por Jeffrey Steinberg, Allen Douglas y Rachel Douglas
Nunca fue un secreto que entre las filas de la facción belicista neoconservadora de Washington pululan los ex trotskistas de primera y segunda generación, como el que encarna Irving Kristol, papá del director del Weekly Standard, William Kristol, y ex trotskista shachtiano que se describe a sí mismo como el “padrino” de todo el aparato neoconservador. Lo que se desatendió fue el hecho de que tanto ellos como el vicepresidente estadounidense Dick Cheney siguen fanáticamente empeñados en seguir la doctrina de “revolución permanente” del ex ministro de guerra bolchevique León Trotski, y la clase de guerra permanente que Cheney ha desatado en Iraq, y que está preparándose para librar, muy pronto, como una guerra nuclear contra Irán, y una guerra permanente similar contra Siria, Sudamérica y otras partes, tan pronto y tan seguido como le sea posible. Es esta doctrina, que la mayoría de los historiadores asocian con el nombre del rival de José Stalin, León Trotski, y sus seguidores, la que representa la amenaza de violencia genocida más inminente contra el mundo entero hoy.
También es la principal amenaza activa a la existencia permanente de los Estados Unidos de América en tanto república constitucional.
Ésta es la raíz del fracaso generalizado de la mayoría de las élites de los EUA y Europa, en entender la verdadera naturaleza de la amenaza que ha desatado el vicepresidente Cheney al adoptar una doctrina que el agente de inteligencia británico de origen ruso Alexander Helphand, también conocido como “Parvus”, le impuso al esfuerzo de León Trotski de destronar al Zar de Rusia en la revolución de 1905. Lo que Helphand le ordenó por escrito a su víctima, Trotski, en ese momento, es la doctrina de “revolución permanente, guerra permanente”, misma que Trotski defendió hasta que un sicario soviético lo asesinó en México en 1940. Ésa es la política que enarbolan los asesores neoconservadores dizque ex trotskistas de Cheney hoy. Ésa es la orientación que ha desencadenado la monstruosa catástrofe en deterioro que las políticas de Cheney y sus mentiras al Congreso estadounidense, y que ahora avanza al borde de un nuevo desastre en toda la región del Sudoeste de Asia. Los hechos que más que comprueban todo esto, no sólo son claros. La mayor amenaza a los EUA hoy es que, en su mayoría, la élite estadounidense y europea no ha entendido la gran acumulación de pruebas que seguido se pasan por alto, pero que tienen que entenderse si es que hemos de evitar que unos EU y un mundo arruinados por la crisis financiera caigan, muy pronto, en una catástrofe prematura que rebase las proyecciones de la mayoría de los grupos de influencia de los gobiernos, aun hoy.
Esos críticos que no entienden lo que ocultan en realidad los desplantes homicidas y las mentiras de Cheney, y que creen que los “neoconservadores” han fracasado en Iraq, son personas que simplemente no comprenden aún los objetivos verdaderos de la política vigente de Cheney.
Es cierto que el Gobierno de George W. Bush ha logrado, en un grado alarmante, dejar a Iraq en un estado de guerra civil de sunnís contra chiitas, curdos contra turcos, e incluso de chiitas contra chiitas, que podría continuar por varias generaciones, y que amenaza con propagarse pronto a todos los estados vecinos.
A ningún estratega competente le sorprendió esta consecuencia de la política bélica del Gobierno de Bush. Lo que vemos ahora es el fiasco predecible de su política guerrerista, que incitó a muchos altos comandantes militares de los EU, como el general Anthony Zinni y el embajador Chas Freeman, a proferir su oposición a la aventura de Cheney y los neoconservadores en Iraq mucho antes de que las primeras tropas estadounidenses tocaran territorio iraquí.
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La intención de las guerras de Dick Cheney no es lograr una victoria, sino más bien una serie de “guerras permanentes” según el modelo del agente británico Alexander Helphand, alias Parvus (1867–1924). Las guerras de Iraq (arriba), Afganistán (abajo, izq.) y en los territorios palestinos ocupados por Israel. (Fotos: sargento Russell E. Cooley IV/Fuerza Aérea de los EU; soldado de primera clase Mike Pryor/Ejército de los EU; PENGON). |
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Los neotrotskistas neoconservadores y sus matones, de los que Dick Cheney es típico, no sólo salieron a establecer una ocupación imperial estadounidense permanente, apoderarse de los pozos petroleros, y chantajear a estados rivales —como China— con la amenaza de dejarlos sin petróleo, como muchos críticos de Bush y Cheney suponen. La pandilla de Cheney nunca pretendió acabar con alguna forma de Pax Americana. La intención es que fuera la primera de una serie de guerras permanentes que sumieran a todo el golfo Pérsico y las extensas regiones del sudoeste y el centro de Asia en décadas de caos, fomentando una serie de “Estados fallidos” en cascada, y desatando un pandemónium económico y político, todo en provecho de una oligarquía financiera privada que en gran medida está concentrada en la City de Londres y sus sucursales con sede en la región del Caribe, en lugares tales como las islas Caimán.
La guerra civil que ya está en marcha en Iraq, alimentada a cada paso por las directrices del Gobierno de Bush, reflejaba las intenciones de la mayoría de los ideólogos neoconservadores de hueso colorado, una camarilla aglutinada en torno a la oficina del Vicepresidente, junto con centros ideológicos neotrotskistas como el American Enterprise Institute y el Instituto Hudson.
Que el presidente George W. Bush fuera lo bastante tonto como para creerse la propaganda infantil de los neoconservadores de que la victoria era “pan comido”, que la democracia iraquí florecería, y que el petróleo iraquí fluiría sin trabas de inmediato, no lo hace real. El Presidente, con sus grotescos dogmas religiosos fundamentalistas estilo “Promise Keeper”, es, después de todo, el político straussiano perfecto, el bobalicón víctima de las maquinaciones de los “filósofos” que lo atosigaron con mentiras, las cuales él considera la verdad del Evangelio y las propaga entre una hincha descerebrada igual de incauta.
Un grupo de “gallinazis” neoconservadores estadounidenses expresó a las claras en el documento “Un rompimiento limpio” que le entregaron en julio de 1996 al entonces primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, años antes de la guerra de Iraq, su intención de avivar una revolución y una guerra permanentes por todo el Sudoeste de Asia conforme a la doctrina de Helphand. Sus autores, Richard Perle, Douglas Feith, David Wurmser, Meyrav Wurmser, Charles Fairbanks (ex compañero de habitación en la universidad y sustituto de Paul Wolfowitz), etc., urdieron una trama nada ambigua para propagar la guerra desde Iraq hasta Siria, Líbano e Irán, y de ahí a Arabia Saudita y, en última instancia, Egipto. Según una fuente bien informada de la inteligencia estadounidense, la médula del plan de “rompimiento limpio” de los neoconservadores consistía en reventar el “cinturón de estabilidad sunní”, cuyo núcleo es Arabia Saudita y Egipto, y que le trajo cierto grado de estabilidad a la región durante la Guerra Fría, asegurando el libre flujo de petróleo del golfo Pérsico al mundo.
No es creíble atribuirle a un mal criterio, la codicia o el utopismo ingenuo, la secuencia de pasos deliberados que dieron los neoconservadores del Gobierno de Bush y Cheney para llevar al Iraq ocupado al borde del caos y la destrucción. Esto comienza con el rechazo del coautor del “rompimiento limpio” Doug Feith a todo plan de los expertos del Departamento de Estado para la ocupación y reconstrucción de Iraq tras el conflicto, sigue con la orden de Wolfowitz de desmantelar todo el ejército iraquí y la infraestructura del Baas, y continúa hasta el fomento del conflicto de chiitas versus sunnís, lo que el doctor Phebe Marr describió hace poco en Washington como la “libanización” de Iraq.
Ahora contra Damasco y Teherán
El vicepresidente Cheney y sus compinches han pasado a la siguiente fase de sus planes bélicos contra Siria e Irán.
El Washington Post informó el 14 de septiembre que el jefe de control de armas del Gobierno de Bush, el doctor Robert Joseph, ha estado ofreciendo presentaciones a diplomáticos de más de una docena de países, en las que dizque prueba que Irán viene trabajando en un programa secreto de armas nucleares, y que debe de enfrentársele. La presentación, “Una historia de encubrimiento y engaños”, trae a la memoria la misma clase de informes que fraguó la Oficina de Planes Especiales del Pentágono antes de la invasión angloamericana de marzo del 2003, para “demostrar” la necesidad de emprender una guerra preventiva contra Iraq. Joseph —el protegido de Richard Perle que remplazó al neoconservador que hace las veces de embajador ante la ONU, John Bolton, como negociador en jefe del Departamento de Estado para el control de armas— estaba antes en el Consejo de Seguridad Nacional de Condoleezza Rice, desde donde escribió las infames “dieciséis palabras” del Informe a la Nación de enero del 2003 del presidente George Bush, que acusan falsamente a Saddam Hussein de procurar la compra de uranio de África para armar bombas nucleares. La campaña de desinformación de “Saddam tiene bombas nucleares” fue decisiva para amedrentar al Congreso estadounidense a aceptar la guerra preventiva contra Iraq.
Una serie de filtraciones, entre ellas un reportaje de Walter Pincus del 11 de septiembre en la primera plana del Washington Post, confirmó que el vicepresidente Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld pretenden añadir “miniarmas nucleares” al arsenal convencional del Ejército estadounidense. Tal como EIR denunció de sobra en julio, Cheney está impulsando abiertamente un ataque nuclear preventivo contra una gran cantidad de objetivos en Irán, todos dizque fábricas secretas de armas nucleares y sitios relacionados. Un ataque aéreo estadounidense o americano–israelí así en contra de Irán desataría una guerra asimétrica sin control que pronto engulliría al planeta entero, haciendo de los EU el máximo enemigo de más de 1.600 millones de musulmanes en las próximas generaciones. Semejante precedente de preparar ataques contra Irán con miniarmas nucleares, sería la antesala de una “nueva Era de Tinieblas” planetaria, “iluminada” con barriles de petróleo de a 150 o 200 dólares cada uno.
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El vicepresidente Cheney y sus esbirros han avanzado a la siguiente fase de sus planes contra Siria e Irán, incluso han cambiado la doctrina militar estadounidense para permitir el uso preventivo de armas nucleares. (Foto: Stuart Lewis/EIRNS). |
El 14 de septiembre el embajador de los EU en Iraq, Zalmay Jalilzad, regresó corriendo a Washington para acusar a Siria, en una conferencia de prensa, de estar involucrada en la insurgencia iraquí, afirmando, a nombre del Gobierno de Bush, que no se descartaba “ninguna opción”, ni siquiera un ataque militar, si Siria seguía apoyando a los insurgentes.
Sin duda hay quejas legítimas contra los regímenes de Teherán y Damasco, pero Cheney y compañía no renovaron su ofensiva bélica como un “recurso” para facilitar una solución diplomática. A fin de entender qué es lo que mueve a los controladores de Dick Cheney —como el agente de segunda generación del “Trust” anglosoviético George Shultz— es necesario analizar con cuidado la historia verdadera de la doctrina de “guerra permanente, revolución permanente”, y luego repasar desde esa nueva perspectiva los acontecimientos de los últimos cinco años del régimen de Bush y Cheney.
El imperialismo permanente
En un memorando que dirigió a sus colegas el 14 de septiembre, LaRouche escribió: “El uso de los términos intercambiables ‘revolución permanente’ y ‘guerra permanente’, no significa más que cambiarle de etiqueta al viejo término ‘imperialismo’. . . ‘Revolución permanente’ es un término del partido neoveneciano de los liberales angloholandeses que describe el carácter y las pretensiones del imperialismo británico, como tienen su raíz en el poderío de un sistema oligárquico–financiero que deriva de la destrucción de todo venero potencial de desafío patriota al imperio con las políticas del ‘cambio permanente de régimen’ (‘revolución permanente’) y la ‘guerra permanente’ ”.
LaRouche continúa: “El viraje de los liberales angloholandeses y de sus rivales y socios oligárquico–financieros, de un acento en las colonias de la Corona hacia una tiranía oligárquico–financiera más o menos global, lo refleja de forma apropiada el cambio a un acento en los predicados esenciales del imperialismo (por ejemplo, el ‘cambio de régimen permanente’ y la ‘guerra permanente’), a partir de uno en el predicado alternativo del territorio colonial. En ambas variantes, la del acento en la colonia y la del acento en el poder oligárquico–financiero globalizado, el Estado nacional soberano es el adversario al que los imperialistas tienen que tratar de subvertir y destruir constantemente”.
El Sistema Americano se internacionaliza
La doctrina de la “guerra permanente, revolución permanente”, que en general se asocia con el revolucionario bolchevique León Trotski, surgió en un marco histórico muy específico: el período de fines del siglo 19 y principios del 20, en el que las ideas del Sistema Americano de economía política estaban ganando un gran apoyo entre los principales gobiernos y grupos políticos de toda Eurasia. Esto representó una amenaza existencial al imperio angloholandés con eje en la Compañía de las Indias Orientales y la monarquía británicas, y al jefe de esa camarilla, el Príncipe de las Islas Eduardo Alberto y luego rey de Gran Bretaña Eduardo VII.
En la secuela inmediata a la derrota de la insurrección secesionista sureña que apoyaron los británicos, conocida como la Guerra Civil estadounidense (1861–1865), los EU emergieron como la principal potencia industrial del mundo, a pesar del asesinato del presidente Abraham Lincoln que pagaron los británicos. Lo que se conoció como el Sistema Americano de economía política, asociado con el secretario del Tesoro estadounidense Alexander Hamilton y con hamiltonianos posteriores como Henry Carey, John Quincy Adams, Henry Clay, E. Peshine Smith, el careyano alemán Federico List, etc., sentó un modelo de aranceles proteccionistas, banca nacional, inversión en infraestructura, fomento de la ciencia y la tecnología, y otras medidas. En esa época el Sistema Americano era reconocido universalmente como el temido enemigo mortal del sistema británico de libre cambio, banca central privada, mano de obra esclava y carteles globales.
Fue el poderío industrial de los estados federados —fundado en la política hamiltoniana del Sistema Americano— el que aportó el margen para la victoria contra la insurrección confederada. Fue de suma ayuda para Lincoln el apoyo internacional vital de su aliado el Zar de Rusia, Alejandro II, quien desplegó a toda su armada a Norteamérica para disuadir a Gran Bretaña y Francia de unirse al bando confederado en la guerra.
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El conde Serguéi Witte. |
En una celebración digna del Sistema Americano, se organizó en Filadelfia la feria del Centenario en 1876, con la intención de extender el Sistema Americano por todo el mundo. En este período tales ideas echaron raíces en el nuevo Estado alemán unificado bajo Bismarck, el cual adoptó los conceptos de Federico List y estableció empresas industriales conjuntas entre figuras estadounidenses notables como Tomás Alba Edison y los industrialistas alemanes Walther Rathenau y Werner von Siemens. En Rusia, ingenieros estadounidenses y rusos colaboraron en la construcción del Ferrocarril Transiberiano, el cual tomó como modelo el Ferrocarril Transcontinental de los EU, mismo que ayudó a consolidar una república continental unificada tras los desastres de la guerra civil. Bajo el liderato de Serguéi Witte, Rusia surgió al final del siglo 19 como la nación de más crecimiento industrial de Eurasia. Japón adoptó el Sistema Americano con la Restauración Meiji, al contar con el protegido de Carey, E. Peshine Smith, como asesor económico del Emperador de Japón. La Francia de Gabriel Hanotaux adoptó ideas similares del Sistema Americano, emprendiendo planes ambiciosos para la construcción de ferrovías a lo largo de África. En China, Sun Yat–sen fue educado por misioneros estadounidenses en las ideas de Hamilton y Carey, y un movimiento republicano chino planificó a detalle la integración y modernización del país. En Sudamérica y lugares tan lejanos como Australia, abundaron los ejemplos de la difusión del Sistema Americano.
El Imperio Británico contraataca
En Londres, el príncipe Eduardo Alberto, el hijo de la reina Victoria que luego devendría en el rey Eduardo VII, vio con gran alarma esta difusión del Sistema Americano. La respuesta británica en el transcurso de los siguientes 40 años sería la propagación de la guerra perpetua por Eurasia mediante una serie de manipulaciones, poniendo a una nación contra la otra, asesinando a políticos republicanos clave, fomentando la proliferación de ideologías y movimientos seudopolíticos en extremo defectuosos, dirigiendo maniobras diplomáticas de todos contra todos, y fomentando los “cambios de régimen” que en última instancia acarrearon dos guerras mundiales sucesivas. En cada caso, agentes británicos, seguido bajo la fachada de sus cargos diplomáticos oficiales, forjaron alianzas con las facciones fundamentalistas y feudales más atrasadas de las naciones seleccionadas, y con frecuencia crearon movimientos de “liberación” falsos, y reclutaron y desplegaron a agentes clave por medio de las logias francmasónicas y otras sociedades secretas.
Así, en vez de una Eurasia unida por las ideas republicanas del Sistema Americano y las grandes obras concretas de desarrollo, los británicos manipularon las guerras francoprusiana, balcánica, sinojaponesa y rusojaponesa. Las guerras de los Balcanes de 1912–1913 llevaron, como era de esperarse, a la Primera Guerra Mundial. La revolución de la “Joven Turquía” le aseguró a Gran Bretaña, y a su aliada Francia, la disolución del Imperio Otomano y su remplazo con una serie de protectorados anglofranceses por todo el Cercano Oriente. En el transcurso de esta ofensiva, la inteligencia británica apadrinó a la Hermandad Musulmana como una fuerza de insurrección permanente en todo el mundo islámico. El agente francmasón británico que inspiró la creación de la Hermandad Musulmana, Jamal al–Din al–Afgani, colaboraba con los sinarquistas franceses, otro aparato de conspiración internacional que engendraría el fascismo del siglo 20, y que luego sería el modelo de los desastres actuales del Tratado de Maastricht y la Unión Monetaria Europea.
En todos estos esfuerzos, el aparato británico del príncipe Eduardo Alberto tomó como modelo los de la república veneciana, que surgió como el centro del nuevo poder oligárquico–financiero rentista europeo a raíz del derrumbe del Imperio Bizantino. Como el centro del poder europeo pasó del Mediterráneo hacia el norte, Venecia adoptó la forma del sistema holandés, y luego liberal angloholandés, de dominio financiero global en el transcurso de los siglos 15 al 18. Para cuando ese príncipe Eduardo Alberto surgió como el heredero del legado de lord Shelburne y lord Palmerston, Londres se había convertido ya en el centro mundial de lo que vino a conocerse como el “Partido Veneciano”.
La Revolución Rusa
La destrucción de Rusia tuvo una gran importancia particular para los oligarcas de Londres. Desde la época de Catalina la Grande, cuya Liga de la Neutralidad Armada tuvo un papel central en asegurar la victoria de la Revolución Americana de Benjamín Franklin y George Washington, la posibilidad de una colaboración rusoamericana fue una amenaza grave al poder del Imperio Británico. En la secuela de la guerra civil de los EU, en la cual Rusia coadyuvó de nuevo a la victoria estadounidense, la difusión de las ideas del Sistema Americano en ese país estaba cobrando proporciones alarmantes. El gran científico ruso Dmitri Mendeléiev asistió en 1876 a la Exposición del Centenario en Filadelfia, y colaboró con el ministro ruso Witte en una industrialización de Rusia impulsada por la expansión del Ferrocarril Transiberiano hacia el este. Los ingenieros ferroviarios estadounidenses que habían construido el Ferrocarril Transcontinental, estaban ahora en Rusia —luego de prestar servicio en el Cuerpo de Ingenieros del Ejército durante la guerra civil— trabajando con sus contrapartes rusas en el Transiberiano. Al completarlo, la Baldwin Company de Filadelfia, Pensilvania, construiría la primera locomotora que recorrería la línea euroasiática.
Algo que ilustra la perspectiva pro estadounidense de los principales modernizadores rusos, es un memorando de 1899 del ministro de Finanzas Witte al zar Nicolás II, en el que escribió: “El bienestar de su imperio se basa en la mano de obra nacional. El aumento de su productividad y el descubrimiento de nuevos campos para la iniciativa rusa siempre serán la forma más confiable de aumentar la prosperidad de toda la nación. Tenemos que crear industrias de producción en masa muy extendidas y diversificadas. Tenemos que brindarle al país una perfección industrial como la que han logrado los EUA, que cimentan con firmeza su prosperidad en dos pilares: la agricultura y la industria”. El desarrollo del este de Siberia con eje en el Ferrocarril Transiberiano, fue vital para el concepto de Witte de la modernización rusa. Entre otras cosas, Witte quería abrir a Siberia a la colonización de los judíos rusos, quienes seguían en las condiciones terribles del gueto en el cordón de los asentamientos judíos y sufrían frecuentes pogromos.
Por desgracia, los británicos también tenían agentes y aliados en Rusia. De hecho, en 1881 el zar Alejandro II, el gran aliado de Lincoln y liberador de los siervos, fue asesinado por el grupo terrorista Narodnaia Volia (Voluntad del Pueblo). Los jefes del servicio de seguridad del Zar no sólo no impidieron el complot en su contra, sino que lo facilitaron. Estos hombres se oponían enérgicamente a la modernización de Rusia, pues amenazaba con romper el poder de la oligarquía feudal terrateniente. Varios de ellos también colaboraron de forma directa en el proyecto bélico británico de los Balcanes en los 1870. Tras el asesinato de Alejandro II, este mismo grupo fundó una sociedad secreta llamada la Santa Hermandad, dizque para proteger mejor al monarca. La Santa Hermandad engendraría luego a la Ojrana, la policía secreta que sería decisiva en incitar los sucesos que llevaron a la Revolución Rusa.
Zubátov y el ‘socialismo policíaco’
Una de las figuras clave a la que desplegarían contra Witte y los modernizadores, era el agente policíaco anglófilo Serguéi Zubátov. En 1896, a pesar de que ya lo habían encarcelado antes por terrorismo, lo nombraron jefe de la policía secreta rusa, la Ojrana, en Moscú. La Ojrana fue fundada por el conde N.P. Ignatiev, un comandante de las fuerzas rusas durante las primeras guerras de los Balcanes de 1875–1878, mismas que Londres había tramado. Un colaborador íntimo de Ignatiev, V.P. Mescherski, fue el mecenas que le consiguió a Zubátov su puesto en Moscú. Mescherski también fue el mecenas literario de Fiódor Dostoievski, quien era un propagandista de las guerras de los Balcanes y del filósofo alemán del nihilismo Friedrich Nietzsche. Zubátov incorporó estas opiniones filosóficas a su labor policíaca.
Antes de asumir el cargo en Moscú, Zubátov pasó doce años de infiltración policíaca en los diferentes grupos izquierdistas y socialistas que habían proliferado en Rusia. Leía con avidez a la Sociedad Fabiana británica, y seguido usó los escritos de Sydney Webb como herramientas de reclutamiento para sus propias “células revolucionarias”.
Zubátov describió sus planes en un memorando de 1898 que dirigió a otro oficial de la policía de Moscú: “Mientras un revolucionario abogue por el socialismo puro, puede controlársele con meras medidas represivas, pero cuando empieza a explotar pequeñas fallas de la estructura jurídica en su beneficio, las medidas represivas por sí solas ya no bastan. Resulta necesario sacudir el suelo mismo que pisa”.
Como se prohibieron los sindicatos en Rusia, Zubátov creó sus propias “sociedades mutualistas”, que estaban entre los únicos “movimientos populares” permitidos en Rusia. En estos sindicatos abundaban los blancos de la represión policíaca e imperaban las técnicas de lavado cerebral de Zubátov. A los dirigentes socialistas los arrestaban y sometían a un adoctrinamiento, a menudo a cargo del propio Zubátov. A los trabajadores les enseñaban a desconfiar de los socialdemócratas y a concentrarse en el puro interés “económico”. Para 1902 Zubátov había organizado miríadas de “sindicatos policíacos”, y organizado ataques exitosos contra algunos de los principales manufactureros rusos de la facción de Witte. Zubátov también organizó varios sindicatos sionistas, aun mientras su íntimo colaborador de la Ojrana con sede en París, Pedro Rachkovski, escribía la farsa de Los protocolos de los sabios de Sión para instigar un nuevo pogromo contra los judíos rusos, quienes estaban entre los entusiastas del impulso modernizador de Witte. Zubátov también formó sus propios escuadrones de la muerte, las Organizaciones de Combate, que se usaron para eliminar a ministros de gobierno y demás enemigos del aparato de la Santa Hermandad y la Ojrana.
En agosto de 1902 Zubátov fue transferido de Moscú a San Petersburgo, donde encabezó la Sección Especial a las órdenes del jefe de la policía Alexéi Lopujin. Este par amplió el reclutamiento de provocadores, y en un año tenían ya más de 16.000 de ellos en la nómina de la policía, según registros posteriores a 1917 fundados en los archivos policíacos.
Entre los principales provocadores de Zubátov estaba el padre ortodoxo Georgi Gapón, un alborotador de masas que organizó varios de los sindicatos policíacos de Zubátov. Fue Gapón quien encabezó la marcha al Palacio de Invierno del zar el 9 de enero de 1905, el “Domingo Sangriento”, emprendiendo la primera insurrección contra el Estado ruso.
Jabotinsky y Parvus
Otro de los provocadores de la Ojrana que Zubátov desplegó en las insurrecciones contra la Rusia de Witte y el Sistema Americano, fue Vladimir Jabotinsky, después conocido como el fundador del Movimiento Revisionista del sionismo y como un entusiasta del fascismo de Mussolini. La Ojrana arrestó a Jabotinsky por siete semanas a principios de 1902, donde pasó por el adoctrinamiento de Zubátov. Según un biógrafo, trabajó “varios años bajo la supervisión de la policía”, en particular en Odessa, que fue donde tuvieron lugar muchas de las insurrecciones laborales más exitosas de Zubátov contra la industrialización naciente de Rusia. Las actividades de Jabotinsky también recibieron el patrocinio directo de Máximo Gorki, un reconocido agente de la Ojrana y mediador de los sobornos de Zubátov.
La carrera de Jabotinsky coincidiría con la de otro de los agentes más importantes de la revolucionaria era bolchevique: Alexander Israel Helphand, alias Parvus (1867–1924). Tanto Jabotinsky como Parvus trabajaron en la redacción de las publicaciones del engendro angloveneciano de la Joven Turquía, la cual ayudó a instigar las guerras balcánicas de Londres y el derrocamiento del Imperio Otomano.
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Alexander Helphand, alias Parvus, escribió en la víspera de la Primera Guerra Mundial: “La guerra agudiza todas las contradicciones capitalistas. Por tanto, sólo una revolución mundial podría dar fin a una guerra mundial”. |
Como Jabotinsky, Parvus venía de una familia de Odessa que comerciaba con cereales. Para 1886 Parvus ya estaba metido en el ambiente socialista ruso creado por la Ojrana, y había viajado a Suiza para participar en el grupo Emancipación del Trabajo que dirigían varios agentes de la misma, entre ellos Lev Deutsch y Georgi Plejanov, de quien se sospechaba era también un hombre de la Ojrana. En los 1890 Parvus sería clave en cambiar el enfoque del socialismo revolucionario ruso de los campesinos agrarios a los trabajadores industriales, de conformidad con la ofensiva de Zubátov contra los modernizadores mediante las provocaciones de la “guerra de clases”. Para 1900 Parvus se había integrado a la cúpula bolchevique, albergando la imprenta del grupo en su departamento de Múnich, Alemania, y hospedando a V.I. Lenin y otros dirigentes. Según varios recuentos biográficos, para 1902 Parvus recibía financiamiento directo de la Ojrana por medio de Gorki, quien le cedió a Parvus los derechos de publicación de sus obras en el extranjero.
En cuanto el “Domingo Sangriento” desencadenó la desestabilización revolucionaria en San Petersburgo, Parvus surgió como un colaborador destacado de León Trotski y otros dirigentes del sóviet de Petersburgo. Parvus y Trotski compraron el periódico liberal Russkaya Gazeta para hacerle competencia a la publicación bolchevique, y pronto tuvieron un tiraje de 500.000 ejemplares. Para deleite de la Ojrana, que pronto le impondría medidas policíacas enérgicas a todo el ambiente social democrático, Parvus y Trotski convirtieron el periódico en un órgano de provocación radical.
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León Trotski fue el pelele de Parvus. El primero le atribuía la idea de la “revolución permanente” al segundo, su aliado durante la revolución de 1905. (Foto: clipart.com). |
Cuando en diciembre de 1905 arrestaron y encarcelaron a toda la dirigencia del sóviet de Petersburgo, incluyendo a Trotski, Parvus se le escabulló a la policía. Al capturarlo más tarde, escapó de la custodia policíaca gracias al agente de la Ojrana Lev Deutsch. Parvus apareció después, vía Alemania, en Constantinopla, como “periodista” encargado de informar sobre la rebelión de la Joven Turquía contra los otomanos, que fue un preludio decisivo a la segunda guerra de los Balcanes que manipularon los británicos. Sería entonces cuando los lazos de Parvus con las principales facciones del “Partido Veneciano” europeo saldrían a la luz pública.
La Joven Turquía
En 1908 el Comité de Unión y Progreso —también conocido como la Joven Turquía— derrocó al Sultán con un golpe militar y se apoderó del Imperio Otomano. Con sus campañas de limpieza étnica contra todo pueblo que no fuera turco, entre otros los armenios, los griegos y los búlgaros, la Joven Turquía desempeñó una función central en provocar las guerras de los Balcanes de 1912–1913 con su brutalidad hacia las minorías. Según la propia Joven Turquía, su revolución se basó en una suerte de panturquismo que había diseñado en los 1860 un asesor del Sultán, quien de hecho era un agente del británico lord Palmerston. La Joven Turquía también predicaba una rabiosa ideología antirrusa inspirada por William Blunt, un alto funcionario de la inteligencia británica cuyas ideas de jugarse la “carta islámica” para destruir a Rusia precedieron por todo un siglo a las de Bernard Lewis.
El verdadero fundador del movimiento de la Joven Turquía fue un francmasón italiano y comerciante cerealero llamado Emmanuel Carasso. Judío de nacimiento, Carasso fue fundador de la logia masónica italiana Risorta Macedonia en Salónica. Casi todos los miembros de la dirigencia de la Joven Turquía eran miembros de la logia. La predecesora de la logia Risorta Macedonia la fundó un provocador revolucionario y seguidor de otro agente de Palmerston, Giuseppe Mazzini.
Carasso fue un patrocinador de peso de toda la insurrección de la Joven Turquía, y durante las guerras de los Balcanes no sólo encabezó sus operaciones de inteligencia balcánicas, sino que estuvo a cargo de todo el abasto de alimentos del Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial, un negocio lucrativo que compartió con Parvus.
Carasso también financió varios periódicos y otros órganos propagandísticos para la Joven Turquía, entre ellos El Joven Turco, que dirigía nada menos que Vladimir Jabotinsky. Otro de los socios de “negocios” de Carasso era Parvus, quien se convirtió en director de economía de otro diario de la Joven Turquía, La Patria Turca. Parvus también se asoció con Carasso en el comercio de cereales y en el negocio de las armas, y logró amasar una gran fortuna.
La operación de la Joven Turquía la encabezaba desde Londres Aubrey Herbert, nieto de un controlador de Mazzini que falleció mientras azuzaba turbas revolucionarias en Italia en 1848. Aubrey Herbert dirigió todas las operaciones de inteligencia británicas en el Oriente Medio durante la Primera Guerra Mundial, y nada menos que Lawrence de Arabia lo identificó como el verdadero cabecilla de la insurrección de la Joven Turquía. La carrera de Herbert es el tema de la novela histórica Greenmantle, del oficial de inteligencia británico de la Primera Guerra Mundial John Buchan.
La participación vital de Emmanuel Carasso en el movimiento de la Joven Turquía y en las subsiguientes guerras de los Balcanes de 1912–1913, también es importante desde otra perspectiva. Carasso era un protegido y socio de negocios de Volpi di Misurata, el principal banquero veneciano de principios del siglo 20, quien no sólo patrocinó la insurrección de la Joven Turquía, sino que promovió a los camisas negras en la toma de Roma y pasó a dirigir el régimen fascista de Mussolini desde sus diferentes cargos como ministro de Finanzas (1925–1928), miembro del Gran Consejo Fascista, presidente de la Confederación Fascista de Industriales y, el más importante, representante principal de un grupo de aristócratas aglutinados en torno al conde Piero Foscari de la antigua familia dogal veneciana.
Volpi fue un aliado íntimo de siempre de los financieros de la City de Londres. Y la Joven Turquía, en cuanto tomó el poder, no ocultó sus nexos con Londres. En 1909 la armada otomana quedó al mando de un almirante británico; el banquero personal de la familia real británica Ernst Cassel estableció y administró el Banco Nacional de Turquía; y funcionarios británicos asesoraban a los ministros de Finanzas, del Interior y de Justicia. La Joven Turquía también atacó y obstruyó la construcción del ferrocarril Berlín–Bagdad.
La continuación de la saga de Parvus
Parvus ganó una enorme fortuna con su participación en la Joven Turquía. Se había asociado con el patrocinador de la Joven Turquía y fundador de la logia Risorta Macedonia, Emmanuel Carasso, y obtuvo el contrato para abastecer de cereales a los turcos durante las guerras de los Balcanes de 1912–1913. Según algunas versiones, Parvus también entró al muy controlado negocio de las armas, quizás bajo el patrocinio de sir Basil Zaharoff del cartel armamentista Vickers, una destacada empresa angloveneciana.
Cuando empezaron las guerras de los Balcanes que llevaron a la Primera Guerra Mundial, Parvus volteó de nuevo hacia Rusia, e hizo planes para financiar una revolución que encabezarían Lenin y los bolcheviques. Parvus definió su plan revolucionario en un memorando que dirigió al Ministerio de Relaciones Exteriores alemán el 9 de marzo de 1915, en el que procuraba apoyo financiero y prometía que los bolcheviques tomarían el poder en Rusia en 1916.
El gobierno alemán estaba muy dividido en cuanto a apoyar una revolución bolchevique rusa. Asesores íntimos del káiser alegaban que Alemania debía negociar una paz con el zar, en tanto que una facción con eje en el Estado Mayor General y en torno al ministro de Relaciones Exteriores Zimmerman presionaba por una “guerra a muerte” contra Rusia, alegando que era inevitable y que lo mejor era emprenderla de una vez antes de que Rusia se volviera más poderosa. Uno de los simpatizantes clave del Plan Parvus dentro del Estado Mayor General alemán era el conde Bogdan von Hutten–Czapski, jefe de la Sección Política y viejo socio de negocios de nada menos que el auspiciador de la Joven Turquía, el agente sinarquista del Partido Veneciano Giuseppe Volpi, futuro controlador de Mussolini.
Según su propia autobiografía, Von Hutten–Czapski vio en la guerra rusojaponesa la oportunidad de “aplastar al imperio zarista”, opinión que compartía con Parvus.
Uno de los principales industriales sinarquistas alemanes y socio de Hjalmar Schacht (luego ministro de Economía de Hitler), Hugo Stinnes, del sindicato del carbón alemán, le dio acceso a Parvus, además de al ministro de Relaciones Exteriores y el Estado Mayor General, a fondos exhaustivos para su plan de “cambio de régimen” ruso. Stinnes le garantizó a Parvus el control del transporte y la venta de carbón alemán a Dinamarca, con lo que Parvus ganaba millones de marcos de oro al mes. Stinnes se convertiría en uno de los protagonistas del renacimiento de los 1920 de la industria militar alemana, y continuaría sus tratos de negocios con Parvus hasta la muerte de éste. Stinnes también estaba ligado a Volpi y a la Banca Commerciale Italiana.
El príncipe Guillermo, un oponente de la facción de la “guerra, ya”, tocó una cuestión vital cuando le escribió a principios de 1915 a la corte rusa, que era “absolutamente necesario sellar la paz con Rusia. . . Es una estupidez que tengamos que hacernos pedazos para que Inglaterra pueda pescar a río revuelto”.
Unas semanas después de recibir el memorando de Parvus, el Ministerio de Relaciones Exteriores alemán le entregó el primer pago de un millón de marcos de oro para que emprendiera su plan. En mayo de 1915 Parvus se reunió con Lenin y Karl Radek en Suiza, y luego creó una serie de grupos de fachada en Estocolmo y Copenhague. Para febrero de 1916 estalló una serie de huelgas en los principales astilleros, que entonces trabajaban a marchas forzadas en la producción de nuevos buques de guerra para la armada rusa. Las huelgas interrumpieron la movilización de guerra, pero no llevaron en lo inmediato a un cambio revolucionario de régimen en Rusia. Parvus pasó el siguiente año amasando su fortuna y —con sus vastos recursos económicos— estrechando sus lazos con la dirigencia bolchevique. Los biógrafos de Parvus, Z. Zeman y W.B. Sharlau (Merchant of Revolution; Londres: W.&J. Mackay & Co., Ltd, 1965), resumen la visión de Parvus en la víspera de la Revolución Rusa de 1917: “Helphand evidenció su creencia de que cualquier meta política podía alcanzarse con el dinero suficiente, que la élite de los dirigentes socialistas no podía resistir la tentación de Mammón más que cualquier otro grupo social, que la amistad, tanto como el apoyo político, tenía que comprarse. Semejante visión era la que informaba su estrategia política; era la esencia de su experiencia política y humana”.
Para abril de 1917 Parvus había presionado al Gobierno alemán a que les garantizara a los dirigentes bolcheviques un regreso seguro y discreto a Rusia, y pronto se hicieron los arreglos por medio de Parvus y Radek para llevar de contrabando a Lenin y otros 40 dirigentes desde Suiza, a través de Estocolmo, de regreso a Petrogrado. Parvus permaneció en Estocolmo, en comunicación constante con la Misión Internacional del Comité Central bolchevique en el extranjero, y siguió siendo casi la única fuente de financiamiento de la revolución que pronto habría de brotar.
El 16 y 17 de julio los bolcheviques emprendieron una insurrección armada en Petrogrado, misma que el gobierno provisional aplacó con diligencia. Los servicios de inteligencia rusos emitieron un informe comprobando que el levantamiento lo había financiado el Gobierno alemán, un acto de traición en tiempos de guerra. Lenin y sus amigos huyeron de Rusia. Sin embargo, un mes después, en agosto de 1917, los británicos apoyaron una intentona militar independiente contra el Gobierno provisional del socialdemócrata Kerensky, y, en respuesta, éste trajo de regreso a los bolcheviques y los armó contra el general Kornilov, el conspirador principal. El 25 de octubre de 1917 Lenin tomó el poder.
El nazi-comunismo y el sinarquismo
Menos de dos meses después de que el golpe bolchevique instaló a Lenin en el poder en Petrogrado, Parvus estaba armando ya una nueva infraestructura antibolchevique de órganos y agentes nuevos en la Rusia soviética. La supuesta causa de este giro de ciento ochenta grados era que Lenin no le permitió regresar a Rusia, pero esta versión es dudosa. Parvus se mudó a Suiza, y, aunque siguió financiando a ciertas facciones bolcheviques, devino en enemigo del nuevo régimen soviético y dedicaría casi el resto de su vida a organizar de forma concertada a Europa para la destrucción de Rusia.
Un viejo colega e impresor de Múnich, Adolph Muller, el embajador alemán en Berna, le aseguró a Parvus su estancia en Suiza. Según James y Suzanne Pool (¿Quién financió a Hitler? Subvenciones secretas de la subida de Hitler al poder [1919–1933]), “uno de los empresarios de los que más dependía el partido nazi, no era un gran industrialista que contribuyó con dinero para el movimiento, sino el impresor de Múnich Adolph Muller. . . Él tenía tratos con los nazis desde antes que dieran su golpe de Estado. Cuando Hitler quiso empezar a publicar de nuevo el Volkischer Beobachter luego de salir de la cárcel en 1924, Muller le adelantó el sueldo del director y le dio el papel a crédito”. El dinero que Hitler usó para comprar el periódico vino de un ex colaborador bielorruso de la Ojrana, Vasili Biskupski.
La laya “nazi–comunista” de Parvus era sinarquismo puro, como correspondía a un agente de los intereses financieros anglovenecianos. Al término de la Primera Guerra Mundial, Parvus escribió el siguiente esbozo de la situación europea: “Sólo hay dos posibilidades: o la unificación de Europa Occidental o la tiranía de Rusia. Todo el garlito de los Estados tapón terminará con su anexión a Rusia, a menos que se unan a Europa Central en una comunidad económica, lo que sería un contrapeso a Rusia”. En cualquier caso, Parvus alegaba que la era del sistema del Estado nacional había llegado a su fin en Europa.
En la consecución de este objetivo de “cambios de régimen” por todo el continente europeo, remplazando a los gobiernos soberanos con un nuevo súper Estado europeo que libre la guerra contra la Rusia bolchevique, Parvus se unió a otro conspirador angloveneciano, el conde Richard Coudenhove–Kalergi, para impulsar la Unión Paneuropea.
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el conde Richard Coudenhove–Kalergi |
En esta intriga final, Parvus obtuvo de nuevo el apoyo financiero del magnate del carbón Hugo Stinnes, quien haría su agosto con el derrumbe del marco alemán gracias a su amigo Schacht durante la hiperinflación de 1923, y regresaría a Alemania a comprar veintenas de industrias y minas de carbón en quiebra por una fracción de su valor. Por su parte, a Coudenhove–Kalergi lo financiaba Max Warburg del clan veneciano original Del Banco, quien ya había financiado a Parvus y Trotski en la víspera de la revolución bolchevique.
Coudenhove–Kalergi afirmaba que Paneuropa emergería del combate al bolchevismo, tal como “la Joven Europa surgió de la lucha contra la Santa Alianza, del modo que ésta salió de la lucha contra Napoleón”. En el primer congreso de la Unión Paneuropea en Viena, cuatro retratos adornaban la pared detrás del estrado, los de Emanuel Kant, Napoleón Bonaparte, Giuseppe Mazzini y Friedrich Nietzsche.
En un folleto propagandístico de 1932 sobre Paneuropa, Coudenhove–Kalergi salió más parvusiano que Parvus, al replantear la tesis de la guerra permanente, revolución permanente. “Esta guerra eterna”, escribió, “sólo puede terminar con la constitución de una república mundial. . . Parece que la única forma de preservar la paz es una política de firmeza pacífica acorde al modelo del Imperio Romano, el cual logró la paz más duradera en el oeste gracias a la supremacía de sus legiones”.
A 8 años de la muerte de Parvus, el principal proponente de Paneuropa, Hjalmar Schacht, entonces representante de Alemania ante el Banco de Liquidaciones Internacionales y próximo a ser el ministro de Economía de Hitler, anunció en una gran reunión del grupo de Coudenhove–Kalergi en Berlín: “En tres meses Hitler estará en el poder. . . ¡Hitler creará Paneuropa! ¡Sólo Hitler puede crear Paneuropa!”
Por cierto, Schacht y Parvus se conocieron en la revuelta de la Joven Turquía a principios de siglo. En la autobiografía que escribió tras la Segunda Guerra Mundial, Confesiones del viejo brujo, Schacht rememoró la visita que le organizó su Logia Francmasónica de Berlín a Salónica y Constantinopla en 1909, en la que lo recibió la Logia Macedonia y se reunió con la dirigencia de la Joven Turquía.
De vuelta a la guerra permanente, revolución permanente
Aunque todos le adjudican la autoría del concepto de “revolución permanente” al protegido de Parvus, León Trotski, éste mismo le atribuyó la idea a Parvus, su aliado durante la revuelta soviética de 1905 en San Petersburgo. Parvus alegaba, al igual que los neoconservadores hoy, que el cambio social revolucionario sólo es posible en condiciones de guerra generalizada. El conspirador oligárquico angloveneciano Parvus intervino de forma decisiva en las guerras eurasiáticas de principios del siglo 20 que urdió el rey Eduardo VII, y que llevaron a la Primera Guerra Mundial. Después de la guerra Parvus ayudó a sembrar la semilla de la siguiente, fomentando el mismo “fascismo universal” que hoy abraza el teórico neoconservador Michael Ledeen, y que al final de la vida de Parvus puso en práctica el Mussolini de Volpi, su patrocinador.
Trotski codificó la perspectiva de Parvus en sus dos famosas obras, La revolución permanente y Balance y perspectivas. En la primera, Trotski escribió: “La revolución permanente, en el sentido que Marx daba a esta idea, quiere decir una revolución que no se aviene a ninguna de las formas de predominio de clase, que no se detiene en la etapa democrática y pasa a las reivindicaciones de carácter socialista, abriendo la guerra franca contra la reacción, una revolución en la que cada etapa se basa en la anterior y que no puede terminar más que con la liquidación completa”.
Pero Parvus mismo no pudo ser más claro. En un artículo de su revista Iskra, en la víspera de la Primera Guerra Mundial y de la revolución, alardeó: “La guerra rusojaponesa es el rojo amanecer de sucesos venideros grandiosos”. Y en La guerra de clases del proletariado, Parvus alabó la guerra: “La guerra agudiza todas las contradicciones capitalistas. Por tanto, sólo una revolución mundial podría dar fin a una guerra mundial”.
Este artículo se basó en un estudio exhaustivo de Allen y Rachel Douglas, “Las raíces del ‘Trust’: Desde Volpe hasta Volpi, y más allá. Los dragomanes venecianos del Imperio Ruso”, un manuscrito inédito de EIR, de junio de 1987; y en investigaciones publicadas e inéditas de Scott Thompson, Marjorie Mazel Hecht y Joseph Brewda.
—Traducción de Adrián Teyechea.