Economía

Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIII, núm. 22

Versión para imprimir

Regrese al inicio

 

Internacional

Bush entona el canto del cisne

por Lyndon H. LaRouche

El connotado demócrata y estadista norteamericano Lyndon H. LaRouche emitió la siguiente declaración el 9 de noviembre, según informó su Comité de Acción Política Lyndon LaRouche (o LPAC).

Ayer el presidente George W. Bush lució algo sumiso, pero, no obstante, desaforadamente loco, durante su conferencia con los periodistas en el Salón Este de la Casa Blanca, misma que se televisó a nivel internacional. La impresionante participación del electorado en la elección tuvo mucho que ver con infligir lo que fue, de hecho, la derrota electoral a la presidencia de Bush; pero, la mayor parte del crédito por esto le corresponde a la combinación de una enérgica facción minoritaria entre los adversarios demócratas y no partidistas de Bush, con jóvenes asociados con LPAC. También fue producto, de modo significativo, de los efectos de una revuelta de los patriotas en las instituciones permanentes del gobierno federal, como dieron a entender de manera conspicua y clara prestantes figuras militares estadounidenses.

La derrota ya en cierto modo impresionante de Bush hubiera cobrado la forma de una victoria arrolladora aplastante para los demócratas, a no ser por la desidia de esos dirigentes oportunistas del Partido Demócrata que a lo largo de la mayor parte del 2006 se preocuparon más por las contribuciones de campaña de las redes financieras derechistas, tales como el extremista de derecha Félix Rohatyn, que por el bienestar de la nación y su pueblo. En algunos casos, los candidatos demócratas se ganaron sus victorias; en otros, ganaron a pesar de su falta de respuesta oportunista a precisamente esos temas que, ahora como entonces, siguen siendo de la importancia más decisiva para la nación y su pueblo.

Vale más que los candidatos demócratas aprendan ahora que, a fin de cuentas, especialmente en las condiciones de crisis de desintegración económica global como las de hoy, responder a los problemas reales de una crisis mundial terrible será más importante que una cara bonita o un guardarropa apantallador. Semejantes artilugios no causan una impresión favorable entre aquellos pobres misérrimos de importancia fundamental que el Julio César de Shakespeare condenado a autodestruirse consideraría que presentan una “apariencia enjuta y famélica”.

De resultas de esta combinación de tendencias y acontecimientos, la situación que encara al mundo en general, y a Estados Unidos de América en particular, es mucho más mortífera tras las victorias del Partido Demócrata que antes.

Es decir, el presidente Bush se exhibe como un estúpido o un demente cuando afirma que EU vive un estado de prosperidad. La prosperidad ficticia que proclama de modo tan desorbitado está al borde del desplome físico–económico, así como financiero, más grande y profundo de la historia europea moderna, desde el fin de la guerra de los Treinta Años. A saber, como advierten veteranos destacados de los servicios militares y de inteligencia, al presente en Iraq no hay derrotero militar estadounidense al cual seguir. Con la pandilla de Bush, Cheney y Rumsfeld, EU ha sometido a nuestra república a una humillación autoinfligida y a la embestida actual de un peligro aun peor, en sus implicaciones, que la necedad de la guerra estadounidense en Indochina.

El problema inmediato ahora es que todas las medidas asociadas con el Gobierno de George W. Bush hijo, por casi seis años, han sido un desastre neto. Éste es un desastre general que amenaza el bienestar de las generaciones venideras, a menos que actuemos pronto para darle marcha atrás a las políticas descarriadas que nuestro electorado ha tolerado ya por demasiado tiempo.

La crisis que enfrentamos ahora

El rasgo medular del conflicto mundial que ahora significa la destrucción de EU, de continuar bajo un Gobierno de George W. Bush, es la crisis de desintegración general que ahora arremete contra todo el sistema monetario–financiero mundial actual. Como puse de relieve, una vez más, desde Berlín, en el discurso y los comentarios de mi videoconferencia internacional del 31 de octubre de 2006, no hay reforma eficaz que pueda emprenderse con éxito en el marco del presente sistema monetario–financiero mundial.

El presidente Bush entonó su canto (o debiéramos decir graznido) de muerte el 8 de noviembre, durante una conferencia de prensa que dio tras la derrota aplastante que implicó para él la victoria demócrata en las elecciones intermedias de noviembre. (Foto: William Jones/EIRNS).

Ver ampliación

Pedro Rubio, miembro del Movimiento de Juventudes Larouchistas, celebra el 9 de noviembre la derrota de Bush, ante unos 7.000 sindicalistas que protestaban contra el libre comercio, en la plaza Bolívar de Bogotá, Colombia. (Foto: EIRNS).

El actual sistema monetario–financiero mundial está denominado en dólares, y depende en su mayor parte del endeudamiento impago de todo el mundo. Ese dólar no es simplemente de EU; desde 1971–72 ha representado una moneda cuya denominación tiene como premisa la capacidad de EU de defender lo que al presente es la capacidad insostenible de su Gobierno de apuntalar el valor nominal de dicha moneda mundial. En cuanto ocurra alguna reducción súbita del valor atribuido al dólar, habrá un derrumbe inmediato de reacción en cadena de todo el sistema monetario–financiero mundial, un desplome comparable al que azotó a Europa al caer la casa bancaria lombarda de Bardi en el siglo 14.

Sólo si sometemos a todo el sistema mundial a una reorganización por bancarrota por parte de un concierto de gobiernos de mayor o menor influencia, y si extirpamos los derivados financieros y obligaciones relacionadas de las cuentas mediante la reorganización por bancarrota de los sistemas nacionales actuales, podrían lograrse a tiempo los acuerdos pertinentes sobre las medidas de recuperación.

Por ejemplo, en el caso del propio EUA, sería necesario un “feriado bancario” para evitar la suerte de interrupción especulativa de reacción en cadena de elementos bancarios funcionales esenciales. Esto significaría someter al sistema actual de la Reserva Federal a una reorganización por bancarrota dirigida por el gobierno. Las primeras medidas estarían encaminadas a mantener la estabilidad de los hogares y las funciones empresariales y profesionales esenciales. Las medidas de reorganización por bancarrota abrirían paso a la creación federal de volúmenes de crédito para emergencias e inversiones de capital de largo plazo en infraestructura económica básica nueva en el sector público, y una expansión equivalente relacionada de las modalidades tecnológicamente avanzadas en la agricultura y las manufacturas.

Esto requeriría abandonar todas las medidas “librecambistas” introducidas durante y desde 1971–1981, y restaurar el proteccionismo, la política del “comercio justo”, en remplazo de la ruinosa orientación “librecambista” del período posterior a los 1960.

La purga del sistema monetario–financiero de las obligaciones a cuenta de apuestas y especulación pura relacionada, tales como los “derivados financieros”, permitiría establecer nuevos acuerdos internacionales entre un número significativo de naciones, obligando al mundo a recurrir a los principios de un sistema de tipos de cambio fijos. Sin un sistema de tipos de cambio fijos tal, sería imposible recuperación alguna del colapso general que ahora arremete contra el sistema mundial. No sería un sistema fundado en EU, sino uno denominado en dólares estadounidenses en base a tratados de largo plazo entre naciones importantes de Eurasia y las Américas, en lo principal, pero que también abarcaría la necesidad urgente de desarrollo en África.

Esto significa enjuiciar tanto al Presidente como al Vicepresidente, pero ya. El crac monetario–financiero más grande de la historia moderna embiste ahora. Las reformas drásticas llevadas a cabo ahora, en gran medida en concierto con las naciones más importantes que estén dispuestas, determinará el futuro de EUA y de toda la humanidad por una generación o más por venir. No podemos posponer esa decisión —a no ser que nuestros dirigentes políticos fueran idiotas— hasta enero de 2009.

Uno preferiría que tanto el Presidente como el Vicepresidente se fueran sin hacer ruido. Eso inspiraría una reacción benevolente de nuestra parte: “Vayan con Dios, ¡pero váyanse!”

¿Dónde están los líderes políticos con las agallas que yo tengo para emprender semejante empresa de interés urgente tanto para nuestra república como para la civilización en general? Quienes carecen de la disposición de esa expresión específica de agallas no son dirigentes, y no debe apoyárseles como aspirantes a dirigentes.

¿Quién es nuestro enemigo?

Como he puesto de relieve en repetidas ocasiones, el comportamiento de Europa sería muy estúpido si pretendiera culpar a EUA de todos los problemas del mundo. Todos saben que el Gobierno de George W. Bush ha sido un desastre global, pero la política que representa no se originó en EUA. Las directrices de su Gobierno se importaron de esas redes liberales angloholandesas y sus retoños neoconservadores en Europa, que han procurado inducir a EUA al descrédito, la quiebra y la autodestrucción; a destruirse a sí mismo a través de medios tales como la orientación que representan estilos liberales angloholandeses de los intereses financieros internacionales. Están los intereses que usan su influencia sobre conductos estadounidenses de los que son típicos círculos tales como los del arquitecto tanto del Gobierno de Pinochet en Chile como de este Gobierno de Bush, George P. Shultz. Estos últimos son, en términos históricos, los mismos conductos asentados entre intereses financieros liberales europeos que han estado afanados en socavar y destruir el legado patriota de Franklin D. Roosevelt, desde que expiró ese presidente.

La principal importancia estratégica de la existencia de EUA desde su fundación ha sido en tanto expresión de los mejores legados culturales de la civilización europea moderna transportada a un lugar al otro lado del océano, a una distancia pertinente fuera del alcance inmediato de los asientos de las tradiciones oligárquicas europeas. Dichas tradiciones, en especial la geopolítica liberal angloholandesa que siempre ha patrocinado a los principales traidores y otros de esa ralea entre nosotros, desde la victoria del EUA del presidente Abraham Lincoln sobre las marionetas de la Confederación de la Gran Bretaña de lord Palmerston, como la amenaza más grande a la intención de larga data de los liberales angloholandeses, desde 1763, de establecer una forma de imperio mundial hoy llamado “globalización”.

Fue por esta razón desmañada que los liberales angloholandeses y sus cómplices estadounidenses odiaban al presidente Franklin Roosevelt que encabezó la derrota de la maquinaria de Hitler.

Conozco, y también recuerdo muy bien a estos liberales; ellos son y han sido mis enemigos personales, tales como los antagonistas del legado de Roosevelt, Félix Rohatyn; George Soros; y las redes de ese John Train que está estrechamente ligado a las operaciones de inclinación fascista del ACTA (Consejo Estadounidense de Miembros y Graduados) de la señora Lynne Cheney y otras relacionadas. Los de esta estirpe me han odiado y temido con rencor desde principios de los 1970, y en particular desde que el presidente Ronald Reagan anunció en marzo de 1983 su propuesta de una Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) como remplazo de un régimen de “armas de venganza”.

Mira los hechos que enfrentamos ahora. El efecto del Gobierno de George W. Bush ha consistido en reducir a nuestra economía a una condición peor que de bancarrota nacional, y en arruinar la vida de la mayoría de nuestra población y de las comunidades en las que vive. Nunca que se recuerde se ha degradado tanto el respeto por EU en tanto nación, como con el Gobierno de George W. Bush; si dudas eso en lo más mínimo, ¡no tienes la menor idea de lo que está sucediendo en realidad en el mundo en general!

Apoyar al régimen de Bush y Cheney no sería un acto de patriotismo. Nada amenaza a EU en ninguna parte de este planeta, tanto como la amenaza que el Gobierno de Bush y Cheney ha creado contra nosotros con su complicidad en fomentar el juego liberal angloholandés asentado en Europa.

¡Vamos, amigos! ¿De veras son tan tontos como para pensar que Bush o “Escopeta Dickie” Cheney son lo suficientemente listos como para diseñar el desastre que atenaza hoy el destino de nuestra nación y su pueblo? Los dos no son en realidad más que títeres trastornados en lo intelectual y lo moral que se nos han endilgado, mientras que a la mayoría de los ciudadanos que debieron haber reconocido este hecho el cambio los agarró, en efecto, dormidos, o están tan obsesionados con lo que perciben como sus intereses personales de corto plazo, que no le prestaron un cuidado eficaz al bienestar de su nación ni de su posteridad como un todo.

Enjuicien a ese par peor que inútil de Bush y Cheney, mientras todavía tengamos una nación que exista para perdonarlos por lo que han hecho. Amablemente déjenlos que se vayan; que se vayan de una manera humana, pero “humana” significa que tienen que irse, y pronto, por el bien de nuestra nación, y de toda la humanidad también. A aquellos que no tienen las agallas políticas para darles esa despedida, no debiera tratárseles como líderes en EUA.