeos que han estado afanados
en socavar y destruir el legado patriota de Franklin D. Roosevelt, desde que
expiró ese presidente.
La principal importancia estratégica de la existencia de EUA desde
su fundación ha sido en tanto expresión de los mejores legados
culturales de la civilización europea moderna transportada a un lugar al
otro lado del océano, a una distancia pertinente fuera del alcance
inmediato de los asientos de las tradiciones oligárquicas europeas.
Dichas tradiciones, en especial la geopolítica liberal angloholandesa que
siempre ha patrocinado a los principales traidores y otros de esa ralea entre
nosotros, desde la victoria del EUA del presidente Abraham Lincoln sobre las
marionetas de la Confederación de la Gran Bretaña de lord
Palmerston, como la amenaza más grande a la intención de larga
data de los liberales angloholandeses, desde 1763, de establecer una forma de
imperio mundial hoy llamado “globalización”.
Fue por esta razón desmañada que los liberales
angloholandeses y sus cómplices estadounidenses odiaban al presidente
Franklin Roosevelt que encabezó la derrota de la maquinaria de
Hitler.
Conozco, y también recuerdo muy bien a estos liberales; ellos son y
han sido mis enemigos personales, tales como los antagonistas del legado de
Roosevelt, Félix Rohatyn; George Soros; y las redes de ese John Train que
está estrechamente ligado a las operaciones de inclinación
fascista del ACTA (Consejo Estadounidense de Miembros y Graduados) de la
señora Lynne Cheney y otras relacionadas. Los de esta estirpe me han
odiado y temido con rencor desde principios de los 1970, y en particular desde
que el presidente Ronald Reagan anunció en marzo de 1983 su propuesta de
una Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) como remplazo de un
régimen de “armas de venganza”.
Mira los hechos que enfrentamos ahora. El efecto del Gobierno de George W.
Bush ha consistido en reducir a nuestra economía a una condición
peor que de bancarrota nacional, y en arruinar la vida de la mayoría de
nuestra población y de las comunidades en las que vive. Nunca que se
recuerde se ha degradado tanto el respeto por EU en tanto nación, como
con el Gobierno de George W. Bush; si dudas eso en lo más mínimo,
¡no tienes la menor idea de lo que está sucediendo en realidad en el
mundo en general!
Apoyar al régimen de Bush y Cheney no sería un acto de
patriotismo. Nada amenaza a EU en ninguna parte de este planeta, tanto como la
amenaza que el Gobierno de Bush y Cheney ha creado contra nosotros con su
complicidad en fomentar el juego liberal angloholandés asentado en
Europa.
¡Vamos, amigos! ¿De veras son tan tontos como para pensar que
Bush o “Escopeta Dickie” Cheney son lo suficientemente listos como
para diseñar el desastre que atenaza hoy el destino de nuestra
nación y su pueblo? Los dos no son en realidad más que
títeres trastornados en lo intelectual y lo moral que se nos han
endilgado, mientras que a la mayoría de los ciudadanos que debieron haber
reconocido este hecho el cambio los agarró, en efecto, dormidos, o
están tan obsesionados con lo que perciben como sus intereses personales
de corto plazo, que no le prestaron un cuidado eficaz al bienestar de su
nación ni de su posteridad como un todo.
Enjuicien a ese par peor que inútil de Bush y Cheney, mientras
todavía tengamos una nación que exista para perdonarlos por lo que
han hecho. Amablemente déjenlos que se vayan; que se vayan de una manera
humana, pero “humana” significa que tienen que irse, y pronto, por
el bien de nuestra nación, y de toda la humanidad también. A
aquellos que no tienen las agallas políticas para darles esa despedida,
no debiera tratárseles como líderes en EUA.
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